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EL LAMONATORIO

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DIANA PELÁEZ

DIANA PELÁEZ

Recuerdo vagamente las prácticas de Zoología de la carrera en las que nos plantaban diversos cráneos de vertebrados y teníamos que adivinar de qué especie se trataba. Que si roedores, que si lagomorfos, que si el cóndilo, la mandíbula, el molar, el premolar, el incisivo… Debo admitir que no fueron las prácticas más divertidas, pero al menos no teníamos que abrir lombrices —y cosas más peluditas— con un bisturí. No me hagáis recordar esas sesiones de viernes y sábado por la mañana a las que íbamos de resaca después de darlo todo en el Reve, aguantándonos las arcadas por el pestazo a formol, porque me pongo mala.

Yo quería que el monográfico de este mes se lo dedicáramos a los Sanfermines, pero el jefe de todo esto no me hizo caso. El tema de los dentistas me parece igual de sosainas que aquellas prácticas de Zoología, así que no me queda más remedio que recurrir a una serie de trilladas curiosidades sobre la dentición en el mundo animal para salir del paso.

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¿Sabíais que el pez gato tiene 9.280 dientes y que el tiburón ballena tiene 4.500 dispuestos en más de 15 filas? El ser humano cuenta con 32 piezas —en el mejor de los casos, claro; El Risitas, que en paz descanse, no sé si llegaría a 10— y el elefante, ahí donde lo veis, solo tiene seis. ¡Seis tristes dientes y dos son los colmillos! La dentadura de muchos pequeños mamíferos, como los conejos, las cobayas o los ratones, nunca deja de crecer, pero se va desgastando a medida que comen, tanto a la hora de roer como de masticar. El mamífero con más dientes sobre la faz de la Tierra es el armadillo, que tiene 100 piezas dentales. También hay animales que se alimentan de los paluegos de otros animales. Unos pajarillos muy simpáticos, llamados

pluviales, se comen los restos de comida

que se quedan enganchados en la enorme y peligrosa dentadura de los cocodrilos. Gracias a esta relación de simbiosis los pluviales tienen comida asegurada y los cocodrilos mantienen su higiene bucal y se libran de infecciones indeseadas. Los pluviales son el hilo dental de los cocodrilos. Los misticetos —podría ser un buen nombre para una banda de rock de los 60 pero son un grupo de cetáceos que incluye entre otras a la ballena azul y la ballena jorobada— no tienen dientes sino barbas de queratina calcificada que actúan a modo de filtro para atrapar el krill, el plancton y pequeños pececillos. El caracol no tiene dientes como tal sino una estructura flexible llamada rádula, una especie de lima que posee miles de dentículos que raspan la comida y la deshacen en trocitos más pequeños. Los mosquitos también tienen dentículos, pero no forman una rádula como en caracoles y babosas sino varias hileras dentro de un órgano alargado llamado probóscide, que es el filamento que usan para picarnos. Las que nos pican son las hembras, que pueden alimentarse solo del néctar de las flores, pero no pueden fabricar los huevos sin las proteínas que obtienen de la sangre que nos succionan. A los mosquitos hembra mi sangre les parece deliciosa y me dejan como un colador cada verano. Qué majicas.

La verdad es que este Lamonatorio habría quedado mucho más resultón si en vez de hablar de dientes en el reino animal hubiéramos hablado de penes. Os sorprendería e inquietaría la diversidad peneana que alberga la naturaleza, por eso me gustaría terminar este artículo diciendo una sola cosa: pene de equidna. La imagen puede resultar perturbadora. Avisadas estáis.

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