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nerea aguadoalonso

“Callaba la tierra“, editado por Uve Books, es el segundo poemario de NEREA AGUADO ALONSO. En él, nuestra más veterana redactora se vale del paisaje ribero para repasar sus orígenes, su familia y contarse a sí misma. De este y futuros trabajos estuvimos hablando con ella hace no mucho y esto fue lo que nos contó.

¿Eres de ese tipo de artistas cuya obra se ha visto influida por los tiempos pandémicos o ni siquiera te consideras artista?

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Yo soy muy considerada, así que me considero artista y pandemia. Pero no, aquellos tiempos no me influyeron creativamente. No los destacaría en mi biografía, aunque ocurrieron cosas que sí han influido en mí.

En este nuevo poemario viajas a tus raíces, concretamente a tu pueblo, Cabanillas. Poco a poco vas repasando las calles de tu pueblo, a tu familia, y después el propio paisaje bardenero acaba tomando especial importancia. Tengo la sensación que en este trabajo eres más observadora que protagonista…

Hay un poder que me engancha en elegir qué observo, en tomarme el tiempo para hacerlo y en convertir eso tan universal que es el paisaje en algo íntimo y propio. Como si los ríos y las aves existieran solo para que yo me entienda por dentro.

Tres abuelas, tres sillas, tres casas, el peligro (que tiene tres sílabas), intuyo también tres generaciones (abuela, madre e hija)... muchas composiciones marcadas por lo ternario. ¿Estás en tu fase más trifásica o trinitaria?

El tres es mi número favorito. Soy muy simple. Además, los poemas que mencionas han salido así porque sé contar. He contado quién cuidaba de quién, quién comía qué, cuántas sílabas tenían las palabras, y me salía el tres.

Bob Dylan escribió “Highway 61”, tú has dedicado uno de los poemas a la AP-15... ¿qué banda sonora le pondrías a este trabajo?

La que sea pero tocada con bandurria. O un cierzo ensordecedor.

En algunos poemas como “La negra” o “Viento” haces unos juegos de palabras muy divertidos. ¿Puede a veces más lo lúdico que lo profundo? Es que no puede haber profundidad si no hay juego, placer y atrevimiento. Para quedarnos en la superficie no necesitamos imaginación. Soy adicta a la aliteración, creo en la oralidad de la poesía, en su origen juglaresco y periodístico. Necesito que mi lengua se mueva cuando escribo.

¿Has viajado al pueblo para inspirarte a la hora de escribir o has tirado de memoria?

El poemario entero surgió de un proyecto laboral y creativo que me llevó junto a Irati FG a mi pueblo. Landarte y su “Memoria a la fresca” coincidieron casi con la venta de la casa de mi abuela. Todo cambió de forma, vi muchos lugares y recuerdos de otras maneras. Me vinculé desde otro lugar. Y estos poemas son ese hacer sitio, ese reordenar y guardar en cajas, volver a mirar los álbumes de recuerdos.

Dedicas este libro, entre otras personas y lugares, a la poeta Ana Jaka. Siempre suele salir en muchas de tus entrevistas y conversaciones… Solo aspiro a que me tengan que hacer una página de la Wikipedia para constar como su acosadora. A eso y a quitarme de encima tanto agradecimiento como le debo por llevarme de la mano a recitar, por animarme a escribir y publicar, por corregirme los poemas, aconsejarme en estructuras, aprendizajes y cuidado de los rizos. Es amiga, maestra y mentora. Es, junto a esta revista, influencia máxima en que yo enseñe mis escritos.

¿Hay alguna presentación programada que se pueda anunciar?

Sí, pero están por confirmar.

Hay gente que lee mucho y variado, que incluso tiene una gran sensibilidad pero no se acerca a la poesía por considerarla algo cursi, engolado, demasiado personal o que no entiende. ¿Les dirías o recomendarías algo a estas personas para que lo intenten o te da igual lo que piensen?

A ver, no hagáis lo que no queréis hacer, que nos ha costado mucho llegar a ese derecho. Yo escribo y leo poesía porque soy vaga. Porque me gusta el juego y la lágrima. Que a ti no, pues no leas. Pero te va a resultar difícil, porque ahora ha saltado a las redes sociales, lleva décadas en la publicidad, se lee en las paredes.

¿Sabes hacia dónde irá tu próximo poemario?

Sí. Ya está escrito y entregado a la misma editorial, Uve Books. Se llamará “¿De qué muere un buitre?” y ya tengo ganas de ponerme a corregirlo. Mientras, escribo el tercero, pero me tiene más perdida. No sé qué quiere de mí. Pero claro, necesito tres libros, porque es mi número.

Si quieres añadir algo…

Algo muy importante para mí es que he usado palabras bardeneras y riberas, que suenan a mi familia y mi cuadrilla de allí, que casi las leo con su acento. Pero no como algo externo, sino porque eran las únicas que expresaban lo que quería decir. Como “regalar” el helado, que es derretirse, pero con esa “g” suave tan de gula. O “cingalas” que son los columpios, pero aquellos de metal que nos quemaban el culo de pequeñas. Son palabras que no quiero que se pierdan, pero tampoco quiero que acaben en diccionarios que no tengan que ver con la realidad, como términos de exposición etnográfica. Quiero usarlas y que se usen.

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