RICP n.12
El número doce de la tercera serie de la revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña
500 años de existencia de San Juan Edición Conmemorativa
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Instituto de Cultura Puertorriqueña Junta de Directores
Eduardo Arosemena - presidente Carlos Rubio - vicepresidente José Luis Vargas Christian Acevedo Wesley Cullen Cristina Villalón Manuel Cardona Director Ejecutivo
Prof. Carlos R. Ruiz Cortés Comité Asesor Revista Conmemorativa 500 años de la existencia de San Juan
Arq. Pablo Ojeda-O’Neill Director de Patrimonio Histórico Edificado Dra. Albeyra L. Rodríguez Directora de Oficina de Apoyo a las Artes Dra. Carmen Alicia Morales Presidenta Asociación de Historia del Viejo San Juan
SUMARIO Rumbo a San Juan: Estudio de los barcos que llegaron a la isla de San Juan desde 1512 hasta 1521 Manuel Minero González
Mudanza y fundación de la ciudad de San Juan Carmen Alicia Morales Castro
Defensa marítima y naval de San Juan: Embarcaciones y artefactos flotantes presentes en los ataques principales a la capital de Puerto Rico Manuel Minero González
Capitulaciones matrimoniales en el siglo XV: Legado para el derecho femenino en el Nuevo Mundo Carmen Alicia Morales Castro
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La negra y la mulata como trabajadoras y empresarias en los barrios del San Juan del siglo XIX Vilma Pizarro Santiago
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Los comerciantes españoles de San Juan y la transformación de la ciudad amurallada (1850-1900) Luis Alberto Lugo Amador
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El lugar de los leprosos: Las prácticas sanitarias y los poderes coloniales en Puerto Rico (1875-1926) César Augusto Salcedo Chirinos
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“Ayer de Diego, hoy Barbosa”: Memoria social de los entierros de José de Diego y José Celso Barbosa y la resignificación del cementerio Santa María Magdalena de Pazzi Juan Carlos García Cacho
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Mirada histórica de los cuerpos de agua interiores en el entorno regional oriental en el Viejo San Juan como vías de transportación acuática Fernando Silva Caraballo
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El fuerte San Jerónimo del Boquerón: Su historia reciente (1940 al presente) Carmen Marla López
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Foto de portada. Plan of The Harbour, Town and Island of St Juan de Porto-Rico. Shiphley, C., Corps of Royal Engineers, 1797. Geoisla.com. Oficina de Publicaciones y Grabaciones
María del Mar Caragol - Directora Doris E. Lugo Ramírez - Coordinadora y editora Publicaciones Seriadas Cristina Martínez Pedraza - Corrección Edder González Palacios - Diagramación y diseño
P.O. Box 00902-4184 San Juan, Puerto Rico http://icp.pr.gov ISSN:0020-3815 (787) 721 - 0901 (787) 724 - 0700, ext. 1345, 1344 Oficina de Ventas y Mercadeo (787) 724-0700, ext. 1346, 1349 yosorio@icp.pr.gov https://tienda.icp.gobierno.pr/tiendaicp/
isbn: 978-0-86581-756-2
COLABORADORES Manuel Minero González es natural de la ciudad de Huelva al suroeste de España. Se licenció en Periodismo en la Facultad de Co municación de la Universidad de Sevilla en 2009. Tras especializarse en Comunicación Empresarial, su curiosidad le llevó a continuar estudiando sobre su pasión, la historia de la navegación. Trabajó durante cuatro años para la Fundación Nao Victoria, tres de ellos navegando en la Nao Victoria y en el Galeón Andalucía. De hecho, esta réplica de un galeón del siglo XVII fue la que le acercó a Puerto Rico. Tras un período por Estados Unidos, Manuel Minero volvió a San Juan para dirigir el Museo del Mar. Actualmente, forma parte de la junta directiva de la Casa de España en Puerto Rico y preside la Asociación de Amigos del Fortín de San Jerónimo, que trabaja para la conservación y divulgación de la historia de esta emblemática fortificación. Carmen Alicia Morales Castro, escritora puertorriqueña nacida en Santurce. Obtuvo un bachillerato en Teatro y Literatura inglesa en la Universidad de Puerto Rico (1967) y una maestría en Teatro de Catholic University of America, Washington D.C. (1973). Estudió literatura y arquitectura islámica becada por el Centro de Estudios Islámicos en Nuevo México (2001). Obtuvo su doctorado en His toria Antigua y Medieval en la Universidad de Valladolid (2009). Bajo la Editorial Adoquín ha publicado varios libros de temas históricos: Isabel de Castilla: Una psicobiografía (2013); Isabel la Católica: Sus antepasados (2015) e Isabel la Católica: Influencia en Puerto Rico (2016). En otras publicaciones ha incursionado en la poesía con el poemario Cundeamores (2012); en la narrativa, con los libros Cangrejeros (Ediciones Gaviota), ¡Ay bendito! (2012), Salsita (2016); y en el teatro con Turulete (2016). Actualmente,
dicta conferencias y publica artículos sobre la mujer medieval, y es presidenta de la Asociación de Historia del Viejo San Juan. Vilma Pizarro Santiago es una historiadora y educadora puertorriqueña nacida en Nueva York. Tiene en su haber dos preparaciones doctorales. Una, en Historia de Puerto Rico del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, y otra, en Educación con concentración en Inglés de la Universidad de Puerto Rico, recinto de Río Piedras. Persigue un tercer doctorado en Teología en la Universidad Interamericana de Puerto Rico. En su trabajo investigativo, no solo se ha dedicado a trabajar la historia del idioma inglés en Puerto Rico, sino también, el tema de los barrios de San Juan y sus habitantes, y el aporte de las mujeres a Puerto Rico. La Dra. Pizarro ha escrito para revistas arbitradas, entre otras publicaciones. Actualmente, es catedrática asociada en la Universidad Interamericana de Barranquitas, donde imparte cursos relacionados con la historia, y la educación. Luis Alberto Lugo posee un doctorado en Historia Contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid, España (2000). Previo a su doctorado, realizó estudios en la Universidad de Puerto Rico, en los recintos de Río Piedras y Mayagüez. Desde 2010, trabaja como catedrático auxiliar en el Departamento de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico en Cayey. Ha publicado varios libros, entre ellos: Rastros de imperio. Los comerciantes españoles de San Juan (2007), El país más feliz del mundo (2013) e Hijos de Sem: Breve historia de los árabes (2016). Actualmente, se encuentra escribiendo un libro de historia de África.
César Augusto Salcedo Chirinos tiene una maestría en Filosofía y un doctorado en Historia de la Universidad de Puerto Rico, recinto de Río Piedras. Trabaja como profesor a tiempo parcial en esta misma universidad, dictando los cursos de teoría y metodología de la Historia. Sus investigaciones giran en torno a los temas de las masculinidades; las transgresiones; la salud, la enfermedad y las regulaciones de las prácticas médicas en el Puerto Rico del siglo XIX. Entre sus publicaciones se encuentran los libros: Sin delitos ni pecados: Clero, transgresión y masculinidades en Puerto Rico, 1795-1857 (Gaviota, 2016), y Las negociaciones del arte de curar: Los orígenes de las regulaciones de las practicas sanitarias en Puerto Rico, 1816-1846 (Akelarre, 2016). Ha publicado artículos en diferentes revistas académicas y ha participado en congresos, coloquios y simposios tanto en Puerto Rico como en Estado Unidos, España, México, Ecuador, Perú y Chile. Juan Carlos García Cacho posee un bachillerato en Educación Secundaria con concentración en Estudios Sociales del Departamento de Historia de la Universidad de Puerto Rico, recinto de Río Piedras. Tiene una maestría en Artes en Historia de la misma universidad y otra, en Historia Medieval de Castilla y León de la Universidad de Salamanca, donde también cursa estudios doctorales en Historia Medieval. Ha sido becado por la Fundación Fonalledas y el Programa de Becas para el Apoyo a la Investigación y el Desarrollo Profesional de los Estudiantes Graduados de la Universidad de Puerto Rico, recinto de Río Piedras. Ha participado en congresos y simposios en Puerto Rico, los Estados Unidos y España. Es columnista del periódico El Nuevo Día.
Fernando Silva-Caraballo es sociólogo y antropólogo con una concentración menor en Ciencias ambientales de la Universidad de Puerto Rico, recinto de Río Piedras. Posee una maestría de la Escuela de Bosques y Estudios Ambientales de la Universidad de Yale en New Haven, CT (1991). Ha enseñado cursos de investigación, manejo y conservación de recursos naturales culturales y áreas naturales protegidas en el Departamento de Geografía de la UPR RP, y de Ciencias Sociales II en el recinto de Bayamón. Desde el 2007, funda y dirige el Instituto de Ciencias para la Conservación de Puerto Rico (InCiCo), desde donde lidera proyectos de investigación y desarrollo comunitario dirigidos a fortalecer el conocimiento y aprovechamiento de grupos y organizaciones comunitarias sobre el patrimonio natural y cultural de su entorno geográfico. Carmen Marla López es graduada de Florida A&M University y Savannah College of Art and Design, donde obtuvo un bachillerato en Arquitectura, y una maestría en Preservación Histórica. Fue directora del Programa de Patrimonio Histórico Edificado del Instituto de Cultura Puertorriqueña, participando entonces como disertante en la conferencia-taller del Consejo Internacional de Archivos Capítulo del Caribe (CARBICA), “Regional Approaches to Disaster Recovery and Heritage Preservation” en St. Maarten. Por los últimos 25 años, Carmen Marla López ha trabajado como arquitecta licenciada, conservacionista y gerente de proyectos en múltiples proyectos para el sector público y privado, incluyendo el administrar su propia firma por cuatro años. Actualmente, la arquitecta López trabaja con ICF International, como especialista en preservación histórica, y está a cargo de los proyectos de reconstrucción y su cumplimiento con las leyes de preservación histórica federal y estatal.
Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña Edición conmemorativa: 500 años de existencia de San Juan Hace aproximadamente 500 años, un grupo de vecinos de Caparra tomó la decisión de trasladar su asentamiento hacia la parte oeste de la isleta, lugar que hoy conocemos como el Viejo San Juan. Documentos afirman que, desde el 1514, hubo un genuino interés en su mudanza por la accesibilidad al puerto y la posibilidad de mejorar la calidad de vida de los colonos. Para rememorar el establecimiento de San Juan, identificado como uno de los acontecimientos más importantes del siglo XVI y subsiguientes años en nuestro archipiélago borincano, se crea por Orden Ejecutiva la Comisión Especial para Conmemorar los 500 años de existencia de San Juan de Puerto Rico. Esta comisión realizará eventos educativos, culturales y sociales hasta el 2021. El Instituto de Cultura Puertorriqueña, como parte de esta comisión, se complace en presentar esta edición especial que compila trabajos académicos relacionados a la historia de San Juan, continuando así su importante misión de preservar y divulgar nuestra cultura puertorriqueña. Uno de los objetivos de esta publicación es propiciar nuevas conversaciones y replantear el acercamiento de este suceso. Los especialistas, a través del estudio y análisis de los hechos con fuentes existentes, han presentado temas con enfoque social, cultural, militar y económico. Esperamos que esta edición sea punto de lanza para reflexionar y aumentar el acervo historiográfico puertorriqueño. Prof. Carlos René Ruiz Cortés Director Ejecutivo Instituto de Cultura Puertorriqueña
José Campeche y Jordán (1751-1809) Agnus Dei, ca. 1806-1809 Óleo sobre tabla 30 1/2” x 22 1/8” Colección Instituto de Cultura Puertorriqueña
NOTA EDITORIAL A tono con la Orden Ejecutiva 2018-038 para la conmemoración de los 500 años de existencia de San Juan, el Instituto de Cultura Puertorriqueña, junto con la Asociación de Historia del Viejo San Juan (ADHDVSJ), se dispuso a crear una revista rememorativa de este hecho histórico. La convocatoria estuvo abierta para los artistas, escritores, historiadores e investigadores que participaron de las charlas, conferencias y congresos organizados por esta asociación. Los artículos que conforman este cuerpo celebrante nos remontarán a una ciudad naciente y, por tanto, defensora de la consolidación de su sueño urbano: “la historia jurídica y política … que evolucionan en el Medievo, y la creciente efervescencia humana que se vierte de emigrantes en un Nuevo Mundo Atlántico” (Carmen Alicia Morales Castro). Por tanto, se repasa no solo la diversidad de embarcaciones extranjeras que llegaron al puerto sanjuanero, sino la logística de “la primera línea de batalla” (Manuel Minero González) criolla, con sus propios artefactos marinos para su defensa. Esta ciudad, como puente de transición entre culturas, se consolidará con la legislación de los gobiernos imperiales y la adaptación que de esta harán los fundadores del Nuevo Mundo caribeño para resolver la convivencia entre razas, escalafones sociales y géneros. En este aspecto son interesantes, por demás, los artículos de Vilma Pizarro Santiago y Carmen A. Morales Castro sobre el lugar de la mujer en la jurisprudencia de entonces (siglo XVI) y luego, en el asentamiento de barrios y los espacios laborales (siglos XVIII y XIX). Luis Alberto Lugo Amador nos ofrece el panorama de transformación urbana de la ciudad de San Juan de Puerto Rico, a mediados del siglo XIX, cuando ya declinaba el interés por los tópicos militares para dar lugar a las “cuestiones civiles, económicas, comerciales y financieras, …que trascendieron los límites de lo específicamente urbano”. Las nuevas teorías médicas sobre la salud irán de la mano con este desarrollo, tema que ilustra César Augusto Salcedo Chirino con su artículo sobre el tratamiento para los enfermos de lepra. También, el surgimiento y la pérdida de nuevos líderes políticos impactará la memoria social de estos en los habitantes de la ciudad, provocando nuevas significaciones incluso para lugares patrimoniales como el cementerio de Santa María Magdalena de Pazzi. Según Juan Carlos García Cacho, este espacio pasa de una escala vecinal a una de carácter nacional. Una nueva ciudad isleña ameritará una nueva mirada a la “dimensión histórica del uso y aprovechamiento de la transportación acuática de su sistema de cuerpos de agua que se extiende entre la bahía de San Juan y la planicie de inundación del Río Grande de Loíza”. Esta propuesta de Fernando Silva Caraballo para la ciudad de San Juan es similar, por la oportunidad que representa, a la de Carmen Marla López, quien estudia el fuerte San Jerónimo del Boquerón “como baluarte de nuestra historia” y como metáfora de lo que nos define como pueblo: fortaleza, riqueza histórica, y creatividad ante el presente y el futuro. La Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña dedicada a la fundación de la isleta de San Juan sintetiza la historia de una ciudad murada, pero abierta a la diversidad de su horizonte cultural, para mostrarse 500 años después como un caudal de posibilidades histórico-políticas, comerciales, turísticas… Dra. Doris E. Lugo Ramírez Coordinadora y editora de Publicaciones seriadas, ICP
Copia de plano asiento de Puerto Rico y del puerto de la Ciudad de Puerto Rico, 1519. Archivo General de Indias, secciรณn Mapa y planos, Santo Domingo, 1, Patronato, 176, R. 3. Archivo General de Puerto Rico.
Rumbo a San Juan: Estudio de los barcos que llegaron a la isla de San Juan desde 1512 hasta 1521 Manuel Minero González
Este artículo se concentra en los estudios de los barcos que navegaron a la isla de Boriquén desde 1512 hasta la fecha del nuevo asiento de la Ciudad de San Juan Bautista en 1521. El escrito representó el preámbulo para la creación de una base de datos que recopilara toda la información relacionada a este tema para que sea utilizada por los visitantes del Museo del Mar de San Juan. Esta incluye el nombre de las embarcaciones, su tipología, la tripulación, el origen y destino de estos barcos. Estamos seguros de que, de algún modo, este estudio y la herramienta creada ayudará a resaltar el valor de la historia naval de Puerto Rico para esta y futuras investigaciones. Introducción: Origen del estudio y fuentes Dentro del contexto de la conmemoración del quinto centenario de la fundación de la Ciudad de San Juan en el año 2021 y atendiendo a la misión del Museo del Mar de resaltar el valor de la historia marítima de Puerto Rico, hemos procedido a la recopilación de información referente a los barcos españoles que registraron su entrada a la isla de Boriquén desde 1512 hasta que la Ciudad de San Juan Bautista hizo oficial su
nuevo asiento en la “Ysleta” en 1521 (Brau 61). Aquellas naves trajeron en sus bordas a personajes ilustres ensalzados por la historia y otros hundidos en el anonimato, pero todos ellos se embarcaron rumbo a esta isla y dieron comienzo a la historia de una ciudad de la que pronto podremos celebrar el 500 aniversario de su fundación1. La idea original para realizar esta labor de investigación surgió de una serie de conversaciones con el doctor Jalil Sued Badillo en el 2do Encuentro Nacional de Estudiantes de Historia, celebrado en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe (26 de septiembre del 2015). Luego de aquellos encuentros, buscamos su tesis San Juan de Puerto Rico: Una economía minera (1508-1550)2, la cual escondía un particular tesoro en el Apéndice VIII: “Relación parcial de navíos que tocan puerto en la Isla de San Juan 1512-1550” (Sued Badillo 987-1041). Se trata de un listaEste artículo surge de la ponencia ofrecida en el Congreso de Historia y Arqueología de la Isleta de San Juan que fue coordinado entre la Asociación de Historia del Viejo San Juan y el Departamento de Historia de la Universidad Interamericana de Puerto Rico, 26 de febrero del 2016. 2 Archivada en el Centro de Investigaciones Históricas de la Universidad de Puerto Rico en el Recinto de Río Piedras. 1
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Plano en perspectiva muy sencillo en donde se destacan el castillo del Morro y diversas baterías de artillería, (s.n.), 1598. Archivo General de Simancas.
do que hemos cruzado con las relaciones de navíos que se encuentran en los Documentos de la Real Hacienda de Puerto Rico (vol. 1, 1971), transcritos y compilados por Aurelio Tanodi, y a los que llegamos gracias a los escritos de Luis González Vales, historiador oficial de Puerto Rico, y a las recomendaciones de la doctorando Nuria Hinajeros Martín y la Dra. Carmen Alicia Morales. La suma de estas dos fuentes principales, y las de otras adicionales, nos acercaron a los primeros viajes de los españoles hasta la Isla de San Juan Bautista desde 1512 a 1521. El total de 454 arribos registrados en las costas de la isla de Puerto Rico nos dieron pie para investigar y conocer cómo eran esos 18
barcos, quién los gobernaba y cómo eran sus travesías. Estas son algunas de las preguntas que queremos contestar al centrarnos en los elementos de estudio de los documentos encontrados. Elementos de estudio Tras la recopilación de los datos3 relacionados a estas embarcaciones y a la comparación entre las fuentes, identificamos los siguientes elementos para analizar y entender a fondo la realidad de esas naves que cruzaban el océano Atlántico. No debemos olvidar que no siempre se encuentra un registro original con todos los datos completos. 3
Plano holandés de la isleta en 1644 por el geógrafo holandés Joannes de Laet (1593-1649). Publicado en Bonaventura & Abraham Elsevier, 1644. Texto en holandés: “Grondt-teeckening vande Stadt en Kasteel Porto Rico ende gelegenheyt vande haven”. Traducción: “Plano de la ciudad y el castillo de Puerto Rico y la ubicación del puerto”.
1. Fecha de arribo El día de la llegada a puerto borinqueño ha sido el elemento más importante para organizar de forma cronológica la lista de embarcaciones. El periodo de fecha de este estudio se ha concretado entre 1512 y 1521. Según Badillo, la llegada de navíos entre 1509 y la primera mitad de 1512 fue escasa debido a: las medidas restrictivas impuestas por el gobernador Diego Colón a la ocu-
pación de la Isla, [...], pero a partir de entonces, el movimiento naval es reflejo fiel del ajetreo económico y humano que caracterizó la ocupación y explotación de la Isla durante la primera mitad del siglo (350). Del periodo comprendido entre 1512 y 1517 es del que tenemos más información gracias a la conservación de las relaciones correspondientes a estos años, aunque aún en este periodo la información no es del todo completa, como señala Tanodi, ya que algunos barcos no fueron regis19
trados y de otros muchos, su registro no fue completo (Tanodi XXI-XXIII). La relación de navíos desde el 1521, año del asiento definitivo de la capital en la Ysleta de San Juan, en adelante corresponde a una labor de recopilación de la que se tiene la intención de seguir avanzando ayudándonos de otras fuentes documentales encontradas, como desvelaremos en las intenciones finales. 2. Nombre de Navío Desde la nao San Francisco de Buenaventura hasta la Santa María de Ínsula, hemos documentado toda una serie de nombres propios que corresponden en su gran mayoría a nombres de santos y en un número menor al nombre del dueño de la nave, como el barco “de Gil Delgado” o la nao “de Juan Ponce de León”. Todo ello nos sirve para identificar cada embarcación y, en ausencia de otros elementos, basarnos en este nombre para añadir posteriormente otros datos. 3. Tipo La tipología de los navíos es para nosotros uno de los elementos más importantes. En este campo diferenciamos la morfología, la capacidad de carga y la forma de navegar de cada embarcación. Hemos encontrado que en los documentos se referían a las embarcaciones con nombres concretos que las definen como “nao”, “carabela”, “carabelón”, “bergantín”; y otros genéricos como “barco”, “barca” o “navío”. En ocasiones, ocurre que un mismo barco se registra con una tipología diferente dependiendo del puerto al que llegara. Así, el Buen Jesús fue registrado el 23 20
de enero de 1516 en San Juan como “carabela”, pero el 25 de enero se registraba en San Germán como “navío”. De igual forma les ocurrió a las carabelas Santa Ana, Santa María del Antigua y Santa María de Monte Mayor. Estos casos en concreto, en los que se utiliza el genérico término de “navío” para referirse a barcos registrados como “carabelas” en otro puerto, nos permiten deducir que la palabra navío se utilizaba como un genérico de barco y no como se empleó a partir del XVII para hacer referencia a los Navíos de Línea, barcos que poco tienen que ver en forma y funcionalidad con las carabelas. La otra deducción que podemos hacer apunta a que un mismo barco podía ser llamado de forma diferente dependiendo del inspector u oficial real que hiciera su registro y, salvando las denominaciones genéricas, podemos concretar entonces en tres los tipos de naves que llegaron a San Juan hasta el año 1521, a saber: nao, carabela y bergantín. a.
La nao
Esta embarcación ancla sus orígenes en el kogge 4 del norte de Europa, que fue adaptado a la coca ibérica, dando lugar posteriormente a la nao5 (Suárez Fernández 50). Este barco, ya fuese destinado tanto para el transporte de mercancía como para la guerra, debía ser de Embarcación de madera propulsada por una vela cuadra que se utilizaba para el comercio en el norte de Europa desde el siglo X hasta el siglo XII d.C. El nombre de kogge fue adaptado a las lenguas romances sureuropeas hasta transformarse en el sustantivo coca, para referirse al mismo tipo de embarcación. 5 Esta palabra viene del latín navis a través del catalán nau y corresponde a una nave o barco caracterizado por disponer de un casco de madera con tres mástiles y bauprés, aparejados de velas cuadras excepto la vela mesana. 4
“la misma suerte” (García de Palacio 91), es decir, de parecidas formas, independientemente de su función. En la obra de García de Palacio, la nao fue comparada con las partes del cuerpo humano: “los maderos como los huesos, la jarcia y cuerdas como los nervios” (89). Además, dio a entender que la nao de 150 toneladas es la de porte medio, y la nao de 400 toneladas, que describe al detalle, la cataloga como la que deben usar los españoles en las “Islas de Poniente e India Oriental y demás carrera [...] haciendo el crecimiento o disminución que cada uno quisiere” (García de Palacio 91). De momento, hemos contabilizado un total de 148 naos registradas, lo que supone el 33% de los 454 barcos documentados entre 1512 y 1521. Pero hay que tener en cuenta que aún existe un 46% de registros en los que no se especificó el tipo de barco, y por ello continuamos buscando información para completar su registro al máximo posible. b.
