Revista En otras palabras No. 5 Mujeres y espacios urbanos

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EN O TR A S 5) PALABRAS... Grupo Mujer y Sociedad de la Universidad Nacional de Colombia, Corporación Casa de la Mujer de Bogotá y Fundación Promujer

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Mujer» y espacios urbanos Santafé de B o g o tá D.C. Colom bia, Junio 1998 - Enero 1999


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Contenido EN OTRAS P A L A B R A S --,

Rehaciendo Saberes Espacio y diferenciación de género 7

Maria Inés García Canal________________________________________________

Puclicación especializada editada por: Grupo Mujer y Sociedad de la Universi­ dad Nacional de Colombia. Corporación Casa de la Mujer, Bogotá. Fundación Promujer. Coordinación Editorial: Florence Thomas Patricia Prieto Juanita Barreto Gama Norma Enriquez María Eugenia Sanchez Gómez Margarita Escobar De Andreis Consejo Editorial: Juanita Barreto, Maria Elvia Domínguez, Guiomar Dueñas, Margarita Escobar, Beatriz García. Maria Cecilia González, Patricia Jaramillo. Marta López, Patricia Prieto, Xatlí Murillo-Sencial, Yolanda Puyana, Maria Eugenia Sánchez, Circe Urania Sencial, Florence Thomas. Angela Robledo, Lya Yaneth Fuentes, Maria Hlmelda Ramírez, Norma Enriquez.

Andamios para un nueva ciudad Rossana Reguillo______________________________________________________ 1 7 El género y el desorden en Santafé Colonial ( 1750-1810) María Himelda Ram írez________________________________________________ 2 6 Las mujeres y los lugares del morar Beatriz García Moreno _________________ _______________________________ 3 8 Ni sólo campesinas, ni sólo citadinas Yolanda Puyana Villamizar______________________________________________ 5 0 Mujer y medio ambiente Gloria Patricia Zuluaga S.

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Bogotá en la escritura de las mujeres Angela I Robledo

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<•> Sueños Imágenes y símbolos La Mujer Urbana a través del lente de María Esther Galvis Notas de una charla con Beatriz Garcia Moreno.__________ _________________ 8 3 De ciudades y personas Nayibe Peña Frade_____________________________________________________ 8 6 H abitar

Diseño y Diagramación: Fernando Pieschacón

Florence Thom as___________________ ___________________________________9 2 Poemas Malú

Fotografía: María Esther Galvis Impresión: Siglo XXi, Impresores, LTDA Coordinación administrativa, circula­ ción, suscripciones y publicidad: Xatlí Murillo-Sencial, Carrera 6 # 58 -49 of. 204 Tels. 2 496 304 - 2 492 854 Fax:: 2 115 723 Santafé de Bogotá, Colombia. Distribuido en Colombia por: Siglo del Hombre Carrera 32 # 25-46 Tel: 3 377 700

Los artículos de esta revista pueden re­ producirse citando la fuente. Su conte­ nido es responsabilidad de sus autoras.

Tarifa Postal Reducida No. 830 ISSN: 0122 - 9613.

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Dossier Las mujeres y el hábitat Marisol Dalmazzo P eilla rd____________________________________________ 1 0 3 La escuela y la ciudad Imelda Arana Sáenz__________________

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Una ciudad que vigila Nohema E. Hernández Guevara

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Ciudad, desequilibrios sociales y desplazamiento forzoso Xatlí Murillo-Sencial__________________

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Crónicas y Entrevistas Luz Amorocho. Pionera de las arquitectas colombianas Converzación con Circe Sencial______________ _________ _______________ 1 3 1

Noticias en otras palabras _________________________ 1

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Las mujeres y los libros Reseñas___________________________________________________________1 2 3 Bibliografía: Mujer y ciudad Lya Yaneth Fuentes__________________________________________________ 1 5 9


Esta edición fue posible gracias a la D irec­ ción Nacional de Equidad para las Mujeres y al P rogram a de Naciones Unidas para el De­ sarro llo (PNUD)


Jj6>jn[<odiiJb>3[ H asta no hace muchos años, por lo m enos en C olom bia, las m ujeres conform aban en las ciudades una constelación de trabajadoras invisibles, ocultas dentro de las casas, asignadas a las labores dom ésticas, a los oficios innum erables. Tanto era así - y ade­ más continúa en buena m edida ocurriendo así- que con dem asiada frecuencia las mujeres respondían no trabajo, soy ama de casa cuando se les preguntaba por sus obligaciones. Quizás en nuestro caso bastaría observar con un m ínim o detenim iento las fotogra­ fías de calles y espacios públicos de ciudades com o B ogotá, M edellin, Cali o Barranquilla, hace 50 años, para ver tales sitios poblados casi exclusivam ente por hombres. Con la excepción, eso sí, de los cafés y cantinas atendidas por meseras o trabajadoras sexuales. Entonces también eran lim itadas al extrem o las posibilidades de acceso de las m uje­ res a la educación superior, y las universidades estaban convertidas en exclusivo refugio de la inteligencia m asculina. Incluso, cuando se planteó más en serio y de forma más consistente la necesidad y el derecho de las m ujeres a la educación supe­ rior, la prim era respuesta consistió en especies de escuelas de dudoso nivel académ i­ co, posteriores a la secundaria, donde se enseñaba a las m ujeres aquellas artes indispensables para atender una casa y responder por una fam ilia, con frecuencia orientadas por monjas. Pocos años después aparecieron las carreras fem eninas, aque­ llas más cercanas a los oficios tradicionalm ente adjudicados a las m ujeres, más alle­ gadas a las labores de asistencia social y unidas extrañam ente al concepto m achista de fem inidad y quizás em parentadas en el fondo con la creencia de que la capacidad mental de las mujeres resultaba inferior a la de los señores, por lo que había que tener ciertas consideraciones. Sin em bargo el mundo cam bió tan rápido en todos los órdenes, en com paración con el ritmo de los cam bios en épocas anteriores, que la contundencia y la presencia de nuevos valores, entre los cuales fueron decisivas las luchas y contrapropuestas de los movim ientos de m ujeres en el m undo occidental, que estas fueron saliendo de la oscuridad de sus obligaciones dom ésticas a la contundencia de los espacios públicos -físicos y políticos- de tal m anera que hoy resultan escasas las instancias académ i­ cas, sociales, laborales y políticas que les resulten ajenas. Se visibilizaron las m uje­ res en los espacios del afuera. Las calles de nuestras ciudades, y obviam ente de todas las ciudades, se ven atestadas ahora de hom bres y de m ujeres, a la par en apariencia pero aún en grandes desventa­ jas frente a la aplicación de la ley y al reconocim iento y valoraciones de sus diferen-

E d ito ria l


E d ito rial cías existenciales en cuanto constructoras y habitantes de ciudades. De hecho hoy, las m ujeres seguim os siendo discrim inadas en todos los espacios. En los que nos han sido gentilm ente adjudicados culturalm ente y en los que hemos conquistado a pesar del rechazo y del escándalo. A hora las mujeres sobrellevam os las dobles y triples jornadas, a m anera de costo adicional; seguim os casi exclusiva­ mente cargando con la responsabilidad de la educación en familia y de la formación de los hijos e hijas; nos convertim os en jefas de hogar cuando los hom bres salen despavoridos, y sobre todo, en este país y en nuestras ciudades, conform am os ahora el ejército lastim ero de desem pleadas y desplazadas por la violencia. Salimos de la oscuridad de las cuatro paredes, del confinam iento cultural, de la im­ posición del silencio, llenam os las calles y aparecim os en los espacios públicos que nos eran vedados antes, reclam am os y obtuvim os a brazo partido derechos y recono­ cim ientos, pero m uchas de nosotras parecen haber accedido a nuevos dolores y pre­ ocupaciones, sin com pensaciones. Como que apenas las ciudades se han enterado de la presencia de las mujeres, de su contundencia y parecería que les quieren cobran con nuevas argucias cada centím e­ tro. Este No.5 de la R evista “EN O TRA S PALABR AS..” ha querido centrarse en el en­ cuentro de las m ujeres con la ciudad; preguntarse cóm o las mujeres viven la ciudad y cóm o la ciudad ha pensado y piensa las m ujeres - si las piensa - ; qué ha significado la transición del cam po a la ciudad para miles de m ujeres y sus familias, el desplaza­ miento forzoso, el aprendizaje de nuevos espacios desconocidos por ellas y de nue­ vas prácticas de si generadas por la vivencia cotidiana de experiencias ciudadanas en contextos de em pobrecim iento creciente y de m últiples violencias tanto políticas com o sociales e intrafam iliares. Las m ujeres, cuando esperan a un hijo o una hija, son habitadas, son claustros vivos, albergan, abrigan y protegen con una generosidad sin limite. Sin em bargo ellas toda­ vía tienen m uchas dificultades para sentirse ciudadanas de tiem po com pleto, sujetas habitantes con derechos propios y desde im aginarios que las signifiquen verdadera­ mente. En fin la ciudad y sus espacios plantea m últiples preguntas a las mujeres, al menos de que sean las m ujeres de este fin de siglo que cuestionen a la ciudad y su lógica tan excluyente y patriarcal.

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"Las personas son com o inm ensas ciudades que nunca term in an de conocerse; tienen zonas, unas m ás atractivas que otras, unas m ás transitables que otras, unas apasionantes, otras insípidas y aburridas. Uno es peatón y transeúnte de esas ciudades y vaga por ellas, las m ira, las siente. Pero siem pre hay lugares que le gustan más, tal vez porque le hablan a uno sobre sí m ism o. Hay barrios de los que uno no quisiera salir o a los que siem pre va, aunque sea de paso; hay rincones en los que quisiera construir una casita o sem brar un jardín. Com o las ciudades, las personas no suelen darse cuenta de que uno se inventa juegos, de que existen m ás allá de su propio control y lo afectan a uno de alguna m anera. Cam inando por una ciudad (o transitando por una persona) que no es la suya propia uno es vulnerable, m uchas cosas pueden pasarle porque aunque crea conocerla en verdad no la vive cotidianam ente, no sabe leerla del todo, no puede interpretar todas las señales." Nayibe Peña Frade

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R e h a c ieinido saberes


Espacio^ y diferenciación de género1 Jr

Hacia la configuración de heterotopias de placer María

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García (anal


R e h a c ie n d o Saberes

El infierno de los vivos no es algo que será, es algo que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que forma­ mos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio. ITALO (ALVINO

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■ 1 siglo X IX en occidente trajo, adem ás de un cúm ulo de trans­ form aciones y cam bio, dos cuestiones de interés muchas veces olvidadas: su preocupación por el espacio al que recortó, frag­ mentó, le im puso lím ites y fronteras, lo reglam entó y normatizó a fin de ubicar a cada sujeto en su lugar para vigilarlo y contro­ larlo m ejor y, por otro lado, im plantó la diferenciación de géne­ ro basada en el m odelo de los dos sexos, m asculino y femenino, avalado por la naturaleza, en sí m ism a sabia, alejada de toda confusión, legislando para cada ser un sexo y sólo uno.

1 Este artículo fue publicado en la Revista Debate feminista Año 9 Vol.17, Abril 1998, pags. 47 a 56, México. Para su reproducción contamos con la autorización de su directora Marta Lamas.

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A fines del siglo XVII y principios del XVIII com enzaron a darse toda una serie de cam bios radicales en la com prensión de la diferencia sexual, especialm ente a nivel del discurso m édi­ co; hasta esta época existió una representación del cuerpo que se rem ontaba a los griegos, m ediante la cual el sexo y la sexua­ lidad no eran atributos definitivos del cuerpo. Las diferencias se reconocían a través de un continuo: más o m enos calor, más o m enos vigor, donde la causa form al era el hom bre y la m ate­ rial la mujer, según la distinción aristotélica. Se estaba frente a un m odelo de sexo único, sólo había un sexo: el masculino, y la m ujer era una form a dism inuida, fallida de ese único sexo. D u­ rante dos m ilenios la teoría uni-sexual dominó el pensam iento anatóm ico, de tal m anera que la sexualidad de las m ujeres era la form a degradada de la sexualidad masculina, estableciéndo­ se una serie de equivalencias: el útero era el escroto femenino; los ovarios, sus testículos; la vulva, un prepucio; y la vagina, un pene invertido, vistos com o form as no totalm ente desarrolladas com o las m asculinas. A lo largo del siglo X VIII aparece una nueva teoría que comE N O T R A S PALABRAS . . .


Relhiac iiemudo Saberes

parte su existencia con la anterior: surgen dos sexos -uno fem e­ nino, el otro masculino- claram ente diferenciados, distintos, que encuentran su asidero en el discurso clínico, anatóm ico y fisio­ lógico de la reproducción, el cual sanciona para cada cuerpo un sexo y sólo uno, siguiendo los lineam ientos de la naturaleza, que rara vez se confunde. Este m odelo encuentra en O ccidente su posición dom inante durante el siglo XIX. El cuerpo, entonces, se hizo espacio, lugar y escenario de bata­ lla “de la redefinición de una relación tan antigua com o la hu­ manidad, la relación hom bre-m ujer”2 . Hasta la aparición de este segundo m odelo no era el sexo quien fundaba la diferencia, sino el género social atravesado por valo­ raciones em inentem ente éticas, en tanto que a partir del siglo XVIII es el sexo el que funda la diferencia, siendo el género su expresión. Estas dos preocupaciones m arcaron muy especialm ente los es­ pacios ciudadanos, surgió una sociedad ordenada bajo norm as d iscip lin a rias, la ciudad se co n stru y ó bajo el signo de la normativización. Pareciera que el espacio ciudadano y la diferenciación de géne­ ro nada tienen que ver entre sí, que no se establecen entre ellos roces, cruces o encuentros, ya que el prim ero habla de localiza­ ción geográfica, de coordenadas topológicas aparentemente neu­ tras, objetivas y reales, en tanto que la diferencia de género se refiere al reconocim iento de los cuerpos com o m asculinos o fe­ meninos, a la nom inación de los sujetos com o hom bres o mujeEN O T R A S PALABRAS .

2 Ver Thomas Laqueur, Making sex. Body and Gender from the Greeks to Freud, President and Fellows of Harvard College, Mass., 1990 y "Amor veneris, vel dulcedo appeletur", en Fragmentos para una historia del cuerpo humano, tomo III, editado por Michel Feher con Ramona Naddaff y NidiaTazi, Taurus, Madrid. 1990.

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Rehac ieimdo Saberes res, a cuerpos diferentes que circulan en el espacio en su trans­ currir tem poral. El espacio rem ite a lo estable, lo perm anente, es un dato, el suelo de una fundación; el género, por su parte, se inscribe en el devenir, en el fluir de la vida de los sujetos, en su pulsar dife­ renciado. O posición aparente entre tiem po, vida, destino; y es­ pacio, lugar, ubicación, em plazam iento; com o si el tiem po flotara en la nada y el espacio fuese un suelo vacío. Sin em bar­ go, ambos se entrelazan siendo imposible su separación:los cuer­ pos en su devenir requieren de un espacio de existencia, espacio que les da su sello y su m arca y, al mism o tiempo, esos cuerpos construyen la historia del suelo que habitan. Los cuerpos tam bién form an parte del espacio, construyen pai­ sajes y escenarios y, en sí m ism os, son un volum en, una espacialidad que perm anece desgastándose en el tiempo. “Sobre el cuerpo se encuentra el estigm a de los hechos pasados, de él nacen los deseos, los desfallecim ientos y los errores; en él se entrelazan, pero tam bién en él se desatan, entran en lucha, se borran unos a otros y continúan su inagotable conflicto [... ]E1 cuerpo: superficie de inscripción de los sucesos [...], lugar de disociación del yo [...], volum en en perpetuo derrum bam ien­ to”3 . H asta finales del siglo XVII, entonces, hom bres y m ujeres per­ tenecían a un m ism o conjunto, en el cual la m ujer no fue más que una derivada del hombre: Ab donde: A = hom bre y b= m ujer En tanto que a finales del siglo XVII y principios del XVIII el m odelo de los dos sexos, con su precepto a cada cual un sexo y sólo uno, ubicó la eticidad que se desprendía del m odelo ante­ rior y som etió un sexo al otro: 1/x + x/1 donde:

3 Michel Foucault, “ Nietzsche, la genealogía y la historia", en Microfisica del poder, Edi­ ciones La Piqueta, Madrid, 1979, pp. 14/15.

ILO

1/x = hom bre, un ser que reina sobre objetos y sujetos; x /l= mujer, una existencia som etida que encuentra su ser en la función de reproducción y maternaje; + = la relación entre am bos está m arcada exclusiva­ m ente por la reproducción en su forma familiar. E N O T R A S PALABRAS .


En este trabajo que la m odernidad ejerce sobre los espacios, tendiente a delim itar los lugares, a establecer funciones, a orde­ nar y disciplinar los cuerpos, la diferenciación de género se cons­ titu y ó en u n o de lo s in s tru m e n to s p r iv ile g ia d o s de la norm ativización. Es en este m om ento que surge la casa fam i­ liar, la fábrica, la cárcel, el hospital, el hospicio, el m anicom io, la escuela...lugares claram ente delim itados con funciones espe­ cíficas, con objetivos determ inados. En ellos los cuerpos circu­ lan sujetos a normas, se les im pone un ritm o, una sensibilidad, una form a de m irar y hablar, es decir, se construye en ellos una form a de ser y de hacer, un estar en el mundo. C ada espacio con límites y fronteras conform ó los cuerpos, los m odeló a su im a­ gen, les fijó sus trayectos, los encerró en su ir y venir cotidiano. La diferencia de género se hizo presente en todos ellos, distin­ guió entre hom bres y mujeres, los separó y evitó las confusio­ nes y las mezclas; los educó en la diferencia y los extrañó en la sensibilidad; les exigió una form a de aparecer ante los otros, les propuso unos gestos com o propios y naturales, legisló para ellos un com portam iento avalado com o norm al a su género y por tan­ to a su sexo: los hizo hom bres o bien m ujeres, cual si fuesen actores representando una obra ya escrita de antem ano. U na m ínim a desviación desataba la angustia y la suspicacia, ponía en duda el m odelo que se hizo espejo en el cual todo cuerpo estaba obligado a reflejarse. Si bien los espacios de segregación sexual en m uchas institu­ ciones proliferaron -lugares exclusivam ente para hom bres y lu­ gares sólo de m ujeres-, aparecieron otros previstos para la socialización y el encuentro entre am bos. En ellos eran los cuer­ pos quienes estaban obligados a diferir, a hacer explícita, a tra­ vés de sus gestos, rituales y maneras, la diferencia y la distancia. En esos lugares de encuentro y socialización, la separación en­ co n tró su ex p resió n en los b añ o s, com o si las fu n cio n es excretorias no pudiesen com partirse ni ser observadas por ser dem asiado cercanas a la sexualidad y al erotism o; es por eso que la cultura las convirtió en privadas, secretas y vergonzantes: que un sexo no observe ni contem ple “esa” parte del cuerpo de los otros, de los diferentes. En algún rfiomento, cualquier sujeto puede olvidar su diferencia, pero es al encontrarse frente a los baños, claram en te d ifere n ciab les, cu an d o está o b lig ad o a recordarse com o lo que es, reconocerse com o hom bre o bien com o mujer, hacerse consciente de la diferencia, asum ir el lu­ gar en que la cultura lo ubica conform e a su sexo y su género. EN O T R A S PALABRAS .


R e h a c ie n d o Saberes Espacio y diferenciación de género adquieren una estrecha re­ lación entre sí, todo espacio localiza distancia, la teatraliza, la hace evidente y, al m ism o tiem po, los sujetos recuerdan dicha diferencia y se reafirm an com o tales al m overse en un espacio siem pre codificado. Todo lugar recibió el sello distintivo, aún aquellos constituidos para la vida en común, com o lo fue la casa fam iliar4 , nacida para dar albergue a la pareja heterosexual y a la fam ilia surgida de ella. La casa sacralizó la sexualidad reproductiva y se convirtió en el espacio fem enino por excelen­ cia, en el adentro, en el lugar de lo íntim o y de lo privado. La m ujer le dio su sello y la casa la encerró en la intim idad y en la fam ilia. En su interior se fueron separando los lugares de loca­ lización de los sujetos m arcados por un género o bien por otro, cotos fem eninos casi por esencia com o la cocina, en la cual reinó la m ujer haciéndose cargo de la alim entación de la fam i­ lia. La biblioteca y el estudio com o el lugar em inentemente mas­ culino reforzando la función racional del hom bre sobre la función sensible de la mujer. La casa fam iliar se convirtió en el lugar no ya de la m ujer sino de la m adre contribuyendo a subsum ir a la m ujer bajo la im agen de la maternidad, tanto que fue casi im posible, a partir de ella, separar la función materna de la definición de la mujer. M ujer y m adre se convirtieron en sinónim os, una y otra fueron inseparables. Cada lugar fue m arcado por la diferencia, todo territorio fue dividido, fragm entado, atribuido: territorios defendidos como la derecha o la izquierda de una cam a com partida; ritmos y prio­ ridades en el uso de un lugar o de otro; cuidado y respeto del sueño m asculino; exigencia para la m ujer de iniciar sus m ovi­ m ientos al alba y term inar su jornada cuando ya todos duermen. El espacio exigió un tipo de vida, la vida familiar, conform ando sensaciones, sentim ientos, afectos y afecciones, amores y odios, hizo a los sujetos hom bres o mujeres.

4 Esta temática fue desarrollada en trabajos anteriores: María Inés García canal, “ La casa: lugar de la escena fam iliar” , en I. Maldonado (comp,), Familias: una historia siempre nuei/a, CIIH.-UNAM/Porrúa Editores, México, 1993 y H. Chávez y M.l. Garcia C., “ La casa: rumo­ res de un poder cristalizado” , Revista Política y Cultura, imágenes, representaciones y sub­ jetividad, Departamento de Política y Cul­ tura, UAM-Xochimilco, primavera 95, año 3, num. 4, México.

N ingún espacio quedó fuera de este trabajo escenográfico, de esta tecnología de dom inio y clasificación, convirtiéndose len­ tam ente en los nuevos escenarios en los que se teatralizó la vida cotidiana. Los papeles se fueron aprendiendo en su continua repetición, los sujetos fueron dividiendo hombres o bien m uje­ res, conform e a los papeles asignados y a la continua repetición de actos exigidos, dem andados, im puestos por el escenario. Los actores están siem pre ya en el escenario, dentro de los tér­ minos mismos de la representación. Al igual que un libreto puede ser actuado de diferentes m aneras, y al igual que una obra re-


Relhiaetiendo Saberes quiere a la vez texto e interpretación, así el cuerpo generizado actúa su parte en un espacio corporal culturalm ente restringido, y lleva a cabo las interpretaciones dentro de los confines de di­ rectivas ya existentes.5 De esta m anera los sujetos-actores, en su papel de hom bres o bien de mujeres, deben acercarse al personaje im puesto social­ mente, deben conform ar su subjetividad en función de las im á­ genes sociales exigidas, lográndolo a través del ensayo cotidiano y de la repetición. Al igual que en la lógica teatral, se sabe que la práctica perfec­ ciona, nos evoca el aspecto m ecánico del proceso en el cual la fatiga, el trabajo arduo y repetitivo, la disciplina y la m onotonía conducen a buen fin el encuentro entre el personaje y el actor, encuentro que produce la representación, la interpretación de los papeles asignados, anulándose la diferencia entre el ayer y el hoy. La representación es la hacedora del presente. De esta m anera la vida se sujetó al espacio inform ado por los códigos de la diferenciación y de dom inio de un sexo sobre otro y exigió que los sujetos teatralizaran su función conform e a di­ chos códigos espaciales. Esta lógica teatral conform ó, a su vez, la mirada alejada definitivam ente de la visión. La visión está m arcada por el funcionam iento fisiológico del ojo que ve según determ inados ejes verticales y horizontales siguiendo la postura del sujeto; registra, a su vez, una gam a de luces y de sombras; posee un cam po visual específico, pudiendo determ inarse son precisión sus desviaciones. Sin em bargo, más allá de este com portam iento fisiológico, el sujeto ve los objetos exteriores a él munido de la lente de un pasado que sub­ siste y de un futuro que insiste a través de anhelos y esperanzas. Ve cargado de un cúm ulo de im ágenes que persisten e insisten en él; de una lengua que valora su estar en el m undo y su rela­ ción con los objetos que lo circundan; de un conjunto de consig­ nas y frases hechas inscritas en su cuerpo y en su mente y que le imponen una forma de ver , constituyendo el m irar propio de su espacio, de su tiempo y de su historia.6 Ver no es lo mism o que mirar, la m irada sobrepasa lo biológico, está arm ada por el conjunto de m iradas, por los otros que miran, por los enunciados culturales dom inantes, por la producción de im ágenes hegem ónicas. La m irada, entonces, está siem pre historizada, plena de afectos y de rechazos; los objetos hacia los 1EN O T R A S P A L A B R A S . . .

5 Judith Butler, “Actos de representación y constitución de género: un ensayo sobre fen om enología y teo ría fe m in is ta ", en P erform ing Fem inism s: Fem inist C ritica l Theory and Theater Editado by Sue-Ellen Case, the John Hopkins University Press, Balt.and London, 1990. (Traducción al espa­ ñol de Marie Lourties-mecanografiado, p. 14.) 6 Esta temática fue desarrollada en María Inés García Canal, El Señor de las Uvas, Cul­ tura y género. UAM-X, 1997.

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Relhiae iiemido Saberes cuales dirige su m irada ya han sido m irados y cada m irada deja en ellos un cúm ulo de valores y significancias. El sujeto ve a través del filtro de su mirada.

L a m odernidad produce ciertos presupuestos históricos que constituyen la mirada, dándole su carácter y su sello. La mirada, entonces, tam ­ bién es histórica.

Existe una tensión entre mirar y ser mirado, el su­ jeto mira con la mirada del otro que lo constituye, aprende a mirar siguiendo el trayecto de la mirada ajena, aprende a mirar en tanto es mirado.

El sujeto se constituye com o tal en el acto de habla y en el acto de mirada, es a través de di­ cho proceso que el yo hace su aparición, es en el m om ento que habla y ejerce la palabra y en el instante que m ira y dom ina al objeto con su m i­ rada inquisitoria que el yo logra su existencia y concreción. Al mirar, hecho sujeto, su m irada recae sobre objetos, siendo entonces, un acto de dom inio donde se reafirm a como un sujeto que reina sobre los objetos que se hayan dentro del cam po de la visión. Esta prem isa se haya ancla­ da en la teoría del conocim iento, en la escisión establecida entre el sujeto que observa y cono­ ce, y el objeto observado y presto a ser conoci­ do. La m irada se confunde, entonces, con la observación que perm ite acum ular inform ación sobre el objeto para someterlo y dominarlo. Esta form a de m irar encontró en la sociedad m oder­ na un diseño arquitectónico que perm itió su de­ s a r r o llo y p r o lif e r a c ió n en u n a a p a re n te neutralidad: el panóptico capaz de distribuir espacialm ente las luces y las sombras, ubicando a los objetos en el cam po de la lum inosidad a fin de ser vistos, expuestos a la mirada, en tanto que los sujetos se esconden en la sombra, se sus­ traen a la mirada.

La mirada, entonces, al igual que la palabra, nace de la distancia y lá separación con las cosas, es el puente que perm ite acercarse, desde la dis­ tancia, a ellas. Para que la m irada exista ha sido necesaria la aparición de un cuerpo significante y significado, un adentro cuyo lím ite es la piel que lo separa del afuera, del cúm ulo de objetos que están en lo que ese cuerpo aprecia com o ex­ terioridad de sí. Para que la m irada se constituya ha sido necesa­ ria la aparición de una interioridad, de un ser separado de otros y de las cosas y es en ese pro­ ceso de separación que el sujeto puede realizar la puesta en escena, producir im ágenes de los otros y de sí. La m irada es un proceso en tanto que la im agen es su detención, la rigidización de la escena. Se sabe que la m irada, en tanto puesta en esce­ na,7 es previa a la puesta en sentido, a la puesta en palabras capaz de am arrar y encerrar el senti­ do, y propone una sintaxis de aprehensión del m undo diferente y previa a la propuesta por el discurso verbal. Dos lógicas diferentes que no se reducen una a la otra sino que se hallan siem ­ pre en continua tensión y com petencia. La m irada, al m ism o tiem po, se halla atravesa­ da por el deseo, el placer y el erotism o, busca incansablem ente objetos que puedan ser la cau­ sa que m otiva el deseo del sujeto, objetos que más tarde im aginariza, pone en escena y, m u­ chas veces, se fija en ellos cual si fuesen fantas­ mas que los persiguen y acosan.

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Ver sin ser visto, ser visto sin ver, escisión y distinción entre sujetos y objetos, entre mirar y ser mirado. Por otro lado, el m odelo de los dos sexos, fem e­ nino y m asculino, conform ó también la mirada; todo objeto que se halla en el cam po de la vi­ sión está m arcado por la diferencia, la mirada exige la distancia, recae sobre hom bres o bien

7 Ver Piera Aulagnier, “De lo originario al proyecto identificatorio” , en Luis Hornstein y otros, Cuerpo, historia, interpretación, Paidós Psicología Profunda, Buenos Aires, 1991.

EN O TR A S PALABRAS .


Relhiaeieimdo Saberes sobre mujeres, objetos fem eninos o m asculinos, con una gestualidad y determ inados com porta­ m ientos que los nom inara com o tales. L a dife­ rencia de género es previa y constitutiva de toda mirada que aprende a buscar cualquier desvia­ ción y anom alía; cada m ovim iento o gesto que no corresponde con lo legislado para un sexo o bien para el otro es registrado por el ojo avisa­ do, siempre dispuesto a nom inar cualquier des­ plazam iento o perversión.

reafirmación de sí, más allá de sexos y género ? M ujer y hom bre no son más que signos que se adosan a un cuerpo y lo cargan de sentido y sig­ nificación; liberándose am bos del signo, de su carga ética y valorativa, pasan de una sem ántica unívoca a una polisem ia, a una proliferación de sentidos abiertos y otros.

Todo aquello que escapa a la norm a es detecta­ do por esa m irada que observa, en silencio, cada gesto, cada movim iento, cada reacción; el dis­ curso clínico le enseña a sancionar lo que esca­ p a de la n o rm a lid a d tr a n s f o r m á n d o lo en patológico, en monstruoso. La m irada busca de­ te ctar la o tred ad , p ara u n a vez en c o n tra d a nominarla, calificarla, excluirla y recluirla.

La m odernidad, en su estrategia de dom inio, co­ dificó los espacios haciendo de ellos el reino de la observación a fin de clasificar, separar y divi­ dir; y utilizó la diferenciación de género com o instrum ento privilegiado para el logro de sus ob­ jetivos. Toda transgresión, refutación y resisten­ cia por escapar a las leyes de dom inación no puede olvidar el espacio, sobre él ha de recaer el trabajo de los sujetos, a fin de convertirlos en lugares-otros, lugares fuera de todo lugar.

El poder, entonces, conform a la m irada, le da su sello y su marca, hace del sujeto que m ira un verdugo en busca de su víctim a, expuesta siem ­ pre a la visión, traspasada por la lum inosidad, y estos presupuestos perm iten, por lo tanto, el de­ sarrollo de una especie de erotism o en el que se enlazan sujetos y objetos; im pide la relación entre pares, propone una afectividad y una sexua­ lidad m arcadas por el sado-m asoquism o, donde los sujetos actúan como verdugos y los objetos com o víctimas.

Una tarea transgresiva será, entonces, retrabajar los espacios debilitando sus códigos, im plantan­ do nuevas form as; será producir, en los espa­ cios dados, otra territorialidad; darles otro se­ llo, otra m arca, convertirlos en el lugar de esce­ nificación del placer generando otro tiempo, pro­ duciendo otros ritm os pulsados por la tensión entre el placer (el am or sabido) y el goce (siem ­ pre angustia), que perm ite la explosión de for­ mas, la m ultiplicidad de escenarios, la prolife­ ración de juegos.

La mirada se dirige siempre hacia objetos y jam ás a sujetos, objetos que serán clasificados de feme­ ninos o bien de masculinos; estará adiestrada para buscar entre los objetos sobre los cuales recae a todos aquellos que escapen de la normalidad, a fin de someterlos y dominarlos; y posibilita, a su vez, la producción de un erotismo entre víctim as y victimarios, exige y demanda relaciones marcadas por el dominio y el sometimiento.

Estos espacios no serán una utopía, ya que ésta es un espacio im aginario fuera de toda concre­ ción; serán, en sí m ism os, una heterotopia8 , un lugar efectivo, una utopía con realidad, un lugar-otro que guarda en sí otros lugares, que los relaciona generando cruces, vías e interseccio­ nes, que los enlaza haciendo ovillo o m adeja; que superpone los tiem pos provocando ritm os dispares, distintos.

¿Cómo escapar al espacio codificado y a la mirada exigida ? ¿Cómo construir otro tipo de mirada ? ¿Cómo hacer del cuerpo y sus sensaciones una

8 Ver Michel Foucault, Des espaces autres, en Dits et écrits (1954­ 1988) Tomo IV (1980-1988), NRF, Editions Gallimard, París, 1994, pp. 752-761.

E N O T R A S IPALAIBRAS . . .

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Relhiaeíendo Saberes Este espacio-otro, en tanto ilusorio, hace eviden­ te com o ilusorio todo espacio real, refuta toda rutina y cotidianidad, establece un orden nuevo a producir diariam ente, preconiza con exactitud y precisión el m ovim iento y devenir, m ostrando al m undo del afuera como desordenado y sin or­ ganización. Las heterotopias de placer producen un orden nuevo que perm ite la sorpresa, lo in­ acabado; es poner continuam ente en acto la im a­ ginación. Espacio gozoso y deseante que desea la puesta en escena del placer. En esos lugares-otros, en estas pequeñas islas de placer en su continuo dar form a al deseo to­ mando del deseo su form a, los sujetos tendrán que olvidar la diferencia y la distancia im puesta por el género, hacer del olvido una tarea. Y se sabe que sólo el recu e rd o p erm ite olv id ar, recordar(se) hombre y recordar(se) m ujer a fin de violentar los roles, de m odificar el guión im ­ puesto por la cultura para unos y otros, m odifi­ car los escenarios y las escenografías, fabricar una nueva teatralidad. La m irada se hará otra; alejada de la observa­ ción, ya no se dirigirá a objetos sino a sujetos, será recuperar la m irada táctil9 que anticipa el encuentro de los cuerpos o que prolonga su cer­ canía aún después de su separación. Pareciera que la cultura occidental perm ite a la mujer, con m ayor facilidad que al hom bre, la producción de este tipo de heterotopias, debido a que no la fijó en una imagen única y monolítica, a pesar de los intentos de desaparecerla tras la im agen de la madre, negándola com o mujer. Si bien la alejó del m undo de los sím bolos, la im ­ plantó en el territorio de lo im aginario y cons­ truyó para e lla una e x te n sa e in term in ab le im aginería, fabricó un continuo sin detención de las im ágenes que la hacen una y otra más. La desdobló en profusos personajes y más; abrió p ara ella un aban ico que ja m á s term in a de desplegarse; la fue ubicando com o si fuese las cartas abiertas de un juego de azar, com o las pie­

zas de un rom pecabezas incapaz de producir una única im agen, cerrada, definitiva. La cultura sí construyó una imagen definitiva y única del hom bre, el hombre fue uno y todo, en tanto que la m ujer fue muchas y ninguna. Hoy la im agen m asculina se desgasta y em pobrece sem ánticam ente en tanto que la fem enina se es­ parce en trozos y fragm entos, se difum ina y di­ funde; la prim era im plota, se construye en la expansión de su finitud; la segunda explota, en­ cuentra su definición en la libertad de su pro­ ducción incontrolable. He aquí la alternativa transgresora de la mujer y de lo femenino: dirigir sus esfuerzos en la construc­ ción de heterotopias de placer, en hacer del terre­ no un territorio y convertir el espacio en el suelo de una nueva fundación en que todas las imágenes adquieren existencia y presencia, dando espacio a la ensoñación. Recuperarse como todas y también como ninguna; hacer de los lugares el suelo de asen­ tamiento de la seducción, de la alegría, de la espe­ ra, del adiós, de la despedida y también de la soledad; hacerse presente bajo todas las formas ya imaginadas y pensadas y también en aquellas aún por pensar en una metamorfosis continua, apare­ ciendo bajo todas las máscaras en que fue imagi­ nada, desde las anheladas por el poeta que la hizo mito y objeto inalcanzable a las satanizadas por el poder que quiso dominarla. Recuperarse cuerpo y espíritu; hacer de la am istad10 una forma de vida, inventando de la A á la Z una relación entre suje­ tos (sin sexo ni género) capaz de producir un ero­ tismo nuevo. Diluirse en todas y en cada una de las formas imaginadas y por imaginar: perderse como mujer, nunca fijarse en el sitio que se la aguarda, que es el lugar del Padre, siempre muerto, como se sabe. Llegada allí donde no es esperable.

9 Ver Maurice Merlau Ponty, Lo visible y lo invisible, Seix Barral, Barcelona, 1970. 10 Ver Michel foucault, ‘'De 1‘amité comme forme de vie", en Dits et écrits....op. cit., Tomo IV, pp. 163-168.

E N O T R A S PALABRAS .


R e lhia<ci e ini<dlo Sa Ibe re s

Andamio* para una nueva ciudad Acción y gestión comunicativa1

Rossana Reguillo Profesora-investigadora Departamento de Estudios de la Comunica­ ción Social. Universidad de Guadalajara Profesora del Departamento de Estudios Socioculturales. ITESO.


R e h a c ieimdo Saberes

..voz sin lenguaje, enunciaciones que fluyen del cuerpo memorioso, opaco cuando ya no dispone del espacio que la voz del otro ofrece al decir amoroso o abrumado. Gritos y lagrimas: enunciación afásica de lo que ocurre de improviso sin que se sepa de dónde llega (de qué oscura deuda o escritura del cuerpo), sin que se sepa cómo, sin la voz del otro, eso podría decirse. Michel de (erteau

1 fin de todo lenguaje es la m uerte. Por tanto, vencer la muerte es vencer el silencio y la invisibilidad. La ciudad com o escena­ rio central de la vida contem poránea se enfrenta hoy a m últi­ ples tensiones, quizás la más im portante es la que se sitúa entre la palabra y el silencio.

Form as Socioespaciales La ciudad ha visto erosionarse paulatinam ente el vínculo co­ m unicativo sacrificado o ingnorado por los brutales procesos de urbanización.

1 Ponencia presentada en el Seminario “ Ciu­ dad Comunicada” . Pontificia Universidad Bolivariana. 17 y 18 de octubre de 1997. Medellin, Colombia.

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La ciudad convertida en metrópoli (Simmel, 1977) por la acele­ rada concentración de bienes, servicios y personas, derivada a su vez de la expansión de la econom ía monetaria, trajo consigo un d etrim e n to de los co n ta c to s p erso n ales p o r vía de la despersonalización de las relaciones sociales, requerida para ga­ rantizar el funcionam iento de este m oderno entorno. La lógica de acum ulación se superpuso a los esquem as de organización territorial y sim bólicos de las poblaciones citadinas obligando a sus habitantes a una reconfiguración en los modos de uso del espacio y, sobre todo, originó un repliegue hacia lo privado en la m edida en que transform ó el espacio público urbano en un espacio instrum ental. La característica de la m etrópoli es la del desplazam iento, m ovilidad acelerada. La calle es el “back­ ground” que el transeúnte contem pla distraídam ente entre dos puntos fijos. El autom óvil, el autobús, el metro, son prótesis que transform an al habitante de la m etrópolis en un sujeto fun-


R e h a c ie n d o Saberes

cional a los objetivos de la urbe. La ciudad transform ada en m egalopolis (Gottman, 1994) más por los procesos sociales que desata que por la concentración dem ográfica, reform ula los residuos de la m etropolis ai inser­ tar una nueva lógica urbana articulada a los cam ­ bios acelerados en la esfera eco n ó m ica. La megalopolis tenderá a organizar la ciudad en tres tipos de espacios socioterritoriales: la ciudadeje en la que se concentran los núcleos de desa­ rrollo económ ico y oficinas gubernam entales; la llamada edge-citie, que es la “ciudad en las afue­ ras” , donde se concentrarán dos tipos de áreas habitacionales, los suburbios de las clases diri­ gentes y los com plejos para los trabajadores o excluidos; y, los “exopolos” com o subsistem as situados más allá de la edge-citie, de usos m úl­ tiples (industrial y habitacional, principalm en­ te). Esta organización socio-territorial, repercute en las formas de socialidad al operar un “vacia­ m ie n to ” d el c e n tro y g e n e r a r m ú ltip le s centralidades-periféricas que tienden a “fijar” al habitante de la m egalopolis en territorios res­ tringidos y autosuficentes. La experiencia de ciu­ dad se reduce al propio m icrouniverso ya que los “m egapolitanos” tenderán a vivir, estudiar, comprar, y a practicar su culto en una m ism a región. A sí el nom adism o de la m etropoli, se transforma en la megalopolis en un sedentarismo

selectivo cuya repercusión es la de una precarización en las relaciones sociales. Para pensar las transform aciones urbanas actua­ les, es Francois A scher (1996) el que propone el concepto de “m etápoli” para dar cuenta de la discontinuidad entre los espacios que form an parte de la m etropoli, que se interconectan a tra­ vés de las tecnologías de com unicación. Se tra­ ta de pequeñas ciudades dentro de la ciudad que es distinta de la m egalopolis en cuanto a que la tram a urbana está vinculada por nodos inform ativos-com unicativos, en un efecto de red. En la m etápoli la dim ensión presencial de la vida ur­ bana es sustituida por la interactividad que fa­ vorece la tecnología. O tro m odo de conceptualizar estos procesos urbano-tecnológicos es el form ulado por Javier Echeverría (1995), quien pone el énfasis en las posibilidades telem áticas de interacción, el denom ina a este m odo de re­ lación urbana “telépolis” . Pero más allá de las diferencias en las form as socioespaciales, lo que estas tres m anifestacio­ nes urbanas tienen en com ún es el debilitam ien­ to o transform ación del espacio público com o espacio de la palabra colectiva y del encuentro. C ualquiera que sea la especificidad de la m ani­ festación de la form a urbana, esta se constituye


Relhiaeiiemdlo Saberes

en espacio de interpelaciones diversas a los ciu­ dadanos. La ciudad no es hom ogénea. El posicionam iento de los actores, el género, la edad, la creencia religiosa, la pertenencia a un territo­ rio, la clase socioprofesional, introducen dife­ rencias en los modos de experim entar y de actuar en la ciudad. Estas diferencias en los modos de percepción y de acción, son el fundam ento m ism o en los que reposa el orden cultural urbano. El reconoci­ m iento de la diversidad es el m otor de la vida en la ciudad, su negación es la m uerte de la ciudad.

un triunfo y com o un riesgo- Es el juego entre estas dos tendencias el que va configurando los modos de habitar la ciudad. Ello quiere decir que la ciudad no se agota en su forma, en la di­ m ensión material, sino que se constituye a tra­ vés del uso que los “practicantes” del espacio urbano hacen de ella.

Procesos socioculturales

Así, “la calle” com o m etaforización del orden urbano, se convierte en el territorio en disputa entre los proyectos excluyentes y los proyectos inclusivos.

En las ciudades contemporáneas se expresan hoy, de m anera general, dos grandes tendencias. De un lado, la reem ergencias de ciertos discursos totalitarios o intolerantes que interpelan la sub­ jetividad m ediante argum entos centrados en la “recuperación” de lo perdido: las costum bres, la centralidad de la fam ilia, los valores religio­ sos, el exacerbam iento de los nacionalism os. A la incertidum bre se responde “cerrando” el sen­ tido y excluyendo la diversidad. Conservación y reproducción com o dispositivos de continuidad. De otro lado, la em ergencia de discursos y prác­ ticas horizontales que buscan nuevos acuerdos intersubjetivos, la negociación frente a la con­ frontación. Y que han abierto la posibilidad de una nueva form a de gestión colectiva capaz de incorporar, respetando, los distintos significados que coexisten en la ciudad. En tal sentido la ciudad puede pensarse com o

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El im aginario de la violencia, característico de las ciudades latinoam ericanas trabaja a favor de la exclusión al instrum entalizar el más peligro­ so de todos los miedos: el miedo a tener miedo. La calle se ha “vaciado”, deja de ser un lugar practicado (De Certeau, 1996), para convertirse en un territorio poblado de im ágenes aterrado­ ras que van asociándose peligrosam ente a cier­ tas categorías socioculturales. El ciudadano vive perm anentem ente en la tensión confiabilidadvulnerabilidad. Vivir la ciudad im plica la puesta en juego de una serie de com petencias y sim ultáneam ente de dispositivos que m antengan «a raya» todos aquellos elementos (materiales y simbólicos) que “se cree” irreflexivamente, representan una ame­ EN O T R A S PALABRAS .


Relhiaeleedlo Saberes

dadano deje de asum irse com o “víctim a” o es­ p ectador del derrum be de la socialidad y se reapropie de la palabra com o condición indis­ pensable para apropiarse de la ciudad Y para ello debe entender que hoy más que nun­ ca, se requiere una nueva form a de política. naza, un riesgo para la vida propia y la del gru­ po. Sin embargo, la vida urbana para su desarro­ llo dem anda de intercam bios de diversa índole (económ icos, políticos, culturales) que reposan sobre un mínimo de certezas cuyo objetivo es el de m axim izar estos intercam bios. El c iu d a d a n o « d eb e» c o n fia r en q u e su s innevitables desplazam ientos, sus necesidades de abastecim iento, su acceso a los servicios ur­ banos, entre otros requerim ientos y sobre todo, su seguridad, están garantizados por diversos cuerpos de expertos y por subsistem as que ¡fun­ cionan!. Sin embargo, tiene evidencias em píri­ cas cotidianas que revelan la precariedad de estos funcionamientos. La indefensión se experim enta com o dato coti­ diano, ello deriva en la producción de una espe­ cie de “manual para la sobrevivencia urbana” que proscribe tránsitos, que lim ita encuentros, que genera la sospecha generalizada. El miedo favorece la estigm atización que se convierte en la justificación del autoritarism o y de la exclu­ sión. No se trata de transform ar al ciudadano en un “héroe” que en una epopeya urbana cotidiana, ignore o desestim e la violencia real que se pa­ sea im punem ente por la calle, sino de generar dispositivos reflexivos que posibiliten que el ciuEN O T R A S PALABRAS . . ,

Poderes y contrapesos * Pensar en una ciudad com unicada obliga nece­ sariam ente a una reflexión en torno al ejercicio del poder. Las reglas en el juego político, han cam biado. En relación al tem a que aquí nos atañe, es im ­ portante colocar el elem ento de globalización, no reducido a sus im plicaciones económ icas, sino centralm ente en torno a lo que ha hecho posible, com o un efecto no deseado por el m er­ cado: el su rg im ien to de una so cied ad civil internacionalizada. La ciudad hoy está conecta­ da de m aneras múltiples. C otidianam ente y para com pensar la crisis en la política social que se deriva de un m odelo de desarrollo anclado en el libre com ercio y que genera todos los días más pobres y m arginados, emergen pequeñas agrupaciones ciudadanas que conocem os com o “organizaciones no guberna­ m entales” , a las que en buena m edida se debe el freno a la im punidad con la que actúan algunos Estados N acionales, en la m edida en que ope­ ran com o redes de com unicación que se acti­ van rápidam ente y son capaces de m ovilizarse a m ayor velocidad que el aparato gubernam ental en la m edida en que no padecen una estructura

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Rehaciendo» Saberes

organizativa pesada: A m nistía Internacional y G reen Peace, son los ejem plos más acabados, pero no los únicos. Hoy com o nunca la voz de los ciudadanos agru­ pados en estas organizaciones se constituye en uno de los principales contrapesos al ejercicio del poder. Esto es algo con lo que los diferentes gobiernos tendrán que aprender a coexistir a di­ versas escalas: local, nacional, global. La adm i­ nistración de la ciudad no se agota hoy en el ám bito restringido de la región, de lo local. En la escena política actual no sólo están pre­ sentes los actores tradicionales, se han ganado el derecho de piso los ciudadanos que han opta­ do por el trabajo político-social com o frente de lucha. La política es cada vez m enos una esfera autónom a y cada vez más un espacio heterogé­ neo de form ación de voluntades colectivas. Pero si el poder debe aprender a vivir en este nuevo contexto, también los ciudadanos organi­ zados están en la obligación de asum ir respon­ sablem ente su papel y ello quiere decir dar pasos decisivos en la afinación de los m ecanism os de form ación de opinión y de acom pañam iento a la sociedad. Para la ciudad contem poránea, la aportación principal de las llam adas o n g ’s es­ triba en su capacidad para volver visibles los conflictos y los problem as centrales a la socie­ dad. Son los contrapesos políticos la única m anera de “hacer ciudad”, interpelar a los poderes a tra­ vés de una voz planetaria que se m anifiesta lo­ calm ente. Inevitablem ente para unos, afortuna­

dam ente para otros, junto con la econom ía m un­ dial, em erge una ciudadanía mundial que se re­ siste a ser tratada com o súbdita. Hoy los muros de la ciudad son transparentesEn la m edida en que a las voces organizadas se suman más voces y se construyen nuevos acuer­ dos políticos, la ciudad adquiere mayor espesor social y cultural ya que se configura entonces com o producto del acuerdo colectivo. Pero no sólo de política viven los ciudadanos.

Cuerpos La ciudad anda en los cuerpos y habita en la memoria. Imprime la huellas de su historia, de sus secretos, de sus gozos, de sus dolores, de su continuo hacerse en los muros y en los cuerpos de aquellos que la habitan. Al priorizar la función económ ica e instrum en­ tal de la ciudad, se suprime el teatro, el circo, el carnaval, la fiesta, lo que significa la derrota del cuerpo, vehículo prim ero de la socialidad. La ciudad triste es aquella que ha expulsado los sonidos, los olores, los cuerpos ciudadanos, la que norm aliza mediante decretos uniformadores los espacios de encuentro colectivo. Los poderes lo saben, la fiesta es peligrosa por­ que el contacto crea nuevos lenguajes y confie­ re el sentimiento de pertenencia a un gran cuerpo popular, porque la risa desacraliza y logra abo­ lir las estrategias coercitivas. Por ello, la ciudad E N O T R A S IPALAIBRAS .


