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Nota Especializada:Genética
Identidad Racial
Necesitamos razas muy bien diferenciadas entre sí. La uniformidad entre razas no puede ser un objetivo de la industria ganadera.
El concepto de raza no es algo natural, tampoco es regalo de Dios, es algo muy humano. Así, nos toca a los humanos cuidar y defender este invento que sin duda ha sido de gran utilidad en la zootecnia. Nuestra especie domesticó al bovino para su beneficio. Después, el humano separó poblaciones de ganado con rasgos específicos para sacar aún más beneficio de la especie sometida. Ese es el concepto de raza, e históricamente ha probado bien su utilidad.
Según la historia, sabemos que hace apenas unos 200 años se abrió el primer “Libro de Registro” allá en Inglaterra (raza Shorthorn, 1822). Esta acción formalizó un proceso, o procesos, que los humanos ya venían practicando desde antes de Cristo; antes, sin llevar libros escritos ni marcas registradas. Luego, al asentar en papel los datos del linaje de miembros de una población de una especie, aislada por voluntad humana, se perfeccionó aún más el concepto de raza. Estas poblaciones incluso recibieron nombres y una identidad racial impuesta por el hombre.
Debe quedar claro que en la naturaleza, en ninguna especie se ve ese concepto de uniformidad de rasgos raciales. Al contrario, para los organismos que nos reproducimos sexualmente, los mecanismos biológicos centrales son totalmente opuestos. En la naturaleza reinan los mecanismos de variabilidad y supervivencia del más apto.
El proceso evolutivo natural del bovino, antes de la domesticación, se tardó muchos milenios (150 a 300 mil años) para darnos al menos dos subespecies bien conocidas: la Bos taurus y la Bos indicus. Estas poblaciones aisladas por fuerzas naturales, desarrollaron rasgos genéticos diferentes de acuerdo con su adaptación al medio ambiente (supervivencia). Sin el mecanismo de variabilidad genética que nos impone la reproducción sexual, esa adaptación de una especie a un cierto medio ambiente, nunca sucedería. Es fácil entender esto ¿no? Entre más homogénea sea la genética de una especie, más riesgo de que esta se extinga, si cambia el medio ambiente en forma desfavorable. Por otro lado, si hay variedad genética, algunos individuos con ciertos rasgos podrían sobrevivir, así como su especie.
Fuimos pues los humanos, con buena causa propia, los que apartamos grupos poblacionales de alguna especie para que nos dieran algún beneficio: llamase carne, leche, pieles, o poder de tiro (para nuestros arados o carretas). También alguna combinación de estas funciones, o incluso todas.
Alguien podría argumentar entonces que el concepto de razas no es muy bueno por los riesgos que le imponemos a la especie domesticada. Sin menospreciar ese riesgo, debemos reconocer que los beneficios obtenidos por ambas especies, la humana y los bovinos, son muy evidentes. Lo que me mueve a escribir este artículo ahora, es la preocupación de ver que algunos quieren homogeneizar aún más las razas por la presión del mercado.
La comercialización actual de la carne en forma masiva intenta homogeneizar el producto: es entendible. El consumidor actual, muy urbanizado en su gran mayoría, está desconectado por completo de los procesos productivos agropecuarios. La variabilidad genética que vemos en un producto biológico como la carne, tiene sin cuidado a dicho consumidor. Este(a) demanda productos uniformes y los supermercados así lo quieren: dependiente, cautivo, y complacido. Con su poder económico, ese consumidor nos dicta ahora cómo debemos producir la carne: nos guste o no.
Estos conceptos modernos de uniformidad le imponen a la industria ganadera una gran presión para tratar de hacer que todas las razas sean más iguales. Esto pudiera parecer bueno hoy para un consumidor urbano desconectado con la realidad que enfrentamos los productores primarios. Los ganaderos intentan producir la materia prima de la industria, los becerros, bajo un sinnúmero diverso de condiciones ambientales. Para que ellos produzcan rentablemente —sinónimo de sustentablemente— ocupan tener acceso a razas de bovino bien diferenciadas. No existe una sola raza que se reproduzca y produzca igual bajo todas las condiciones ambientales.
Entre más homogénea sea la genética de una especie, más riesgo de que esta se extinga, si cambia el medio ambiente en forma desfavorable.
Unas producen rentablemente un dado producto en climas templados o frescos, pero fallan notablemente en condiciones adversas como el trópico o el semidesierto. Otras razas se destacan en condiciones adversas, pero no tienen la misma tasa reproductiva, ni de crecimiento, ni de calidad final del producto. Para el ganadero —el primer eslabón de la industria de la carne— es sumamente importante contar con muchas opciones de razas bien diferenciadas entre sí; o sea, con identidad racial. Si nos dedicamos a hacer que todas las razas se comporten de igual manera, o a reducir el número de razas disponibles, la industria de la carne se podría ver en serios problemas en el futuro. En algunos países esto ya es un problema.
