CUADERNOS DE POESIA
INSTITUTO DE "CULTURA PUERTORRIQUEÑA
San “Juan de Puerto Rico 1990
INSTITUTO DE "CULTURA PUERTORRIQUEÑA
San “Juan de Puerto Rico 1990
Ilustraciones de Jj. A. Torres Martino
INSTITUTO DE CULTURA PUERTORRIQUENA
San ‘Juan de Puerto Rico
7990
9 Instituto de Cultura Puertorriqueña
Segunda edición, 1990
ISBN 0-86581-109-1
Impreso en República Dominicana
Printed in Dominican Republic
Impreso por Editora Corripio, C. por A.
Calle A esq. Central
Zona Industrial de Herrera Santo Domingo, República Dominicana
CADA DIA TIENE UN PAJARO
CAMPOS DE PUERTO RICO
ARBOLES DERRIBADOS
LA PARED DE MADERA
LA NOCHE DE LOS ARBOLES.
LA MUJER MORENA.
LA TAZA DE CAFE NEGRO
RON DE JAMAICA
SINFONIA EN AZUL
MEDIANOCHE
SINFONIA DEL MAR NUESTRO
LA DECIMA CRIOLLA
LA CARNE QUE TE CUBRE
LA NOCHE.
DE JARDIN
VARISTO RIBERA CHEVREMONT nació en San Juan de Puerto Rico. Autodidacta de fino espíritu y sensibilidad, desde su adolescencia siguió la senda de la poesía. Colaborador desde entonces en las revistas y periódicos del país, en 1912 publicó su primer libro de versos, Desfile romántico. De 1919 a 1924 residió en España, experiencia que contribuyó grandemente a su formación literaria.
En la lírica puertorriqueña es Ribera Chevremont uno de los poetas de mayor fecundidad y versatilidad. Profundamente individualista, se ha mantenido independiente de grupos y escuelas, sin dejar de reflejar diversas influencias, como el modernismo y el vanguardismo. A partir de 1928 se advierte en su obra una vuelta a la objetividad sencilla y pulcra, en que la lírica se funde con la perfección formal. Su trayectoria poética ha sido objeto de un valioso análisis de la doctora Concha Meléndez, publicado en 1946 bajo el título de La inquietud sosegada.
Entre los numerosos libros publicados por Ribera Chevremont, y que sólo recogen parte de su producción total, citaremos Los almendros del paseo de Covadonga (1928), Color (1938), Tonos y formas (1943), Anclas de oro (1945) y La llama pensativa (1954).
El presente cuaderno incluye poemas ya publicados e inéditos.
Cada día tiene un pájaro lleno de cristal de agua.
Cada día tiene un pájaro; cada pájaro, una rama.
Su pico da la frescura de las fuentes, en las ramas. Y las ramas se hacen flores, y todo el aire es fragancia
Cada día tiene un pájaro de voz clara, clara, clara; cada día tiene un pájaro; cada pájaro, una rama.
Cada día tiene un pájaro lleno de cristal de agua.
Cada día tiene un pájaro; cada pájaro, una rama.
Hoy, el ruiseñor que riza rizos de notas ; mañana,. el turpial maravilloso al verter la dulce alba su blanco pote de leche en la ubre de las vacas.
Cada día tiene un pájaro; cada pájaro, una rama.
Cada día tiene un pájaro de voz clara, clara, clara; cada día tiene un pájaro; cada pájaro, una rama.
Un pájaro gris o negro; verde o de plumas doradas; 'N Za < ANOS q UG NA te > Wi, W/ 4 azul, de un azul brillante; o rojo como una llama. Una canción es el pájaro; una canción es la rama; y pájaro y rama sueñan, llenos de cristal de agua.
Cada día tiene un pájaro de voz clara :clara, clara: cada día tiene un pájaro; cada pájaro, una rama.
Bebe el pájaro rocío; el rocío está en sus alas; y el pájaro y el rocío son finuras de la rama.
Cada día tiene un pájaro; cada pájaro, una rama.
Cada rama tiene un nido; cada nido, un son de alas.
Cada día tiene un pájaro de voz clara, clara, clara. cada día tiene un pájaro; cada pájaro, una rama. Con el día, se va el pájaro; con el pájaro, la rama; y sólo queda el recuerdo del cantar y la fragancia.