Relhiae ¡Leindo Saberes triste y disciplinada, sin memoria, genera espa­ cios de vigilancia para evitar los grupos sospe­ chosos, “las pluralidades confusas, huidizas” (Foucault, 1979), la ciudad descolectiviza: “a cada individuo su lugar; en cada em plazam ien­ to un individuo” (ibid). En esa ciudad, se castiga el exceso, de palabras, de gestos, de sonrisas, todo es austéro. En esa ciudad los niños y los jóvenes, m etáforas del exceso, son disciplinados poco a poco, hasta que asumen el cam inar huidizo y silencioso de los “buenos” cuerpos ciudadanos. El espacio se segm enta para los cuerpos clasifi­ cados: arriba, el gesto político que se asum e su­ perior; abajo, el cuerpo del pueblo, al que se le permite de vez en vez, una inversión carnava­ lesca del poder. Afuera, el cuerpo público; aden­ tro, el cuerpo que ya no es más privado. Pero en una “ciudad com unicada” los cuerpos logran expresarse. No es una ciudad exclusiva­ mente para los “blancos” y los “hom bres” , en ella caben todos los cuerpos, es una ciudad don­ de las exclusiones generadas por la biopolítica no tienen cabida. Todos son “uno de los nues­ tros” . La ciudad com unicada tiene espacios para el contacto de los cuerpos diversos que la habitan. Es festiva porque sabe que la fiesta es el contra­ punto del tiem po cotidiano y porque tiene m e­ moria, capaz de transform ar el «lugar com ún» en un «lugar significado». En los lugares va quedando la m em oria de los

E N O T R A S IPALAIBRAS . . .

acontecim ientos individuales y colectivos. E n­ tender la ciudad com o potencialm ente «instauradora de intim idades colectivas y creadora de e s p a c io s de in te r c a m b io s » (d e C e rte a u , 1995;204) perm ite hacer salir de su «clandesti­ nidad» los dispositivos a través de los cuales los cuerpos ciudadanos subvierten el orden planifi­ cado de la ciudad.

La ciudad y sus m edios H oy es una constante que los m edios de com u­ nicación (por definición urbanos), se dediquen al lucrativo negocio de reportar asuntos vincu­ lados a la crim inalidad, la delincuencia y a la violencia de muy distintos calibres. La “página roja” ha salido de su espacio restringido y pasa hoy a los titulares. El lector, el telespectador o el rad io escu ch a va co n stru y en d o un paisaje citadino aterrorizante, no hay escapatoria posi­ ble: el centro de las conversaciones gira en tor­ no a la peligrosidad de vivir la ciudad (casi en cualquiera), a la incapacidad o corrupción de los c u e rp o s p o lic ia c o s , a la im p u n id a d y se increm enta el temor, la desconfianza, la sospe­ cha com o m odo de vida. Indudablem ente los medios cum plen un papel muy importante en la ciudad contemporánea. Sin embargo, un peligroso protagonism o, adem ás de su indudable (y legítim o) sentido com ercial, am enazan con transform ar a algunos m edios en una especie de tribunales autoritarios que em i­ ten fallos disfrazados de opiniones o peor, de “inform aciones objetivas” y fom entan con ello

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Relhiac ien «Jo Saberes el clim a de in to leran cia que está crecien d o peligrosam ente en el mundo. Al abandonar su papel de m ediadores y conver­ tirse en los arbitros e incluso en los jueces que pronuncian sentencias irrevocables, contribuyen a profundizar la fragm entación entre los ciuda­ danos y a increm entar la sospecha com o modo de relación. En la A lem ania de Hitler, los niños eran obliga­ dos a tom ar unas clases que se llam aban “cien­ cia racial” , cuyo sentido era el de ejercitar el ojo para “descubrir los rostros extranjeros” . En cla­ se debían descubrir “la expresión cobarde y pér­ fida” de los estudiantes judíos. Franz Lüke, el autor del manual titulado “ABC de la raza aria” , afirm aba que “raza no es simple apariencia y que hay hom bres de apariencia nórdica y que son judíos de espíritu” . Esto generó un clim a de sospecha generalizado, acom pañado de terror, porque si cualquiera podía convertirse en "judio de espíritu”, la denuncia se convertía en un de­ ber sagrado para con el regim en. No se trata de que los medios m inim icen el pro­ blem a de la violencia, ni de satanizar a los m e­ dios, pero si en vez de asum ir con responsabili­ d ad el p a p e l que ju e g a n p o r su e fe c to de verosim ilitud y de ofrecerle al ciudadano, ade­ más de inform ación, elem entos serios de análi­ sis, se d e d ic a n a p ro f u n d iz a r lo s m ie d o s (ex p licab les) de la so cied ad , a fo m en tar la desconfiaza y a autoproclam arse “ m ártires y paladines” de la lucha contra la delincuencia, term inarán por ser parte del problem a al fom en­ tar el recelo, la intolerancia, el odio. Si los m e­ dios y sus operadores, han contribuido en buena medida a desacralizar y a desmontar críticamente los principios sobre los que han reposado los sistemas políticos autoritarios en Latinoamérica, sería un grave contrasentido que hoy se convier­ tan en nuevos objetos de culto.

puede hoy pensarse con independencia o al m ar­ gen de los medios. Son ellos protagonistas de peso com pleto para las configuraciones que asu­ m a la ciudad de fin de siglo. Es im portante plantear que en la m edida en que se aceleren los procesos tecnológicos, que pare­ ce ser una tendencia irreversible, que convierta a los hogares de m anera equitativa en nodos m últiplem ente conectados al exterior, la nece­ sidad de contar un espacio público robustecido, dem ocrático, inclusivo, será una tarea que repo­ sará en buena m edida en el trabajo de los perio­ distas, cuya figura hoy se encuentra también en fase de aguda recomposición. Los periodistas en la nueva ciudad del nuevo siglo, se convertirán en lo que De Certeau (1995) denom inó shifters (transladadores) es decir, en operadores del cam ­ bio por su capacidad de poner en circulación discursos y bienes. S eleccionan, difunden y dinam izan la inform ación y son los agentes ac­ tivos sim ultáneam ente de su apropiación y de su transform ación. La “ciudad com unicada” requiere y merece un nuevo profesionista capaz de activar nuevos sig­ nificados, de reducir la franja de incomunicalbilidad entre los poderes y los ciudadanos, de darle voz y presencia a la diversidad y sobre todo de dinam izar la gestión y la acción colectivas. En m o m e n to s en que las u to p ía s p arec en desdibujadas y la barbarie am enaza con expul­ sarnos hacia lo privado-individual, la com uni­ cación se constituye en una cuestión vital para salir de los ghettos en los que nos hem os confi­ nado. Es la com unicación com o espacio de conversa­ ción y acuerdo intersubjetivo, la que en la me­ trópolis le da sentido a la identidad ciudadana y la que en la telépolis, puede ayudar a configurar una “cibernidad” , en la que la palabra fluya y sea reconocida por los otros.

Por el contrario una “ciudad com unicada” no

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1EN O T R A S PA L A B R A S .


R e h a c ie n d o Saberes Un joven indígena w ixárica que pertenece a la etnia huichola de Jalisco, me dijo hace muy poco “la palabra com prom ete” , yo añadiría, la pala­ bra salva.

A lg u n a s notas finales Una nueva ciudad en el sentido de los vínculos sociales que favorece, no puede pensarse con independencia de sus formas arquitectónicas, de sus procesos de urbanización, que deben res­ ponder y hacerse cargo de la diversidad cultu­ ral, no cóm o discurso retórico para ocultar la desigualdad, sino com o el fundam ento mism o de una m odernidad que no ha logrado cum plir sus promesas de libertad, igualdad, fraternidad. Para ello resulta fundam ental fortalecer de un lado los espacios de “conversación ciudadana”, al recuperar la calle, la plaza y los m edios de com unicación; y de otro lado, avanzar en la constitución de una ciudadanía activa que no se defina por un acto jurídico sino por la participa­ ción a tiempo com pleto de mujeres y hom bres que saben hacerse escuchar por los poderes y construir nuevos acuerdos dem ocráticos. Será im portante en esta búsqueda recuperar la m e­ moria de lo que fuimos y lo que som os para vol­ ver con fuerza sobre lo posible. La ciudad ha generado una nueva estructura de desigualdad que nos lanza el reto de volver visi­ bles los m ecanism os a través de los cuales se excluye a diferentes grupos sociales, tarea que sólo es posible mediante una gestión com unica­ tiva asumida de manera colectiva que favorezca la reapropiación individual de una ciudad realvirtual en la que caben los niños, los ancianos, las mujeres, los indígenas, los otros. Andamio es definido por el diccionario com o “armazón de tablones para trabajar en una obra” , también com o “tablado que se pone en sitios EN O T R A S PALABRAS .. .

públicos para ver una fiesta” y, finalm ente como “m ovim iento o acción de andar” . Todos estos sentidos son válidos. Los andamios aquí propues­ tos, son arm azón, plataform a y m ovim iento, el desafío es la construcción de una nueva ciudad.

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Relhiae ¡témelo Saberes

El género y el desorden en Santafé Colonial

1750-1810)1

(

In tro d u cció n .

1. Este artículo se basa en uno de los capítu­ los de una investigación sobre las mujeres y la sociedad de Santafé de Bogotá entre 1750 y 1810. Tal estudio fue sustentado para optar a la maestría en Historia en la Universidad Nacional de Colombia en el año 1986. 2. Según Margarita Garrido “ ...Aunque la ur­ banización había sido una de las principales estrategias de la colonización desde las pri­ meras décadas de la Colonia, se había puesto mayor énfasis en las funciones políticas y ad­ ministrativas de las ciudades ...En las Ultimas décadas coloniales en la Nueva Granada el concepto de urbanización empezaba a signifi­ car progreso de las ciudades y los pueblos, reestructuración financiera, mejoramiento en los servicios urbanos y de mayor control de la moralidad y del comportamiento de sus habitantes...’’. Reclamos v representaciones. Variaciones sobre la política en el Nuevo Rei­ no de Granada. 1770-1815, Banco de la Re-

26

urante la segunda m itad del siglo XVIII y la prim era década del X IX, las autoridades neogranadinas se plantearon el reto del reordenam iento social. Las ciudades fueron centros privilegia­ dos de ese interés por ser, a criterio del proyecto ilustrado, esce­ narios fundam entales de la vida civilizada. La burocracia tanto secular com o eclesiástica se dedicó a un particular ejercicio. Precisar las fuentes de lo que denom inaban desorden social. B uscaban con ello sustentar las disposiciones con las que se pretendía defender un orden urbano, una moral y unas costum ­ bres que el patriarcado colonial no lograba im poner del todo. Las m ujeres pobres, las forasteras y quienes eran señaladas por “m al v iv ir”, eran consideradas una am enaza para el ordena­ m iento de la ciudad2 . Por ese m otivo abundan las ordenanzas que procuraban regla­ mentar, controlar y sancionar los com portam ientos de aquellas gentes. En este artículo, se pretende m ostrar algunos cuadros del am­ biente de la ciudad de Santafé de Bogotá y resaltar en ellos, las )EN O T R A S P A L A B R A S .


R e h a c ie n d o Saberes

MARIA HIMEIDA RAMIREZ Profesora Modada Departamento de Trabajo Social Facultad de (¡encías Humanas Universidad Nacional de (olombia Integrante del Grupo Mujer y Sociedad relaciones de las mujeres con las autoridades que representaban al orden social y de género hispano. El protagonism o fem enino en las interpretaciones sobre el desorden urbano, fue un prejui­ cio reiterado en el lenguaje de las disposiciones de policía, de los planes de higiene pública y de las norm as judiciales. Las relaciones de las m ujeres con las autoridades expresaban varios conflictos. En este artículo se pretende resaltar los susci­ tados por la incongruencia entre los m odelos de fem inidad sus­ tentados en la moral cristiana y, las experiencias vitales de las inm igrantes pobres, algunas trabajadoras com o las chicheras y las divorciadas. Según las tradiciones españolas en las que se


R e h a c ie n d o Saberes form aron los funcionarios santafereños, el recogim iento, el si­ lencio, la discreción, la castidad, eran los com portam ientos es­ perados de las mujeres virtuosas, fueran ellas doncellas, casadas o viudas. La presencia en la ciudad de num erosas mujeres sin vínculos fam iliares o conyugales que garantizaran su control y sujeción, fue un desafío al patriarcado colonial representado en el gobierno de la ciudad.

1. Pobres y Forasteras.

pública, Santafé de Bogotá, D.C., 1993, p. 203. 3. Gilma Mora de Tovar me sugirió ésta ¡dea al referirse a las presiones fiscales que afec­ taban los sectores económicos en los que las mujeres se desempeñaban, tales como las industrias derivadas de la caña de azúcar y el tabaco, en especial en la provincia de Vélez. Por otra parte, me señaló el impacto de la represión subsiguiente al levantamiento de los Comuneros, como uno de los motivos que con seguridad contribuyeron al despoblamiento de las zonas más afectadas.

Las crisis económ icas en las provincias a finales del siglo XVIII en el N uevo Reino de G ranada, estim ulaban las em igraciones3 . La ciudad de Santafé de Bogotá era un espacio prom isorio para las m ujeres. Las inm igrantes desarrollaban diversas estrategias de sobrevivencia por medio de las cuales lograban percibir in­ gresos económ icos superiores a los de los trabajadores y traba­ jadoras de los medios rurales4 . Es decir, por motivos económicos esta ciudad no sólo retenía a las mujeres oriundas sino que atraía a las de las provincias. Por otra parte, por ser el centro adm inis­ trativo, la sede de Real A udiencia y de los Tribunales Eclesiás­ ticos, la capital era el lugar obligado para definir los problemas básicos de la administración de la justicia. Algunas mujeres tanto pobres com o acaudaladas llegaron a Santafé en calidad de tes­ tigos o cóm plices de infracciones o delitos com etidos en otros lugares. Las esclavas tram itaban las causas por su libertad y la de sus hijos e hijas en esta ciudad. Las esposas o hijas de los inculpados por la justicia penal que arribaron a atender sus plei­ tos o a com parecer a la cárcel, fueron acom pañantes solidarias de sus esposos o padres.

5. A.G.N. (Santafé de Bogotá), Policía. T. 11, f. 249 r. y ss.

El ser forastero y más aún forastera, suscitaba cierta descon­ fianza entre los parroquianos y las autoridades. Un sutil interro­ gatorio que en ocasiones ni se pronunciaba de manera verbal, planteaba algunas preguntas tales como: De donde viene y para donde va? Qué m otivo la trajo a la capital y a qué se dedicará? Cuál es su estado y quien la m antiene? Los cuadros números 1 y 2 dan cuenta del Padrón de forasteros que se diligenció en los diversos barrios de la ciudad en el año 18015 y del de Indios Forajidos de 18066 , en los que se form ularon algunas de aque­ llas preguntas. Tal com o se observa, las mujeres entre aquellos grupos, superaban el 65 por ciento.

6. A.G.N. (Santafé de Bogotá), Caciques e In­ dios. T. 56, f. 357 r. y ss.

La suspicacia de los funcionarios capitalinos ante los nuevos y

4. Según el censo de las Nieves de 1780, los rangos de los ingresos femeninos de la ma­ yoría de las empadronadas fluctuaron entre los 20 y los 40 pesos anuales. En contraste, de cuerdo por lo indicado por Hermes Tovar, los ingresos de los indios concertados no lle­ garon a los 15 pesos anuales y los de los mestizos y demás libres no alcanzaban los 30 pesos anuales. Ver, Hacienda colonial v for­ mación social. Sendai editores, Baceiona, 1988. p. 179.


Relhiac¡Lendo Saberes

Distribución por sexos se g ú n el p ad ró n de in dios forajidos de Santafé, 1806 B A R R IO

HOMBRES

M U JE R E S

TO TAL

LAS NIEVES ORIENTAL

56

113

169

LAS NIEVES PONIENTE

14

36

50

SAN VICTORINO

30

40

70

SANTA BARBARA

18

18

36

SAN JORGE

7

30

37

EL PALACIO

2

12

14

LA CATEDRAL

13

19

32

EL PRINCIPE

15

26

41

TOTAL

155 (3 4 % )

304 (6 6 % )

Cuadro No. 1

4 5 9 (1 0 0 % )

Fuente: A.G.N. (Santafé de Boaotá). Caciaues e Indios. T. 56. fs. 357 y ss.

Forasteros, distribución por sexos segú n el censo de 1801 TOTAL

B A R R IO

HOMBRES

M U JERES

LAS NIEVES OCCIDENTAL

74

32%

160

68%

234

LAS NIEVES ORIENTAL

29

24%

90

76%

119

SAN JORGE

32

46%

37

54%

69

EL PALACIO

13

35%

24

65%

37

148

32%

311

68%

459

TOTAL

C u ad ro No. 2

Fuente: A.G.N. (Santafé de Bogotá) Policía. T. 11, f. 249 r. y ss.

EN O T R A S PALABRAS . . ,

2

<9)


Relhiae¡temido Saberes

las nuevas habitantes de la ciudad revela ciertos prejuicios que hacen referencia a varios órde­ nes. Por una parte, a los m otivos de la salida de los lugares de origen. Se tem ía que fueran des­ terrados por conflictos con ley. Se consideraba adem ás que las m ujeres sin lazos fam iliares ni los controles que im plicaban, constituían una am enaza para el orden social al no estar sujetas a varón alguno. Por lo tanto, las autoridades asu­ m ieron que les correspondía adelantar las ges­ tiones conducentes a la restauración del orden de género. Esos prejuicios se expresaban en pe­ ticiones com o la suscrita el 23 de abril del año 1803 por el Fiscal del Crim en en la causa por hurto de una res. Santiago G onzález y dos m uje­ res con quienes cohabitaba en un rancho de paja en la parroquia de Santa B árbara eran los incul­ pados. En la petición el funcionario propuso: “...Que Santiago González sea C ondenadop(o)r alg(u)n tiem po a los trabajos de las salinas de Sipaquira, y q(u)e cum plido se vaya al pueblo de su naturaleza incorporándose con su legiti­ ma muger. Y la Salgado y López que (sic) resti­ tuyan a los de la suya, apercividos todos de que serán tratados con m ayor rigor si bolviesen a esta Capital que conviene purgarse de p erso ­ nas tan perjudiales a ella... ”7.

7. A.G.N. (Santafé de Bogotá), Juicios Criminales. T. 6, f. 706 r. 8. A.G.N. (Santafé de Bogotá), Policía. T. 11, f. 243 r. y v.

El 25 de Junio de 1801, el Síndico Procurador del C abildo de Santafé, Don José Ignacio San M iguel, había sustentado la necesidad de hacer el registro de los forasteros con el propósito de disponer su retorno a los lugares de proceden­ cia. Dentro de las consideraciones que argumen­ taba esa m edida figuraban los inconvenientes que tenía para la ciudad la llegada de, “... Unos hom bres que en su país auxiliarían los brazos robustos para la agricultura o la industria... ”8 y “... Unas M ugeres que en la Patria serian f e ­ cundas madres de fa m ilia honradas... ”9 . A fir­ m aba adem ás que ellas “... recurren en tropas a S (a n )ta f é p a ra v iv ir d el desorden y de la prostitución... ” 10. Años atrás, uno de los alcal­ des ordinarios de la ciudad, don M atías de Leiva, m anifestaba ante el Cabildo de la ciudad que por más que procuraba cortar con el delito del am ancebam iento entre los soldados, persistían en ello porque, “... cada vez crecen mas en este vecindario las M ujeres Prostitutas; que aún apartandose de ellas los persiguen, reconvienen y provocan con­ tinuamente hasta a la puerta de los mismos cuar­ teles... ” n . Inform aba don M atías que una de esas mujeres, residente en las inm ediaciones del Carm en, era de Tenjo, un pueblo de indios próxim o a la ciu­ dad. Tam bién afirm aba que el Com andante de la Plaza de Santafé le expuso en com unicación oficial,

9. Ibidem. 10. Ibidem. 11. A.G.N. (Santafé de Bogotá), Policía. T. 7, f. 140 r.

3>°

“... que no puede contener los soldados en los térm inos que desea p o r la provocacion de esas m ugersillas tan prostitutas, que abandonando E N OTIPIAS IPALAIBRAS . . .


Relhiactiendo Saberes

los pueblos y parroquias de afuera, de donde son oriundas, se acogen a esta ciudad para vi­ vir en entera libertad... ” 12. Las tradiciones hispanas sobre el ordenam iento urbano objetaban la presencia de las m ujeres deambulando por las calles. Las autoridades tan­ to civiles com o eclesiásticas, los m oralistas y otras gentes que pretendían ser salvaguardias de la moral pública, calificaron de prostitutas a las mujeres que subvertían el orden de género en algún sentido. De esta manera, se encubrían las restricciones im puestas a las jóvenes en búsque­ da de trabajo en am bientes en que escaseaban las oportunidades. Por otra parte, el m ayor rigor en las sanciones im puestas a las m ujeres por las prácticas sexuales que se consideraban ilícitas, reforzaban un doble modelo y la ideología de género que asum ía a la sexualidad fem enina como más peligrosa y que requería mayores con­ troles13 . La reglamentación del com ercio sexual y el confinam iento en establecim ientos cerra­ dos, fueron las soluciones adoptadas por las au­ to rid a d e s de alg u n a s c iu d a d e s ta le s com o M adrid, Sevilla y Valencia durante el seiscien­ tos y el setecientos14. Don M atías de Leyva subrayaba que las m edi­ das adoptadas a través de sus diferentes provi­ dencias y también de las de sus antecesores en Santafé, resultaban infructuosas. A quellas se li­ mitaban a desterrar a las im plicadas de la capi­ tal y las conm inaban a que retornaran a sus lugares de procedencia. Sin em bargo, regresa­ ban pronto a la ciudad a principios del año cuan­ do lo s a lc a ld e s de b a rrio e s ta b a n re c ié n nom brados15. Por ese m otivo la propuesta de EN O T R A S PALABRAS .

ese funcionario consistió en reiterar la m edida del destierro a las m ujeres forasteras de m al v i­ vir, pero esta vez a zonas apartadas para que su retorno fuera inviable y, adem ás, para que con­ tribuyesen a la colonización de regiones despo­ bladas com o el D arién16. En las declaraciones tanto de don M atías de Leiva com o del doctor San M iguel y seguram en­ te de m uchos otros funcionarios coloniales, se reflejaba la inoperancia de las providencias m u­ nicipales. Los recién llegados y las recién llega­ das arribaron decididos y decididas a conquistar un espacio en la ciudad. A quellas gentes cons­ truyeron sus form as de integración en ocasiones en contradicción explícita con el orden social y de género que las autoridades intentaban im po­ ner.

12. Ibidem. 13. Ver, TENORIO, Gómez Pilar, Las madrileñas del mil seicientos: imaaen v realidad. Dirección General de la mujer, Comunidad de Madrid, Horas y Horas, 1993, ps. 33 y 106. PERRY, Mary Elizabeth, Ni espada rota ni muier oue trota. Muier v desorden social en la Sevilla del Sialo de Oro. Crítica, Barcelona 1993, ps. 54 y 66. BERTRAND BASCHWITZ, Covadonga y DIEZ, Asunción, “ Mujeres solas en la ciudad del siglo XVIII, en, LOPEZ CORDON, María V ic to ria y CARBONELL ESTELLER, Montserrat. Historia de la muier e historia del matrim onio. Semina­ rio Familia y Elite de poder en el Reino de Murcia, siglos XVI-XIX, Universidad de Murcia, 1997. 14. TENORIO, Op.

C it.

PERRY, Op. Cit.

15. A.G.N. (Santafé de Bogotá), Policía. T. 7, f.1 40 r. 16. Ibidem.


Relhiac ¡Lemdo Saberes 2. Retenidas en la Ciudad. Los térm inos del lenguaje de los funcionarios coloniales, delatan lo sexuado y los m atices ra­ cistas de las prácticas de la justicia. En el mes de Julio de 1791 don Juan José Caballero, pro­ curador de Pobres, inform aba sobre la precaria situación en la que se encontraba la m ulata M a­ ría Jacoba Herrera. A quella m ujer estaba dete­ nida en la Real Cárcel en calidad de testigo y quizás cóm plice de un asesinato y un robo que se habían com etido en la provincia de Popayán. Ya se había determ inado su libertad bajo fianza a condición de que se m antuviese arrestada en esta ciudad y sus arrabales, “...Pero h(as)ta aora con m otivo de ser fo r a s te ­ ra, pobre y de vil linaje no havia encontrado quien se obligase a fiarla... ” 17 . Las explicaciones del procurador de pobres que atendió la dem anda de Juana A lvarez, revelan elem entos de las relaciones de las m ujeres po­ bres con la burocracia. Juana procedía de la vi­ lla de H onda y, entabló un pleito que se tram itó ante la Real A udiencia para dem ostrar que tan-

17. A.G.N. (Santafé de Bogotá), Miscelánea. T. 31, f. 515 r. 18. A.G.N. (Santafé de Bogotá), Negros v Esclavos. Cundinamarca, T. 1, f. 314 r. 19. Ibidem. 20. “ Por una desgracia inconcebible vemos en todo el Reino aban­ donados los caminos, los ríos sin puentes, aun aquellos que más lo necesitan, y subsistir los malos pasos en todas las estaciones del año, sin que se exceptúen las entradas y salidas de la misma capi­ tal..." DE VARGAS. Pedro Fermín. Pensamientos Políticos Siglo XVIISiolo XVIII. Biblioteca Colombiana de Cultura, Bogotá, Colombia, 1986, p. 36. Según la descripción de Humbolt del trecho entre Ibagué y Cartago. “ Los viajeros se hacen llevar ordinariamente por hombres que se llaman cargueros...hacen tres o cuatro horas de camino por día...preferimos ir a pie...En la bajada occidental de los Andes hay pantanos en los cuales se hunde uno hasta las rodillas. El tiempo había cambiado; llovía a torrentes y en los últimos días las botas se nos podrían en las piernas y llegamos con los pies descalzos y llenos de lastimaduras a Cartago” . El recorrido duró 17 días. Citado por. MARTINEZ, Carlos. Santafé capital del Nuevo Rei­ no de Granada. Banco Popular, Bogota, Colombia, 1987, p. 83.

to ella com o su hija eran libres. Según el testi­ m onio de aquella mujer, su m adre había gozado el beneficio de la carta de libertad otorgada por quien fue su am a que le agradecía así los servi­ cios prestados. Ante la dilación de la causa, en el año 1772 el procurador indicó que: “... m i p(ar)te p (o )r ser miserable, y no tener conq(u)e p o d er sufragar si quiera p(ar)a el p a ­ pel, no ha abundado m aior copia de testigos y p (o )r esta infelizidad, o miseria ni aun caso le hacen p(ar)a practicarle sus diligencias.. ” 18. Uno de los obstáculos en esa causa, era el hecho de no haber presentado el registro de Bautismo, docum ento que acreditaba la identidad. Según el procurador, “... unas veces les dice el cura, q(u)e los libros antiguos se quemaron, y p o r esto no la encuen­ tra, otras vezes, se escusa, con decir no se pone a buscar antiguallas, y en fin com o es Muger, y pobre no le es posible el conseguir razón algu­ na... ” 19. A sí como M aría Jacoba Herrera y Juana Alvarez, otras m ujeres que arribaron a Santafé de Bogotá quizás por tiem po limitado, prolongaron su es­ tadía en la ciudad por diversos motivos. Las res­ tricciones económ icas para em prender los viajes de retorno, fueron limitaciones im portantes que obligaban a las gentes a la perm anencia en la ciudad. Los viajes eran penosos debido al pre­ cario estado de los cam inos, de los medios de transporte y por la inseguridad que im plicaban los desplazam ientos20 .La intensión original de un paso transitorio por Santafé de Bogotá en si­ tuaciones com o las descritas, favorecía la acli­ m atació n , a la vez que la v isu alizació n de oportunidades no contem pladas anteriorm ente por las forasteras. Las interpretaciones científicas sobre los con­ trastes regionales en el Nuevo Reino enfatizaban las polaridades. Según Francisco José de C al­ EN O T R A S PALABRAS .


Relhiaeiendo Saberes das, la benignidad de la regiones andinas expli­ caba lo atractivo de estos territorios y de la ca­ pital. A firm aba que los Indios y las castas que habitaban la región: “...son más blancos y de carácter mas dulce. Las m ujeres tienen belleza y se vuelven a ver los rasgos y perfiles dedicados de este sexo. El p u ­ dor, el recato, el vestido, las ocupaciones do­ m ésticas recobran todos sus derechos. A q u í no hay intrepidez, no se lucha con la ondas y con las fieras. Los campos, las mieses y los rebaños, la dulce paz, los fru to s de la tierra, los bienes de una vida sedentaria están derram ados sobre los Andes. Un culto reglado, unos principios de m oral y de justicia, una sociedad bien form ada y cuyo yugo no se puede sacudir im punem ente: un cielo despejado y sereno, un aire suave, una temperatura benigna han producido costumbres moderadas y ocupaciones tranquilas. El amor, esa zona tórrida del corazón humano, no tiene esos furores, esas crueldades, ese carácter san­ guinario y fe ro z del m ulato de la costa... Los celos, tan terribles en otra parte y que m ás de una vez han em papado en sangre la basa de los Andes, a q u í han producido odas, canciones, lá­ grim as y desengaños. Pocas veces se ha honra­ do la belleza con la espada, con la carnicería y con la m u erte...”2' . Sostenía Caldas que no se trataba de que no hubiese vicios en los Andes y virtudes en otras partes, ya que en todos los niveles, en todas las tem peraturas y en todas las latitudes, hay m ode­ los de justicia y de probidad pero instaba a no confundir “... los pequeños m ovim ientos con los m ovim ientos de la masa total... ”22 . El periodis­ mo se revelaba ya en aquellos tiem pos, com o un medio que contribuía a construir los antago­ nismos entre el mundo urbano y el rural. El pri­ mero, se consideraba civilizado, reglado y en el que im peraba el orden y la religiosidad. En con­ traste, el mundo rural se concebía irreductible al ordenam iento, prim itivo y violento.

21. CALDAS. Francisco José. “ Del influjo del clima sobre los seres organizados” , Semanario del Nuevo Reino de Granada. Santafé, 10.05.1808. Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, Minerva, 1942 p. 167. 22. Ibidem.

IEN O T R A S P A L A B R A S .

3»3»


Relhiacíeimdo Saberes 3. Los desórdenes en las chicherías. U na actividad económ ica en la que predo­ m inaban las m ujeres en la ciudad, era la prepa­ ración y la comercialización de la popular bebida elaborada a partir de la ferm entación del maíz. Las trabajadoras dedicadas a ese oficio constru­ yeron una im agen com pleja. Su autonom ía eco­ nóm ica, las habilidades que ostentaban en la realización del oficio, las relaciones que enta­ blaban, los conflictos en que participaron, las distanciaba de los modelos de pasividad y reco­ gim iento. Es decir, subvertían el orden de géne­ ro en los d ife re n te s e sc e n a rio s en lo s que actuaron. Juana Rosa G arcía el diez de enero de 1750 cuan­ do le dictó su testam ento al escribano, reveló algunos elem entos de la autonom ía de la que gozaba gracias a su trabajo: “...que el d(ic)ho m i marido al tiempo del d(ic)ho nuestro m atrim onio trajo a m i p o d er algunos cortos bienes como son unos cuadrittos, y la ropa de su uso m ui humilde, y los bienes que al p re ­ sente m anejo los he solicitado a fu e rza de m i trabaxo, sin que me haya ayudado en cosa a l­ guna el d(ic)ho m i m arido, antes si bien yo dándole para ayuda de su vestuario y m antension en un todo, y alguna de las alajitas que traxo a mi P oder Las ha sacado y vendido pa ra p a g a r sus dependencias ”23 Esa autonom ía le perm itió a Juana Rosa dispo­ ner de sus bienes entre los que figuraban sus ins­ trum entos de trabajo. D ejaba a sus beneficiarios

23. A.G.N. (Santafé de Bogotá), Notaría 1. Libro 1 de 1750. f. 1 v. u . Ibidem. 25. MORA, de Tovar Gilma Lucía, “Chicha, guarapo y presión fiscal en la sociedad colonial del siglo XVIII” , Anuario Colombiano de Historia Social v de la Cultura. Nos. 16 y 17, Bogotá, Colombia, 1988-1989. p. 28 26. GARRIDO. Margarita, On. Cit. p. 307 y 308.

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veinticinco botijas, catorse llenas y las demás vacías: “... de estas es mi voluntad que le den a M aría m i criada p o r el am or y cuidado con que me ha servido y acistido, en p(ar)te de su rem unera­ ción dos votijas vacias y dos m ucuras llenas de chicha con mas una moya, una cuja de cuero y una docena de estampas, q(ue) le den assi m is­ mo seis varas de lienzo de a 3 rrs y una mantillita azul... ”24 La historiadora G ilm a M ora de Tovar subrayó la participación de aquellas trabajadoras en la producción de la chicha, las valoraciones socia­ les de esta actividad, su significación económ i­ ca y los controles im puestos, en especial en Santafé, para el ejercicio del oficio. Por otra par­ te, destacó que ese quehacer estaba articulado a la dinám ica de la econom ía y de los mercados internos. A dem ás, a la protestas urbanas: "...Las m ujeres se dedicaron no sólo a la p ro­ ducción de chicha sino que organizaron las chicherías en donde adm inistraron su venta. Esto las convirtió en objeto de abuso p o r parte de las autoridades, que vieron en ellas la causa de m últiples desórdenes sociales. No es enton­ ces una c a su a lid a d que fu e ra n las m ujeres chicheras y otras m ujeres vinculadas a oficios hum ildes las prom otoras de m uchos conflictos y las que estuvieran en prim era fila para p ro­ testar p o r m edidas fisc a les o p o r abusos com e­ tidos p o r los funcionarios de turno... ”25. M argarita G arrido destaca que las chicherías fueron espacios de conspiración. M enciona la participación de las propietarias de tales esta­ blecim ientos en los m ovimientos insurrecciona­ les. M aría de los Reyes Gil por ejemplo, fue encarcelada en Junio de 1781 puesto que su es­ tablecim iento había sido la sede de conversa­ ciones relacio n ad as con la expulsión de los chapetones26. Años después durante la agitación anticolonial en 1811, se propagó un rum or so­ IEN O T R A S P A L A B R A S .


Relhiac¡eindio» Saberes bre el llam am iento a los m ilicianos de Bosa, Soacha y Fontibón desde la chichería de doña Josefa A rdila en Soacha y la de M anuel Saenz en Santafé27. Julián Vargas resaltó la significación cultural y social de las chicherías en los centros urbanos neogranadinos ya que eran lugares de encuentro de los sectores populares. Fueron escenarios de esparcim iento y de sociabilidad tanto para los hombres como para las m ujeres28. Según esto, las mujeres dedicadas a la producción y venta de la chicha, entablaban contacto con diferen­ tes grupos de personas y adem ás, ofrecían apo­ yo y o rien tació n a los in m ig ran tes y a las inm igrantes recién llegados a la ciudad. Para los funcionarios seculares y eclesiásticos coloniales, las chicherías eran verdaderos nú­ cleos de desorden. Don Francisco D om ínguez de Texada, Alcalde Ordinario de la Corte, sos­ tenía, al culm inar su mandato a finales de di­ ciembre del año 1765, lo infructuoso de su labor para evitar los efectos de la invasión de los in­ dios a la capital. Subrayaba que la obligación en el ejercicio de su cargo era: “ ...m antener en paz la República, limpiarla de gente bagabunda, evi­ tar las ofenzas a Dios, y cuidar del Publico...”29. Según el alcalde D om ínguez, el am biente de agitación en la ciudad era propiciado por la afi­ ción de los indios a la em briaguez y anotaba: “... lo que pone en m ovim iento los m as excessos que se experimentan, continuas inquietudes y cum ulos de vicios es: la m ultitud de Indios de Uno y Otro Sexo, de que esta llena esta ciudad, Dia, y Noche, los que, com o su cotidiano a li­ mento sea la chicha, y la toman sin regla, p a ­ sando a em briagarse, de aqui provienen las quimeras, heridas, am ancebam ientos y otros vi­ cios en que quasi bemos ya sumergida esta C iu­ da d ...”™.

form ularon un conjunto de disposiciones sobre ordenamiento. Acentuaban la necesidad del aseo y del cuidado de las calles y de los espacios pú­ blicos. Estas disposiciones determ inaban la se­ vera prohibición de arrojar basuras a las calles y caños bajo la am enaza de sanciones económ i­ cas. Se im pondría una m ulta de 2 pesos a los nobles que fueran sorprendidos infringiendo ta­ les disposiciones. A los plebeyos se los som ete­ r ía a v e r g ü e n z a p ú b lic a 31 . L o s A lc a ld e s m anifestaron en uno de los puntos de sus orde­ nanzas que: S e rá n c a s tig a d a s co n ig u a l p e n a la s chicheras que derramen agua en las puertas de sus chicherías, con pretexto de lavar sus basijas, cuya diligencia la harán en la orilla de el caño, y se encarga a los com isarios de barrio, y a los alguaciles vigilen sobre el cum plim iento de este particular... ” 32 Es síntesis, las chicherías fueron espacios pro­ picios a la transgresión. Q uienes circulaban por esos lugares corrían el riesgo de ser señalados com o sospechosos de co m p o rtam ien to s que atentaban contra la m oral, las buenas costum ­ bres, el ordenam iento general. A dem ás aquellos establecim ientos estaban en la m ira de las auto­ ridades sanitarias com prom etidas con los idea­ les ilu strad o s p o r las p recarias co n d icio n es higiénicas que caracterizaban la preparación de la chicha y por los sistem as de disposición de los desechos. Tam bién por el hacinam iento y la prom iscuidad usual en tales espacios.

27. Ibidem, p. 333. 28. VAGAS, Lesmes Julián. La sociedad de Santafé colonial. CINEP, Bogotá, 1990, ps. 371 a 382. 29. A.G.N. (Santafé de Bogotá), Micelánea. T. 28. f. 382 v. y r. 30. Ibidem. 31. A.G.N. (Santafé de Bogotá), Policía. T. 6, f. 58 r. y v.

El 14 de marzo de 1785 los alcaldes ordinarios EN O T R A S PALABRAS .

32. Ibidem.

3»5>


Relhiae íieinidle» Saberes Las tiendas y chicherías por otra parte, eran es­ cenarios de hechos violentos. Las riñas y los hom icidios se producían con frecuencia por los excesos derivados del consum o de la chicha, el guarapo y el aguardiente. Los grupos fem eninos que participaban en las actividades que se llevaban a cabo en aquellos espacios, estuvieron com prom etidos más que otros, en escándalos, riñas y conspiraciones, los cuales con frecuencia transcendieron a los tri­ bunales. • Por otra parte, contribuyeron de m anera notable al fisco por el desem peño de su actividad eco­ nóm ica. A dem ás ofrecieron a los habitantes de la ciudad y a quienes transitaban por ella, opor­ tunidades para el intercam bio, la expansión e inclusive les proporcionaron albergue a los fo­ rasteros.

D on Andrés Garzón, de cincuenta años de edad, vecino de la ciudad de Santafé de Bogotá y tra­ ficante en la carrera en el Nuevo Reino, fue uno de los notificados en el año de 1749 por la Real A udiencia para que dispusiese en corto tiempo el retorno a España a reunirse con su familia. En la respuesta a la notificación, don Andrés sostenía que: “...aunque...estoy casado en la expresada ciu­ dad de Cadiz con Doña Rosa Rus y desde el año de m il setecientos treinta y siete, que me hallo en la Indias no me he regresado y p o r consi­ guiente asta aora esta el m atrim onio roto, es constante que durante mi ausencia no he echo la m as m inim a fa lta assia la expresada persona de la dicha m i esposa como a la de mi madre; y m as resto de la fam ilia; pues en las ocasiones que han ocurrido, he practicado las remisisones de dinero que a la mantension de todos ha sido necesario, al presente p o r m edio de la libranza necesaria le sufragan veinte y cinco pesos m en­ suales... ”33.

4. Los costos de las separaciones conyugales. D esde las prim eras etapas de la colonización, la C orona española dispuso m edidas para restrin­ gir los viajes a A m érica de los hom bres casa­ dos. Lino de los requisitos para la em igración de

33, A.G.N. (Santafé de Bogotá), Real Audiencia. T. 1, fs. 47

estos hombres, era un documento en el que cons­ tara la autorización de la esposa para el viaje. Esta fue una m edida proteccionista que procu­ raba evitar el abandono de las mujeres y de los hijos por parte de sus esposos y padres y, sobre todo, el desentendim iento de la obligaciones alim entarias. Sin embargo, la em igración m oti­ vada por asuntos de trabajo o negocios particu­ lares que em prendieron algunos españoles que visualizaron en A m érica las posibilidades de enriquecim iento material, ocasionaron la sepa­ ración de sus parejas y, en cierto modo, la diso­ lución de hecho de los vínculos conyugales.

r. y v.

Le bastaba a don Andrés sustentar el cum pli­ miento de sus funciones com o proveedor eco­ nómico. No contem plaba otro tipo de com pro­ m isos con su familia. En las notificaciones de la Real A udiencia de la ciudad de Santafé de Bo­ gotá a varios casados en España, se reflejaba la insistencia de las autoridades en la preservación


R e h a c ie n d o Saberes salud com o en m is bienes... ”36. Hubo intentos frustrados de m aterializar la in­ m igración de la esposa y la fam ilia, lo que se im pidió el reencuentro. Eventos coyunturales com o las guerras interfirieron tam bién el pro­ yecto de reunión familiar. Sostenía don Francis­ co G utiérrez Rosales, marido de D oña Francisca G arcía que: de la unidad conyugal. En esta com o en otras similares se instó a los im plicados a que: "...pasen a dich(o)s Reynos a fin e asistir con sus m ugeres (...) y se han excusado con m otivo de la próxim a pasada guerra y no haver navio de Vandera en que executcirlo, en atención a (...) haverse publicado la paz en esta ciudad en el dia diez y nueve de agosto de este año y p o r ese medio haver cesado el motivo de la excusa, cum ­ pliendo p o r lo dispuesto p o r la Ley Prim era Ti­ tulo tercero, Libro séptim o de los Reynos... m andaron se haga sa b er a D on F ra n cisco Guierres, Don Andrés Garzón, Don N icolas de Vurgos, Antonio Stella, y Francisco de Quesada salgan a los Reynos de España dentro de dos meses con cipersevimiento, que de no executarlo, se les im biará a la Plaza de Cartaxena... ”34. La perm anencia en el Nuevo Reino de los ex­ tranjeros y los obstáculos para el reencuentro con sus cónyuges según lo sostenían los convocados por las autoridades, obedecía a diversos m oti­ vos. Los com prom isos económ icos contraídos por una larga estadía en la ciudad. La inm igra­ ción forzosa a causa del desem peño de cargos públicos. La falta de recursos económ icos para el retorno fueron los argum entos de aquellos h o m b re s 35. A sí lo te stific ó F ra n c is c o de Quevedo quien explicaba que: “... m i venida no fu e voluntaria, sino a ystancias de Vuestro Oydor...no haviendo podido de spues de su fallecim iento emprender viaxe, p o r los con­ tratiem pos que me han sobrevenido, assi en la

“...haviendome conducido a estos Reynos a efec­ tos de solisitar conveniencia con que sufragar a la precisa decencia de mis obligaciones, m e he m antenido hasta el tiem po presente en estos reynos: y conociendo que m i regreso a España es ya dificultosos y aun m oralm ente im posible lo uno porque tengo regados diez y siete mil q u in ie n to s , p e s o s en d iv e r s o s s u je to s d el com ersio ...lo otro porque siendo el fin al que vine el solicitar conveniencia; si m e vobía en este tiempo fu era sin ellas y no pudiera de ningún m odo aliviar m i fam ilia; m otivo porque p o r el a ñ o p a s a d o o to r g u e p o d e r a ... p a r a q u e condujere a m i querida muger... y p o r haver interm ediado las presentes guerras se fru stro el intento...parece que de nigun m odo se m e puede precisar el y r a España... teniendo presente que según derecho el M arido es cabeza de la Muger, y estando sujeta a su voluntad es lo mas natural q u e e s ta sig a la v e c in d a d q u e e l m a rid o eligiere... ”37 Los reclam os de algunas m ujeres anim aron la función vigilante de las autoridades eclesiásti­ cas. E n una carta d irig id a p o r d o ñ a M aría Jerónim a Fallo al A rzobispo de la ciudad de Santafé de Bogotá, se aprecian sus expectativas frente a la capacidad de persuación de esas au­

34. A.G.N. (Santafé de

Bogotá), Od .c it.

T.1,f. 2 r.

35. A.G.N. (Santafé de

Bogotá). Od .c it.

T.1,fs. 4 r.a

36. A.G.N. (Santafé de

Bogotá), Od .c it.

T.1,f. 37 r.

37. A.G.N.(Santafé de Bogotá), Od . cit. T. 1. fs. 29

r. a 31 v.

10v.


Relhtaciiendo Saberes toridades: Como es hija y vecina del Puerto de Santa M aría, y M uger de Don N icolas de Vurgos y Aguilera, sujeto que hizo la custodia de Santafé de la Cathedral, el que se ha hecho vecino m o­ rador desta ciudad, catorce años ha, sin ser p o ­ sible venir a su cassa ni socorrer su fa m ilia pues tiene dos hijos a la Clemencia del Cielo, U ltra­ ja d o s y Avasallados, p o r verlos en una suma pobresa... y el referido m i M arido triunfando...y lo olvidado que esta de sus obligaciones, pues ni aun se p recia de e sc rib ir una letra ..., y haviendo la suplicante tenido noticia del zelo y cu id a d o que V. S eñ o ría lllu s tr is s im a tien e con...la honra de Dios, se vale de su gran Poder y Patrocinio, para que com o Padre y Pastor de ese Revaño, busque essa oveja perdida, y la res­ tituya a España con el rigor que fu ere preciso... ,J38 . Si fue inviable para las autoridades virreinales aplicar las norm as referentes a la preservación de las uniones conyugales de grupos com o el de los españoles quienes, al menos en térm inos for­

males debían acatarlas, con m ayor razón fue di­ fícil que tales disposiciones se observaran entre la gran masa de la población m estiza e indíge­ na. Uno de los m ecanism os para proceder a la aplicación concreta de las disposiciones, fue el diligenciam iento de nóminas de los divorciados residentes en la ciudad. En el cuadro número 3 se reflejan los resultados del padrón de 1801, el cual com o los dem ás de la Colonia, debe obser­ varse con cautela por las posibilidades de las respuestas falseadas. Como en el resto de la in­ form ación cuantitativa que da cuenta de la dis­ tribución por sexos de los diferentes grupos de la población, en este caso también se aprecia que en la m ayoría de los barrios em padronados las m ujeres divorciadas o separadas de sus esposos, superaban las cifras de los hombres divorciados. En San Victorino, seis mujeres expresaron que desconocían el paradero de sus esposos, esta explicación indica una ruptura total de los vín­ culos entre estas parejas. En el barrio El Palacio fue en donde más separaciones se registraron por m otivos de negocios o de trabajo. La ausencia del cónyuge en algunas ocasiones fue forzosa y transitoria. Rosa Londoño por ejemplo, m encio­

D istribución po r sexos. Censo de divorciados, Santafé, 1801. B A R R IO

M U JERES

TOTAL

16

21

37

Las Nieves p o r el Poniente

1

6

7

San V ic to rin o

4

20

24

El Palacio

3

18

21

Santa Bárbara

8

3

11

Las Nieves O riental

C u ad ro No. 3

HOMBRES

TOTALES

32

32%

68

68%

Fuente: A.G.N. (Santafé de Bogotá), Policía. T. 11, fs. 274 r. a 275 v.

100


Relhiac tendió Saberes

naba que su m arido D am ián Castro, esclavo, estaba lejos ya que se encontraba en las Vegas de Supía, quizás trabajando. El esposo de E n­ carnación C alderón se en co n trab a reclutado como soldado en Cartagena y el de Luz Robles estaba en los presidios de esa ciudad39. En el padrón se incluye la ausencia de persona­ jes notables como Don Francisco Silvestre quien se encontraba en España mientras su esposa doña Ignes Prieto perm anecía en la ciudad. La m ism a situación vivía doña M anuela Soldortun cuyo esposo tam bién se encontraba en España. De las 33 m ujeres casadas del padrón de foras­ teros de las Nieves, el 42 por ciento, 14 de ellas, eran separadas. Para algunas tal situación era forzosa m ientras que para otras, era producto de su decisión. M aría de los D olores Figuereda de Sogam oso, no “hacía vida con su m arido ” por­ que él se encontraba desterrado en Cartagena. Dolores Bernal de Zipaquirá tam poco convivía con su esposo y adem ás se encontraba en pleito con él en la Curia, lo cual perm ite suponer, un trám ite de divorcio. Según el testim onio de Jo ­ sefa Rodríguez de Samacá, ella había huido del lado de su esposo desde hacía 15 años. El m oti­ vo de la presencia en Santafé de Evarista Paez de Soacha, obedecía al hecho de la entrada de su consorte a la cárcel.

