CUADERNOS DE POESIA
INSTITUTO DE CULTURA PUERTORRIQUEÑA
San Juan de Puerto Rico 1995
INSTITUTO DE CULTURA PUERTORRIQUEÑA
San Juan de Puerto Rico 1995
Ilustraciones de Nora Rodríguez Vallés
INSTITUTO DE CULTURA PUERTORRIQUEÑA
San Juan de Puerto Rico 1995
Derechos reservados
O Instituto de Cultura Puertorriqueña
Primera edición, 1995
Diseño e ilustraciones: Nora Rodríguez Vallés
Diagramación: Beatriz Vega Meléndez
ISBN 0-86581-491-0
Instituto de Cultura Puertorriqueña
Programa de Publicaciones y Grabaciones
Apartado 4184
San Juan, Puerto Rico 00902-4184
Teléfono: (809) 725-7515
Fax: (809) 723-1827
IOLETA LOPEZ SURIA nació en Santurce, en 1926.
Enmarcada dentro de las corrientes nuevas de la lírica de nuestros tiempos, su poesía — en opinión de la estudiosa Josefina Rivera de Alvarez— se desarrolla desde un verso inicial que revela particular inclinación por lo infantil, lo diminuto y lo tierno... hacia un quehacer posterior, revestido de la total complejidad de su mundo anímico y de su visión madura de las cosas.
Las poesías contenidas en el presente Cuaderno responden a la selección expresamente realizada por la autora pocos meses antes de ocurrir su muerte el 30 de diciembre de 1994.
Conforme el decir del crítico literario Juan Martínez Capó, “dejemos que la propia poetisa, con su mágico hilo de Ariadna, nos guíe y logre sacarnos del dédalo”.
N ORA RODRIGUEZ VALLES nació en Puerto Rico, estudió enlaUniversidad dePuerto Rico yobtuvo elgradodemaestría en arteyestudios delamujer enelVermont College de laUniversidad deNorwich enVermont.
En 1987 ganó elPrimerPremio enDibujoyen1989eldePintura del Ateneo Puertorriqueño en San Juan. En 1990 la Fundación Arana le otorgó una beca de estudios en París yen 1991 obtuvo elpremio “SPADEM PetitFormat” delaGalerie Espace Latinoamericaine enesa ciudad. En 1994 ganalaMedalla deOro enlaSegunda BienaldePintura Centroamericana y del Caribe además de Mención de Honor en el Segundo Certamen Nacional del Museo de Arte Contemporáneo de Puerto Rico.
Sus obras seexhiben ennumerosas colecciones entre lasque se encuentran lasdelAteneo Puertorriqueño, laCompañía deTurismo, el Museo deArteModerno deSanto Domingo enRepública Dominicana yelMuseo de SaintMaur enFrancia.
E ewe este milagro, ido laid que asomas tu extrañeza. A Se hace espejo el sonido AA oigo el arpa en silencio, A AN su cobrizo perfil allá en el piso, UA este ser cuerda, cuerda en extravío. NAAA Bécquer le dio su sombra su luminosa sombra de poesía. Hoy se me vuelve pedregoso el sueño en mi atrecho de isla y cuerdas enconchadas. Me desdoblo en el arpa ZA colia, allá en su roce, Sig ZA la cubeta raída Ha — asombrada existencia así que entre otras cosas recordaba la cítara, el salterio.
Crecida de baldosas adherido abandono, tan oscura simiente la esquina en que reposa como un estoy aquí donde no espera.
Arpa, existencia, vida estrellas la tiniebla en profecía encandilas cavernas en tu esfera siento tu sed, tu sombra en salmo encartonado si el rastro gregoriano activa el renacer, unisona plegaria.
Arpa envolvente, rozas el torrente destino solitario de aquel árbol crujiendo su verano sin hojas.
