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Que las plantas son unos seres alucinantes y que gracias a ellas hay vida humana en la Tierra ya lo he dicho hasta aburriros. Que nos proporcionan oxígeno, comida, bebida, medicinas, tejidos, combustible, refugio, papel o que embellecen nuestras calles y casas también lo he explicado hasta la saciedad. Para el Homo sapiens, que jalea y ensalza al político que le roba en la cara o que se bebe su propio pis pensando que le va a curar la ciática, comprender el papel que juega el reino Plantae en este punto azul pálido puede resultar complejo, lo sé. Pero para eso estoy yo aquí, para poner de relieve un millón de veces si es necesario la grandiosidad de las plantas, los seres vivos que más nos dan y que menos valoramos. Por si todo lo que he mencionado no fuera suficiente, parece que los vegetales también podrían sacarnos de otro embrollo monumental en el que nos hemos metido gracias a nuestra manía de cargárnoslo todo. Hemos convertido nuestras ciudades en estercoleros de humo, partículas y residuos, en parques temáticos para guiris borrachos y yupis horteras, en territorio amigo de coches, furgonetas, motos y patinetes eléctricos y enemigo de bicis y viandantes, mientras nos vemos abocadas a respirar un aire que nos enferma —7 millones de muertes prematuras al año se atribuyen a la contaminación atmosférica según la OMS— y lo único verde que vemos a diario es el contenedor de reciclaje del vidrio. El potencial termorregulador de las cubiertas vegetales se lleva estudiando desde hace un par de décadas y cada vez encontramos más razones de peso para incorporarlas al diseño de nuestras ciudades. Los tejados y otras superficies sembradas de especies
vegetales —y acondicionadas para que no dañen los edificios, claro está— retienen muy bien el agua y refrescan el entorno, ayudando a mantener una temperatura que nos permita dormir por la noche en verano sin necesidad reventar el aire acondicionado. Ya sé que esto en la Iruña de la chaquetica —o más bien sudaderica— en pleno agosto no parece un problema, pero tiempo al tiempo. Además de ahorrar agua y energía, las cubiertas vegetales también pueden convertirse en pequeños huertos urbanos que cubrirían una parte de la demanda de alimentos vegetales en la ciudad: kilómetro cero, pero cero de verdad. Esto también ayudará a ahorrar energía, pues se reduciría el transporte empleado para traer la fruta y la verdura desde el campo. Otro punto a favor de las cubiertas vegetales es su poder purificador. Las plantas son sumideros de CO2, por lo que reducen la contaminación del aire. Y, obviamente, si aumenta la diversidad vegetal de las ciudades habrá una mayor diversidad de otras especies, convirtiendo a las urbes en ecosistemas más ricos. Tendríamos más especies de pajaricos, de arañas, de insectos… Bueno, eh… olvidémonos de las arañas y los insectos y centrémonos en los pajaricos bonicos. Por último, y este punto me parece casi el más importante, diversos estudios han evidenciado que las cubiertas vegetales urbanas y la vegetación en general influyen de manera positiva en la salud mental de la ciudadanía. En este momento de mi vida me justificas con datos que colmar de plantas las azoteas de Barcelona va a ayudar a reducir mi ansiedad y solo te diré una cosa: “Shut up and take my money!”. eljardindemendel.wordpress.com