La carabela
García de Palacio la define como “Navío largo y angosto que trae velas latinas” (133). La carabela fue el barco descubridor de las rutas atlánticas por excelencia. Sus líneas marineras y su pequeño tamaño le permitían salvar las grandes olas oceánicas ágilmente y sin problema (Suárez Fernández 50), con la ventaja sobre la nao de poder arbolar velas cuadras, para los vientos portantes o de popa como los Alisios, y velas latinas para otros vientos de través y más amurados , es decir, vientos que vienen por la banda o más a la proa. En este tipo de embarcación también incluimos el carabelón, de menor porte que la carabela, pero de simi-
lares líneas, del que tenemos documentado la llegada de uno al puerto de San Germán, el 16 de febrero de 1516. En total, hemos encontrado 87 carabelas documentadas en el periodo estudiado. c.
El bergantín
“Es navío chico y ligero”, según lo describe Palacio (137). Poco más se puede decir de este barco de ligero porte y menor tamaño que se aventuraba en un inmenso océano buscando a Puerto Rico por su proa. En total, documentamos la llegada de 8 bergantines de 1512 a 1521. Para ayudar a hacernos una idea de la carga que podían transportar estos barcos, añado las palabras del Capitán Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés (1478-1557), en su Historia general y natural de las Indias, Islas y Tierra-Firme del Mar Océano, sobre la flota que fue a explorar el río Marañón: Y dada á cada capitan é caravela su instrucción de un thenor, se hizo á la vela; y en la nao capitana yban trescientos é veynte hombres é veynte y siete caballos, y en otra nao yban ciento y sesenta hombres y seys caballos, y en una caravela noventa hombres é quatro caballos, y en un caravelon treinta hombres: de manera que por todos eran seyscientos hombres é treynta é siete caballos. (212) 4. Maestre La figura del maestre nos acerca al nombre propio de la persona que relacionamos con cada navío registrado. Como vemos en la 21
mayoría de los documentos de Hacienda, era el maestre quien se acercaba a las autoridades de cada puerto pidiendo registrar y despachar su navío, y estas autoridades tomaban juramento al maestre de la veracidad de lo dicho sobre la relación de marineros, pasajeros y carga. En el manual de Diego García de Palacio, el maestre era el segundo personaje después del capitán. En él recaía la buena administración del navío. Debía “ser hombre avil, diligente, y de negocios, conocido de mercaderes y de buena fama y opinión” (112). Según García de Palacio, el maestre también debía saber de estibar correctamente la mercancía, proveer de lo necesario para el mantenimiento del barco y ser buen marinero, debiendo conocer todo lo necesario “sin que para hacer lo que pertenece a su oficio, tenga necesidad de tomar consejo alguno, como suele hacerse” (112). 5. Puertos de arribo Las llegadas de los barcos a la isla están registradas en dos puertos de arribo: San Juan y San Germán. El puerto de San Juan, que en la mayoría de los documentos consultados se menciona como Puerto Rico, registró un total de 250 entradas de barcos de los 454 documentados, lo que supone el 55% del total. Hay que tener en cuenta que existe un 7% de los barcos de los que no se conoce puerto de arribo (Tanodi, vol.1). Por su parte, el puerto de San Germán registró un total de 170 barcos, lo que supuso el 37% de las llegadas (teniendo en cuenta los 34 navíos sin registrar que mencionamos anteriormente).
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6. Puertos de origen Según nuestras fuentes, se han encontrado catalogados un total de diecinueve puertos diferentes mientras que, del total de los barcos documentados, 50 embarcaciones no registran su procedencia. La mayor parte provienen de los puertos de Castilla, del puerto de Sevilla concretamente, de donde provienen un total de 240 barcos (el 53%). Le siguen los puertos de La Española con 101 registros (el 22% del total), donde se mencionan los puertos de Santo Domingo y el puerto del Río de Yuma, de “la villa de Salvaleón de la provincia de Higüey” (Tanodi 114). El resto de barcos registrados proceden de otros puertos como: Isla de Mona (30 barcos), Haití (13 barcos), Las Perlas (3 barcos), Araya (2 barcos), Cumana (2 barcos) y Margarita (2 barcos). Los orígenes de Anegadas, Cuba, Cubagua, Gigantes, Guinea, Las Islas Lucayas, Puerto Real, San Germán, Salvaleón y Saona sólo se registraron en una ocasión. 7. Derechos pagados En cuanto un navío llegaba a uno de los dos puertos de la isla de San Juan, su maestre presentaba a los oficiales reales el registro de las mercancías y pasajeros que transportaban. Este documento venía sellado por los oficiales de la corona del puerto del que procedían. Los oficiales reales de Puerto Rico rompían el sello y, analizando su contenido, lo comparaban con la realidad de la carga y personas del barco. Una vez realizado este control, confeccionaban las relaciones de personas y de mercadería, calculaban el precio, el porcentaje del impuesto de almojarifazgo y, en ocasiones, redactaban un resumen con el
Plano de Puerto Rico, 1783 por Don Francisco Ramón Méndez. Geoisla.com.
monto total de derechos a pagar (Tanodi XXII). 8. Anotaciones En este campo, hemos incorporado al estudio las observaciones que se realizaban durante la recopilación de los datos, teniendo el cuidado de avisar sobre la posible duplicación de datos y de la ampliación de los campos, ayudándonos de los Documentos de la Real Hacienda. También estamos apuntado otros datos importantes como la relación de pasajeros ilustres, como el señor obispo don Alonso Manso, que llegó a San Juan a bordo de la nao San Francisco el 25 de diciembre de 1512, o la relación de mercancías de la
carabela San Cristóbal que, al llegar a San Germán el 29 de julio de 1512, registró que Juan Ponce de León declaraba “ciertas vacas y otras cosas” (Tanodi 137). Otros registros interesantes, de los que hemos incluido anotaciones, son los de las carabelas Santiago y Santa María de la Consolación, que llegaron a San Germán el 8 y el 9 de febrero de 1513, respectivamente, ambas despachadas y aviadas “para ir a descubrir a la isla Biminí y otras partes” (Tanodi 174-175). Conclusión y aplicación del estudio Tras el proceso de investigación y recolección de información, le dimos forma a una sencilla base de datos que nos da acceso a todos los registros 23
Plan of The Harbour, Town and Island of St Juan de Porto-Rico. Shiphley, C., Corps of Royal Engineers, 1797. Geoisla.com.
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de cada año desde 1512 hasta 1521, con el fin de poder segmentar la información según los elementos de estudios comentados. Mediante este estudio podemos concluir que del total de 454 barcos que llegaron a la isla en el periodo del 1512 al 1521, la mayoría tenían como lugar de origen un puerto de Castilla (53%) y, en segundo lugar, un puerto de la isla La Española (22%), aún teniendo en cuenta que en 50 barcos no se hacía mención a este dato. En lo referente al puerto de destino, la actual bahía de San Juan era el lugar preferente, con un 55% de las embarcaciones registradas que arribaron a su fondeadero. Mientras, el puerto de San Germán fue visitado por el 37% de los navíos. En este caso, también debemos mencionar que 37 registros de embarcaciones no aportaron el lugar de llegada. Y con respecto al tipo de embarcación, los datos analizados son menos definitorios, ya que el 46% de los registros no clarifican ese dato. No obstante, de aquellos registros que sí lo identifican, podemos sostener que la nao fue la embarcación más utilizada, en 148 ocasiones, seguida de la carabela, con 87 registros. Estos hallazgos abren la posibilidad de futuras investigaciones que permitan profundizar en las relaciones de tripulantes, pasajeros y mercadería, que sin duda aportarán una valiosa información a nuestro estudio de la vida marítima, y enriquecerá el relato del pasado de Puerto Rico y de muchas de sus ciudades y villas que comenzaron a escribir su historia al son de naos, carabelas y bergantines.
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Bibliografía Brau, Salvador. Historia de Puerto Rico. Nueva York: D. Appleton y Compañía, 1904. Impreso. Fernández de Oviedo, Gonzalo. Historia general y natural de las Indias, Islas y Tierra-Firme del Mar Océano. Madrid: Real Academia de la Historia, 1853. Impreso. García de Palacio, Diego. Instrucción náutica para el buen uso, y regimiento de las naos, su traza y, gobierno a la altura de México. México: Ed. Pedro Orchate, 1587. Impreso. González Vales, Luis E. “Las cuentas de la Real Hacienda de Puerto Rico como documento histórico”. Oficina del Historiador Oficial de Puerto Rico. Oficina de Servicios Legislativos de la Asamblea Legislativa de Puerto Rico. Web. 24 ene. 2014. http://www.oslpr. org/v2/historiadorpuertorico.aspx. Suárez Fernández, Luis. “Las marinas ibéricas en la época de los descubrimientos”. Actas del Ciclo de Conferencias La España oceánica de los siglos modernos y el tesoro submarino español. Coord. José Alcalá-Zamora. Madrid: Ediciones Real Academia de la Historia y Marquesa Viuda de Arriluce de Ybarra. 2008, 47-63. Impreso. Sued Badillo, Jalil. San Juan de Puerto Rico: Una economía minera (1508-1550). Sevilla: Universidad de Sevilla, 1989. Impreso. Tanodi, Aurelio. Documentos de la Real Hacienda de Puerto Rico, vol. I (1510-1512). Buenos Aires: Ed. Nova, 1971. Impreso.
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Federico Álvarez Des (ca. 1915-1976) Juan Ponce de León, II Óleo sobre lienzo 46 3/16” x 31 1/8” Colección Instituto de Cultura Puertorriqueña
Plano del licenciado [Rodrigo de] Figueroa remitido con carta al rey, fechada 12 de septiembre de 1519. Santo Domingo. El plano obedece a instrucciones reales con el fin de determinar el nuevo emplazamiento de la ciudad de Puerto Rico. Archivo General de Indias, sección Mapa y planos, Santo Domingo, 1, Patronato, 176, R. 3.
Mudanza y fundación de la ciudad de San Juan Carmen Alicia Morales Castro
Resumen La fundación de la ciudad de San Juan1 Las colecciones de Documentos Históricos de Puerto Rico, vols. I y II y Documentos de la Real Hacienda de Puerto Rico, vol. I confirman que el asentamiento que existió entre 1508 y 1521 localizado en la Carretera #2, hoy parte del Municipio de Guaynabo, se llamó “Puerto Rico”. Los documentos confirman además que la villa que se muda y establece en la isleta continúa llamándose “Puerto Rico”. El nombre de “Villa Caparra” se encuentra en el documento firmado por Nicolás de Ovando cuando asigna a Juan Ponce de León a la isla de San Juan Bautista en 1508 para la fundación de una villa (Murga XVI). No se utiliza este nombre en ningún documento de Hacienda, epistolario de los colonos o cédulas reales vinculados al poblado. Por otro lado, la investigación en el Sistema de Información Territorial de Extremadura, la división de Cartoteca de la Junta de Extremadura, España (http://sitex.gobex.es/SITEX/) corrobora que no existió villa, pueblo o ciudad en España durante los siglos XV y XVI que se llamara “Caparra”. El único lugar que ha existido, con un nombre parecido en la Península Ibérica, y desaparece en el siglo XII, se llama “Cáparra romana”, Cáceres (Cerrillo M. de Cáceres 109). El nombre de “Cáparra” es de origen veton (celta), fue habitada durante la ocupación romana y eventualmente despoblada en la Edad Media pasando a ser ruinas al sur de Salamanca. Entre el siglo XII y el XV no existen alusiones a la ciudad, excepto que en 1491 en la sentencia de un pleito sobre apropiación de tierras comunales pertenece a la comunidad de Plasencia (Cerrillo M. de Cáceres 111). Nicolás de Ovando nació en Cáceres y de ahí que pudo haber escogido el homónimo de “Caparra” (Mira 1
es parte de un sofisticado puente entre los cambios de la historia jurídica y política del urbanismo que evolucionan en el Medievo, y la creciente efervescencia humana que se vierte de emigrantes en un Nuevo Mundo Atlántico. El nacimiento de San Juan es, en efecto, la consolidación de esa transición. Se nutre de una serie de factores que influencian su nacimiento, tal y como: la intricada contienda librada entre los herederos de la monarquía isabelina para apoderarse del trono (1504 a 1516); la repoblación de Castilla durante la Reconquista; la utilización de la carta puebla como instrumento jurídico para lograr colonizar los reinos cristianos; el detallado desarrollo cronológico de la mudanza, y el análisis de los epistolarios y las vistas públicas de los colonos. Como resultado, la envergadura de la urbanización de la isleta de San Juan parte de una pujanza entre el devenir del mundo antiguo, cambios medievales y el Renacimiento del siglo XVI, que analizaremos en este artículo.
Caballos 35). Para los propósitos de este estudio, se adopta el nombre de “Puerto Rico” para referencia del asentamiento localizado en Guaynabo y para el nombre original de la isleta de San Juan. 29
Plano de 12 de septiembre de 1519 con pozo del puerto. Archivo General de Indias, Sección Mapas y planos, Santo Domingo, 1, Patronato, 176, R. 3.
Introducción: Trasfondo histórico 1504 a 1521 El 26 de noviembre de 1504 muere la reina Isabel de Castilla y hereda la corona de Castilla y Aragón la princesa Juana I de Castilla. La reina, consciente de la imperiosa necesidad de proteger el derecho hereditario de su hija Juana y su reino, en su testamento confiere limitaciones de poder regio a su yerno Felipe de Habsburgo debido a que: “… veyendo como el Príncipe, mi hijo, por ser de otra nación e de otra lengua sino se conformase con las dichas leyes e fueros e usos
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e costunbres d’estos dichos mis reynos e él e la Princesa, mi hija, no los governasen por las dichas leyes e fueros e usos e costunbres no serían obedescidos ni servidos como devían …” (Testamento y codicilo 22). El testamento es claro: la reina Isabel no apoya la monarquía dirigida por un extranjero, y la princesa Juana hereda el trono y el príncipe queda nombrado rey consorte del reino de Castilla por el derecho de su esposa. Mientras tanto, la actuación del rey Fernando no apoya el reconocimiento del derecho hereditario de su hija, la princesa Juana. El
El pozo que aparece señalado en el Plano del primer puerto (realizado por el licenciado Rodrigo de Figueroa) puede identificarse hoy día en el cruce de la calle Caleta de San Juan y Clara Lair, Viejo San Juan, Puerto Rico.
día 22 de abril de 1502 la infanta Juana había sido jurada en las cortes de Toledo con su esposo, el archiduque Felipe, y un mes después (22 de mayo) fueron jurados en la iglesia mayor como príncipes de Castilla. Partieron a Zaragoza para ser jurados como herederos de los reinos de Aragón, Navarra y Sicilia. Durante la reunión de cortes, su padre la ignora públicamente en ceremonias protocolares, y no la incluye en las litigaciones políticas durante las ceremonias. El rey Fernando el Católico tenía aspiraciones sobre el reino de Castilla debido a que
él también era descendiente directo y tenía derecho hereditario. Por su parte, para legitimar la posibilidad de dejar un heredero masculino al trono de Aragón, el 19 de octubre de 1505 (36 años al día que se había casado con la reina Isabel, un 19 de octubre de 1469) se casa con la infanta francesa Germaine de Foix (18 años). Después de la muerte de la reina Isabel, los herederos de la corona castellana, la princesa Juana I de Castilla y el archiduque Felipe el Hermoso, tardaron dos años en llegar a Castilla. Al entrar en la ciudad de Burgos, el archiduque muere repentinamente el 25 de septiembre de 1506 (le
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sobrevive Carlos I, hijo concebido con Juana I de Castilla). La reina Juana, de acuerdo con el mandato testamentario de la reina Isabel, está obligada a enterrar a Felipe en el panteón real donde había sido enterrada la reina Isabel. El rey Fernando no cumple con el protocolo ceremonial que correspondía al entierro del archiduque ni reconoce la valía real de la princesa viuda en el reino castellano. El trono castellano, en 1506, se enfrentaba a la destitución de la reina Juana I de Castilla por parte de su padre el rey Fernando, quién la degrada como sucesora y heredera propietaria (Aram 143). Con el propósito de derrocar a la reina Juana I, la aprisiona en el castillo de Tordesillas y la acusa de incompetencia mental (marzo de 1509). El matrimonio del rey con Germaine de Foix no fue fructífero y el 23 de enero de 1516 muere confirmando como heredero del trono aragonés al príncipe Carlos I de Castilla. El príncipe convoca a cortes a los 17 años, el 18 de noviembre de 1517, casi dos años después de morir el rey Fernando.2 Durante los años de 1514 a 1521, en la isla de San Juan Bautista, los colonos planificaban y abogaban por la mudanza de la ciudad a la isleta,3 no obstante, el reino castellano compromete económicamente un periodo de “gastos militares y compromisos de índole político y El rey Fernando II de Aragón muere en Madrigalejo, Cáceres, el 23 de enero de 1516, mientras se encontraba el obispo Alonso Manso viajando con la corte itinerante con el propósito de obtener apoyo económico para el obispado de la isla de San Juan Bautista. 3 Recordemos que Caparra fue el primer asentamiento (1509), pero no el centro de la isla de San Juan Bautista. 2
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dinástico” (de Carlos Morales 95). El estudio del historiador Carlos Javier de Carlos Morales evalúa las necesidades económicas de los gastos del imperio de Carlos V,4 que termina pagando la Hacienda real de Castilla. Una panorámica de su funcionamiento durante estos años delata que durante el reinado de Carlos V el gobierno, las decisiones fiscales y financieras se repartieron entre el Consejo de Hacienda, las Contadurías y la Tesorería general castellana (de Carlos Morales 96). Esta definición institucional no terminaría hasta 1593, dirigida por un Consejo de Hacienda que resultó ser una junta que carecía de leyes, ordenanzas y/o regla gubernamental (de Carlos Morales 97). Como resultado, la contratación y funcionamiento de esta institución para ajustar gastos que se presentaban con la campaña de la mudanza fue inefectiva. En 1519, Castilla asume las deudas derivadas del imperio “...tanto procedentes de los sobornos y cohechos a los electores como del viaje que el séquito del nuevo emperador realizó a Asquingrán” (de Carlos Morales 95). Las condiciones políticas, económicas y sociales en que se consumía el reino desde la muerte de la reina Isabel (1504) se complican con la mala administración del emperador Carlos V. Entre 1520 y 1522 se crea un levantamiento comunero que llegó a llamarse Guerra de las Comunidades de Castilla. Fue un movimiento nacionalista que involucró a los castellanos que estaban en contra de la El 28 de junio de 1519, Carlos I (por su herencia patrimonial de Casa de Habsburgo) fue elegido por unanimidad por los Príncipes Electores en Frankfurt como nuevo emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Pasó desde entonces a ser conocido como Carlos V. 4
pretensión imperial de Carlos V de modificar las formas de la administración castellana nombrando extranjeros a las instituciones del reino, abusando de los recursos financieros de la corona para compartirlos con un imperio y cambiar la orientación del intercambio internacional político y comercial de Castilla (Antón 94). Algunos historiadores califican este movimiento como revuelta, como revolución o como la primera revolución moderna europea, por sus claros contenidos liberales, democráticos, nacionalistas y su fuerte compromiso social y decidido espíritu constitucionalista. En una real cédula, en julio de 1521, Carlos V comunica a los colonos que el 23 de abril de 1521 la revolución comunera fue apagada con la muerte de los líderes en la batalla de Villalar (Documentos para la historia de Puerto Rico 315). El siglo XVI arranca, entonces, con una crisis política y económica en la Península Ibérica y, como resultado, trae la falta de atención del monarca a la isla de San Juan Bautista. Las necesidades que consumen Hacienda y el ejército provocan el atraso de la aprobación de la mudanza a la isleta hasta el año 1521 (Ibíd). 5
Es importante recordar que los colonos empiezan los preparativos para la mudanza a pesar de que no había sido aprobada oficialmente por el emperador. La iniciativa para salvaguardar la imperiosa necesidad de mudarse los lleva a establecer algunas necesidades básicas para la mudanza, tales como un puente y un puerto de madera. 5
Carta puebla, carta de población o privilegio de población6 La primera carta puebla de la cual se tiene constancia en España fue un documento otorgado durante la Reconquista (siglos IX al XV) a la villa de Brañosera (Palencia), por el conde Munio Núñez y su mujer Argilo, el 13 de octubre de 824 (García-Gallo de Diego 1).7 Es el historiador fray Francisco Martínez Marina el que destaca en su ensayo crítico, sobre legislación y principales cuerpos legales de los reinos de Castilla y León, que el documento dado a la villa fue una carta de población otorgada y no un fuero8 (Martínez Marina 80). En un análisis detallado sobre las teorías de la fecha que exhibe el texto, el historiador García-Gallo de Diego concluye que con gran probabilidad fue otorgada en el 886, debido a que para esta fecha ya La carta puebla tiene especial interés para la fundación de la ciudad de San Juan porque el reconocimiento histórico de la tradición fundacional de villas y ciudades durante la Reconquista de la Península Ibérica es la base protocolar urbana del Nuevo Mundo. El uso de las cartas puebla es importante porque ofrece un punto de referencia en cuanto a la costumbre poblacional. Se estima, en esta forma, que la colección de lo que ha venido a llamarse reales cédulas, relacionadas con la mudanza de San Juan, convalidan el uso de las cartas puebla. 7 Debido a la fecha del documento del texto (824) y a las diferentes copias de transcripción (fue copiado varias veces con diferentes fechas), se reta su valor. Sin embargo, según el historiador Gómez Moreno, en el 856 se comienza la repoblación de León y le siguen una serie de villas del norte de Castilla. Por lo tanto, se pone en entredicho la temprana fecha de 824 (García-Gallo de Diego 1). 8 Los fueros eran leyes otorgadas a poblaciones establecidas para mejorar, regular y/o resolver su funcionamiento. La carta puebla era un privilegio para poblar o repoblar villa o ciudad y eran otorgadas durante el periodo fundacional. 6
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Cofre de las tres llaves utilizado para guardar documentos en la Casa de la Contrataciรณn. En Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe. Foto Rafael Marrero. Geoisla.com
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se había logrado la recuperación militar de la zona en cuestión durante la Reconquista (García-Gallo de Diego 11). Estas cartas las concedía el respectivo señor del territorio (rey cristiano, señor laico o eclesiástico) cuando pactaba con los súbditos para lograr un acuerdo favorable. Se concedían franquicias y libertades a los pobladores con el propósito de atraerlos a zonas de interés agrícola o estratégico para fortalecer la economía de la hacienda real durante la Reconquista (González Jiménez 375). Estas aparecen temprano cuando comienza la Reconquista y se extienden a través de la Edad Media como documentos urbanísticos en los cuales “… se ofrecen… ventajas tales como exenciones tributarias9, tierras, casas y aprovechamientos de montes, maderas, caza y pesca” (Muñoz-Cobo 33). El proceso legislativo poblacional en la Península Ibérica a fines del siglo XV es parte de la política fundacional que se extendería al Nuevo Mundo y, como resultado, a la mudanza de la ciudad de Puerto Rico.10 En el caso de la Reconquista cristiana, se dependía de la habilidad legislativa para recuperar las tierras y poblarlas. En el Medioevo, la creación de una ciudad suele develarse en dos formas: con un documento fundacional redactado por el monarca o señor del territorio, en el cual quedan establecidas las condi“Montaticum” Del b. lat. En español “montazgo”. Tributo pagado por el tránsito de ganado por un monte. Diccionario de la lengua española, Real Academia Española. https://dle.rae.es/?w=?formList=form&w=montazgo#. Consultado 15 jul. 2019. 10 Hasta los años 1545, en toda la documentación en los libros examinados de Hacienda le siguen llamando Puerto Rico. 9
ciones de su fundación, uso del predio y la relación del nuevo lugar con los fundadores, o con la carta puebla. La mudanza de Villa Caparra a la isleta de San Juan se devela lentamente, entre 1519 a 1521, con el advenimiento de una planificación comprometida, calculada y logísticamente preparada debido a la imperante necesidad de resolver los problemas de sobrevivencia. Sobre la documentación de la mudanza La documentación examinada entre los años de 1514 a 1521, relacionada con el advenimiento de la mudanza, confirma que en el epistolario de colonos, en las cédulas reales y en la colección de documentación de Hacienda, a Villa Caparra y al nuevo asentamiento en la isleta de San Juan se les llamaba “Puerto Rico”. La mudanza se encuentra en colecciones de cartas puebla (cédulas reales dictando condición de apoyo a los colonos), epistolarios (cartas de los colonos), mapas y disposiciones descriptivas sobre su naturaleza (incluyendo situación geográfica). Existe también un documento que recopila las declaraciones sobre la mudanza en las vistas públicas de la ciudad de Puerto Rico (Villa Caparra) celebradas en el cabildo el 22 de julio de 1517. En estas vistas los vecinos contribuyen con declaraciones sobre el comercio, la economía, la gestión de la fundación, la mudanza, la descripción del islote a ocuparse y la organización social y espacial del predio a poblarse. La necesidad primordial de un puñado de colonos en búsqueda de un lugar favorable: un predio en el cual se pudiera establecer un emplazamiento protegido de la zona rural y saneado con agua fresca para garantizar su sobrevivencia, fue 35
el debate que se libró a voces documentales durante varios años. Con esta decisión se iba a mejorar una realidad espacial, jurídica y social. La preparación para poder lograr el establecimiento y la estabilización del islote les tomó varios años. En el caso del asentamiento de la ciudad de San Juan, se desarrollaba cronológicamente un archivo que predecía la mudanza de una villa preestablecida, que iba a recomponerse debido a una situación precaria. Los procesos de mudanza y asentamiento desatan una encomiable lucha por mejorar sus libertades personales, restablecer sus condiciones de salubridad y rehacer sus actividades económicas para empoderar un comercio responsable. La mudanza fue, entonces, un emotivo peregrinaje de esperanza para salvaguardar las condiciones de vida y sobrevivencia precaria de un puñado de colonos. La documentación sobre el porqué de la pujanza de la realidad urbana se concibió en un epistolario y cédulas reales compartidos por oficiales de la villa. Entre las cédulas incluidas se destaca la que envía la reina Juana I de Castilla, en la cual favorece la decisión de los isleños para comprometer su futuro con el advenimiento de felicidad, salubridad, bienestar y prosperidad tanto personal como para la comunidad. La documentación de dos tomos de Documentos Históricos de Puerto Rico (años 1493-1527, vol. I y vol. II)11 agrupa legajos, cartas y cédulas del Archivo General de Indias en Sevilla, sobre las apelaciones al rey Fernando el Católico, la reina Juana I de Castilla y el rey Carlos I de Castilla y Aragón. Esta destaca la situación Paleografía interpretada por el catedrático Bibiano Torres de la Universidad de Sevilla y edición del profesor Ricardo Alegría. 11
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de la villa de Puerto Rico y la buena nueva de la posibilidad ilusionada de que existe una “ysleta” por poblarse con puerto, tierra arable y agua dulce en los pozos. Secuencia cronológica de la mudanza La primera relación, de la cual tenemos evidencia, sobre la necesidad de una mudanza es la carta escrita el 30 de abril de 1515 por el tesorero Andrés de Haro al rey Fernando el Católico, en la cual comunica brevemente la descripción del lugar seleccionado para asentamiento: una “…ysleta questá sobre la Mar, e se fará a poca costa” (Documentos históricos de Puerto Rico, vol. I, 555). Y con este señalamiento se prevé que ya se había compartido otra misiva desconocida; no obstante, esta en particular enfatiza lo que los colonos consideraron primordial: se encuentra a poca distancia del mar y no es muy costoso. Esta revelación afirma que se ha estado planificando y considerando el costo de la empresa. La carta del licenciado Rodrigo de Figueroa (juez de residencia y justicia mayor de La Española), con la disposición de examinar la situación de los colonos (13 jul. 1517) y representando los intereses de la reina Juana I y el rey Carlos I,12 confirma el conocimiento de las actas de una reunión del Consejo (nutrida representación de oficiales, regidores, etc.) para escuchar pareceres de colonos y adelanAl morir el rey Fernando de Aragón (23 de enero de 1516) es sustituido por su nieto Carlos I de Castilla (14 de marzo de 1516). Desde que comienza a reinar, conjuntamente con su madre la reina Juana I de Castilla y a nombre de las coronas de Castilla y Aragón, los documentos relacionados con las disposiciones de la mudanza son firmados por ambos monarcas. 12
Puerta de San Juan, Puerto Rico en la actualidad. En el siglo XVI, se encontraba en este lugar el puerto fundacional de la ciudad. Foto de Freddy VĂŠlez.