U na ordenanza del mes de agosto de 1801, dis­ ponía que en térm ino de ocho días, se reunieran los casados con sus respectivas esposas. A de­ más, en el lapso de un mes, deberían salir de la capital los esposos cuyas cónyuges estaban au­ sentes para cohabitar con ellas. De lo contrario, estaban obligados a ju stificar las causas que im pedían la convivencia40. En las diversas disposiciones se recalcaba la im portancia de la unión de las parejas casadas com o garantía del orden social en cuanto preve­ nía los m alos estados com o el concubinato. En un expediente que trataba los efectos negativos de la invasión de los indígenas a la ciudad41, se propuso restringir al m áxim o la presencia de estos grupos

38. A.G.N. (Santafé de Bogotá), Op. c it. T. 1, f. 5 r. y v. 39. Las sentencias de destierro o de presidio en Cartagena, motiva­ ron largas ausencias de los reos de sus hogares y de sus familias. Las enormes distancias y las dificultades de las comunicaciones, impidieron que las esposas y a las familias de los condenados tu­ viesen noticias de manera regular de sus parientes. Inclusive en el insuceso de su muerte. El reclutamiento distanciaba también a los hombres de sus hogares, lo mismo que ciertos cargos burocráticos y los negocios. 40. A.G.N. (Santafé de Bogotá), Policía. T. 11, f. 291 r. 41. A.G.N. (Santafé de Bogotá), Miscelánea. T. 28, f. 368 r.


Relhiaetemido Saberes en Santafé de Bogotá en días diferentes a los viernes y lo sábados, días de m ercado. D entro de las previsiones sugeridas figuraba la siguien­ te advertencia: “... Y q(ue) aunque pretexten estar casados, con alguna m ulata o m estiza de S(an)ta Fé, o otro lugar; no les sirva esto de disculpa, sino q(ue) se haga seguir a la m uger al pueblo, o dom ici­ lio de su marido, p o r ser esto de ley de Dios, y de D (e)r(ech)o C a(n)on(i)coy Civil... ”42. Com o se aprecia, eran las m ujeres quienes de­ bían seguir a sus maridos, de tal form a que, si contrariaba esas leyes eran responsabilizadas de la separación y por ende sancionadas por ello. Eran ellas adem ás las principales afectadas por la intolerancia fam iliar y social en relación con las separaciones, tal com o lo revelan los proce­ sos penales. El pronunciam iento de los Tribu­ nales E clesiástico s a p ro p ó sito del p ro ceso entablado por M aría de la Luz O bando contra su esposo Francisco Rangel, inform a que: "... resulto p o r confesion de este el ser com plice de uno de aquellos detestables delitos que se­ gún los derechos canónico y Real son suficien­ tes para que se le declare divorcio a la parte inocente...y p o r haver esta alegado de su dere­ cho fu e am enazada con vejaciones que la m o­ vieron a o c u rrir a n u estro tribunal, y a su pedim ento se libro despacho para que fu e ra re­ m itida con auxilio de la Real Justicia; y aunque el com icionado practico todas las diligencias concernientes, fu e inasequible el fin , porque re­ vestido don Julián O bando de la autoridad de Alcalde, y de Padre que lo es de Doña M aría L uz lo in s u ltó y a v a s a lló con e x c e c ra b le s d ic te rio s la extra jo d el d ep o sito , la o cu lto negándose los alimentos, la preciso a reunirse con su m arido y fin a lm en te m ancom unado con don A m brocio N ieto A lcalde Ordinario de la Villa del Socorro alcanzo de este... que la redu­ jera a pricion en el Divorcio...con cuya extorcion se hallanó vocalm ente la infeliz a confesar el

hallarse gustosa con su marido... ”43. Las situaciones com o ésa y otras sim ilares que se refieren a los intentos de separación de las m ujeres por la vía legal, muestran lo sexuado de las interpretaciones de los funcionarios. Se ad­ vierte una tendencia a culpabilizar a las mujeres porque se negaban a convivir con sus esposos, aunque tuvieran m otivos suficientes para resis­ tirse a ello. Se trataba de garantizar la sujeción a la potestad marital argum entándose los benefi­ cios que suponía el estado m atrim onial. Se ins­ taba a las m ujeres a aceptar las condiciones im puestas por los cónyuges, aunque éstas signi­ ficasen el som etim iento a degradantes tratos com o las agresiones verbales y físicas, la viola­ ción del com prom iso de exclusividad sexual, las prolongadas ausencias sin justificación explíci­ ta. M aría del C am po C ancino, desde los Reales H ospicios en donde se encontraba detenida por orden de las autoridades, explicaba el motivo de su reclusión así: “...Q ue queriendo m i marido lo siguiera a la ciudad de Tocayma donde se halla publicam (te) am ancebado...m e resistí a ello asi p (o )r esta razón com o p o r la m ala vida que me ha dado. Con peligro de perecer en sus manos... ”44. Los m alos tratos figuran en diversos procesos por divorcio. A quellas situaciones debieron lle­ gar a lím ites intolerables ya que varias mujeres prefirieron asum ir los costos sociales de la se­ paraciones a prolongar una convivencia que

42. Ibidem. 43. Ver proceso seguido por Doña María de la Luz Obando quien fue trasladada a Santafé a instancias de la Jurisdicción Eclesiástica en el año 1796. con motivo de una causa de divorcio que entabló. A.G.N. (Santafé de Bogotá). Juicios Criminales T. 58 f. 950 r. a 957 v. 44 A.G.N. (Santafé de Bogotá). Juicios Criminales. T. 11, f. 171 r.

EN O T R A S PALABRAS .


Relhiac leedlo Saberes atentaba contra su vida y su integridad. A sí lo revelan los docum entos del proceso adelantado por Trinidad M oreno45. También los que se re­ fieren al que siguió Doña Bonifacia Rubio en cuyo expediente figura una larga historia de tra­ tos violentos por parte de su esposo, hasta el punto de haber tenido que perm anecer reducida a cam a en varias oportunidades por ese motivo. Como si esto fuera poco, uno de sus hijos, resul­ tó en una oportunidad m alherido al haber inten­ tado defender a su madre de los ataques de su padre46. La unión conyugal en aquellos casos no cum plía la función social de preservar el or­ den que le atrib u ían los p re d ic a d o re s , los moralistas y las autoridades. FUENTES DOCUM ENTALES. Archivo General de la Nación (Santafé de Bogotál. Caci­ ques e Indios. Colonia, Tomo 56 Archivo General de la Nación (Santafé de Bogotá), Jui­ cios Crim inales. Colonia, Tomos 6, 11, y 15 Archivo General de la Nación (Santafé de Bogotá). Poli­ cía. Colonia, Tomos 6, 7 y 11. Archivo General de la Nación (Santafé de Bogotá). M is­ celánea. Colonia, Tomos 28 y 31 Archivo General de la Nación (Santafé de Bogotá ).Negros v Esclavos. Colonia, Cundinamarca, Tomo 1 Archivo General de la Nación (Santafé de Bogotá). Notaría 1 Libro 1 1750.

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EN O T R A S PALABRAS . . .

45. A.G.N. (Santafé de Bogotá), Juicios Criminales. T. 12, f. 444 r. 46. A.G.N. (Santafé de Bogotá). Juicios Criminales. T. 15, fs. 969 r. a 1014 r. y v.

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Relhiac¡ieindlo Saberes

Las mujeres y los lugares del morar Mujer morada y mujer moradora ; n

i

■ ^■ ; sta reflexión se centra en el papel de la mujer com o participante en la creación de los lugares del m orar; en tanto que a la par del hom bre, ha sido configuradora de los espacios que se constru­ yen con el transcurrir de la vida. En este am plio sentido, su Beatriz García Moreno desem peño ha sido muy im portante aunque podría decirse que lim itado, a pesar de la gran potencialidad que posee para ello. Arquitecto Ph.D. Detana Facultad de Artes La contribución de la m ujer en la construcción de lugares no Universidad Nacional de Colombia. puede separarse de la conciencia que tiene de sí mism a, de su Integrante del Grupo Mujer y Sociedad. cuerpo y del papel que se le ha asignado y ha asum ido en las diferentes culturas. I

1 Ver Martin, Heidegger, «Building, Dwelling and Thinking», Harper &Row Publishers, San Francisco, 1976.

42

Los lugares de los que aquí se habla no son meros espacios físi­ cos a los cuales se puede acceder desde la distancia, com o obje­ tos aprehendibles y m anipulables a través de conocim ientos geom étricos y matemáticos, sino aquellos espacios que son apro­ piados afectivam ente y convertidos en parte significante del m u n d o de cad a q u ien . L os lu g ares se co n stru y en en la cotidianidad, en las relaciones que se establecen con los otros y con los objetos, son puentes com o diría H eidegger1, que unen dos orillas, develándolas, poniéndolas de presente, configuran­ do el lugar. L a participación que se quiere poner de presente y que claraE N O T R A S PA LA BR A S .


Relhiae¡Leedlo Saberes

m ente hace parte de la construc­ ción del hábitat, no aparece en las historias de la arquitectura pues ellas hablan más de los es­ pacios edificados que de los vi­ vidos y la m ención a la m ujer es casi ninguna. En estas historias que narran quienes han sido los autores de las ciudades, de los edificios que las conform an y de los m onum entos que sintetizan la historia de una com unidad, no parece haber espacio para estos lu g a re s, ni tam p o co p ara las m ujeres. Sin em bargo, es nece­ sario analizar este cam po con más cuidado, pues es sabido por­ que en ocasiones se les nom bra de paso, que cerca a algunos de los grandes arquitectos ha habi­ do m ujeres que han participado activam ente en la producción de sus obras. Es el caso, por ejem-

4 3 >


R e h a c ie n d o Saberes pío, de M ackintosh a fin del siglo pasado, quien inició la Escuela de G lasgow en conjunto con su esposa; igualm ente, A lvar Aalto, arquitecto finlandés de este siglo e im portante represen­ tante de la arquitectura m oderna, estuvo casado con una arquitecta y com partió con ella sus tra­ bajos. En textos de esta segunda m itad de siglo, las referencias em piezan a hacerse más inevita­ bles; por ejem plo se incluyen parejas com o los Sm ithsons, y ya no puede desconocerse el papel de arquitectas com o C arm en Pinos, en B arcelo­ na, aunque m uchas veces, sus obras se m encio­ nan bajo el nom bre de quien fue su esposo y ella queda en el silencio; o el de Zaha H adid quien se desem peña desde Inglaterra, o el de H elen de G aray en Venezuela. A fortunadam ente en las últim as décadas de este siglo, algunas m ujeres han iniciado investiga­ ciones sobre la historia de la arquitectura, con el fin de dilucidar con m ayor precisión cuál ha sido el papel de la m ujer en la construcción del hábitat. Ellas llegaron a la conclusión que en di­ ferentes culturas y épocas históricas, las m uje­ res, no solam ente se apropiaron afectivam ente de las construcciones hechas por el hom bre a través del transcurrir cotidiano, sino que ellas m ism as crearon esos espacios. En el texto «A r­ quitectura es Fem enino» de G iovanna M érola Rosciano2 , se encuentran diferentes m enciones a este hecho aunque se sigue reconociendo la falta de inform ación al respecto. A hora bien, si se parte del concepto de lugar arri­ ba anotado y de la observación de la experien­ cia diaria, es posible decir que las m ujeres a través de la historia han jugado un papel muy im portante en la construcción del lugar, esto es, en la apropiación afectiva de los espacios. Esta contradicción entre esas historias de la arquitec­ tura, las investigaciones recientes de las m uje­ res y la ex p e rie n c ia d ia ria, llev a a p en sar: 2 Giovanna Mérola Rosciano, «Arquitectura es Femenino», Alfadil Ediciones, Colección Tópicos, Caracas, Venezuela, 1991.

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prim ero, que parece existir una diferencia entre el edificar y el crear lugar; podría decirse que, en general, las historias institucionalizadas re­ cogen los lenguajes estilísticos de la arquitectu­ ra, las tendencias y el surgimiento de los modelos urbanos, pero no la m anera cóm o esos lengua­ jes y edificios son vividos; por ello, las mujeres com o creadoras de lugar, no tienen cabida.; y segundo, que quizás, la subordinación de la m u­ je re s d u ran te ta n to tiem p o a los m andatos patriarcales, les ha impedido reconocerse en toda su potencialidad y, por ello, sus intervenciones arquitectónicas -cuando las ha habido- han per­ m anecido en la m ayoría de los casos silenciadas detrás de nom bres de hom bres, que adem ás de haber detentado el poder en O ccidente y creado los lineam ientos para el hábitat, tienen una m a­ nera diferente de vivirse a sí mismos. T eniendo pues com o obstáculo para esta re­ flexión la falta de referencia histórica, bien por­ que la h isto ria de la arquitectura aún no ha contem plado el tem a de la constitución de lu­ gar, o bien porque el silencioso papel de la m u­ je r en occidente no le ha perm itido una mayor presencia, tratarem os de m ostrar en las líneas siguientes, cóm o la m ujer ha contribuido y pue­ de contribuir a la creación de esos lugares del morar, partiendo de una mirada sobre y desde ella m ism a, en su experiencia cotidiana de estar en el m undo, con base en el análisis de las im á­ genes de m ujer-m orada y m ujer-moradora. La m ujer-m orada se mirará en dos momentos: prim ero, com o m ujer-fecundada, receptora de la sem illa de la vida, que sabe de la habitabilidad de su cuerpo en tanto portadora de ésta y en tan­ to nutriente en su desarrollo; y segundo, como mujer-partícipe en su fecundación, esto es, aque­ lla que es consciente del aporte del otro y del suyo propio en su transformación en morada. Se sabe habitable y es consciente de otras funcio­ nes más totalizadoras como ser humano, pero en ella aún prim a su papel com o receptora de sem illas de vida en las diferentes formas en las E N O T R A S PALABRAS .


Relhiac¡Lemidlo Saberes que ésta se presente. Al exam inar la m ujer-m oradora, se pondrá de presente aquellas imágenes de m ujer que habita, que como tal sabe del cuerpo del otro, y de cóm o recorre y m ora en ese cuerpo, inyectándole vida, habitándololo y m odificándolo. En las tres situaciones m encionadas, las dos prim eras en relación con la mujer m orada y la tercera en relación con la m ujer m ora­ dora, se exam inara cómo la m irada sobre sí m ism a se despliega y extiende en su experiencia y acción de morar, configurando un mundo y ofreciendo diferentes posibilidades de m ovim ien­ to. La m ujer-m orada se relaciona con el papel de la m ujer-fecunda­ da-madre, en su papel no institucional de configuradora de lu­

EN O T R A S PA LA BR A S .

gares cotidianos, de transfiguradora de los espacios que la ar­ quitectura le ofrece y que ella transform a infundiéndoles ca­ racterísticas como calor, refugio, intim idad y sutileza. A quí apa­ rece una im agen de m ujer cir­ cunscrita a su papel com o m o­ rada que se concibe así m ism a como la madre. La conciencia de su cuerpo com o contenedor-receptor-nutriente de otra vida la lleva a proyectarse hacia afuera y a configurar un m undo donde ese saber sobre sí m ism a está presente. Es así com o se la ve ap ro p ián d o se de los espacios donde se mueve para transfor­ m arlos en lugar; determ inando así la m anera cóm o cada uno de esos lugares la representa, como ellos se convierten en sus pro­ pias extensiones y cóm o, a tra­ vés de ellos, despliega el cono­ cim iento que tiene de sí misma. Las im ágenes que proyecta son desde su propia concavidad, des­ de su propia experiencia com o c o n te n e d o ra , co m o m o ra d a , donde todo está protegido; un in­ terior adecuado donde el cuer­ po se aliviana por el líquido don­ de se m ueve, donde la alim enta­ ción está dada y .donde no hay exposición al exterior. Esta ex­ periencia la prolonga posterior­ m ente cuando sigue cum plien­ do su papel en la crianza y trans­ form a el exterior en im ágenes de su in terio r p ro tecto r llevando calor, aliviando el pasar, alim en­ tando, creando y adecuando es­ pacios para ello. E sta función com o m orada se extiende a to­ das aquellas actividades donde

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Relhiae leedlo* Saberes se desenvuelve, en su casa y en su trabajo. Ser m orada es el papel que se le ha asignado social­ mente. L a segunda im agen está dirigida a explorar a la m ujer-partícipe en la fecundación que la con­ vierte en m orada. Es la m ujer consciente del proceso de transform ación de la semilla, del pro­ ceso de transform ación de su cuerpo que reco­ noce la presencia del otro para ello y su propio aporte. Su papel lo extiende a estar vigilante, a atender su transform ación, a cuidar que esto su­ ceda exitosam ente. Esta actitud le perm ite, de alguna m anera, participar más activam ente en la configuración de esa m orada, le exige reco­ nocerse a sí m ism a en esa transform ación y re­ conocer cada uno de los cam bios de su cuerpo. Y es así que cuando la sociedad le da cabida a que participe en sus espacios de producción y en la esfera pública donde se tom an las decisio­ nes sobre la dirección del mundo, esta experien­ cia parece darle una predisposición para asum ir un papel im p o rtan te en la co n stru cció n del hábitat. A quí podría aludirse directam ente a la m ujer vinculada a la arquitectura, oficial o no oficialm ente, y verla com o aquella que de algu­ na m anera recupera la m em oria de experiencias prim igenias provenientes de la vivencia de sí m ism a y de sus antepasados. Aunque ya se anotó que en las historias de la arquitectura no existe casi ninguna m ención a la mujer, es necesario m irar el tem a con más cuidado y detenerse en la actualidad de occidente y especificam ente de nuestro medio. De hecho a partir de m ediados de éste siglo, las escuelas de arquitectura han em pezado a recibir un nú­ m ero im portante de m ujeres, llegando a signifi­ car hoy alrededor de un 50% de sus estudiantes. Pero aun así la producción arquitectónica con su autoría es mínim a. Las m ujeres salen de las facultades de Arquitectura y parecen quedar des­ aparecidas del m edio, especialm ente del dise­ ño. Entonces surge la pregunta: ¿qué pasa con las m ujeres arquitectas?. A unque se requiere de

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una am plia investigación para responder este in­ terrogante, que diferencie lo que sucede en los países del norte y en de los del sur y, que especi­ fique lo propio de cada cultura y que de cuenta de los diversos m atices que deben acom pañar a esta problem ática, puede decirse apoyándose en investigaciones concluidas por algunas mujeres com o las de Venezuela, reseñadas en el texto de G iovanna M érola Rosciano, o unas prim eras aproxim aciones hechas en nuestro medio y en otros países de A m érica Latina, que en general nuestras arquitectas se vinculan a oficinas de diseño o construcción pertenecientes a hombres quienes son los responsables de los trabajos, o se retiran a ejercer su función de madres, dejan­ do un espacio muy pequeño para el desarrollo de su profesión e invirtiendo su m ayor energía en la tarea de la crianza. Son muy pocas las arquitectas que tienen su propia oficina y que han logrado sobresalir com o diseñadoras. Sin em bargo ésto no quiere decir que sus productos sean inferiores a los del hombre, sino que al es­ tar cubiertas por el nombre del varón, su patrón.


Relhiac ¡leedlo Saberes sidades de sistem as económ icos o políticos en los que no han tenido cabida, y han contado tan solo en papeles fragm entarios.

sus obras, así com o sus hijos, llevan el nom bre de aquel y no el suyo. M uchas veces, en estos trabajos asumen una actitud que las lleva a re­ petir su experiencia como receptoras de sem i­ llas encargadas de desarrollarlas; esto es, reciben ideas iniciales provenientes de los dueños de la em presa y las desarrollan, transm itiendo al ha­ cerlo su papel com o m ediadoras, com o puente entre la nada y el ser, com o espacio de transi­ ción entre el deseo y la obra, com o instrum ento, com o espacio necesario para llegar a ser. En estos casos la experiencia de sí m ism a com o ha­ bitación no ha podido ser transm itida con la fuer­ za debida, pues aqu í parece so m eterse a lo establecido, a la visión del hom bre de esa m ora­ da, desde la entrada, desde afuera. Las arquitectas parecen carecer de la fuerza necesaria para com partir con el hombre la construcción de ciu­ dades y edificios, para proponer espacios acor­ des con una visión más totalizadora y m últiple de ellas mism as y m ostrar cóm o, en la m ayoría de los casos, los espacios en los que se han m o­ vido han estado diseñados de acuerdo con nece­ 1EN O T R A S P A L A B R A S .

Com o puede verse, las dos im ágenes anteriores transm iten conocim ientos parciales de la mujer; su vivencia com o m orada y su vivencia com o receptora de una sem illa en la cual ella colabora para que se de. Sin em bargo, hay otra experien­ cia de sí m ism a que habría que considerar si se quiere tener una visión más com pleja y m últiple que ayudaría a que su presencia en el desarrollo del hábitat sea m ás definitiva. Esto se refiere a contar con su propia experiencia com o m orado­ ra, esto es, com o habitante de otro. Esta expe­ riencia com pletam ente originaria rem ite de un lado a su estancia en el útero, pero tam bién, a la posibilidad y m odo de am ar a otro, de habitarlo. El poner de presente ésto le im plica tener que recuperar aquellos lugares que no ha podido aún explorar, sea por estar anclados en un rincón de la m em oria a causa de la im posición de norm as y censuras generadas por la cultura, que le re­ cuerdan incisivam ente que su papel es el de ser m orada-m adre, o porque aún la propia vivencia de sí m ism a no se h a e x te n d id o al o tro a habitarlo, sino que se ha volcado hacia su pro­ pia interioridad, hacia la seguridad que le da su cuerpo com o contenedor, olvidando que ella m ism a tam bién ha tenido que morar, que ser ha­ bitante de otro. Sus experiencias prim igenias com o habitante de otro le dan la posibilidad de encontrar por fuera de sí m ism a donde morar, liberándola de su papel único com o m orada. Su cuerpo ya no es solam ente el cuerpo seductor que se expone al público, que se expresa en todo aquello que tiene para m ostrarse hacia afuera con el fin de ser habitado y desplegarse en su posibilidad de cobijo y protección, de útero en­ volvente, refugio, aislam iento, nutriente que se despliega en la cotidianidad protectora de los espacios que habita invitando a ese retorno a su interior; ahora su cuerpo se desplaza hacia el otro y lo reconoce en sus texturas, líneas, tensiones y calor; reposa en el otro, indicándole y perm i­

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Relhiac ¡Leinido Saberes tiéndole ser tam bién contenedor. Este recorrido lo hace desde sus propios espacios, con los m o­ vim ientos que ellos le indican, con su cuerpo hecho de transiciones, de lugares de vínculo, de túneles, de redondeces, de huellas de haber sido habitado; ya no espera pasivam ente a ser habi­ tada sino que ella m ism a dirige su deseo para habitar a otro y expande en él y en el m undo esa experiencia. C u an d o la m u jer re to rn a a su e x p e rie n c ia prim igenia de haber sido habitante, de haber vi­ vido y disfrutado otro cuerpo, recupera o descu­ bre su posibilidad de m ovim iento; no es más el objeto quieto que espera desde un solo punto ser habitado; recobra la movilidad para recorrer­ se y reconocerse o para ir al otro y recorrerlo, creando relaciones que le dan una nueva m irada al m undo, que le im prim en su propia visión, creando nuevas texturas con base en nuevas re­ laciones, no fijas, sino variadas. E sa visión múltiple podrá darle al mundo otros lugares. A c­ tualm ente, em piezan a surgir propuestas que podrían interpretarse en esa perspectiva; es el caso de Z aha Hadid, arquitecta iraní educada en Londrés, citada anteriorm ente, en cuyo trabajo parece estar presente ese desplazam iento al in­ troducir una nueva m anera de posicionarse en frente de la creación de la obra. Esta deja de ser un objeto quieto que se configura poco a poco desde un único punto de vista, sino que logra sus posibilidades de form a en el m ovim iento que im plica su percepción desde diferentes puntos de vista, desde sí m ism a y desde su trabajo, pre­ sentando la obra com o un objeto cam biable y m últiple, haciendo parte de un contexto que en ese girar tam bién se m odifica y recom pone. Hay otros cam pos del proceso de la producción y recepción de la arquitectura, com o es el de la historia y la teoría, en los cuales es posible ver en los últim as décadas el desem peño de una se­ rie de m ujeres que em piezan a tener un papel protagónico introduciendo nuevas reflexiones sobre la arquitectura, quizás continuando con

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una antigua tradición que hace referencia a su participación com o lectoras de oráculos, como descifradoras del futuro, com o intérpretes del presente, develadoras de lo invisible. Tal vez la cercanía a la producción de la vida, el ser ellas m ism as recipiente e instrum ento, le han perm i­ tido el conocer secretos o cam inos para hablar de lo invisible, para captarlo y traerlo afuera. Pero aun es necesario que esta visión incluya una m irada más totalizadora de lo que ellas son, que les perm ita recuperar sus propias vivencias e introducir en sus análisis la diferencia que les da la vivencia de si mismas y de su corporalidad. Son pues todas estas experiencias prim igenias las que hacen que no pueda desconocerse el pa­ pel jugado por la m ujer en la construcción de lugares del morar. Su cuerpo en sí mismo es habitable, es casa, es útero, es vagina, vasija, lugar de adentro, lugar que se adecúa para reci­ bir, que se adecúa para ser morada, para alim en­ tar, pero tam bién para habitar a otro y recono­ cerlo. El saberse en esta m ultiplicidad le per­ m itirá desem peñar más claram ente su papel en la configuración del hábitat.

EN O T R A S PALABRAS ,


1999 serĂĄ el aĂąo de la

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cultura y salud para todos los colom bianos y colom bianas

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Relhiac tendió» Saberes

EN OTRAS PALABRAS


Relhiae tiendo Saberes

E

n las historias de vida de colom bianas y colom bianos de la segunda m itad del siglo XX, se plasm an los efectos de un intenso proceso de urbanización y de profundas transform aciones culturales que ellas conllevan. Las m igraciones y los desplazam ientos1 constituyen un evento frecuente. Los cuerpos y los sueños de hom bres y mujeres se trasladan del cam po a la ciudad o de esta al cam po, en una continua m ovilidad espacial en búsqueda de mejores condiciones de existencia. Este fenóm eno va transform ando re­ presentaciones sociales y diversas m aneras de asum ir la vida. La cultura rural se inserta en la ciudad, gracias a los y las inm igrantes, mientras que al mism o tiempo la cultura urbana transfor­ ma costum bres y concepciones propias de los ancestros cam pesinos. Al hacer una lectura de los procesos señalados a partir de las historias de vida de un grupo de mujeres de sectores populares, es posible seña­ lar dos fenóm enos com plem entarios: El prim e­ ro, puede denom inarse com o una ruralización de las ciudades, en la m edida que desde muy jóvenes las cam pesinas deben salir de su nicho cultural en búsqueda de nuevas fuentes de em ­ pleo, sobresaliendo la vinculación a los servi­ cios dom ésticos. El segundo, consiste en una urbanización de las costum bres aunque se habi­ te en zonas rurales; estos cam bios de m anera de vivir y com portarse se expresan en el uso de múltiples objetos, de los cuales el vestido con­ centra la atención de este artículo. En ambos casos, estos procesos están m oldea­ dos por la manera como la cultura especifica las cualidades de cada género, ya que la socializa­ ción de mujeres y hom bres im plica aprender el uso de los espacios. Tanto en sus lugares de re­ sidencia, en lo que cada uno o una usa y viste están im plícitos una serie de símbolos. “Al dis­ tinguir a hombres y a mujeres, la cultura los se­ para, evita confusiones y mezclas, los educa en EN O T R A S PALABRAS , . .

la diferencia. Les exige una form a de aparecer los unos ante los otros, les propone unos gestos com o naturales, legisla para ellos un com porta­ m ien to av alad o com o norm al a su g é n e ro ” (G arcia, 1997, 50). Las relaciones de género perm ean la form a com o cada ser vive la infan­ cia, sus tareas centrales, su corporalidad, la vin­ culación escolar, el uso de la vivienda, el acceso a los espacios públicos y a los privados, el tiem ­ po libre, las diversiones, el vestido y en general toda la vida cotidiana. La prim era parte de este artículo versará sobre la form a com o la niña se involucra a la ciudad y migra. Las oportunidades laborales que encuen­ tra se relacionan con la socialización que recibe por el hecho de ser mujer, com o es el aprendiza­ je desde muy niña del oficio dom éstico. La m i­ gración ha incidido en la ruralización de las ciudades porque éstas crecen con población lle­ gada del cam po. Al mism o tiem po las migrantes se insertan a la ciudad mientras que aprenden nuevas costum bres diferentes a las de su nicho cultural de origen. En la segunda parte de este escrito se hace un seguim iento de la evolución de las form as del vestido de las niñas cam pesi­ nas, cuyos cam bios expresan el proceso de in­ troducción de los estilos de vida urbana en la ciudad. Todos estos procesos están caracteriza- * dos por una constante m ovilidad espacial, que ha convertido a la cultura popular colom biana en un híbrido: de m anera que lo Urbano está pre­ sente en el sector rural y viceversa. El presente artículo se fundam enta en algunos de los resultados del análisis de 54 relatos vita­ les, com plem entados con 18 grupos focales en ciudades y pueblos de la región Cundiboyacense,

1 Para efecto de este artículo se denominará como desplazamien­ to, el traslado abrupto de las personas a otros lugares debido a la violencia, inmigración al proceso de movilidad espacial del campo a la ciudad y emigración de la ciudad al sector rural.

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Relhiacieinido Saberes los Santanderes y Bolivar2 . Se trata de una in­ vestigación de tipo cualitativo, basada en el tes­ tim onio oral y en la form a com o las m ujeres relatan diferentes etapas de su ciclo vital, sus experiencias pasadas, las representaciones so­ ciales de la época y expresan las prácticas y sen­ tim ientos de las subjetividades en torno a las instituciones.

caso de las jóvenes rurales se produce como re­ acción a los castigos y maltratos a que son so­ metidas en la intim idad de su familia.

La segunda parte del siglo pasa a la historia de C olom bia com o la época de la urbanización y la form ación de las grandes ciudades, debido fun­ dam entalm ente a la m igración rural y urbana. Dicho proceso ocurre por m últiples factores, ta­ les como: la falta de oportunidades económ icas, la carencia de em pleo, la inequitativa distribu­ ción de la tierra y las expectativas de cam pesi­ nas y c a m p e s in o s p o r c o n s e g u ir m e jo re s oportunidades de desarrollo humano. Estas es­ peranzas, afectan de m anera especial a los y las jóvenes, en la m edida que el sector rural recibe el im pacto de la cultura urbana, bien sea por la m ovilidad ocupacional de sus habitantes o por la extensión de los medios m asivos de com u­ nicación. A los eventos en mención se suman múltiples formas de violencia que obligan al des­ plazam iento forzado de cam pesinos y que en el

A consecuencia de las migraciones y desplaza­ m ientos de los sectores cam pesinos hacia las c iu d a d e s , é sta s se c o n v ie rte n en esp acio s m ulticulturales y multiétnicos. En la ciudad se produce una hibridación, es decir se mezclan form as de expresión de las culturas rurales ancestrales con elem entos de la modernización. C om o lo plantea B arbero (1998, 48):"B uena parte de la ciudad C olom biana se formó a causa de la violencia, dichos procesos obligaron a una reorganización compulsiva de la misma, prim an­ do la necesidad de la subsistencia, la incapaci­ d ad de los c ita d in o s de d a r c a b id a a los m ig ra n te s , la p e rm a n e n c ia de una cu ltu ra folclórica rural, en medio de una fuerte expan­ sión urbana centrada en los modelos de los paí­ ses tecnológicam ente avanzados” . Es propio del paisaje en la ciudad, un agudo contraste entre personas cercanas a la vida “m oderna” con la rural. En una m ism a esquina, por ejem plo se encuentran letreros en inglés que invitan al con­ sumo, al lado de una mujer con pañolón y som ­ brero vendiendo cualquier fruta. En una misma vía esperan el sem áforo un hombre con una ca­ rreta tirada por caballo, mientras otro maneja el carro últim o m odelo y habla a través de un m oderno celular.

2 La investigación “ Una mirada a los imaginarios sociales de un grupo de mujeres de sectores populares” se realizó durante los años de 1996- 1998, con el Programa de Género Mujer y Desarro­ llo de la Universidad Nacional de Colombia. Las historias de vida se complementaron con grupos focales en los cuales participaron 125 mujeres. Son características sociodemográficas de las muje­ res entrevistadas: La mitad habitaban sectores rurales, mientras que las otras residen en las ciudades de Chlqulnquirá y Duitama, del departamento de Boyacá, Bucaramanga y Pamplona de los Santanderes, Cartagena y municipios cercanos en Bolívar. Han ocupado múltiples actividades productivas y domésticas: la mayo­ ría son trabajadoras independientes o ayudantes familiares, sus la­ bores o las de los com pañeros presentan un alto nivel de informalidad, carecen de remuneración fija y de seguridad social. Su ruralidad se definió en razón a que habiten en pueblos o veredas menores de 30.000 habitantes.

Los sectores populares viven la presión de la m odernización a través de los medios de com u­ nicación, los aparatos eléctricos y electrónicos, que generan cam bios en la subjetividad. Pero al m ism o tiem po se produce una fuerte contradic­ ción porque las posibilidades de trabajo en el sector inform al inciden en que continúen repro­ duciéndose valores propios del mundo rural. A los y las jóvenes por ejemplo, les han converti­ do en consum idores por excelencia, de manera que cuando pertenecen a los sectores populares se les ofrece una socialización y unas expectati­ vas de consum o que no se acogen a sus posibili-

U rbanización e hibridación cultural.

E N O T R A S PA L A B R A S . . .


R e Ihia e fieinidto S a b e r e s dades reales de ingreso, ni a sus oportunidades laborales. La cultura urbana se extiende a los pueblos pe­ queños y al mism o tiem po se va produciendo una hibridación, tanto del cam po, com o en la ciudad, en la que confluyen distintos am bientes culturales: el sector cam pesino m igra a la ciu­ dad y la ruraliza, pero al mism o tiem po la cultu­ ra u rb an a im p acta la v id a c am p esin a y va m odificando su tradicional form a de vida.

Características de las m igracion es o desplazam ientos, u n a constante en la vida de este g ru p o de mujeres de sectores populares. “M artha Lucia, nació en Tipacoque. D es­ de que fu e niña estuvo bajo el cuidado de los papás hasta la edad de los catorce años y luego se fu e para Bogotá p o r el m otivo de que los p a ­ dres la regañaban mucho y no tenían com o ayu­ darla o sea no tenían para darle el estudio, p o r eso decidió irse, no pudo estudiar p o r fa lta de recursos. Los taitas le pegaban duro, !Ay Dios!, la m andaban descalcito para la escuela, y ojalá llegara con los chocates puestos a la casa !pa que viera.! Trabajó en oficios varios hasta la edad de los diez, y siete años. Luego consiguió novio y la engañó, ahorita tiene tres hijos y el muchacho la dejó, con esas mentiras que los con­ denaos saben decir. !Ay D ios mío com o quedó !, con tres hijos, sin darse cuenta. Se regresó pues tal vez p o r lo que ella se sentía sola y no tenía com o m antener allá a sus hijos, si tenía para el arriendo no tenía para la comida Vive traba­ ja n d o ella sólita para sacar sus hijos adelante. La vida de esa niña fu e m uy complicada, ya tie­ ne treinta años y no fu e realizada. Su vida fu e la de una niña que no le gustaba bailar, ni tomar, ni tener am istades, p o r fa lta de cariño de los padres ”.

EN O T R A S PALABRAS .


Relhiaeieinido S a b e r e s En esta historia escrita por m ujeres de sectores cam pesinos de una zona bien alejada de B ogo­ tá, se plasm an narraciones acerca de su m ovili­ dad espacial, provocadas por el m altrato intra­ familiar, las carencias económ icas y el abando­ no. Por ser historias ficticias escritas en un gru­ po focal, quienes las narran proyectan situacio­ nes que con frecuencia una u otra cam pesina ha vivido. En general un repaso de los ciclos vitales del grupo de m ujeres de sectores populares objeto de esta investigación, indica una altísim a m ovi­ lidad ocupacional. En prim er lugar, la m ayoría fue m igrante alguna vez y su vida ha transcurri­ do entre cam po y ciudad o entre diversas ciuda­ d es, de m a n e ra q u e só lo u n a m in o ría ha perm anecido en el lugar de nacim iento. Al m is­ mo tiempo el 37%3 de las entrevistadas migraron del sector rural al urbano y ahora son citadinas; relatan con nostalgia las riqueza alim enticia que producían sus parcelas y el em pobrecim iento que im plicó para ellas, la venta de sus fincas o la parcelación de los m inifundios. E xpresiones como: “nos quedam os sin el santo y sin la seña o apenas nací mi m am á me trajo envuelta en un pañolón porque nos iban a m atar” , revelan estos fenóm enos. El grupo de inm igrantes form ó p ar­ te de miles de cam pesinos y cam pesinas que han ruralizado las ciudades y con el pasar del tiem ­ po han ido adoptando representaciones sociales propias del mundo urbano que al m ezclarse con las rurales form an un híbrido cultural. Por otra parte el 24% restante de las m ujeres tam bién migró, pero no perm aneció en la ciu­ dad. Volvieron al cam po llevando consigo la asim ilación de la vida urbana de m anera que m ie n tra s se re in c o rp o ra n al m u n d o ru ra l im pactan la cultura cam pesina e innovan cos­ tum bres fam iliares tradicionales heredadas de

sus ancestros. Otro tipo de movilidad espacial se presenta en el 11% de las entrevistadas; son desplazam ientos de unas zonas rurales a otras, así com o de la ciudad al campo, motivadas por la necesidad económ ica o com o en el caso de la historia de M arta Lucía, por las facilidades que su lugar de origen les ofrece para cum plir sus tareas maternas. Bogotá constituye el espacio más atrayente para las m ujeres del Boyacá y Santander. A sí mismo, durante m uchos años las fam ilias de la zona Caribe y del oriente Colom biano aspiraban a ir a Venezuela en búsqueda de mejores condicio­ nes salariales. Ahora, diversas zonas de Colom ­ bia com o la C osta A tlántica son un polo de atracción para los Santandereanos. En las historias de vida se plasm an también la m anera com o hombres y mujeres han sido obje­ to de m últiples desplazam ientos: Las entrevis­ ta d as ad u lta s fu ero n am en azad a s p o r “los pájaros” ; ahora por los param ilitares o la guerri­ lla. Sin em bargo, como se observará en las his­ torias que se relatan a continuación, las niñas m igran por violencias invisibles como el m al­ trato proveniente de sus progenitores, que des­ de muy niñas las obligan a dejar su hogar. En el trasfondo de estas historias de migración se m ezclan las adversas condiciones económ i­ cas para las habitantes del cam po, que generan hombres y mujeres dispuestos a trabajar en cual­ quier lugar por conseguir salarios más justos. Los testim onios indican que dadas sus condiciones de género las mujeres migraron, menos por la violencia política y más por la violencia de su socialización, mientras que su retorno al lugar de origen está articulado a la necesidad de cum ­ plir con las tareas de madres o esposas.

3 Las proporciones se calcularon a partir de las 54 historias de vida

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E N O T R A S PA L A B R A S


Relhiac iemdlo Saberes El servicio dom éstico rem unerado, el oficio que las involucra a la ciudad. Las carencias propias de la econom ía cam pesi­ na y los malos tratos de las fam ilias de origen inciden en la constante expulsión de jovencitas a la ciudad, de m anera que el servicio dom ésti­ co se convierte en la actividad puente para su integración al sector urbano. Se convierte en la primera actividad que genera ingresos, posterior­ mente unas retornan a su lugar de origen y otras continúan vinculadas a otras labores. A conti­ nuación se presentan dos casos que ilustran esta problem ática: El prim ero, de una m ujer oriun­ da de la región Cundiboyacense, quien después de pasar varios años en Bogotá, volvió a la zona rural y habita un m inifundio de esta zona. La segunda de una m ujer nacida en Córdoba y ha­ bitante de la zona rural de Turbaco, en Bolívar, quien antes de em plearse com o dom éstica tam ­ bién recibía un intenso m altrato de su mamá.

" M e toca con seguir m o z o " Carm en es una m ujer analfabeta de 26 años, quien ante la intensa agresión del padre, su mamá le recom endaba dos alternativas: em plearse en “casas de fam ilia” en servicios dom ésticos o conseguir un “m ozo” . “Vivíamos en el campo, en una casita grande llegando a la escuela. M i m amá la pasaba en la casa y m i papá en el trabajo, aunque la escuela quedaba cerquita, no estudiaba porque mi papá nunca nos puso a la escuela. D ecía que yo no tenía tiempo, que no tenía con que com prar los lápices y las cosas que me pedían en la escue­ la. Pues yo qué hice?: volarme de la casa, irme a trabajar y pu ’ allá aprendí m edio algo, a h a ­ cer el oficio de la casa, pero para leer no. El llegaba a la casa y era una mierda con noso­ tros, m ejor dicho como un marrano. Llegaba de un genio que no se lo aguantaba ni él mismo, le EN O T R A S PALABRAS .

botaba a m am á la com ida p o r la patas, le rom­ pía los platos y le pegaba. N osotros p o r tenerle miedo, nos m etíam os entre un tubo que había entre las m esas p u ' ahí, entre el hueco, nos sa ­ caba y nos agarraba a palo. De pequeña yo si me recuerdo mucho, com o si fu e ra toda mi vida, todo lo que m i p a p á hacía conmigo: lo sacaba a uno corriendo porque llegaba tomado, nosotros ya sentíam os el susto. Yo p o r no dejarm e peg a r más, p ues entoes me salí, me le volé y no volví más a la casa. Fue cuando me largué pa ’ B ogo­ tá, antes aguanté m ucha hambre. Entoes, pues una señora que se llama M ercedes fu e la que me crió y me vistió y todo. Yo si le agradezco a ella. La señora me llevó, me dejó allá y me am a­ ñé a trabajar. En Bogotá fu e que me enseñaron a cocinar, a lavar y a todo, a ser juiciosa porque yo no servia ni para hacer una papa, ni para lavar un chiro; !pa que!, yo no sabía hacer nada. Entoes esa señora buena gente con pacencia me enseñó y me decía com o era. Yo era pequeña y pues ellos me explicaban, y yo aprendía. M e to­ caba hacer de la casa: los hijos me querían mucho, pero yo le dije a la patrona que yo no quería trabajar más, que estaba cansada. P or­ que el oficio era pesado harto, la casa era de dos pisos. Entos m e pago el sueldo. Y a sí fue, me vine pa ’ la casa y mi papá no me chistó nada. En otra casa de otra señora m e ju e mal. Esa señora m e pegó, m e lavó, ni me p a g ó ni nada, sino que me sacó de la casa. M e vine y dije que no quería trabajar más. M i papá no me podía ver, m ejor dicho él no me puede ver toavía, aho­ rita que m e ju n té con m i marido, menos. El me jo d ió una vista, a q u í todavía tengo la marca cuando m e p eg ó él. M e dejó ocho días en cama que no podía p a sa r ni saliva. Yo le dije a m amá y se lo grite a p a p á “Papá el día que usted me siga haciendo a s í se la voy a hacer, consigo un muchacho, un hombre o un viejo, pero que me voy a vivir con él, me voy porque no me sigo sufriendo a q u í yo. Ese día me provocaba m a ­ tarme

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Relhiaciieimdlo S a b e r e s "P o r la tarde n o tenem os arró". Sim ilar situación le sucede en Besaida, m ujer de 33 años, su madre la em pleó con una fam ilia en un pueblo cercano a su vivienda e intercam ­ biaba el trabajo de su hija por comida: “Entonces yo me fu i para que ellos m e dieran la ropa, que ellos me ayudaran pa ’ yo dede a mi m am á y lo poquito me dieran yo le llevaba. Yo a cam bio Ies lavaba los platos, barría, trapiaba, hacia los mandados. Yo com encé desde la edad de los siete años. A ntes de irme p a ' esa casa, andaba con m i mamá, íbam os a pilá el arroz, para el m onte a coger m aiz blandito p a ' m olelo p a ' vendé los bollos. Ella asaba galleta y yo me iba a vendé la galleta. En la casa en donde yo estaba trabajando, tenían, un hijo del señor y me ponían a pelia con él. Yo buscaba un p a lo y le daba también, porque nos encerraban en una pieza p a ' pelia. Como el señor se enam oró de mi, yo no me podía bañar y yo le decía a mi m amá que yo no quería está mas ahi. Ella me decia: “m ija dónde vas a encontrar otra opor­ tunidad que tengas a h í”?, que yo no tengo _yellos me m andan para la libra de arroz, me dan la ropa pa ’ los otros dos pelaos Entonces, cada vez que yo me iba a bañá, él se m etía en el baño. La señora que cocinaba se daba cuenta y p a sa ­ ba vigilándom e. Cuando yo m e acostaba tam ­ bién tenia que está pendiente en la puerta pa ’ que no se me m etiera p a l cuarto. Yo tenia ocho años, era una pelciita. Yo también le decía a la patrona que él me quería pero ella me decia que eso eran chism es mios. La señora que cocina­ ba, m e decia que él estaba e ñam o rao de m i y que m e podía pejudicá. Entonces yo, ajá, yo pensaba, será que me tiene ganas de m atar ?. Entonces me dijo: no, perjudicarte es una cosa que él quiere tener algo razonable contigo, él quiere perjudicarte que tu seas la m uje de él.... Ellos no me alcanzaron a hace n a ’, ellos si me pegaban. M i m amá me decía: tienes que aguantó poque ajá, ve cómo estamos?, p o r la tarde no tenem os cirro. Yo le ayudaba a la señora a ju n ­

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tar el fogón, rayar el coco, p ela r un bulto de yuca, platano, ñame. La señora me decía: come atrás porque allá no van a comer, ni que los otros se den cuenta porque se está gastando mucha comida. P a ' salim e de esa casa fu e poque ya yo me aburrí, porque ese muchacho me tenía muy aburrida se puso plebe, arbitrario y me p eg a ­ ba Las historias aquí relatadas hablan por si solas, porque el m altrato y el abuso sexual de padres o patrones se narra de manera espontánea y sin preguntarles directam ente al respecto. Esta si­ tuación es consecuencia de un tratam iento de la niñez com o si su cuerpo fuera objeto de placer de los hom bres adultos y sin ningún respeto a su individualidad y sentimientos. Al mismo tiem ­ po son tratadas com o instrum entos por las m is­ mas m adres, quienes las em pleaban para así lograr satisfacer sus necesidades económ icas. Además de las tareas domésticas y agropecuarias que por lo general no son remuneradas, el servi­ cio dom éstico en casas de otras fam ilias consti­ tuyó la principal ocupación para las jóvenes inm egrantes de la mitad de las entrevistadas en B o y acá y B o lív ar y la tercera parte en los Santanderes. Las relaciones oscilaban entre la solidaridad y el maltrato, pero de todas maneras las sobrecargaban de tareas, prevaleciendo la explotación de su fuerza de trabajo, a partir de su débil corporalidad y aprovechando su corta edad. El pago era mínimo, com o ocurrió en el caso de Carm en, o se intercam biaban sus servi­ cios por alimentación, ropa o también educación. Las madres por lo com ún les prohibían salir de su lugar de trabajo, pues así consideraban que se protegía su corporalidad, pero paradójicamen­ te en los m ism os hogares con frecuencia fueron som etidas al abuso sexual por parte de adultos y jóvenes. Varios factores se entrem ezclaron en la expul­ sión de las cam pesinas de su hogar de origen: el m altrato al que eran sometidas por sus propios E N O T R A S PALABRAS . . .


Relhiaeiieinudo S a b e r e s

padres o madres, las restricciones y prohibicio­ nes debido a su condición fem enina, el tem or a que perdiesen su virginidad y la prohibición de cualquier tipo de actividad lúdica. En todos los casos incidió en la m igración de las niñas la so­ brecarga de labores domésticas y agropecuarias. Por estos oficios no recibían remuneración, pues la m a y o ría de sus ta re a s eran p a rte de la cotidianidad fam iliar y ni siquiera se conside­ raba trabajo, sino un deber propio de su condi­ ción femenina. Por ello, madres e hijas al cumplir 7 o 8 años, veían conveniente su vinculación como em pleadas del servicio dom éstico inter­ nas a casas de familias para com plem entar así, los ingresos familiares. El servicio dom éstico rem unerado era también consecuencia de la asignación de roles diferen­ tes a cada género: mientras los jóvenes con más frecuencia com enzaron a ser asalariados en la agricultura, labor que realizaban con sus padres, las niñas se vincularon al servicio dom éstico pues para esos oficios se socializaron. Varias fueron contratadas por sus m aestras bajo la pro­ mesa de que les enseñaban a leer y escribir, con­ dición que no cum plieron. A sí mism o se relató el caso de una com unidad religiosa de Boyacá que vinculaba a las niñas para prepararlas com o m onjas, pero eran explotadas a través del servi­ EN O T R A S PALABRAS .

cio dom éstico intenso, pues el convento era al mism o tiem po un hotel. Incluso fueron m altra­ tadas cuando por distintas causas no cum plían sus obligaciones. El trabajo bajo esta m odalidad produjo un im ­ pacto fundam ental para el proceso de socializa­ c ió n de las n iñ a s c a m p e s in a s , y a q u e se producían desplazam ientos y cam bios en los lu­ gares de residencia; ellas conocían y se com pe­ netraban en la intim idad con representaciones sociales propias de los sectores medios o altos de la población, cuya vida cotidiana transcurría de m anera distinta a la de su fam ilia de origen. Se rom pía así el proceso socializador agenciado por la madre y la com unidad de referencia mas cercana. La m ayoría em igró a lugares diferentes de sus hogares y al conocer un nicho cultural distinto, se transform aron valores propios de su socialización por cuanto las “patronas” com en­ zaron a ju g ar este rol. Al m igrar del sector rural, estas jóvenes ruralizan las ciudades, am plían su m undo cultural y aun­ que llevan en su inconsciente la socialización rural de la infancia, com parten valores y cos­ tum bres de la ciudad. M uchas de ellas después se convirtieron en zorreras, vendedoras de la plaza de m ercado, atendieron restaurantes, la

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Relhiac¡Leudo Saberes m ayoría oficios del sector inform al, m antenien­ do la hibridez cultural4 entre los valores pro­ pios del sector rural y de la ciudad, ya señalada po rC an clin i ( 1.989).