Amor, dorada celda
San Juan riega su acíbar del cieno reverdeces así como la lira arpa que el polvo acecha y ya ni sabe apenas que es arpa y que es poesia, desmantelado el tiempo hace hilachas su ausubo, los dedos que tremolan yema herida, latente cada cuerda poema cada cuerda escarlata clavija ya lejana emprendiendo la andanza. Un reposo hecho arpegio coyunturas que aclaman arpa, rezo, palabra lejanía que acercas todo lo que es ceniza fuera seda la usanza incorpórea destilas ese acá que realiza su lento ser en grietas. El arpa allá en la esquina esperando la mano que sepa arrancarla.
de Odas y ácaros, 1994 [15]
D el tío los muñones abrían sus tijeras. Ocho dedos filosos en un carnoso enjambre. Tocaba allá en las tardes el serrucho doliente era un vibrar del arco en su ardiente pulgar. Fuera ornato indecible la canción de sus venas aquel nacer sin codos de brazos que no eran.
[18]
Y el tío fue una fiesta que cercó la inocencia.
Así su impedimento enterró la tristeza.
Ese tío sin codos
Félix Carlos, fuera orador de plaza, prócer, cometa.
Allá en el malecón del río a Garrochales o el Pajonal a secas ramo y quimera.
Saltó vara y estrella pértiga ilusa de esposo a enamorado peregrinaje ambos a dos de primos.
Sembraba la alegría y se fue sin decirnos.
de Odas y ácaros, 1994
Elias unos pinos claros, transparentes de olvido. Yo de irlos recordando paso el tiempo conmigo. Mas alla de las nubes, reviviendo despacio, les senti como un golpe de ramaje varado. Hubo unos pinos largos subidos de misterio, bajo el légamo en savia desplegaban sus dedos.
Ah las venas heridas, cardadoras del viento y el corazón ya hueco de cuchillo hacia el cielo.
de Hubo unos pinos claros, 1961
D ios se ha vuelto de pinos esta tarde. Hay tanta sombra que parece que hay luz. Su cuerpo bueno cruza llanuras láúcidas, embriagantes, solas. Se balancea altamente, anda sobre una mirada espesa. Cruza manando campos de maderas mojadas. Sus plantas se angustian de oscuridades nuevas, extasiadas, sin límite. Tiene sed y baja sus ramas dignas de una muerte entregada. Dios metamorfoseado gozando del salitre que le quema, humedeciendo su frente abisal.
Dios sosegado, nacido de comprensión, sobre augusta llanura, queriendo latir profundamente. En una p az lenta queriendo enterrarse, puro de sangre que baja hasta los pájaros. Dios en las ramas, Dios hecho manos, fluyente, cabizbajo, anegado hacia sí, hermoso.
de Hubo unos pinos claros, 1961
D dónaños porque llevas la piel pegada al alma.
Perdónanos porque entierras tu dolor en la nada.
Perdónanos porque el mundo te exploró como zarza.
Perdónanos por europeizarnos, literaturizarnos y dar la espalda a tu encono tan cerca.
Perdónanos porque fuiste cáliz oscuro y asta.
Perdona al que te arrancara la alegría del alma.
Perdona a los exóticos que te desgranan de ritmos y de color y gritos sin bajar a tu entraña.
Perdona al que en lanzallamas de eufemismo te reduce y tc exalta.
A los que te dividen no les perdones nada.
Perdona a los ciegos que sólo ven tu cuerpo.
Perdona al que te ha negado tu color sin colores.
Nardo nublado y recio de estrellas apagadas, hoy llenas hasta el fondo tu negrez silenciada.
El grito se hace polvo en la conciencia humana, llevas tá como nadie la piel pegada al alma.
\ Cono voy a departir con estos muebles que hasta ahora me inundan la mente en un haz desmoronado de recuerdos! Yo de pronto creí que te iba a encontrar entre ellos así en un instante que hablases o repartieses tus antiguos gestos, verte de perfil desde aquel adiós y sólo presentir aquellas pisadas, la soñolienta espalda y esa tu voz subiendo cautiva en el marco leve marco de la ventana. No te quedes así sin repetirte hoy furibunda, cruzo la pared en un gesto imprevisible escuálido de lluvia. Me hastía todo esto. Estos muebles tan quietos hasta nunca si echaran avolar por no quedarse como esta consola augusta (es como si regase su cuerpo de lapa hinchada con atisbos de araña).