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Ilustrador Mario Brau Zuzuárregui. Grabado. Tomado de Salvador Brau, Historia de Puerto Rico, D. Appleton & Co., Nueva York, 1917, p. 109.
tar el nuevo asentamiento. En la misma se enumeran las razones recomendadas para el traslado, de forma que se sirva mejor a Castilla. Las razones son las siguientes: “el [viejo] asentamiento queda muy lejos de los navíos que vienen de Castilla, el pueblo no es sano y causa estar ahogado e sombrío. Es necesidad clara que a estos pobladores el puerto les quedaba muy lejos de la villa y muy pesado para llegar” (Documentos históricos de Puerto Rico, vol. II, 12).13 En una reunión del cabildo en esa misma fecha (13 jul.1517), presentó Juan Ponce de León, muy ufanamente, una relación detallada defendiendo el porqué del beneficio de la estadía en la ciudad de Puerto Rico (Villa Caparra) y contradiciendo las declaraciones de los representantes y las observaciones del licenciado Figueroa (22). No obstante, en Todas las citas después de esta entrada pertenecen a: Documentos históricos de Puerto Rico, vol. II, excepto cuando se indique. En adelante, aparecerá solamente el número de la página y se omitirá el nombre de la colección de documentos. 13
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otra relación presentada por el vecino Pero de Cárdenas, con igual fecha, él insiste en que el nuevo lugar ha sido examinado por médicos y promete ser el más “sano que hay por estas partes por estar en parte alta e sobre peña, e donde todos los aires le corren lympios de la mar…pues lo principal en todas las cosas es la salud, la cual falta, que nendguna criatura se cría” (25). Pero de Cárdenas comenta que era muy difícil el camino porque: …es tan oneroso e incompatible el camino que ay dendesta Cibdad a la Mar, que por non le andar, nengund vecino va a ver las náos que vienen de Castilla, e proveerse de las cosas necesarias, de cuya cabsa vienen todas en poder de regatones, e se venden a precios exesivos, lo qual es cabsa destar en tanta necesidad como están los vecinos della. (25) Enfatiza que esta condición no fortalece el comercio y que, por el contrario, perjudica a los vecinos económicamente. Indica, además
sobre la naturaleza geográfica del lugar, que la ciudad está “metida en este oyo, cerrada de monte, sin nengunda rivera…” y en esa misma línea indica que la nueva localidad tiene “muncha vista… y es muy apacible para pasar por ella” (26). La isleta tiene todo lo necesario para sobrevivir y es evidente que se ha construido un pozo, en lo que será el puerto, para asegurar la disposición de agua potable antes de partir y al llegar las naves: …muy buen sitio, muy sano e fixo para el edyficar, munchas piedras e buenas, cal, madera, la cual si en ella no ay tanta… ay en la isleta agua, e muy buena, según paresció en un pozo que se fizo; ay una laguna qués muy buena agua para ganados, al presente, e thienese por cierto que se sacara el nascymiento della, donde parezca lympia de furia. (28) Del pasto para vacas y ovejas menciona que: “…en lo que discen que es estéril de pastos, non es muncho inconveniente, porquen lo que toca a los ganados de carnecería, ques la principal…” (Ibíd). Y sobre los cerdos: “…los puercos pueden entrar de cinquenta en cinquenta, questos darán una semana en gastarse, …los entradores de los puercos se desminuyen en muncha cantidad, e aun se dexa la traída dellos; e para este ganado non es inconveniente pues thiene tan cerca la tierra firme” (28). Sobre la huella urbana de la ciudad, se mencionan y perfilan ciertos detalles significativos en las declaraciones del vecino Cárdenas: “… quen acabándose el dicho paso (refiriéndose al camino desde Puerto Rico
Villa Caparra) para llegar a la isleta sobre un puente14 a construirse para que se mude el pueblo” (29). El diseño y la construcción de las estructuras de la ciudad se consideran temprano en la encomienda monárquica: “… para que cada uno comenzase a edyficar perpetuamente, es necesario que la ciudad se traze luego de la forma e manera que aquí está, dando a cada uno su solar como lo tiene” (Ibíd). Y sobre la plaza confirman que: “… poniendo la plaza e lo mas cercano della: e ansi discurriendo por todo lo otro, porque nendguno resciba agravio como asta agora esta proveido por los Reverendos Padres” (refiriéndose a los jerónimos) (29). La ciudad se empieza a trazar originalmente en la Plaza Fundacional (frente a la Catedral de San Juan Bautista) con las calles de La Luna (este a oeste) y Santo Cristo de la Salud (norte a sur) con miras a establecerse más holgadamente en el futuro: “… para que cada uno comenzase a edyficar perpetuamente, es necesario que la ciudad se traze luego de la forma e manera que aquí está, dando a cada uno su solar como lo thiene (…)” (29). La investigación incursiona en un inventario público que, a manera de interrogatorio, sondea la perspectiva pública de parte de los vecinos con el propósito de asegurar el parecer general de la población, considerando la opinión en pro y en contra de la mudanza. Los testigos fueron Juan Cerón (vecino), Xeronimo de Merlo (vecino), Francisco de Cárdenas (vecino), Diego Arias Dávila, Juan Pérez (escribano público y del consejo), Juan de la Feria, y Christobal Maldonado (30-71). Hoy día se encuentra allí el puente de San Antonio en Miramar, Santurce. 14
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La detallada y extensa interrogación refleja que todos estaban de acuerdo con las afirmaciones de Pero de Cárdenas (30-71). Tres vecinos (Miguel de Aguilar [cantero], Diego Ramos y Juan Martínez Pena) contribuyeron con declaraciones sobre la importancia del pozo de agua en la isleta y es este detalle circunstancial lo que determinaría la decisión del establecimiento del primer puerto de la ciudad. Miguel de Aguilar había explorado la isleta hacía año y medio, y a la altura del área donde se planificaba el asentamiento había probado agua de un pozo y la “hallaba buena” (56). Diego Ramos, por otro lado, había visitado la isleta de continuo durante ocho años y aseguraba que en el mismo lugar había una fuente de agua fresca y que además “… de otros manantiales hay en ella” (58). Juan Martínez Pena llevaba cinco años explorando la isleta y confirmaba lo mismo sobre la fuente de agua “de la cual marinos toman y se proveen para su viaje” (59). Es claro que los vecinos habían explorado la isleta durante varios años y estaban de acuerdo en que existía suficiente agua en un pozo que se encuentra hoy día en el cruce de las calles Clara Lair y Caleta. En este lugar, evidentemente hubo desembarcaciones, fue utilizado como puerto y ellos atestiguaron que los marineros bebían agua de la fuente establecida. El 22 de julio de 1517 se confirma, en un memorial mandado a los frailes jerónimos por parte de Martín de Isasaga, regidor de San Germán, la razón para mudar la ciudad.15 Se repite, una vez más, la razón para moverla, enfatizando que el camino para lleEste documento lo redacta Martín de Isasaga; muere después de mandarlo. 15
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gar a ella es: “…un trabajoso camino que en el ay que andar hasta llegar a ella y tambien porquel dicho pueblo paresçe estar entre arcabucos…” (75). Por su parte, la reina Juana I de Castilla le pide a los colonos que examinen el lugar designado para la mudanza (80). El licenciado Figueroa explora la isleta y expone en su carta unas descripciones muy hermosas sobre la naturaleza de la isleta, prestando especial atención a su puerto y entorno. Ofrece detalles de su visita a la isleta en septiembre 12 de 1517: ... en el puerto, a mano yzquierda, thiene muy gentil postura, alta, con unas peñas todo al derredor fascia la parte de la Mar, de mediana altura, casi taxada; ... en acabado el Puerto adelante, es una tierra muy llana en que llega a la Mar, e es muy gentil playa para pesquería... (83) Continúa describiendo la vegetación: “… thiene muy xentil arboleda, en especial en lo alto qués muy llana, e thiene arboles altos de diversas maneras, thiene el suelo de muy buena tierra e todo osado de puercos que andan en ella muchos” (83). En cuanto a su tamaño afirma que: “La Isleta thenía una legua en largo e thenía en lo ancho, por acia la parte del Puerto, media legua buena, e ansi poco a poco se va estrechando fasta el cabo…” (84). Debido a que para sobrevivir se requerían pozos de agua, Figueroa asegura que: la despusycion de agua que ay en la dicha Ysleta, es desta manera: estaba empezando a fascer un pozo a donde a de ser el asiento de la Cibdad qués en lo
alto sobrel puerto, en que tiene vista a todas partes, e allo se abía fallado agua e estaba erronando…le fize thornar a abrir, e vila, e es muy buena; pero no parescia aun aber abundancia… (84). Y sobre la fuente describe: …en la ladera que se fasce delo alto hacia lo llano, yo la fize abrir un poco más alto, donde estaba la fuente, e a obrade un estado, fallóse mucha agua e muy buena, e toda aquella ladera paresce tener la mesma despusycion que aun yendo por ella fallamos un encharcamiento de agua con cañas e yerbas que paresce venir de lo alto, el cual pasamos con caballos... (89) Figueroa confirma que los jerónimos …habían dado los indios del secretario Lope de Conchillo a la Cibdad (secretario del rey Fernando), para fascer de piedra los pasos (caminos)…para pasar a la Ysleta; de los quales el uno esta ya fecho, qués una calzada ancha de piedra seca, que non falta de acabar sinon una punta dél… (89).16 Lope de Conchillos (s.f. -1521), conde de Olivares, aragonés de familia judeoconversa, fue miembro del Consejo de Castilla, comendador de la Orden de Santiago, regidor de Toledo, secretario real de Fernando el Católico, guardián de la reina Juana I de Castilla y gobernador absoluto del Consejo de Indias (15091515). Desde muy temprano en la colonización Lope de Conchillos obtuvo el 11 de abril de 1510 “… el cargo de fundidor de La Española con la donación de 100 indios repartidos a todo lo largo de la isla, a los que se agregaron poco después otros 200 en Cuba, logrando incluso que se aumentaran a 300 en cada isla por el repartimiento de Alburquerque” (Franco Silva 128). Lope de Conchillos aprovecha su posición como guardián de la reina para obtener la adminis16
En una carta fechada el 12 de septiembre de 1519, el licenciado Figueroa le recuerda al rey la misiva que le había enviado en 1517. Sus observaciones fueron confirmadas con una estadía de doce días explorando las áreas de la ciudad de Puerto Rico (Villa Caparra) y la isleta. El informe de Figueroa concluye que la ciudad de Puerto Rico se encuentra rodeada de malos caminos y, como resultado, los precios de los mantenimientos eran muy altos por la dificultad de transportarlos del puerto a la población. Las condiciones de salubridad eran precarias. El licenciado corrobora visitando una segunda y tercera vez la isleta, acompañado por un dibujante que traza la ciudad desde lo alto. Una vez más se devela una peña con pesquería, puerto cómodo, árboles altos, en especial en lo alto de la peña, y buena tierra (233). Y con esta descripción de la isleta se atestigua y apoya una vez más la posibilidad de la buena nueva de que es propicio el emplazamiento decidido para establecerse apropiadamente. El 20 de mayo de 1519, el rey Carlos I de España, a nombre del Santo Oficio de la Inquisición, ejerce su poder para nombrar el primer Inquisidor al Nuevo Mundo ejerciendo desde la isla de San Juan (201). Y con este nombramiento se afirma otra buena nueva para adelantar la mudanza. Ese mismo año se recibe una real cédula del rey Carlos I de Castilla recomendando que en el nuevo asentamiento se realice una construcción tración de las minas de oro en la isla de San Juan Bautista y, como resultado, “…logró amasar una verdadera fortuna que en gran parte se refleja en el inventario que de sus bienes mandó hacer tras su muerte su viuda doña María Niño de Ribera” (Franco Silva 123). 41
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y especificando que la ciudad a establecerse debe tener: “… casas de piedra e otros edificios que esta aquí no se han fecho con la poca confianza y seguridad que los vecinos de la dicha ciudad tienen que a de permanecer otros son de parecer que la dicha ciudad se pasase a la isleta” (137). Y sobre el conocimiento del puerto y la sanidad del lugar en que se encuentra, el rey contesta: “…que está junto al dicho puerto porque es lugar mas sano e mas a propósito del dicho puerto” (Ibíd). Exige además que, de acuerdo con la costumbre de Flandes, que “…me enviéis… la traza de la dicha ciudad e la isleta e puerto para que yo lo mande ver e proveer como convenga…” (137). Con esta idea de que se diseñe la ciudad, se comprende que, antes de mudarse, se use lo que se tiene, con algunas adaptaciones (como ocurrió con los callejones y la calle de la Tanca, que no se ajustan a la cuadrícula y su diseño obedece a los ajustes de la configuración geográfica) a la cuadrícula romana con una plaza en el centro.
de la estructura y los materiales, confirma en su decisión que: …en lo de la fortaleza y casa de contratación que decís convendría hacerse en la isleta donde se muda el pueblo, parecióme que debéis al presente hacer una Casa de Contratación donde se puedan poner nuestros libros y hacienda, y ésta se podrá hacer por ahora de tierra, que adelante, placiendo a Dios, teniendo vosotros cuidado de solicitarme, yo lo mandaré proveer porque se haga mejor… (314)
El 16 de noviembre de 1520 el vecino Baltasar de Castro, en una carta al rey, da cuenta de un ataque de más de 150 caribes en diferentes partes de la isla, y pronostica la futura mudanza a la isleta. Es debido a la relación de esta carta de finales de 1520 que se agiliza la mudanza, ya con exactitud para 1521. El 20 de julio de 1521 el rey recibe con verdadera congoja la gravedad del ataque de los caribes a diferentes puntos de la isla y en esta misma cédula aprueba la mudanza, favoreciendo de inmediato la recomendación de los colonos de la construcción de la Fortaleza y la Casa de la Contratación como primeras estructuras necesarias para el funcionamiento de la ciudad. En esta forma, sobre la construcción
El 10 de febrero de 1521, Juan Ponce de León escribe al rey dejándole saber que dentro de unos cinco o seis días efectuaría un segundo viaje de exploración, a lo que en ese momento él cree que es una isla y en su primer viaje le ha llamado Florida (299). Y con este documento se aclara la partida de Ponce de León y la ausencia de su presencia en la isleta durante el momento de mudanza (299). En febrero 12 de ese mismo año, el escribano Baltasar de Castro registra que Diego de Villalobos y Juan Sánchez de Robledo fueron testigos de que Cristóbal Lorenzo reclamó su salario (en la junta del Cabildo
En ese mismo comunicado de julio de 1521, el rey comunica a los colonos que se ha apagado la Guerra de las Comunidades el 23 de abril de 1521 y que se pueden mudar.17 En este caso, debido a la situación de los colonos, en este momento de esfuerzo y establecimiento, era importante tener toda la atención económica y política del monarca ante la eminente consigna de la mudanza.
Refiriéndose al tema de la Guerra de las Comunidades de 1519-1521 explicado al inicio de este artículo. 17
de Villa Caparra) por la labor en la Casa de la Fundición y el Cabildo (en la isleta). Este reclamaba que se libraran 8 jornales de paga por su trabajo de construcción (Documentos de la Real Hacienda de Puerto Rico 684). Entendemos, entonces, que Cristóbal Lorenzo se encontraba trabajando en la construcción de la estructura del Cabildo de la isleta. Documentos fundacionales, pobladores y el nombre No existe comprobación del acontecimiento fundacional de la ciudad de San Juan para develar su noble ascendencia con una fecha. Una incursión investigativa en el archivo de Santa Fe demostró que Santa Fe de la Vega de Granada fue fundada el 2 de octubre de 1491. No existe un documento específico para los efectos fundacionales, sin embargo, un Libro de Fundación o Repartimiento (sistema poblacional durante la Reconquista) recoge el primer padrón, los apeos de tierras y el repartimiento de casas y propiedades de los primeros santaferinos (Guillén Marcos 37-38).18 Esta colección de documentos está reconocida como parte de su garantía fundacional. A partir de esto podemos concluir que las reales cédulas sirven a manera de compendio de cartas puebla y tienen que ser reconocidas como Libro de Fundación o Repartimiento. La segunda mitad del siglo XV había disfrutado de una explosión de crecimiento en las áreas urbanas de la Península Ibérica, sin embargo, las prácticas legales de los colonos eran rudimentarias, y los conflictos sobre la Santa Fe es la única ciudad construida por la reina Isabel la Católica. Se yergue como parte de una estrategia belicosa durante la Guerra de Granada. 18
jurisdicción de los gobiernos municipales para establecer sistemas de tesorería presentaron sus debilidades. El discurso político de los jueces para ocuparse del crimen, las prácticas de redacción de los concejos, la codificación de la ley y el registro de sentencias todo se tenía que atender mientras se trabajaba en su establecimiento. La documentación revisada confirma que los consejos se reunían esporádicamente y la ejecución de reuniones se consolidaba trabajosamente. El estudio de tratados políticos o legales sobre gobierno urbano y los procesos de toma de decisiones dentro de las ciudades por establecerse era una novedad entre los colonos. Un reconocimiento de los pobladores de la isla de San Juan Bautista denota que los lugares de nacimiento eran diversos, igual su educación y labores. En su mayoría, venían de lo que componía el pueblo castellano en ese periodo de tiempo: los campos.19 No obstante, se otorgaron nombramientos de tesoreros, escribanos y demás cabilderos entre esta población existente. Encontramos cuatro documentos significativos que sirven de antesala y confirman el posible comienzo del funcionamiento gubernamental del establecimiento fundacional de la isleta en 1521. Entre ellos, el documento del 30 de junio de 1521 en el cual el Consejo dio libramiento para pagar a Pedro de Ayala (uno de los cuatro hombres de confianza de Los documentos de Hacienda denotan que en cada embarcación llegaba una cantidad notable de esclavos. A pesar de que se tenían encomiendas para obtener indígenas para trabajar, no eran suficientes para la demanda de trabajo. Se contempla un futuro estudio sobre el tema de la llegada de esclavos específicamente durante este periodo de tiempo. 19
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Juan Ponce de León). Ayala servía de guarda de las armas en casa de Ponce de León, y se le emplea para hacer la misma labor hasta que se construya la Fortaleza de la isleta (Documentos de la Real Hacienda de Puerto Rico 189). El segundo, fechado el 20 de julio de 1521, es muy significativo porque el rey aprueba la mudanza y favorece de inmediato la construcción de la Fortaleza y la Casa de la Contratación como primeras estructuras necesarias para el funcionamiento de la ciudad (314).20 En el tercer documento, del 2 de El 20 de enero de 1503 Fernando e Isabel firman una Real Provisión en Alcalá de Henares, por la que se aprueban las primeras 20 Ordenanzas para la Casa de la Contratación de Sevilla (dentro de los Reales Alcázares), para las Indias, las islas Canarias y el África atlántica (Százdi León-Borja 165). Entre sus finalidades se especifica: “recoger y tener en ella, todo el tiempo necesario, cuantas mercaderías, mantenimientos y otros aparejos fuesen menester para proveer todas las cosas necesarias para la contratación de las Indias; para enviar allá todo lo que conviniera; para recibir todas las mercaderías y otras cosas que de allí se vendiese, de ello todo lo que hubiese que vender o se enviase a vender e contratar a otras partes donde fuese necesario” (Serrera 138). El gobierno de la Casa estaría a cargo de tres oficiales reales: el factor, el tesorero y el contador-escribano (y de ahí el porqué del cofre de las tres llaves creado para transportar documentos y dinero). 20
Dos meses después de dar ordenanzas a Sevilla, se crea la Casa de la Contratación de Santo Domingo se funda la Casa de la Contratación y se encarga de su administración el gobernador Nicolás de Ovando (Százdi León-Borja 169). Servía entonces como almacén, aduana, tribunal con cárcel y primera administración centralizada para las armadas, emigración y toda la negociación de Indias. En un documento del 2 de diciembre de 1527 se encuentra evidencia de reparación de Cabildo. Costo 100 ps. a Juan González tejero de Puerto Rico por 10,000 tejas. Y se pagaba 10 ps. al albañil Juan Portugués por adobar las paredes el 19 de diciembre de 1527. (Documentos de la Real Hacienda de Puerto Rico 222). 44
diciembre de 1521, Cristóbal Lorenzo reclama 8 jornales como carpintero por el trabajo que hizo en la Casa de la Fundación y el Cabildo, ante los representantes de la Junta: Baltasar de Castro, Diego de Villalobos y Juan Sánchez de Robledo (Documentos de la Real Hacienda de Puerto Rico 684). Con este documento se afirma la labor para completar el establecimiento de ambas estructuras de valor gubernamental. El cuarto documento, del 31 de diciembre de 1521, es el de más valor: Yo, Juan Pérez, escribano público y del Consejo de Puerto Rico de esta isla de San Juan, doy fe que en 31.XII.1521, en el Cabildo de esta ciudad fue recibido juramento de Bartolomé de Celada para que usase el oficio de ejecutor y visitador de los indios, nombrado por el licenciado Antonio de Gama. (Documentos de la Real Hacienda de Puerto Rico 686). Debido a la secuencia de acontecimientos relacionados con la construcción de las estructuras con protagonismo político (específicamente la del Cabildo de la ciudad) y por el documento que especifica que el Consejo está reunido “en el Cabildo de esta ciudad”, podemos concluir que la ciudad inició quehacer gubernamental el 31 de diciembre de 1521. Podemos confirmar entonces que el escribano del Consejo, Juan Pérez, consideró la ocasión tan significativa que al redactar el acta de la reunión decidió que debía reconocer el protocolo logístico de la localización, especificando el lugar.21 21
La examinación de la colección de Documentos de
la Real Hacienda de Puerto Rico, tomos I y II, no delata la especificidad del lugar, pero con esta acción se
Existe otro menester enlazado con el nombramiento de la ciudad, que ya se ha mencionado antes, aunque carece de un nombre propio. Es por esto que hasta el 1545 se usa el nombre de “Puerto Rico” para el asentamiento inicial y para la nueva ciudad (Documentos de la Real Hacienda de Puerto Rico, vol. II). En la Colección de Documentos históricos de Puerto Rico, se repite el nombre de Puerto Rico en reales cédulas y epistolarios a través de todo ese siglo XVI. La población se muda a otro lugar considerándose a sí mismos habitantes de la fundación original o sencillamente consideraron que no era de valor cambiar el nombre de la villa.22 Conclusión La documentación delata que la vida en la isla de San Juan Bautista, durante el siglo XVI, era muy dura debido a las enfermedades, la mortandad infantil, los ataques, los caminos intransitables o con dificultades y un puerto retirado de la ciudad. Los colonos solicitan y preparan una mudanza rudimentariamente, afirmando la meta de obtener una vida me-
jor; y prueba de ello es la construcción de un puente y un puerto de madera (con miras a levantar este en un baluarte de piedra en un futuro por venir) para llegar a la isleta de San Juan. Mientras los colonos planificaban su esfuerzo, la corona de Castilla se encontraba enfrentando una serie de cambios políticos que desembocan en una crisis social y económica que dilata el establecimiento de la ciudad de San Juan. Las reales cédulas de parte de la monarquía para constituir económica y jurídicamente la fundación de San Juan son nulas o escasas, y el asentamiento se logra por el esfuerzo propio y la capacidad organizacional de los colonos. La mudanza toma cerca de siete años desde el momento en que los colonos comienzan a abogar por sus derechos para lograr un cambio de lugar y circunstancias para sobrevivir en un nuevo asentamiento. La odisea para establecer la ciudad de San Juan es un pasaje encomiable, es parte del reflejo de la nobleza de espíritu del pueblo que emigra a nuestras costas hace 500 años, y su altruismo marca con dignidad y heroísmo la historia de Puerto Rico.