La evolución del vestido, com o un ejem plo de expansión de la cultura u rban a en las ciudades. La form a com o se visten niños o niñas expresan las representaciones sociales que los padres y en general, la sociedad tiene acerca de la infan­ cia. Por ello, Philippe Ariés (1987) estudió a tra­ vés de las pinturas, com o se encontraban los niños y las niñas representados. A partir de ves­ tim entas trató de com prender las im ágenes que los padres tenían sobre su papel en la sociedad, la estim ación que les daban y los sentim ientos en torno a ellos. “La indiferencia existente has­ ta el siglo XIII por los caracteres propios de la infancia no aparece solam ente en el m undo de las im ágenes. El traje dem uestra, en la vida real lo poco particularizada que estaba la infancia en esa época. ... En la Edad M edia se vestía in­ diferentem ente todas las clases de edad, preocu­ pándose únicam ente por m antener visibles los grados de la jerarquía social. En el siglo XVII el niño usaba un traje separado de los adultos.” (1987,78). A ries no encuentra una diferencia sustancial respecto a las niñas porque a ellas en cuanto se le quitaban lo pañales se les vestía de m ujercitas. Los pobres, por su parte usaban el ropaje que los ricos les daban.

En los relatos sobre las vidas, las mujeres adul­ tas, - prom edio de 50 años,- expresaron: “En esa época uno siempre perm anecía que con el vestido larguísimo, que la m amá le decía que no se le vieran los pies, que los niños no le fu era n a m irar el cuello, tenia que ser con los sacos bien, y aún todavía me gustan los buzos altos. Si uno salía los dom ingos a misa, era con su vestido largo. Tenía que ser bien cubierto, porque eso era ser uno sinvergüenza y m ale­ ducado. Cuando hacia calor p u es tenia que aguantárselo uno con su ruana y su sombrero que no le podían hacer falta. Uno se acostum ­ braba así, no había sudaderas ni nada, p o r­ que eso p o n erse pantalón, eso era terrible. Solam ente los hombres se ponían eso. La ropa era asi que faldita, no muy larga, a la rodilla, jardinerita y una blusita, eso si mis zapatos usá­ bam os alpargatas y som brero”. (M ujer adulta de Boy acá). “ De pequeña eran puros vestiditos, puro traje hasta m ás abajito de las rodillas, trajes de m a­ chete, puro plegao y con bolsillo a los lados para m eter la plata... M e ponía una badeas anchitas y sus cuellitos. Ella decía - los escotes- las m o­ das no son para que las use usted, eso las usan las m ujeres cualquieras. (M ujeres de Bolívar)

El vestido es así mism o, un indicativo de la cla­ se social de las personas y de los valores que la sociedad tiene en torno a la corporalidad. C uan­ do cam bia el tipo de vestido, cam bia la vida y esa transform ación se asocia con m uchas otras.

D urante la m itad de este siglo, se tenían m últi­ ples tem ores para abordar la corporalidad fem e­ nina y su sexualidad. M ientras se identificaba con la m adre la niña aprendía, que debía escon­ der no solo sus órganos sexuales, sino sus pier­ nas, cuello y brazos, para no generar deseos en los hom bres. Las vestim entas de ellas expresa­ ban el silencio consagrado por la cultura sobre su sexualidad y por ello, se privilegia el vestido largo sobre el corto, las mangas cubriendo sus brazos y las túnicas en el cuerpo que no desta­ quen el busto.

4 La hibridez hace referencia al sincretismo cultural entre lo urba­ no y lo rural, lo tradicional y lo moderno.

La vestim enta infantil variaba con el clima: las cam pesinas santandereanas usaban vestidos de raso, faldas o blusas mas apropiadas para la tie-

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EN O T R A S PALABRAS .


Rebane¡leedlo Saberes

rra caliente y las boyacenses faldas negras, som ­ brero y pañolón. En el caso de Bolívar, a pesar del calor el vestido contiene rasgos similares; es decir, a todas se les recom endaba usar faldas largas, se les prohibía el pantalón, para que se vistieran con ropaje femenino. Por otra parte, con la ropa también se distinguían a las m ujeres entre sí. Las buenas debían usar prendas largas y anchas, el pelo debía ser reco­ gido, porque soltar la cabellera podía ser inter­ pretado com o ser una mujer mala, asim ilable a la bruja, la otra, la prostituta. Ni siquiera podía cogerse el pelo con la carrera por la mitad, por­ que se corre el riesgo de representar la apertura de la vagina. Se m anifiestan así, im aginarios duales sobre las mujeres, la Eva y la Virgen, la prim era perversa, im pura y pecadora, la segun­ da, madre, santa, pura y casta. A sí describe una m ujer Santandereana de 75 años el vestido que se usaba en las veredas de San Gil, relato que corresponde al ropaje en la década del cuarenta: ‘'Antes era fa ld a y rusa, la fa ld a hacia el tobillo, siempre para ir a ! pueblo y para entre casa. Era una adm iración la m u­ je r que se ponía un pantalón y decía que era el diablo, el pantalón en una mujer. Uno se p ein a ­ ba con su moñete. Uno no tenia ganchos, ni co­ E N O T R A S PA L A B R A S

lorete, ni nada de eso. Ahora es pura pintura, hasta las uñas de los pies, Usábamos brasier pero yo m ism a los hacia. Compraba m antagonal que se llamaba, ahora no se ve eso, dobla­ ba, cosia, le ponia tirantas y cordones o broches o botones; si uno quería apretaito, apretaba. Pa ’ calzarme, yo ja m á s me puse eso, m e ponía a l­ pargata. Yo ja m á s tuve en mis pies ese m arti­ rio. Todavía compro alpargatas, !ay virgen !, yo donde que me levanto tengo que p onérm e­ los, yo jam ás, zapatos, son m uy tiesos. Y cuan­ tas hay que se ponen los zapatos y les quedan tantico apretaos y se les hacen esos ampollones. Sombrero, yo sabía hacer de esto, ya se m e olvi­ dó, yo hacía pero para entre la casa, no era para vender. Eso lo hacíam os a q u í en la fin ca . Cuan­ do eso no se usaba interiores, fa ld a negra y debajo gruesa. Antes no se usaban calzones. Las naguas eran bien anchototas. Eso no se veía nada, eso era oculto, uno tenía dos pares y cuando ya estaba mugroso, pues cam biaba y lavaba para tener listo. Yo tenía el cabello largo o sea yo me hacía trenzas o colas me peinaba yo misma. Lo que yo m e acuerdo que yo no me dejaba el p elo suelto para nada, mi papa decía: no tiene que usar el p elo suelto, asi se ponga una cabuya pero tiene que am arrarse esas mechas. (Carmen de San Gil)

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Relhiaeieinudo Saberes El vestido también diferenciaba de forma estricta y clara a los hom bres de las mujeres, la falda era privativa de lo fem enino, m ientras que los pan­ talones significaban la m asculinidad. U sarlos provocaba un escándalo, era algo diabólico. Esta división no im plicaba que las m ujeres no debie­ ran trabajar en muchos casos al igual que los hom bres, pero sin que su vestim enta perdiera su carácter fem enino. En el vestido de la niña se expresaba la pobre­ za; cualquier ropa podría cubrirla, lo cual se convertía en algo dram ático cuando eran aban­ donadas por su madres. Al mismo tiem po el ves­ tido indicaba la falta de valoración del cuerpo infantil fuera niño o niña. “En ese tiem po vivíam os todos remendados... Yo me tocaba andar desnuda de mudas, casi desnuda. Pues a m i no me compraban ropa. Casi yo era la p eo r que andaba en esa casa, de esa fa m ilia ....” (M ujer de Boyacá). “La vida anti­ gua para uno era terrible, eso no, ni alpargates, no le ponían a uno nada, sino ande uno descal­ zo. Uno usaba p o r ahí trapitos, ropita asi. Yo me puse los primeros zapatos a los quince anos, cuando me regalaron un p a r de zapatos. Yo iba a la escuela con cotizas. Cuando se largaba el agua uno se m ojaba p o r los chocatos, pero asi iba uno a la escuela y tenía que venirse ”. (M u­ je r Santandereana.) El vestido indicaba adem ás que los niños(as) no habían entrado en el m ercadeo de bienes de con­ sumo, de m anera que las m ism as m adres cosían para ellas: “M e hacía la ropita, ella m isma me hacia los vestiditos, asi como ella los sabía ha­ cer, los cosía a mano. Se traía un pedacito ro­ sado o am arillo o así, entonces le hacía de para arriba la blusa de un color y de para aba­ jo la fa ld a de otra a las niñas y a los niños el pantalón ella m isma los hacía. Entonces no ha­ bía cam bio sino p o r ejem plo cada tres dias, si, y se tenia que tener m ucho cuidado con la ropa porque, si el niño se ensuciaba pues lo regaña-

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ban, no era com o a h o ra ”. En síntesis, el vestido de la niña cam pesina ex­ presaba las características de su socialización y las concepciones de los padres sobre la infan­ cia. En prim er lugar, en razón a las representa­ c io n es so ciales sobre su sex u alid ad , d eb ía esconder su cuerpo y las m anifestaciones de su corporalidad. En razón a su clase social, usaban pocas prendas, baratas y al no pertenecer a la sociedad de consum o, los vestidos eran elabo­ rados por ellas mismas. Por último no se usaban m aquillajes, las m ujeres no se pintaban, pues no correspondía a la estética de una m ujer trabaja­ dora y del campo. En los últim os treinta años, sin em bargo, las vestim entas han evolucionado y en los cam bios en los vestidos se expresan también transform a­ ciones de las representaciones sociales en torno a la niña, a su corporalidad y la m anera de involucrarse en la sociedad de consumo. Ya una joven Santandereana cuya infancia co­ rresponde a los años 70 plantea: “La ropa a mi me la com praba m i nona, ropa de deporte, y m e m andaba a hacer vestidos, a mi me gusta­ ba vestirme bien. Yo le decia nona no tengo ropa, no tengo zapatos y ella de alguna m anera me daba. Usábamos vestidos cortos, p o r la rodilla, asi donde vivíam os era frió. ” “Antes era una época en que si el hombre veía la rodilla a la m ujer se entusiasm aba, porque eran la polleras largas. H oy las mujeres andamos prácticamente en cuero ”. (M ujer de Bolívar.) Las jóvenes rurales y las hijas de las entrevista­ das, ya no se visten de acuerdo con la tradicio­ nal norm a cam pesina. El uso del pantalón y las botas de caucho se extiende, el som brero se sus­ tituye por la cachucha e incluso la alpargata por los tenis de marca. Ya no desean usar el som bre­ ro y la alpargata cuando van al pueblo, pues rechazan la apariencia de “cam p esin as” . La transform ación del vestido expresa otros camEN O T R A S PALABRAS . . .


Relhiac tiende» Saberes bios en las representaciones sociales de las mu­ jeres rurales. En prim er lugar, con el uso de los pantalones, se acepta ver las form as de cuerpos que perm anecían invisibles debajo de la falda. De una u otra forma, perm itir a las jóvenes el uso de pantalón o “pantaletas” , indica la ganan­ cia de una m ayor igualdad de las m ujeres res­ pecto a los hombres. Las entrevistadas valoraron la nueva m anera de vestir y la com pra de ropa a los niños: “Andaba uno del todo em peloto pero así de a mucho, así, hoy en día las hijas de uno tienen ya, mas o menos viven bien vestidas. A uno no lo criaban con m ucha ropa bonita, así com o hay hoy en día, no” . El cam bio en el ropaje significa tam bién que las nuevas generaciones pierden representaciones sociales con las cuales se valoraba el mundo cam pesino, debido a la intromisión de la publi­ cidad y de los medios masivos de com unicación en la intim idad de la familia. Por ello, la ropa manufacturada y de “m arca” es la más apeteci­ da por las y los jóvenes del medio rural. Expresa adem ás la expansión de la sociedad mercantil al medio rural, pues ahora se com pran mas bienes m anufacturados; la ropa ya no se hace en cada hogar y se trata de “rem endar” menos. En las entrevistas las m ujeres jóvenes de los pueblos pequeños protestaban sobre los altos costos que im plicaba para ellas com prar estos productos a sus hijos, con los exiguos in­ gresos que ganan. El vestido indica como la socialización se trans­ forma generando nuevas paradojas y contradiccio­ nes para los sectores populares en razón a su clase social. Las generaciones socializadoras tienden a cumplir este rol de manera contradictoria entre la forma como fueron socializadas respecto a como ahora socializan. Desafortunadamente, las nuevas generaciones reciben de la sociedad unas expecta­ tivas de consumo y de vinculación a la sociedad de masas, que sus padres no pueden satisfacer de­ bido a sus exiguos recursos. E N O T R A S PA L A B R A S

El caso de este grupo de m ujeres de sectores populares, indica un fenóm eno nacional, com o es la ruralización de las ciudades a través de una em igración perm anente de m ujeres cam pesinas a la zona urbana. En la zona rural, las jóvenes migran debido al trabajo rem unerado, sumadas a las prácticas de socialización tan restrictivas y m altratantes. De esta m anera el servicio dom és­ tico les brinda esa prim era posibilidad de obte­ ner in g reso s m o n etario s. C o rrelativ o a este fenóm eno, la cultura de la zona rural se urbani­ za en la m edida en que jóvenes cam pesinas y cam pesinos, van integrándose en el consum o de ropas y m odas propias del mundo citadino. E s­ tos dos fenóm enos son apenas un prim er esbozo de lo que significa hacer una lectura desde el género y la clase social a procesos m igratorios que con frecuencia sólo son analizados desde la perspectiva dem ográfica.

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Relhiac Ă­ieinido Saberes


Relhiae ¡Leedlo Saberes ¿Q u é es eso del E C O F E M IN IS M O ?

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■ ■ H i 1 debate sobre mujer y m edio am biente es bastante nuevo y, por lo tanto, aun no hay consenso sobre com o abordarlo, ni análisis muy profundos sobre la interacción de estas dos pro­ blem áticas tan com plejas y que adem ás atravie­ san las dem ás temáticas. Con ello no se quiere negar el im portante aporte que se ha hecho en tal sentido, por parte de colectividades y de al­ gunas personas.Selene H erculano y Jacqueline Pitanguy (1993), mencionan que el medio am ­ biente no es una categoría específica y que las mujeres no son un grupo hom ogéneo, pues per­ tenecen a diferentes clases sociales y a distintos estratos, y no se asocian a un solo aspecto del medio ambiente, por lo cual es difícil trabajarlos com o una conjunción. En general se puede decir que existen dos visio­ nes dentro del m ovim iento de mujeres, para ex­ plicar la com plejidad de la relación entre m ujer y medio am biente, y se presentan com o postu­ ras teóricas y estrategias de acción diferentes. Una prim era posición trabaja con las propues­ tas de Vadana Shiva (1991) y M aria M ies (1990), conocida como “E co-fem inism o” , la cual se fundam enta en una definición de la identidad fem enina enraizada en la naturaleza, en cuanto sus roles reproductivo y de proveedora. De acuer­ do a esta perspectiva la proxim idad de la m ujer a la naturaleza es mucho más íntim a que la que puede tener el hombre. Las dos autoras levantan una fuerte crítica al modelo de desarrollo gene­ rado en los países industrializados. Dicen que este destruyó la naturaleza, y alienó al ser hu­ m ano, creando sociedades dom inadas por el consumism o, la contam inación y la violencia. Vadana Shiva (1991), afirma que existe un “prin­ cipio fem enino” que es la fuente de la vida y que fue subyugado con el capitalism o. Además EN O T R A S PALABRAS .

expresa que este m odelo de desarrollo tiene su fundam ento en una cultura patriarcal y racista, pues su centro es el hom bre blanco, m arginando a la mujer, a distintos grupos étnicos y a la natu­ raleza. Para la autora la salvación del planeta tierra, requerirá revivir ese principio fem enino, el cual puede generar una nueva cultura basada en la capacidad innata de las m ujeres de m anu­ tención y cuidado de su familia, de su com uni­ dad y de la naturaleza. Así, el Eco-fem inism o se posesiona com o una propuesta ética contra el patrón de desarrollo tradicional, en el cual la m ujer fue m arginada y donde adem ás el patriarcado, com o ideología, es responsable del caos social y deterioro que hoy presenciam os y por lo tanto del actual m o­ delo de desarrollo. M erchant (1990), citada por D obson (1997) en su libro “Pensam iento político verde” , m encio­ na que las eco-fem inistas afirm an que im pedir una m ayor destrucción del medio am biente im ­ plicará estar más en contacto con el m undo na­ tural (m edio am biente), al cual la m ujer está habitualm ente más cerca que el hom bre, y que por lo tanto, la m ujer está m ejor situada para proporcionar m odelos de conducta ecológica­ m ente sanos. La base de esta cercanía a la natu­ raleza es la biología, según la autora, debido al rol reproductivo. Pero en la realidad encontra­ mos muy pocas personas, mujeres y hombres que actúen con dicha sensibilidad. Esta posición (el eco-fem inism o) adem ás se cen­ tra en las diferencias entre hom bres y mujeres, revalorizando las características de las m ujeres, a c tu a lm e n te su b v a lo ra d a s. S eg ú n D o b so n (1997), las ecofem inistas suscriben su estrate­ gia en la diferencia y no lo hacen sólo con miras a liberar a la mujer, sino tam bién con el propó-


Relhiac ¡Leedlo Saberes sito de anim ar a los hom bres a op­ tar por modos “fem eninos” de pen­ sar y a ctu ar, p ro m o v ie n d o así relaciones más sanas entre la gen­ te en general, y entre la gente y el medio ambiente. Es im portante su­ brayar que estas teóricas creen que su propuesta es valiosa tanto para las mujeres, com o para los hom ­ bres y para la salud del planeta. Vale la pena m encionar que si bien, el Eco-fem inism o com o propues­ ta de acción y pensam iento se de­ sarrolla en Europa, en la actualidad existen grupos de esta corriente en diferen tes regiones del planeta, desde países desarrollados como en desarrollo. La segunda visión, más enraizada en el fem inism o, ha rechazado tra­ dicionalm ente la identificación de la mujer con la naturaleza, critican­ do los argum entos que en nombre de la esencia m aternal, la habían alejado por siglos del poder y de la igualdad social. En la literatura fe­ m inista se com enzó a plantear que más que una esencia o principio fem enino, se trataba de unos roles aprendidos socialm ente. Se niega la existencia de un principio fem e­ nino, porque entre otras sim plifica la historia de las m ujeres, desconociendo las d i­ ferencias étnicas, de clase, edad, nacionalidad, etc. Puede decirse, sin tem or a equivocarse, que aun hoy ésta es la visión determ inante en el m ovim iento de mujeres. Esta últim a postura piensa que el eco-fem inis­ mo refuerza los roles tradicionales, sum ándole ahora a las m ujeres la responsabilidad del cui­ dado y aseo del planeta, de la región y de la casa. Por ello consideran que se trata más bien de cons­

truir propuestas alternativas de desarrollo con, desde y para las mujeres que perm itan el mejo­ ram iento de la calidad de vida, desarrollo pleno y participación en el espacio público colectivo, com o aspectos vinculados al medio ambiente. D ichas propuestas deben buscar com prender, recuperar, valorar y potenciar el conocim iento que tienen las m ujeres sobre biodiversidad, sa­ neam iento básico, autoconstrucción, equipa­ m ientos co lectiv o s, seguridad alim entaria y plantas m edicinales, fuentes de energía, etc. Para el m ovim iento social de mujeres la lucha por un medio am biente sano y equilibrado es una lucha por los derechos ciudadanos, de la mism a form a que la lucha de la mujer por su dignidad social y equidad también lo es. M uchas autoras y autores han levantado criticas al eco-fem inism o, viéndolo com o una propues­ ta reaccionaria. Biehl, citado por Dobson (1997), dice que cuando las ecofem istas enfatizan la im portancia del rol reproductivo, tienden a dar por buenas esas im ágenes que definen a las m u­ jeres como seres primordialmente biológicos. En igual sentido Plum w ood, citada por Dobson ex­ presa que “el concepto de naturaleza femenina ha sido y sigue siendo un instrum ento im portan­ te de los conservadores resueltos a mantener a las m ujeres en un sitio de subalternas” . El fem inism o, no quiere negar, sino por el con­ trario reconoce que las mujeres por tener una activa relación con el m anejo de los recursos naturales, por su vital participación en la repro­ ducción de la vida humana, por su responsabili­ dad en la vida doméstica, y por su importante aporte en la producción, especialm ente agríco­ la, tienen interés en conservar el medio am bien­ te, pues en la m edida que éste se deteriora se increm enta su jornada de trabajo y disminuye su calidad de vida, la de su fam ilia y la de su com unidad. Algunas situaciones que se pueden citar al respecto, son por ejemplo: El agotam ien­ to del bosque lleva a que se tenga que realizar EN O T R A S PALABRAS , ..


R e h a c iieim«dio Sa Ibe re § largas jornadas en la búsqueda de leña, tarea por excelencia femenina. Igualm ente el deterioro de los bosques genera perdida de m edicinas y ali­ mentos tradicionales, desmejorándose así, la ali­ mentación y la salud.

período de construcción de los barrios y de la vivienda, las mujeres hacen la vida posible a pesar de las múltiples carencias porque com pen­ san la ausencia de servicios colectivos o su fuerte irregularidad, con la extensión de su trabajo do­ méstico: C argar baldes con agua, hacer fila para acceder a los servicios de salud, etc.

M ujer y M e d io A m biente

Esto sucede en un contexto en el cual el Estado descarga sus responsabilidades políticas y socia­ les, de construcción y m antenim iento de los ser­ vicios básicos y de los equipamientos colectivos, en las com unidades y particularm ente, en las mujeres. Según las autoras las m ujeres se vuel­ ven protagónicas, no solam ente en función del rol tradicional de reproducción social, rol pro­ tector de vida y de sostenim iento del tejido so­ cial, sino a partir de las profundas m utaciones de la sociedad, las cuales las llevan a asum ir m últiples actividades. (M arie D om inique de Surem ain y M aría Lucía Rapacci, 1995).

Se reconoce que la provisión de parte im portan­ te de los bienes esenciales para la subsistencia fam iliar son en general de su incum bencia. Así, en muchas com unidades las m ujeres tienen la responsabilidad de la producción y consum o fa­ miliar de alimentos, m ediante el cultivo de huer­ tos y la c ría de a n im a le s m e n o re s, de la elaboración de alimentos, de la consecución de fuentes de energía, de agua, etc. En el texto "Un río en el que aprendim os a n a ­ dar. Una m irada de m ujer y m edio am biente ur­ bano, 1995” de M arie D om inique de Surem ain y M aría Lucía Rapacci, encontram os un buen trabajo de investigación sobre la relación mujer y medio am biente urbano. Las investigadoras com entan com o las mujeres en los sectores po­ pulares han jugado un rol determ inante com o factor de atenuación de la crisis urbana y am ­ biental. Así, durante la construcción de los barrios po­ pulares de la periferia de las ciudades colom ­ bianas, bien sea por invasiones o urbanizaciones piratas, las m ujeres jugaron un papel a m enudo heroico en las ocupaciones, las luchas, las m a­ nifestaciones y/o paros cívicos y un papel de impulso definitivo en la lenta consecución de los servicios de infraestructura y de la autocons­ trucción de la vivienda. A lo largo de todo el

Según Kelly, 1997, aunque las m ujeres repre­ sentan la mitad de la población mundial y una tercera parte de la fuerza de trabajo, reciben únicam ente una décim a parte de la renta m un­ dial y poseen m enos de 1% de la propiedad m undial. Realizan tam bién dos tercios de todas las horas trabajadas en el planeta. En la actuali­ dad en 90 % de los refugiados del mundo lo cons­ tituyen m ujeres y niños. De otro lado la m ism a autora señala que las mujeres constituyen el grupo más grande de tra­ bajadores sin tierra del mundo. Aun cuando rea­ lizan gran parte del trabajo de la m ayoría de las regiones agrícolas, debido a que la propiedad de la tierra pertenece generalm ente a los hom bres, las m ujeres tienen, con respecto a los contratos, una seguridad m enor que los arrendatarios o


Relhiae ¡tenido S a b e r e s em presarios masculinos. Es im portante recordar que a partir de la confe­ rencia de las N aciones Unidas con m otivo de la term inación de la década de la m ujer (Nairobi, 1985), el tem a del medio am biente se incorporó oficialm ente a la discusión, considerando las m utuas interrelaciones entre am bas tem áticas (mujer y medio ambiente). Pero lam entablem en­ te, las dim ensiones am bientales y de género no han logrado todavía cruzar suficientem ente to­ dos los enfoques sectoriales, ni han sido tom a­ das en serio al mom ento de definir las políticas m acroeconóm icas. Si m iram os por ejem plo, los pro­ yectos que se han im plem entado alrededor de los grupos de m uje­ res, encontram os que esta línea de acción ha sido desconocida y que por el contrario los proyectos para y/o con las mujeres contienen prin­ cipalm ente los siguientes com po­ nentes: Salud Planificación fam iliar M icro em p resas y aso c ia c io n e s para la generación de ingresos. Reciclaje (en la últim a década). Si bien estos proyectos han incidi­ do en el nivel de vida de las m uje­ res y sus fam ilias, no han logrado aún consolidarse com o proyectos perm anentes, exitosos y autogestionarios. Tam poco han logrado insertar con claridad la problem á­ tica am biental, esencial y determ i­ nante, en el m ejoram iento de la calidad de vida de las m ujeres y sus familias.

Se debe enfatizar el hecho de que las acciones tendientes a la conservación y manejo sostenible de los recursos naturales debe hacerse a tra­ vés de la incorporación activa de las mujeres a la resolución de problem as básicos relaciona­ dos con la provisión de alimentos, energía, agua y conservación de la biodiversidad, ya que estos com ponentes son vitales para el desenvolvimien­ to de cualquier com unidad. La necesidad de recuperar la relación MujerM edio Am biente, es un imperativo que condi­ ciona el desarrollo sostenible. Por lo tanto las nuevas políticas de desarrollo deberán cruzar todas las tem áticas, que tienen que ver con la m ujer en relación con lo ambiental. Se deberán, pues elaborar proyectos y program as donde se recupere, revalorice y recontextualice la ecología cotidiana que las mujeres han desarrollado por miles de años participando en hacer sostenibles in n u m erab les ecosistem as y m anteniendo la biodiversidad del planeta. ¿PO R QUE LAS M U JER ES HAN PARTI­ CIPANDO EN LAS CUM BRES O R G A N I­ ZA DA S POR LA ONU ? La C onferencia de las Naciones Unidas sobre M edio A m biente y Desarrollo, conocida como la C um bre de la Tierra se realizó en Río de Janeiro, en 1992, fue la prim era de cuatro con­ ferencias internacionales que buscaban propo­ ner una agenda de acción para el siglo XXI, sobre problem as cruciales que la humanidad enfrenta en este fin del milenio, tales como el desarro­ llo, la paz, la equidad y el m edio am biente. Las mujeres fueron protagonistas importantes de esta conferencia, organizando eventos locales, nacionales e internacionales y por supuesto mar­ cando su presencia en Río, influyendo en los docum entos producidos, participando en deba­ tes y en articulación de propuestas. El docum ento producido por la Cumbre de la


R e Ihia c i e iradio S a lb>e re s

Tierra, se conoce com o agenda 21, en el cual se recom ienda una serie de acciones a todos los niveles. En este docum ento se tienen cuarenta capítulos sectoriales en los cuales se considera a las mujeres, recom endando que la tem ática género sea integrada a todas las políticas y pro­ gramas de los gobiernos. Además de la conferencia form al, tam bién se realizó una conferencia paralela de las organi­ zac io n es no g u b e rn a m e n ta le s d e n o m in a d a FORO G LO BAL donde participaron 95 países. Allí el documento que se elaboró se conoce como “tratados alternativos”. En este Foro alternativo, se levantó una carpa donde las mujeres sesionaron, y se denom inó PLANETA FEM EA, que en español, significa planeta hembra. En este espacio confluyeron mujeres de todas las etnias, culturas, clases so­ ciales, religiones y regiones. Fue un espacio don­ de confluyó e interactuó la diversidad en todos sus aspectos. El movimiento internacional de m ujeres deci­ dió reunirse allí, para discutir sobre medio am ­ biente, en buena m edida m ovilizadas por la form a com o se viene analizando desde el m ovi­ miento am biental el tema de población, sea des­ de la tendencia m ás co n serv ad o ra o la m ás 1EN O T R A S P A L A B R A S

progresista. Esto es, para la m ayoría de los am ­ bientalistas el agotam iento de los recursos está íntim am ente ligado a aspectos dem ográficos, de sobrepoblación, donde la presión dem ográfica es señalada com o una de las m ayores am enazas de los ecosistem as. Los biólogos y, particular­ mente, los expertos en ecología de poblaciones fueron los que más contribuyeron a advertir el im pacto am biental del crecim iento dem ográfi­ co, principalm ente en lo concerniente a recur­ sos com o el agua, la tierra y los com bustibles fósiles. La cadena de im pactos incluye una am ­ plia gam a de fenóm enos, tales com o la defores­ tación, la erosión y la desertificación. Pero esta explicación pasa por alto el que la degradación está estrecham ente ligada con el consum o y la desigualdad en el acceso a los recursos. Un ejem plo de esta diferencia en el consum o es el siguiente: El 80% de la energía y los recursos del planeta son consum idos por el 20% de la población más pudiente económ icam ente, en su m ayoría per­ tenecientes a los países industrializados y, unos pocos a las élites de los países tercerm undistas, siendo responsables de la m ayor parte de la de­ gradación am biental del planeta (Tratados alter­ nativos, 1992).


R e h a c ie n d o Saberes

La econom ía norteam ericana utiliza el 40% de los recursos prim arios del planeta en beneficio del 6% de la población mundial. (F. Capra, 1989) El consum o de energía percapita en Estados Unidos es dos veces y medio más que la m edia europea. (P. Kelly, 1997). Los países industrializados son responsables del 70% de las em isiones de dióxido de carbono a nivel m undial, del 84% de la producción de clorofluorocarbonados (CFC) y del 90% de las em isiones de otros gases, que contribuyen al afecto de invernadero. (P. Kelly, 1997). Entre 1986 y 1988, más de tres millones de to­ neladas de residuos fueron transportados desde los países industrializados a los países en vías de desarrollo a cam bio de pagos al contado. (P. Kelly, 1997). La población m undial, actualm ente alcanza los casi seis mil m illones de personas, lo cual es innegablem ente una cifra inm ensa y un grave problem a en las actuales condiciones am bienta­ les que enfrenta el planeta. Aun cuando la tasa de crecim iento poblacional ha com enzado a re­ d u c irs e 1 , hem os aum entado a m ás del doble desde 1945, lo cual se ve agravado por el hecho

1 Entre 1965-1970 la población mundial creció a un ritmo de 2,06 %. A partir de entonces y hasta el presente, la velocidad de incre­ mento de la población ha disminuido y la tasa ha llegado a un 1,73 %. Esto es lo que se conoce como la transición a escala global de disminución de las tasas de crecimiento poblacional. Sin embargo, dado el mismo carácter acumulativo del aumento del número de habitantes, esto ha supuesto la incorporación, para cada año, entre 1970 y 1990, de 80 millones de nuevos seres humanos a nuestro planeta. Además no se puede olvidar el paulatino y cada vez más generalizado descenso de la mortalidad a partir del 1950 en algu­ nas áreas del tercer mundo.

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de que la m ayoría de la población se ha concen­ trado en las ciudades. Por ello los datos de po­ blación com o números, pueden confundirnos en el análisis, si no los relacionam os con otras pro­ blem áticas, tales com o la urbanización, la cual se ha convertido en la tendencia dem ográfica del siglo XX. Según estim aciones de Population Crisis Com m ittee (1990), en el año 2000 es pro­ bable que la m ayoría de los habitantes del pla­ neta vivan en ciudades. No podemos olvidar que en m uchos casos estos asentam ientos han llega­ do a albergar a 15’000.000 o más de personas, lo que lleva aparejado una alta dem anda de re­ cursos de agua potable, energía, alimentos, ma­ terias prim as, disposición de desechos etc. Los países más pobres están pasando rápidamen­ te a form ar parte del grupo con ciudades más grandes del mundo, y lo más grave es que en estas ciudades las barriadas precarias o los co­ nocidos barrios subnorm ales no tienen las con­ diciones mínim as de saneam iento básico. Estos asentam ientos subnormales están creciendo a un ritm o dos veces más rápido que las ciudades en su totalidad, ejem plo de ello son las cifras de Bogotá y C iudad de M éjico, donde la población de las barriadas subnorm ales alcanza un 45% en la prim era y un 42% en la segunda. (Popula­ tion Crisis C om m ittee, 1990). En C olom bia diez ciudades concentran casi el 35% de la población, más de doce m illones de habitantes, estas ciudades son abastecidas de agua por unas pocas cuencas (no más de 100 de las 740.000 que posee el país). A sí menos del 1% de las cuencas sostienen el 35% de la pobla­ ción. (G. M árquez, 1997). Después de estos datos cabría hacernos las si­ guientes preguntas: E N O T R A S PA L A B R A S


R e h a c ie n d o Saberes ¿Cuál es la capacidad de carga del planeta tie­ rra? o ¿Cuál sería el nivel realm ente sostenible de población? ¿Qué recursos tenemos? ¿Son finitos o infinitos esos recursos? ¿Quiénes se apropian de esos recursos?

¿U na política de control poblacional es la pana­ cea al problem a am biental? ¿En un m undo finito la población puede crecer indefinidam ente? ¿La reducción en el número de habitantes del planeta significa una dem ocratización en el ac­ ceso a los recursos? ¿El concepto de bienestar puede ser definido a partir del núm ero de bienes consum idos? ¿Se debe trabajar por una conciencia de consu­ m idores para prom over patrones de consum o sostenibles? Com o lo señala A. Dobson ( 1997), para muchos reducir el consum o global, sería solam ente po­ sible, reduciendo el núm ero de personas; pero com o ya vim os la gente de algunos países con­ sume más que otros, por lo cual una solución tan sim plista ayuda poco. No puede olvidarse que la situación población/ recursos está atravesada por relaciones sociales, y cam biará sólo cuando se m odifique la form a de apropiación de los últimos. Con lo anterior no se quiere desconocer el que se estén agotan­ do muchos de los recursos básicos de los que dependerán las generaciones futuras para su su­ pervivencia, ni que no se esté intensificando la contam inación am biental, pues ello es eviden­ te. El tem a de población es un tema com plejo, don­ de en el discurso dem ográfico, prevalece el con­ cepto de que la población es la causa principal de la pobreza y el subdesarrollo, así el único medio de reducir la pobreza es reducir el núm e­ ro de pobres que nacen en los países subdesarro lla d o s. E sta p o stu ra en las ú ltim a s tres décadas, sirvió com o justificación a innum era­ bles program as de control de la natalidad lleva­ dos a cabo en p aíses del sur, donde fueron

EN O T R A S PA LA BR A S .


Relhiac ¡.end© Saberes gastados m illones de dólares, utilizando además m étodos irreversibles com o la esterilización. Esta discusión se ha visto desplazada en parte por la discusión entre medio am biente y desa­ rrollo.

nifica solo con anticonceptivos, sino que tam ­ bién son necesarias políticas para garantizar el acceso a los servicios básicos, al empleo, a la educación, adem ás del fortalecim iento de valo­ res com o la autoestim a de las mujeres.

Desde la década del 60 en A m érica Latina se im plem entaron programas encam inados a lograr el decrecim iento de las tasas de natalidad, prin­ cipalm ente controlando la fertilidad de las m u­ jeres. Varias agencias internacionales, tales como el Banco M undial colaboraron con recursos para el cum plim iento de estas tareas.

Com o lo m enciona Tahis Corral (1991), creer que la situación poblacional es únicam ente un problem a num érico, susceptible de arreglo a partir de tecnologías de contracepción, es m ues­ tra de la ausencia de una mirada integral sobre el cuerpo de la m ujer y por supuesto sobre el planeta.

Podríam os decir, sin incurrir en exageraciones, que en la m ayoría de los casos los m étodos con­ traceptivos, que han sido utilizados, tienen efec­ tos colaterales en las mujeres, que son las que los utilizan. En estas políticas no se considera­ ron propuestas diferentes o alternas, tales com o program as de educación sexual y salud repro­ ductiva. No se entendió que la fam ilia no se pía-

Es im portante considerar que en 20 años la tasa de natalidad bajó en América Latina en un 40%, lo que tom ó por lo menos medio siglo en Euro­ pa (Tahis Corral), sin embargo la pobreza y el deterioro am biental han aum entado en nuestros países a ritm o acelerado. Se sabe que las tasas de natalidad disminuyen cuando la condición social, económ ica y de la salud de las m ujeres mejora y cuando hay un alza en el nivel de vida. Según “los tratados alternativos” , 1992 se deben cam biar los me­ canism os políticos y económ icos vigentes den­ tro de los países y en el actual orden mundial, que crean y perpetúan la pobreza, la desigual­ dad y m arginación de los pueblos del sur. Esto quiere decir que el debate y las políticas sobre población no pueden ubicarse únicamente en el contexto dem ográfico, sino que se debe vincu­ lar más a propuestas de desarrollo ambiental a escala hum ana y calidad de vida. O tra situación que no se ha considerado es lo referente al alto porcentaje de abortos que se presentan en A m érica Latina, a pesar de la penalización impuesta. Estos procedim ientos son altam ente riesgosos, por ser practicados en con­ diciones m édicas muy precarias, en la mayoría de los casos. Se tienen datos im presionantes so­ bre muertes, y efectos sobre la salud de las mu­ jeres. Ejem plo de ello son las cifras presentadas

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1EN O T R A S P A L A B R A S . . .


R e h a c ie n d o Saberes por la D octora Sadik, Secretaria G eneral de la Conferencia Población y D esarrollo (El Cairo), de 250.000 m uertes maternas al año ocasiona­ das por abortos. De otro lado las políticas de control poblacional se han a p o y a d o en u n a c u ltu ra r a c is ta y discrim inatoria, donde se busca controlar a los “inferiores”, grupos indígenas y negros, por ge­ neral, y donde se trata de fortalecer a los grupos “superiores” . En Colom bia, ejem plo de ello es el conocido y denunciado caso del Instituto Lingüístico de Verano. Podríam os preguntarnos entonces: ¿La reducción en el número de habitantes del planeta significa una dem ocratización en el ac­ ceso a los recursos? ¿Cuáles son los seres humanos más aptos para la vida del planeta? ¿Hay algunos qué están de más en el planeta ? Lo consignado en Río de Janeiro en “los trata­ dos alternativos” hace referencia al derecho de las m ujeres a decidir libremente sobre sus op­ ciones de vida, derecho al control de su fertili­ dad y a la planificación de sus fam ilias, siendo ésta la base y fundam ento de toda y cualquier acción relativa a población, medio am biente y desarrollo. Hay una oposición total a cualquier forma de control sobre el cuerpo de las m ujeres por parte de gobiernos y/o instituciones. A de­ más se declaró que las políticas de población no deben ser ni coercitivas ni discrim inatorias, y que los program as de planificación fam iliar de­ ben hacer hincapié en que los hom bres deben ser padres y personas responsables de sus con­

ductas sexuales. Las m ujeres reunidas en ECO-92 se consolida­ ron com o m ovim iento internacional y se com ­ prom etieron a generar foros, sem inarios, y otras actividades para m ultiplicar esta discusión y así llevar una posición a las otras tres grandes con­ ferencias internacionales organizadas por las Naciones Unidas, que se desarrollaron en estos últim os años, las cuales se denom inaros: D esarrollo y Población: Cairo, 1994. D esarrollo social y hum ano: C openhague, 1995. Igualdad, D esarrollo y Paz :Pekín, 1995. La im portancia de estas conferencias no radica en el hecho de que sean conferencias interna­ cionales de la ONU, sino en que se presentan com o espacios privilegiados de discusión y ne­ gociación para una gestión planetaria de los pro­ blem as y la solución a ellos, a través de la creación y/o fortalecim iento de redes y organi­ zaciones nacionales e internacionales. A partir de estas conferencias en la m ayoría de los países se han generado grandes y am plias m ovilizaciones del m ovim iento de m ujeres para discutir, presentar plataform as de acción y pre­ sionar a sus representantes. Esto quiere decir que no se trata únicam ente de estar presentes en estas cum bres, sino de preparar desde todos los espacios locales y regionales, las posiciones de las mujeres. Esto es asum iendo el slogan acuña­ do por la com isión mundial sobre medio am ­ biente y d esarrollo “N uestro futuro co m ú n ” (Comisión Brundtland): Pensando globalm ente y actuando localm ente.


Relhiac¡ieinidlo S a b e r e s han contribuido a exigir una m ayor cantidad de recursos y esfuerzos institucionales, a sacar de la trivialidad y a buscar mayores exigencias en la calidad de la inform ación y el análisis de los trabajos en el cam po ambiental. Igualm ente se discutieron en Río experiencias alternativas de salud y de producción, que han sido replicadas y/o consideradas por el m ovi­ m iento am bientalista o por las entidades encar­ gadas de realizar la gestión am biental. Además se hizo un llam ado a transform ar la relación hom bre-m ujer y la relación norte-sur, como con­ diciones necesarias para dism inuir la degrada­ ción m ed io am b ien tal, de la que hoy som os espectadores y/o protagonistas y para lograr un desarrollo equitativo y sostenible. En los procesos de las discusiones se ha hecho evidente que los problem as que afligen al pla­ neta sólo pueden ser resueltos con el concurso de todos los sectores de la sociedad y que no se trata solam ente de la política y gestión estatal, com o se consideraba antes. El reto al cual está enfrentado el movimiento social de mujeres y el m ovim iento am bientalis­ ta, es el de participar conjuntam ente, para trans­ form ar las políticas y acciones encam inadas al control poblacional, que por supuesto creemos es necesario desarrollar. L o a n te r io r n o s p e rm ite p e n s a r q u e e s tá em ergiendo una nueva ciudadanía planetaria, pues se sienta como base que lo local tiene re­ flejos a nivel global y viceversa. Podem os también decir que la C um bre de Río y sus eventos preparatorios y posteriores, genera­ ron una creciente preocupación por el estado de salud del planeta, inauguraron una nueva forma de hacer política para los m ovim ientos sociales y otros sectores de la sociedad civil, posibilitan­ do un m ayor pluralism o de los m ism os, desa­ rrollando iniciativas sociales y ciudadanas que

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Recuérdese que el tema población ha sido una preocupación de ambientalistas y feministas, que pese a las notorias divergencias en sus opinio­ nes sobre el tema, tienen mucho en común, pues com parten una crítica similar a los patrones de crecim iento económ ico y consumo; ambos pien­ san que los actuales patrones dominantes de cre­ cim iento son insostenibles y, dichos m ovim ien­ tos en m uchos países surgieron en el contexto de una búsqueda de modelos alternativos de pro­ ducción y distribución, que posibilitarán un de­ sarrollo con equidad, justicia y conservación del medio am biente. EN O T R A S PALABRAS .


Relhiae tiendo Saberes No puede perderse de vista que los m ovim ien­ tos ubicados dentro de lo que se denom inó como “la contracultura” : el fem inism o, el am bientalismo y el pacifismo han sido en los últimos años los principales vectores en la transform ación de las mentalidades, al traer al debate público cues­ tiones fundam entales para el devenir del plane­ ta tierra. Estas coincidencias dan argum entos para creer que los dos movim ientos pueden forjar alianzas más estrechas en la conform ación de una políti­ ca de desarrollo, tal como se pudo lograr en la Cumbre de la tierra en Río de Janeiro.

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R e h a c ie n d o Saberes

Bogotá en la escritura de la mujeres Angela I. Robledo Licenciada en Letras de la Universidad del Valle Ph D de la Universidad de Massachusetts Directora de la Maestría en Estudios de Género, Mujer y Desarrollo Profesora del Departamento de Literatura, Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Nacional de Colombia Integrante Grupo Mujer y Sociedad

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EN O T R A S PALABRAS .