Así, en sucesión constante, pasan pájaros y ramas; y el corazón siente el peso de lo que empieza y se acaba.
¿Qué sois, campos del dulce Puerto Rico?
Campos, ¿qué sois? El corazón os llama y os mezcla, en el torrente de su sangre, con las calcomanías de la infancia.
¿Qué sois, campos del dulce Puerto Rico?
Rincones del color y la fragancia.
Rincones donde habita la simpleza —trabajadora de las manos de hada.
Campos que en otro tiempo descubriera cuando, montado en una yegua blanca, con candor jubiloso recorría las rutas donde el barro rojeaba.
No sólo por el bien de los recuerdos, sino por la ilusión que me acompaña —ilusión de la rosa y el rocio— campos de mi país, os doy el alma.
Campos de Puerto Rico, campos donde son tantas las mercedes de la savia.
Campos donde confunden sus bondades y sus glorias las yerbas y las aguas.
Colinas donde el sol no falta nunca.
Riberas guarnecidas por las cañas.
Riberas donde el lirio es una joya pulcramente labrada en oro y plata.
Terrones removidos, familiares y oscurecidas piedras agrupadas en bellos sitios, por mis pies hollados ; sitios donde una fuerza se levanta.
Pálidos bueyes de mirar suave; bueyes que rumian mansedumbres claras v que, estampados en paisajes verdes, su palidez en la verdura bañan.
Tal vez un día, campos milagrosos, en vuestra paz construiré mi casa.
Será en el punto en que las aguas salten y en el que resplandezcan las naranjas.
Allí estarán los pájaros natales de lustres y matices en las alas.
Allí estará el amor que es mi ventura.
Allí estará, con limpidez de agua.
Hoy vuelvo por la larga carretera, donde curva el bambú su copa flácida, donde el aire establece su dominio, donde una virgen plenitud irradia. Pueblos en rojo y en azul fulguran.
Un lindo pueblo junto a linda playa.
Una vereda. En la vereda, un árbol.
Y, en el árbol, la tórtola que clama.
Mis árboles vetustos y rugosos ; mis árboles extáticos y quietos, de troncos grises y rojizas hojas, unos tras otros, derribados fueron. Mis dulces camaradas, enlazados, con las cintas azules de los juegos, a mi niñez solar, cuando las cosas se mantenían en celestes fuegos. Ellos me soliviaban con su sombra magnífica de pájaros y vuelos, de nidos y canciones. Que ellos eran los árboles más finos de aquel tiempo.
Arboles que admiré, ¿dónde se encuentran?
Hoy sangran, hondamente, en el recuerdo. Hoy sangran, como tantas alegrías y tantas glorias, corazón adentro. La casa colonial fue destruída ; y el aljibe vistoso, que, en el centro del patio, se elevaba, con su cubo, de desflecado cáñamo sujeto, también fue destruído; y yo —fantasma de lo que fui— deambulo por el pueblo, parándome en el sitio en que tenían los árboles más pompa y lucimiento.
Palpo la tierra donde crujen, truncas, las raíces, y grito: —j No os encuentro!
Y hay una voz, hay una voz extraña; voz que proviene de lo más adentro de las raíces truncas:—j; Aquí estamos hoy somos más profundos y más bellos !—; y a las raíces truncas yo respondo: —jCallad, callad, raíces, yo os comprendo!
Mis árboles vetustos y rugosos mis árboles extáticos y quietos, de troncos grises y rojizas hojas, unos tras otros, derribados fueron.
La pared de madera me habla con voces rojas: «Eramos bellos árboles de encendido ramaje. Nuestros brazos cedían al peso de las hojas y nuestros frutos eran la gloria del paisaje.
Azulinosos pájaros y bermejos insectos
hollaban nuestros troncos, pisaban nuestras ramas; y, al calor dulce e íntimo de sus hondos afectos, corría por nosotros sutil sangre de llamas.
Un día, leñadores, contra nuestros escudos, blandieron fuertes hachas. Se oyeron gritos roncos;
y pájaros e insectos volaron. Golpes rudos destruyeron los negros escudos de los troncos.
Ahora somos la casa, confortador abrigo. El día canta y sueña por nuestros corredores.
Y la tarde nos colma de ternura de trigo con los panes dorados y la miel de las flores.
Si amor tenéis, amores tenemos, ansias rojas como en los buenos tiempos en que lucíamos ramas.