asume que se encuentran en el Cabildo. Este detalle, comentado en la narración por el escribano, es digno de ser celebrado por ser significativo para glorificar el comienzo de la gobernación de la ciudad de San Juan de Puerto Rico. 22 Una revisión de los Documentos de la Real Hacienda de Puerto Rico, vols. I y II, ha comprobado que entre los años de 1510 a 1519 la mayor parte de las naves que venían a la isla de San Juan Bautista llegaban a San Germán directamente sin escala en la ciudad de Puerto Rico. La evolución de cómo llega a llamarse ciudad de San Juan Bautista, en lugar de Puerto Rico, como se le empieza a reconocer en la documentación de una primera mitad del siglo XVI, es tema de discurso investigativo para futuras generaciones de historiadores. 45
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Defensa marítima y naval de San Juan: Embarcaciones y artefactos flotantes presentes en los ataques principales a la capital de Puerto Rico Manuel Minero González
Resumen A partir del recuento de los diversos ataques sufridos por San Juan (1595-1898), este artículo resalta la defensa extramuros de la capital de Puerto Rico. Se centra en la diversidad de embarcaciones y la logística que utilizaron los defensores, desde la primera línea de batalla, para enfrentar al enemigo que tenía la pretensión de apoderarse de este bastión estratégico para las posesiones españolas en América. Introducción Desde el ataque de Francis Darke (1595) hasta el intento de invasión dirigido por Harvey y Abercromby (1797), transcurrieron 202 años en los cuales las fortificaciones y murallas de San Juan se desarrollaron hasta convertirse en un bastión inexpugnable. Esta evolución fue conjunta a la formación de un plan de defensa en el que fue integrándose un aspecto naval que culminó con la creación de la “fuerza sutil” (Brau 179). Este artículo pretende recordar cómo la protección de la capital de Puerto Rico se llegó a concebir como un sistema que integraba a las fortificaciones y a las embarcaciones que
custodiaban los ríos, caños y el interior de la bahía. Por la corta extensión que se precisa para la publicación de este artículo, tan sólo se recoge un recorrido esquemático por los cinco ataques principales, a través de los cuales nos acercamos superficialmente a las embarcaciones que protagonizaron la defensa de la ciudad de San Juan. El ataque inglés de 1595 En 1595, una flota británica bloquea el puerto de San Juan. El capitán Francis Drake, al frente de 25 naves, llega a Puerto Rico para hacerse con la plata que transportaba el buque español Nuestra Señora de Begoña. Esta nao, también conocida como la Capitana de Tierra Firme, tras sufrir una tormenta en el Canal de Bahamas, siguió navegando con el timón y el palo mayor dañados, valiéndose de un aparejo de fortuna hasta llegar a Puerto Rico, justo para descargar dos millones en plata, que en ese momento pasaron a ser custodiados en el interior de La Fortaleza. La flota británica, dirigida por Francis Drake y John Hawkins, era una de las más grandes armadas inglesa enviadas hasta entonces contra las Indias españolas, y estaba compuesta por seis galeones de la Reina de 800 toneladas, dos naos particulares 51
Bernard Forest de Bélidor. Pontón para limpia. Architecture hydraulique. Bibliothèque Nationale de France, 1739.
del mismo porte, dieciséis naos de entre 300 y 150 toneles, una carabela y cuarenta lanchas aprestadas para el desembarco. En total, 3.000 infantes británicos y 1.500 marineros iban dirigidos por el pirata más temido en las costas de Las Españas (Rodríguez, Victorias 80). Por su parte, Puerto Rico contaba para su defensa, además de los puestos en tierra, reforzados con la dotación y bastimentos llegados desde el mar, con los siguientes efectivos navales: 1. La nao Capitana de Tierra Firme, el Nuestra Señora de Begoña, era un galeón de gran porte, pero dañado gravemente en la tormenta. Por esta razón, se decide despertrechar esta gran nave, propiedad de Agustín de Landecho (Landecho 1), distribuyendo
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sus cañones entre las fortalezas, para luego hundirla en la bocana de la bahía, junto a la pandorga1 de Pedro Milanés, con el fin de cegar el puerto y obstaculizar la entrada de la armada inglesa (Cabrera 7). 2. Un navío de 10 piezas, que se atravesó junto al Puente del Agua2 (Cabrera 3). Allí podían llegar las naos de hasta 200 toneladas, como nos describe el plano de la ciudad fechado en el año 1598. Tipo de embarcación que toma su nombre del arte de pesca tradicional homónimo. 2 Este puente fue conocido en el s. XVII como Puente de los Soldados y posteriormente (s. XVIII) como Puente de San Antonio. Hoy día es el puente Guillermo Estévez (inagurado en el 2005), que da acceso a la isleta de San Juan. 1
3. Los avisos entre islas a uno y otro lado del Atlántico; se trataban de embarcaciones ligeras destinadas al correo que no debemos olvidar, ya que permitieron a Puerto Rico preparase con tiempo para la defensa de la capital. 4. Las cinco fragatas del capitán don Pedro Tello y Guzmán: la Santa Anna (Cabrera 1), la Santa Isabel, la Magdalena, la Santa Clara y la Tejeda (Blanco 14). La fragata de esa época era un buque de guerra pequeño fuertemente armado, a la usanza de las fragatas corsarias, rápidas y maniobrables. Este concepto de barco más ligero y ágil surgió a finales del siglo XVI y se estudió sus posibilidades hasta que la Junta de Armas de 1650 vuelve a inclinarse por la construcción de grandes navíos (Hormaechea et al. 62). Aunque estas rápidas fragatas habían sido comisionadas para llegar a Puerto Rico y volver a España con la plata, en cuanto alcanzaron el Caribe y capturaron uno de los barcos ingleses, el Francis, obtuvieron la información de sus 25 prisioneros, que le desvelaron los planes de Drake de quedarse con el metal y con la tierra. Las 5 fragatas de Tello se apresuraron entonces para entrar en la bahía de San Juan una semana antes de la llegada de Drake, y percibieron que el Gobernador ya había preparado la defensa de la “Ysleta”, por lo que llevarse en ese momento la plata significaría la desmoralización de la tropa y la pérdida de una de las llaves de Las Indias. Por esta razón, decidieron cegar la bocana del puerto y, a falta de rodelas [escudos] y picas para toda la dotación, los hombres a bordo de las cinco fragatas se armaron con piedras (Cabrera 5).
El 22 de noviembre los 25 barcos de Drake rompieron el horizonte borinqueño y se acercaron hacia la Ysleta, donde fueron repelidos por la batería del Boquerón y la de la Caleta del Cabrón, que les infligieron gran daño. Finalmente, la flota enemiga fondea [arribó] en Isla de Cabras. Al día siguiente, cuando cayó el sol, el Morro tocó a Arma y desde Santa Elena se disparó a unas siluetas que se ocultaban en la oscuridad de la noche. Las 25 lanchas de desembarco, dirigidas por Thomas Baskerville, se adentraron sigilosamente en la bahía pegadas a la batería del Morro y portando unos 1,500 soldados británicos (Fernández Duro 109). Una vez descubiertos, prendieron sus antorchas y bombas incendiarias, que arrojaron sobre tres de las cinco fragatas de Tello con la intención de quemarlas para luego tomar la ciudad. La única fragata donde no pudo extinguirse el fuego fue la Magdalena, en la que murieron 15 marineros; el resto abandonó el barco saltando al agua e intentando nadar hacia la fragata Santa Isabel. Pero no todos lograron llegar y cinco marineros fueron apresados por los ingleses. El fuego de la fragata Magdalena iluminó la bahía y dio comienzo una hora de batalla, a base de mosquetería, cañonazos y pedradas, que culminó con la retirada de las lanchas enemigas hacia el fondeadero inglés en Isla de Cabras. Los ingleses pagaron aquella incursión nocturna con 400 bajas, cuantiosos heridos y 9 lanchas hundidas. Entre los defensores de Puerto Rico perecieron 40 soldados, hubo 5 apresamientos, pocos heridos y el hundimiento de la Magdalena (Blanco 16).
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José Romero Landa (1735-1807) Ganguil para limpia, 1790-1807 Biblioteca Nacional de España Datos.bne.es 54
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Agudo Mangas y E. Muñoz Soult. Lancha cañonera, 2016. EMSModel. Facebook.
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En la mañana del 24 de noviembre, la flota de Drake levó anclas y maniobró mostrando intenciones de irrumpir en la bahía, por lo que el capitán de la Armada Española, don Pedro Tello, que asumió como misión defender la ciudad con sus cinco fragatas, observó la necesidad de cegar completamente la boca del puerto, por lo que hundió rápidamente un mercante y una de sus fragatas casi sin despertrechar, dejando el estandarte en el mastelerillo del palo mayor para que se viera desde la superficie. El resto de las fragatas se protegieron en el interior de la bahía. Finalmente Drake desvió a su flota y volvió a fondear en Isla de Cabras.
El ataque holandés de 1625
Al día siguiente, siete lanchas inglesas reconocieron la costa hasta el Boquerón, sin ningún resultado, y pasado el medio día una carabela amiga esquivó a la flota británica y se desvió hacia Playa Cangrejos. Aquella misma noche la armada de Drake se hizo a la vela, dejando atrás sus aspiraciones de tomar Puerto Rico.
En este capítulo memorable de la defensa de San Juan en el siglo XVII se sucedieron escaramuzas, duelos a capa y espada, e incluso peligrosas incursiones marítimas desde Santo Domingo, La Habana, Las Canarias y desde el interior de la isla de Puerto Rico para abastecer a los defensores del castillo del Morro que hubieran perecido sin esa ayuda. Desde el primer momento la comunicación marítima se vuelve vital, enviándose avisos hacia Santo Domingo y La Habana, a la vez que algunas canoas aprovechaban la oscuridad de la noche para burlar la vigilancia flamenca y cruzar la bahía desde Bayamón y Palo Seco con pertrechos para el Morro. El patache holandés, pequeño barco mercante que bloqueaba el exterior del puerto, tan sólo logró disuadir a uno de los seis barcos
El ataque inglés de 1598 Sin entrar en el terreno de la especulación y la ucronía, sólo queremos indicar que en esta ocasión no hubo ningún efectivo naval que pudiera haber auxiliado a las tropas defensoras de tierra, las cuales se vieron sorprendidas por el desembarco de la flota del Conde de Cumberland en Cangrejos y del posterior embiste de las tropas inglesas por tierra y de uno de los barcos británicos por el mar que envolvieron a la primera línea de defensa. Esta línea retrocedió de sus puestos cercanos al Boquerón para guarecerse tras las murallas del castillo del Morro, que en esa fecha no estaba preparado para aguantar tal ataque (Blanco 24).
En 1625, una flota holandesa se apodera de la Bahía de San Juan. El general Boudewijn Hendrijksz, al frente de 17 naos, llega a Puerto Rico para extender un cruento conflicto arraigado en el corazón de Europa: la Guerra de los Treinta Años.3 Tras el desembarco de la tropa flamenca, el castillo de San Felipe del Morro se convirtió en el último reducto fortificado desde el que 300 supervivientes, aislados del resto de la isla, hicieron frente a 2.500 holandeses bajo el mando de Balduino Enrico, nombre españolizado del general flamenco (Rodríguez, Otras Victorias 70).
La Guerra de los Treinta Años se refiere al conflicto que enfrentó a las principales potencias europeas en el Viejo Continente y en sus territorios alrededor del mundo, iniciándose en 1618 con la defenestración de Praga y finalizando en 1648 con la firma de la Paz de Westfalia. 3
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que, llegados de mar abierto, consiguieron alcanzar el cobijo de la batería baja del Morro y entregarles pertrechos y bastimentos a los asediados. El día 5 de octubre, domingo festivo marcado en las crónicas por ser el día de la Naval, sucedieron dos acontecimientos que cambiaría el curso del asedio (Larrasa 422). En tierra, don Juan de Amézqueta y Quijano salió a la explanada del Morro con 50 soldados y embistió contra lo más florido de la capitanía holandesa. Y en la bahía, aquella noche 5 hombres de la tierra que navegaban cautelosos a bordo de su canoa intentando llegar con víveres al Morro asaltaron una flamante lancha enemiga armada con 1 pedrero a proa, 20 soldados y su capitán. El lance se salvó con 16 enemigos degollados, 3 escapados y 2 prisioneros que llegaron al San Felipe del Morro a bordo de la más valiosa de las presas, aquella lancha enemiga con la que infiltrarse entre los puestos holandeses (Larrasa 422). Desde aquel momento, los hombres del general holandés Balduino Enrico intentaron recuperar el control de la bahía lanzando varios ataques en la búsqueda de aquellas canoas que burlaban su vigilancia, pero tan sólo lograron quemar unas 10 canoas y 5 casas en la zona de Palo Seco, sin alcanzar a ver al enemigo que se desvanecía entre el manglar (Laet 87). El 12 de octubre, el capitán canario don Andrés Botello y Cabrera se interna en la bahía a bordo de la lancha arrebatada a los holandeses con la misión de visitar los puertos de Bayamón y Cangrejos, donde daría con unos 50 hombres de la tierra que fueron una pieza clave para el contraataque. A bordo de 58
aquella lancha se enfrentaron a un total de 11 lanchas enemigas, aseguraron el cauce del río Bayamón para las canoas que abastecían el Morro, consiguieron arrebatar dos lanchas más al enemigo y, con una flotilla de tres lanchas, recuperaron el fortín de San Juan de La Cruz, “el Cañuelo” (Botello 181). Tras esta serie de victorias consecutivas en la bahía, los holandeses ceden en su voluntad ofensiva y se preparan para la huida. Desde el Morro, el gobernador Juan de Haro se niega a capitular a pesar de la amenaza de Enrico de quemar la ciudad. Una vez incendian el caserío, los flamencos se reembarcan perseguidos por los hombres de Amézqueta y de Botello. Desde ese momento, las naos de Enrico quedan atrapadas sin viento en el interior de la bahía, y en las fraguas del Morro se comienza a construir una cadena para cerrar la boca del puerto y capturar la flota flamenca. Durante los siguientes diez días, los maestros carpinteros y herreros de Puerto Rico se afanaron en construir una cadena que uniera a seis troncos, de 27 codos de largo cada uno y tan gruesos como el palo mayor de una nao de 200 toneladas. Este artefacto flotante se serviría de anclajes y anchos cables para fijarlo en la parte más estrecha de la bocana, y quedaría defendido por cuatro plataformas artilladas (Larrasa 426). Los dos primeros días de noviembre, el viento sur-sureste permitió a la flota de Balduino Enrico levar anclas e intentar enfilar la bocana bajo una lluvia de artillería con la que la despedían los defensores de Puerto Rico, quienes por falta de efectivos y por lo aparatoso del proyecto no pudieron colocar la cade-
na a tiempo. Cuando finalmente Balduino logra escapar con casi la totalidad de su flota, se lleva consigo la nao Nuestra Señora del Rosario y San Antonio y otra nave menor, ambas propiedad del capitán Andrés Botello (Botello 181), pero deja atrás el Madenblick, una nao de 540 toneladas, propiedad del conde Mauricio de Nassau (Laet 93). El último episodio de aquel asedio a San Juan de Puerto Rico fue protagonizado por el capitán holandés Bancker, quien volvió a la bahía y se enfrentó con sus cinco lanchas a las seis con las que Botello y Amézqueta pretendían rendir la Madenblick. En medio de ese lance, aquella fortaleza flotante aprovechó la marea para desencallarse y disparar toda su artillería. En ese momento, las dos embarcaciones de Amézqueta se retiraron hacia los puestos de artillería de La Puntilla y las cuatro lanchas dirigidas por Botello se perdieron en la oscuridad de la bocana para, milagrosamente, volver custodiando la nao Nuestra Señora del Rosario y San Antonio, arrebatada por los holandeses al capitán canario. Cuando aquella nao de 300 toneladas volvió a la bahía escoltadas por las cuatro lanchas de Botello, se le ordenó que embistiera a la Madenblick hasta rendirla. Pero el viento no terció y la nao se vio rodeada por las naves enemigas que escaparon entre las lanchas de don Andrés, quien vio marchar de esta manera a su nao, la cual los holandeses rebautizaron con el nombre de Puerto Rico. Mientras, en La Puntilla, los hombres de Amézqueta lograron rendir la Madenblick, que a la mañana siguiente amaneció como un trofeo solitario y estático en medio de la Bahía de San Juan.
El ataque inglés de 1797 El 17 de abril de 1797, desde las fortalezas de San Juan se divisa una flota inglesa compuesta por más de sesenta navíos que procedían de apoderarse de la Isla de Trinidad y tenían como objetivo conquistar la plaza principal de Puerto Rico. Esta flota, al mando del almirante Henry Harvey, ancló en la Bahía de Cangrejos para que el general Ralph Abercromby desembarcara el grueso de sus tropas, superiores en número y experiencia a las defensas de San Juan. Tras el desembarco, se sucedió el asedio y en él un sin fin de batallas, escaramuzas y episodios épicos que por dos semanas escribieron con valor y coraje las fuerzas defensoras de la isla de Puerto Rico, quienes derrotaron a los ingleses provocando su precipitada huida. Gracias a la relación de las embarcaciones realizada por el capitán de fragata de la Real Armada, don Francisco de Paula Castro, sabemos que la flota de Harvey se componía de los siguientes efectivos: 5 navíos, 7 fragatas, 2 bergantines, 18 goletas y 31 mercantes, incluyendo en estos una urca grande (Castro 75). Desde el 15 de marzo de 1797 tenemos constancia documental de los trabajos que se ejecutaron por la Maestranza y Gente de Mar avecinada en Puerto Rico en pro de preparar la fuerza naval o “fuerza sutil”, como le llamó Brau, que defendería la capital del ataque inglés en abril de ese mismo año (Castro 77). Esta fuerza, a las que nos acercaremos apoyándonos en las definiciones del ilustre escritor, historiador y marino don Martín Fernández de Navarrete, estaba formada por los siguientes tipos de embarcaciones: 59
1. Pontón (2 unidades), “Barco chato o de fondo planudo, con la popa y la proa cuadradas y sin lanzamiento alguno, que armado de cabrestantes, ruedas u otras maquinarias, sirve para la limpia de canales, puertos y ríos”, define Navarrete (430). 2. Ganguil (4 uds.), buque semejante a una barca con sólo un palo y vela latina. En el centro tiene una caja en figura de pirámide cuadrangular truncada (que se llama cántara) con la base mayor hacia arriba, con puerta por el fondo, y sin comunicación con el resto del buque, en la cual se deposita el fango y basura que el pontón de limpia saca de los puertos y que el ganguil conduce y arroja por estos medios en alta mar o lejos de las costas. (Navarrete 292) La construcción de estos cuatro ganguiles, según nos apunta Salvador Brau, fue ordenada por el brigadier Cosme Damián Churruca antes de marchar de Puerto Rico en 1794 (179). Y durante el asedio sufrieron una modificación, ya que el día 20 de abril les fueron extraídos los palos para no ser vistos entre los manglares por el enemigo (Castro 80). 3. Lancha cañonera (12 uds.), nos confirma Navarrete que fueron “construidas a propósito para llevar mortero, cañón u obús y sirven para batir las plazas y fortalezas marítimas del enemigo o defender las propias contra las escuadras que las ataquen. Las cañoneras fueron inventadas y puestas 60
en uso en España, y después las han adoptado las demás naciones marítimas” (330). 4. Lanchas de auxilio (7 uds.), “Lancha grande que suelen tener preparadas los gremios de mareantes [...] para auxilio de las embarcaciones que lo necesitan o lo piden” (Navarrete 330). En este punto incluimos un falucho (con un sólo palo inclinado hacia proa con vela latina) y un guayro francés (con dos palos y velas guairas). 5. Bote de auxilio (7 uds.), embarcación menor, aunque de varios tamaños, para el frecuente uso de la mayor o principal (Navarrete 105). 6. Piraguas (24 uds.), barco de una pieza, cuadrado en los extremos como artesa, más alto que la canoa, añadidos los bordes con caña y betunado, y no chato como la canoa, sino con quilla (Navarrete 422). Todas estas embarcaciones siguieron la dirección del Capitán de Fragata don Francisco de Paula Castro y fueron destinadas a los siguientes apostaderos durante el sitio (Castro 20): · Puente de San Antonio: Ganguil n. 2, Ganguil n. 3, Cañonera n.3, Cañonera n. 4 y Cañonera n. 8. · Ensenada de Miraflores: Pontón n. 1, Ganguil n. 1, Ganguil n. 4, tres lanchas de auxilio, Cañonera n. 1, Cañonera n. 7, Cañonera n. 5 y Cañonera n. 11.
