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CONCHA TISFAIER

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EL LAMONATORIO

EL LAMONATORIO

Crecí con hambre de “emparedados” por culpa de Los Siete Secretos y del Oso Yogui, por eso mi estómago sigue quejándose cuando oye hablar de las emparedadas. Estas mujeres medievales eran recluidas en pequeñas celdas y hacían Voto de Tinieblas (nunca más ver la luz del sol, de la vela o del farol). Unas veces por castigo y otras voluntariamente. Por castigo, ya deducimos, serían una feminazis que querrían decidir sobre su vida o evitar que las violaran o pegasen, vamos, revolucionarias antisistema que la liaban y se apartaban de la sociedad para que no incordiaran, tipo política de cancelación en Twitter pero en formato analógico. Les daban algo de pan, eso sí, y tenían una ventanica, como quien tiene ahora un móvil para mandar sms con su “pásalo”.

También había emparadedas por voluntad propia. Como la peña esta que ahora está deseando que en su entorno haya positivos para meterse otra vez en casica a leer y ver pasar las nubes, en este caso el Voto de Tinieblas solo se refiere a la luz del móvil, el resto de luces (la del ordenador, la del horno, la del Satisfyer) les va bien. En la Edad Media, estas tías se emparedaban para que las dejaran un poquico en paz. Entonces, si no te casabas con un hombre o cuidabas a tu familia podías acabar asesinada por bruja y si querías hacer lo que te saliera de los ovarios, pues parecido. Así que muchas se iban a un convento. Claro que hacer lo que te salga de la pocheta no suele incluir madrugar para los maitines o reírle los chistecillos sobre la virgen a la Madre Superiora, así que la siguiente Pokevolución era emparedarse. Yo pensaba que te emparedaban de pie, tipo los cuentos de Edgar Allan Poe, pero no, te daban una celdica maja, con su camastro y sus paredes y un ventanuco. Así que algo de luz veías, y ahí ya podías hacer tus flexiones, comer tu currusco de pan con su poquico de agua y, ahora sí, hacer lo que te diera la gana, que en estas personalidades tan amargadicas suele ser estudiar y escribir. Ya empieza a tener algo de sentido lo de emparedarse, ¿eh? Pues no, no las dejaban tranquilas a las muchachas, porque querer pasar de la peña se veía como indicio de sabiduría y como se lo habían pedido a las pocas mujeres que sabían montárselo medio bien entonces que eran las monjas, pues también se las veía como un poco santas, así que todo dios y toda diosa iban a ese ventanuco a pedirles consejo o que rezaran por ellas. Vamos, como las brujas, pero encerradas y sin quemar.

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Por aquí tuvimos las nuestras, seis en la preciosa villa de Estella y unas cien en la villa de Pamplona. Aquí (y en otros lugares, pero estoy patriota hoy) les dejaban sueldos y “mandas” en testamentos, así que me las imagino comiendo algo más que un mendruguico de pan. Y ahora sí las envidio un poco, las veo ahí, con su libraco abierto en el regazo, apoyadicas en su camastro para aprovechar la luz del ventanuco, con un cartel de “no molestarem” en él y unas buenas garrapiñadas de Donezar a mano, conseguidas gracias a esas herencias majas. No me digáis que no apetece. Si fijo que hasta se libraban de pestes, covits, retos tiktokers y demás pandemias.

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