Relhiae¡teñidle» Saberes

iteratura, violencia y ciudad se entrela­ zan en Colom bia desde la prim era mitad del si­ glo XX. H acia los años cuarenta estalló por p rim era vez la crisis del p ro y ecto nacional decim onónico cim entado en el bipartidism o. Este, incapaz de cohesionar el “útero social”, generó fuertes tensiones y fragm entó el cuerpo social, sostiene M aría M ercedes A ndrade. El capital, además, necesitaba ciudades con mano de obra su ficien te para m over las cald eras fabriles y al mismo tiempo generar cordones de miseria para abaratar los costos de la produc­ ción. José Cardona López afirm a que, conside­ rando las distancias, Colom bia vivió por esos años una especie de revolución industrial tal com o la vivieron las sociedades capitalistas de­ sarrolladas, con su carga de rigor contra las cla­ ses populares. Ello desem bocó en La Violencia y en el desplazam iento de cam pesinos y cam pe­ sinas del cam po a la ciudad que sufrieron el im pacto de nuevas formas de vida. Así, la ciu­ dad se convirtió en el espacio determ inante y em blem ático de la modernidad. Este fue recrea­ do por la novela urbana moderna. La novela urbana de la m odernidad en C olom ­ bia surgió tardíam ente con relación a otros paí­ ses de A m érica Latina donde, para esas épocas, ya había alcanzado desarrollos sorprendentes. No sólo trabajó el espacio citadino sino que, com o plantea C ésar Valencia Solanilla. hizo eviden­ tes los conflictos de los hom bres y m ujeres inmersos en las nuevas transform aciones al in­ dagar en la atm ósfera interior y el estado psíqui­ co de personajes anónimos, solitarios, desarrai­ gados y quebrados espiritualm ente (11.497-498). La literatura escrita por m ujeres o, para ser más exacta, la literatura de mujeres que adhiere a los parám etros de la escritura fem enina, tiene una dinám ica propia y unas búsquedas peculiares

(Robledo 1995, 163). Por lo tanto, asume rasgos que la diferencian del m odelo planteado por Valencia Solanilla. Bogotá es el lugar donde confluyen la m ayoría de los m igrantes colom bianos, una “ciudad le­ trada”, y el centro del poder. Por lo tanto, ha pro­ m o v id o una c u ltu ra b asad a en la h e re n c ia e s p a ñ o la y u n a lite ra tu ra que tie n e co m o paradigm as los modelos sofisticados de la euro­ pea (Pineda Botero 124-125). Es, obviam ente, uno de los espacios más recreados por las narra­ doras colombianas. Mi breve recuento de su pro­ ducción se enfoca en la literatura que allí se desarrolla. En 1949 Elisa M újica publicó Los dos tiem pos, una novela de aprendizaje o concienciación di­ vidida en tres partes que relata la “educación sentim ental" de Celia, una m ujer colom biana de clase media. La prim era parte cuenta la niñez de la protagonista en B ucaram anga y en B ogo­ tá adonde su fam ilia em igró en busca de una m ejor situación económ ica. En la segunda par­ te, que sucede en Quito, Celia define su identi­ dad com o m ujer y com o colom biana y se rela­ ciona con el marxism o. Al concluir la historia en la tercera parte, se siente dueña de sí mism a y lista para regresar a su país (Berg 1.209). B o­ gotá, es pues, más que un espacio geográfico, un espacio que posibilita el crecim iento espiri­ tual de la protagonista, el testigo de su indaga­ ción en su subjetividad. Esta novela de concien­ ciación de M újica es la matriz del m odelo que van a seguir en la segunda mitad del siglo XX las dem ás autoras que han tenido com o uno de sus ejes narrativos a la capital del país. La novela de concienciación fem enina, sostiene Biruté C iplijauskaité, ofrece diversas variantes: concienciación por medio de la m em oria; relato


ReIhiac ie mi<dlo Sa Ibe r e s del despertar de la conciencia de la niña con énfasis en los años juveniles; reflexión de la narradora sobre lo que es ser mujer; maduración de la protagonista com o ser social y político; afirm ación de la autora com o escritora. Dentro de estas m odalidades hay algunos tem as y estra­ tegias narrativas que merecen destacarse: la re­ lación entre padre (o madre) e hija; la maternidad presentada desde el punto de vista de la madre y la técnica del “espejo de las generaciones” para m ostrar cam bios y continuidades en la existen­ cia fem enina (37-38). Algunas de las novelas de concienciación están escritas en tercera persona. La tercera persona es un m ecanism o de distanciam iento que per­ mite a la autora referirse a una subjetividad co­ lectiva y hacer la “biografía” de un determ inado m om ento histórico o de un espacio geográfico; tam bién es útil para reforzar su vocación de es­ critora al construir, com o sucede en muchos ca­ sos, un personaje que se dedica a la literatura. Otras novelas de concienciación son relatadas en prim era persona. Son, en la m ayoría de los casos, textos de corte autobiográfico que tradu­ cen la necesidad de expresar la interioridad y las vivencias subjetivas de la autora. De esta manera, ella ordena su vida a través de la escri­ tura y se reafirm a en su oficio (B allestero s 11.371). En Los dos tiem pos de M újica, ésta re­ curre a la m em oria para recrear desde la edad adulta, la niñez y el crecim iento de Celia. Esta memoria, com o es corriente en las novelas de mujeres, está m arcada por una percepción cua­ litativa del tiem po, más ligada a la em oción que a la acción. Posteriorm ente, en Bogotá de las nubes (1984) Elisa M üjica vuelve a escribir sobre la vida de una m ujer en B ogotá. Su p erso n aje , M irza Eslava, es una jovencita de provincia que viene a la capital, trabaja com o oficinista, intenta de­ dicar su vida a causas idealistas y a hom bres que la desencantan. Al final de una vida de no que­ rer exam inarse, de no enfrentarse con verdades

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dolorosas y huir de los espejos que la puedan reflejar, repasa (en el presente narrativo del re­ lato) su vida desde la perspectiva de la vejez. Se co n fro n ta . La do b le p erso n alid ad de M irza Eslava, casi rayana en la esquizofrenia, eviden­ cia las múltiples rupturas a que ha sido som eti­ da. Esta obra es tanto la historia social de la ciudad de Bogotá com o la de una m uchacha que


R e h a <c¡Le ini<dlo Sa b e ire s no encuentra a quién ni a qué dedicar su vida y que tiene que aprender a vivir por fuera de las idealizaciones sobre el am or (Berg 1.211). Elisa M újica incorpora a M irza Eslava a su Las casas que hablan: Guia histórica del barrio de la Candelaria de Santafé de Bogotá (1994). A llí recoge leyendas, historias, cuadros de costum ­

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bres, datos y com entarios sobre las vivencias urbanas del centro de Bogotá recopiladas durante cincuenta años. M irza, nuevam ente escindida, entra y sale del relato que funciona en dos tiem ­ p os1el pasado colonial de la capital y su presen­ te. H elena A raújo ha enm arcado num erosas viven­ cias fem eninas en el ám bito bogotano. Sus rela­ tos, escritos en Europa, están m arcados por la nostalgia. La M de las m oscas (1970), su prim e­ ra colección de cuentos, se ubica en Teusaquillo, que fue uno de los barrios más prósperos en los años cuarenta. El lenguaje usado por A raújo fuerte, directo, sin sugerencias, ajeno a lo senti­ mental- tiene dos m atices1 uno, objetivo, que nos da a conocer la realidad del barrio y la cotidianidad de los vecinos que se escudan en las apariencias y se acerca a lo sociológico y político; otro, que hace valer la subjetividad fe­ m enina y sus m anifestaciones en la infancia, la adolescencia y la adultez de sus personajes fe­ meninos. Los cuentos com pilados en esta obra son: “La M de las m oscas” , “R odillijunta”, “El B uitrón” y “El tiem po de las flores” . “La M de las moscas” representa metafórica e irónicam en­ te, todo el am biente social, económ ico y políti­ co de Bogotá. Es el retrato de “ U na ciudad infectada por las moscas, [que] se dejaba des­ cribir com o laberinto de miserias y obscenida­ des, desesperada rapiña de poder en las élites, ham bre en las m asas” (A raújo cit. en Luque 1.356). “ El Buitrón” relata una com ida que re­ úne a hom bres y m ujeres unidos por el interés de la em presa. Junto a esta narración está el fluir de conciencia de la protagonista que da cuenta de un em barazo frustrado, su farsa ante el espo­ so y la necesidad de escapar de lo convencional; es decir, del ser buena esposa y am a de casa. “El tiem po de las flores” es un cuento-carta fabri­ cado a dos tiem pos: el presente que se ubica en el extranjero y el pasado que se sitúa en Bogotá. A llí están los recuerdos que nos llevan a los lu­ gares frecuentados por la clase m edia alta bogo­ tana de los años años sesenta desilusionada por

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R e Ihia e i e n di o S a Ibe r e § la revolución. “ R odillijunta” es un cuento so­ bre las sensaciones de la adolescencia. Bogotá es el presente de la protagonista consciente de la fealdad de su cuerpo y agobiada por las bur­ las de sus amigas. Estas experiencias contrastan con la infancia feliz que sucedió en Río de Janeiro. En “La herida” , cuyo narrador es m as­ culino, el contraste se da entre Bogotá y París. Fiesta en Teusaquillo (1981), también de Araújo, vuelve sobre asuntos y manejos literarios sim i­ lares1 opone el pasado al presente y el m undo interior al exterior de Elsa, la protagonista. Bo­ gotá y Teusaquillo son el trasfondo, el escenario en que ella se mueve; conform an el hilo con­ ductor que da coherencia al recuerdo y sirve para elaborar el futuro. Una fiesta -eje de la novelaes el pretexto para m ostrar el am biente deca­ dente de la clase alta bogotana que sólo muestra un interés superficial en los negocios, el sexo y la política. H elena A raújo tiene una novela inédita “Las cuitas de C arlota” . En ella revive las dolorosas experiencias de una mujer, Carlota, que decide separarse de su esposo. Este y un psiquiatra la m anipulan por medio de culpas y calm antes. C arlota llega a la locura y a la casa de reposo. Bogotá es un espacio de represión y angustia. Antonio Skármeta, Roberto González Echavarría y M em po Giardinelli coinciden en afirm ar que en la ficción latinoam ericana del postboom se vive un infrarrealism o caracterizado por la sen­ cillez del lenguaje, la inm ersión en una atm ós­ fera urbana y la elim inación del m etadiscurso, de la reflexividad irónica y de la superficialidad (Gutiérrez Mouat cit. en Ortiz 16). Estos elem en­ tos se observan en el libro de cuentos ¡Líbranos de todo mal ! (1989) Fanny Buitrago que “re­ crea la vida capitalina con su violencia cotidia­ na, los desaparecidos, los sicarios, los m ártires, los intelectuales, los seres com unes que pueblan la gran ciudad dividida en los abism os de m ise­ ria y riqueza” (Jaram illo y O sorio cit. en Luque

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1.365). También hay algunos de esos rasgos del potsboom en las novelas de concienciación o aprendizaje Prohibido salir a la calle (1998) de Consuelo Triviño y en Frente al mar, que no te alcanza (1998) de Helena Iriarte. Estas obras de los noventa no sólo se vinculan a la narrativa del postboom , sino que funcionan en el contexto cultural colom biano y revelan las peculiaridades de nuestro devenir. Son obras sobre la asfixia de la vida familiar, el descubri­ m iento de la sexualidad, la búsqueda del amor, la historia contada desde la intrahistoria -que proliferaron en relatos de m ujeres de los ochen­ tas. M uestran la pervivencia de las problem áti­ cas culturales que originan esos temas literarios y el desfase de la producción fem enina de C o­ lom bia con respecto a la latinoam ericana y eu­ ropea. En esta década muchas escritoras están em peñadas en otras búsquedas1exploran espa­ cios no tan íntim os com o los de la novela negra; fabrican textos andróginos o desligados de la diferenciación cultural entre fem enino o m as­ culino y superan el concepto tradicional de lite­ ratura con los hipertextos y otras form as de literatura virtual. Otra tendencia notoria de la producción fem e­ nina de los años noventa es el auge de la narrati­ va sobre la violencia. Las novelas testimoniales y los testim onios son los géneros más comunes de esta tendencia. Las novelas testim oniales de mujeres tejen lo político y lo individual de for­ ma paralela. Enlazan relatos de eventos históri­ cos terribles como la toma del Palacio de Justicia por el M -19 en 1985 -relatada en Las horas se­ cretas (1990) de Ana M aría Jaram illo- y la gue­ rra sucia del U rabá antioqueño contada en ¡Los muertos no se cuentan a s í ! de Mary Daza Orozco con las transform aciones personales de las pro­ tagonistas cuyas voces, portadoras de la com u­ nidad, sufren porque cargan con los recuerdos del esposo, am ante, hijo o padre muerto (Roble­ do 1998).

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Relhiacíieinidlo Saberes Frente al mar, que no te alcanza de Iriarte m ues­ tra rasgos anacrónicos. Asum e la form a de una larga carta escrita por M aría Francisca a una pri­ m a/herm ana/am iga, Laura. El relato epistolar salta impredeciblemente del presente (tiempo en que se escriben las cartas) al pretérito (tiempo de la historia fam iliar y del pasado de la prota­ gonista en Bogotá) y sigue el ritmo de los re­

cuerdos. M aría Francisca intenta la revelación de sus transform aciones em ocionales, se detie­ ne en detalles de su existencia cóm oda y de do­ b le m o ra l, p ero a p e n a s d e ja e n tre v e r sus vivencias íntimas. El lenguaje poco reflexivo y eludido de Iriarte silencia, soslaya lo erótico, deja blancos que no alcanzam os a llenar. La autora no logra ser sincera frente a su propio relato, no se confronta en él. Recurre al juego gastado con el realism o mágico que ha dado éxito a Elena Poniatowska, a Laura Esquivel, a Isabel A llen­ de, a Laura Restrepo y a M arvel M oreno y reve­ la sus com plicidades con el discurso del éxito. Bogotá propicia esos ocultam ientos. Prohibido salir a la calle de C onsuelo Tri vino se atreve a indagaciones más contem poráneas y de ruptura. M uestra en prim era persona la infancia de Clara, una niña restringida por la pobreza en Soacha y Bogotá, durante los años sesenta. R e­ crea, con m ucha fuerza, el habla popular e in­ corpora elem entos claves de la cultura de esos a ñ o s : el m o v im ie n to a g o -g o , p e líc u la s , telenovelas, propagandas de televisión, de radio, el hippism o, el gobierno de Lleras Restrepo, al­ gunas manifestaciones del movimiento estudian­ til, la lle g a d a del h o m b re a la luna. E llo s enm arcan la cotidianidad de Clara O sorio que aspira a ser escritora. El desarrollo em ocional y sexual de Clara está narrado con profundidad y realismo. Sus carencias afectivas, tan profundas com o las económ icas, son el resultado de las relaciones tensas entre la niña, su madre y su abuela. Duras, distantes, estas m ujeres frustra­ das sólo siem bran odio y resentim iento en C la­ ra. El padre, que no asum e las funciones de patriarca ni proveedor, encanta a la niña que se siente solidaria con él. La novela de Triviño deconstruye paso a paso la imagen de fam ilia ideal que los medios de com unicación y el im a­ ginario pequeño burgués han im plantado. Las novelas de aprendizaje de Iriarte y Triviño, de M újica y A raújo se ajustan a los ejes propios de la escritura urbana de mujeres latinoam eri-


Relhiae¡ieinido Saberes canas de la segunda mitad del siglo XX. Tienen personajes dobles para contrastar el deber ser social con el ser. Se refieren a la locura y al en­ cierro com o resultado de la m anipulación m as­ culina. Trazan la sucesión de las generaciones para indagar en los cam bios históricos de las mujeres. Introducen el problem a de cóm o ma­ nejar la palabra al crear personajes escritoras; éstas les permiten com paginar el ser m ujer con la adquisición de reconocim iento profesional. Enlazan, com o todas las literaturas tercerm undistas, lo político con lo social. Pero, sobre todo, re c u rre n a la m e m o ria p ara c o n s tru irs e y deconstruirse. Y lo hacen en Bogotá. En una ciu­ dad que es cóm plice más que testigo de sus bús­ quedas. En un espacio que, a diferencia de lo que propone Valencia Solanilla com o rasgo bá­ sico de la novela urbana de la m odernidad en C olom bia, es percibido y narrado desde las sub­ jetividades de los personajes, desde su adentro. Está ligado intrínsecam ente a sus procesos de concienciación.

CIPLIJAUSKAITÉ, Biruté. La novela femenina contem­ poránea (1970-1985). Hacia una tipología de la narración en prim era persona. M adrid: Anthropos, 1998. LUQUE, Myriam. “Helena Araújo: la búsqueda de un len­ guaje femenino". En Literatua dv diferencia. 1.342-371. ORTIZ, Lucía. La novela colombiana hacia finales del si­ glo XX. Una aproximación a la historia. New York Peter Lang Publishing, 1997. PINEDA BOTERO, Alvaro. "Novela ¿urbana ? en Co­ lombia1viaje de la periferia al centro”. En Isabel Rodríguez Vergara, editora. W ashington1 OEA, 1995.123-140. ROBLEDO, Angela I. "Algunos apuntes sobre la escritu­ ra de las mujeres colombianas desde la colonia hasta el siglo XX” . En Isabel Rodríguez Vergara, editora. Was­ hington OEA, 1995. 141-177. ___________________: “Ficciones, no ficciones, violencia1 la producción textual de las mujeres colombianas en los noventa”. Ponencia presentada en el Primer Encuentro Internacional de Escritoras. Rosario, Argentina, agosto de 1998. VALENCIA SOLANILLA, César. “La novela colombia­ na contemporánea en la modernidad literaria”. En Manual de literatura colom biana. Eds. Germán Arciniegas et al. 2

O B R A S C IT A D A S

vols. Bogotá1 Planeta, Procultura, 1988.11.463-509.

ANDRADE, M aría M ercedes. “Ciudad y nación en las novelas de El Bogotazo”. En En “Literatura y cultura. Autores colom bianos del siglo X X ” . Eds. M aría M erce­ des Jaram illo, Betty Osorio, A ngela I. Robledo. En pren­ sa. BALLESTEROS, Isolina. "La creación del espacio FE­ MENINO en la escritura. La tendencia autobiográfica en la novela”. En Literatura v diferencia. Autoras colombia­ nas del siglo X X . Eds. María M ercedes Jaram illo, Betty Osorio, Angela I. Robledo. 2 vols. Bogotá y M edellin1 Universidad de los Andes, Universidad de Antioquia, 1995.11.349-381. BERG, Mary. “Las novelas de Elisa M újica". En Litera­ tura v diferencia. 1.208-228. Cardona López, José. “Literatura y narcotráfico1 Laura Restrepo, Fernando Vallejo, Darío Jaram illo” . En “Lite­ ratura y cultura. Autores colom bianos del siglo XX” .

So

E N O T R A S PA L A B R A S .



Su eñ os Im ág'enes y Sím bolos



aria Esther Galvis es una mujer fotógrafa, nacida en Simacota, Santander, a mediados del siglo. Su vocación por la fotografía se inicia a partir de sus estudios de Arte Gráfico-Diseño Publicitario en la Universidad Nacional de Colombia (Bogo­ tá), a fines de los sesenta y principios de los setenta; luego tiene la posibilidad de continuar profundizándola en la Escuela de Fotografía de Arles y cursos libres en París (Francia) entre 1980 y 1981. A través de su vida como artista, ha podido registrar fragmentos de una sociedad urbana en la cual la mujer, captada en diferentes gestos, actividades y situaciones, se ha conver­ tido en un importante foco de su búsqueda per­ sonal y profesional. A través de esas imágenes construye la mirada sobre si misma que le se­ ñalan camino para su propia comprensión y para el desarrollo de su trabajo artístico. Su mirada sobre la mujer urbana, que se pre­ senta en este Alo. 5 de la revista “En Otras Pala­ bras..”, recoge, como ella misma lo dice, su preocupación po r las ausencias y las presencias y se manifiesta en lo que se muestra y evoca, en el espacio que apenas se perfila dejando a la imaginación lugar para que complete la escena y sugiera, invitando al espectador a llenar los vacíos que se dejan. Su mirada se detiene en temas específicos que trazan las posibilidades de un sentido, que hablan de ausencias que van más allá de la condición marginal que la socie­ dad misma determina y ponen de presente una serie de preguntas sobre la existencia misma, apenas Insinuadas en los motivos que captura: un cuerpo que se asoma a la ventana, un rostro de mujer que se capta a través del espejo retro­ visor de un automóvil en movimiento, una m u­ je r que sobresale en medio de un almacén de ropa, una niña que se coloca en frente de su casa, unas ancianas que conversan en una calle vacía, sostenidas por un muro de fondo y un


Sueños,. Im á g ’e n es y S ím b o lo s

andén, una ventana, una puerta. María Esther Galvis se enfrenta al tema de la mujer a través del enfoque de gestos, de deta­ lles que, como lo expresa, no se apartan de su propia exploración. No es la mirada publicitaria sobre el cuerpo femenino; es la mujer en su desconcierto, contingencia y fragilidad, en la ma­ nera como la vida misma la invade y configura. Ella registra formas de vestir, de caminar, de vivir la soledad o la compañía, las pausas que acompañan el movimiento; ella capta lo poético de la vida a través de ese ritm o sosegado que transmiten sus fotografías. Ha acompañado su carrera fotográfica con la docencia en la Facultad de Artes de la Universi­ dad Nacional y ello le ha permitido mantenerse en una actitud de reflexión permanente sobre su propio hacer. Como ella misma lo dice, la nece­ sidad de comunicarse con sus alumnos ha de­ terminado que la fotografía no se convierta más sino en un arte que descubre posibilidades de ubicación y orientación en el mundo. La necesi­ dad de comunicarse con sus alumnos y mante­ ner un intercambio con ellos le exige encontrar maneras de transm itir sus propias preguntas además de sus conocimientos. La ciudad que nos presenta María Esther Galvis está en la mujer misma; ellas son entresacadas de espacios urbanos, captadas de diferentes ambientes de ciudad, pues como ella misma lo expresa, refiriéndose a Bogotá, la ciudad es in­ acabable, es una inmensa fuente de exploración, rica en movimientos, en texturas, colores, situa­ ciones sociales y escenas para ser captadas. En sus espacios públicos y privados se mueven pau­ sadamente las mujeres que Maria Estere Galvis ofrece. A través de fragmentos se presenta una manera de habitar el mundo.

Con la presentación de esta artista, la revista “En Otras Palabras..” aporta de nuevo el arte como posibilidad de conocer, como una posibi­ lidad de hacer visible aspectos que la racionali­ dad, p o r s i m ism a, no logra captar. Los fragmentos de la vida de la mujer que María Esther Galvis captura con su fotografía ponen de presente mundos, sensibilidades, vacíos que acompañan el devenir de la mujer en un espacio urbano, en las diferentes posibilidades que éste ofrece.

A lg u n a s exposiciones colectivas en las cuales M aría Esther participó

1982 Galería Diners, Bogotá. 1984 Primera Bienal de Arte Latinoamericano, La Habana, Cuba. 1984 Tercer Coloquio Latinoamericano de Foto­ grafía, Museo Nacional de Bellas Artes, La Ha­ bana, Cuba: “ Hecho en Latinoamérica III”. 1985 Galería de Arte del Banco de la República, Medellin: “ 12 fotografías”. 1987 Selección de fotografías en blanco y ne­ gro para representar a Colombia en la XIX Bie­ nal de la FIAP en Liltenberg, Alemania. 1988 Museo de Arte de Bogotá, “Mes de la Fotografía”. 1990 5 x 5 ( 5 norteamericanos, 5 venezolanos y 5 colombianos) Biblioteca Luis Ángel Arango, Bogotá.


Sueños, Im á g e n e s y S ím b o lo s

De ciudades y personas P liayibe Peña Frade Socióloga. Universidad Nacional de Colombia

aaseo por las personas com o se pasea por las ciudades. En todas las ciudades busco las mism as cosas porque se que en cada una son diferentes (pero sustancialm ente idénticas). Busco las aglo­ m eraciones de las zonas com erciales populares y de las galerías de alim entos y confecciones, los m ercados de pulgas, los cafés y tabernas donde la gente se sienta a hablar sin recordar que afuera el tiem po corre. Busco las zonas donde están las univer­ sidades con sus librerías de segunda y sus restaurantes baratos; los parques que crecen cerca a los museos, los barrios viejos que suelen tener calles retorcidas, em pinadas y estrechas, los sitios donde se concentran los cines y los alm acenes de cadena. Tam bién suelen atraerm e las zonas decadentes donde malviven o trabajan las prostitutas baratas, los ladrones, los expendedo­ res de droga, los adictos e indigentes. Pero no los barrios donde habitan la pobreza o la m iseria en condiciones de dignidad o de espera; no esos barrios m arginados, abandonados por los go­ biernos y los em presarios, que sobreviven más allá de la econo­ mía form al deseando una oportunidad de integrarse, esperando un golpe de suerte que les perm ita cam biar de vida. Me gustan los territorios tum bas en los que yacen gentes que están más allá de cualquier sueño o de cualquier ambición, que esperan la m uerte sin rabia ni m iedo y m ientras tanto consum en evasores; gente sin nostalgias por lo que pudo haber sido, dura, terrible, sin escrúpulos; gente que ya no puede ser tentada ni desafiada, que se cobija en su im penetrable desprecio que es su superiori­ dad sobre todos los dem ás. Territorios en los que lo truculento se desplaza por sobre lo sórdido.


Sueños, Im á g e n e s y S ím b o lo s

De las ciudades poco me im portan las zonas donde se despliega la riqueza, el gusto elitista y exquisito, el orden y la lim pieza refulgente; tam poco los restaurantes donde sirven con muchas copas, servilletas y cubiertos, los m useos y galerías de arte, las boutiques y discotecas, los alm acenes donde venden objetos de­ licados y costosos. No me gusta la vida nocturna paroxística y estruendosa, ni la gente que exuda vitalidad y alegría en sitios destinados a absorberla; tam poco los lugares hechos para cons­ truir y exhibir cuerpos herm osos y saludables que se mueven con una fuerza controlada y dirigida. Me gustan las ciudades grandes y caóticas porque están llenas de gentes para las que no existo, gentes que no me miran ni miran a nadie. Me gustan las ciudades porque uno puede espiar a las personas, mirarlas en su incesante pasar sin entrar en con­ tacto em ocional con ellas. Me gustan los que habitan las ciuda­ des porque son parte de un decorado, están allí, a veces pareciera, para convertir los espacios poblados de volúm enes en un paisa­ je humano. En las calles uno puede cam inar con su soledad y sus pensa1EN O T R A S P A L A B R A S . . .


Sueños, Ihnniágneinies y S ím b o lo s mientos pero ve a otros, están al alcance de la mano. M e parecen terribles la soledad y el si­ lencio del cam po o la playa o la montaña, me intim ida la tranquilidad que brinda la ausencia de m asas humanas, no me atrevería a llevar por esos idílicos parajes mis bochinchosas em ocio­ nes. En una ciudad la gente está pero realm ente no está; dan el calor animal del rebaño, de la m ontonera que se agrupa instintivam ente para no m ojarse o para que el frío no sea tan terrible; son apáticos e irresponsables, no harán nada por uno pero el solo hecho de respirar su olor y es­ cuchar sus rum ores me estimula. El caos, el agite, el anonim ato, la brusquedad, la indiferencia, el continuo e inalterado pasar, la rutina inm utable de una ciudad grande y des­ organizada le perm ite a uno muchos juegos so­ litarios y rebuscados. De ser tan grande y tan fagocitadora la ciudad a veces parece no existir, com o que uno está solo y tiene a su disposición todo ese espacio, esa construcción y esas gen­ tes. M e gustan los juegos que puede uno hacer a la vera de la ciudad o en su regazo, sin que a ella le im porte o lo sepa. Puede uno inventarse días para ser lo que no es o lo que quiso ser; para engañar a los transeúntes pareciendo lo q u e ja más querría ser. Entonces escribe el libreto y sale a representarlo. Se pone uno determ inada cara, entra a ciertos sitios pisando con un falso énfa­ sis, c a m in a co n c o n to n e o s q u e p ro d u c e n estruendosas carcajadas interiores. Se burla de las caras que no saben que uno está jugando y los engaña. Uno cam ina por la calle y entra a los lugares sabiendo por qué y para qué está allí, qué está haciendo; experim enta una cierta perversidad porque los otros no lo saben, creen que uno va y entra exactam ente com o ellos, porque tiene una razón para hacerlo, una cita, una necesidad... es muy interesante desplazarse por la ciudad sin necesitarla, sin un fin específico, sin que la ciu­ dad o el desplazam iento sean medio para... sim ­ plem ente estar allí sabiendo que tam bién podría

no estar, hacer algo sin tener ninguna necesidad de hacerlo, torcer el rumbo, salir de casa para ir a... y term inar yendo a otro lado que no se espe­ raba. Ir en un bus para un lugar y bajarse en otro. Uno podría estar en cualquier sitio, es la libertad de la indiferencia y el desinterés. Es el juego de perderse en lugares en los que nadie lo buscaría, pasear por territorios que no tienen ab­ solutam ente nada que ver con uno y que podría ignorar sin que por ello su vida cambiara. C uando digo que transito por las ciudades como por las personas.... ¿será estrictam ente cierto? Busco en todas las personas las mismas cosas porque se que en cada una son diferentes (pero sustancialm ente idénticas). El gran deseo es oír­ las m onologar sobre sí mismas, propiciar ese m om ento de despegue cuando el interlocutor deja de existir y los ojos del narrador se llenan de recuerdos que acuden a la lengua con un mis­ terioso colorido, con una extraña coherencia y belleza. Me gusta que las personas me cuenten de su fa­ milia, de sus abuelos y sus tíos, de las ovejas negras y los hechos bochornosos, de la vieja casa y de la vida que alguna vez vivieron en el cam ­ po, de los herm anos y los disgustos, de como se conocieron sus padres. Me gusta que se adentren y me describan su niñez com o si fueran todavía niños, que me hablen de su vida en el colegio, de los chism es de la cuadra, de lo que com ían y cóm o los vestían. Generalmente los monologan­ tes escogen anécdotas graciosas y cálidas y las cuentan con una sonrisa y un tono ligero y tran­ quilo, com pletam ente abstraídos del que los es­ cucha y del sitio y el tiempo en los que son es­ cuchados. Me gusta que me hablen de su niñez y de su fa­ m ilia com o adultos, que frente a mi y en voz alta desenreden la m adeja de su psiquis em pe­ zando por el hilo de los padres. Escucho, enton­ ces, reelaboraciones doloridas y rabiosas en las que los padres, los herm anos y la niñez, en ge­


Sueños, Ihnniá'g'enes y S ím b o lo s neral, son los artífices de un presente insatisfac­ torio. Atan cabos, establecen hilos conductores entre pasados que no son suyos pero que expli­ can hechos y palabras que ellos mism os repiten. Exploran en sus recuerdos buscando razones y respuestas, otros culpables que los exim an de un poco del peso de su propia culpa. Quieren salvar cada vez más terreno de la oscuridad y el enigma, quieren saber sobre sí mismos, resca­

tarse del olvido. Buscan, en últimas, disculpar­ se, convencerse de que muchos fracasos no son resultado de su falta de voluntad o de su confu­ sión sino de fuerzas indom eñables que desde el pasado los gobiernan; es una m anera de racio­ nalizar el destino, ya no escrito en los astros y legible en las cartas astrales o en los gabinetes de los adivinos, sino esculpido por otros en el pasado y legible en el consultorio de un profe­ sional de la salud mental y psíquica. Tanto en la insatisfacción com o en las explicaciones hay una fuerza propulsora... sólo que nunca se pue­ de estar seguro de a dónde va a propulsarlos. Desprendiéndose por la ram a del presente insa­ tisfactorio suelen llegar al amor. G eneralm ente em piezan por las anécdotas de la adolescencia o de la universidad que ahora se cuentan con un cáustico hum or pero que en aquel entonces sigEN O T R A S PALABRAS . . .

niñearon hondos y terribles dolores. Hoy suelen reírse del ayer pero saben que esas prim eras ex­ periencias m arcaron su destino amoroso, las his­ torias se siguen repitiendo aunque aparenten ser distintas. Casi siem pre la pareja y el rosario de fracasos lleva al tem a de los hijos que no exis­ ten y no van a existir jam ás. Las suyas suelen ser historias en las que uno am a dem asiado y el otro se deja amar, en las que uno hace los es­ fu e rz o s y e m p re n d e las lu c h a s y el o tro usufructúa y exige; historias en las que no se sabe que duele más si no ser am ados o haber dejado de ser am ados. Siem pre esperan más de lo que reciben; siem pre pretenden corregir el error o llenar el vacío, inm olar un yo que se ha hecho incómodo e incomprensible en un otro que lo acepta solo hasta cuando le sirve pero que no vacila en elim inarlo cuando le estorba. Pero no son solo las historias de desam ores o de am ores contrariados. Tam bién están las narra­ ciones de los que se duelen por no poder, o no saber amar, de los que no han podido ir más allá de la piel ni dar algo más que un estremecimiento que refluye, de los que son capaces de expulsar el am or que llam a a su puerta o de perm itirle la entrada solo para m atarlo lentam ente. El sufri­ m iento de los que no pueden com prom eterse y, a pesar de sus deseos, term inan siempre por huir o defenderse. Las dos son narraciones terribles pero no se cual lo es más, ni quien es más des­ graciado: si el que am a dem asiado o el que no se atreve a hacerlo. Por este cam ino casi siem pre van a dar al m onó­ logo del yo insatisfactorio y roto, al sentim iento de extrañeza con la propia vida, a la conciencia de que los años han pasado pero no se han asu­ mido; de pronto se dan cuenta de que hablan siem pre de lo mism o y que la m adurez de la treintena no ha significado un cam bio real con respecto a la vulcanidad de la adolescencia. Es un sentimiento de rabia porque la vida no ha traí­ do respuestas ni ha liberado de nada; han vivi­ do sin entender su propia existencia, no pueden

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Sueños, Im á g e n e s y S ím b o lo s experim entar seguridad y certeza con respecto a nada. Descubren que en verdad la adultez no ha significado ejercer control, siguen al garete así trabajen y tengan deudas y com prom isos; si­ guen sintiéndose una especie de juguete de algo que no conocen pero que, a la postre, term inan por identificar con el pasado em ocional que dejó en los afectos una im pronta tan fuerte que hace que estén siem pre viviendo variaciones sobre el mism o tema, sin ninguna posibilidad de escape, girando com o un corcho en un rem olino. Suelen referirse a la generación, tem a que tra­ tan con la tristeza de saber que la suya fue una generación tan transicional que su único logro fue consolidar algunas tendencias. Lo genera­ cional im plica la muy extendida pregunta por el qué hacer frente a una situación exterior que de­ term ina cada existencia pero que parece fuera de todo control o dirección, librada a su propia fuerza destructora. Se tiene conciencia de dos cosas excluyentes: los logros obtenidos (a nivel intelectual, em ocional, político) y la im poten­ cia de convertirlos en alguna form a de acción eficaz. Esto es, en síntesis, la sensación de vivir una vida sin sentido real, una vida que debe cons­ truir su razón de ser en espacios de tiem po y de acción cada vez más estrechos; para poder vivir con una m ínim a cantidad de sentido, de entu­ siasm o y de vigor necesitan segm entar la vida, reducirla y dejar de ver el futuro com o el terre­ no de lo posible que se construye desde el pre­ sente, es apenas una circunstancia contingente. Las potencialidades del ser que se convierten en acto cuando se objetivan, cuando entran en ten­ sión con un m undo exterior que les perm ite ser, ellos las vuelcan a su interior, para no perderlas del todo las ponen a su servicio privado y parti­ cular. Construyen vidas pequeñas, atrincheradas, casi clandestinas porque saben que al m undo de fuera no llegan con m uchas posibilidades de triunfar. De aquí se pasa al tem a de la soledad del pre­ sente que se presiente va a ser la mism a del fu ­

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turo. Es el terrible arqueo, el pavoroso m om en­ to en el que saben en qué condiciones deben se­ guir viviendo y se preguntan cómo van a hacerlo. H ablan de lo que ya no pueden ser ni hacer, de las decisiones erróneas o de las no tom adas, de las m uchas veces en que perm itieron a otros que los convirtieran en víctimas. Deben seguir vi­ viendo con el detrito que queda de su original fuerza vital, es casi un problem a de adm inistra­ ción de exiguos recursos. De no plegarse a la inercia ya no saben qué hacer con la vida; sus viejas rebeldías siguen actuando sobre la vida presente pero ya no para proyectarla sino para m arginarla. Las opciones que ofrece el m om en­ to para encausar la energía vital les parecen des­ preciables o sospechosas y entonces se quedan

con una fuerza que no saben hacia qué dirigir o cóm o agotar. Ni siquiera consideran el suicidio... dan y dan vueltas sobre el tema com o polillas alrededor de una vela, sólo que no experim enta­ rán el tortuoso placer de quem arse y morir al pie de la candela. Esas son las personas y esos los barrios que uno visita en ellas. Hay otros muchos, como cuando analizan la situación actual del mundo externo valiéndose de lo que han oído, o leído o pensa­ do. E stán los m onólogos que p ropician los saberes específicos, tan relacionados con las pasiones particulares. O cuando hablan de gus­ tos y disgustos o cuentan lo que vieron, leyeron, se im aginaron o les contaron.

EN O TRA S PA LA BR A S.


Sureños, Im á g e n e s y S ím b o lo s Las personas son como inm ensas ciudades que nunca terminan de conocerse; tienen zonas, unas más atractivas que otras, unas más transitables que otras, unas apasionantes, otras insípidas y aburridas. Uno es peatón y transeúnte de esas ciudades y vaga por ellas, las mira, las siente. Pero siem pre hay lugares que le gustan más, tal vez porque le hablan a uno sobre sí mismo. Hay barrios de los que uno no quisiera salir o a los que siempre va, aunque sea de paso; hay rinco­ nes en los que quisiera construir una casita o sem brar un jardín. Com o las ciudades, las per­ sonas no suelen darse cuenta de que uno se in­ venta juegos, de que existen más allá de su propio control y lo afectan a uno de alguna manera. Cam inando por una ciudad (o transitando por una persona) que no es la suya propia uno es vulnerable, muchas cosas pueden pasarle por­ que aunque crea conocerla en verdad no la vive cotidianam ente, no sabe leerla del todo, no pue­ de interpretar todas las señales. Parece tan m onótono... las ciudades, en esen­ cia, son idénticas; se diferencian en lo superfi­ cial, en su p u esta en escen a. Las p erso n as también parecen iguales, difieren sobre todo en su forma de narrarse y en los sucedáneos que se inventan. Todas quieren parecer heroicas y va­ lientes y creen lograrlo cuando pueden m ostrar algunas circunstancias muy adversas que fueron capaces de superar o que justifican su postra­ ción y apatía. Las personas que deam bulo na­ rran a d v e rsid a d e s de ín d o le p sic o ló g ic a y em ocional, heridas horribles causadas por sus padres y madres, sentim ientos culposos surgi­ dos por circunstancias que no controlaron (o no quisieron controlar). Pero su heroísmo es pírrico; se sienten insatisfechos y vacíos, su única apa­ rente victoria es la conciencia de sí, el conoci­ m iento de su condició n ex iste n c ia l, de sus posibilidades. Conocen m ejor sus debilidades que sus fortalezas, sus m ezquindades que sus altruismos. Son personas que tienen una im a­ gen no muy buena de si pero que han llegado a un estado com o de resignación con sus persoEN O T R A S PALABRAS . , .

ñas y sus historias. Aún sabiendo que las ciudades son, esencialm en­ te, idénticas un transeúnte apasionado no deja de disfrutarlas y de intentar conocerlas. Busca el rasgo o el matiz que las particularice en la

m em oria, que las haga únicas. Q uizás el fin m ás delicioso del deam bular sería que uno pudiera hacer de cada ciudad un refugio o una posibili­ dad de ser; que para cada m om ento espiritual hubiese una ciudad que lo albergara y que o bien agudizara el m om ento o bien lo conjurara. Así, las ciudades no serían por sí mism as sino por el ser de que las vive. Con las personas, ¿pasa lo mismo? ¿Uno las tran­ sita porque sabe que tal o cual necesidad, de la

índole que sea, puede ser satisfecha solo en su territorio? De ser así las personas no existen por si m ism as sino para que uno se pierda en ellas y encuentre una tregua, una pausa en la eterna, solitaria e inm utable tarea de soportarse.

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Sueños, Im á g e n e s y S ím b o lo s

u casa. No quisiera volver a tu casa. Pero hablaré de ella, de tu hábitat, de tu “locus” . Y hablaré de tu casa porque es la única que conoz­ co. No puedo todavía hablar de mi casa, por­ que, a pesar de lo paradójico que puede parecer, no tengo casa. Las mujeres todavía no tienen casa. SON casas, son lugares para los otros y las otras, envolturas para el otro, claustros para la vida, abrigos para los hijos, para las hijas, y esto las ha ocupado tanto que no han podido pensar su casa, ni m u­ cho menos construirla. Y mientras tanto nunca habitan en ningún lugar. Solo son habitadas. Y todas las casas que han ocupado no fueron dise­ ñadas ni pensadas para ellas. Han sido reinas de un reinado que nunca fue diseñado para ellas. Es que las casas reflejan la historia de los hom ­ bres, es decir de los varones. Las casas que a m enudo se asocian con el universo interior, con lo dom éstico y lo más privado, sin em bargo no pertenecen a las mujeres, no las significan. La historia de las casas es la historia de los hom ­ bres, y así refleja también sus historias, sus im a­ g in a rio s, sus v ín cu lo s con la m adre y sus relaciones con el mundo de la intimidad. N oso­ tras solo las habitamos y así las conocem os. Por haber recorrido miles de veces sus corredores, sus alcobas, su sala, sus rincones, sus baños, su cocina, su sótano, su zarzo, sus patios, sobre todo EN O T R A S PALABRAS .

el de atrás (es m anera de decir porque hoy la casa que habitam os tiene sesenta metros cuadra­ dos, bien cuadrados...), las conocem os. Para ellos, los hombres que amamos, que hemos am a­ do, las hem os limpiado, ordenado miles de ve­ ces; hem os sem brado sus jardines para que se sientan bien, para que se sientan esperados, para que encuentren en cada rincón las huellas de su infancia y que se reconozcan. En fin para que le encuentren un sentido a la vida. Si. com o no vam os a conocerlas si hem os sido cóm plices de sus casas. No son nuestras pero alcanzam os a im primir nuestras huellas. Las im pregnamos. Su lim pieza, su orden, su m ecánica es nuestra. Los espacios son m asculinos pero la estética y los olores de las casas son femeninos. Olores de lim ­ pieza, de cocina, de infancia, de arm arios llenos de ropa lim pia y planchada. Olores que signifi­ can el pasado fem enino de los hombres. Casa-nostalgia, com o tus amores. La llenaste de baúles repletos de rem iniscencias; la llenaste de espejos para no perderte, de relojes para con­ vencerte del presente y de tu autoridad; ahí está tu estudio, esta pieza tan m asculina que te per­ mite aislarte cuando lo quieres para pensar y proyectarte tranquilam ente en el m undo; este cuarto donde te con-centras m ientras nosotras, las mujeres no hacíamos sino des-centramos, dis­ persarnos en todas sus piezas; este cuartico que siem pre te p erm itió ahogar los ruidos de la

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Sueños,- Im á g e n e s y S ím b o lo s cotidianeidad, olvidando el tic-tac del tiem po dom éstico, el llanto del niño que un día deseas­ te y la canción de la vida cotidiana. En tu estu­ dio olvidas lo concreto de la preparación de un alm uerzo, de un ajiaco, ese ajiaco que les gusta tanto a los hom bres; com o si nunca hubieran im aginado que un ajiaco esta hecho de dos cla­ ses de papas que toca lavar y pelar, de albejas que toca desgranar, mazorcas, guascas, aguaca­ tes, alcaparras, crem a de leche y sobre todo dis­ ponibilidad y presencia para colocar, reullir, probar, añadir algo de sal, dejar espesar, volver a probar y en fin, estar, estar y estar al lado de la olla. El ajiaco, tu deliciosa sopa abstracta que una vez más tiene sabor de D om ingo y olor de madre. A cuérdate del libro de Virginia Woolf, “una ha­ bitación propia” , esta habitación que no pudo tener la herm ana de Shakespeare y que le costó tanto a Cam ille Claudel. Para las m ujeres, en lugar de una habitación propia, se diseñó una piecita para coser, planchar, almidonar, bordar, remendar, doblar las sabanas, los lim piones y tus cam isas. E studias...yo coso. Piensas....yo bordo. E xistes....yo espero m ejores tiem pos. Vendrán. Llegaron. Si, llegaron m ejores tiem pos y puesto que el di­ seño de las casas reflejan la historia de la hum a­ nidad, hoy día reflejan cada vez más las luchas de las m ujeres, las conquistas de las m ujeres y su nueva condición de sujetos de derechos. Si, las casas se fem inizan, tal cual el mundo. Ha sido largo pero es un hecho y hoy día las casas se parecen cada vez más a nosotras. Reflejan cada vez más nuestros deseos, nuestra particu­ lar m anera de habitar el m undo y participar en él. Todavía no las diseñam os o tan excepcional­ mente, por lo menos desde este im aginario fe­ menino, pero la casa patriarcal cede poco a poco. Son m enos cuadradas, m enos cerradas, los m u­ ros tienden a desaparecer, la cocina se integra poco a poco al com edor o el com edor a la coci­ na volviendo al sentido original del concepto

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“hogar” ; las fronteras entre lo privado fem eni­ no y lo público m asculino se borran paulatina­ mente; las camas se tienden cada vez más rápido, los costureros desaparecieron, el estudio se vuel­ ve andrógino y tengo un espacio en el disco duro de tu com putador y un montón de muebles in­ útiles y tiesos desaparecen y se reem plazan por cojines de todos los colores, telas hindúes y helechos. El polvo y las manchas se volvieron más discretos a m edida que aprendim os a dialogar con la culpa y que entendim os que nacer mujer no tenía nada que ver con trapos, lim piones, de­ lantales y baldosines brillantes...Si, las casas se decidieron a escucharnos com o una deuda de reconocim iento. Era tiempo. De todas maneras, aun así, las casas no nos pertenecen. Com o ya lo m encioné, la única casa de la m ujer es si-m is­ ma. La m ujer es casa, no tiene todavía casa. Su piel es su única casa, su único verdadero refu­ gio. Quiero entonces im aginar mi casa. Una casa mía a pesar de la dificultad de pensar en una casa con principios totalm ente liberados de la tradi­ ción patriarcal. Pura utopía. Una casa que nos perm ita encontrar la especificidad de nuestra relación con nuestra memoria, nuestra inaugu­ ral palabra y nuestro imaginario. Difícil pues todavía ninguna de estas cosas nos pertenece del todo. Una casa para el encuentro, el re-encuentro, este lugar que nunca tuvimos. Una casa donde, a ve­ ces, alguien nos espera. Donde nos podem os re­ fugiar cuando el frío invade nuestra piel, nuestros huesos, y cuando le querem os dar una posibili­ dad a un nuevo existir femenino. Sin paredes, sin separaciones, sin estudio. Una casa que no nos fraccione, que no nos disperse, que no nos divida, que no nos aleje del centro, que no nos aliene. U na casa que no produce basura, ni gra­ sa, ni polvo. Una casa con energía solar. Una casa sin sabanas sucias, con un am orío en vez de estudio o costurero. Si, un lugar para amar, otro para ju g ar con los hijos y las hijas sin tener EN O T R A S PALABRAS .


Sueños, Im á g e n e s y S ím b o lo s que recoger y ordenar los juguetes; una casa extensible para los amigos, las am igas; una tina redonda para bañarse en agua tibia con las am i­ gas o los hijos y las hijas a las seis de la tarde; una casa con un árbol en alguna parte y un techo de vidrio para sentir el cosmos, las estaciones y el olor del color verde y de la noche. Una casa que nos refleje, que nos signifique, con muchos tapetes, cojines, colchas que se trans­ portan de un lugar a otro para dormir. U na casa con menos esquinas, menos puertas, menos ollas, menos llaves, menos relojes y m enos calenda­ rios. Una chim enea en el centro para recuperar el calor y el significado de la palabra “hogar” . Una casa-utero que nos perm ita sentirnos más cerca de nuestros orígenes y que no nos aleje tanto de la tierra natal...estoy soñando...Por su­ puesto, todavía es un sueño pero a m edida que aparecerán mujeres arquitectas decididas en sa­ car nuestro imaginario del exilio, recuperar nues­ tra m em oria y nuestra historia y plasm arlos en los espacios que diseñen, no solo las casas cam ­ biaran sino toda la ciudad, todo lo urbano y todo el entorno. Mientras tanto es una utopía pero las utopías dan sentido a la vida, una dirección para el andar y son com o estos faros que, en este final de siglo, guían los viajeros y las viajeras perdidas en la m undialización de una jungla patriarcal.

EN O T R A S PALABRAS .

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Sueños, Imágpemes y S ím b o lo s

L

(a Fundación A lejandro Angel Escobar

anuncia la ap ertu ra de sus concursos de Ciencias y S olidaridad 1999

¡4 Tres premios en Ciencias • Ciencias exactas, físicas y naturales • Ciencias sociales y hum anas • M edio am biente y desarrollo sostenible

A

Dos premios en Solidaridad

Las inscripciones se abren

á

el 18 de enero y se cierran el 31 de m arzo de 1999

FUNDACION ALEJANDRO ANGEL ESCOBAR

A

C arrera 7 No. 71-52 Torre A Of. 4 0 6 Teléfonos: 3 1 2 0 1 5 0 -3 1 2 0 1 5 1 Fax: 3 1 2 0 1 5 2 • A.A. 2 5 0 0 9 7 E-Mail: faae@ faae.org.co - URL: http://faae.org.co

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Santafé de Bogotá, D .C ., C olom bia

E N O T R A S PA L A B R A S .


Sueños, Im á g e n e s y S ím b o lo s

Esa ciudad en la que lavamos las angustias de los otros, en la que cocinamos la esperanza de la vida haciéndola rendir con tanto amor; esa en la que fuimos siendo sucursal de la ternura, de los que andan buscando calor. la misma que tú, yo, y muchas otras, a oscuras, construimos de sol a sol, es la que quisiera hacer visible para dibujar desde ella ....una calle que tenga en cuenta mis pasos, ....un paisaje habitado por mis ojos, ....una ciudad que me recoja reflejando mis entrañas de mujer. MALU

El encuentro es querer andar sencillamente por la calle, estrechando las miradas, para abrazar la vida, la que apenas soñamos, la que quizás no ha sido, la que quiere ser aún en este intento cotidiano de encontrarnos tan inciertos. MALU

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Sueños, Imágneimes y S ím b o lo s

En este tiempo en el que haz empezado a estar sin estar, las calles de tu soledad crecen en mi cuerpo, sienten el acompasado paso de la ausencia merodeándome los poros, instigando me recorren, en su marcha convocando, exilados sentimientos, habitantes expatriados, de otra época en la que estuviste sin estar. MALU

Quizás cuando me deslizaba por los pasillos de la noche dejando mis gestos en los rincones de la luna, me tropecé con la forma precisa de su cuerpo, quedando sumergida en el miedo de quizás llegar a quererlo. MALU

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EN O T R A S PALABRAS .


S u e ñ o s , Kinmág'eimes y

Hay días en los que todo se nos rompe el espejo del baño, por ejemplo aquel que siempre nos devolvía una saludable imagen llena de primicias de pronto, nos lanza a un agrietado reflejo, astillando los ojos que cual esquirlas van cayendo sobre los labios rasgando el gesto gozoso, que en otras jornadas brotaba al sentir la cascada de la ducha. Días en que además, la ropa que cotidianamente protegía ese esqueleto de sueños que sale a forjar invencibles mundos se destroza, dejando escapar en cada esquina las quimeras que lo hacen paladín de imposibles quedando desnudos, vulnerables, frente a la insensatez de la muerte que circula en calles y buses. Son los días, amigos, en los que preciso más que de costumbre, mirarme en sus rostros y abrigarme con sus cuerpos para seguir viviendo y soñando, aún en estos días


Sueños, llnmáigemes y ^Símbolos

Había olvidado el olor de las mañanas, la fragancia del agua bañando mi rostro al desper­ tar, aquel dulce sabor del cotidiano café azucarando mis amanecidos labios, el humo enigmático de un cigarrillo acompañando mis solitarias reflexiones matutinas y ese comenzar del día con noticias y canciones. Había olvidado todo esto, las cosas simples, mirarme ai espejo y sonriendo saludar, buscar en el cielo los colores de la ropa que me acariciará, llenar mi bolso con los sueños de un nuevo día por armar, y salir a la calle con una voz de paisajes para cantar. Todo esto lo había olvidado, sin embargo, hoy amaneciendo, vuelvo a sentir la poderosa tentación de despertar con olores, sabores y sueños, incitando a todas aquellas voces entregadas al silencio del olvido a gritarse con un enfático sí, ante esta seducción simple y sencilla de vivir amaneciendo, de amanecer viviendo. MALU

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EN O T R A S PALABRAS .



D ossier


D ossier

Marisol Dalmazzo Peillard

n este artículo voy a refe­ rirme a la perspectiva M ujer y H ábitat, un nuevo enfoque que desde fines de los años 80 bus­ ca vincular reflexiones en rela­ ción al avance de los derechos de la m ujer y de las políticas de hábitat, en lo referente al dere­ cho sobre la ciudad, a los servi­ cios urbanos, al acceso a vivien­ da digna, a la seguridad urbana, a la participación política en la tom a de decisiones, particular­ mente en relación a los gobier­ nos locales. Buscando interrelacionar los temas de planificación urbana con la equidad de géne­ ro .1.

1 Ana Falú, Construyendo el Derecho de Mu­ jeres y Hombres a ciudades equitativas y sustentables, De Beijing a Estambul, en Mujer y Hábitat: Los caminos a partir de Beijing y Estambul en Centroamérica, México y el Ca­ ribe. San Salvador, 1997.

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D ossier El Hábitat se entiende com o una visión inte­ gral de lo urbano que com prende los aspectos físicos com o la vivienda y los servicios, los re­ cursos ecológicos, territoriales, históricos-culturales, políticos-legales y las relaciones socioeco­ nóm icas que en el espacio urbano se desarro­ llan entre los distintos sujetos sociales y que se traducen en el concepto C alidad de V ida.2 Existe a nivel mundial una red de organizacio­ nes de base y no gubernam entales (M ujer y H ábitat) que trabajan en torm o a esta problem á­ tica desde diferentes énfasis com o es el D ere­ cho a la Vivienda, el Derecho a la ciudad, la construcción de la ciudadanía de las mujeres. La red surge desde el interior de la Coalición Internacional del Hábitat HIC en 1988. Hablar de M ujer y Hábitat refleja una preocupa­ ción puesta sobre las mujeres, su calidad de vida, y la vinculación de estas con las acciones sobre el territorio y las políticas, o sea los derechos de las m ujeres sobre el territorio, en la conquista de ciudadanía, dim ensión ligada a las prácticas del territorio, la tom a de decisiones , la partici­ pación política, la seguridad urbana y la calidad de vida. Partiendo del supuesto de que mujeres y hom bres tienen una diferente percepción del espacio de la ciudad, porque tienen prácticas distintas que deben ser de com plem entariedad y no de subordinación.3

2- Josefina Huamán, Género, Hábitat y Desarrollo, en HABITAT UR­ BANO, una visión de género. Córdoba, Argentina. 1995 3 Ana Falú, Construyendo el Derecho de Mujeres y Hombres a ciu­ dades equitativas y sustentables. De Beijing a Estambul, en Mujer y Hábitat: Los caminos a partir de Beijing y Estambul en Centroamérica, México y el Caribe. San Salvador, 1997.