· Boca del Puerto: Pontón n.2, Cañonera n. 6, Cañonera n. 9 y Cañonera n. 12. · En la Puntilla para ronda de noche: Cañonera n. 2, Bote n. 1, Falucho n. 2 y el guayro. También se usaron botes y piraguas para transportar tropas, útiles, víveres y correos: 3 botes pequeños para correos, 1 lancha para trabajar en anclas, 2 piraguas para víveres, 2 piraguas para conducir ganado, 2 piraguas para conducir hierva, 2 piraguas para conducir aguada y 10 piraguas para transporte de tropas, útiles y otros efectos de guerra. Estos efectivos navales brillaron por sus actuaciones en todas sus posiciones. Es imposible nombrar cada una de las acciones en este tiempo de exposición, por tal razón, aludimos a la cita que dejó escrita don Fráncico de Paula Castro como el mejor resumen de la actuación de esta fuerza naval durante las dos semanas de asedio: En cada día de sitio con sus respectivas noches se ha habilitado cada ganguil, pontón y lanchas cañoneras que los acompañaban con balas, sacos, cartuchos, y metralla para 100 tiros, los que se han aprovechado en detener el ímpetu contrario, destrozar sus trabajos, aniquilar sus fuerzas con los muchos muertos y heridos, y mantenerlos en una sorpresa continuada, para que no adelantaran un paso de la línea en que estaba atrincherado (Castro 10). Tras el conflicto de 1797, la Fuerza Sutil sufrió numerosos daños, detallados por Castro
en sus escritos del mismo año, y no se recuperó parte de esta flota hasta el año 1824, cuando el gobernador Miguel Luciano de La Torre y Pando ordena las mejoras y la ampliación de los almacenes del Arsenal de la Puntilla para construir 12 lanchas, algunos botes y falúas, y una goleta (Córdova 227). En 1830, se construye un gran pontón de limpia al que en 1836 se le instala una máquina de vapor. El ataque estadounidense de 1898 Por último, cerrando el ciclo de ataques a San Juan, debemos mencionar el dirigido por el almirante William Thomas Sampson. Este se presentó el 12 de mayo de 1898 con su flota en el puerto principal de Puerto Rico para interceptar la escuadra del almirante Pascual Cervera y Topete, que en esos momentos se dirigía desde Cabo Verde a las Antillas. A pesar de no encontrarse la escuadra en la bahía de San Juan, a las 6 de la mañana se inició el bombardeo de la ciudad. Siguiendo la Crónica de la Guerra Hispanoamericana en Puerto Rico, escrita por el capitán de artillería Ángel Rivero, la flota defensora de San Juan estuvo compuesta por los siguientes efectivos: el crucero no protegido de segunda clase Isabel II (de 1.152 toneladas), el crucero no protegido de tercera clase el General Concha (de 584 toneladas), el cañonero de segunda clase Ponce de León (de 200 toneladas), el cañonero de tercera clase Criollo (de 201 toneladas), el destructor de torpederos Terror (con 370 toneladas), que era el buque español más temido por las fuerzas bloqueadoras de San Juan, y, por último, el crucero auxiliar Alfonso XIII, trasatlántico 61
El Cañuelo, 1918. Colección Instituto Cultura Puertorriqueña (ICP 076). Archivo General de Puerto Rico.
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español que, no pudiendo seguir para Cuba, quedó en San Juan, procedente de Cádiz (Rivero 47). Estos efectivos navales sirvieron para aliviar el bloqueo enemigo del puerto sin rendir la ciudad hasta que tuvo que ser entregada por los acuerdos firmados en el Tratado de París (10 de diciembre de 1898). Conclusión Tras realizar este rápido repaso por los diferentes ataques que sufrió la capital de San Juan de Puerto Rico, podemos concluir que la defensa marítima local jugó un papel protagónico y determinante en cada episodio, incluso en el de 1598, en el que se sufrió por su ausencia. Es necesario puntualizar también la importancia de esta defensa a extramuros de la ciudad, compuesta por las embarcaciones que transportaron a los defensores a la primerísima línea de batalla, donde se enfrentaron, sin murallas de por medio, a todos aquellos enemigos que se presentaron ante San Juan con la pretensión de apoderarse de este bastión estratégico para la defensa de las Américas españolas.
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Capitulaciones matrimoniales en el siglo XV: Legado para el derecho femenino en el Nuevo Mundo Carmen Alicia Morales Castro
Resumen El propósito de este estudio es, primeramente, ofrecer un recorrido cronológico sobre la evolución histórica de las capitulaciones matrimoniales; segundo, analizar una selección de contratos del siglo XV que preceden la colonización de Puerto Rico y observar cómo estos contratos consuetudinarios reconocen el derecho de la mujer hasta el día de hoy. Se escoge esta documentación porque la misma enfatiza la evidencia del poder femenino durante ese periodo histórico; sugiere una organización socioeconómica; confirma la intención del mejoramiento de relaciones matrimoniales hace cerca de cuatro mil años; enfatiza el reconocimiento económico para el establecimiento del hogar, y por ende, legaliza el entendimiento de que es la mujer la administradora del régimen económico familiar y del bienestar de los hijos (económica y educacionalmente). Estos contratos exponen la consigna cultural de educar las mujeres en cuanto a sus derechos legales al asegurarse que sabían escribir capitulaciones matrimoniales y testamentos y, como resultado, comprendían la ramificación del control y empoderamiento que se deriva del ejercicio de esta legalidad en el espacio público. Se examinarán los docu-
mentos de las capitulaciones matrimoniales de la reina Isabel de Portugal (madre de Isabel la Católica) y de la reina Juana de Portugal (cuñada de la reina Isabel la Católica). Como conclusión, se comentará la legislación del Derecho Matrimonial Canónico en el momento de la colonización y la adaptación que se lleva a cabo para resolver el reto legal que presenta la convivencia entre razas en el Nuevo Mundo. Introducción El matrimonio es un negocio jurídico de naturaleza contractual que afecta nuestro estado civil. El término proviene del latín matrimonium y se refiere a la unión que se concreta a través de determinados ritos o trámites legales (Hernández Muñoz 5). La primera aparición documental, de la cual tenemos constancia, se manifiesta cuando el rey de Babilonia, Hammurabi (1722-1686 a. C.), consideró que era necesario que el conjunto de leyes de su territorio se registrase con el propósito de complacer a sus dioses y, de paso, homogeneizar jurídicamente el reino. Este código da protagonismo al derecho de familia, que se ocupa del matrimonio, del divorcio, de la adopción, de las participa67
ciones de los cónyuges en el haber común, de la dote marital y paterna, y de la viudez (Franco 333). En otras palabras, la finalidad era constituir un patrimonio familiar considerando la donación nupcial con el propósito de asegurar medios de vida suficientes a la viuda o divorciada y a sus hijos. Las capitulaciones arrancan en la Península Ibérica durante la crisis de la monarquía visigoda después de la “derrota del ejército en la batalla de Vouillé del 507 d.C. (porque esta batalla) hizo necesario que se operase una completa reestructuración del poder regio que terminará imponiéndose sobre la mayor parte del territorio peninsular” (Valverde Castro 332). Esta estrategia política consolida el reino de los visigodos (Valverde Castro 331) y es, a su vez, el primer efecto directo de la influencia cristiana sobre la ley conyugal (Rojas Donat 49).1 Hasta este momento, la bigamia había sido considerada un derecho consuetudinario, tanto por los romanos como por los visigodos, pero al establecerse las capitulaciones matrimoniales se comenzó a penalizar como delito. (Crespo Alonso 10). En esta forma se lograba un doble propósito: la consolidación de los bienes gananciales para beneficio de una sola familia, sin tener que debilitar los ingresos de ese hogar compartidos en concubinato (en la mayor parte de los casos eran hombres casados conviviendo con mujeres solteras). Durante la monarquía visigoda, con la imposición de esa ley, se concibe el matrimonio como parte de una estrategia para mantener una unidad familiar y no meramente un acuerdo entre una pareja (Rojas Donat 52). Las capitulaciones matrimoniales Al establecer capitulaciones matrimoniales deciden además penalizar la bigamia como un delito (Rojas Donat 49). 1
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favorecen al género femenino porque se promulga el acuerdo de que el hombre tenía que dotar a la esposa de un patrimonio para garantizar su subsistencia y la de sus hijos, en caso de enviudar (Crespo Alonso 10). Los pactos eran sencillos. En los mismos se establecían básicamente lo que el novio iba a contribuir al matrimonio y se medía la importancia de esta contribución en relación con el bienestar económico de la familia. La dote venía a ser el contrato que aseguraba las donaciones nupciales, las rentas y derechos aportados al matrimonio por el novio. Las capitulaciones matrimoniales decidían el futuro de la convivencia social, religiosa, educacional y económica de la mujer y, en última instancia, de la familia. Los derechos económicos de la novia eran establecidos en una donación que se estipulaba de acuerdo con su fortuna, y era apoyada y defendida por el padre y los hermanos de la novia (que servían como testigos). De ahí la costumbre, que se comparte en la ceremonia cristiana hasta el día de hoy, en la cual el padre, el hermano o un tío escolta la novia al altar, representando así la defensa del futuro económico de la unidad familiar. Con el establecimiento de la dote se velaba por los derechos de la novia y se aseguraba el bienestar común de toda la familia extendida: la educación y el derecho económico de los hijos, la sostenibilidad de la casa y la provisión, en caso de que la mujer enviudara. En el siglo XIII, el rey Alfonso X, el Sabio, establece las Siete Partidas en el reino de Castilla. Este documento normativo reintroduce la dote en sentido romano, entremezclando
Alfonso X y su corte en una miniatura de Las Cántigas de Santa María, escritas en galaico-portugués entre 1270 y 1282. Wikipedia.
dos conceptos: el de arras2 y el de donación, llamado propter nuptias (Fernández-Sancho Tahoces 59).3 En la cuarta Partida se reconocen los desposorios, los casamientos que juntan al hombre y a la mujer naturalmente, las cosas que les pertenecen, y los hijos que nacen de estos matrimonios. La sexta Partida reconoce la razón del linaje y el derecho hereditario. Es por este medio que, en Castilla, a diferencia del resto de Europa, se mejora y se enfatiza la legalidad de la dote como parte de los derechos femeninos y se establece el derecho hereditario femenino. Se expande, además, el derecho de la mujer a concebir la Conjunto de trece monedas que el novio entrega a la novia. 3 El objetivo principal de Las Siete Partidas (1272) era establecer “…un núcleo normativo de definición en cada centro jurisdiccional que otorgase una identidad normativa a los miembros de una comunidad de súbditos” (Panateri 675). Con este código de leyes se crea un sistema jurídico-político redactado por la Corona de Castilla bajo la monarquía del rey Alfonso X (1252-1284) para lograr armonía y uniformidad en el reino. 2
posibilidad de heredar títulos de sus padres y esposos durante el siglo XIII. Las capitulaciones matrimoniales llegaron a tal punto de necesidad y cumplimiento que encontramos estos convenios a través de toda la Península Ibérica durante la Edad Media, y en especial durante el siglo XV. En ellas se decidían las arras como una aportación adelantada en el momento del matrimonio; se concertaban convenios sobre los alimentos que debían suministrarse a los hijos (manutención) y, más importante aún, se establecía la distribución económica sobre la viudedad. Estos contratos también decidían la suerte de bienes aportados por los cónyuges tales como frutales, viñedos, animales, etc. Capitulaciones matrimoniales de la reina Isabel de Portugal Consideremos algunos ejemplos de capitulaciones matrimoniales regias durante el siglo 69
XV, entre ellas las de la reina Isabel de Portugal y la reina Juana de Portugal. Las apariciones de estas mujeres portuguesas, que llegan a la corte Trastámara4 a casarse con reyes castellanos, se encuentran en crónicas, testamentos, capitulaciones matrimoniales y sepulcros. Sus vidas fueron similares desde diversos puntos de vista: la suerte les barajeó la emigración de Portugal a Castilla e influenciaron significativamente la historia monárquica de ambos reinos en la segunda mitad del siglo XV. Estas nobles portuguesas del siglo XV fueron educadas para ser partícipes del sofisticado entramado legal de la sociedad cortesana y monárquica. Es por esta razón que demandaban que a la hora de casarse se ejecutaran capitulaciones matrimoniales favorables en las cuales se legitimaran y defendieran sus derechos de sobrevivencia económica y los de sus hijos. Por ello, antes de morir, insistían en que se reconociera la sucesión testamentaria en una declaración de voluntad que concedía el derecho hereditario de sus hijos de acuerdo con las promesas económicas prometidas en las capitulaciones matrimoniales. Fueron instruidas para controlar el espacio público y privado, y enfrentarse a padres, tíos y hermanos para reclamar el cumplimiento de los contratos contraídos. Comprendieron que de ellas dependía que se cumplieran sus derechos en tanto estos instrumentos protocolarios otorgaban control La dinastía Trastámara es el primer linaje real de poder político en España. Se establece con el enfrentamiento del 14 de marzo de 1369 cuando, en la Batalla de Montiel, Enrique de Trastámara (hijo ilegítimo del rey Alfonso XI) y el rey Pedro I, el Cruel, se disputaron la Corona de Castilla (Belenguer 15). El rey Pedro I mata a su hermanastro Enrique y se establece la monarquía. 4
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político en la sociedad del siglo XV. A través del análisis de estos documentos se develan mujeres organizadas, educadas y capacitadas para reclamar sus derechos. En abril de 1446, García Sánchez de Valladolid, delegado de Álvaro de Luna, negoció en Portugal el matrimonio de Isabel de Portugal (1428-1496) con el rey Juan II de Castilla (Veríssimo Serrao, 1997, 57). Isabel de Portugal era la nieta del rey Juan I de Portugal, hija del infante don Juan. Debido a que su padre había muerto, su tío, el regente Pedro de Portugal, es el que se encarga de las capitulaciones de su matrimonio. El 15 de octubre de 1446 fue obligada a renunciar a su herencia familiar para casarse con el rey Juan II de Castilla (De Azcona 9). Con esta decisión, aceptó vivir a expensas de lo que le iba a ofrecer su dote matrimonial. Sin embargo, tenía que hacer grandes sacrificios para llegar a ser la esposa de Juan II de Castilla: abandonar su tierra y familia portuguesa para vivir en la pequeña villa de Madrigal, dejar su cultura portuguesa, adoptar la lengua castellana y dejar de depender del portugués (que solo hablaría con el grupo de doncellas y dueñas que la acompañaban y hablaban portugués). Tenía cerca de 19 años (el rey Juan II tenía 42 años) cuando contrajo matrimonio el 22 de julio de 1447 en el altar mayor de San Nicolás de Bari en Madrigal (De Azcona 9). Sobre los detalles de las decisiones prematrimoniales, el historiador Tarcisio de Azcona comenta que entre los conceptos de dote la novia recibiría: …45,000 florines de oro de Aragón, a cargo de la deuda contraída por la corte de Castilla en 1445. A los veinte días de ratificado el matrimonio, la de
Portugal se tendría por satisfecha de dicha deuda, y la documentación sería entregada a la misma reina una vez consumado el matrimonio y una vez que recibiese las ciudades de Soria, Ciudad Real y Madrigal y el asentamiento de tres millones de maravedís. Como herencia paterna y materna recibía Isabel 60,000 florines de oro, que se le harían efectivos al morir su madre. (8) La ciudad de Soria era posiblemente la parte de la dote dentro de la cual devengaría más seguridad en su vida matrimonial, debido a los privilegios otorgados a los pastores de esta villa (López-Davalillo 115).5 Y para asentar su casa (su hogar) recibiría: …las ciudades de Ciudad Real y Madrigal con su jurisdicción y rentas, y 1,350,000 maravedís al año… La corte de Portugal exigió, además, una buena fianza de que Castilla cumpliría todas estas bases contractuales: 100,000 doblas de oro, y en su defecto la ciudad de Toro, que no podría ser arrebatada a Portugal ni en caso de guerra. (De Azcona 8) La reina Isabel de Portugal defendió sus derechos matrimoniales contractuales como le correspondía: económica y políticamente. Al tomar la decisión de casarse con el rey Juan II, se tiene que reconocer su valía para defender sus derechos, la valía de su madre y la de su tío el infante don Pedro, quien la representaba. Además del conocimiento que se tiene sobre las capitulaciones de su matrimonio, las breves apariciones de la reina Isabel de Portugal en las crónicas castellaSoria era el centro de la Mesta (los dueños de ganados mayores y menores) más importante de Castilla. 5
nas permiten un acercamiento a la circunstancia político-matrimonial que la rodeó hasta la muerte de su esposo, el rey Juan II de Castilla (Pérez de Tudela & Rábade Obradó 357). Capitulaciones de la reina Juana de Portugal Las negociaciones del matrimonio de la infanta (de 13 años) Juana de Portugal con el príncipe Enrique IV de Castilla (14 años mayor que ella) comenzaron en 1452 cuando su hermano, el rey Alfonso V de Portugal, y Álvaro de Luna, valido del rey Juan II de Castilla, convinieron casarlos. De acuerdo con el cronista Alonso de Palencia, es Enrique IV quién escogió “… algunos negociadores de su intimidad para que tratasen en secreto el matrimonio con Juana” (De Palencia 66). Este matrimonio entre la infanta Juana de Portugal y el príncipe Enrique IV de Castilla era parte de la nueva política luso-castellana promovida por el rey Alfonso V y el futuro rey de Castilla, Enrique IV (Suárez Fernández 121). En marzo de 1453, el monarca portugués logró algunos acuerdos matrimoniales y accedió a esa unión a pesar de que, según el cronista Alonso de Palencia tenía conocimiento de que el príncipe era impotente, pero el matrimonio podía ganarle provecho: “…aunque es cosa bien averiguada la impotencia de D. Enrique, ya de todo el mundo conocida, no podía ocultarse a D. Alonso (rey de Portugal)… de que aquella farsa de matrimonio podría procurarle ensanche de territorio, debiendo pensar que antes le acarrearía aumento de ignominia” (De Palencia 66). El 13 de diciembre de 1453, Enrique IV hizo a su futura esposa una primera donación: “… cien mil florines de oro, estando presente el 71
mismo administrador de Segovia, Luís de Acuña” (Suárez Fernández 120). El dinero fue depositado el 21 de diciembre por Lope González, apoderado de doña Juana, en casa de un mercader de Medina del Campo (Suárez Fernández 121). La dote asignada a la tesorería de Alfonso V fue de 100,000 florines. Juana quedaba libre de hacer donación previa, y recibió una dote que representaba un importante capital y le proveía seguridad económica para su futuro. La razón principal para la realización del matrimonio con doña Juana era el interés del príncipe Enrique IV de utilizar las bodas para consolidar una alianza entre Castilla y Portugal (Suárez Fernández 136). El rey Alfonso consideraba que el matrimonio no se pudo haber presentado más oportunamente porque el rey Juan II de Castilla había muerto en julio de 1454 en medio de las negociaciones y, como resultado, doña Juana llevaría el título de reina de Castilla. El segundo documento de las capitulaciones se firma el 22 de enero de 1455 y en él se reconocía “…la dote de 100,000 florines que habían sido depositados en Medina del Campo y se le garantizaban otros 20,000 como arras, más una renta anual de millón y medio de maravedís situada en ciertas villas que quedaban bajo su jurisdicción” (Suárez Fernández 136). El rey Enrique IV ratificó las capitulaciones el 25 de febrero de ese mismo año y añadió que doña Juana tenía derecho a conservar la dote y las arras en caso de que el matrimonio fuera declarado nulo. Con la exposición de estos contratos matrimoniales de mujeres nobles, en la segunda mitad del siglo XV, podemos concluir que esta mujer estaba educada para reconocer sus 72
derechos en el espacio público, su posición social y valía nobiliaria y económica a través de su conocimiento y manejo de las capitulaciones matrimoniales. Derecho matrimonial de la mujer en el Nuevo Mundo Los problemas del asentamiento en el Nuevo Mundo presentaban un reto para Castilla, debido a que se arrastraba la necesidad de alinear los fueros o leyes de los reinos con las nuevas comunidades. Se hacía imperativo legislar el contacto entre las razas y las culturas europea, indígena y africana. Desde el comienzo colonizador era evidente la necesidad de dictar leyes sobre la posibilidad de legalizar matrimonialmente o no estas relaciones. (Konetzke 114) El testamento de la reina Isabel la Católica (26 de noviembre de 1504) estipulaba que se reunieran las Cortes y llevaran a cabo una interpretación jurídica, una revisión y actualización del corpus legislativo de la Corona de Castilla y León alineadas con el de las colonias. Las cortes se reúnen en Toro, el 7 de marzo de 1505, en nombre de la reina Juana I de Castilla y revisan 83 preceptos que componen las Leyes de Toro (vigentes hasta la revisión del Código Civil de 1889) (Muñoz García 457). Allí, se legisló sobre diversas cuestiones que atañen a los reinos, entre ellas el derecho matrimonial (Leyes 54 a 61 de Toro) cuya disposición afectaba a la mujer castellana y, como resultado, tenía ramificaciones para la mujer colonizadora y colonizada.
trina del Derecho de Castilla y reiterar su cumplimiento frente a violaciones tanto de los colonizadores como de las propias autoridades” (Muñoz García 463).
Miguel Cabrera (1695-1768). Escena de mestizaje (pintura de castas). De chino cambujo e india, loba, 1763. Óleo sobre lienzo. 58” x 45”. Museo de América, Madrid, España.