Ah los muebles, los muebles capaces de tragarnos.
¿De qué nos sirven cuando estamos solos?
Son muebles cuando hay alguien de lo contrario, se abisman rugen de silencio si el espejo calca las hendiduras de nuestra piel interrumpiendo el tiempo. Hay golpes en la vida, vida Vallejo, Vallejo muerte.
¿Por qué tantos espejos?
El espejo es la tumba del hombre, transparenta sus huesos, las grietas de sus huesos.
El espejo de momento le dice le golpea la verdad, le recuerda su trasunto de espectro. Somos algo que se hunde en un mueble fuimos belleza inútil que hoy se hiere. Aquel sofá que acoge mi total desamparo. Pobre canto sin voces en su simple tratar por culpa del espejo por culpa del espejo esa herida de agua esto que somos se acuesta a vivir muriendo.
de Argénida, supiste..., 1984
ices desde siempre va despojando el tiempo en las ventanas qué claridad a medias filtró por las rendijas mágica lobreguez que se rendía, cuando la pincelada a veces lenta, a veces rauda revierte el corazón en maestría. Oscura dejadez de palangana la mano esparce, amanecido el mármol late el óleo de un rostro adolescente.
Y el maestro tornasola vestidos en cascada blancura. Cierta ternura inerte.
Azulosa la herida del sueño impenetrable. La calcinada soledad se cierra. Y se despoja el tiempo, Maestro, no te vayas. La pisada que arrastra en ápice de bruces anuncia la partida. El pincel que se aquieta, la vida.
de Odas y acaros, 1994
Diste forma a mi muerte. Desde ti vivo el ayer de lo que viene. Por lo cerca que estabas tan arduo fue el tratarnos si no nos conocimos. Te hiciste niño anciano clamando por tu madre desesperado al irte. Padre arsenal, intenso al dejarnos fue como si llegaras. Ya que viví tu muerte la mía será ajena.
M. dicen que la deposite en eso que llaman un ‘home’: que salga de ella. En la cama apagada un manojo de huesos se mueve.
Seco lo que a veces a sus ojos plegados humedece. La levanto como si fuera una cajita de fósforos. Me dicen que haga de las mías me desmadre por siempre. Deshaga casa y pájaros flote ruidos y vuelos.
Me acerco y con cuidado le echo la gota de Betoptic en el ojo izquierdo. Mezclo jugo de hastío con Questran.
Muelo synthroid y antivert porque no traga píldoras. Le doy un cc de hydergine mientras causa gracia su tralaleo afónico cuando conversa con mi padre que ya se fue...
A eso de las diez o el proceso agua esponja, todo lo vuelca a gritos.
Perfumo sus pellejos desde donde nadie viene a verla desde donde ella los recuerda y se asoma por salvarse a sí misma.
Ya poblado el disgusto plancho esquinas de polvo remuevo la paciencia. El tiempo que no es tiempo se deshuesa en su voz, madrépora de olvido.
La acuesto, entre otras cosas dice que soy su madre que dónde está su hija, desoigo, la maldigo porque sé que no oye. Rabio entredientes ¿quién diablos soy? Rasgo, desvelo y sed.
A renilla, arenaje los cobos lentos bajo el oleaje.
El mar de espaldas verdor que oculta tedio sin luna.
Cobos, cangrejos en esqueletos allá en la playa.
Arenaje, arenilla desaparecen las aguavivas.
Ya ni respiran las almejillas tantas se asfixian.
Arenilla, arenaje que tienen asma los caracoles.
El desgarre arenoso entre ácidas sales plomizo el aire.