Nuestra ilusión aún quiere sentir las verdes hojas y aún corre por nosotros sutil sangre de llamas.»
La noche golpeaba con su sombra los caminos. Los árboles bordeaban los caminos. Poseían una extraña belleza. Sus troncos, alumbrados por la luna, tenían una sensual coloración de carne
La noche era un secreto en los caminos.
Algunos grandes árboles dividían sus troncos en dos ramas; y eran sus ramas muslos en rudas y gozosas posesiones.
Potentes de infinitos y de estrellas, los árboles se daban en la noche.
Un eléctrico ardor los exaltaba. La noche era un secreto en los caminos.
Los arboles se amaban. Los arboles se daban, incendiadas sus copas, de anchurosos follajes de humareda Yo notaba en mi cuerpo las raras y punzantes vibraciones de las ramas en lubricos enlaces.
La noche era un secreto en los caminos.
Acaso era yo un arbol quemado por la fiebre de los arboles que bordeaban los caminos.
Acaso era yo un árbol.
La luna, en curva blanca y fulgurante, presidía la noche en los caminos.
Eres morena, y es tu sangre azúcar de púrpura en los caños de tus venas. Hay en tus manos —tazas bronceadas— arenas de Mogreb, rosas de Iberia. De España al Archipiélago, tus padres hierven su sal en andaluza estela. Aguas peninsulares y caribes descubren en sus conchas tu belleza. Y, hallándote en la cuna de las islas, en la que te amamantan las estrellas, dase a creer tu corazón criollo al denso hervor de las nativas fuerzas. Africas lujuriantes y tostadas, cundidas de serpientes y palmeras, dicen que surgirás donde dominen las formas de la fiebre y la indolencia
Flexible caravana de mujeres de tu color viene de aquellas tierras.
Hay un secreto pasional y bárbaro en el curvo carbón de sus ojeras.
Tú tienes el color que hay en sus ojos.
Tú tienes el color que hay en sus cejas.
Pero la gracia de tu carne es única, único el fuego que en tu carne quema.
Y tu carne es de olores incendiados : olores de salitre y brujas yerbas, olores de resina y savia, olores de zumos y raíces de la tierra.
De espigas de maíz se hace tu carne, en que su llama el trópico concentra.
De espigas de maíz se hace tu carne; tu carne inconfundible de morena.
Embriagan los olores que despides cuando, ondeante, musical y plena, alzas los brazos con impulso ardiente y el haz azul de tus cabellos sueltas.
Cuando, a los soles de los mayos nuestros, bajo los limoneros tú te entregas, la esencia innumerable de los campos es en la sangre tuya que se encuentra. Las islas enmeladas y melosas, orladas de vergeles y colmenas, saben a ti, saben a besos tuyos, a besos que en tus labios tú calientas. Yo gusto en los panales antillanos los almibaramientos de tu lengua. El sabor que tú tienes en los labios no lo tienen las hembras de otras tierras.
Tú mandas en las islas irisadas ; tú, la morena rítmica y perfecta, frente a los horizontes a que asoman barcos con cargamentos de canela. Espuma de piratas tal vez cerque, con celo de burbujas, las riberas, donde, madura de tus climas, rindes al ansia del amante tu opulencia.
Morena, eres morena —flor de razas—.
Y yo, que soy guardián de tus riquezas de carne y hueso, avaramente guardo, en finos medallones, tu silueta.
Morena, eres morena —flor de razas—.
Morena, eres morena, eres morena. Hay en tus manos —tazas bronceadas— arenas del Mogreb, rosas de Iberia.
Todas las tierras del mar Caribe.
Todas las tierras, todos los pueblos.
Todas las tierras del mar Caribe me dan la taza de café negro.
Todas las tierras del mar Caribe. Todas las tierras, todos los pueblos.
Todas las tierras, bajo los cocos, en ricos zumos me dan su aliento.
Todas me ofrecen cárdenas bocas, teces cobrizas y rizos negros en la humareda tibia y fragante que da la taza de café negro.
Todas las islas del mar Caribe —verdes y azules, naranja y fuegofijan el numen precipitado de vena y sangre, de carne y fuego
Y es en los zumos encandilados ; es en los zumos del café nuestro donde comienza la exuberancia densa y candente de nuestro léxico.