En el proceso colonizador observamos que al regular “materialmente los principios esenciales y las instituciones relativas a la capacidad de obrar de la mujer casada castellana… se rige la actuación de la mujer en el Derecho Indiano” (Muñoz García 457). La Ley 56 de Toro “fija la licencia marital como sistema de carácter general y requisito indispensable para la válida actuación de la mujer casada” (Muñoz García 458). Con las leyes 54 y 55, la mujer obtiene la capacidad jurídica para actuar con consentimiento marital o autorización del juez, para obrar en la resolución de sus necesidades legales sin perjudicar la sociedad conyugal y familiar contractual. El Derecho Indiano venía a “ratificar la doc-
En el Nuevo Mundo observamos que las relaciones extramaritales entre blancos y nativos surgen y se propagan inmediatamente, lo que da lugar al diálogo para regirlas desde la legalidad del matrimonio. Este problema social es expuesto por Cristóbal Colón en los documentos de la Relación del Segundo Viaje: “…mas como se viesen tan seguros y superiores de los indios y según eran todos ellos de poca criança, tirados dos u tres criados míos y este Pedro repostero, se darían al comer y placer de las mujeres; y ansí se perdieron y se destruyeron a sí, y a mí han dado y dan tanta pena” (Varela y Gil 244). El Código de Derecho Canónico establecía como impedimento la disparidad de religiones entre los cónyuges, pero no la racial, y es por esto que los obispos y el clero aprobaban y recomendaban inmediatamente el matrimonio mixto en tanto el nativo se convirtiera al catolicismo (Konetzke 115). Sin embargo, uno de los impedimentos para lograr el matrimonio mixto estaba basado en la diferencia en estamentos sociales, ya que el Fuero Real de 1255 había establecido que, para contraer matrimonio, las mujeres menores de 30 años necesitaban consentimiento masculino familiar (García Gallo 197). La migración separaba y desbandaba a las familias, y esta situación dificultaba la representación masculina para defender los derechos de la mujer en el matrimonio, que era parte del orden prematrimonial. Se tenía, entonces, que eliminar u obviar este consentimiento, este 73
protocolo circunstancial para proceder con la implementación del establecimiento del matrimonio en una sociedad colonial. Los frailes franciscanos que arribaron a la isla de Santo Domingo el 12 de octubre de 1500, le comunicaron al cardenal Francisco Jiménez de Cisneros que los colonos casados en la Península tenían mujeres e hijos en la isla (Ares Queija 245). Estos hombres, que habían venido sin sus esposas, estaban viviendo en concubinato. Además, se tenía que reconocer la condición de explotación indígena y los regímenes de servidumbre y encomienda (Hurtado Quintero 2). Los encomenderos de indios, dueños de haciendas, etc. incurrían en prácticas abusivas impidiendo matrimonios o imponiendo matrimonios a la fuerza (Aznar Gil 443). Debido a estas condiciones de vida se levanta una aversión social en contra del matrimonio mixto, los colonos prefieren no casarse para no perder derechos y beneficios como encomenderos o en su condición de vida privilegiada. La decisión de implementar la legalidad matrimonial entre razas o grupos étnicos tenía una larga tradición cultural en la Península Ibérica. Además de ser parte de la tradición del Derecho matrimonial canónico, había sido parte de la revisión de la legislación de la península bajo el soberano visigodo Leovigildo (reinó entre 568 y 586). El Codex Revisus o Código de Leovigildo equiparaba los derechos de godos e hispanorromanos en su reino y fue inscrito como el Liber Iudicum, III (Tuñón de Lara 175). El Liber Iudicum se encuentra vigente todavía y es concebido durante este periodo histórico para reconocer el matrimonio mixto, en ese caso, entre romanos y godos (Tuñón de Lara 175). 74
Mientras, en el Nuevo Mundo, el comendador Nicolás de Ovando recibe la Real Instrucción para la evangelización de los indígenas y el matrimonio mixto, firmada por los Reyes Católicos en Alcalá de Henares y ratificada en Zaragoza (20 y 29 de marzo de 1503): …e asy mismo los dichos capellanes, procuren como los dichos indios se casen con sus mujeres en fas de la santa madre iglesia; e que asy mismo procuren que algunos cristianos se casen con algunas mujeres yndias, e las mujeres christianas con algunos indios, porque los unos e los otros se comuniquen y enseñen para ser doctrinados en las cosas de nuestra sancta fee católica… (Ares Queija 245) Hacia el 1514, se vuelve a retomar el tema con la implementación de una Real Cédula otorgada por el rey Fernando el Católico, en la cual se … garantiza la libertad de matrimonio a indios e indias, tanto con gentes de su raza como con españoles” (Aznar Gil 446). Se comprende que “los obispos y el clero regular del Nuevo Mundo aprobaban e incluso recomendaban el matrimonio mixto hispano-indio, especialmente la mezcla de españoles con hijas de los antiguos señores o caciques indígenas. (Konetzke 114) En lo que atañe a Puerto Rico, esta legislación matrimonial es implementada por el obispo Alonso Manso a su regreso a la isla en 1519.3 Con esta ley se mejoran las condiciones de Entre 1515 y 1516 el obispo Alonso Manso se encontraba viajando con la corte itinerante del rey Fernando el Católico. 3
vida de las mujeres indígenas y las de sus hijos debido a que serían reconocidos sus derechos hereditarios, y con esto su futuro y educación (Seco Caro 35). Sin embargo, a pesar de que se establece jurídicamente el matrimonio y, como resultado, el derecho hereditario para los hijos nacidos en matrimonios mixtos, tenemos evidencia de cómo se violenta en el juicio de Hernando de Isla (31 de agosto de 1526). Un pariente del fallecido Hernando de Isla, residente de Granada, acusa a Vasco de Tiedra, de la villa de San Germán, de robar la herencia y de abusar de una menor. Al morir su primo, Hernando de Isla, le dejó una hija de cinco años que tenía con una indígena: …y ante testigos la dejó por su universal heredera de todos sus bienes, y nombró testamentarios y albaceas a Vasco de Tiedra y a otro vecino de la dicha villa…se apoderaron de todos los bienes, y que el dicho Tiedra tuvo forma con un alcalde ordinario de la dicha villa le proveyese de tutor y curador de la dicha menor… y no los beneficia como es obligado, ni la dicha menor es bien tratada… (Documentos Históricos de Puerto Rico, II, 547). Por otro lado, el matrimonio entre españoles y negros no se concibe legalmente. En una cédula del tesorero Manuel de Pasamonte, del 5 de diciembre de 1514, se expone la situación de que no deben venir esclavos a la isla de San Juan Bautista sin venir acompañados por esclavas “para que en esa forma se provea lo que más convenga a la población” (Documentos Históricos de Puerto Rico, II, 485). Con esta decisión, se fomenta desde un principio de la colonización el matrimonio de negros y negras entre sí y, a su vez, la preocupación de
la creación de una clase de mulatos que no perteneciera a la clase esclava. La ley de 1526 establecía que los esclavos “no quedan libres para haberse casado, aunque intervenga la voluntad de los amos” (Recopilación de leyes de Indias 321). La colección de Documentos de la Real Hacienda de Puerto Rico refleja que cientos de esclavos fueron traídos forzosamente a la isla durante los primeros cincuenta años de colonización (1493 a 1545), sin embargo, la corona o los oficiales y dignatarios nombrados en la isla no hicieron mayor esfuerzo para legalizar la legislación matrimonial entre negros y blancos. No obstante, en una carta de los oficiales de la isla al rey, fechada el 14 de junio de 1520, estos comunican una irregularidad en el matrimonio del licenciado De la Gama y la hija de Juan Ponce de León en la isla de San Juan Bautista que se ha llevado a cabo hace quince días: “…que usted mandó como justicia mayor abra quince días se caso con una hija del delantado Juan Ponce de Leon e no parece que vuestra magestad aya dado licencia para ello ha parecido cosa (__) y la tierra esta algo escandalizada…” (Documentos Históricos de Puerto Rico, II, 265). Este es el único documento encontrado con esta expresa imposición de pedir permiso al rey para llevar a cabo matrimonios entre colonos españoles y de familias acomodadas. Las razones para nombrar impedimento de este matrimonio podrían ser varias: el padre de la novia no dio consentimiento, incluyendo la posibilidad de que los colonos no confiaban o aprobaban la decisión y posición provechosa que iba a adquirir el licenciado De la Gama.
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Este estudio reconoce que la examinación de cientos de documentos publicados en Documentos Históricos de Puerto Rico del siglo XVI y Documentos de la Real Hacienda de Puerto Rico no delatan capitulaciones matrimoniales efectuadas en la isla de San Juan Bautista. Existen dos posibilidades para la ausencia de capitulaciones matrimoniales en estas colecciones: no fueron archivadas con el resto de los documentos vinculados con el tema de la colonización y/o no fueron seleccionados por los paleógrafos que tradujeron las colecciones. No obstante, independientemente de si se hayan realizado capitulaciones matrimoniales o no durante el siglo XVI en la isla, el reconocimiento de que este derecho existió debería levantar un interés general para indagar más sobre la historia del derecho de la mujer puertorriqueña.
pesar de que los ejemplos que se han sometido en este ensayo pertenecen a mujeres nobles portuguesas, estos contratos no eximían a la mujer del reino de Castilla en general.
Conclusión
Este ensayo solo abre una ventana investigativa para futuras incursiones en los interesantes temas de la historia del matrimonio y del protagonismo jurídico de la mujer puertorriqueña dentro de documentos relacionados en el Nuevo Mundo. Ambos tópicos prometen ser fuentes de investigaciones para futuros estudios académicos.
El pasaje cronológico sobre el desarrollo del derecho de la mujer en cuanto a las capitulaciones matrimoniales indica que desde 1728 a. C. existía una cultura que utilizaba algún tipo de contrato matrimonial, y fue legalizado por el monarca Hammurabi para homogeneizar esa práctica. La misma llega a la Península Ibérica en el siglo V d. C. con los visigodos y es enraizada con el cristianismo. En el siglo XIII, se revisan las capitulaciones con el objetivo de obtener una uniformidad jurídica en el cuerpo normativo del reino de Castilla, las Siete Partidas del rey Alfonso X, el Sabio. Todas estas leyes traen evidencia del poder femenino porque sugieren una organización social matrimonial en la cual se estimula y documenta la mejoría de las relaciones de género y, con ello, de la familia, dado el caso que se apoya la aportación y el funcionamiento del régimen económico familiar. A 76
La importancia brindada a la legalización matrimonial dentro del Derecho Indiano en la colonización del Nuevo Mundo reflejan la preocupación política y social del reino castellano para legislar los derechos de la mujer y de la familia. Hemos visto cómo, desde temprano en la colonización, los derechos de legalización del matrimonio entre esclavos y blancos fueron negados con el propósito de perpetuar control económico, social y político sobre la esclavitud. Nos sorprende, además, el recibimiento positivo del matrimonio mixto entre indígenas y españoles.
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Mujeres y niños en San Juan, 1899. Colección Instituto de Cultura Puertorriqueña. Archivo General de Puerto Rico.
La negra y la mulata como trabajadoras y empresarias en los barrios del San Juan del siglo XIX Vilma Pizarro Santiago Dusky Belles Porto Rico Underwood & Underwood, NY. [s.c.] Archivo General de Puerto Rico
Resumen Durante los siglos XVIII y XIX, la población del Viejo San Juan en nuestra isla comenzó a crecer a tal magnitud que necesitó más espacio para acomodar a sus habitantes. De esta forma, los negros libertos fueron segre gados a la periferia de la ciudad. Entonces, se formaron barrios como Cangrejos, Puerta de Tierra y La Marina; también los arrabales intramuros. La mujer negra o mulata que también habitaba estos barrios era percibida desde una variedad de actitudes que incluía el recelo y el rechazo hasta la “aceptación” obligada, debido a los servicios que esta le rendía a la elite sanjuanera. El sobrenombre de “queridas” es un ejemplo de la actitud de menosprecio que sufrían estas mujeres y otras que habitaban los barrios de negros en la ciudad capital. Estas se ocupaban de muchos “oficios” con gran
demanda de servicios por parte de la misma elite, tales como: madres de leche, sustitutas o nanas; lavanderas y vendedoras de dulces o de mondongo. Este trabajo investigativo explora estas relaciones de trabajo; el estatus y el espacio de la mujer negra o mulata en la sociedad de entonces, y sus métodos de supervivencia en medio de una sociedad patriarcal, machista, elitista, racista y religiosa. Introducción Esta investigación de corte descriptivo y fenomenológico1 se realizó desde una perspectiva multi metodológica, ya que la misma se nutrió de referencias primarias de la archivística nacional, entre ellas: documentos municipales de la policía —los que tienen que ver con salud— contratos de libertos, etc.; de diversas Para la aplicación de la fenomenología en este estudio podemos tomar parte de la filosofía de Hegel en cuanto a que el conocimiento de los fenómenos nos lleva a una verdad. 1
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Mercado, 1899. Colección Instituto de Cultura Puertorriqueña. Archivo General de Puerto Rico.
fuentes secundarias: como por ejemplo, escritos con énfasis psicosocial, documental-histórico, biográficos, literarios y de fotos antiguas; así como de algunos testimonios orales y conversaciones con expertos en la materia de la historia negrista, en conducta humana. La historia que hemos construido no aparece en la historia oficial; por tal razón, hubo que escarbar la documentación señalada y visitar los lugares que fueron los espacios de estos barrios olvidados de hace casi dos siglos. Las referencias secundarias fueron de gran importancia en este proyecto, pues ayudaron a visualizar la forma de vida de los libertos en la capital y sus barrios aledaños. También, 82
se escudriñó el rol del negro en la literatura y cómo lo veía el patriarcado. Investigamos su paso por la sociedad a través de sus oficios diarios, los cuales muchas veces fueron reseñados por estampas de la vida real que realizaron autores como José S. Alegría. Se utilizaron las novelas El estercolero (1899) y Estercolero (1901) de José Elías Levis, quien fuera testigo ocular de los barrios de fines del siglo XIX. Se adquirieron y estudiaron libros publicados en el siglo XX, entre ellos, los de Fernández Méndez (1974), de Salvador Brau (1966) y La Historia de San Juan Ciudad Murada por Adolfo de Hostos (1966). Se tuvo acceso a documentos primarios publicados, como El Proceso Abolicionista de Puerto Rico:
A Porto Rico Belle Derechos de autor de J. M. Jordan, Pictorial History of America’s New Possessions, 1899.
Documentos para su estudio (1978), y también a libros raros como Pictorial History of America’s New Possessions and the Problem of Expansion (1899) y El libro de Puerto Rico (1923). Estas obras sirvieron de ventana al pasado y de anfitriones en nuestro salto cualitativo para hurgar en un tiempo ido y en lugares que habían sido invisibilizados por la sociedad de entonces. La negra y la mulata libre del siglo XIX lograron sobrevivir a través de una diversidad de oficios en la ciudad capital. Esta situación, a nuestro entender, las colocó en una posición de empoderamiento similar al concepto que hoy conocemos como empresaria. Muchas de ellas crearon, para sí mismas, un camino de sustentabilidad económica por medio de sus propias inventivas. Algunas ad ministraban sus “negocios” o los servicios que ofrecían al
público ya fuera como mondongueras, meretrices, planchadoras o lavadoras, entre otros oficios. Otras trabajaron para familias, incluso residiendo en ocasiones en las casas de los dueños, como nanas, cocineras, sirvientas, entre otros roles. Cuando el negro arribó a la isla en su condi ción de esclavo (y uno que otro como liberto), ya el sistema valorativo de la sociedad esclavista de entonces le había asignado un lugar fuera del grupo social hegemónico. Esta marginación causó que, aun en su condición de liberto, habitara (por causa de su pobreza y su falta de poder) donde le fuera posible (incluso apiñado en humedales y pantanos, en basureros o en mataderos) o en tierras de otros, de donde a veces eran echados (La Gaceta de Puerto Rico, 18 abr. 1876).
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A pesar de este paupérrimo hábitat, “sin educación formal, sin familia [y] sin techo en que cobijarse” (Nina 48), los negros y los mulatos se las arreglaron para subsistir y pelear un espacio dentro de la sociedad de aquel entonces. Para este propósito, se sirvieron, entre otras cosas, de oficios rechazados por los blancos, soportando así la marginación, el ostracismo, la criminalización, el maltrato y el rechazo por parte de la sociedad dominante. Pese a estas circunstancias, las mujeres: las negras y las mal llamadas mulatas,2 que fueron parte de ese grupo marginado, lograron escalar lugares sin precedentes en la sociedad colonial española, con la sola motivación de sus propias ambiciones. Los barrios de origen y los oficios de las mujeres negras El siglo XVIII supuso una expansión sig nificativa de los lugares de vivienda que se fueron proveyendo extramuros para los libertos de esa época. Cangrejos (incluida una sección entre el Puente de San Antonio y Puerta de Tierra) fue el área de paso que se desarrolló entre la isleta de San Juan y el resto de la isla. Esta pasó a ser una comunidad y comenzó a crecer, precisamente durante ese siglo, en parte gracias a la construcción del Camino Real.3 El /la mulata es la mezcla resultante del blanco y el negro. En los últimos años, el concepto “mulata/o” se ha criticado duramente porque carga la connotación de mula o un híbrido entre una yegua y un burro o asno. 3 El Camino Real mencionado en este artículo se refiere al camino que, luego de pasar el Puente San Antonio, atravesaba lo que hoy es Santurce hasta llegar a Río Piedras. Vea Rodríguez Juliá, 2005, 128. 2
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Así como Cangrejos (actual Santurce), surgieron en esos años otros barrios extramuros como La Marina (también llamada La Pun tilla) y Puerta de Tierra, entre otros. Hubo también comunidades de negros intramuros en Ballajá, Culo Prieto, Hoyo Vicioso y Santa Bárbara, además de espacios separados para viviendas en los bajos de las casas de los ricos a lo largo de la ciudad de San Juan. Los negros y mulatos, así como blancos pobres y trabajadores, arrendaban y subarrendaban los pocos espacios disponibles dentro del recinto murado. Nos menciona Díaz Soler cómo en la parte trasera del primer piso, luego que se pasaba el zaguán y la escalera que daba al segundo piso, había “habita ciones independientes” en las que vivían toda clase de obreros y artesanos (482). Al igual que sus contrapartes varones, pode mos mencionar que en el barrio había muje res negras vendedoras; otras, dueñas de fon das “con pupilos o inquilinos”, y las sirvientas intramuros que realizaban las tareas domés ticas y que además salían a hacer las compras al mercado (Quiles 58). También habitaban en estos barrios curanderos/as y comadronas, personajes de los cuales definitivamente no se podía prescindir en un barrio de pobres. La curandera En la novela Usmail de Pedro Juan Soto tenemos una descripción que corresponde a la comadrona o curandera de los barrios po bres de bien entrado el siglo XX: Porque Nana Luisa fungía de profeta también entre despojo y santiguada, entre partos y curas de achaques del
hambreado vecindario isleño. La médica de los pobres llamábanle muchos; lasabelona, lacuralotodo. (36-37) Estas mujeres, de acuerdo a la opinión popu lar, alcanzaban el conocimiento para el manejo de plantas y eran expertas en sobos y en traer niños al mundo. También hacían despojos o curaban; eran las que limpiaban el cuerpo y el alma. La negra elegante, la coqueta, “la querida” y la vendedora de caricias Entre las fotografías que tomaron los nor teamericanos durante el cambio de posesión que sufrió la isla, hay unas que muestran el es pacio concedido a la mujer negra. En el libro Pictorial History of America’s New Possessions del año 1899, cuyos derechos de autor son de J. M. Jordan, aparece una fotografía con un título que lee “A Porto Rico Belle” (Ver foto en página 84). La mujer que ocupa ese espacio fotográfico es una joven negra que está elegantemente vestida con un traje de la época, sombrero y pendientes; y tiene zapatos. La joven ha sido fotografiada en una esquina y la cámara logra captar los alrededores de “la modelo”. En la calle contigua a la esquina, hay varias otras mujeres, blancas y despeinadas, que se asoman desde un balcón que da a la calle. Las que hablan con ellas y están paradas al frente de los balcones son negras, y una es mulata. Estas parecen estar muy pendientes de la actividad entre el fotógrafo y su sujeto. Los vestidos de estas otras mujeres no alcanzan la elegancia de la joven fotografiada y tampoco la emulan en porte.4 De hecho, 4
De acuerdo a la Sra. Juanita Ortiz de Nieves (en en-
trevista con autora), sobrina de María Barbosa, quien
la mulata que observa en la curva de la calle colindante parece estar descalza; igual que el niño que está al lado de la modelo, que también tiene los pies descalzos. A mediados del siglo XIX, Adolfo de Hostos menciona cómo las mujeres libres de color “obedecían a sus impulsos ostentosos” en una época donde los vecinos blancos y acaudalados le daban importancia a la moda establecida por “la dictadura suntuaria parisiense”. Citando a Coll y Toste, De Hostos dice: “… que las mulatas vestían con la misma elegancia de las blancas” (Hostos 512, 517). José S. Alegría describe en sus estampas del San Juan de principios del siglo XX el actuar y vestir de algunas jóvenes negras: Siempre había una muchacha morena y risueña…que entre las mesas vendía dulces…y también caricias, si venía al caso… y las jóvenes cocineritas emperifolladas como polvorones o caramelos en papel de colores, dejando percibir el perfume capitoso de la bergamota y los polvos de Antea que eran saludadas con intencionados requiebros…. (79) Esta mujer, tanto negra como mulata, había aprendido a moverse dentro de unos límites de “libertad social”, o de acuerdo al concepto social de “altermundo” como lo nombra En rique Dussel (Rodríguez Colón de González a su vez era sobrina de Celso Barbosa y trabajó y vivió en el Viejo San Juan toda su vida, los ricos blancos, en su mayoría españoles residentes en San Juan, tenían en ocasiones queridas negras. Estas vestían bien, pero por ser relaciones adulterinas, su relación con estos “blanquitos” era escondida. Su vestimenta, sin embargo, levantaba sospechas en cuanto a su “estatus” dentro de una sociedad patriarcal. 85
Vendedoras negras en la plaza del mercado en San Juan, siglo XIX. Colección del Instituto de Cultura Puertorriqueña. Archivo General de Puerto Rico.
