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FAMILIAYEMPRESA

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El precio de la guerra

SE REACOMODA EL TABLERO ECONÓMICO MUNDIAL

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Si pensábamos que la aparición de la pandemia del nuevo coronavirus en el 2019 y sus catastróficas consecuencias económicas y financieras era lo peor que le podía suceder a la humanidad en el inicio del milenio, las previsiones quedaron muy cortas luego del ataque de Rusia a Ucrania, el 24 de febrero.

Transcurridos los primeros seis meses del 2022, vemos que la “operación militar” de Rusia en Ucrania en pro de la independencia del Donbás provoca profundas e insospechadas heridas no solo entre los contendientes, sino que también en la economía mundial.

Las sanciones económicas aplicadas por el bloque europeo-norteamericano a Rusia, en lugar de debilitar a esta, provocaron un efecto contrario al esperado. El 15 de julio, por primera vez en 20 años, la cotización del euro en picada emparejó su valor con el del dólar estadounidense, mientras que el rublo se fortalece hasta niveles que no exhibía desde el 2015 y el precio del petróleo y del gas se disparan, así como la inflación mundial. Las consecuencias de la guerra no se circunscriben en Eurasia, sino que también salpican a todos los países, incluso los más lejanos como Paraguay, que como agente productivo necesita de insumos básicos como los fertilizantes para cumplir en los campos de siembra. Pero con las cadenas logísticas habituales cortadas o secuestradas, con el sobreprecio del transporte debido a la subida del precio de los energéticos y la escasez de productos dificultan el normal intercambio comercial entre todos los países.

Alemania, la principal economía europea, soportó en los últimos meses una gran presión por la constante merma en la provisión del gas ruso a través del Nord Stream 1. Preparando estrategias ante el próximo invierno, las previsiones del Gobierno alemán antes del mes anterior eran que para mediados de julio las reservas de gas llegarían al 60%, para octubre llegarían al 80% y para noviembre al 90%, pero con el corte y retrasos esas buenas intenciones quedaron en la teoría porque la voluntad de proveer depende del Kremlin y no de Berlín.

Los idílicos planes de transición energética hacia una economía libre de combustibles fósiles son a largo plazo y el invierno se acerca. En este momento el 50% de los 43 millones de hogares alemanes precisa del gas barato proveniente de Rusia para la calefacción y ni qué decir de la industria, que pende de un hilo como la vida de un paciente en terapia que necesita oxígeno.

Ante este panorama no es exagerado hablar de desesperación. También es entendible que los distintos países intenten establecer nuevos acuerdos, así como aliados, aunque no sean agradables. El propio presidente de EEUU, Joe Biden, hace un par de semanas se vio obligado a entablar conversaciones con la monarquía de Arabia Saudita, a la que considera responsable del asesinato del periodista Jamal Khashoggi en el 2018.

En su reciente primer viaje a Medio Oriente ya como mandatario, Biden aseguró que no dejaría un vacío para que lo llenen China, Rusia o Irán, marcando las líneas de sus oponentes. Y a pesar

de prometer un paquete de USD 1.000 millones para la seguridad alimentaria de la región y del norte de África, su pretensión de que el mayor exportador mundial de crudo produzca más para bajar los precios del petróleo y aliviar la inflación no fue tomada con mucho entusiasmo. ¿Para qué bajar el precio si a Arabia Saudita le conviene la situación?

En el contexto regional se nota con preocupación que en el primer semestre de 2022 la inflación de Argentina llegó a 36,2%, una cifra alarmante teniendo en cuenta que en todo el 2021 había alcanzado 50,9%, es decir, a este ritmo es lógico suponer que el país supere el 72% a final de año.

El otro país limítrofe de Paraguay, el gigante sudamericano Brasil, aunque con menores problemas, también vio desbordada su inflación, que llegó al 11,89%. Según el Banco Central de ese país, existe un “riesgo” del 88% al 100% de que Brasil no cumpla con su meta de inflación de 3,5%.

Antes de desatarse el conflicto bélico, el presidente de Argentina, Alberto Fernández, ya se había adelantado a establecer nuevos lazos y en febrero fue recibido por su homólogo ruso, Vladimir Putin; acto seguido, hacia final de junio se anunciaba oficialmente que el país sudamericano pidió su ingreso como miembro pleno al bloque denominado BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), que representa el 42% de la población mundial y el 24% del producto bruto global.

Un detalle no menor es Irán, la actual gran preocupación de Israel y EEUU por su creciente amenaza nuclear, el cual también solicitó su incorporación al grupo, al igual que Indonesia, Turquía, Arabia Saudí y Egipto. Recordemos las negociaciones realizadas por el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, quien en visita oficial a mediados de junio firmó con Teherán un plan de cooperación de 20 años.

A pesar de resultar sorpresiva la maniobra argentina, es entendible teniendo en cuenta la crítica situación económica de ese país. Según una publicación de Infobae fechada hace dos semanas “la deuda pública total de Argentina es récord (USD 378.518 millones) y ya representa más de 8 veces el préstamo con el FMI”. Sin embargo, no todo es tan malo, ya que, según estimaciones de AFP, las exportaciones agroindustriales de Argentina este año alcanzarían un récord de USD 41.000 millones, USD 3.000 millones más que el año anterior. Aunque menos desesperada, la situación de Brasil también lo obliga a tomar decisiones “drásticas” que no caen bien a la comunidad “occidental”, como comprar combustible de Rusia, pese a las sanciones internacionales. Cuando al presidente Jair Bolsonaro le consultaron sobre las posibles consecuencias de comprar gasoil de Rusia, respondió: “Quizás deberían preguntar al señor Scholz y luego yo respondo”, haciendo directa alusión al canciller de Alemania, quien presionó para que –pese a las sanciones– Canadá entregase la turbina del Nord Stream 1 que se encontraba en reparación.

Brasil no se sumó a las sanciones económicas impuestas por Europa y EEUU tal vez porque un mes antes de que comenzara la campaña militar contra Ucrania, el propio Bolsonaro también se reunió con Putin en Rusia, donde acordó la compra de fertilizantes para el agronegocio y estableció un precio “barato” de gasoil.

La crisis global generada por la guerra hace que en este 2022, antiguas alianzas comiencen a resquebrajarse, en tanto que otros grupos se fortalecen. Nuevas e insospechadas piezas se mueven en el tablero económico mundial.

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