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Var de la Cáncora al Morro en mi bote Ballenero dejo atrás Vacía Talega. Cría de anguilas que avanza añil cristal el oleaje del remo a la barcarola los verdes a la deriva el bote veloz remonta cruza la espesa distancia.
Venzo nudos, venzo rocas claras sales anubladas despierta allá el terciopelo desde el sagrario a la entraña. Vertical mi bote arranca hacia reflejos extraños y vitrales sin cizaña. Como el delfín entre escamas cruzan selacios y atunes red barredera, red rancia rasga el anzuelo las branquias. Voy de la Cáncora al Morro y en mi bote Ballenero cruzo las anclas del alma.
Rage se la pasaba haciendo cuentos y cuentos porque en sus poemas contaba. Hervia alsines de lo no vivido. Se fugó por los cristales en campanas silfides, lagrimones allá en la sala alta de los Balmaceda. Exploró entre piedras chilenas cierta ahuecada comprensión, la magia contrahecha que en su amistad ardía aquel niño impedido de la familia absorto en su albergar.
Rubén hizo de las suyas, origen y distancia porque las muchachas del abanico hasta el carnet vacío que no querían bailar con ellos, un tanto rechazados. —La tengo. Al tocarlas en sueños se nutrió de Eulalias ya no trajes crispados ceños núbiles que jamás conocieron esa acústica rota, la creación latiendo cuerpo adentro. Hechas de taburete y raso entre el piano y la escala canturreando el solfeo, francés, lazo, escarlata.
Las muchachas. Y Rubén ensartaba rubíes ciruelas damascenas a sus labios.
Cundió con rosas de tafeta las zapatillas. Polvoreó un granadal en los charcos de fango.
Hizo cuentos con estopa heliotropos estalactitas de sus poemas. Y prefirió irse por los ralos encuentros silente chiaroscuro, hasta más tarde tardíamente inmenso dar con Francisca acompañamé, crasa en tomillo, merluza, polvorones y le esponjó el estómago con caldos carmesies. Rubén guardó sus princesas las frunció en un estuche de ajonjolí.
de Odas y ácaros, 1994
Tera no habia nada, porque al nacer tendrias frio ysombra, una hendidura en cuna casi helada, yo quise que tuvieras por lo menos palabras.
Y fui por luz y desperté el rocío que en la puerta vacía se quedaba.
Te hiciste sin saber.
Pero decían todos, en un puñado lejos y sombrío, un puñado de espaldas, que todo estaba solo y esas leñas de luz se apagarían y el rocío era boca del olvido, apenas humo, apenas parpadeara.
Quise enterrar la voz, deshacerte de mí, pero quedabas.
No hay Dios, no hay Dios gritaban y tú ardías con rocío, con luz. Sin padre, sin hogaza. Oh poema que acaso me nacías sin casa.
—Buscame algo, quiero ser, dijiste.
Por eso aquí me tienes queriéndote crear, levantándote al mundo entre la nada.
de Antología, 1970
V iendo cerrar tus ojos, oh pueblo que no has muerto ¿cómo voy a decirte, tú ardiendo de tan yerto, quién mutiló aquel árbol que te crecía cierto?
Vengo cruzando ríos de tan ancha rudeza para sentir deshecha tu más llana pobreza por ti es que arrastro siempre esta hosca tristeza.
Bosque lejano anduve de eucalipto en la nada era lento el silencio de la verdad segada y en todo te sentía mi voz desamparada.
En hondas grietas, grietas de noche amanecida crucé la tumba patria en sombra adolorida donde el prócer callaba su palabra encendida.
Prócer enmohecido ante la mar ruidosa se ha secado el recuerdo hecho lágrima añosa oh, historia socavada, cuánta palabra hermosa.
Por tumbas transparentes voy apenas entrando cerca de aquellos nuestros que se van alejando ojos de cal roída ya los va cercenando.
Todo se va opacando por tan opaca vía algo de lo más cerca lo que más yo quería no puedo recobrarlo ni en tierra ni en poesía.
de Argénida, supiste..., 1984
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