Todas las islas del mar Caribe —mágicos mares, lúcidos cielos—.
Todas las tierras, bajo los cocos, me dan la taza de café negro.
Todas las islas del mar Caribe —curvas y rectas en movimiento; son requemado con rones fuertes— me dan la taza de café negro
Todas las islas del mar Caribe. en áureas playas y verdes puertos.
Todas las islas, todas las tierras, me dan la taza de café negro.
Todas las islas del mar Caribe
Todas las islas de fiebre v sueño.
Todas las islas, todas las tierras, me dan la taza de café negro.
Ron de Jamaica! Ron en pipita!
Ron incendiado, quema el gaznate.
Vastas y bruscas fuerzas descubre el ron que es mezcla de fuego y sangre.
El negro sirve bañado en risa.
La dentadura, sana y cortante entre los bembes desmesurados, muestra el más puro de los esmalltes.
Ron de la negra Jamaica! Brinca como un salvaje por sus penates.
Sonoro y macho, canta en las copas; canta en las copas con lenguas que arden.
Triunfa Jamaica con sus alcoholes.
Huelen el recio tufo fragante
todas las islas comunicadas por mercantiles rondas de naves.
Todas las islas son invitadas; todas las islas de nuestros mares; todas las islas que resplandecen con sus pulseras y sus collares.
Las islas beben; beben y sudan en las marismas casi sin aire.
Trópico, trópico, trópico. Verdes y azules. Rosas de crema y lacre.
Las islas juntan cañas y soles, Por cielo en pompa de oro y granate rueda la hipérbole desquiciada, desmelenada de ímpetu y viaje
Ya los tambores tamborilean.
Las islas danzan al son de carne.
Ritmos de aceite van lubricando las coyunturas de los danzantes.
Es la pintura de las Antillas.
Embriaguez, verbo, pasión y baile.
¡ Ron de alambiques de brujería el ron que a tierras caribes sabe!
Ron de Jamaica! ¡Ron en pipita!
Ron incendiado, quema el gaznate.
Vastas y bruscas fuerzas descubre el ron que es mezcla de fuego y sangre.
Voy cosechando azules en el azul escueto de la zona del trópico. Los campos, invadidos por vegetales masas, revelan el secreto de abril, el de los fuertes y lúbricos sentidos.
Las aguas y los aires se muestran exaltados; palpita, en expansiones gozosas, la arboleda; y descúbrense lúcidos e hirvientes los poblados de los que se desprende brillante polvareda.
Vibra el azul, nutrido de fuerzas y alborozos.
Relampaguean verdes, refulgen escarlatas v esplenden amarillos y azules. Toques mozos tienen en los jardines las resurrectas matas.
Algunas flores, túmidas y azules sus corolas, se inmergen en las luces magnéticas del día.
En las riberas cálidas su azul curvan las olas. Dice el azul su etérea, compleja sinfonía. [38]
Mediodía. Calle y casa en la luz. Colory brillo. La arboleda es verde masa moteada de amarillo.
En las palmas, el acento de la hora zenital; hora del embaimiento y del gozo convival.
Toda distancia se azula. Todo azul se bruñe de oro. Mi pensamiento copula con el punzante decoro.
Mediodía. Pincelazo de algún moderno pintor que aprieta el puño en el trazo para pintar con vigor.
Mediodía. Laxitud.
Cielo que, ardiente y cercano, impone su pulcritud a la hosquedad del pantano.
Verde y gris, la carretera.
Algún murallón de España, donde fija la palmera su sombra de telaraña.
Entrelazadas, las calles corren hacia el viejo puente.
Abultados, los detalles dan plenitud al ambiente.
Mediodía. Mediodía.
Muelles. Barriles. Maderas.
Toda en plata la bahía.
Oro en las grandes vidrieras.
Polvo. Polvo. Carbón. Humo.
Humo en delgada espiral. La riqueza de un sol sumo, regiamente ornamental.
Mediodía. Callejones en silenciosa esquivez.
Trepidar de los camiones. Entibiada dejadez.
Moscas. Moscas. Parda gente. El ladrido de un mastín.
El són filoso y mordiente de un radio de cafetín.
Verde y azul. Masa y brillo.
Recias líneas españolas en la mole del castillo. Olas, olas, olas, olas.
Hileras de rocas. Sal del atlántico salero.
Y la luz, tan vertical, sobre el turbio embarcadero.