Pobreza y Territorio. La vida cotidiana de los ciudadanos y particu­ larm ente de las m ujeres en la ciudad está cada vez más afectada por el rumbo que ha tom ado el crecim iento urbano, la marcada segregación de la población en el territorio, la exclusión social y el increm ento de la violencia urbana, la falta de vivienda y el déficit y la mala calidad de los servicios públicos, la insuficiencia de servicios sociales, las distancias y las largas horas de trans­ porte a los servicios urbanos y al trabajo en la C apital, el em pobrecim iento y la creciente in­ migración de familias desplazadas. Condiciones que se agudizan com o producto del nuevo mo­ delo de desarrollo y el conflicto armado y la fal­ ta de coherencia entre las políticas económ icas y sociales que actuán sobre el bienestar de la población y la calidad de vida, y las políticas y normas que regulan la ciudad. Las políticas que orientan el desarrollo urbano, no sólo inciden en la m ayor pobreza de la ma­ yoría de las mujeres, sino también en el recargo de funciones y trabajo reproductivo y por consi­ guiente reforzam iento de roles tradicionales, a pesar de ser ellas las protagonistas en el queha­ cer barrial. La fem inización de la pobreza es un hecho com ­ probado en el continente y tiene una clara ex­ presión a nivel de la estructura urbana. El déficit habitacional, la mala calidad de la vivienda, el hacinam iento, la falta de servicios sociales y públicos, el deterioro am biental, la localización obligada de los barrios pobres en las periferias y extram uros de la ciudad, el desalojo de la po­ blación pobre de los barrios centrales som eti­ dos a renovación y valoración, tienen un impacto diferente en hom bres y mujeres, siendo estas últimas las más afectadas por un sobrecargo de trabajo y funciones domésticas y com unitarias no reconocidas, ni rem uneradas que les limitan el acceso a un ingreso, a mejores condiciones de vida, a la capacitación y a la participación EN O T R A S PALABRAS .


D ossier ciudadana plena. El problem a de la pobreza, el desplazam iento forzoso, la concentración de la riqueza tienen su expresión en el territorio, en los asentamientos hum anos, en la conform ación de la ciudad, en la calidad de vida y en com o viven las mujeres en su rol de hacer vivibles los barrios. “La po­ breza, sobre todo la extrem a tiene su propia geo­ grafía, coincidiendo con las áreas más desvalo­ rizadas y deterioradas am bientalm ente: m ujeres más vulnerables y más recargadas en la m edida que son las que hacen mas llevadera la vida para los dem ás y no tienen los apoyos necesarios” .4

La calidad de vida y las organ izacio n es com unitarias de m ujeres. Un am plio y creciente sector de m ujeres extien­ den su jornada dom éstica cargando y alm ace­ nando agua, haciendo colas para com bustible, lim piando en la casa el barro de las vias sin pa­ vim entar etc. haciendo estirar el escaso presu­ puesto y trabajan adem ás en los barrios en labo­ res com unitarias y de autoconstrucción para afrontar y solucionar los déficit de servicios pú­ blicos y sociales, los problem as am bientales y de basuras, la falta de agua y luz, de salud, de escuelas, de guarderías etc. aportando cotidia­ nam ente un trabajo no rem unerado o mal rem u­ nerado para superar las carencias y hacer vivible su entorno, com o es el caso de las m adres co­ m unitarias y jardineras, las de los com ités de salud, los com edores populares, los com ités am bientales y las Casas de la M ujer barriales. A porte que cada vez más, las m ujeres organiza­ das de los barrios dem andan sea reconocido y rem unerado. Esta práctica ha perm itido que las

4. Yolanda Loulcel, F. Mascher, U. Zschaebitz, Exclusión social de la mujer en el campo del hábitat en el Salvador. OP. CIT.


D o ssier m ujeres de las localidades se organicen y arti­ culen en la búsqueda de soluciones e identifi­ quen dem andas para m ejorar las condiciones de vida y am pliar los niveles de participación para ser escuchadas desde su visión integradora de la problem ática barrial y local, sin embargo enfren­ tan m ayores trabas que los hom bres para asum ir responsabilidades de representación, por la so­ brecarga de trabajo a la que están sometidas. La intervención de las m ujeres en distintos es­ pacios de participación local y en los Planes Territoriales de los m unicipios, a través de las com isiones de género, ha dem ostrado un cono­

cim iento profundo y un enfoque integral por parte de la m ujeres de la problem ática urbana y am biental y del espacio público de las localida­ des y barrios de la ciudad a partir de su propia práctica, no obstante son pocas las que logran hacer valer sus dem andas, debido a que en m u­ chos casos los intereses políticos del m om ento y la no identificación clara de necesidades dife­ renciadas de género, no dan cabida a los proble­ m as re a le s. L as m u jeres ex p re sa n ad em ás requerir de una m ayor form ación y capacitación en los asuntos locales y m unicipales para inter­ venir en dichos espacios. Avanzar en la conquista de la ciudadanía plena de las mujeres, es uno de los más im portantes retos para el logro de una ciudad equitativa.

El Derecho a la Vivienda: En relación al acceso a la vivienda, las mujeres más pobres y especialm ente si son jefas de ho­ gar de fam ilias m onoparentales, viven en las peores condiciones en los barrios. Los mayores déficit cualitativos y cuantitativos están dados en este tipo de hogares. Cuando las mujeres tie­ nen alguna capacidad de ahorro, (ya sea como parte de fam ilias nucleares, monoparentales o extensas) el acceso y la propiedad de la vivien­ da es una prioridad para ellas, porque la vivien­ da es el espacio de protección y seguridad, de afecto, de com unicación y del quehacer fam i­ liar y reproductivo y es el espacio de subsisten­ cia básica, generador de estrategias de ahorro y supervivencia para suplir los escasos ingresos fam iliares y a partir del cuál, ellas con su es­ fuerzo, am inoran los efectos de las carencias de servicios públicos y sociales en los barrios. Sin em bargo, el acceso al crédito les es más difícil, especialm ente si son jefas de hogar, en razón a que tienen más recargo de trabajo, (jornadas redondas), ingresos más bajos que los hombres y trabajan en una m ayor proporción en el em ­ pleo inform al, (los requisitos para el acceso al créd ito son m ás exigentes, los trám ites son dispendiosos y la banca com ercial no tiene en cuenta ingresos de la econom ía informal para el otorgam iento de créditos). Por otra parte la le­ gislación colom biana establece una serie de res­ tricciones legales a la vivienda social que les lim ita el acceso pleno a la propiedad de la vi­ vienda com o patrim onio generador de ingresos y respaldo a créditos para m ejoram iento de con­ diciones de vida y potenciadora del desarrollo y la econom ía familiar, lo que les restringe su uso en térm inos económ icos. “La vivienda y el desarrollo urbano no sólo re­ únen un sinnúm ero de áreas horizontales: vías, salud, medio am biente, cultura, servicios dom i­ ciliarios, transporte, sino que su acción produce efectos benéficos para toda la econom ía, gene­ rando rendim ientos crecientes a escala, círculos 1EN O T R A S P A L A B R A S .


D ossier potenciales de desarrollo y el crecim iento , m e­ joras en el capital social y en el medio am bien­ te. Incide adem ás de manera im portante en el em pleo” 5. En esta lógica el acceso de las m ujeres a la vi­ vienda propia, además de ser un principio de equidad, potencia su desarrollo y la econom ía familiar. Es por lo tanto necesario revisar las

políticas de crédito y subsidios, tasas de interés y montos, requisitos y trám ites, para garantizar este derecho definiendo partidas presupuéstales y acciones positivas hacia las mujeres pobres.

hom bres en lo público. Las ciudades inseguras generan grandes lim ita­ ciones al ejercicio de la ciudadanía y la convi­ v en cia, d ad o que los h ab itan tes al sen tirse am enazados cam bian horarios, las relaciones sociales se restringen, se limitan para las m uje­ res las actividades vespertinas o nocturnas, des­ tin a d a s al e s tu d io y la c a p a c ita c ió n , lo s ciudadanos se arman, la vigilancia y seguridad se privatiza, la ciudad va perdiendo espacios pú­ blicos recreativos y cívicos y tiende a segregarse cada vez más con la urbanización en conjuntos cerrados, que se “defienden” de los barrios ve­ cinos, a los que se m ira con sospecha. La seguridad y la convivencia ciudadana anali­ zadas desde el punto de vista de los géneros y de los derechos, son temas cuyo debate es prim or­ dial dentro de los propósitos de paz y construc­ ción de ciudadanía en térm inos de equidad.

De igual manera el problem a de la vivienda debe ser concebido en térm inos integrales, com o ele­ mento inseparable del entorno que constituyen los servicios públicos y los sociales, la accesibi­ lidad y la seguridad, condiciones básicas para liberar a las mujeres del recargo y facilitar la socialización del cuidado de niños/as y perso­ nas ancianas.

El aporte de las Cum bres. La Violencia Urbana. El increm ento de la violencia urbana y la im pu­ nidad, tiene características diferenciadas por clases, género y edad y por áreas urbanas, épo­ cas del año y horas del día, no obstante tiene un efecto más directo sobre las m ujeres y los niños y niñas, de distintas clases y razas, de distintas edades y posición social, quienes son las más frecuentem ente violentadas, lo que tiende a re­ forzar la inequidad en el uso del espacio públi­ co, las m ujeres en la casa, en lo privado, los 1EN O T R A S P A L A B R A S . . .

En el nuevo enfoque de análisis de la pobreza sobre la prem isa que “las necesidades son inte­ reses y derechos y las condiciones materiales básicas son la base para el ejercicio pleno de la ciudadanía civil y política” , es necesario inte­ grar el derecho a la vivienda y a un hábitat dig­ no, d eclarados en la C um bre M undial de la M ujer, en la Cum bre de la Ciudad: H ábitat II y

5. Fabio Giraldo. Revista l\lo 2, Desarrollo Urbano en Cifras, Bogotá, Colombia,

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D ossier en la carta constitucional colom biana, a la pre­ ocupación por la equidad para las m ujeres en la ciudad. Las Agendas de la Cum bre de Beijing y la Cum bre M undial H ábitat II en algunos de sus apartes establecieron: “La m ujer tiene un papel de prim er orden que desem peñar en el lo­ gro de asentam ientos hum anos sostenibles. No obstante a causa de diversos factores, entre los que figura la creciente y persistente carga de la pobreza para las mujeres y la discrim inación en razón del género, la m ujer tropieza con obstácu­ los particulares cuando trata de obtener una vi­ vienda adecuada y de participar plenam ente en la adopción de decisiones relativas a los asenta­ mientos hum anos sostenibles. La em ancipación de la m ujer y su participación plena y en condi­ ciones de igualdad en la vida política, social y económ ica, la m ejora de la salud y la erradica­ ción de la pobreza son indispensables para lograr

la sostenibilidad de los asentamientos humanos” . “A segurar que las prioridades de la m ujer se incluyan en los program as de inversiones públi­ cas para la infraestructura económ ica, com o el agua y el saneam iento, la electrificación y la conservación de energía, el transporte y la cons­ trucción de cam inos, fom entar una mayor parti­ cipación de las m ujeres beneficiarías en las etapas de planificación y ejecución de proyec­ tos “Prom over la participación de las com uni­ dades, particularm ente de las m ujeres, en la individualización de las necesidades en materia de servicios públicos, planificación del espacio, diseño y creación de infraestructuras urbanas” “A poyar el desarrollo de un acceso equitativo de las m ujeres a la infraestructura de vivienda, el agua apta para el consum o y las tecnologías energéticas seguras.”

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La escuela y la ciudad: ámbitos de la convivencia y de los conflictos modernos Imelda Arana Sáenz Docente con 14 años de experiencia en la educación básica oficial, integrante activa de la organización sindical del gremio no solo de la capital sino también a nivel nacional, partícipe del Movimien­ to Pedagógico que impulsa el magisterio nacional y militante del movimiento feminista colombiano.

1 Segundo Foro Educativo D is­ trital de Santa Fe de Bogotá, rea­ lizado a finales de 1997, puso sobre el tapete un tem a de gran trascendencia para la construc­ ción del modo de vida ciudada­ no. Con la pregunta sobre si la escuela es necesaria la Secreta­ ría de E d u cació n pro p u so un tem a sugerente para el exam en de lo que es, podría y debería ser la relación entre la escuela y la ciudad. Pregunta que no es ex­ tra ñ a en la é p o c a a c tu a l de )EN O T R A S P A L A B R A S .


D ossier m asificación y problem atización de las relacio­ nes intersubjetivas de la ciudad, com o efecto de su crecim iento agigantado y de la com posición poblacional con alrededor de un tercio de sus habitantes jóvenes. La pregunta mueve una com plejidad de análisis que el m encionado foro no logra abordar con la am plitud y profundidad requeridas, pues el de­ bate se dio por concluido con la finalización del Foro y la llegada de la nueva adm inistración distrital. La revista «Educación y C iudad»1 que publicó im portantes artículos sobre el tema, no ha vuelto a circular. Parecería entonces que tal perspectiva hacia la educación, que bien hubie­ ra podido constituirse en el m om ento actual en un contrapunto muy im portante frente al enfo­ que tecnologicista y cientifista que la orienta­ ción global de las m isio n es in tern acio n ales tienen planteada para la educación del siglo XXI2 , fue sustituida por esta última orientación, tal com o se pudo advertir en el Tercer Foro rea­ lizado a finales de septiem bre del presente año sobre el tem a de la evaluación3 . No obstante, en aquellos espacios donde se pres­ tó atención a la citada pregunta, se despertaron anim osas discusiones, varias de las cuales com o respuesta a una supuesta hipótesis que sugería la posibilidad de que la form ación de los habi­ tantes que requiere una gran ciudad pudiera no requerir de la escuela form al tal com o la tene­ mos. La “educación virtual” basada en el uso de re c u rs o s e le c tr ó n ic o s y la c o m u n ic a c ió n ciberespacial por un lado, y los program as de

1 Revista editada por el Instituto para la Investigación Educativa y el Desarrollo Tecnológico IDEP 2 Ver Educación la agenda del siglo XXI. Hacia un desarrollo huma­ no. Programa de las Naciones Unidas para el desarrollo. Santa Fe de Bogotá, Tercer Mundo, 1998 3 Ponencias centrales del Foro sobre la evaluación. 4 El Instituto de Educación Media Diversificada INEM Santiago Pérez, situado al sur de la ciudad.

IlO

form ación ciudadana a través de la “ciudad edu­ cadora” , por otro lado, podrían sustituir la es­ cuela en su doble papel de form ar las futuras generaciones de trabajadores/as y de ciudada­ nas/os del futuro. Proyectando adem ás alterna­ tiv a s fre n te a lo s p e rs is te n te s p ro b le m a s financieros de la educación pública.

La ciu d ad p ro h ib id a Lo anterior puede considerarse como anteceden­ te a la reflexión que propongo a estas paginas en torno a un aspecto de la vida de la ciudad que considero inaplazable. El de qué hacer frente al enigm a que plantea para la convivencia ciuda­ dana el com portam iento de los y las poblado­ res/as de la ciudad que oscilan hoy entre los 10 y los 18 años y para quienes los únicos espacios convencionales aceptados: hogar y escuela (des­ de la prim aria hasta la superior) no son lo sufi­ cientem ente cóm odos y atractivos, además de que un buen sector de la población no cuenta con tales espacios o los mismos son muy preca­ rios. Por tanto niños, niñas y jóvenes se vienen tom ando, de m anera poco apacible, los espacios y usos que antaño eran de exclusividad de la gente adulta y más específicam ente de la pobla­ ción m asculina adulta. Tal reflexión es abordada desde la práctica com ­ prom etida con la docencia en una institución educativa de secundaria que, por sus caracterís­ ticas de m asificación, experim enta en grande todas las problem áticas actuales de las institu­ ciones form adoras de adolescentes en el mundo m oderno4 ; pero adem ás es desde una vivencia subjetiva de mujer, educadora y habitante de la ciudad que me urge colocar el análisis de la pro­ blem ática relación entre la vida escolar y la vida urbana en una perspectiva que involucre la experiencia y la práctica política de los diferen­ tes grupos poblacionales que integran la vida social. L a idea es contribuir a la consolidación E N O T R A S IPALAVBRAS .


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de alternativas al supuesto de la hom ogeneidad poblacional que hace que las decisiones tom a­ das para m ejorar la convivencia ciudadana o re­ solver los conflictos que la dificultan, se puedan constituir en agravantes de inequidades y forti­ nes de supuestos ideológicos en que se han ba­ sad o h is tó ric a m e n te las d is c rim in a c io n e s sociales. De ese estilo son algunas determ inaciones to­ madas por adm inistraciones anteriores en torno al com portam iento actual juvenil que, debido a su significación para el abordaje del tem a en la perspectiva, señalada me perm ito retrotraer. En un prim er mom ento se prohibió a los m eno­ res de edad circular por la ciudad en horas de la noche sin com pañía de adultos, m edida que aún cuando en apariencia se ha orientando a inducir a los y las menores a actuar com o hijos de fam i­ lia perm aneciendo en casa bajo el cuidado de adultos responsables, se basa en un desconoci­ miento de la realidad de las fam ilias bogotanas; la m ayoría con lim itaciones económ icas para tener espacios y recursos necesarios con que brindar a sus hijos e hijas un adecuado am bien­ te fam iliar y en condiciones de com petir con las atractivas experiencias que el espacio abierto de ciudad les proporciona, fam ilias de clase media donde las m ujeres adultas cuentan con poco tiempo de ocio para dedicarlo al acom pañam ien­

to de sus hijos/as y con padres ausentes en un gran porcentaje. Pero chicos y chicas buscan satisfacer sus nece­ sidades de socialización, expansión y desarrollo em ocional y a falta de proyectos individuales o colectivos para desfogar sus energías y canali­ zar sus ansiedades, encuentran en el espacio de la ciudad m oderna, en el m undo de la cultura globalizada con sus grandes espectáculos y ofer­ tas publicitarias, alternativas que no van a dejar pasar, por m uchas prohibiciones que la pobla­ ción adulta desee im ponerles. M uchas de las cuales se presentan en la noche, cuando las atrac­ ciones que venden las program adoras de radio se diversifican. La restricción de la circulación por el llamado esp acio p ú b lico , en h o ras de la n o ch e nos retrotrae al im pedim ento patriarcal que aún hoy, muy cerca del siglo XXI, se nos ha establecido a las mujeres, de perm anecer en la casa y más aún en horas de la noche, o estar acom pañadas de quien nos pueda cuidar, so pena de tener que enfrentar los graves “peligros” que son de pú­ blico conocimiento; mientras tanto las causas del real o supuesto peligro no se tocan y reina la im punidad ante las agresiones y violaciones ha­ cia las m ujeres, agresiones que entre otras cosas tam bién se pueden recibir en el espacio del ho­ gar. Este es uno de los aspectos que permite com-

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prender la afirm ación de M arcela Lagarde en el sentido de que la cultura patriarcal ha legado a los hom bres e l dom inio y a las m ujeres nos ha legado el cautiverio5 . Aún cuando muchas consideraciones se pueden hacer con respecto a este punto, es pertinente destacar que se está ante un desconocim iento de derechos fundamentales y que sólo se han des­ conocido históricam ente a los grupos sociales oprim idos y llam ados prejuiciosam ente grupos vulnerables com o m ujeres y m enores de edad. Uno de esos derechos es el del ejercicio de la libertad, entendida com o capacidad autolegisla d o ra6 y que una ciudad educadora debería ve­ lar por su cum plim iento y por tanto garantizar las condiciones para ejercicio de la libertad de locom oción a todas y todos sus m oradores sin ninguna discrim inación y establecer, ahí sí, m e­ didas que elim inen los obstáculos que se le pre­ sentan a ese ejercicio. Vino luego la norm a de prohibir la venta de be­ bidas alcohólicas en áreas cercanas a las institu­ ciones educativas. Esta m edida que desde luego puede contribuir a dism inuir el consum o de ta­ les bebidas por parte de la población escolar - el cual se ha venido increm entando en particular entre los y las escolares de prim aria y secunda­ ria - finalm ente derivó, tal vez por presión de

5 Ver Género y Feminismo. Desarrollo humano y democracia. Ma­ drid, horas y Horas, 1997 6 Definición de Adela Cortina en Etica sin Moral. Madrid. Tecnos, 1995

las corporaciones de expendedores, en restric­ ción al consum o y no a la venta, conviniendo que los expendios pueden vender, más no per­ m itir el consum o en público en áreas cercanas a las sedes educativas. Luego, quedaba claro que la gravedad no la representaba el consum o de alcohol en sí, sino el espectáculo que dan chi­ cos y chicas en estado de em briaguez y la in­ tranquilidad que generan al vecindario, mientras los dueños de los negocios logran safarse del problem a y no ver afectados sus ingresos. Se da así una concertación donde no entran en juego los intereses y necesidades de quienes serán ob­ jeto de la sanción, y que están dem andando por espacios para sus citas, después de la jornada de estudio En síntesis, los motivos por los cuales gente cada vez más joven se ve inclinada a consum ir alco­ hol u otras sustancias para enajenarse de la rea­ lidad o lograr estados de anim ación, no son m otivos de intervención ciudadana, pues se su­ pone que este es un problema de familia que sólo a ella com pete. Lo que debe hacer la política ciudadana, es cuidar que esos problem as no in­ terfieran la paz pública. Y no se trata de que no se deban em prender ac­ ciones que permitan disciplinar a la población joven o que se debe perm itir la disipación y el goce sin responsabilidad, sino que por el con­ trario, lo que se observa es que esas medidas no conducen a enfrentar las causas de tales conduc­ tas sino sus m anifestaciones cada vez más fre­ cu en tes y gen eralizad as entre m uchachos y m uchachas y hasta niñosy niñas. Pero la proble­ m ática es más com pleja y am erita acciones más juiciosas y certeras. Con las normas m enciona­ das se trata de ocultar una intrincada problem á­ tic a que in v o lu c ra , no ta n to a las n u ev as generaciones, cuanto a sus familias y a la ciu­ dad en su conjunto, y por tanto lo que debiera hacerse es asum irla en toda su com plejidad, es­ clarecer sus reales causas y atender la diversi­ dad de alternativas que deben darse para una EN O T R A S PALABRAS .


D ossier población tan heterogénea desde el punto de vista étnico, cultural, etário, psíquico, genérico, sexual y socioeconómico. Como quiera que tales situaciones tocan la edu­ cación formal dado que las y los estudiantes — y no solo ellas/os— llegan al espacio escolar con sus formas y estilos de vida, la escuela debe ser asumida como un escenario de la vida urbana7 y los problem as de convivencia en la escuela como com ponentes del com portam iento ciuda­ dano. Veamos en tercer lugar el caso de algunas pro­ hibiciones establecidas en las instituciones es­ colares de nivel básico que se refieren a aspectos que más pudieran hacer parte de un código de policía que de los actualm ente llam ados “ M a­ nuales de convivencia” . No portar armas, no lle­ v ar a la e sc u e la ni c o n s u m ir allí b e b id a s em briagantes o alucinógenos, son prohibiciones que aparecen en la m ayoría de esos m anuales y que revelan que algo delicado está sucediendo y que tiene que ver no sólo con el ám bito escolar. Sin embargo, reconociendo las carencias de la escuela en cuanto a la form ación de estilos de vida basados en valores éticos y actitudes cívi­ cas, habría que com prender que estam os ante formas de com portam iento juvenil, propias de una sociedad de consum o tecnifícada y globali­ zada que la ciudadanía en su conjunto debe re­ conocer para com prender y encausar y no para reprimir. Por ejemplo ante el increm ento de riñas entre escolares y atracos al interior de las institucio­ nes educativas se han establecido, en algunas ins­ tituciones, requisas periódicas y sorpresivas de la policía. Ello, adem ás de deteriorar el am bien­ te institucional -que por esa vía poca diferencia llega a tener con una institución correccional re­ tom ando a las épocas de los reform atorios- y de n egar la au to n o m ía e sc o la r y la cap a cid ad formadora de la escuela, legitim a la posibili­ dad de constreñir el ejercicio de derechos huEN O T R A S PA LA BR A S ,. ,

m anos com o el derecho a la intim idad y al libre desarrollo de la personalidad que reconoce la Constitución N acional y que la fam ilia y la es­ cuela deberían prom over. Pero tales m edidas pasan sin m ayor oposición por parte de la co­ m unidad educativa, la llam ada sociedad civil y la ciudadanía en su conjunto, entidades que de­ dican grandes esfuerzos al logro de condiciones de vida m ás saludables sin percatarse que aban­ donan al poder de los más fuertes el cuidado de sus criaturas. C argar un arm a es para la m ayoría de los m uchachos una posibilidad de afirm ar su hom bría, la cual se construye sobre la capaci­ dad de atem orizar y de m ostrar fuerza y poder y por ello, más que acciones policivas, se requie­ re de acciones que permitan desmontar tales im a­ ginarios.

La escuela a im age n de la ciudad A una m ás cabal com prensión de esas conduc­ tas vienen contribuyendo, no obstante el carác­ ter m arginal que aún afrontan, las teorías de análisis fem inistas y los estudios de la mujer. E llos p erm iten en co n trar ex p licacio n es m ás integradoras de lo que está pasando con dolen­ cias tan graves tanto de la escuela com o de la ciudad, las cuales expresan el síndrom e del co-

7 La Comisión de Asuntos de la Mujer de la ADE adelanta una investigación en la que se estudia la escuela como escenario de la violencia urbana, en las localiddes Tunjuelito y Rafael Uribe Uribe en la cual se trabajan algunos de los problemas tratados en este escrito.

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D o ssier lapso a que están llegando los viejos paradigm as de m asculinidad y fem inidad, en particular en­ tre la población joven. Tales perspectivas perm iten visualizar y com ­ prender cóm o las prohibiciones y acciones des­ critas para la escuela se refieren a conductas m asculinas, pues son en su m ayoría varones quienes mayoritariamente incurren en ellas. Pero hay tam bién prohibiciones específicas para las chicas com o son las referidas al uso de m aqui­ llaje, accesorios, adornos y subir la falda más allá de lo autorizado. Preceptos que enfocan de m anera contradictoria y am bivalente aspectos que tocan con esquem as conceptuales prevale­ cientes sobre lo que debe ser el com portam ien­ to adecuado según estereotipos de sexo/género pero que se presentan im bricados con convoca­ torias a la uniform idad y hom ogenización. Por ejem plo la obligación que se hace cum plir con gran rigurosidad de usar el uniform e “co­ rrectam ente”, lo que im plica que los m uchachos deben llevar el cabello corto com o los hom bres — no hay otra explicación— y las m uchachas no usar m aquillajes, ni accesorios, ni faldas cortas, pues incurrir en tales faltas no es de “ni­ ñas” y más enfáticam ente, de niñas decentes — así se les dice— . Se convoca a los chicos a ser hom bres de verdad, no fem eninos, que es lo m ism o para grandes y chicos, m ientras a las chicas se les pide ser ante todo niñas decentes y no sensuales. No se les convoca a ser m ujeres de verdad y no se explica porque usar m aquilla­ je y m inifalda sí es perm itido cuando se está fue­ ra del colegio o sin uniform e. M ensajes tan contradictorios son los que pue­ den producir el m odelo de la vida postm oderna y aún patriarcal de la gran ciudad capitalista. Por un lado se sugiere que la m asculinidad no está en el tam año del cabello ni la decencia en el m aquillaje, al fom entar la posibilidad de que hom bres y m ujeres vistan igual, tal com o lo ha­ cen actualmente, con atuendos uniform es (jeans,

cam isetas grandes, botas, aretes y dem ás acce­ sorios). Por otro lado se refuerzan las imágenes estereotipadas de la mujer sexi según el modelo barbie para chicas que deseen conquistar, sedu­ cir o sim plem ente agradar. Con ello asistim os a la fractura de la denom ina­ da c u ltu ra e s c o la r que se d e b a te e n tre la globalización de los estilos de vida urbanos, la inseguridad que esa misma globalización gene­ ra y las posibilidades que las nuevas concepcio­ nes sobre las relaciones hum anas plantean a las instituciones modernas en la actualidad, entre ellas la reconceptualización sobre la feminidad y la m asculinidad, la cual afecta a todos y cada uno de los supuestos en que se basan tanto el orden escolar tradicional com o la organización espacio-tem poral de la ciudad.

En ese contexto los paradigm as de lo que en m ateria de conocim iento corresponde desarro­ llar en las instituciones de educación formal, tam bién están siendo cuestionados ante la nece­ sidad de responder a preguntas acerca de lo que podría enseñar y ofrecer la escuela, que sea de su exclusividad, que tenga en cuenta la diferen­ cia sexual, racial, etaria y cultural y que, ade­ más, lo haga de m anera que convenza y anime a sus estudiantes. La reflexión y tom a de conciencia frente a estos aspectos urge en las grandes ciudades, especial­ m ente en nuestra capital Bogotá, con un creci­ m iento desm edido, grandes núcleos de pobreza y un com plejo de necesidades sociales por saE N O T R A S PA L A B R A S ,


D ossier bernadas.

tisfacer, en medio de una historia de despiste adm inistrativo y de irregularidades en el m ane­ jo presupuestal. Todo lo cual ha derivado en un estilo de vida caracterizado por el inveterado desinterés colectivo y el m utuo señalam iento de responsabilidades y obligaciones y, donde hasta los buenos propósitos de la descentralización y la reforma adm inistrativa de la ciudad, se han visto m itigados por el peso de una historia de antidem ocracia que condujo al desgobierno por parte de las autoridades adm inistrativas y al de­ ja r hacer por parte de los y las gobernados y go­

U na urbe de estas características con una densa población infantil y juvenil, no ha dejado de pro­ ducir desconcierto e incertidum bre ante la agi­ tació n p e rm a n e n te que los co n g lo m e ra d o s juveniles, al parecer dispuestos a todo, vienen causando en las generaciones m ayores, deseo­ sas de ver organizados sus espacios y tiem pos, a tono con los em peños realizados durante años de esfuerzo por construirse un m odo de vida, por lo m enos reposado. Parece ser que nuevas posibilidades ya se han iniciado con proyectos que hoy son parte de la cultura ciudadana: las ciclovías, los conciertos “al parque” y la inversión en parques que se ha propuesto la adm inistración actual, están dem os­ trando que no sólo invertir en policía elim ina factores de inseguridad y que la ciudad si puede educar.

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Una ciudad que vigila La C iu d ad com o Red de V ín cu los “A dem ás de la vida que com ienza, la del niño nacido, el otro caso paradigm ático de fragilidad es la ciudad m ism a, confiada a nuestros cuida­ dos, som etida a nuestra vigilancia” (Ricoeur, 1995)1 . C aracterizar la ciudad desde la fragili­ dad puede sorprender a quienes la viven como entram ado de im ágenes am enazantes, enajenadoras del lugar para vivir que nos tocó en suerte o por el que hem os optado. Aún así, no renunciam os a interponer represen­ taciones más am ables que nos perm itan vivirla m ejor y am arla más, desde am bigüedades y con­ flictos consustanciales tanto a los am ores como a la ciudad. ¿De qué otros m odos pensar y vivir la ciudad? Claves nuevas provienen de entenderla “ ...en el sentido am plio de red institucional basada en el

1 Ricoeur, P., (1995). La persona: desarrollo moral y politico. En Revista de Occidente, 167,129- 142. 2 Ricoeur, P..

Ibid; p. 131.

3 Cuervo González, Luis Mauricio (1995). Génesis histórica y cons­ titución de Bogotá como ciudad moderna. Santa Fe de Bogotá: Corporación Viva la Ciudadanía. Documento Mlmeograflado. 4 Cuervo González, L.M., Ibid. pp. 5 - 6 .

poder político" y com o "...el medio apropiado de realización de lo humano, es decir, de la hu­ m anidad de la persona” . 2 M iradas que ven algo más que el lugar, el espa­ cio, las form as de producción y consumo, la ar­ quitectura; los flujos de agua, energía, desechos; o la red de vías que perm iten la intensa m ovili­ zación de personas, bienes, servicios e inform a­ ción.3 La ciudad es todo lo anterior y es más. Es red de vínculos, de relaciones con variables grados y n iv e les de e stab ilid ad tem p o ral y espacial, instauradas entre sus habitantes. La ciudad “no es sola y sim plem ente una unidad objetiva, es tam bién una unidad im aginaria, cultural, inclu­ so psicológica (...) constituye un espacio mental que se fundam enta en el espacio em pírico pero sin coincidir con él” 4 La fragilidad se sitúa allí, en la red de vínculos. Perspectiva que pone de presente tanto la pre­ cariedad del vínculo mismo como su carácter constituyente de lo humano en su diversidad. La red vincular se establece entre sujetos, hombres y m ujeres, que construyen y reconstruyen sus identidades com o ciudadanos y ciudadanas. Esto es lo que hace de la ciudad una polis, lo que le otorga su sentido político. E N O T R A S PALABRAS .


D ossier

Nohema E. Hernández Guevara Psicóloga Universidad Nacional Corporación (asa de la Mujer - Bogotá

V igila r la C iudad C onjuntam ente con la Secretaría de Salud de Santa Fe de Bogotá, la Corporación Casa de la M ujer ha em prendido un com plejo proceso di­ rigido a desarrollar una m odalidad de vigilancia epidem iológica novedosa. El asunto a vigilar es la violencia que ocurre al interior déla fam i­ lia, la violencia contra las m ujeres y el maltrato hacia niñas y niños. La com plejidad y variedad de estas violencias produce m últiples puntos de fractura en el teji­ do social, son sus heridas no visibles, inconta­ bles. La propuesta responde al interés y la urgencia de intentar aproxim aciones a sus rea­ les dim ensiones, diferenciar y relacionar los dis­ tin to s e sc e n a rio s de o c u rre n c ia , a c to re s y acciones, configurar una tipología que se presu­ pone dolorosam ente variada. La convocatoria se dirige a conjugar esfuerzos in terin stitu cio n ales e in tersecto riales, com o m odalidad de vigilancia epidem iológica que invita a la construcción de vínculos entre perso­ nas y entidades tanto del sector gubernam ental como del privado que trabajan en la atención y prevención del problem a en la ciudad capital. E N O T R A S PA L A B R A S . . .


D o ssier A estas alturas del país y de los costos sociales de m ás de m edio siglo de odios sedim entados es necesario continuar explorando en los terrenos de las actuaciones para el cam bio. " En Bogotá, (...) el grado de agresividad al que han llegado los habitantes puede com probarse fácilm ente al m irar el núm ero de casos de lesiones persona­ les, accidentes de tránsito y hom icidios que se registran cada día".5 La evidente precariedad y fragilidad de los vín­ c u lo s so c ia le s, p o lític o s, in te rs u b je tiv o s y afectivos a partir de los que se ha caracterizado la ciudad requiere, para ser contrarrestada, de enorm es esfuerzos y propone grandes retos a ciudadanas y ciudadanos. El com prom iso de quienes decidan apoyar la em presa propuesta, es el de constituirse en centinelas, es decir, en vigilantes activas/os y atentas/os en relación con la ocurrencia y dinám ica intrínseca del proble­ ma. La vigilancia epidem iológica de entidades cen­ tinela se entiende entonces com o “aquella en la que solam ente participan algunas instituciones y/o com unidades que por sus características par­ ticulares pueden recibir casos de eventos espe­ cíficos ".6

Una Experiencia para C on solid ar V ín cu los El cam ino recorrido hasta el mom ento no ha sido fácil de transitar. Sin em bargo un buen número de personas, instituciones y organizaciones que se han acercado al proceso han sido en otras

oportunidades copartícipes con la Corporación Casa de la M ujer en el desarrollo de acciones que, más que tareas, son un lento, paciente y de­ cidido entretejer de sueños por construir una so­ ciedad m ás ju sta y equitativa para todas y todos. ¿Por qué interesa a la Casa de la M ujer impulsar y participar en la red de entidades centinela que se convoca? Como es de conocim iento públi­ co, desde sus inicios en 1982 la problem ática de violencia intrafam iliar y de violencia contra las m ujeres ha sido tema de interés prioritario para la Casa. En la búsqueda perm anente de reconocem os y actuar desde nuestras realidades sociopolíticas específicas, desde nuestro contexto cultural y nuestras condiciones y experiencia vital como m ujeres, hem os vivido y reconocido las m últi­ ples caras de la violencia: de las violencias pri­ vadas y públicas. V iolencias visibles, evidentes, notorias, escan­ dalosas, reconocidas y nombradas. También las invisibilizadas, las ocultas, las " im pensables e im pensadas ", las violencias simbólicas, las que se cubren con el velo del silencio, la vergüenza, el ocultam iento, la negación o las costum bres y usos sociales. N os interesa este proceso com o m ujeres co­ lom bianas, com o habitantes de la ciudad capi­ tal, tercas en n u estras esp eran zas de paz y convivencia solidaria en el contexto de una so­ ciedad que profundice y haga cada vez más ra­ dicales sus apuestas democráticas.

5 Revista Semana. Locos de Violencia. Informe Especial. Octu­ bre de 1993; pp. 58 - 62.

N os interesa investigar, com prender, atender, sensibilizar, prevenir y m odificar las situacio­ nes de violencia vividas al interior de las fam i­ lias, las que viven las mujeres, las niñas, los niños.

6 Secretaría Distrital de Salud de Santa Fe de Bogotá, D.C. (1997). La notificación dentro del proceso de vigilancia epidemiológica. Área de Vigilancia en Salud Pública; 2a. Ed.

Nos sigue interesando la reflexión crítica frente a ideologías, m itos y creencias que persisten EN O T R A S PALABRAS .


D o ssier reflexionan sobre el tema. Nos in­ teresa el encuentro, la concertación, la articulación de acciones, el tra­ bajo a partir de la construcción de intereses com unes o diversos pero reconocidos y respetados. N os interesa tam bién entablar nue­ vas conversaciones sobre el tema. C onversaciones que interpelen las viejas dicotom ías público - priva­ do, m ente - cuerpo, razón - senti­ miento, salud - enferm edad. C on­ versaciones que intenten trascender los m odelos explicativos unicausales y fragm entarios, de parcelas de la realidad. C onversaciones que asum an las violencias com o multicausadas y m ulticausales, susten­ tándose en epistem ologías que in­ tenten el giro del pensam iento sim ­ ple y lineal al pensam iento com ple­ jo , buscando nexos y categorías " puente " entre procesos sociales macro y micro.

como argumentos legitimadores de las múltiples violencias. Nos interesa, entonces, el desarro­ llo pennanente de procesos que conceptualicen y actúen integralm ente sobre la problem ática, dentro de los cuales es de vital im portancia el dim ensionam iento, el lograr acercam os más y de formas más precisas a su real m agnitud y a sus efectos sobre la salud, en especial sobre la salud mental, así como a la com prensión de la dinám ica psicosocial en la que ella se inscribe. Nos interesa aunar esfuerzos con quienes, des­ de distintas perspectivas y lugares, atienden y EN O T R A S PALABRAS .

Aportam os a esta conversación, a este diálogo de saberes, tres pers­ pectivas desarrolladas por el m ovi­ miento de mujeres a nivel nacional e internacional: la violencia con­ tra las m ujeres com o vulneración de sus derechos hum anos, com o serio obstáculo para el desarrollo y com o problem a de salud pública. Por ahora, m ientras seguim os haciendo cam ino al andar, podem os quedarnos con las palabras de Sluzki (199): La violencia es cotidiana pero, en la m edida en que podamos sensibilizam os con nuestra responsabilidad social en nuestras rela­ ciones personales e interacciones institucionales, nuestra relación con la violencia irá cam biando. Esta sensibilidad necesita tam bién ser cotidia­ na.


D o s s fueir

Ciudad, desequilibrios sociales y desplazamiento forzoso Xatií Murillo-Sencial Comunicadora Social-Periodista Aspirante a la Maestría en Género, Mujer y Desarrollo de la Universidad Nacional de Colombia Coordinadora Administrativa de la Revista «En Otras Palabras...»

1 Sin negar que ambos aspectos son de vital importancia sobre todo cuando la busqueda es por alcanzar una paz positiva. Al respecto ver: Bermudez, Susy “Aproximaciones al .con­ cepto de paz" En: Revista "En Otras Palabras" Na 4 .1 9 9 8 , Santafé de Bogotá.

]l2o

a ciudad com o albergue para quienes buscando salvar sus vidas se desplazan de sus espacios de origen para sum ergir­ se en el anonim ato urbano, aún a costa de la miseria, el desam ­ paro, el desem pleo y el ham bre, es un hecho que se nos impone día a día. Casi ninguna ciudad de más de dos m illones de habitantes en C olom bia escapa a este fenóm eno siendo Bogotá la más afecta­ da. El arribo cotidiano de estas personas tiende a agravar los desequilibrios existentes, tanto los sociales como los referentes al ordenam iento territorial y la satisfacción de necesidades bá­ sicas. Las líneas que a continuación siguen no buscan en ningún m o­ mento profundizar en las secuelas psicológicas generadas por el desarraigo; tam poco pretendo adentrarm e en el aspecto polí­ tico-ideológico del problem a1. El objetivo del presente artícu­ lo es v isib iliz a r cu an tita tiv a m en te la situ ació n de los(as) desplazados(as) para a partir de allí evidenciar la relación ciu­ dad-desplazam iento en el marco de las com plejas consecuen­ cias que ello im plica para la planeación y el desarrollo humano sostenible en el Distrito Capital. La cuidad colom biana viene siendo, por los avatares de las múl­ tiples guerras que hem os vivido y sufrido en el transcurso de nuestra historia republicana principalm ente, una “ciudad-fu-


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Quien abandona su Polis o es desterrado pierde no solamente su hogar o su patria sino también el único espacio en que podía ser libre; pierde la compañía de los que eran sus iguales. Hannah Arendt: "¿Qué es la Política?"

sión” . Fusión de tradiciones, m ezclas, cosm ovisiones y anhelos que han traído consigo los y las itinerantes, desarraigados(as), sobrevivientes. Estas ciudades así construidas, poseen las ca­ racterísticas especiales de no obedecer a una planeación2 urba­ nística ni a un desarrollo predeterm inado razonablem ente.

2 Planificación entendida como una activi­ dad racional orientada a la construcción de futuro. Para una mayor extensión en la temá­ tica ver: Giordani, Jorge A. “ ¿La planificación sin planificadores o la muerte del sujeto ? En:;Fin del Sujeto ? . Coord. Rigoberto Lanz. Universidad de los Andes (Consejo de Publi­ caciones), Universidad Central de Venezuela (Comisión de Postgrado FACES). Mérida Ve­ nezuela. 1996.

Si bien los diferentes departam entos de planeación m unicipa­ les cada tanto hacen ingentes esfuerzos por diseñar y trazar al­ gunos lincamientos para la adecuación del territorio al creciente intercam bio social que im plican las ciudades3 , el sistem a de equipam iento urbano, la provisión de em pleos, la infraestructu­ ra de servicios públicos, la red vial y la infraestructura de trans­ porte, siempre se quedan cortos frente a los procesos migratorios rural-urbano más la tasa natural de crecim iento de sus ciuda­ des.

3 En el caso de Sanja Fe de Bogotá ver: Plan Piloto para Bogotá diseñado por el urbanista suizo Le Corbusier, Plan aprobado por la ad­ ministración en 1951. Dos expresiones físi­ cas simbolizan la llegada de la modernidad urbana al Distrito: los rascacielos (Banco de Bogotá, Edificio de Avianca) y las grandes avenidas como la carrera 10a, la Avenida 19. y la vía expresa de la calle 26 que comunica rápidamente el aeropuerto con el centro ad­ ministrativo y financiero de la época.

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D o ssier La identificación y satisfacción de las necesidades e intereses de las m ujeres y hom bres que llegan a habitar las ciudades co­ lom bianas en la m ayoría de los casos sólo se logra tras largos y tortuosos procesos de reconocim iento legal y de dem andas por ser reconocidos com o grupo, barrio o localidad. “ Se observa la disociación entre la respuesta estatal y las dem andas de la co­ m unidad, presentándose la profundización de la problem ática social. El Estado sólo interviene cuando la problem ática y la conflictividad social se han agudizado, estableciendo progra­ mas de gasto público m ediante el em préstito o partidas de em er­ gencia”4 .

Santa Fe de B o go tá, territorio, población y desequilibrios L o s seres humanos interactuan en una trama de relaciones, donde toda acción se convierte en una reacción en cadena. Hannah Arendt: “¿Qué es la Política ? ”

A si C o lo m b ia sea un p a ís de re g io n e s, m e g a d iv e rso y pluricultural, su m anejo adm inistrativo, legal, financiero, in­ dustrial y político ha tendido, desde el siglo pasado, a centrarse en la Capital Nacional. Siendo el m anejo territorial urbano adecuado el elem ento in­ dispensable para garantizar la atención óptim a de las necesida­ des e intereses de los y las ciudadanas(os) que en él habitan, y teniendo en cuenta las relaciones com plejas en las cuales la B ogotá contem poránea se encuentra, dadas sus mismas carac­ terísticas de “urbe central-centralizadora”, com encem os hacien­ do una breve descripción de la estructura territorial-poblacional del D istrito Capital.

4 Torres, Carlos Alberto “Agentes sociales en el proceso de construcción de ciudad" En: Módulo Uno: El territorio v la construcción de ciudad. Instituto Distrital de Cultura y Turis­ mo, Alcaldía Mayor de Santa Fe de Bogotá, Secretaría de Gobierno, Veeduría Distrital, CINEP. Santa Fe de Bogotá, D.C. Agosto de 1998. Pág.24.

Bogotá fue fundada el 6 de agosto de 1538 por Don Gonzalo Jim énez de Quesada. El Congreso de A ngostura, por acta del 17 de diciem bre de 1819 le otorga la categoría de Capital de la República; en 1954 es designada Distrito Especial y a partir de 1991 (con la N ueva C onstitución) entra a ser Distrito Capital. Hoy por hoy es la fusión del antiguo m unicipio de Bogotá, con los m unicipios de Usaquén, Suba, Engativá, Fontibón, Bosa, Usm e y Sumapaz. A ctualm ente cuenta con una superficie total de 173.000 hectá1EN O T R A S P A L A B R A S . . .


D ossier reas, de las cuales cerca de 86.000 hacen parte del territorio sabanero. El área urbana de la ciudad está estim ada en 34.113 hectáreas5 , las cuales están abarcando todo el territorio que se encuentra com prendido entre el Sistem a M ontañoso de los ce­ rros orientales, Juan Rey y G uacam ayas, y la C uenca del Río Bogotá; en la zona noroccidental se encuentra tam bién lo com ­ prendido entre el sistem a de los cerros de Suba y la Conejera. A hora bien, este territorio descrito físicam ente, contaba en 1995 con 5.898.601 habitantes, estim ándose que para el año 2000 habiten en el Distrito 6.173.094 personas, 181 por hectárea.6 Santa Fe de Bogotá D.C. se divide en diez y nueve (19) locali­ dades urbanas y el área rural de Sum apaz a saber: Usaquén, Chapinero, Santa Fe, Kennedy, Fontibón, Engativá, Suba, B a­ rrios U nidos, Teusaquillo, A ntonio N ariño, M ártires, Puente Aranda, Cuidad Bolivar, Tunjuelito, Bosa, San Cristobal, Usme, Rafael Uribe U ribe y Sumapaz. La ausencia de una voluntad ciudadana y estatal sobre la forma de gobernar el territorio y el cada vez más creciente fenóm eno m igratorio rural-urbano (sum ado a la tasa de crecim iento natu­ ral) generan inequidades, segregaciones y diferencias que se ex­ presan en la consolidación de grandes desequilibrios, los cuales en palabras del urbanista Juan Carlos del C astillo7 pueden ser de varios tipos: 1) El desequilibrio existente entre el área urbana y la periferia rural, es decir, el resto de la sabana, (am bientales) 2) El desequilibrio entre las áreas centrales y las periféricas al interior del área urbana, (económ icos)8 3) El desequilibrio entre los diferentes “ sistem as de redes” que potencian el territorio. Bogotá, por ejem plo, presenta graves desbalances entre la red de servicios públicos, el servicio de transporte y los equipam ientos urbanos9 . Según el C O D H E S 10, en Santa Fe de Bogotá, a diferencia de ciudades como Medellin, M ontería y Barrancabermeja, no existe una zona, barrio o localidad identificada com o asentam iento exclusivo de desplazados(as). Sin em bargo, según los resulta­ dos arrojados por la investigación en tom o a “ D esplazados y Derechos Hum anos” 11, estos(as) generalm ente se ubican en las localidades de Ciudad Bolívar, Usme, Bosa, Kennedy y San Cris1EN O T R A S P A L A B R A S . . .

5 Del Castillo, Juan Carlos “ Población y Te­ rritorio" En: Módulo Uno: El territorio v la cons­ trucción de ciudad. Instituto Distrital de Cultura y Turismo, Alcaldía Mayor de Santa Fe de Bogotá, Secretaría de Gobierno, Veeduría Distrital, CINEP. Santa Fe de Bogotá, D.C. Agosto de 1998. Pág. 12. 6 Según proyecciones del departamento Ad­ ministrativo de Planeación Distrital DAPD en: Estadísticas Santa Fe de B ogotá. 1997. 7 Profesor de Urbanismo de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Colombia. 8 Los paréntesis son mios. 9 Se conoce como equipamientos urbanos, el sector de Parques Metropolitanos de El Salitre, el Centro Administrativo Nacional CAN, la Ciudad Universitaria, el aeropuerto, el ter­ minal de transportes, la Central de Abastos, la Zona Hospitalaria Central, los Cementerios, la Zona Industrial, la Zona de Bodegas de Paloquemao. etc. para mayor ampliación ver: Del Castillo, Juan Carlos “Población y Territo­ rio” En: Módulo Uno: El territorio v la cons­ trucción de ciudad. Instituto Distrital de Cultura y Turismo. Alcaldía Mayor de Santa Fe de Bogotá, Secretaría de Gobierno, Veeduría Distrital, CINEP. Santa Fe de Bogotá, D.C. Agosto de 1998. Pág. 17. 10 Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento CODHES. 11 Arquidiócesis de Bogotá, CODHES Des­ plazados ñor violencia v conflicto social en Boootá . Editorial Kimpres Ltda. Santa Fe de Bogotá, D.C. Septiembre de 1997.