15). Por estas y otras razones, eran desdeña das y vistas con desprecio, aceptadas sólo para las obligaciones más bajas en el escalafón social. De acuerdo a Salcedo Chirinos, las mujeres de ese estrato social: negras y pobres “…no exigían matrimonio para guardar las apariencias después de algún encuentro sexual ilícito” (2010-2011, 6). Norma Valle describe el mundo laboral de la mujer pobre (negra o blanca) en el tiempo de Luisa Capetillo (nacida en el 1879): …la condición de la mujer era de subordinación; era terrible...Luisa Capetillo vivía en un mundo hostil a la mujer, quien vivía subordinada en la familia y en la sociedad. No podía expresarse como quería… La mujer pobre boricua era una sumamente maltratada con la cultura del trabajo. No solamente trabajaba de sol a sol dieciocho
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horas diarias, sino que tenía que criar a sus hijos casi siempre sola… eran madres con hijos a quienes llevaban y cargaban a todas partes…Así es que el trabajo de las mujeres en el tiempo de Luisa Capetillo era un trabajo fortísimo y agotador… (76-77) La comerciante Quatrelles, autor de la obra Un parisien dans les Antilles, fue un observador en nuestra isla para el siglo XIX y menciona cómo “[l]a clase de color libre es trabajadora, y muchos de sus miembros se encuentran entre los principales contribuyentes” (Fernández Mén dez 253). Así mismo, el corresponsal Albert Gardner Robinson (quien fuera enviado por The Evening Post a la isla en el 1898 con una expedición de soldados norteamericanos) señala que en Ponce había una gran cantidad
de vendedores ambulantes (en su mayoría de frutas). En su narración, detalla su compra a una mulata puertorriqueña (con ropa raída, sucia y escasa) de una especie de “helado”, que no era otra cosa que leche de coco azucarada, de los cuales se ofrecían dos por un centavo. Otras fotografías nos muestran de manera más directa a la vendedora negra. Como dice Tomás Blanco, citado en Rodrí guez Juliá (137), la “de pañolones a la cabeza”, sin atisbos de ser mulata. Esta mujer es retratada en el mercado o en sus alrededores. Sus rasgos son un poco más parecidos al gusto occidental, nariz más perfilada y labios menos carnosos, sin embargo, posee una negritud reluciente y bien oscura. Había incluso negras y/o mulatas que eran dueñas de posadas y de tabernas, lugares, por supuesto, más frecuentados por negros, aunque también por blancos. Sin embargo, tanto Kinsbruner como Félix Matos Rodríguez (2001) reconocen que ni la elite criolla, ni la iglesia ni el gobierno apoyaban tales actividades, y miraban estos espacios de soslayo como áreas sospechosas y altamente peligro sas contra la moral. Algunas de estas comerciantes eran libertas que venían de islas adyacentes y de África, y que establecieron puestos en el mercado o en áreas yermas de la capital, que se utilizaban para la actividad comercial. Varias se desempeñaban como dulceras, alguna que otra hacía sombreros. También había comerciantes mulatas, algunas de estas casi blancas. En el mercado había, además de vendedoras con sus puestos de ventas, costureras. Es-
tas costureras eran, en muchos de los casos, blancas, pero también había “mulatas claras” que habían aprendido por alguna de sus ascendencias (principalmente de la blanca) a ejercitarse en dicho oficio. En los archivos del siglo XIX también se identifica la costura entre los oficios de muchas de las negras y mulatas en la capital. La revendona era otro tipo de mujer comer ciante, quien, aprovechándose de la lejanía del mercado, revendía su producto en la calle San Sebastián del barrio intramuros deci monónico de Santa Bárbara. Esta, llamada también mondonguera, revendía especialmente el mondongo, un guiso criollo, muy famoso hoy entre los puertorriqueños en general, a la clase negra y mulata puertorriqueña de aquel entonces. Esta revendona traía también otros pro ductos que se cosechaban en el hinterland o retaguardia de San Juan y en otros barrios extramuros, y los revendía a precios más bajos que los comerciantes regulares, lo que suscitó en alguna ocasión la protesta de estos (Matos Rodríguez, 2001). La sirvienta Otro oficio fue el de sirvienta (también había sirvientes varones), el cual no solo era ejerci do por mulatas o negras, sino también por la mujer blanca que vino de las montañas a San Juan a mediados del siglo XIX debido a la caída del mercado de la caña de azúcar. Estas mujeres blancas pobres también vivían entre los mulatos y negros que habitaban en los barrios extramuros (Rodríguez Silva en Pamela Scully y Diana Patton, 2005). 87
Sin embargo, a las mujeres mulatas o negras que trabajaban cerca o dentro de las casas de los criollos blancos se les exigía el cumplimiento de unos códigos de decencia y respetabilidad por causa del prejuicio que ya se tenía contra estas. El criollo también pretendía controlar al ex esclavo con los mismos requisitos. Esta actitud era aprovechada por muchos de los libertos para su propio beneficio, en aras de asegurar un trabajo ante la falta de educación o de adiestramiento en otro oficio. Esta conducta de supuesto “sometimiento” la consideramos en este artículo como mañas de supervivencia, pues aseguraban un beneficio y la aceptación del ex esclavo dentro de los límites que el mismo blanco le había puesto. La cocinera De Hostos comenta también que, así como se les se les había encomendado a los indios y negros la confección y producción de los alimentos para el consumo de los “colonizadores y pobladores del siglo XVII”, de igual forma, las tortas de casabe, el pan cotidiano que se consumía en el siglo XVIII, eran elaboradas por los negros de Cangrejos (De Hostos 521). Desde aquel momento histórico, y hasta nuestros días, la mujer negra se ganó un sitial en nuestra cocina criolla. Eran y son aún muchas las que a lo largo de los siglos se han destacado en la gastronomía y han hecho de esto su modus vivendi, para subsistir ellas y sus familias. Las negras libres o esclavas puertorriqueñas encargadas de la cocina no fueron las únicas que lograban un nombre por su destreza culinaria, sino también las de otras áreas geográficas de nuestra América 88
Latina. Esto es mencionado en algunas obras hispanas del siglo XIX y XX. En medio de un mundo patriarcal, masculino y socialmente sesgado, en el que la elaboración de las comidas caía principalmente sobre mujeres de clases inferiores (cocineras negras, mulatas o blancas pobres)… las capacidades de inventiva culinaria de parte de las cocineras servían para sacar sus figuras del anonimato y otorgarles respetabilidad... De aquí que muchas confecciones, como sucede aún entre nosotros, fueran asociadas con el nombre de sus productoras (el majarete de Dolores, el arroz con dulce de Vicenta, el manjar blanco de Colasa)… (Ortiz Cuadra 57) Estas mujeres trabajadoras se adueñaron del peleado espacio urbano habitable del San Juan decimonónico y del rol que se les permitía realizar. Muchas de estas ignoraban las reprimendas oficiales que insistían en sacarlas de la ciudad. El resultado fue la creatividad de estas féminas para poder vender sus productos o sus servicios (Matos Rodríguez, 2001). De hecho, de acuerdo a la investigadora Ileana Rodríguez Silva (2005), las mujeres lograban obtener más contratos de trabajo que sus “contrapartes varones”. A pesar de que las negras se impusieron en su desempeño comercial y obrero, en el Puerto Rico decimonónico, el color de la piel establecía la relación social aceptable entre la elite blanca criolla y el negro. El mulato, si exhibía una piel más clara, podía tener un mejor oficio, como, por ejemplo, uno artesanal, y, en caso de ser esclavo, podía trabajar más cerca del amo o aun dentro de la casa (Negrón Portillo y Mayo Santana, 2007).
La lavandera Algunos oficios hacían que la población blanca sanjuanera tuviera a las libertas (fueran de piel clara o no) en alguna estima. Este es el caso de las lavanderas. La razón: la dificultad que suponía lavar dentro de la ciudad por la falta de agua fresca en la capital (Rodríguez Silva en Scully & Paton, 2005). Este reconocimiento les dio tal autoridad que las lavanderas se arriesgaron a protestar y a amenazar con la huelga, por la falta de accesibilidad a las cisternas de la ciudad (Merino Falú, 7 de marzo, 1996). Aun y con esta gesta, las lavanderas negras no tenían necesariamente garantizada la acepta ción social o acercamiento o entrada a los círculos más elitistas del país. Sued Badillo y López Cantos, citados en Alleyne (2005), dicen que cualquier individuo “de color”, sin importar la gradación de la piel, era considerado inferior. Sin embargo, la historia nos descubre que las lavanderas (blancas, negras o mulatas) su pieron conquistar un espacio en la sociedad del siglo XIX al unirse en solidaridad unas con otras y, en más de una ocasión, adquirir unos derechos que manejaron con destrezas para su futuro y el de sus hijos. A pesar de que muchas veces este grupo recibió malos tratos por ser parte de una clase social que era mirada con sospecha, tanto las lavan deras como las costureras fueron las únicas trabajadoras del periodo decimonónico que lograron ser dueñas de su lugar de vivienda (Crespo, E. en Idsa E. Alegría y Palmira N. Ríos, 2005).
De acuerdo a Damiani Cósimi (en Los arcos de la memoria 65), algunas negras y mulatas de Santurce se dedicaban a lavar en el “pozo pileta de las lavanderas”, área que pertenecía a la sucesión de Don Bartolomé Vega. Planchaban, cosían, cocinaban y servían como domésticas para los “blanquitos”5 en la Carretera Central (lo que llamamos hoy la Avenida Ponce de León). Sobre ellas dice José Elías Levis en su novela El estercolero: “… cuando llueve se pasan días sin poder ganar una peseta y no quiero hablar de su deses peración si un violento aguacero moja la ropa almidonada, casi seca ya” (Irizarry 65). Con el auge que tuvo Santurce6 como área donde las personas pudientes construían sus casas de campo en los últimos años del siglo XIX, los negros se dedicaron más a la construcción, así como sus mujeres al trabajo doméstico y servil. La negra o la mulata de Santurce se dedicó a ser lavandera, planchadora, costurera, sirvienta y/o cocinera para los nuevos habitantes que se habían ubicado en casas construidas a lo largo de lo que era, en aquel entonces, la Carretera Central. Una de estas casas fue la mansión o palacete El término “blanquito” ha sido utilizado por las clases pobres en Puerto Rico desde hace más de un siglo, de acuerdo a la jerga que se escucha en la calle y los libros sobre este tema que he consultado. Entre estos, lo utiliza Julio Damiani Cósimo en su artículo “El hato cangrejero que se transformó en suburbio: Santurce al filo del 98” en el libro Los arcos de la memoria, publicado en 1998. 6 Ya para finales del siglo XIX, el nombre de Cangrejos cae en desuso y se adopta el de Santurce en honor al lugar de nacimiento de Pablo Ubarri, Conde de San José de Santurce (en Vizcaya España), quien fuera delegado del gobierno español en la isla y precursor de proyectos de infraestructura que impactaron el poblado. Lacalleloiza.com. Consultado 26 ago. 2019. 5
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Cocinera. San Juan, 1899. Colección Instituto de Cultura Puertorriqueña. Archivo General de Puerto Rico.
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del adinerado Eduardo Georgetti, la cual fue construida en el 1923 y, poco de tiempo después, destruida.7 Las nanas Además de los espacios físicos (intra y extramuros) que se asignaban para la servidumbre (Rodríguez Juliá, 2004), las nanas ocupaban otro tipo de espacios: el emocional, ya que eran las nodrizas o las madres (de leche) de los niños que cuidaban. De acuerdo a Díaz Soler, citado en Babín: “muchas negras esclavas se convirtieron en madres de leche de los hijos del amo” (37). Esta actitud se tornó, luego de las pérdidas del 1898, en un supuesto recuerdo cariñoso, el cual estaba también impregnado de una nostalgia por los tiempos que se habían ido; los tiempos en los que los grandes hacendados criollos imponían los estatutos de aquella sociedad (Ortiz Lugo; Ruscalleda Bercedóniz). La abuela de la autora de este artículo, Ana Costoso Caro, mulata, hija de blanca y negro, se desempeñó como nodriza para la familia de Coll y Cuchí a principios del siglo XX. De acuerdo al testimonio de Doña Ana, se le hizo un examen exhaustivo para poder ser nodriza de esta criatura. Marlene Duprey confirma esta información en su libro Biois las. Según Duprey, las nodrizas eran mujeres en estado lactante, que alquilaban generalmente familias acomodadas para amamantar la criatura, en etapa de lactar, de las madres de aquellas familias. Para ello, se trataban de implementar ciertos mecanismos de regulaPara más información, favor de consultar la obra de Delma S. Arrigoitía, Eduardo Georgetti y su mundo, Ediciones Puerto, 2002. 7
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ción en la selección de las nodrizas. Fueron excelentes ejemplares de las maneras de sistematización del examen sobre el cuerpo de las mujeres (103). También, Manuel Alonso, en su libro El Gíbaro, hace mención a esta costumbre en una estampa donde una negra es regalada al General de la isla para que le sirva de nodriza a su hijo que está por nacer (Ramos Rosado 11). La nana y, en algunos casos, la cocinera o la doméstica, impactaron la vida y los sen timientos de las familias acomodadas, como ocurrió con el poeta Luis Palés Matos.8 Ellas eran parte extendida de la familia. Menciona Fernández Méndez, en su libro Salvador Brau y su tiempo (1974), que las “negras gordas” amamantaron a ‘los caballeros de la tierra’, hombres de buenos modales y gestos suaves” (Fernández Méndez 28). De acuerdo a la literatura existente sobre ese tema, en el caso de Palés fue la cocinera de su familia la que ayudó a desarrollar en él la imaginación sobre los temas negristas, con sus relatos, tal vez acompañados por un vocabulario que para el blanco o para la cultura “occidental, racional” podría sonar exótico (López Baralt 3; nota al calce). Más que una nana, en el caso de Palés Matos, así como para muchos otros puertorriqueños de fines del XIX y principios del XX, esta mujer representó, Sin embargo, Scarano (s.f.) debate esta idea mencionando que estas familias que incluían a los negros entre sus íntimos sirvientes no eran necesariamente tan benignas a la hora de explotarlos. Hablando sobre la relación de la elite con el Otro (en su caso, el Otro era el jíbaro), este autor cita a Gerald Sider en su presentación sobre cómo estas relaciones —entre dominador y dominado— se llevan a cabo: “…dentro de una matriz de incorporación y distancia” (Scarano 1421. Traducción nuestra). 8
Hombres, niños y mujer negra en San Juan, 1899. Gertrude A. Baynham Collection. Archivo General de Puerto Rico.
como dice Tomás Blanco, el caso de “madres intelectuales de toda una generación” (citado en Babín 38). Además, contribuyeron, según María Teresa Babín, a la educación de la isla. Eugenio María de Hostos, por su parte, menciona a Mercedes, su niñera, como “compañera de sus terrores nocturnos y de sus travesuras diurnas” (Citado en Babín 37). El alcance y la voz que, en aquellos tiempos, podía ejercer una nodriza o nana nos los presenta un evento histórico: cuando una de ellas defendió su honor como único estandarte en la sociedad racista y clasista del siglo XIX. Su propio código de honor, creado a raíz del rechazo y el maltrato, incluía, entre otros va lores, su trabajo y su conducta. …Balbina no salió para Patillas, sino que se fue a una de las propiedades que su patrón tenía en Loíza, y desde allí le escribió al Provisor rechazan-
do ser prostituta y pidiendo un juicio en el que pudiera defender su honor. Ella afirmaba en ese escrito que vivía “con la honestidad y recogimiento correspondiente a su sexo, estado y condición” (Petición de Balbina Alonso, sin fecha). Es decir, la parda manejaba una representación del honor que difería de la del Provisor, quien centraba su interés en la transgresión de la vida sexual de aquella mujer. Sin embargo, el honor que defendía Balbina no dependía de su origen familiar, de la legitimidad de su nacimiento, de la limpieza de su sangre, ni mucho menos del color de su piel. Ella se presentaba a sí misma como una mujer honesta, recogida y trabajadora. El recogimiento y el trabajo doméstico eran los elementos a partir de los cuales armaba su representación del honor. (Salcedo Chirinos 2) La nana, por haber sido necesitada por el criollo, era reconocida como un ente social y tenía licencia para moverse en el espacio permitido; no así la mujer que luego nos presenta Palés: sensual, con identidad propia y con libertad de movimiento y de acción. Esta era la protagonista del constructo literario de este autor, un constructo que revela la verdadera personalidad mulata y negroide del país. Conclusión La mujer que habitaba los barrios intra o extramuros de San Juan, durante los siglos XVIII y XIX, era mucho más negra y mucho menos mulata, y bajo la mirada “patricia” sólo participaba de los espacios determinados por 93
la elite decimonónica. Esa negra aprendió a sobrevivir y a convivir en una sociedad que le imponía un lugar específico, por ejemplo, el de la casa (la de sus empleadores), y en esta, el espacio de la cocina o la parte trasera, donde nadie la viera. En nuestro escrito, el estudio de esta condi ción de vida nos ha permitido presentar los aspectos del trabajo y de la formación obrero-patronal que se comenzó a crear en esa épo ca. Los hombres y las mujeres negras representan una de las columnas de la dinámica de crecimiento económico del país: el trabajo obrero. Ellos y ellas fueron fundamentales en el desarrollo posterior (siglos XX y XXI) de un grupo asalariado, de blancos, negros y mulatos, en su mayoría pobres, los cuales en gran medida conformaron con el tiempo clases sociales y, entre estas, la formación de la clase media como la conocemos hoy día. Varios autores opinan al respecto. El cubano Rafael María de Labra fue testigo y crítico de este tópico y hablaba de la inte gración e inserción etnosocial del negro en la economía del país. Igualmente, el investi gador Ibarra consideraba que esta dinámica social era típica de la creación en ciernes de una “personalidad colectiva” nacional desde los siglos XVIII y XIX (1995, 86). Incluso según el arquitecto y planificador urbano Edwin Quiles: “La participación de las mu jeres en la vida social como jefas de familia (muchas eran solteras) y en el mundo de la economía fue notable desde finales del siglo XVIII…las mujeres contribuyeron a formar la ciudad de mediados del siglo XIX…” (58).
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Estas mujeres, específicamente las lavanderas, también ofrecieron “cátedra” de la formación de gremios, “del sentido de comunidad que se logró en el barrio para mejorar las condiciones de vida” (Ibíd, 102), de la capacidad de reclamar sus derechos, de desarrollar una voz, escucharan o dejaran de escuchar… Este estudio abre una puerta para seguir rescatando, por medio de la investigación, a las mujeres negras y su aportación a nuestro mundo postmoderno. A través de sus acciones y su trabajo, estas han ido saliendo poco a poco de la cocina y de la pileta, para asumir roles de prestigio y poder, tales como la presidencia del Colegio de Abogados (en el caso de PR); poetas, médicos, profesoras o candidatas y tenedoras de un puesto político, entre otras tantas ocupaciones y profesiones. Una vez ha comenzado a escalar peldaños, nuestra mulata no se detendrá.
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Los comerciantes españoles de San Juan y la transformación de la ciudad amurallada (1850-1900) Luis Alberto Lugo Amador
Resumen El proceso de transformación urbana experimentado por la ciudad de San Juan de Puerto Rico durante la segunda mitad del siglo XIX estuvo caracterizado por la modernización del espacio y el declive de los intereses militares, por una mayor importancia de las cuestiones civiles, económicas, comerciales y financieras. Este cambio de interés trajo una serie de consecuencias que trascendió los límites de lo específicamente urbano. Una de esas consecuencias fue la formación de una comunidad mercantil peninsular (española) que gozaba de una gran hegemonía económica, política y social. Este ensayo parte de la premisa de que los múltiples servicios ofrecidos por estos comerciantes, mayormente dirigidos hacia la importación y exportación de bienes, los préstamos, los giros, los seguros y la formación de empresas, solo pueden entenderse en el contexto de la materialización de un espacio marcadamente ciudadano (como fue el caso de San Juan). A parir de esto, indaga las razones que explican el enorme grado de influencia y poder que llegó a acumular dicho grupo (no solo hasta 1898, sino incluso hasta muy entrado el siglo XX en comunión con las esferas del poder colonial estadounidense), así
como el entrecruzamiento de las funciones políticas, comerciales y sociales, especialmente las vinculadas al asociacionismo. San Juan, de bastión militar a espacio civil Desde su fundación en el siglo XVI, la ciudad de San Juan de Puerto Rico (conocida originalmente como Ciudad de Puerto Rico) fue un baluarte militar de primer orden dentro del sistema defensivo de las Indias españolas. Su estructura urbana, por tanto, quedó configurada en atención a intereses militares, navales y administrativos, especialmente a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, cuando las defensas de la ciudad fueron reformadas y fortalecidas por órdenes del rey Carlos III (Vivoni 19-23). Asimismo, desde temprano fue tomando forma en San Juan un reducido sector civil, vinculado a lo que hoy denominaríamos la industria de servicios, que históricamente tuvo que adaptarse a los imperativos militaristas. A mediados del siglo XIX, esa larga trayectoria castrense comenzó a ser cuestionada por sectores de la sociedad civil, que tenían como objetivo la transformación de la plaza fuerte en espacio cívico y ciudadano. Los portavo99
ces de estos grupos denunciaban el claustrofóbico encierro de la ciudad, así como los límites de espacio y movilidad que imponían las leyes militares. Se buscaba rediseñar el espacio urbano sanjuanero en el contexto de las transformaciones urbanísticas que en esos tiempos comenzaban a darse en París, Viena, Nueva York, Madrid, Barcelona y La Habana. Estas estaban motivadas, entre otras razones, por la revolución industrial, el crecimiento demográfico y la necesidad de establecer regulaciones higiénicas. Ciertamente no puede hablarse de una revolución industrial en el San Juan de ese entonces, pero el crecimiento demográfico requería de soluciones similares a las que se aplicaron en muchas grandes ciudades que comenzaban a figurar como modelos de urbanismo. No debe descartarse que el Plan Cerdá, plan de reforma y ensanche aplicado en Barcelona en 1859, fuese un referente para toda España, incluyendo las provincias de ultramar. Como fruto de estas demandas de la sociedad civil, comenzó a tomar forma un San Juan más habitable, que contaba con plazas arboladas, paseos recreativos y monumentos conmemorativos. La culminación de todo este proceso se vivió en 1897 cuando la presión ciudadana logró que se derribaran todas las murallas del costado oriental de la plaza fuerte de San Juan, incluyendo la histórica Puerta de Santiago (Vivoni 23). De este modo, la ciudad podría extenderse hacia el este, en los mismos términos urbanísticos aplicados durante la segunda mitad del siglo XIX. Este período de transformación urbana fue parte de un proceso aun mayor que tenía dimensiones globales: la configuración y ar100
ticulación de una modernidad que se manifestó, principalmente, en términos sociales, económicos, políticos y tecnológicos (Álvarez 26-28). Dentro del área de lo socioeconómico, uno de los resultados más importantes del proceso sanjuanero fue la formación de una dinámica comunidad mercantil o comerciantes compuesta mayormente –aunque no exclusivamente– por hombres peninsulares. Es decir, de la España continental y de sus archipiélagos inmediatos (Baleares y Canarias). Puede afirmarse que los orígenes de esta comunidad mercantil están atados a sucesos que tomaron forma durante las primeras décadas del siglo XIX. Por ejemplo, la concesión de la Cédula de Gracias de 1815, que atrajo a un gran número de inmigrantes españoles, ofreciéndoles tierras y facilidades para establecer empresas; el auge del azúcar y el establecimiento de redes comerciales internas y externas, que eran cada vez más densas; la aprobación del Código de Comercio de 1829, que reguló y facilitó muchos aspectos del intercambio mercantil con España y con países extranjeros, etc. (Dietz 34; Cubano, “Comercio” 21; Martínez 77-80). Sin embargo, poco se ha hablado sobre cómo el proceso de transformación urbana de San Juan determinó el perfil de la comunidad mercantil hispano-sanjuanera, en los términos que la caracterizaron hasta entrado el siglo XX. Por ejemplo, los servicios ofrecidos por estos comerciantes –mayormente dirigidos hacia la importación y exportación de bienes, préstamos, giros y seguros– solo pueden entenderse en el contexto de la materialización de un espacio, marcadamente ciudadano, en el que el dominio de los intereses militares comenzaba a agrietarse, y en
Calle de San Francisco a principios del siglo XX. Puede verse la fachada de la tienda González Padín, fundada en 1883 por comerciantes gallegos. Postal de 1910.