Caracoles en la arena. Policromos caracoles. Y la palma enana, llena del calor de muchos soles.
Pulso de siglos. Potente, vibra en lo inmenso del mar la milagrosa simiente que nunca se ha acabar.
Puerto y muelles. Soñolencia. Todo en sombra el callejón. Es pausada la existencia. Huele a pipita de ron.
En el blanquecino muro BD el rojo anuncio de un bar. Un aire, que es aire puro, viene del lado del mar.
En el mar, de azul labrado, bote, yate y bergantín.
Y, junto al mar, el poblado: notas en verde y carmín.
Brusco sol en la fachada de renegrido almacén.
Y una sangre inesperada que da en corazón y sien. [43]
Después de los quemantes mediodías — los mediodías de metal y brasa —, llegan las noches acariciadoras en nuestras islas de bambusa y caña.
Islas hirvientes de la mar Caribe. Islas reverberantes e incendiadas : Cuba del son, Quisqueya del romance, Haití brujo, Borínquen de las aguas.
Y las innumerables islas negras que resplandecen en la ruta mágica: las islas del añil y del tabaco; las islas del cacao y la melaza. Las islas chamuscadas y humeantes ; las islas que se ayuntan en la danza; las islas — verde y bronce — que se ciñen rudos collares de inflamado grana; las islas que, en las venas verdeazules del mar en fiebre, su secreto entrañan.
¡Qué ardientes son las islas del mar nuestro cuando la luna llena las empapa!
Y la luna, qué ardiente, cuando, en blanco, su relumbrante redondez alcanza!
¡Qué ardiente el cielo cuando lo golpean los soles, empolvándolo de nácar!
Y el viento, que es señor del Archipiélago, ¡qué ardiente entre las rocas y las plantas!
Qué ardiente cuando, denso y encendido, en la extensión de las marismas calla!
¡Qué ardientes son las islas del mar nuestro!
¡Qué ardientes son las islas cuando, en llama de crudas vibraciones, sus corolas de anchor meloso en las riberas alzan!
Qué ardientes son las islas del mar nuestro!
Las islas excitantes y excitadas ; las islas que, en alcobas bienolientes de hierba y flor, su desnudez regalan.
Las islas turbadoras y envolventes; las islas seductoras en sus calas; las islas que en sus calas entrecruzan, cercándolas de azul, velas y jarcias. E Rincones exudados y emolientes, = donde se aduerme la palmera enana; rincones donde, en talamos jugosos, se dan niñas de tez acanelada; rincones donde simples instrumentos endulzan con eróticas tonadas; rincones a los cuales vienen barcos en busca de café, ron y naranjas.
La décima criolla— puntal del continente, puntal de lo indohispano — de espíritus se llena.
se impone en nuestra zona de planta, mar y arena.
Autóctona, calada de lo nativo, hirviente, Propio es su contenido, propio es su continente.
La décima es caliente, la décima es morena.
y” Si el gato le da uña, le otorga el perro diente.
A Wy, . Y am Punzada por el tiple, la décima resuena.
É Mr
U Al cuerpo, que es flexible, la gracia se le anuda.
| Pica si se sazona, quema si se desnuda.
Pegando o requiriendo, la décima es de bríos.
Son ácidos y dulces los jugos que ella entraña; Bi , en mi país vestido de coco, bambú y caña, y NA
y
| la décima establece su imperio en los bohíos.
Hoy tú me has preguntado cómo era la familia. Mi abuelo era de Francia.
Mi abuela era de España.
De Puerto Rico era mi madre. Sangre NM francesa y española ella tenía.
El abuelo era rico y era dueño de un alma generosa, de una buena cultura y conversaba como pocos conversan.
Yo te he enseñado mucho su retrato.
Miralo nuevamente mira su frente amplia; mira sus ojos nobles y profundos, llenos de claridad ; mira su barba, que al rostro expresión grave proporciona.
El nombre que ostentaba era su nombre.
El nombre lo hace el hombre en su entereza. El nombre en él empieza, en él acaba.
Este es el retrato de la abuela.
Fíjate en el orgullo y la firmeza que hay en su rostro. Fíjate en la boca, que anuncia lo guardado en el valiente espíritu, abundante de recias actitudes.
Su voz fue de altivez y de arrogancia.