Hay una idea que se repite una y otra vez en los cursos de genética: “hay más variación dentro de una raza, que entre razas”. Esto implica que, al menos en genética bovina, las razas actuales son más parecidas entre sí de lo que normalmente creemos. Entre más tiempo tenga la población de una raza separada de las demás, encontraremos mayor diferenciación en rasgos genéticos. Esto es especialmente cierto en la diferenciación entre las razas de la subespecie Bos taurus, y las del Bos indicus. Estas razas llevaban milenios, no siglos, separadas. Fue apenas hace 100 años que estas sangres se empezaron a mezclar en serio en Norteamérica para darnos las ahora conocidas como razas sintéticas.
El problema actual es que, en muchos casos, con nuestros programas de selección, estamos haciendo que las razas se parezcan aún más entre sí — incluyendo a las razas sintéticas— con la idea de tener acceso al mercado.
Las engordas, otro sector importante de la industria, pueden variar sus programas de finalización de acuerdo con el tipo de ganado que compran. También, ellos pueden variar el producto final en varias maneras para ayudar a preservar todas las razas. Pero esto no sucede en una industria segmentada, como la del Sistema Producto Bovinos Carne. Entonces, los beneficios económicos se atoran en los sectores de valor agregado: ellos no ven por la salud del productor primario. Esa defensa les tocaría a los gobiernos y al mismo sector ganadero, el cual, para lograrlo, debe estar bien organizado y unido. Esto, es fácil decirlo, pero muy difícil que se de en la realidad. Otra opción es la integración vertical, pero esto requiere mucho capital y manejo de riesgos: no es algo fácil de operar.
Un gran reto para la preservación de la identidad racial de nuestras razas puras es que estos —los productores de genética— son un subsector 100% dependiente de los productores primarios. Si el precio de la materia prima, el becerro, es bueno, el ganadero puede pensar invertir en genética. Cuando el precio no es bueno, les toca a los gobiernos proteger con algún tipo de subsidio al productor de genética. Necesitamos que los gobernantes hagan conciencia de que la genética bovina es un bien de interés público muy ligado a la seguridad agroalimentaria del país.
En fin, ir en contra de la naturaleza no es muy recomendable para ningún ganadero, por más presión que le ponga un consumidor adoctrinado por el mundo corporativo con sus libros de mercadotecnia. Tratar de producir carne con especificaciones, modificando el medio ambiente, podría resultar algo no sustentable en el futuro. Además ¿quién nos puede asegurar que el mercado no cambie en el futuro? Por esto el sector primario debe enfocarse a defender y cuidar la identidad racial en nuestros bovinos de hoy en día. Claro, el productor primario debe mantener un ojo en las necesidades de los siguientes segmentos de la cadena productiva. Sin embargo, primero debe asegurar la subsistencia y rentabilidad de su propia empresa. No es posible producir ganado acorde al mercado cuando este no le deja dinero extra al ganadero.
La adaptación milenaria del bovino para sobrevivir en el trópico del Valle de la India, de donde salieron las razas de la subespecie Bos indicus, es un recurso genético muy valioso. Esa adaptación al medio se la hemos ahora transferido a varias razas sintéticas que producen bien en situaciones adversas. Sin embargo, la selección natural que favoreció a ciertos bovinos primitivos hace miles de años, concentrando ciertos genes, no tiene nada que ver con el mercado y sus demandas de cierto tipo de carne. La tarea de los genes es darnos un cierto efecto sobre el fenotipo trabajando en conjunto con el medio ambiente. La adaptación del bovino a climas adversos no va necesariamente a tono con las necesidades de cierto tipo de carne, como la que más nos gusta hoy en día.
Tampoco podemos decir, por evidencias, que esa adaptación a climas adversos dio como resultado buenas tasas reproductivas, como las que favorecen al negocio ganadero. Entonces, somos nosotros los humanos, los creadores de razas, los que debemos trabajar con lo que no dio la naturaleza. Podemos combinar y cruzar las razas disponibles para atender las demandas actuales de mercado. Pero debemos también preservar el “semillero” con todas las razas disponibles en su estado original para poder producir carne en el futuro. Creo que las evidencias actuales del cambio climático en nuestro planeta, son suficientemente fuertes como para hacernos razonar sobre la importancia de la identidad racial de nuestros bovinos. O qué, ¿ya se decidió usted a probar y consumir pura carne hecha en laboratorio de aquí en adelante?