D o ssier tóbal, las cuales, a su vez, presentan los más bajos indicadores de Logro Global de Calidad de Vida siendo todas ellas localida­ des periféricas, subnorm ales.

El fe n óm e n o de la m igración y Santa Fe de B o go tá Según el DAPD el volum en de colom bianos(as) con residencia distinta a su departam ento de nacim iento12 es un poco más de 7 m illones de personas. El núm ero de personas que al mom ento del censo de 1993 tenía una residencia distinta al de 1987 (m i­ gración reciente) alcanza los 3 m illones de personas. En ambos caso s, el re c e p to r p rin cip al es B ogotá. El acu m u lad o de m igrantes “de toda la vida” en Bogotá es tal que, al mom ento censal, un 45% de la población residente eran m igrantes prove­ nientes principalm ente de Cundinam arca, Boyacá, Tolima y Santander (D A PD 1997: 38). Se estim a que Bogotá gana anualm ente por m igración 10 habi­ tantes por cada mil. Si a estos datos se les suman los arrojados por la tasa de crecim iento natural que indica que por cada mil habitantes, aum entan 18 anualm ente, Bogotá gana anualmente 28 habitantes por cada mil, es decir, 165.160 nuevos habitantes en la Ciudad, sólo para 1998.

12 Migración de toda la vida: a los movi­ mientos c u a lifica d o s con la pregunta de lu­ gar de nacimiento se les llama usualmente “ de toda la vida” , y constituye sólo una medi­ da parcial de la migración, puesto que mu­ chas personas pueden salir de su lugar de nacimiento y regresar. En este caso no que­ dan contabilizados como migrantes. Además, no permite localizar el momento de la vida de la persona en que la migración tuvo lugar. Para una mayor ampliación del tema ver: Estadísticas Santa Fe de Bogotá. D.C. Depar­ tamento Administrativo de Planeación Distrital, enero 1997. 13 Fuente: Arquidlócesis de Bogotá-CODHES. 1997.

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En el caso del d esplazam iento forzado, según cifras de la Arquidiócesis de Bogotá-CODHES, sólo en 1996 llegaron a Bo­ gotá aproxim adam ente 9.700 hogares, que representan 50 mil personas, es decir, aproxim adam ente 27 familias por día, un prom edio ligeram ente superior a un hogar por hora. El mismo estudio nos revela que en el período enero-junio de 1997, llega­ ron al D istrito 6.200 fam ilias (30.000 personas), 34 hogares por día, un prom edio de 1.4 hogares por hora. Evidenciándose un increm ento de 27.8% con respecto al mismo período en 1996. En cifra s1’ : desde 1985 hasta 1997 llegaron a Bogotá aproxi­ m adam ente 230.000 personas víctim as del desplazam iento for­ zoso. Los 5 departam entos que más arrojaron hombres y mujeres desplazados(as) a la capital, por m otivos de violencia, son A ntioquia, M eta, Cundinam arca, Cesar, Caquetá y Tolima. Los responsables de éste fenóm eno son: Paramilitares 42% , G ue­ rrilla 34% , Ejercito 10%, Otros 8%, M ilicias 5%, Policía 1%. A hora ahondem os en las características que presentan estas faE N O T R A S PALABRAS .


D o ssier milias víctim as del desplazam iento forzoso; ello nos brindará un criterio más am plio para analizar el problem a que causa a cualquier zona urbana, pero en espacial al D istrito el arribo de los y las desplazados víctim as de la violencia en lo referente a agudización de los desequilibrios sociales y planeación del de­ sarrollo. Em pleo-nivel educativo El 70% de los desplazados(as) asentados(as) en el D istrito C a­ pital se encuentra entre los 5 y los 24 años de edad. El 56% del total de desplazados(as) encuestados(as) tienen un nivel educa­ tivo primario; a su vez, el 44% de los jefes de hogar (m ujeres y hombres) alcanza tan sólo el nivel de educación básica prim a­ ria. Antes de verse forzados a desplazarse de su lugar de origen, la labor que desem peñaban para adquirir el sustento de sus fa­ milias en el 56% de ellos-ellas era la de asalariados(as) agríco­ las, em pleados(as) o del hogar; com o desplazados(as) el 83% de los(as) jefes(as) de hogar se ubica laboralm ente en: 29% nin­ g u n a la b o r; 25 % v e n d e d o r e s ( a s ) a m b u la n te s ; 16% em pleados(as) dom ésticos y el 13% oficios varios. Vivienda En lo referente a vivienda, el hacinam iento es el com ún deno­ minador. En su lugar de origen un 73% de Ios-las encuestados(as) vivía en casa, un 15% en cuarto y un 12% en otro lugar de vi­ vienda no especificado; luego del desplazam iento pasan a ser el 56% los que habitan en cuartos y 26% los que habitan en casa; un 18% habitan en otro lugar de vivienda no especificado. M ientras un 48% vivía en casa propia en su lugar de origen y un 43% era arrendatario; en Bogotá pasan a ser un 76% los que viven en arriendo y sólo un 8% habitan en casa propia. Problemas fam iliares El 73% de los desplazados(as) no reconoce problem as fam ilia­ res causados por su nueva situación. Sin em bargo, de aquellos que sí lo reconocen (27% ), el 35% dicen tener problem as de violencia intrafamiliar, el 25% desintegración fam iliar, 25% habla de problem as familiares causados por su nueva situación económ ica y en índices menores adm iten problem as psicológi­ cos y de agresividad.

EN O T R A S PALABRAS ,


RelhiaeSendo Saberes Ayuda hum anitaria Sólo el 52% de los y las desplazados(as) ha re­ cibido ayuda hum anitaria; de estos el 34% ha recibido ayuda del Estado, el 28% de la Iglesia, un 16% de O rganizaciones No G ubernam enta­ les ONGs; un 10% de fam iliares y el 12% res­ tante dice haber recibido atención de O rganiza­ ciones Comunitaria^, am igos, sindicatos y par­ tidos políticos. El 43.9% recibió alim entos com o ayuda, el 16.6% fue auxiliado en salud, al 15.8% le brin­ daron posibilidades de vivienda y/o alojam ien­ to, un 12.1% tuvo apoyo moral, un 9.3% recibió asistencia legal y un 2.3% tuvo apoyo en educa­ ción. F in a lm e n te cab e re s a lta r q u e del to ta l de desplazados(as) encuestados(as) por la Arquidiócesis de Bogotá-CODHES, sólo el 8% desea vol­ ver a su lugar de origen en las actuales condi­ ciones; un 20% desean ser reubicados en otras regiones y el 72% desea perm anecer en Bogotá.

D esplazam iento forzoso. Total N acional A lgunos datos que perm anecen ocultos al inte­ rior del panoram a del D istrito Capital pueden ser inferidos a través del conocim iento de las circunstancias de los y las desplazados(as) del país en general. Según la Conferencia Episcopal Colom biana, cerca de 600 mil personas (108.301 hogares) han sido víctim as de desplazam iento forzoso entre 1985 y 1994, es decir un prom edio de 6.94 per­ sonas por hora. Estim a el CO DH ES que el total de desplazados(as) en 1996 estuvo entre 820 y

14 Sólo en 1997.

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920 mil personas (165 mil hogares) integrados en su m ayoría por mujeres cabeza de familia y m enores de 18 años, en su gran m ayoría prove­ nientes de zonas rurales del país. Del Total Na­ cional de víctim as de desplazam iento forzoso, el 53% son mujeres; así mismo se estima que el 36% de los hogares desplazados tienen una m u­ je r com o cabeza de familia. Este m ism o año (1996) Bogotá y sus m unici­ pios circunvecinos recibieron el m ayor número de desplazados del total nacional (27.3% ), se­ guido por M edellin y su área m etropolitana con un 19.7%, Santander con un 7.4%, Córdoba con un 6.4% , Valle con 5.2%, A tlántico con 4% y Chocó con el 2.1%. Los principales departam entos de expulsión son A n tio q u ía 4 5% , C e sa r 10%, C ó rd o b a 8% , Santander 7%, Sucre y Caquetá 5%. Los depar­ tam ento desde donde han sido desplazados más hogares con jefatura femenina son: Meta, C e­ sar, A n tio q u ía, C u n d in am arca, M agdalena, C asanare, C aquetá y Santander (los porcentajes varían entre el 40% y el 31%). Para finalizar, se ha encontrado que, mientras el hom bre cabeza de familia se desplaza con su esposa o com pañera y sus hijos e hijas; las m u­ jeres cabeza de familia lo hacen con sus hijos e hijas y otros familiares. Vale la pena anotar que el 34% de las m ujeres jefas de hogar son m eno­ res de 30 años; en el caso de los hombres, el 25.5% de los jefes de hogar desplazados tiene m enos de 30 años. De manera que podem os de­ cir que es la población joven la que se está des­ plazando en el país.

A m anera de C onclusiones El arribo diario de 34 hogares al Distrito C api­ ta l14 , desplazados, víctim as de la violencia, sin contar los arrojados por la tasa de crecimiento E N O T R A S PA L A B R A S ,


D o ssier natural y todas aquellas personas que llegan a vivir al D istrito por muchas otras razones, crea y agudiza los desequilibrios, ya de por sí graves, de la ciudad capital nacional. El no considerar estos factores de crecim iento poblacional como uno de los ejes principales en los planes de de­ sarrollo distritales evidencia la ausencia de una construcción estratégica de futuro para los seres hum anos que habitam os en Bogotá. De esta m anera se evidencia el fundam ento ideológico, no sólo de la actual gestión, sino de las que la han precedido desde hace m uchos años atrás, en el sentido de estar prevaleciendo los intere­ ses del m ercado a los de los seres hum anos15. El Estado, en este caso la adm inistración de la A lcaldía M ayor de Santa Fe de Bogotá, al privi­ legiar ciertas acciones, inversiones o program as por encim a de otras (las sociales por ejem plo) no está planificando en el sentido de anticiparse al futuro en aras de brindar los elem entos indis­ pensables para alcanzar un desarrollo integral y una calidad de vida acordes al tiem po en que vivimos. La pertinencia de una planificación del desarro­ llo que busque de una m anera sostenible satis­ facer las necesidades e intereses estratégicos16 de cada ciudadano y ciudadana es un im perati­ vo ético inaplazable. La posibilidad de conver­ tir los sueños en realidad producto de la acción hum ana consciente com pete al Estado hacerla realidad -más aún si se autodenom ina un Estado Social de Derecho- no pudiendo dejarla en m a­ nos de la libre iniciativa del m ercado o de la inm ediatista iniciativa ciudadana, m ás cuando existen en Colom bia y en Santa Fe de Bogotá, colectivos de personas que por su situación de género, clase, regional, étnica o de edad, viven dramáticas situaciones de inequidades económ i­ cas, sociales, políticas, educativas y culturales. Su vulnerabilidad les im pide superar los obstá­ culos que operan al nivel de las estructuras vita­ les más reproductivas de la sociedad, y así es EN O T R A S PALABRAS .

una injusticia delegar en ellos la form ulación co­ herente de las estrategias a seguir para zanjar brechas, elim inar desequilibrios e inequidades y procurar un desarrollo humano sostenible para la ciudad y el país en general. En la m ayoría de los casos, la planeación del desarrollo que surge de la gestión popular es una recetario de necesidades prácticas cuya satisfac­ ción urgente puede lograrse con relativam ente bajo presupuesto y sin m uchos contratiem pos. Sin em bargo los desequilibrios sociales inheren­ tes a años de carencias, negligencias y ausencia de voluntad para planificar, visibilizando la di­ ferencia y considerando las inequidades, difícil­ m ente podrán ser resueltos con este tipo de propuestas de planeación. A hora bien, si a todo lo anterior le sum am os la grave crisis nacional generada por el conflicto interno en el cual vivim os, el panoram a, lejos de despejarse, se oscurece. N os dicen las estadísticas que, hoy por hoy, son las m ujeres y la población jo v en las personas que más se desplazan en el país y haciéndolo principalm ente hacia Bogotá. Nos preguntam os entonces ¿Por qué el Plan de D esarrollo Econó­ m ico, Social y de O bras Publicas para Santa Fe de Bogotá D.C. 1998-2001 “ Por la Bogotá que Q uerem os” carece de un lenguaje inclusivo de las m ujeres, no considera sus necesidades e in­ tereses y adolece de program as o estrategias es­ p e c ia le s p a ra a te n d e r la s itu a c ió n de los desplazados(as) víctim as de la violencia y en es­ pecial de las m ujeres desplazadas y de los y las jóvenes que ellas traen consigo?; ¿Podem os 11a-

15 En este caso el desarrollo ha sido visto como crecimiento y no como expansión de capacidades. 16 Para una mayor extensión en el campo de la Planeación del Desarrollo con Perspectiva de Género Ver: Molyneux Maxine “ ¿Mo­ vilización sin emancipación ? Los intereses de las mujeres, Estado y revolución en Nicaragua" En: Desarrollo v Sociedad Na 13.


D o ssier m ar a esto desarrollo para la expansión de capa­ cidades, desarrollo con justicia social?.

ciones Foro Nacional por Colombia, junio de 1998, San­ ta Fe de Bogotá.

B IB L IO G R A F ÍA

Giraldo M onsalve, Carlos Alberto “Ira que no cesa, ¿Ira Contra Quién ?” E n: Separata Especial “El desplazamiento Forzado en Colombia”. Fundación Social, Cinep, Revista Alternativa. Santa Fe de Bogotá, 1998.

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C rรณ n icas y entrevistรกis


Crónicas; y e n tr e v ista s sitio bien elegido: la avenida no pertenece a la cuadrícula urbana, más bien com bina sus cur­ vas con la pendiente, circundando casas de gran valor arquitectónico, a pesar de que no faltan los inmensos edificios desafiando el pasado. Hay árboles viejos y grandes, adem ás de un herm oso paisaje. Em pecé a sentir la presencia de Luz y quería conocerla. Toqué a su puerta. Ya me estaban esperando: Beatriz G arcía y ella. El tiem po se me había acabado mientras recorría, paso a paso, los alrededores de su vivienda. El encuentro fué m uy placentero, quizás más de lo que im aginé. Q ueríam os conversar de todo, pero debíam os centram os en sus experiencias de vida. Luz A m orocho, con cara distensionada y am a­ ble, m ujer inteligente y brillante, tiene m uy cla­ ro cóm o y por qué construyó su destino com o m ujer profesional, siem pre sintiéndose dueña de él. Q ueríam os saber cómo y por qué entró a la uni­ versidad y sin ningún rodeo la respuesta fue cla­ ra: “ las decisiones son condicionadas por las circunstancias de la vida” y continúa hablando: “mis padres eran santandereanos, del Socorro, Santander, con una historia fam iliar que se debe tener en cuenta” . Ella quería darle un com ienzo a su relato. “ Después de la G uerra de los Mil Días las per­ tenencias de mis abuelos quedaron arrasadas; mi padre era una persona cuyos valores estaban cen­ trados en la vida, el interés, el desarrollo hum a­ no, la actividad, en sum a su objetivo era buscar aperturas para lograr posibilidades. Así fue com o decidió venirse a Bogotá donde trabajó y “creció” ; adem ás, tuvo la oportunidad de estar en contacto con círculos y personas con valores hum anos e intelectuales, y, cuando económ ica­ mente pudo, mandó por sus hermanas para abrir­

les otras posibilidades; no por sus herm anos, quienes vinieron después. El sabía el significa­ do de la guerra, pero su pensam iento era crítico, lo que le perm itía desarrollar sus intereses y no quedar ajeno -como un observador-, disociado de lo que veía. Era un hombre activo. Por eso pudo, al llegar desprevenidam ente a la ciudad, es decir, sin proyectos preconcebidos, conseguir lo que consiguió, claro está, con la colaboración de mamá, com o fué: dam os educación y decir­ nos de las posibilidades que tem am os por de­ lante” . Luz prosigue: “En mi casa hubo poca plata pero m uchos libros. Hubo mucha apertura de pensa­ m iento; había que estudiar y punto” . Para ella el am biente en el cual creció era muy equilibrado entre hom bres y m ujeres y con el fin de explicam os esta apreciación continúa diciéndonos: “Ambos, papá y m am á aportaban a la casa. Tenían una industria y quien estaba en contacto con los obreros y se hacía cargo de la pequeña industria era mamá. No había escisión entre hom bres y mujeres; por ejemplo, mis her­ manos no mandaban. El intercam bio intelec­ tual se hacía en las discusiones al rededor de la mesa, las cuales eran, perm anentes e interesan­ tes. Allí había total libertad” . Sin embargo, con­ tinúa Luz: “En la universidad tenía que hacer esfuerzo por esconder en lo posible lo que me pudiera distanciar de los com pañeros. No podía m ostrar que tenía ideas propias ni ideas que en ese tiem po, se suponía que las mujeres pudie­ sen expresar. Total, no podía expresar mi pensa­ m iento a pesar de que no he sido una persona callada, ni silenciosa” . Para ubicarnos un poco en el contexto cultural que le tocó vivir, nos cuenta que ingresó a la universidad en el año 1941 y term inó en el año 45; antes que ella, en 1940 había entrado a la facultad un gm po del G imnasio Femenino, pero dos años después las integrantes de este grupo se salieron. No sintió tanta agresividad como la


C ró n icas y e n tre v ista s que hubiera vivido, por ejem plo, en ingeniería, pues algunos de los ingenieros pensaban que eran más machos que los arquitectos ya que ellos te­ nían más desarrollado su lado sensible y artísti­ co, lo que los hacía menos agresivos y adem ás, eran los niños bien. Se decía que los arquitectos eran maricas, para utilizar un térm ino, con el fin de dism inuir una carrera que no tenía todo el contenido m atem á­ tico, ni los estudiantes tenían todo ese m achis­ mo que m arcaba a los ingenieros. Estos tam bién decían que las mujeres que estudiaban ingenie­ ría eran feas, pues era una m anera de segregar­ ías, de limitarlas. También es cierto, com enta Luz, que en las facultades de artes, se le da la posibilidad de m ayor libertad a la persona que tenga opciones sexuales diferentes. Tuvo suerte Luz de haber estudiado cuando la revolución en m archa del presidente A lfonso López Pumarejo permitió a las m ujeres prepa­ rarse en el bachillerato para poder ingresar a la universidad. Epoca en la cual López ya había proporcionado a la U niversidad N acional una nueva integración física en la Ciudad U niversi­ taria. Esto formaba parte de la atm ósfera que se respiraba en el país en aquel entonces. Pasando a la vida profesional Luz nos dice que le fue fácil. En 1945 el gobierno del doctor San­ tos, cuyo M inistro de Educación fue Germ án Arciniegas, fundó el colegio M ayor de C ultura Fem enina de C undinam arca siendo directora Ana Restrepo del Corral y Luz A m orocho, pri­ mera arquitecta del país, fue nom brada directo­ ra de la carrera de “ Delineante de A rquitectura” que abrió sus aulas en dicho plantel com o una carrera interm edia para m ujeres, adem ás de otras. Después del 9 de abril que coincidió con la que­ mada de la isla de Tumaco, en el M inisterio de Obras Públicas, Sección de Edificios N aciona­ les, se creó un proyecto para la reconstrucción 1EN O T R A S P A L A B R A S . . .

de dicha isla. En él trabajó Luz hasta el año 1950. En esta oficina tam bién se diseñaban escuelas, colegios, edificios de correos, entre otros. Del M inisterio de O bras Públicas pasó a la fir­ m a C uéllar Serrano Gómez, donde trabajó 10 años; en este periodo participó, entre otras obras, en el d is e ñ o y c o n s tr u c c ió n del H o te l Tequendama. D esp u és, seg ú n sus p a la b ra s, le lleg ó una “rebelación” , no caida del cielo, sino que se re­ beló contra todo; “quem ó los barcos” y se fué para París. Tomó esta decisión porque quería

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C ró m ic a s y e n itr e v is ita s asum ir su libertad, hacer lo que quisiera sin te­ ner quien la m irara ni quien la juzgara. Esta li­ bertad no fue total porque no iba con beca sino que tenía que depender de su trabajo, lo que era ya un limitante. Quería hacer lo que le placiera: ir a cine, al teatro, a conciertos, tom ar contacto con la cultura y a pesar de que el tiem po libre no era suficiente pudo conocer m uchos colom bia­ nos quienes sabiendo que ella estaba allá la bus­ caban. Luz quiso huir del am biente conservador y del dedo acosador de nuestra sociedad de ese en­ tonces. Se sentía am arrada; por ejem plo, tenía que poner cara de lo que se esperaba de una per­ sona que trabajaba en C uéllar Serrano G óm ez y eso la saturó. Ella frecuentaba aquí grupos don­ de estaban Obregón, G rau y personas de ese es­ tilo pero sólo el hecho de vivir en casa con la m am á era bastante limitante. Q uería am pliar su mundo, respirar otros aires. En París trabajó con la arquitecta Nicole Sonolet y en otras oficinas donde tuvo oportunidad de trabajar en varios tipos de proyectos. Com o nota al margen, fue tanto su desprendim ento para irse que sólo se llevó un O bregón y dos retratos de ella y su m am á hechos por Roda. La sensación de verdadera libertad la sintió cuan­ do regresó de París y com o dice Luz: “para m e­ dir la libertad es necesario que se la coarten un poco” , porque a ella le gustaba hacer lo que le parecía y así fue como pudo cortar con sus m un­ dos anteriores y distanciarse de antiguas am is­ tades, lo que hizo de m anera no violenta por ser gente querida por ella.

G arcía a quien ella había conocido mucho tiem­ po atrás, pero fue Jacques la persona que los acercó de nuevo. Así fue com o entró al Grupo de Teatro La Candelaria para trabajar en la pri­ m era época de la obra M arat-Sade. Después par­ ticipó en otras dos obras, pero esto, realmente no era lo suyo, lo que le impedía responder to­ talmente. Disfrutaba del montaje, los ensayos, la m anera de posesionarse de un papel pero no de la presentación ante el público, lo que le exi­ gía m ucho tiem po; por lo tanto, consideró que debería dedicarse a lo suyo: el trabajo en la uni­ versidad donde estuvo 16 años. Com entando acerca de sus prim eras am istades, la época de los pintores opina Luz, que ellos a pesar de ser personas progresistas, no dejaban de estar inmersos en los esquemas impuestos por la cultura de ese momento. A modo de ejemplo, a los com unistas de la Universidad ella los lla­ m aba “m achistas leninistas” . Vi re fle ja d o en la c o n v e rsa c ió n con Luz A m orocho, el trasfondo de una persona rebel­ de, am ante de la libertad, crítica de la sociedad conservadora y m achista, deseosa de estar cerca de todas las m anifestaciones del arte y la cultu­ ra. Dueña de su destino y m uy responsable con su trabajo. No quiso dejam os llegar a su vida afectiva y em ocional dando razones muy con­ vincentes.

Al mes de regresar a C olom bia, entró a trabajar en la O ficina de Planeación de la U niversidad Nacional como jefe de la División de Planeación Física. Con am igos hechos en París, en especial por interm edio de uno de ellos a quien quiere mucho, Jacques, pudo acercarse a la Casa de la Cultura, fundación llevada a cabo por Santiago E N O T R A S PA L A B R A S .


oti.ci.as en otras palabras


N o tic ia s en otras palabras

Tercera entrega del premio Gabriela Mistral Santa Fe de Bogotá, abril de 1998. La escritora mexicana Aliñe Pettersson F e rre l g an ó el T ercer P rem io GABRIELA MISTRAL patrocinado por Ediciones Indigo-Coté-Femmes de París, el Grupo M ujer y Sociedad y el Programa de Estudios de Género, Mujer y Desarrollo de la Universidad Nacional de Colombia, el cual fue en­ tregado el 27 de abril de 1998, en la Feria del Libro de Bogotá. El “Prem io Internacional G abriela Mistral” es el reconocimiento a la ca­ rrera literaria de una mujer cuya obra haya sido escrita en lengua española. El p rim e r P rem io fue e n tre g a d o postumamente a la escritora colombia­ na Marvel Moreno ; el segundo, a la chilena Lucía Guerra. Coté-FemmesEdiciones Indigo y su directora Mila­ gros Palma fundaron a su vez el Pre­ mio Internacional “Sor Juana Inés de la Cruz” que se entrega anualmente en la Feria del Libro de Guadalajara ha­ biendo sido merecedora de él este año, la colombiana Laura Restrepo. La candidatura de Aliñe Pettersson fue presentada por el Taller de Creación y C rítica L iteraria “ D iana M orán”Coyoacán, por Luz Elena Gutiérrez de Velasco, Coordinadora del Programa Interdisciplinario de Estudios de la Mujer de El Colegio de México. Aliñe Pettersson es licenciada en Le­ tras Hispánicas de la UNAM. Traduc­

1EN O T R A S P A L A B R A S . . .

tora al inglés. Imparte talleres de crea­ ción narrativa y literatura en la Escue­ la de Escritores SOGEM. Ha hecho trabajos editoriales para el Colegio de México y el Instituto de Investigacio­ nes Históricas de la UNAM. Estuvo a cargo de varias colecciones educati­ vas en la Secretaría de Educación Pú­ blica. Ha sido becaria del Centro Mexi­ cano de Escritores, del Internacional W riters Program de Iowa (Estados Unidos), del Programa de Residencias A rtísticas M éxico-Estados U nidos FONCA y del Sistema Nacional de Creadores. Ha participado en nume­ rosas mesas redondas y conferencias. Igualmente ha sido invitada como ju ­ rado de varios premios mexicanos e internacionales. Se han escrito tres te­ sis doctorales sobre su obra.

A U T O B IO G R A F ÍA De cuerpo entero (1990) Mi familia v sus sagas (1997) CUENTO INFANTIL El papelote v el nopal (1985) Clara v el cangrejo (1990) Piratas en Veracruz (1989) La mariposa viajera (1993) Renato v su gato (1996) Fer v la princesa (1997) La princesa era traviesa (en prensa) ENSAYO “Charla a tres voces” (1997) “Las historias de mis personajes no son noticia de ocho colum nas” (1990) “El escribir es quien devuelve el idio­ ma y lo vuelve perdurable” (1995)

NOVELAS : Círculos (1977) Casi en silencio (1980) Proyectos de muerte (1983) Los colores ocultos (1986) El hombre equivocado (1988) Sombra ella misma (1989) Piedra que rueda (1990) Querida familia (1991) Mistificaciones. Eulalia (¿¿¿ ? ? ?) La noche de las hormigas (1997) CU EN TO S: Batallas (1996) POESÍA Tres poemas (1985) Cautiva estoy dentro de mí (1988) Agonía v muerte (1997)

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N o tic ia s en otras palabras

Presentación de la obra de A lin e Pettersson a proposito de la entrega de la tercera versión del Prem io Gabriela Mistral

A Aliñe Pettersson Ferrel (México,

1938) le obsesiona el tema de la muerte que “va pegada detrás del hombre, más pegada a él que su sombra” (LNDLH). En la m ayoría de sus obras, la muerte es el término de un proceso doloroso generado por la soledad, el tedio y el cada vez más hondo desencanto de v iv ir c o tid ia n id a d e s sin se n tid o , asfixiantes, en una sociedad que coar­ ta los sueños de todos y en particular de las mujeres. Por eso, Adelina, la protagonista de Sombra Ella Misma dice “se me ocurre que vivir es irse recortando las alas, irse llenando de plomo, hasta quedarse inmóvil” (SEM 78). C asi to d o s lo s p e rs o n a je s de Pettersson -marginales y en situacio­ nes extremas- son silenciosos. Reha­ cen los hilos de sus existencias y bus­ can el alcance de su abandono por medio de monólogos interiores en los cuales “la vida, que no se recupera, se hilvana, es una cobija hecha retazos del pasado y el presente” . Hay monó­ logos interiores en su primera novela Círculos (1977) que recrea otro de sus tópicos recurrentes : el matrimonio y su aburrimiento y el adulterio; en Casi en Silencio (1980) que presenta la re­ lación entre un estudiante, una estu­ diante y el profesor de ambos que leen Orlando de Virginia W oolf1; en Som­ bra ella misma (1991), en La noche de las hormigas (1997). Los monólogos interiores funcionan, en la mayoría de los casos, como con­ trapunto de otra voz. Ello conforma una estructura dual que sirve también para mostrar la escisión de varios de los personajes de esta autora mexica­ na esquizofrénicos, paranoicos. A par­ tir de esas duplicaciones múltiples, Pettersson fabrica textos que se aco­

113,8

gen a la forma de un tejido (el tejido es una práctica femenina tradicional, los textos en forma de tejido son ca­ racterísticos de la escritura femenina y la alusión repetida a Penélope, la que espera al amado tejiendo, explican esta escogencia). Pettersson, según Gerardo de la To­ rre, uno de sus reseñadores, busca el adjetivo, la metáfora no tan manida. Pone diques al torrente, límites a lo excesivo “y está convencida de que la vida no está hecha con actos rotun­ dos, sino con el m anar constante de cada día, con sus ansias ahogadas y su rutina”. Sólo una de sus obras. Cauti­ va estoy de m i. expresa abiertamente el erotismo femenino, la desnudez to­ tal. Otras de sus obras reconstruyen la decadencia y la aceptación de la norma que sin duda, al hacerse texto se convierten en denuncia y rebeldía : A l nacer me metieron en la rigidez de un molde, a llí crecí sin poder dar otros pasos, no tengo fuerzas para d e struir la cárcel, para patearla con toda el alma y s a lir huyendo hasta encontrar esa sem illa mía que m urió a l nacer o que quizá no murió, pero que vive pre­ cariamente, escondiéndose del so l ( S E M 83), dice Adelina.

Sombra ella m isma (1986) consta de dos partes. La prim era revela el ritual de la vida cotidiana de Adelina Prieto, tal como sucede en 10o 12 horas. En la segunda, el texto cede la voz a la protagonista que presenta su mundo interno para decirnos que su vida ha sido una cadena de despojos; cómo los proyectos que tuvo en su infancia y adolescencia se fueron perdiendo por la m onotonía y la soledad. Por qué la presencia constante de la muerte y la violencia de su padre, que decantó su

Angela Robledo Integrante del Grupo Mujer y Sociedad de la Universidad hational de Colombia

v id a s e n tim e n ta l, la lle v a ro n a internalizar las exigencias morales de la sociedad; ellas la hicieron un ser in­ defenso y frío que tejía junto a la mecedora de su padre y guardó la his­ toria de la familia y de sus ilusiones rotas en el arcón : [Adelina] Se acerca al arcón y levan­ ta la tapa. La fam ilia Pardo converti­ da en algunos objetos. La cadena de oro y el anillo de bodas de Luc ila; los redondos anteojos de Esteban; su ju e ­ go de plumas; el encaje de la abuela; el amarillento ropón de L u isito (el hermano que tan pronto sefue); man­ teles de lino de tamaños diversos; el juego de sábanas bordadas p o r las manos de varias mujeres de la fa m i­ lia ; diminutas mantas de bebés que jam ás se usaron; una pequeña colcha azul tejida; atadas por una cinta de seda; una colección de tarjetas pos­ tales que hablan de urgencias de amor; palomas que se besan, rosas encendidas, parejas felices, cupidos angelicales, ninguna de las tarjetas firm ada (S E M 67).

El arcón -símbolo superconocido de lo femenino- alberga también su secre­ to ; Felipe con sus botas de ingeniero y el goce fugaz de su pasión en un tren. Desde entonces, Adelina quedó “com­ pletamente escindida con sus palabras de adentro, con sus palabras de afue­ ra, sin poder unificarlas”. En Querida familia (1991) la autora crea dos voces narrativas que alternan

E N O T R A S PA L A B R A S .


'N o ticias eim otras palabras

a lo largo del texto. La de la tía Sara es externa y está dirigida constante­ mente a otro personaje, la sirvienta Soledad que en realidad es el lector, la voz de Julia, sobrina de Sara, es un monologo interior. Sara se expresa en lenguaje coloquial, llano, abundante en proverbios, acusador y moralista; la de Julia, que busca evadirse de un lugar de infelicidad para ir al mar y se en­ cuentra con la esquizofrenia, es una voz de muchacha indócil y opta por lo poético. El señor Lust llega a casa como inqui­ lino a causa de los descalabros econó­ micos y acaba de desequilibrarla. Des­ pierta la lujuria de Julia y hace que Sara recapitule su vida. Es preciso señalar que los personajes de Querida familia no van más allá del drama menor. La autora sabe cuáles son los límites de sus personajes y no sale de ese marco. La noche de las horm igas (1997) muestra la violencia callejera de Méxi­ co contemporáneo. Pettersson cons­ truye tres dimensiones que confluyen en los momentos agónicos de A lfon­ so Vigil; un médico que ha sido asal­ tado en un parque del Distrito federal; los de su pasado personal; el pasado mítico griego prefigurado a partir de la capacidad imaginativa, creativa de Elisa, su amante actual -tejedora como Penélope- y el de la medicina. Las tres instancias están entramadas por m e­ dio de la a so c ia c ió n lib re en el monologo interior del protagonista y el discurso épico que va dándole for­ ma al tapiz que confecciona Elisa. Allí se barajan la teoría psicoanalítica Freud y Lacan- los principios regidores de la neurofisiología y los conceptos filosóficos que sustentan a esta cien­

cia. Una voz interior asume la tarea de contar los pensamientos, reflexio­ nes, ocurrencias, recuerdos que acu­ den a la m ente de un ser que agoniza solitario e impotente, víctima del des­ concierto y la hemorragia que no cede y deja escapar la sangre que se espar­ ce por el suelo.

hay mujeres que no son desdichadas al carecer de hombre. A partir de éste se elaboran diálogos entre hombres y mujeres ajenos a los lenguajes y mar­ cas culturales que el patriarcado asig­ nó a cada sexo. Tal propuesta es de­ cididamente actual. BIBLIOGRAFÍA

Esta historia se entrecruza con la tra­ gedia de Ifigenia, la joven que cree ir al encuentro de su amado y es el tema del tapiz de Elisa, una m ujer icono­ clasta y segura de sí misma que ha descodificado al protagonista quien, pese a ello, ha aprendido a amarla. Así, Aquiles y Alfonso, Elisa e Ifigenia as­ piran al amor pero se encuentran con el sacrificio y la muerte. Pettersson además usa esta historia épica para contrastarla con el amor difícil y real de todos los días de una pareja con­ temporánea. Su desacralización del amor romántico es sugerente. Valioso también su cuestionamiento de la racionalidad de Alfonso y su pre­ sentación de cómo este hombre cere­ bral, sólo preocupado por su trabajo de éxito, en el momento de la muerte, se acerca al mundo sensible, de sus emociones, de lo artístico, lo diario y pequeño, de Elisa, sus hijos y su exmujer. Esta obra de Pettersson marca un nue­ vo momento en su narrativa. Su escri­ tura -antes cercana a M aría Luisa Bombal en Ultima niebla y La amor­ tajada a Albalucía Angel e n Misiá se­ ñora , a Rocío Vélez en La cisterna, a Helena Iriarte en ¿Recuerdas Juana ? -que pusieron énfasis en develar las insatisfacciones de las vidas femeninas prisioneras del hogar, la conyugalidad y el deber ser social- se aventura a ne­ gociar con un imaginario nuevo. En él

Caen, José. Res. de La noche de las horm igas. Jornada. 8 de enero de 1998. Castro, José Alberto. Res. de La no­ che de las horm igas. Proceso 1081. 20 de julio de 1997. de la Torre, Gerardo. “Testigo de cargo. Dos de cuerpo entero” . E] Búho. 6 de mayo de 1990. Munguía Espitia, Jorge. “Un día dife­ rente” [Res. de Sombra ella m isma! Proceso. 23 de febrero de 1987. Patán, Federico. “Aliñe Petterson : Querida familia”. Unomásuno. 21 de noviembre de 1991. Torres, Vicente Francisco. “Los colo­ res ocultos, de Aliñe Petterson” . Sá­ bado. Suplemento de unom ásuno. 11 de febrero de 1989. Valdés M edellin, Gonzalo. “Aliñe Pettersson : Querida familia” . Sába­ do. Suplem ento de unom ásuno. 13 de julio de 1991. Zendejas, Francisco. “Novela de ac­ ción de Aliñe Petterson”. Excelsior. 27 de diciembre de 1980. I Vale la pena decir que esta autora p a re c e se r u n a de las g u ía s de Pettersson.


N oticiáis e n otras palabras

Noticias de Colombia A propósito de la condena m ás larga de la historia judicial de Colom bia Alba Lucia Rodríguez Cardona, cam ­ pesina, 19 años, violada en Itagui cuando cuidaba los hijos de uno de sus once hermanos, regresa a la vereda en la que viven sus padres, en el Munici­ pio de Abejorral (Antioquia) a espe­ rar el nacim iento de su hijo. En la m adrugada del 4 de abril de 1996, Alba Lucia, confundiendo los dolores del parto con m alestares de estóm ago (la sensación de pujo, lo sabemos las mujeres, se confunde con lo qu e se lla m a c o m ú n m e n te “retorcijón”) se dirige al baño de su humilde casa campesina, afuera de la misma, para - como ella lo dice ante la Fiscalía - “hacer del cuerpo”; en vista de la imposibilidad física de lograrlo, trata de retom ar a su casa pero en el camino vuelven más fuertes los dolo­ res por lo que se dirige nuevamente al b a ñ o en el c u a l se p ro d u c e el traum ático nacimiento de la criatura, la cual por venir con doble circular de cordón en el cuello y la cabeza más grande que la pelvis había ameritado la intervención de un especialista al que, también se le hubiera presentado problem as en la atención del parto. Sucede entonces que luego de un tiem­ po de halar la criatura, esta sale, cae

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en el inodoro de donde la saca tan rá­ pidam ente que no alcanza a entrar agua en su cuerpo y, dice Alba Lucia, “que ve que la criatura “suspiro”, que luego no se movió y que la vio muer­ ta ” . A lba L ucia presentó placenta acnata, es decir adherida al útero, ra­ zón por la que sangró profusamente hasta que, pálida, fue conducida por su madre y una hermana al hospital de Abejorral donde fue atendida por el m edico Jairo Gómez quien la acusó en la necropsia, como perito - cosa ex­ presam ente prohibida por la ley - de ser la responsable con intención de la muerte de su hija, a la que él, sin ra­ zón alguna tampoco, bautizó con el m ism o n o m b re de A lb a L u c ía Rodríguez. Desde ese 4 de abril, Alba Lucía ha vivido, salvo el periodo correspon­ diente a la lactancia que, gracias al personero municipal, se le reconoció el fiscal, algo peor que el infierno: fue sacada del hospital directo a la cárcel del pueblo, caminando, escoltada por las calles, cárcel donde ha permaneci­ do desde el día en que, voluntariamen­ te, se presentó ante el fiscal porque se le

había vencido la “incapacidad”. Después de haber sido condenada por el Juez de Abejorral, siendo confirma­ da la condena por el Tribunal de A ntioquia, hoy y desde febrero de 1998, esp era A lba L ucia que la Procuraduría General se pronuncie para que la Corte Suprema entre a es­ tudiar su proceso y resuelva si confir­ ma o no la condena impuesta de 42 años...La condena más larga de la his­ toria judicial de Colombia. Y continua la espera... M a ría Ximena Castilla Abogada defensora de Alba Lucia


'N o ticias en otras palabras

Carta a la Corte Constitucional A propósito de los docentes hom osexuales

Q u ie n e s integramos el Programa de

Estudios de Género, M ujer y Desa­ rrollo de la Facultad de Ciencias H u­ manas y el Grupo M ujer y Sociedad de la Universidad Nacional de Colom­ bia presentamos al Doctor Vladimiro Naranjo, Presidente de la Corte Cons­ titucional Colom biana las siguientes consideraciones a propósito del deba­ te sobre la sanción social y legal a los profesores homosexuales y a las pro­ fesoras lesbianas: 1. Los desarrollos actuales del cono­ cimiento en el campo de las Ciencias Humanas, Sociales y Naturales per­ miten identificar la homosexualidad y el lesbianismo como realidades huma­ nas y sociales que deben ser asum i­ das, reconocidas y respetadas como tales. Por ello avalamos la puesta en escena de esta realidad mediante el de­ bate público que ustedes propiciaron. Al abrir un espacio institucional que permite enfrentar la intolerancia y los abusos derivados de concepciones que estigmatizan como problema y como enfermedad las conductas diferentes a la norm a heterosexual, ustedes es­ tán contribuyendo significativamente al logro de la equidad, condición esen­ cial en la construcción de la democra­ cia. 2. La aplicación de sanciones a quie­ nes se consideran desviados del m o­ delo homogeneizante de ser mujeres y ser hombres desconoce la diversi­ dad, la diferencia y la complejidad de los procesos de construcción de los

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sujetos y de configuración de sus iden­ tidades. Tampoco tiene en cuenta que cada persona es un ser único e irrepe­ tible y que sus particulares maneras de ser, hacer y estar en el mundo de­ ben ser respetadas y valoradas como condición básica para su inserción en el ámbito comunitario. En tal senti­ do, sancionar conductas hom osexua­ les o lesbianas por ellas mismas, ca­ rece de fu n d am en to y rep ro d u ce ancestrales prácticas de exclusión y discriminación. La norma que consi­ dera la homosexualidad y el lesbianis­ mo como im pedimento para el des­ empeño de las labores docentes aten­ ta contra un principio ético fundamen­ tal cual es el reconocim iento de todo otro como interlocutor válido. 3. A su vez, el ejercicio de la función docente com porta altos contenidos éticos por parte de quienes se dedi­ can a esta labor, sean cuales sean sus condiciones de clase, etnia/raza, cre­ do, sexo/género u opción sexual, ideológica o política y las de quienes integran las comunidades educativas: alum nos y alumnas, colegas, directi­ vas y padres y madres de familia. 4. El debate jurídico sobre la hom o­ sexualidad y el lesbianismo debe fun­ darse en los estudios que sustentan el re c o n o c im ie n to de los d e re c h o s sexuales y reproductivos. Allí tiene efectos de amplio beneficio social toda acción que subraye la conquista de la libertad sexual, condición para el ejer­ cicio de la autonomía, y que controle

y sancione las conductas que atentan contra esa misma libertad, dentro de las cuales se ubican el acoso sexual, el abuso sexual, la violación sexual y la discriminación sexual, en sus diver­ sas expresiones. 5. En el caso objeto de este debate, se trataría de aplicar las sanciones de ley a hombres y m ujeres -maestros y maestras- que, independientemente de su condición hom osexual, lesbiana o heterosexual, incurran en conductas que lo s y las tip if iq u e n com o acosadores/as, abusadores/as, viola­ dores/as o discriminadores/as. Por todo lo anterior, consideram os que existen razones socioculturales, constitucionales y académ icas que fundamentan la eliminación del literal B del artículo 46 del decreto 2277 de 1979 relativo al ejercicio de la profe­ sión docente. La Universidad N acio­ nal cuenta con un equipo de profeso­ ras y profesores especializados en el estudio de las relaciones de género, quienes están en condiciones de ofre­ cer sus aportes a discusiones como ésta que ustedes han abierto a la co­ munidad. Santafé de Bogotá, Septiembre 9 de 1998


N o tic ia s eini otras palabras

Desde la cárcel: Mujeres por la Paz.

Como en el poem a de Zalamea, “cre­ ce, crece la audiencia”. El M ovimien­ to Nacional por el Derecho a la Igual­ dad ante la Ley y por la Paz, confor­ mado por reclusos y reclusas en las cárceles de Colombia, que sienten su comprom iso con la justicia y la paz, se han hecho parte activa de la Asam ­ blea perm anente de la Sociedad Civil por la Paz. Este movimiento, liderado en lo que compete a las mujeres por las internas del Buen Pastor, se afianza en el tra­ bajo adelantado desde los Com ités Carcelarios de Derechos Humanos y reclama el apoyo de los demás m iem­ bros de la sociedad civil en libertad, para adelantar un proceso de transfor­ mación tanto de la justicia como de las condiciones de vida en la reclusión. Desde ese espacio de trabajo y re­ flexión surge la voz de las mujeres que reclaman por la igualdad ante la ley y d e n u n c ia n la s c o n d ic io n e s infrahumanas y discriminatorias que enfrentan en los penales. En sus análisis plantean la profunda desigualdad que se presenta entre va­ rones y mujeres en el seno de una so­ ciedad patriarcal y enfatizan que esa inequidad se m anifiesta mayormente en las cárceles de Colombia. Reclaman mejores condiciones para toda la po­ blación privada de la libertad y condi­ ciones de favorabilidad para las muje­ res, teniendo en cuenta su condición de tales, en una sociedad que les nie­

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ga oportunidades en su condición de madres y, en muchos casos, de jefas de hogar.

biliten la expresión de su pensamiento y se conviertan en elementos de apo­ yo para el aprendizaje y el trabajo.

Denuncian las arbitrariedades de la justicia regional, el desdibujamiento de la propuesta de alternatividad penal, que en lugar de dism inuir el hacina­ miento ha incrementado la población nacional de internos en cerca de 8.000, ap ro x im án d o se en total a 50.000 reclusos/as. Reclaman por la crueldad innecesaria que se ejerce en su contra, como la falta de atención médica, de manera especial la ginecológica; el encieiro bajo llave a partir de las 6 p.m. de dos reclusas o de una de ellas con su hijo/a, durante 12 horas en celdas de 1.50 por 2.50 metros.

El nivel de reflexión que muestran es­ tas mujeres, sus esfuerzos organizati­ vos y la validez de sus búsquedas, reclaman mas que silencios y discul­ pas. Ellas mismas señalan que muchas de las situaciones más indignas o agre­ sivas podrían mejorar o desaparecer simplemente con medidas de tipo ad­ ministrativo. Desde el afuera, tu y yo, nosotras y ustedes, podemos contri­ buir a ampliar el espacio de la demo­ cracia y los espacios de libertad no conculcada para estas mujeres y para la demás población carcelaria; espa­ cios de libertad de expresión, de pen­ samiento; espacios que hagan posible recrear en el encierro los sueños de poder optar en un tiempo no lejano por andar cualquier camino o recorrer hasta el infinito el espacio.

Las mujeres del Buen Pastor, expre­ san su compromiso con la paz y su esperanza de que ella se afiance en la justicia social, centrándose en rever­ tir las condiciones negativas que des­ de tiempos inmemoriales han jugado en su contra. “Sobre las cárceles de mujeres, pesan los rezagos dejados pol­ la adm inistración religiosa, que con­ virtieron en norma la negación y la represión de la sexualidad; es muy re­ ciente la aceptación de la visita con­ yugal para las internas y aún se pre­ sentan odiosas discrim inaciones en este campo, al igual que controles que no tienen ningún sentido” Reclaman mayores y mejores posibili­ dades de trabajo, oportunidades de capacitación e instrumentos que posi­

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N o tic ia s ein otras palabras

A propósito del reinado de la belleza

Carta Publicada en el diario El Tiempo, 11 de Noviembre de 1998 No lo puedo creer. Otra vez toca ha­ blar del reinado. Es probable que ya sepan lo que voy a decir pero, vistos los hechos, todo deja pensar que es necesario repetirlo y lo repetiremos hasta el cansancio. No, no podemos creer que otra vez debamos aguantar páginas enteras de la prensa consagradas al tamaño del busto de las reinas, a la dosis de silicona que les tocó inyectarse en sus traseros, al porte de esta, el cabello de la otra, la soltura de la tercera y los dotes de poetisa de la quinta... Nos ne­ gamos a pensar que otra vez, y en medio de tantas tragedias, tanta gue­ rra, tanto dolor, tantos sueños trunca­ dos, nos van a servir este mismo plato recalentado de reinitas, de cocteles y pacotillas, de conversaciones “light”, “super-light”, de dimensiones 90-60­ 90 y de estatura más alta que las tasas de interés de este país; de mujeres que hacen esfuerzo por parecer mujeres pero que no pueden serlo. Pues estas reinas no son mujeres, son imágenes construidas por las cámaras fotográ­ ficas, son mujeres formateadas por la publicidad y las marcas que ellas re­ p re se n ta n , e ste re o tip a d a s p o r la mundialización todavía casi intacta de la mirada masculina sobre las mujeres, fragmentadas en cabellos, tersedad de la piel, bocas, ojos, narices, porte, es­ tatura, busto, muslos, piernas, celulitis, traseros, (“derriere”o “pom pis”

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nos vendrá a repetir Amparito); frag­ mentos de mujeres o pedazos de m u­ je re s p ara un catálo g o de ventas agropecuarias, pero créanme, mujeres, nunca. Porque las mujeres en Colom ­ bia no quieren generar el escenario mental de una carnicería, donde la en­ tidad globalizadora (vaca, ternera...) solo se percibe adjetivando partes (chuletas, piernas, lomo...). Porque las m ujeres en Colombia son capaces de afrontar retos mucho más grandes que el conjunto de preguntas estúpidas y repetitivas de un jurado que añora los escenarios del gran jet-set internacio­ nal. Porque las mujeres colombianas quieren seguir haciendo historia de otra manera, como han demostrado y dem uestran cada día saber hacerlo. Sí, ya sé que me van a decir...Es en este contexto de guerra y dolor cuan­ do justam ente toca ofrecer un poco de evasión, un poco de esperanza, un poco de fiesta y esparcimiento a los y las colombianas. De acuerdo. Si, es­ toy de acuerdo con este argumento pero no puedo aceptar cualquier eva­ sión, a cualquier precio ni a cualquier costo y mucho menos a costa de las mujeres. No. Para las mujeres que tra­ bajamos sin descanso para cambiar las representaciones culturales de las mu­ jeres, para fisurar los imaginarios tra­ dicionales en relación a lo femenino, en pos de modernidad, de seculariza­ ción y de transformación del tejido cultural, entre otras cosas, esto se vuelve una pesadilla anual (¿anal?); pesadilla que genera chistes flojos y

sexistas, miradas obscenas -muy cer­ canas a la mirada de un material por­ nográfico- mirada voyeurista, vulgar, pasiva, totalmente deshumanizada y, paradójicamente, desfeminizada. Una mirada afuera de la compleja dinámi­ ca de los juegos del deseo y de la pa­ labra. Una mirada que no confronta, que no conquista y que no pregunta. Un último argumento que nadie po­ drá controvertir y que es demostrable en lo empírico: la importancia de un reinado para la opinión pública de un país es inversamente proporcional a su desarrollo ético, político, económico y cultural. Y Colombia parece demos­ trar lo suyo.