Pasó de la riqueza a la penuria, sin quejarse; mantuvo su decoro hasta la muerte; su carácter nunca se dobló; en el retrato se la ve cómo era.
Traje de raso negro, mantilla y medallón luce la abuela.
Esplende con el aire de su España
Este es el retrato de mi padre.
La vida de mi padre fue de color y fuerza.
Ganó dinero y lo arrojó a la calle.
Quienes lo conocieron en los días de bienestar me cuentan de su desinterés y su elegancia.
Vestía bien y era cabal modelo de gracia y cortesía.
Pobre, vivió de su trabajo. Siempre se mantuvo con honra en la pobreza.
Y no dejó su sueño: el amor infinito en la belleza.
Este es el retrato de mi madre.
Murió en la juventud: veintitrés años.
Cuando murió mi madre yo era un niño pequeño.
Sin embargo, recuerdo el día de su muerte.
Le cortaron la oscura cabellera; la amortajaron delicadamente, y le encendieron cuatro grandes cirios.
Blanco y bello, su rostro fulguraba; la luz de él emanaba.
Mira su rostro. Miralo brillar místicamente con la mantilla y el encaje negro del cuello de su traje.
La cadenilla de oro, que le cruza el pecho, es como un hilo de su excelente corazón de santa.
Era la amparadora de los pobres.
Sus manos, tan suaves, no se cansaban de dar nunca; daban las cosas del ropero y la alacena
Mi hermana murió al año de tu nacer. Qué mucho te quería!
El alma reflejábase en su rostro
Y el rostro era de luz, de nardo. El mundo era, por ella, compasión, ternura.
Vivió para su casa y su familia.
El mundo perdió un alma con su muerte.
Y ahora tú, que eres gloria de mi casa.
La casa, en orden de conducta y canto, me endulza, porque en ella tú y tu madre curan, con los cariños más ardientes, mis heridas de hombre y de poeta.
La carne que te cubre, Señor, es un secreto.
Firme, con la belleza de sus grandiosos trazos, refulge en tu alta frente, vibra en tus tiernos brazos, y ajústase a las músicas hondas de tu esqueleto.
La carne que te cubre no muere ni envejece.
Como un amor de flores, como una luz muy pura, como un agua en su límpida condición de frescura, como una fe de albas, se entrega y permanece.
La carne que te cubre, Señor, es duradera; y ha de triunfar tu carne, librada de pasiones, librada de torturas. En haz de irradiaciones magníficas, retorna con cada primavera.
La carne que te cubre, Señor, es lanceada; y, sin embargo, herida, tremendamente herida, manando sangre, puede ser manantial de vida.
En medio de los siglos, tu carne es llamarada!
La noche está tejiendo ramajes de blancura sobre las arboledas y el caserío. Luna.
No hay luces en la casa. Los patios dan su música. Si el sapo canta solo, su nota el grillo aguza.
Quietas están las palmas; la noche las azula; algunas, plateadas, se agitan y se juntan.
La noche tiene un alma que es alma de dulzura.
Tan grande es el silencio del mundo, que se escucha!
La araña, en los rosales purpurinos, tejió su tela gris, a grandes tramos, tejió su tela gris, a tramos finos, sobre hojas verdes'y sangrientos ramos.
El rocío cubrió de gotas cada hilo gris, y, en la leve geometría de la tela graciosa y bien hilada, refulgió rutilante pedrería.
Al peso del rocío, fue la tela rico collar de sartas luminosas que en el verde jardín se volvió estela de astros sobre el cráter de las rosas.
Y allí esplenden los mágicos collares —los collares lumínicos y bellos— dulcemente curvados y estelares sobre las flores de flexibles cuellos.
Grata lluvia de abril! Baño de los árboles. Frescores del más puro mes del año.
Lluvia —cristales, temblores
A esta lluvia, que se afina en los múltiples jardines, de la tierra su ola fina de rosados y carmines.
Festival de abril! Herido por no sé qué amor, derrama su voz el-pájaro. El nido en la humedad de la rama.
Y tú, corazón, ¿no sientes los claros golpes pequeños de la lluvia, transparentes como la faz de los sueños?
Este cuaderno de poesías se terminó de imprimir en el mes de diciembre de 1990 en los Talleres Gráficos de Editora Corripio, C. por A. Calle A esq. Central, Zona Ind. de Herrera Santo Domingo, República Dominicana