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A mí los vampiros me empezaron a gustar por la peli de Coppola. Gary Oldman hablando en rumano, con bata de cola y unas uñas más largas que las de Rosalía, con pelazo Pantene y gafas a lo John Lennon bebiendo absenta y transformando lágrimas en diamantes, convirtiéndose en bicharraco o en bruma verde fosforita, haciendo manitas con Winona... Dos años después se estrenó “Entrevista con el vampiro”. La vi con 12 años, llena de granos y con los dientes torcidos, cuando lloraba por Take That y bebía los vientos por Brad Pitt. No hace falta decir que odié a Kirsten Dunst por morrearse con él. ¡Si tenía mi misma edad la tía! Por fin elijo tema del mes para El Mono después de años de fiel dedicación. Creo que se me hace un poco el vacío en esta revista, pero no tengo pruebas concluyentes. Aunque visto lo visto igual me lo merezco, porque para una vez que escuchan mis plegarias y no tengo que hacer carambolas para relacionar la temática del mes con la ciencia, me tiro un tercio de la sección hablando de cine (sorry, Vio) o quejándome de que nunca me dejan elegir. Soy el colmo de la incongruencia y de la estupidez. El vampirismo es una metáfora de la enfermedad, o, si vamos más allá, del miedo a la enfermedad. Bram Stoker, escritor de “Drácula” (y matemático, por cierto), fue un niño muy enfermizo, hasta tal punto que pasó gran parte de su infancia en cama. Que esto causó un traumita al autor irlandés lo tenemos claro, ¿no? Para construir los personajes de su icónica novela, Bram se inspiró en personas que padecían males comunes de la época victoriana, unos años en los que las enfermedades infecciosas causaban verdaderos estragos. Un claro ejemplo es Lucy, la ricachona y sensual amiga de Mina, esclava sexual y alimentaria de conde, que muestra síntomas muy similares a los que manifestarían las personas con tisis o tuberculosis: lividez, agotamiento, dificultad para respirar… Cuentan que Stoker se basó en la historia de Mercy Brown, una joven que murió de tuberculosis en Nueva Inglaterra y cuyo padre exhumó una vez enterrada para extraer su corazón y su hígado, incinerarlos y volver a enterrarla, en una suerte de extraño ritual basado en el folklore popular (si habéis visto la peli de Coppola, recuerda mucho a la profanación de la tumba de Lucy). El ser vampírico, según lo retrató Stoker, tiene un aspecto enfermizo y necesita consumir sangre constantemente. Aquí podríamos estar hablando de
una persona con hemofilia, una condición genética a causa de la cual no se fabrica una proteína que hace que la sangre coagule, por lo que existe un serio riesgo de morir a causa de una hemorragia ante la mínima lesión o herida. Los vampiros muestran también una gran pulsión sexual y la sífilis encaja muy bien con esta promiscuidad. Esta infección está causada por una bacteria en forma de espiral, Treponema pallidum, y si no se trata a tiempo puede llegar a ser mortal, pues ataca a los sistemas cardiovascular y nervioso. Se dice, se comenta, que a Bram Stoker le dieron varios ictus antes de morir definitivamente de un infarto cerebral y que podría haberse debido a la sífilis. Y que estuvo liado con Oscar Wilde. Esa prensa rosa victoriana ahí. En el S. XIX aún se atribuía un origen maligno o sobrenatural a muchas enfermedades, pero por suerte la ciencia estaba comenzando a probar que los microorganismos causaban patologías. Al principio había mucho negacionista de los microbios, pero experimentos como los de Robert Koch, que descubrió la bacteria que causaba la tuberculosis (el bacilo de Koch) o los trabajos de Louis Pasteur (sí, el de la leche pasteurizada), propiciaron un cambio de paradigma y el nacimiento de la microbiología médica. Como veis, uno de los personajes más famosos, misteriosos y seductores de la historia de la literatura simboliza los peores males de nuestro tiempo. Estoy segura de que, si Bram Stoker hubiera escrito “Drácula” en 2020, el monstruo intoxicaría nuestro aire, estaría en contra del uso de la mascarilla y nos persuadiría a través de la hipnosis para que no nos laváramos las manos ni nos vacunáramos. Y por supuesto, celebraría bien de orgías y fiestas en espacios cerrados y sin ventilar. No habría quedado tan romántico ni de coña. eljardindemendel.wordpress.com