Florence Thomas Coordinadora del grupo “M ujer y So­ ciedad”



N o itii<cLais en otras palabras

rnacionales A p r o p ó s it o d e l « e scán d a lo » C lin t o n - L e w in s k y

¿ M as allá de una «relación impropia» o perversa ?

« ¡M u je r! ¡E re s la puerta del diablo! Ha s persuadido a aquel a quien el diablo no se atrevía a tocar de frente. P o r tu culpa, el hijo de D io s ha tenido que morir. Deberías i r siempre vestida de duelo y andrajos»

Tertuliano

Juegos «escabrosos» y «perversos» En realidad el contenido profundamen­ te misógino y repulsivo hacia las m u­ jeres y la sexualidad, expresado por Tertuliano, uno de los tantos Padres de la Iglesia en la Edad Media, no se diferencia de las opiniones y «análisis» expresados por algunos de nuestros periodistas y políticos más conocidos, a propósito del escándalo sexual, del final del siglo XX, el caso Clinton Lewinsky. (Ver los titulares del recua­ dro) Más allá de cualquier reflexión o aná­ lisis serio y sustentado del suceso y sus implicaciones, lo que prevaleció en la mayoría de los columnistas m ascu­ linos de El Tiempo, fue una sarta de insultos y comentarios fuera de tono,

O T R A S PALABRAS . .

fiel reflejo de la discriminación y vio­ lencia contra las mujeres, así como de los prejuicios moralistas existentes en tom o a la sexualidad. Los retozos sexuales de Bill y Mónica, fueron convertidos por los medios de comunicación en «cuestiones escabro­ sas de alcoba», «en conductas degra­ dadas», «en pecaminoso maniculiteteo» y «detalles sexuales dignos de una novela pornográfica». Los involucra­ dos fueron acusados de «perversos», «pecadores», «voraces», «ávidos» y «adictos al sexo». No tuve el privile­ gio perverso y gozoso de leer por internet el famoso informe del inqui­ sidor Starr, pero eso sí leí una y otra vez el resumen que hizo la revista Se­ mana y la verdad no encontré ninguna perversión. Por el contrario, aparte del

sexo oral y algunos juegos sexuales, que en otro contexto hacen parte de la intimidad y el erotismo de cualquier p a re ja , e n c o n tré q u e C lin to n y Lew insky no solo se dedicaron al «sexo escabroso». De sus 37 encuen­ tros, 27 se reunieron solamente para hablar y además pasaron muchas ho­ ras conversando a media noche por te­ léfono, sin desconocer los numerosos regalos que intercambiaron. Tanto es así que para los observadores políti­ cos lo que el Presidente tenía con Lewinsky era algo más que una «ob­ sesión sexual». No me interesa hacer énfasis en los de­ talles románticos, si los hubo, de la relación; quiero señalar la forma tan parcializada, escindida y satanizada como se manejaron los «escabrosos» detalles sexuales. A pesar de que hoy en día el sexo oral es considerado por los sexólogos y estudiosos de la sexua­ lidad, como una práctica normal, de­ seable y placentera, en nuestras m o­ dernas sociedades occidentales (E.U y Colombia) de fin de siglo, parece que el sexo oral continua siendo una prác-

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N o tic ia s en otras palabras tica aberrante y pecaminosa, de la cual es m ejor no hablar, y menos aún a los niños y a los jóvenes, como si el silen­ cio y el engaño garantizaran la inocen­ cia y la ignorancia. No faltaron periodistas preocupados por la curiosidad infantil ante el sexo oral, ni eminentes psicólogas aconse­ jando evadir la verdad. Será que los niños y las niñas se traumatizan, o se inician muy tempranamente sí se les habla del sexo con naturalidad y trans­ parencia ? Por qué los adultos se «son­ rojan» y se «atoran» ante las pregun­ tas infantiles ? Me pregunto por qué no se le puede explicar a un infante que el sexo oral es una de las tantas formas de amar, reconocer y aceptar el cuerpo del otro y; que hace parte de la confianza, el amor y el respeto que se puede prodi­ gar una pareja; que es una forma muy íntima y am orosa de sentir y propor­ cionar placer; que se puede besar y acariciar cualquier parte de nuestro cuerpo, porque ninguna parte es su­ cia, pecaminosa, ni nos debe causar sentimientos de vergüenza. Y claro, tam bién se debe explicar que muchas veces con el sexo oral las personas sólo buscan sentir placer, sin que necesa­ riamente exista una relación mediada por la confianza y el afecto.

país el sexo oral «queda descrito como «sodomía» en los libros de derecho y es ilegal en veinticuatro Estados» (G id d e n s,1995:21). Sin em bargo, como siempre, las prácticas sociales y por tanto la realidad rebasan las nor­ mas, las leyes y los valores religiosos; en este caso, los valores recalcitrantes del puritanismo norteamericano. En efecto, Lilian Rubin después de es­ tudiar en 1989 las historias sexuales de casi mil estadounidenses, encontró entre otros datos muy interesantes, que para la gran mayoría de adolescentes hombres y mujeres el sexo oral es una práctica normal de su conducta sexual. En contraste, entre los m ayores de cuarenta años poco más de uno de cada diez habían practicado el sexo oral (G iddens,1995:21). En suma, para entender el escándalo Clinton Lewinsky, no se puede ignorar, entre otros factores, el peso del puritanismo en la sociedad norteamericana y su incidencia en los valores y comporta­ mientos sexuales. Para cerrar este aparte, debo decir que lo único que me causa curiosidad es saber sí el sexo oral entre Clinton Lewinsky fue una práctica recíproca? Fue igualmente generoso y com pla­ ciente el Presidente con su pareja...? Carne, tentación y pecado

No entendía por qué tanto aspaviento ante el sexo oral en los Estados U ni­ dos, hasta que encontré que en este

1 «El cristianismo está separado de sí mis­ mo; se consum a la división de cuerpo y alma, de vida y espíritu: el pecado original hace del cuerpo el enemigo del alma, y to­ das las ligaduras cam ales son malas....Y se sobreentiende que como la mujer no ha dejado de ser nunca el Otro, no se conside­ ra que macho y hembra son recíprocamen­ te carne: la carne que para el cristiano es el Otro enemigo, no se distingue de la mujer. En ella se encam an las tentaciones de la tie rra , el sex o y el d e m o n io » (D e Beauvoir,1982:211).

De otra parte, resulta interesante evi­ denciar como nuestra cultura, y en particular nuestros analistas de pren­ sa, reflejan en forma muy explícita una valoración de la sexualidad moralista y religiosa. Se habló de «pecado pri­ vado», de la «debilidad de la carne» y no por azar el mismo Clinton pidió perdón, hizo público su arrepentimien­ to y enfatizó, quizá esperando com ­ prensión, como la «condición hum a­ na es frágil y propensa al pecado». Como se puede ver estamos aún muy lejos de tener una actitud laica y secu­ lar al respecto. Parecería que en nues­ tro cuerpo está instalado el pecado, y

por tanto, somos propensos a la ten­ tación de la carne. Sobra decir que ten­ tación y carne son sinónimos de mu­ je r,1 pensamiento por demás profun­ damente religioso y medioeval. Recapitulando, acorde con algunos medios de comunicación (El Tiempo), carne, tentación y pecado en el caso Clinton - Lewinsky, confirman la sen­ tencia del poeta Guillermo Valencia: «la mujer es el viejo enemigo del hom­ bre», y si lo reitera Alfonso López, uno de nuestros más ilustres expresiden­ tes, su palabra es poder y ley. De ninguna manera, estoy de acuerdo con el carácter burlador y donjuanesco del Tenorio de la Casa Blanca; menos aún con el sospechoso y censurable manejo de los hechos y de la informa­ ción que hizo Mónica Lewinsky. Sin embargo, se puede medir con la mis­ ma vara al Presidente de los Estados Unidos, hombre cincuentón supues­ tamente maduro y a Mónica Lewinsky la becaria veínteañera ? Tan solo esta­ mos ante dos individuos que se eligen y se merecen mutuamente y creo que esta vez Don Juan encontró la cuña de su zapato. Podemos no estar de acuerdo con su conducta «inapropia­ da», pero nadie tiene derecho a vio­ lentar y agredir públicamente su vida privada. En tal sentido, resulta inacep­ table y perversa la moderna inquisición de los medios de comunicación. La tiranía de los sapos Por último, quiero llamar la atención sobre un tercer aspecto que podría lla­ marse la «tiranía de la belleza», a pro­ pósito de un artículo del contradicto­ rio Oscar Collazos sobre los reinados de belleza. Mejor aún, me referire al terrible «pecado de ser «feas» y «gor­ das», estigma imperdonable en una sociedad que impone la etérea verti­ calidad de las «mujeres top model», las «mujeres virtuales» y las «barbies». Qué niña no sueña en convertirse en la muñeca barbie de su infancia? Es-

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N o tic ia s e n otras palabras Todo por una « Zorra»

«Francamente no hay derecho a que una «lobita» de cinco pesos tenga a la m itad de los Estados Unidos excitada y a la otra m itad asqueada». Y continua: <-Jefe «perro», con esposa que poco lo da, encuentra «zorra» capaz de hacer cualquier cosa. Jefe bota «zorra» tras saciar su apetito; «zorra en venganza cuenta todo- . Francisco Santos, El Tiempo, 22-IX-98. Al sustentar la hipótesis de un plan prem editado por la extrema derecha con el fin de tum bar a Clinton, el expresidente Alfonso López, concluye: De esta suerte, el caso Clinton deja de ser excepcional y se confirm a el dicho de nuestro poeta Guillermo Valencia: «Lo que voy a decir no te asombre, la mujer es el viejo enemigo del hombre». El Tiempo. 27-IX -98. «Lo de la Lewinsky no fue un affaire rom ántico sino una conducta degradada», Hernando Gómez Buendía, El Tiempo, 22-IX-98, <El asunto, que de por sí sonroja a los adultos, no era para menores, que no tienen por qué oír cosas sobre sexo oral ni sobre escabrosas cuestiones de alcoba». Hersán, El Tiempo. 22-IX-98. -A caso por ello (por el sexo incom pleto) se vengó con el escándalo, con el suave resentim iento de una mujer insatisfecha». Oscar Collazos, 9-VIII-98. «Clinton es un impostor. No es sólo un tipo m entiroso, infiel o sexualmente perverso». Carlos Alberto Montaner El Tiempo, 29- IX-98. «El pecado privado del m arido se vuelve vergüenza pública para su mujer». Oscar Collazos, 20-IX-98. Refiriéndose a la liturgia del Yom Kippur, Clinton declara: «Estas oraciones confirman la verdad fundamental de que la condición humana es frágil y propensa al pecado... lo im portante es que pueda creer en la realidad de la expiación y en la concesión final del perdón... la publicidad no me ha molestado tanto como el pecado en sí.» El Tiempo, 27-IX -98. Entiendo la debilidad de la carne... Por eso uno se siente defraudado de que hubiera resultado tan débil como uno. Como cualquier m ortal». Enrique Santos C. 27-IX-98. «... el pecam inoso «m aniculiteteo» con la libid ino sa y rego rd eta Monica Lewinsky.» Rafael Santos, El Tiempo, 13-IX-98. « ... nos toca «mamarnos» literalm ente el mal gusto de un Presidente y una zorrita de medio pelo con muchos Big mac demás. Ni hablar en la que nos metió, pues es bien com plicado -sin sonrojarse y atorarse a la vez- contestarle al hijo de ocho años la ¡nocente pregunta de «papi, qué quiere decir sexo oral»... A Clinton y a H illary la som bra de la «gorda» Lewinsky los va a perseguir de por vida». Francisco Santos, El Tiempo, 22-IX -98. «Vuelve a esta columna con sus 25 años y su esplendida tendencia a la obesidad... vuelve pues Monica plena de carnes rollizas y cara de mogolla». Oscar Collazos, El Tiempo. 19-VIII-98.

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tigma que afecta con particular cruel­ dad y violencia a las mujeres, pues la gran mayoría de hombres y mujeres continúan convencidos de aquello que dice, que «el hombre es como el oso entre más peludo y feo más herm o­ so». Y como veremos, en lo que ata­ ñe a la belleza femenina, nuestros hom­ bres se dan el lujo de ser jueces impla­ cables. Así, para algunos de los periodistas co­ lombianos2 de mayor prestigio, pare­ cería que el principal problema del es­ cándalo sexual Clinton - Lewinsky, radicara en el «mal gusto del Presiden­ te» de los Estados Unidos, puesto que M ónica mujer «de carnes rollizas y c a ra de m o g o lla » , « lib id in o sa y regordeta» no merece ser deseada por ningún hombre, dada su «esplendida tendencia a la obesidad» y menos aún por el hombre más importante del pla­ neta. El error de Clinton sería más fá­ cil de entender y de perdonar, sí éste hubiese sido seducido por alguna top model, actriz o reina de belleza, como Claudia Shiffer, Kim Bassingero Demi Moore. No es de extrañar que en este país que le rinde culto a la belleza femenina en­ contremos los siguientes titulares de p re n sa : «N O ES L IN D A , ES LINDSAY... No es vedette, no es bo­ nita... solo es tenista. La reciente ga­ nadora del Abierto de los E.U. es muy diferente a las jugadoras que ocupan los principales lu gares... L indsay Davenport es una m ujer fea. Aparte de fea es grande y gorda... No tiene ni la juventud de M artina Hingis, ni la b e lle z a de la e sp e c ta c u la r A nna

2 De los artículos de prensa revisados so­ bre el tema, se destaca por su objetividad y análisis el de Hernando Gómez Buendía, la diferencia con sus com pañeros de pági­ na salta a la vista. Así mism o, hay que ha­ cer resaltar los artículos de la Sección Internacional de Ana M aría Jaramillo, do­ cumenta e informa con seriedad y respeto.

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N o t iiclas en otras palabras K oum ikova...Serála pelea de la fea y grande contra la jo v en y bonita.» (Rodrigo Morales Zapata, El Tiempo, septiembre 20/98) «En Venezuela, un «pecado» ser fea. 40% de las mujeres en este país de misses va al sicólogo por baja autoestim a». (El Tiempo, mayo 31/98) De hombres que juzgan con tanta li­ gereza y atrevimiento, de una parte, la intimidad y la sexualidad de las per­ sonas, y de otra, la apariencia física de las m u je re s, m e to cara decir, retomando la fina intuición de nuestro amigo Oscar Collazos, «no los conoz­ co, pero los adivino». Sí los adivino, muy parecidos al esposo rígido y con­ vencional, sin imaginación y creativi­ dad de Doña Flor y sus dos maridos, convencidos creen que se m erecen a una Natalia París en la cama. Debemos aceptar las mujeres que los sapos convertidos imaginariamente en príncipes por el poder que brindan los medios de comunicación, desplieguen tanta agresividad y discriminación con­ tra las mujeres? Se miden los hombres a sí mismos con los mismos parám e­ tros? Si examinamos este punto dentro de un contexto más amplio y complejo, es decir, como consecuencia de las so­ ciedades modernas capitalistas, carac­ terizadas por el mercado y el consu­ mo, podremos ver que mujeres y hom­ bres no escapan y hasta cierto punto son esclavos de la permanente regimentación y regulación que hoy en día se le exige a los cuerpos. A partir de los años 60 se inicia una época carac­ terizada por la necesidad de «mante­ nerse en forma», de «ponerse in» y de «estar en línea», se trata de la «nueva era diet y light», diética, suave, ligera y superficial tan típica de los años 90. Surge la angustia ante las arrugas, la vejez prematura, la calvicie, las estrias, la celulitis y todo aquello que sobre o que falte. Se trata de una lucha per­ manente y encarnizada con el cuerpo para cam biar la apariencia y hasta la

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«personalidad» y para recuperar el «verdadero nombre», porque a Susa­ na antes la llamaban «gorda». Por algo, algunos periodistas llaman a Mónica, «la gorda Lewinsky». Para poder cum plir con todos estos nuevos requerim ientos estéticos, se colocan a través de clínicas muy repu­ tadas y especialistas muy serios, toda una serie de dispositivos tales como: masajes, baños a vapor, baños sauna, tratam ientos para la depilación y la calvicie, tratamientos bio - celulares, cirugía plástica, productos antisolares, electrolysis, lentes de contacto, y todo tipo de aparatos y técnicas para hacer ejercicio, dietas, bandas vibratorias, yoga, karate, natación y danza. Al final de siglo la oferta es todavía más amplia y la relación del cuerpo con la ciencia médica es cada vez más com­ pleja. Hoy parece posible derribar cualquier frontera, pues a través de la m edicina estética, no solo se trata de ser sanos y saludables sino de ser be­ llos según los cánones exigidos.1 Hoy se puede corregir cualquier defecto, puesto que en la oferta del mercado te n e m o s a m ano: lip o su c c io n e s, lipoesculturas (la cirugía estética pue­ de crear obras de arte), cirugías para corregir la nariz y levantar los párpa­ dos y para reducir o agrandar los se­ nos, entre otros avances milagrosos. Colombia «país de reinas», es un buen ejem plo junto con Venezuela de la enorme demanda de mujeres en pos de estos servicios, métodos más efi­ caces, aunque muy costosos económi­ camente, para subir la autoestima, aun­ que se trate de una autoestim a de mujeres siliconadas. Por qué extrañarse entonces, ante se­ mejantes com entarios y análisis de prensa, ante un mundo donde em pie­ zan a proliferar las «sociedades de gordos anónimos» y donde enferme­ dades femeninas como la anorexia y la bulimia crecen rápidamente en Amé­ rica Latina. Por qué indignarse ante un mundo globalizado compuesto por

los transnacionalizados/integrados vs. los marginados/dispersos (Hopenhayn, 1994) pero, donde ya es posible clonar a los seres humanos ?

Bibliografía DE BEAUVOIR, Simone, El segun­ do sexo. Los hechos y los mitos, Tomo I, Ed. Siglo XX, Buenos Aires, 1982, p. 309. GIDDENS, Anthony, La transforma­ ción de la intimidad. Sexualidad, amor y erotismo en las sociedades m oder­ nas, Ed. C átedra, M adrid, 1995, p. 183. HOPENHAYN, Martín, Ni Apocalíp­ ticos ni integrados. Las aventuras de la m odernidad en Am érica Latina, FCE, Santiago de Chile, 1994, p. 281. Lya Yaneth Fuentes Vásquez Socióloga Universidad Nacional Integrante del Grupo M uje r y Socie­ dad.

3 Michael Jackson y sus hermanas no sólo han cambiado los rasgos de sus caras, sino el color negro de su raza.

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Las m u jeres y los lยกLibros


Luz gabriela A r a n g o y O tras (os). Mujeres. H o m b res y C am b io Social. Colección CES, Facultad de Ciencias H um an as, U niversidad N acio n al de C olom bia, 1998.

T e n g o que confesarles que cuando mi amiga Yolanda

Puyana me entregó estas 300 paginas para presentarlas a ustedes, pensé no lograr hacerlo. Este m ism o día, habían asesinado a Eduardo Um aña M endoza y tres días antes a M aría Arango, dos personas dedicadas, de tiempo completo y cada una a su manera, a construir un mundo más amable, justo y mejor para nues­ tros hijos e hijas. En tres días mi generación perdió dos compañeros... Miraba entonces estas 300 paginas de informes de investi­ gaciones de 5 amigas y colegas de Ciencias Humanas. M iraba el titulo que habían escogido para el libro “M uje­ res, Hombres y Cambio Social” y por un corto instante me invadió un sentimiento de inutilidad, de impotencia de nues­ tras palabras, de nuestras investigaciones frente al horror que vivimos cotidianamente. Podrán nuestras reflexiones, nuestros esfuerzos investigativos detener este infierno? Podrán nuestras preocupaciones por nuevas relaciones de género, por nuevas dinámicas de poder entre hombres y mujeres, tener alguna utilidad frente a esta absurda escala­ da de muerte. Tuve ganas, muchas ganas de devolver las 300 paginas de mis amigas a Yolanda... Pero afortunadamente este país me enseño, en algo más de 30 años, algo que no puedo caracterizar sino como te­ nacidad. Si; existe también la tenacidad y si los hombres y las mujeres mueren asesinados, los sueños no mueren, la esperanza tampoco, y tal vez más cuando uno es mujer. Entonces estoy aquí esta noche con ustedes; no devolví el folder a Yolanda y diré dos o tres cositas a propósito de estos excelentes trabajos porque quiero creer que cada uno de ellos aporta, a su manera, elementos para volver a con­ certar una realidad que nos permita convivir de manera más amena y construir nuevos conflictos, estos que mere­ cemos, los hombres y las mujeres de paz. Yolanda me entregó el folder con los 5 artículos, creo que no en sus ultimas versiones y sin orden...; por consiguien­ te mis comentarios tampoco tienen el orden definitivo del libro porque sencillamente no sé cual será o cual es...

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Mara Viveros y Fredy Gómez ubican su trabajo en el cam­ po de la salud sexual y reproductiva e introducen este com­ plejo p ro b lem a en un contexto so cial, económ ico, institucional y cultural, permitiendo una comprensión más completa de la regulación y control de la fecundidad. Ade­ más y abordan el problema a partir de la esterilización masculina, cuestión nunca abordada en el contexto colom­ biano para el cual todavía, todo lo que se refiere a la re­ producción esta fuertemente marcado por los tradiciona­ les roles de género, es decir que es un asunto femenino, y esto a pesar de los nuevos debates generados por el enfo­ que de salu d re p ro d u c tiv a y d e rec h o s se x u a le s y reproductivos. Mara considera que examinar el problema de la vasectomía en Colombia es un buen indicador de las dinámicas de los escenarios conyugales en relación con toma de decisio­ nes, circulación de poder y recomposición de los espacios de lo público y lo privado en cuanto incursión de los varo­ nes en un mundo hasta ahora casi exclusivamente femeni­ no: el mundo de las emociones y de los sentimientos. Y por supuesto para nosotras es un indicador de transfor­ mación de la tradicional subjetividad m asculina y de una lógica hasta ahora tan fría del mundo masculino. En este sentido el trabajo de M ara y Fredy aporta elem entos novedosos para m edir cambios de viejas lógicas desde un campo tan importante de la vida cotidiana como lo es el campo sexual y reproductivo. El trabajo de Juanita Barreto y Luz Estela Giraldo es uno de estos escritos que habla tanto por si-mismo que es - a mi punto de vista- a la vez difícil y casi inútil decir algo más. En efecto en este articulo presentado por Juanita, lo único que hay que hacer es escuchar a las mujeres que ella nos presenta, estas mujeres inmersas en la cotidianeidad de una ciudad como Barrancabermeja, ciudad llena de his­ torias negras como el mismo petróleo pero tam bién den­ sas y apasionantes por los procesos organizativos, cívicos, comunitarios de una enorme trascendencia y vitalidad que han significado. Es a través de las voces de las mujeres, (mujeres que participan todas en procesos organizativos de carácter social, político o comunitario), que Juanita re­ construye la historia de Barranca a la vez que se tejen las historias de estas mujeres. Ellas, a su manera, en otras pa­ labras, sus palabras, sacadas de sus experiencias de vida,


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de sus prácticas cotidianas, esbozan una Barranca... des­ conocida para la historia oficial. Nos pintan su ciudad, sus barrios, sus localidades, nos cuentan sus múltiples estrate­ gias para sobrevivir a las eternas historias de violencia que se tejen alrededor del petróleo. Narran sus desafíos, su valentía para participar, sus dolores frente a la violencia oficial, a la muerte, pero sobre todo su creatividad para encontrar alternativas de vida que les permitan desafiar esta lógica de un escenario tan masculino lleno de muerte , de tejem anejes de poder, de pequeñas y grandes guerras que generan la industria del crudo que Juanita no duda en llamar la “ideología del petróleo”. La muy rica metodología utilizada para llevar a cabo los objetivos de este trabajo, -metodología ya bien conocida por Juanita - nos recuerda que existen otras miradas sobre la historia y que hoy día las mujeres no quieren asum ir la palabra del otro, no quieren ser habladas por los otros y desean tejer otra historia con sus voces, sus palabras, su memoria y su particular manera de enfrentar cada mañana con esta tenacidad que las caracteriza un clima a menudo rebosante de dolor y amargura. Yolanda Puyana y Cristina Orduz, con su trabajo nos de­ vuelven a la región cundiboyacense y se interesan a lo que ellas llaman “la dinámica de socialización de un grupo de mujeres de sectores populares”, recurriendo a una meto­ dología muy sim ilar a la utilizada por Juanita (no es gra­ tuito que Yolanda y Juanita han trabajado a menudo juntas con esta misma metodología). Yolanda nos presenta en­ tonces los resultados de un estudio em inentem ente cuali­ tativo que, a partir del análisis en profundidad de las bio­ grafías de mujeres rurales y urbanas de Boyaca, logra una aproxim ación (a través de elementos claves de sus proce­ sos de socialización) a los imaginarios femeninos de esta región. A través de la lectura del trabajo presentado por ella y pasando de manera muy amena de las voces y relatos de las mujeres a la mirada analítica - mirada seria, m edida y muy bien argumentada - de Yolanda, uno recoge el difícil camino de viejas trochas y atajos - los de la mem oria - de avances y cambios pero también de continuidad. Yolanda escogió como indicadores de esa dinámica de so­

cialización, la escuela y las transformaciones de su signifi­ cado a lo largo de dos generaciones, la expresión de los afectos y la dinámica de la autoridad por medio de con­ ceptos absolutamente sui generis a la región estudiada, como lo es el de “respeto”, este famoso respeto que, para toda una generación de mujeres, se tradujo por una enor­ me carencia de expresiones afectuosas, amorosas, de cari­ cias y besos; así mismo, otro indicador para Yolanda es el concepto de autoridad que a menudo se confunde con una socialización a través de la violencia física generando baja auto-estima o sentimiento de culpa y/ o minusvalía. Igual­ mente aborda vivencias como la sexualidad y la menstrua­ ción entre otras. Lo realmente valioso de este estudio es que nos permite percibir, a través de un corte generacional, las particulares dinámicas de cambio en estos procesos de socialización que se desarrollan en contextos políticos, económicos y culturales cada vez más complejos, generando vivencias contradictorias hechas de cambios y transformaciones pero también de continuidad e incoherencias entre lo vivido, lo visto, lo escuchado, lo dicho, lo deseado y lo hecho. De verdad este aparte del trabajo de Yolanda nos permite au­ gurar un excelente porvenir a la totalidad de su investiga­ ción. Ahora bien, viene lo difícil para mi: comentar el articulo de Luz Gabriela Arango y el de Magdalena León. Las dos, con su estilo disciplinado, riguroso e impecable, hablan de mundos que poco conozco, que me son más alejados, tanto de mis vivencias en Colombia como de mis atraccio­ nes investigativas que, hasta ahora, se han dirigido hacia las subjetividades, los imaginarios y las prácticas de si. En este sentido, de verdad, me siento muy poco autorizada para comentar dichos trabajos. Luz G abriela analiza, a través del caso de la empresa Texmeralda, el panorama de las reformas y respuestas empresariales durante los 15 últimos años. Propone, a tra­ vés de la historia de la empresa, una periodización que pone en evidencia las relaciones entre lo que llama “ con­ figuraciones laborales” y “ configuraciones de género” hecho que nos permite entender la particular y compleja relación entre género y producción, producción y repro­ ducción develando minuciosamente la dosis de inequidad


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que sigue existiendo en el supuesto modelo actual de igual­ dad entre hombres y mujeres; sobre todo pone en eviden­ cia - por lo menos para los y las ignorantes de estos temasla manera como se conforman a lo largo de la historia de una empresa, modelos, o más exactamente, lógicas que inscriben a trabajadores y trabajadoras en configuraciones laborales muy distintas y lo más a menudo ocultas bajo principios de democratización y de igualdad en el trabajo. Luz Gabriela devela en su trabajo, dimensiones del campo laboral todavía poco estudiadas en nuestro país precisan­ do con un gran rigor metodológico muchas de las intuicio­ nes que hacían parte del viejo discurso feminista. Magdalena y Carmen Diana trabajan ellas sobre el tema de mujeres campesinas y sus relaciones con la tenancia de la tierra a través de un estudio de las reformas agrarias lati­ noamericanas y del impacto de las políticas neoliberales en 8 países con respecto a la legislación agraria y la igualdad de género.

mismas mujeres sin que ellas siquiera se representaran ex­ plícitamente tales finalidades. Terminaré con una frase de este gran pensador, desapare­ cido hace poco en París: "H e aquí a lo que llega la u t ili­ dad de las ciencias humanas. Creo que en todos los domi­ nios de la vida, y tanto en la parte desarrollada como en la parte no desarrollada del mundo, los seres humanos están actualmente en vias de liquidar las antiguas sig n i­ ficaciones y tal vez de crear otras nuevas. Nuestro papel consiste en demoler las ilusiones ideológicas que les d ifi­ cultan esa creación

Entonces les digo “gracias” a estas investigadoras por par­ ticipar en esta demolición y en creer en la posibilidad de nuevas significaciones, nuevos equilibrios, nuevas lógicas para habitar el mundo. Leyéndolas, el animo me volvió al cuerpo. Gracias. Florence Thomas.

El trabajo de Magdalena tiene el enorme mérito, entre otros, de recordarnos lo importante de seguir introduciendo esta perspectiva de género en todos los campos de la investi­ gación social; lo importante para las feministas incluir dichos temas en sus agendas de trabajo y seguir siendo particularmente vigilantes. Espero que Gabriel Restrepo sabrá resaltar muchísimo mejor que yo, los aportes de este trabajo. Si, sin duda, cada uno de los artículos que componen este libro aporta -a su manera - elementos para no perder del todo la fe en el papel de los intelectuales frente a la reali­ dad que nos rodea. Si, afortunadamente algunas mujeres trabajan e investi­ gan desde esta perspectiva de género y nos vienen a recor­ dar que, siguiendo este camino, afianzamos una de las po­ cas buenas noticias de este siglo: la tenaz transformación de la situación de las mujeres en el mundo y consecuente­ mente de las relaciones entre hombres y mujeres. Este cam­ bio que, como nos lo recuerda Castoriadis en uno de sus escritos, no constaba en el program a de ningún partido político, ni siquiera de los marxistas, se ha efectuado y se sigue efectuando, como lo acabamos de ver, de manera colectiva, anónima, cotidiana, las 24 horas del día, por las

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Charla pronunciada en la Universidad Nacional de Co­ lombia con ocasión del lanzamiento del libro aquí rese­ ñado en Mayo de 1998


T E N O R IO , G óm ez Pilar, Las m adrileñas del mil seicientos: im agen y realidad. Dirección General de la mujer. C o m u n id a d de M ad rid , H o ras y Horas, 1993.

E sta obra se basa en la tesis que sustentó la autora en la

Universidad Complutense de Madrid con el fin de optar al doctorado en Historia Moderna. Se inscribe en la línea de la historia de las mujeres que se orienta a m ostrar su pre­ sencia en el desarrollo de las ciudades. El tem a es tratado desde la perspectiva del contraste entre los discursos y las prácticas durante una centuria de cambios trascendentales en la vida urbana madrileña. Desde esa persectiva se plan­ tea el antagonism o entre las imágenes elaborados por los poderes patriarcales sobre los ideales femeninos y, las vi­ vencias concretas de las mujeres. Pilar Tenorio sostiene que resulta muy complejo conocer el papel desem peñado por las mujeres que vivieron en la Corte. En cambio, a su juicio, es sencillo averiguar cual era la opinión prevaleciente entre los hombres a ese res­ pecto (p. 19). La autora se propuso resaltar la identidad femenina en las estructuras sociales y económicas de la ciudad. Pretendió además, trazar una biografía colectiva alejándose de los estudios que centran la atención en los estereotipos de las mujeres notables o de las marginaldas, optando por las mujeres del común. En el libro se muestran los cambios en los volúmenes de la población de Madrid durante el periodo estudiado. En 1550 la ciudad contaba con 4.000 habitantes. El año 1594 con 37.000. Durante el reinado de Felipe IV (1621-1665) ya sobrepasaban los 100.000. Ese crecimiento se produjo más que todo por las migraciones. “... llegaban gentes del cam­ po en busca de algún medio para ganarse la vida, empuja­ das por la dureza de las condiciones en su lugar de origen, bien por las malas cosechas o por los impuestos. También llegaban fíuncionarios civiles o eclesiáticos en busca de

'. DE GUEVARA, Antonio, Obispo de M ondoñedo, y predi­ cador, y cronista; y del consejo del em perador y rey nuestro se­ ñor, Epístolas fam iliares. Impreso en la villa de Amberes, en casa de M artín Nució, sin fecha. 2. DE LA CERDA, Juan. Vida política de todos los estados de las mugeres:en el qual se dan muv provechosos v Christianos documentos v avisos, para criarse y conservarse devidamente las m ueeres en sus estados. Juan Gracián, A lcalá de Henares, 1599. 3. ASTETEA, G aspar de, de la compañía de Jesús. Tratado del gobierno de la familia v estado de las viudas v las doncellas. Con

empleos provechosos al amparo de la Corte, comerciantes para abastecer la creciente demanda de la ciudad y sobre­ todo una multitud de pobres y vagabundos, que buscaban en Madrid un sustento” (p. 19). La autora comenta que las mujeres llegaban en la misma proporción que los hombres pero sus posibilidades de in­ tegración a la ciudad diferían. Si eran nobles no tenían mayor dificultad para reunir la dote y casarse con lo cual, se garantizaba su subsistencia y lograban un reconocimiento social. Cuando arribaban solas y sin dinero debían buscar trabajo y ahí em pezaban los tropiezos. Por aquella época M adrid no contaba con una industria manufacturera sino que vivía ante todo de la monarquía, de las rentas de la nobleza y de las funciones y servicios creados por las de­ mandas de la Corte. Los puestos de trabajo para quienes procedían del campo escaseaban. Por lo tanto abundaron los colectivos dedicados a los trabajos marginales. Por ese motivo y por las restricciones sexitas de los gremios, las mujeres en su mayoría se dedicaron a los trabajos domés­ ticos. La trayectoria vital dibujada para gran parte de ellas, describe que después de varios años de trabajar como cria­ das, terminaban sus días mendigando o encerradas en las galeras acusadas de alcahuetas. Este fue uno de los argu­ mentos predilectos de la picarezca de la época. El matrimonio, las dotes, la maternidad y las relaciones familiares, cuya referencia explícita son las mujeres, fue­ ron los tópicos predilectos de los moralistas en cuyos dis­ cursos resonaban los debates tridentinos que sacralizaron la unión conyugal. La educación de las mujeres suscitó controversias en las que los humanistas asumieron postu­ ras favorables. Tal fue el caso de Juan Luis Vives que refu­ tó la visión clerical dominante, según la cual, se debía man­ tener a las mujeres en la ignorancia. La voz solitaria de M aría de Zayas y Sotomayor, argumentaba de manera decidía en favor de la educación de las mujeres. La relevancia que Pilar Tenorio le concede a los discursos, obedece al hecho de que trata un período de auge de la producción de obras prescriptivas. También de literatura m odélica sobre la asistencia social a las mujeres pobres y de ob ras d e d ic a d a s al tem a de la re p re sió n a las transgresoras. Autores tales como Antonio de G u evara', Juan de La Cerda2, Gaspar Astete1 entre otros muchos


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dedicados al mismo género, fueron muy influyentes en la construcción de los imaginarios sobre lo femenino en el seiscienteos madrileño4. Por otra parte, los manuales de obstetricia empezaban a divulgar consejos prácticos sobre los cuidados durante la gestación, el parto y el posparto. En aquel tiempo las disposiciones de los gremios se ocu­ paban con detalle de la reglamentación del trabajo de las mujeres. Es decir, la masa documental en que la autora sustenta sus elaboraciones, abarca las dim ensiones más representativas del universo femenino de aquellos tiem ­ pos. En el texto se sugiere que la influencia de la literatura prescriptiva entre las mujeres era relativa. Su alcance se limitaba a las mujeres de las clases medias y altas entre quienes incidía a la manera de un guión. La madrileñas durante los siglos XVI y XVII apenas sabían leer y escri­ bir. En sus bienes inventariados aparecen muy pocos li­ bros, ni siquiera religiosos. Según la interpretación de Pi­ lar Tenorio, esa literatura refleja la pugna de algunas m u­ jeres por romper la clausura doméstica. La simbolización “Hacer ventana”, era una actividad a la que se le atribuyó una intencionalidad erótica según la interpretación preva­ leciente en el siglo XVII. Bartolomé Murillo plasmó en*ún liezo que se encuentra en la National Galery o f art en Was­ hington esa afición femenina. Esa obra ilustra la portada del libro objeto de esta reseña5. Gran parte de la obra de Pilar Tenorio está dedicada a la historia del matrimonio en el seiscientos madrileño. Se detallan las disposiciones del Concilio de Trento que en 1563 definió su carácter sacramental. Se resalta la gran difusión del matrimonio por conveniencia asumido por las mujeres de diferentes sectores sociales. Esa opción, según la au to ra, e stab a m o tiv ad a en gran m ed ia p o r las persecusiones a las que estuvieron sujetas las solteras por

privilegio en Burgos de Juan Bautista Veresio, en la imprenta de Felipe Iunta, año de 1603 en portada y de 1597 en colofón. 4. La referencia más citada en el libro es la obra de M ariló Vigil, La vida de las mujeres de los siglos XVI v X V II. Siglo veintiuno, Madrid, 1986. 5. Las gallegas a la ventana.

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parte de los alguaciles en la ciudad de Madrid. Más que una libre elección motivada por el amor, el matrimonio era una garantía para la sobrevivencia en aquella sociedad. El marido constituía a la vez que un apoyo, una plataforma social. Por lo demás las dotes constituyeron otro elemento de la controversia. El ejercicio de la maternidad también fue un tem a de los moralistas quienes extendieron sus crí­ ticas a la costumbre de contratar nodrizas. El libro permite constatar que las mujeres mayores de 40 años, las casadas y las viudas, lograban participar en la vida económica citadina. Los negocios como el pequeño crédito y el comercio, fueron los principales campos en que se desempeñaron. Las solteras menores de 40 años en cambio, vivieron restricciones que les dificultaba su su­ pervivencia y que motivaron conflictos con las auoridades. intentaban vender en las plazas frutas, verduras, esca­ beches... En estos casos debían esquivar no sólo a los al­ guaciles sino también a las mujeres que si cumplían esos requisitos...” (p. 106). Esa situación propiciaba entre la jó ­ venes las actitudes pragmáticas respecto al matrimonio. Las fundaciones p rivadas por su parte, estipulaban donaciones para que los niños pobres pudiesen estudiar y aprender un oficio. En cambio la destinación de los lega­ dos para las niñas tenían la destinación exclusiva de la dote. La realidad de las madrileñas difería de los m odelos pre­ conizados por los moralistas, por ello no escaparon a la formación del estereotipo de la transgresora. Las taberne­ ras, quienes trabajaban en las posadas, las vendedoras, las tejedoras e hilanderas y la gran mayoría de las mujeres pobres que buscaban trabajo, difícilmente podían actuar según lo prescrito por ellos. Por ese motivo era común que fueran tratadas como prostitutas. Pilar Tenorio m en­ ciona una obra del autor García M ercadal sobre los viaje­ ros que visitaron Madrid en aquellos tiempos; el autor hace referencia a varios fragmentos en los cuales las imágenes de las mujeres que deambulaban por las calles fueron am­ plificadas y distosionadas. Según Bonecase “... no hay ciu­ dad en el mundo donde se vean más meretrices a todas horas del dia, las calles y los paseos están llenos. Van con velos negros y los repliegan sobre el rostro, no dejando sino un ojo al descubierto, hablan de modo tan disoluto a la gente, mostrándose tan impúdicas como disolutas..” (P-32).

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Entre las voces femeninas destacadas por Pilar Tenorio además la de M aría Zayas y Sotomayor, figura la de María M agdalena de San Jerónimo. Esta mujer fue muy influ­ yente por su liderato en la fundación de correccionales para el encarcelamiento de las que denominó “malas mujeres”. En el memorial que dirigió al rey a ese respecto se aprecia una interp retació n que refu erza el estereotipo de la trangresora, encubridor de las restricciones impuestas a las jóvenes: “ ...hay muchas m ujeres mozas vagabundas y ociosas y entre ellas algunas muchachas de diez y seis y menos años que no se sutentan de otra cosa sino del mal vivir... llegada la noche salen como bestias fuera de sus cuevas a buscar la caza: ponense por estos cantones, por calles y portales, convidando a los miserables hombres que van descuidados y, hechos lazos de satanás, caen y hacen caer en gravísimos pecados...” (p. 33). Una crítica estricta de la obra podría detenerse en las debi­ lidades de la cuantificación. Los datos sobre la población de la ciudad y los recursos económicos de la mujeres, que son las cifras expuestas, no se atienen a las sofisticadas operaciones de la demografía histórica, ni de la historia económica. La exposición cuantitativa difiere de la excesi­ va y escrupulosa severidad de la historiografía anglosajona. Esto no es un motivo para dem eritar la contribución del trabajo al proceso de historiar los procesos de construc­ ción de los imaginarios sobre las mujeres en los contextos

urbanos. Por lo demás, la obra es un aporte que permite reconocer algunos elementos de la herencia colonial lega­ da a las sociedades latinoamericanas. La obra de P ilar Tenorio se construyó a p artir del protagonismo de los discursos masculinos. Se observa la ausencia de la crítica feminista en la lectura propuesta por la autora. Para algunas historiadoras ese protagonismo oscurece las realizaciones femeninas o, presenta una pasi­ vidad de las mujeres que es objetable. Sin embargo, la rei­ teración del hecho del monopolio de la palabra tanto oral como escrita por parte de los poderes patriarcales, perm i­ te insistir en su trascendencia como elemento modelador de los imaginarios colectivos. La subversión de las madri­ leñas del seicientos contra el orden de género instalado en esos imaginarios, les representó un costo social que m u­ chas de ellas debieron pagar con el encerramiento forzoso o, con su paso a la posteridad como figuras acechadoras esbozadas en oscuros mantos. M aría Himelda Ramírez.

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PERRY, M a ry Elizabeth, N i espada rota ni mujer que trota. M ujer y desorden social en la Sevilla del Sig lo de O ro. Crítica, Barcelona 1993.

"S u s a n a , hija de un acaudalado rabino de Sevilla, trai­ cionó al grupo. Enam orada de un cristiano llam ado Guzmán, le hizo saber que un grupo de conversos iba a encontrarse en su casa con su padre para hablar de resis­ tencia frente a la Inquisición. El Santo Oficio actuó rápi­ damente y condenó al padre y a otros seis converos a ser “relajados”, o entregados a las autoridades seculares para que fuesen quemados como apóstatas. Susana según se decía entró en un convento arrepentida por su traición y más tarde salió para terminar sus días en la pobreza y en la deshonra” (Texto de una leyenda sevillana ps. 11 y 12.).

El propósito de la autora fue revelar el significado del gé­ nero para el orden social en Sevilla durante un periodo en que las relaciones sociales se hicieron muy complejas. La ciudad durante la Contrareforma ofrece un ejemplo de un patriarcado en crisis. Los funcionarios se vieron obligados a responder a un gobierno central en pleno creciento, a un imperio en expansión, a un capitalismo en desarrollo, al incremento de la población, a los ataques contra los pode­ res eclesiásticos. El sistema político reforzó la autoridad. Los reglamentos sobre los oficios se hicieron más estric­ tos. Se reafirmaron los esfuerzos de enclaustramiento de las m ujeres en el hogar, en los conventos y en los burdeles(p.21). Por la participación del puerto fluvial sevillano en la ocu­ pación española del Nuevo Mundo, su población se multi­ plicó rápidamente. Hacia finales del siglo XVI Sevilla era la cuarta ciudad más grande de Europa ya que superaraba los 100.000 habitantes. Sus funciones se modificaron y se convirtió el la capital comercial del imperio hispano. Las mujeres asumieron el gobierno de sus hogares mientras sus padres y esposos emprendieron la aventura de la con­ quista y la colonización americana. Por eso un embajador veneciano escribió que Sevilla se había convertido en una ciudad en poder de las mujeres. Elizabeth Perry demuestra que los funcionarios que per­ manecieron en el gobierno de la ciudad, contaron con re­ cursos suficentes para evitar la suplantación de los pode­ res patriarcales. La copiosa literatura prescriptiva, las or­ denanzas municipales, la reglamentación de los oficios, los tribunales de la Inquisición, las presiones fam iliares, coadyuvaron a la preservación del orden de género y a su

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restitución ante las amenazas que representaban algunas acciones de las mujeres. A lo largo de los ocho capítulos que compenen la obra, la autora muestra la complejidad de los símbolos que pres­ cribían los ideales de género. Los personajes míticos y le­ gendarios así como también algunos literarios e históri­ cos, revelan un cristianismo triunfante ente los judíos y musulmanes que también formaron parte de la ciudad en otros tiempos. Se percibe la sacralización en el ambiente general de la ciudad, a la vez que, en el del universo feme­ nino. Santas, mártires, conversas, monjas, literatas, rebel­ des sexuales, beatas, prostitutas y la gran masa de las mu­ jeres anónimas, gran parte de ellas sobrellevando la pobre­ za, constituyen ese universo complejo y múltiple Las ocupaciones se ajustaban a las creencias establecidas sobre el trabajo apropiado a las mujeres. Pensadores tan influyentes como Luis Vives, aconsejaban sobre los ofi­ cios adecuados a su naturaleza. Tejer seda, coser, bordar, vender comida y cuidar enfermos, fueron los quehaceres femeninos más comunes a finales del siglo XVI y durante el XVII en la ciudad de Sevilla. El trabajo de las parteras fue ciudadosamente reglamentado. Las viudas tendían a romper las restricciones de género y constituyeron un gru­ po que parecía particularmente amenazador a algunos clé­ rigos por la relativa autonomía económica y social que conquistaban Por otra parte, la autora sustenta que el matrim onio en la sociedad sevillana del Siglo de Oro era considerado como una garantía para lograr el orden social. Los documentos en los que basa esa idea son de índole muy variada. Desde la literatura prescriptiva hasta el teatro pasando por los tratados de los humanistas, tan interesados en ese tema. Algunos predicadores consideraban que evitaba la violen­ cia entre los hombres. Otros que obligaba a las mujeres a recogerse en el hogar. Sin embargo, lo frecuente de la bi­ gamia y del adulterio lo mismo que las numerosas madres a cargo de sus hijos, indican que el matrimonio no cumplía con ese ideal La vida en los conventos fue celosamente vigilada por los poderes eclesiásticos, por ser lugares en los que algunas mujeres podían conquistar cierta libertad. Lo mismo que,


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los espacios construidos por las beatas, otras figuras sos­ pechosas a la mirada patriarcal. Algunas de aquellas muje­ res fueron veneradas por su santidad, otras en cambio, condenadas por herejía, falsos milagros o por visionarias. El tema de las aventuras de las mujeres viriles, constituye un capítulo de particular interés al aportar elementos so­ bre su significado simbólico en el ambiente en el que se les exigía a las mujeres el recogimiento. El aumento de la po­ breza en Sevilla,incentivado por el desplazam iento hacia Cádiz de las funciones ligadas al proyecto colonial espa­ ñol en América, es mostrado como un problem a de las mujeres y los niños. La caridad, pasó a ser compentencia de la Iglesia y del Cabildo. Sus acciones se inspiraron re­ forzando la ideología de género

del siglo XVII como alegres y bien alimentadas, bellas y saludables...” (p.27). Además sostiene que “En esa época muy anterior al desarrollo de los medios de comunicación, los símbolos religiosos funcionaban como un lenguaje co­ mún reconocido por la mayoría de la gente ... Además actuaban para dar forma a la realidad, puesto que estable­ cían expectativas e interpretaban la realidad de acuerdo con éstas...” (p. 50). M aría Himelda Ramírez,

La obra abarca múltiples dimensiones de la experiencia vital de las sevillanas en un período de auge y decadencia de la ciudad. El capitulo sobre los conventos, resulta ser el más convencional. Los conflictos de Teresa de Jesús con la je ­ rarquías eclesiásticas sevillanas, forman parte de un reper­ torio de disputas suficientemente conocidas. El tema de la prostitución, disperso en varios capítulos, m uestra la sig­ nificación que tuvo el comercio sexual en la época para atender los requerimientos de los marineros, los transeún­ tes y aventureros que circularon por el puerto. Sin embar­ go, resulta sobrerepresentado en el conjunto del libro La obra fue construida a partir de una lectura de las fuen­ tes históricas desde la persepectiva de la crítica literaria feminista. “La experiencia femenina puede encontrarse en y tras las palabras que utilizaban los hombres para descri­ bir un mundo que ellos dominaban”(p.35). El subtexto re­ vela más información que el texto en lo que éste no dice. El supuesto metodológico que orientó el trabajo cuestio­ na las formas de aproximarse a la historia de las mujeres a partir de la dicotom ía entre el centro y las márgenes. Por eso, la autora optó por modelo de las multiplicidades. Además realizó un anális complejo de los símbolos. La iconografía permite una aproximación a la importancia de la imágen en aquel mundo. Entre las veinte figuras que introduce la autora, trece son de Bartomé Murillo. Las gallegas a la ventana, la florista, la naranjera, las santas Justa y Rufina son algunas de ellas. Elizabeth Perry co­ menta que el artista “idealizó a las vendedoras de cominda

EN O T R A S PALABRAS .


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Bibliografía: Mujer y Ciudad Lya Yaneth Fuentes Vásquez. Socióloga, Universidad Nacional, Con la colaboración de Eddy Johanna Garzón Reyes. Monitora Fondo de Documentación.

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