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JAVIER PÉREZ DE ZABALZA VIDAURRE

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PASATIEMPOS

PASATIEMPOS

ALCATRAZ

de la A a la Z

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Recientemente editado por Apache Libros, este es un tebeo humorístico que homenajea a la cárcel más famosa del mundo e invita a reflexionar sobre el sistema penal. Catorce dibujantes (Adriá Llahí, Goizane Herrera, Ignacio Redondo, Irati FG, Itziar Repáraz, J.J. Chas, Javier Ramos, Jorge Esteban ‘Jorgiot’, Joseba Beramendi ‘Exprai’, Jotajota Aós, Mikel Murillo, Mikel Santos ‘Belatz’, Pedro Osés y Pol Guillén) ilustran las historias escritas por Javier Pérez de Zabalza, veterano redactor de esta revista. Charlamos con él.

¿De dónde te viene esta fascinación por lo carcelario?

Es algo que viene de muy largo. Si lo piensas, nuestra llegada al mundo es una fuga tras nueve meses encerrados. Y me consta que durante aquel tiempo fui un recluso bastante problemático. Puede que ahí radique mi trauma original. Lo cierto es que desde niño siempre he sentido una fijación por el tema que me resulta complicado racionalizar.

Supongo que para ti visitar Alcatraz tuvo que ser como ir a Disneyland.

Sólo si contemplamos los parques de atracciones como lugares con un reverso oscuro (a mí el del Monte Igueldo me produce escalofríos). Alcatraz es uno de los principales reclamos turísticos de San Francisco y está brillantemente planteado como una atracción. Se ofrecen packs especiales con visitas nocturnas y hasta teatralizaciones para niños. Hay una disociación muy bestia entre el espectáculo que se vende y lo que realmente ocurrió allí. Pero eso es algo inherente al turismo carcelario. No quiero ni imaginar lo que debe de sentirse al visitar Auschwitz. ¿También hay una tienda de recuerdos al final del recorrido?

Sí, yo estuve y la hay. ¿Cómo ha sido el proceso de documentación? ¿Has recurrido a algún libro o documental?

Parte del trabajo ya lo tenía hecho, con lecturas y visionados acumulados a lo largo de mi vida, pero otra fue fruto del confinamiento. Si no hubiera dispuesto de golpe de todo ese tiempo no habría leído las crónicas de la prensa californiana tras el estreno de La Roca -resulta que montaron un fiestorro del copón-, y hacerlo me proporcionó información esencial para el tercer capítulo del cómic. Así con todo. El proyecto surgió de manera inesperada tanto para mí como para el plantel de artistas. Sospecho que, si no hubieran estado aburridos en sus casas, muchos me habrían mandado a tomar viento.

¿Qué criterio seguiste para elegir a los artistas?

Fue algo intuitivo. Llamé a aquellos dibujantes que creía que mejor podían encajar con cada episodio, y tuve mucha suerte. Fueron muy generosos sumándose a la propuesta loca de un tipo que jamás había escrito un cómic. En el libro participan autores y autoras consagrados, otros veteranos que llevaban tiempo apartados de la práctica historietística, e incluso gente procedente de otras disciplinas para los cuáles este también es su primer cómic. Fue

increíble ver cómo los textos y garabatos que les pasaba se materializaban de formas inesperadas.

¿Se te quedaron muchas anécdotas fuera?

Mogollón. Se podría haber abordado la Batalla de Alcatraz o la historia de Henri Young. De hecho, cada una de las personas que estuvieron allí presas tuvo una vida interesante. La leyenda del faro fantasma podría haber dado pie a explicar el choque de dos petroleros que en 1971 anegó de crudo la bahía de San Francisco; uno de los mayores desastres medioambientales de la historia de EEUU. Alcatraz es una fuente inagotable de anécdotas, pero había que ponerle un límite o a día de hoy seguiría escribiendo.

¿Cuáles serían tus películas preferidas de tema carcelario?

Bufff, hay muchísimas. Soy un fugitivo tiene 90 años pero no te la crees de lo buena que es. Yo qué sé, Le

Trou, La Leyenda del Indomable, Scum, Duvar,

Carandiru… Las dos primeras de la saga Female Prisoner Scorpion son explotación pura y dura, moralmente muy cuestionables, pero al mismo tiempo de una inventiva desbordante. Una barbaridad.

Eres el creador de nuestra sección de Naburrismos, actualmente en barbecho. ¿Alguna anécdota sobre la cárcel de Iruña?

Te puedo contar que hasta inicios del siglo XX estuvo situada en la Plaza de San Francisco. San Francisco, como Alcatraz. Luego se trasladó al barrio de San Juan, junto al lugar donde tradicionalmente se ejecutaba a los condenados a muerte, lo que no puede ser casual. En el pasado, la prisión era parte integral de cada ciudad, como su ayuntamiento, el mercado o la estación. Un mamotreto con el que se convivía. Porque, en teoría, las cárceles son un instrumento punitivo, pero también disuasorio: del mismo modo que ocurría con la guillotina -que no se montaba y desmontaba con cada uso, sino que estaba permanentemente expuesta en París como un monumento- su presencia funcionaba como recordatorio de lo que esperaba a la ciudadanía si incumplía las normas. Esta concepción ha cambiado. Ahora somos más conscientes de que los centros penitenciarios representan un fracaso de nuestra civilización. Preferimos no pensar en ellos y los hemos relegado a las afueras, junto a los mataderos o los vertederos (¿y qué es una cárcel sino un vertedero humano?). De ahí que hace unos años, en plena cultura del pelotazo, se intentara lavar su imagen. En 2012, cuando se trasladó la cárcel a su actual ubicación, trataron de vendérnosla como si fuera el Navarra Arena. Los medios hablaban machaconamente de súper instalaciones y tal. Como puedes imaginar, muchas de ellas están inoperativas todavía hoy. El otro día saltó la noticia de que por no tener no tienen ni servicio médico de guardia las 24 horas. En 1871, durante la Comuna, el pueblo parisino pegó fuego a la guillotina. Tal vez deberíamos seguir su ejemplo.

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