el que las cuestiones económicas, comerciales y financieras eran cada vez más importantes. El aumento de la población de San Juan, de unos 5 mil habitantes en 1800 a unos 25 mil para 1860, también debe verse en este contexto, si bien la importancia económica de San Juan en el contexto del Puerto Rico y de la España de entonces trascendía por mucho su importancia demográfica. Los comerciantes españoles de San Juan Pasemos a establecer cuál era el perfil de los grandes comerciantes españoles de San Juan para las últimas décadas del siglo XIX, comenzando por su procedencia. Definimos “gran comerciante” como aquel dedicado a la importación y exportación de bienes, a suplir comercios menores y que muy frecuente-
mente asumía actividades económicas paralelas, como las de prestamista, hacendado y agente de lotificación, entre muchas otras. De las 42 grandes casas comerciales sanjuaneras existentes a finales del siglo XIX, de cuyos socios pudimos rastrear su procedencia en España, descubrimos que once eran de origen asturiano (para un 26.2% del total), diez eran de origen vasco (23.8%), siete eran gallegas (16.6%), cinco eran mallorquinas (11.9%), cuatro eran catalanas (9.5%), dos eran santanderinas (4.8%), dos eran andaluzas (4.8%) y una era canaria (2.4%) (Lugo 56). Estas cifras revelan que la mayor parte del gran comercio peninsular de San Juan estaba dominado por españoles; concretamente, los asturianos, vascos y gallegos dominaban dos terceras partes de todo el gran comer101
cio peninsular sanjuanero en esa época. Esto no excluye que algunos comerciantes pudieran contar con socios procedentes de otras regiones en España. Recalcamos que los españoles del norte tendían más hacia el asociacionismo y a las lealtades regionales que otros españoles, siendo un patrón que se repite en Cuba, en Argentina y en otros lugares (Lugo 95-107; Pérez 262-267). Este dominio mercantil de los asturianos, gallegos y vascos establecidos en San Juan contrasta marcadamente con casos como los de Ponce, Arecibo, Mayagüez y Aguadilla, en los que, según las investigaciones de Estela Cifre de Loubriel, Francisco Scarano, Astrid Cubano y otros historiadores, el comercio estaba dominado por firmas catalanas y mallorquinas (Scarano 115; Cubano, “Comercio” 7986). Es decir, los patrones para San Juan y para las otras ciudades importantes de Puerto Rico son divergentes, y no existen estudios que expliquen estas conductas, más allá del hecho de que los grupos que se establecen en un punto geográfico específico y que tienen éxito económico comienzan a fomentar el que personas de su región se asienten en el mismo lugar. Procedamos ahora a identificar las firmas peninsulares de mayor poder y prestigio existentes en San Juan para las últimas décadas del XIX. Comencemos con las firmas asturianas. Estas tendían a identificarse con el negocio de las provisiones y el de la importación de tejidos, destacándose las de Sobrino de Luiña y Co., L. Villamil y Co., J. Ochoa y Hermano, Fabián, García y Co., y B. Fernández y Hermanos. Un dinámico miembro de la comunidad asturiana fue Rafael Fabián, que fue el fundador de la primera red telefónica de Puerto 102
Rico (conocida como la Sociedad Anónima del Teléfono), presidente del Banco Territorial y Agrícola, comanditario del café La Mallorquina y, luego de 1898, presidente de varias centrales azucareras, como la Yabucoa Sugar Co., la Santa Isabel Sugar Co. y la Central Coloso. La importancia de Rafael Fabián en el contexto del Puerto Rico de principios del siglo XX exige un estudio riguroso que todavía no se ha hecho (Lugo 61-66). Entre las firmas vascas figuraba la casa Sobrinos de Ezquiaga, fundada en 1821, que por mucho tiempo fue la más importante de la capital, dedicándose a la exportación de azúcar, café y tabaco, así como a las transacciones bancarias, comisiones, seguros y consignación de buques. Incluso fue dueña de una modesta refinería de petróleo situada en Cataño, operada bajo licencia de la Standard Oil Co. Otras firmas vascas importantes fueron las de P. Santisteban, Chávarri y Co., y Hernáiz y Co. (Lugo 66-70). Entre las gallegas destacaban Cerecedo Hermanos, González Padín Hermanos, y A. Vicente y Co. Merece resaltarse la importancia de la firma González Padín, fundada por los hermanos Anselmo y José González Padín en 1883. Esta empresa terminó convirtiéndose en una importante –e icónica– tienda por departamentos, con sucursales en varias ciudades, que existió hasta 1995 y que todavía forma parte de la memoria popular puertorriqueña (Lugo 70-73). Entre las sociedades mercantiles de origen mallorquín, la más importante fue, sin duda, la casa A. Mayol y Co., fundada por Antonio Mayol y Miguel Pons. Esta firma, dedicada a la importación de muebles y artículos de
ferretería, es recordada por haber establecido una popular tienda conocida como “Los Muchachos”, llamada así porque sus directores solían acoger como empleados a muchos de los jóvenes mallorquines que llegaban sin colocación al puerto de San Juan. La tienda dejó de existir en 1991. Otras firmas mallorquinas fueron las casas Rubert Hermanos, Pizá Hermanos, y Pieras y Co., todas dedicadas a la importación y almacenaje de calzado (Lugo 73-74). A estas firmas podemos añadir los nombres de las casas catalanas Serra y Palau, F. Font y Hermano, y Barceló y Co., dedicadas a la importación de provisiones; el de la firma canaria Sobrinos de Armas, dedicada a la importación de artículos de ferretería y quincalla, y el de la ferretería andaluza Herrero, Ortega y Co. (Lugo 74-76). Conjuntamente con los comerciantes peninsulares, existía en San Juan una pequeña pero relativamente poderosa comunidad de comerciantes extranjeros, entre los que destacaban alemanes, británicos, franceses, italianos y estadounidenses. De las firmas extranjeras, la más poderosa durante el último cuarto del siglo XIX fue la empresa alemana Müllenhoff & Körber, dedicada a la exportación de azúcar, café y tabaco, a la importación de provisiones y manufactura, a las transacciones bancarias y venta de giros, y a la consignación de buques. A esta le seguían otras, como Latimer & Co., Fritze, Lundt & Co., Finlay Brothers, y la joyería de Pedro Giusti (Lugo 77-86). Evidentemente, también hubo comerciantes puertorriqueños, muchos de los cuales comenzaron asociándose a firmas extran-
jeras. Fue el caso de José Ramón Fernández, que fue socio de la firma estadounidense Latimer & Co., más tarde Latimer, Fernández & Co. (Dávila 168-169), o de José Tomás Silva, que pudo establecer importantes vínculos con grandes empresas de capital francés y estadounidense que entonces no estaban representadas en Puerto Rico, como el Crédit Mobilier, la American Express Co. y la Wells Fargo & Co. (Lugo 86-92). De todas formas, el dominio cuantitativo y cualitativo del comercio peninsular en San Juan logró mantenerse casi intacto no sólo hasta 1898, sino incluso hasta entrado el siglo XX. Esto se debió a los contactos que lograron establecer con numerosas corporaciones norteamericanas, pero también gracias a las vinculaciones establecidas entre los peninsulares y el “establishment” administrativo estadounidense. Los comerciantes como grupo hegemónico ¿Qué otros papeles, además del comercial y económico, asumieron los grandes comerciantes peninsulares en el contexto de un San Juan en proceso de transformación urbana y ciudadana? Hay que señalar que dicho proceso conllevó el establecimiento de instituciones de carácter social y cultural, de forma que los miembros de la élite pudieran recrearse y relacionarse entre sí. Generalmente, estas instituciones estaban integradas de forma casi exclusiva por peninsulares, si bien algunas de ellas apelaban a la procedencia peninsular de sus miembros. Por ejemplo, existió una Asociación de Asturianos, fundada en 1886, y un Centro Gallego, fundado en 1894 (Cruz 342-344).
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De cualquier forma, el más importante de todos estos centros era el Casino Español de San Juan, fundado en 1871. Los grandes comerciantes disfrutaban de una particular preeminencia dentro de esta institución, contando con una fuerte presencia en la junta directiva de la misma. Por ejemplo, en 1872, al quedar constituida la primera junta, tenemos que al menos tres de los seis directores eran comerciantes, así como también el primer presidente, José Ramón Fernández, que era socio de la casa Latimer, Fernández & Co. (Blanco 79). El caso de Fernández es curioso, pues fue uno de los pocos puertorriqueños que logró penetrar el mundo exclusivista de los peninsulares, en virtud de sus negocios y de su importante vinculación al Partido Incondicional. A Fernández le sucedieron en la presidencia varios peninsulares. Puede decirse que entre 1880 y 1930 hubo ocho presidentes, de los cuales solo dos no se dedicaron directamente al comercio. Los demás fueron importantes comerciantes, como Pedro Arsuaga, Manuel Lomba, Rafael Fabián y Luis Rubert. De este modo, la hegemonía económica de los grandes comerciantes españoles les permitía controlar una parte importante de la vida social de San Juan, mediante su presencia en el Casino Español y su control de otras instituciones, como el Círculo Mercantil, la Sociedad de Auxilio Mutuo, la Cámara de Comercio y el Centro de Detallistas (Blanco 80; Pérez 262-264). Los comerciantes peninsulares de San Juan también contaban con importantes cuotas de poder político. Si el sistema político español en Puerto Rico y las políticas económicas 104
aplicadas a la isla facilitaban la hegemonía socioeconómica del grupo mercantil peninsular, resulta del todo lógico que este grupo asumiera una fiera defensa del statu quo vigente. A partir de 1870, dicha defensa fue ejercida a través del Partido Liberal Conservador, que en 1880 pasó a conocerse como Incondicional Español. En el contexto del sistema de la Restauración, establecido en España por el líder conservador Antonio Cánovas del Castillo, la mejor forma de garantizar la estabilidad en Puerto Rico era propiciando el que los conservadores locales dominaran el proceso electoral y las instituciones representativas, a diferencia de la península, donde se implementó el “turnismo” entre conservadores y liberales. Esto permitió que los comerciantes peninsulares sanjuaneros, que habían asumido el papel de grupo-motor dentro de los partidos Liberal Conservador y el Incondicional Español, lograran acumular suficiente poder como para poder regentear la colonia. Resulta significativo el hecho de que El Boletín Mercantil, que era el periódico que se dedicaba a comentar la situación político-económica de la isla desde el punto de vista del gran comercio, fuera adquirido por los líderes incondicionales y convertido en el órgano oficial del partido, manteniendo inalterado su nombre (Lugo 107-116). El ascenso de los comerciantes españoles de San Juan dentro del mundo político puertorriqueño puede ser explicado de varias maneras. Por ejemplo, mediante su capacidad para utilizar sus extensas redes comerciales como base para organizar una eficiente maquinaria política, y también mediante su presencia en los ayuntamientos locales, figurando como concejales, secretarios,
Pablo Ubarri Capetillo, destacado comerciante y empresario vasco, y presidente del Partido Incondicional Español. WordPress.com
tesoreros e incluso como alcaldes (como fue el caso del comerciante asturiano Antonio Ochoa, que fue alcalde de San Juan en 1885). Ahora bien, esta presencia realmente se consolidó durante el largo período en que el empresario vasco Pablo Ubarri dirigió las fuerzas conservadoras e incondicionales (es decir, entre 1879 y 1893). Para conservar el estatus colonial de la isla ante la presión de los grupos reformistas y autonomistas, Ubarri necesitó de la ayuda de la élite mercantil sanjuanera, que era precisamente el grupo social que más se beneficiaba económicamente de dicho estatus. Para 1890, por ejemplo, el vicepresidente del Partido Incondicional, así como cuatro de los cinco vocales escogidos y todos los vocales suplentes, eran comerciantes españoles de la capital (Cruz 291). De esta forma, se creó un poderoso frente anti-liberal, acaudillado por Ubarri, pero realmente al servicio de los intereses del gran comercio peninsular (Lugo 117-129). Este frente se mantuvo firme hasta finales de 1897, cuando las circunstancias de la guerra
de Cuba llevaron a Madrid a inclinarse por la autonomía para las Antillas españolas. El establecimiento de la Autonomía, en febrero de 1898, significó la crisis del Partido Incondicional y el agrietamiento de la alianza entre el gran comercio peninsular y la administración colonial. Resultó también en la pérdida del poder político de los grandes comerciantes; dicha situación terminó diluyéndose dentro del trauma de la guerra hispano-estadounidense, que conllevó una paralización temporera del comercio, y del cambio de soberanía, con la incertidumbre que generó durante sus primeros meses (Lugo 129-141). Pero el trauma fue breve, pues muchos comerciantes vieron en el cambio de soberanía la oportunidad de recuperarse de las vicisitudes sufridas durante 1898. Ciertamente no pudieron recuperar su hegemonía política, pero no olvidemos que, en el fondo, dicha hegemonía se había desarrollado a remolque de sus intereses económicos, y que el nuevo régimen ofreció nuevas perspectivas económicas que los peninsulares supieron capitalizar a su favor. 105
Puente de San Antonio. Phillip Mumford Collection, 1900. Archivo General de Puerto Rico.
Resulta interesante que la destrucción de las murallas en 1897, considerada como la culminación del proceso de transformación de la plaza fuerte de San Juan en espacio civil, fue la antesala de dos transformaciones: la urbana y la de cambio de soberanía; y en ambas el comercio peninsular sanjuanero se vio íntimamente involucrado y beneficiado. Por un lado, este grupo adquirió su perfil definitivo en el contexto de la reconfiguración del espacio ciudadano sanjuanero, que respondió a procesos locales y globales. Por el otro, el cambio de soberanía llevó a que los comerciantes españoles asumiesen el lucrativo papel de intermediarios entre las grandes compañías exportadoras estadounidenses y los consumidores de Puerto
Rico, y esto, en términos generales, les permitió acrecentar su poder económico durante décadas. La inauguración en 1923 del moderno edificio de González Padín, en la Plaza de Armas, en pleno corazón de San Juan, es evidencia de este segundo proceso, pero también nos habla de cómo la transformación de lo que hoy llamamos el Viejo San Juan continuó a paso acelerado a lo largo del siglo XX.
Derribo de las murallas del costado oriental de la ciudad amurallada de San Juan, iniciado el 18 de mayo de 1897. Foto de Feliciano Alonso. El Álbum de Puerto Rico, 1898.
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Imagen del edificio de González Padín, inaugurado en la Plaza de Armas de San Juan en 1923. Postal de la década de 1920.
Antigua Iglesia San Francisco, Viejo San Juan, 1916. Colección Instituto de Cultura Puertorriqueña. Archivo General de Puerto Rico.
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Rafael Rivera García (1929) Metrópolis (1962) Óleo y acrílico sobre madera 33” x 97” Colección Instituto de Cultura Puertorriqueña
Hospitalillo San Lรกzaro: Asilo de leprosos en Puerta de Tierra, San Juan, PR. 1889. Foto suministrada por el autor.
El lugar de los leprosos: Las prácticas sanitarias y los poderes coloniales en Puerto Rico (1875-1926) César Augusto Salcedo Chirinos
Resumen En este texto se evidencia que el lugar determinado para los leprosos en los últimos años del gobierno español y en los primeros del estadounidense, dependió de las teorías médicas que explicaban el origen de la enfermedad. En los últimos años del siglo XIX, bajo la teoría de la herencia, los leprosos convivían con los sanos, pero en los primeros años del siglo XX, bajo la teoría del contagio, fueron apartados del contacto con los sanos. Con el cambio de los poderes coloniales sobre la isla a partir del 1898, la rigurosidad del trato con estos enfermos se incrementó hasta llegar al aislamiento riguroso, resultado del acuerdo científico del momento. Introducción El trato que se les había dado a los leprosos puertorriqueños durante el último cuarto de siglo del gobierno español en la isla de Puerto Rico fue muy diferente al que recibieron en el primer cuarto de siglo del gobierno estadounidense. Los lazarinos, como llamaban entonces a los que padecían el llamado mal de San Lázaro, pasaron de convivir parcialmente con la población a ser considerados
enemigos de la salud pública. La invasión estadounidense del 25 de julio de 1898 cambió el lugar en donde se ubicaban a estos enfermos. El confinamiento estricto de los contagiados en un lugar apartado fue obligatorio a partir de 1899. Esta diferencia en cuanto al trato puede relacionarse con las representaciones médicas que cada potencia colonizadora tenía de la enfermedad al momento de su actuación. Para entender estas dos formas distintas de trato, es necesario revisar las diferentes explicaciones médicas que manejaba cada poder colonizador. Durante el último cuarto del siglo XIX, cuando Puerto Rico estaba bajo el poder colonial español, las explicaciones manejadas por una parte importante de los médicos sostenían que la lepra era una enfermedad hereditaria; por esa razón, el aislamiento ya no era una obligación sanitaria como lo había sido en los siglos anteriores. La medicina de aquel momento consideraba que bastaba con mantener la higiene necesaria para evitar la hediondez. Solamente los enfermos que pedían limosnas en las calles eran obligados a vivir en las afueras de la ciudad. Con la invasión estadounidense cambiaron las posturas médicas, basadas en 113
una explicación médica sostenida en la idea del contagio. Michelle T. Moran (2007) afirma que las acciones imperialistas de los estadounidenses los había llevado a asumir la teoría contagionista como estrategia de salud pública. Según Moran, los médicos y los oficiales de salud pública habían solicitado, alrededor del año 1880, que se estableciera un leprocomio general para separar a los contagiados de lepra porque consideraban que sus intervenciones en los lugares en donde esa era una enfermedad endémica podían hacerla diseminar en el interior de su territorio. Esta teoría médica de trasmisión terminó triunfando definitivamente en el Primer Congreso Internacional de la Lepra, realizado en Berlín en 1897, en el que se concluyó que aquella era una enfermedad contagiosa y se recomendaba el aislamiento como medida profiláctica (Vaquero 2007). Una persona que vivió bajo ambos modelos de intervención médica con los leprosos fue Gertrudis Enriqueta Vilaseca y Arroyo, una joven nacida en la capital el 15 de julio de 1870, hija legítima de don Jaime Vilaseca y Vilá y doña Carmen Arroyo y Raldiris (AHD, Libro XXIII de bautismo). Por su condición socioeconómica, Gertrudis permanecía en la ciudad porque podía mantener la higiene que recomendaban los médicos. Ella vivía en el número 8 de la calle Luna, junto a sus padres y sus hermanos (AGPR, FDMSJ, leg. 125½). Su condición de vida cambió a partir de febrero de 1899 cuando el nuevo gobierno de la ciudad inició las gestiones para reorganizar la salud pública; entonces comenzaron a recoger a todos los leprosos para separarlos de la población sana. En un primer momento, fueron llevados al asilo de leprosos que 114
existía en Puerta de Tierra, el cual había sido construido en 1889, detrás de cárcel pública, pero posteriormente fueron trasladados a isla de Cabras, un islote que estaba ubicado al otro lado de la bahía de San Juan. Parece que en un primer momento, Gertrudis logró escapar de aquel encierro, pero con el tiempo terminó siendo llevada a la llamada colonia de leprosos de isla de Cabras. Según el censo de población de 1910, ella no estaba viviendo con su familia en San Juan, ni aparece tampoco en la referida colonia; suponemos que pudo haber sido sacada de la ciudad (NARA, Censo de 1910). En el censo de 1920, la joven aparece viviendo en el islote y continuaba allí en 1926, momento en el que los enfermos fueron llevados al nuevo Leprocomio de Trujillo Alto. El propósito de este texto es comparar las prácticas sanitarias que cada poder colonial aplicó a los leprosos en Puerto Rico, relacionándolas con las convicciones que en cada momento histórico explicaban el origen de la enfermedad. En la primera parte se expondrá la idea de la convivencia parcial de los enfermos con los sanos, como consecuencia de la explicación hereditaria; y en la segunda, el aislamiento obligatorio absoluto, como consecuencia del triunfo científico de la teoría del contagio. Los leprosos convivían parcialmente con los sanos A partir del 1 de marzo de 1875, los leprosos mendicantes de la ciudad de San Juan comenzaron a ser considerados por el Ayuntamiento como personas poco gratas. Desde aquel momento se inauguró una política que
buscaba apartarlos del espacio público urbano y llevarlos a la periferia. La acción consistía en entregarles una pensión mensual para que vivieran en Puerta de Tierra. Lo que buscaba el Ayuntamiento era sacar a los leprosos pobres de la ciudad sin tener que construir un hospital para recogerlos (AGPR, Actas del Cabildo). Con esta política terminó de desaparecer el degredo o aislamiento como práctica sanitaria, que había venido realizándose en la isla de Puerto Rico en los siglos anteriores. Para mediados de 1860, José Julián Acosta y Calbo se apoyaba en las teorías médicas del momento para defender la heredabilidad de la lepra (Abbad y Lasierra 2002). Los mismos médicos de la isla sostenían que ya no era necesario el aislamiento riguroso del lazarino porque la enfermedad era hereditaria. Uno de los médicos puertorriqueños que concebía la lepra de esta manera era Cayetano Coll y Toste, quien en 1878 atendía a don Luis Betancourt en Arecibo. En su diagnostico decía: …real y positivamente padece la afección denominada lepra tuberculosa, que en este individuo se halla en un estado bastante avanzado, pero tanto por la opinión general de los autores que se hayan dedicado con especialidad a esta clase de enfermedades, cuanto por las cosas practicadas que pudieron aducir los firmantes, son de parecer que no es contagiosa como equivocadamente se creyó en épocas pasadas, cuando se sometía a los desgraciados pacientes a un aislamiento riguroso (AGPR, Serie Arecibo). La política de las pensiones se había pensado para expulsar a los leprosos que pedían
limosnas en la ciudad, pero terminó aplicándose a los leprosos pobres que se declararon insolventes y pedían la pensión. De esta manera, Puerta de Tierra fue convirtiéndose en un barrio en donde convivían leprosos y sanos sin ninguna discriminación. Esto hizo que algunos miembros del Ayuntamiento comenzaran a preocuparse por la situación. El 29 de noviembre de 1883 se acordó establecer un pequeño hospital con capacidad para unos 20 enfermos (AGPR, Actas del Cabildo), aunque aquel edificio no fue construido hasta 1889, cuando ya los fondos del Ayuntamiento no alcanzaban para seguir manteniendo a los pensionados. Este hospitalillo no fue concebido con ideales sanitarios, sino solamente para que los leprosos tuvieran donde vivir y disminuir así la cantidad de dinero asignado. A mediados de 1889 se ocupó el edificio sin estar aun terminado de construir. Eran 14 apartamentos que permitían la separación de los sexos. Entre 1875 y 1895 fueron atendidos con los fondos del Ayuntamiento unos 30 leprosos pobres, porque los que poseían bienes eran atendidos en sus propias casas. Entre los aspectos que podrían argumentarse para sostener que aquel asilo no fue un lugar de aislamiento cerrado y obligatorio para los leprosos, está el caso de Felícita Reina, quien en 1891 prefirió abandonar la pensión del Ayuntamiento para mudarse a vivir con su familia a Bayamón (AGPR, FDMSJ, leg. 125¼). Otro aspecto que nos indica la convivencia de los contagiados con los sanos es la situación que se denunció el 13 de marzo de 1894, según la cual algunos familiares de los leprosos se habían mudado a vivir con ellos al asilo porque carecían de viviendas (AGPR, FDMSJ, leg. 125½). Desde el presupuesto 115
Cottage With Four Rooms, New Leper Hospital-Trujillo Alto. “A New Era”. Porto Rico Health Review, vol. 1, no. 5, 1925. Archivo General de Puerto Rico.
de 1890-1891, que era de 1,152 pesos, al de 1898-1899, que era de solo 480 pesos, se ve un progresivo abandono de los asilados de Puerta de Tierra (AGPR, FDM, caja 117). Algunos de aquellos leprosos volvieron a mendigar por el barrio La Marina. Así que cuando el gobierno estadounidense comenzó a reorganizar la salud pública de la ciudad, el asilo se encontraba en un importante estado de deterioro. El aislamiento obligatorio de los leprosos En el proceso de reorganización de la salud de la población de San Juan, las autoridades estadounidenses nombraron al doctor Francisco del Valle Atiles como alcalde de la ciudad, el 26 de octubre de 1898, y él nombró como Inspector de Sanidad al doctor Manuel Fernández Náter, el 15 de noviembre de ese mismo año (AGPR, FDMSJ, leg. 125½). Entre las obligaciones de Náter como inspector municipal estaba la supervisión de los hospitales. En aquel momento, el asilo para leprosos de Puerta de Tierra fue llamado Hospitalillo San Lázaro. El primer informe sobre los leprosos fue entregado el 15 de febrero de 1899. En este Náter comentaba que había 8 enfermos en el asilo, pero que necesitaba reparaciones para que pudiera funcionar como lugar de aislamiento. Es decir, había llegado un nuevo discurso que representaba a la enfermedad como contagiosa, y había que aislar a los enfermos para prevenir el contagio de los sanos. Desde el primer instante de la planificación de aquella política sanitaria se pensó en el aislamiento. Esta era una diferencia importante con relación a la política de la época española.
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Otra diferencia significativa que podemos identificar está relacionada con la centralización del cuidado de los enfermos, porque ya las municipalidades no se encargarían de ellos. En los dos primeros meses aislaron a cinco nuevos leprosos de diferentes lugares de la isla (AGPR, FMSJ, Libros de actas). El 10 de agosto de 1899, el doctor Náter informaba al Ayuntamiento que los leprosos habían sido llevados al edificio de la cárcel pública porque el huracán San Ciriaco había destruido la estructura del hospitalillo. Durante el año que los leprosos permanecieron en este edificio, se duplicó la población aislada (AGPR, FMSJ, Libros de actas). Aquello no era otra cosa que la puesta en práctica del aislamiento obligatorio de los leprosos. Ya no importaba la clase social del enfermo, ahora todos debían ser aislados. Hay que destacar que en este afán por aislar a los contagiados, las autoridades sanitarias terminaron recogiendo algunos que padecían otras enfermedades que confundieron con lepra. El aumento de la población aislada obligó a las autoridades a buscar un nuevo lugar para separarlos de los sanos. En noviembre de 1900 fueron llevados a isla de Cabras por recomendación de la Junta de Caridad (Berry-Cabán, 2007). En aquel islote, los leprosos permanecieron los siguientes 25 años, sin que ese aislamiento representara un aspecto favorable para el tratamiento médico de la enfermedad. Las razones por la cuales fueron llevados a isla de Cabras eran fundamentalmente dos: ya había unas edificaciones en el islote, y los enfermos quedaban totalmente separados del resto de la población. En septiembre de 1903, el doctor Manuel Quevedo Báez describía la situación de miseria en la que se encontraban
Adminitration Building, Old Leper Colony. “A New Era”. Porto Rico Health Review (PRHR), vol. 1, no. 5, 1925. Archivo General de Puerto Rico.
los enfermos en aquella Colonia de Leprosos (La Democracia, 11 sept. 1903), situación que no mejoraría en los años venideros. En el informe del médico que atendía la colonia en 1910 resuenan las mismas denuncias de Quevedo Báez: la falta de atención a los enfermos (Report of the Governor of Porto Rico, 1910). Incluso, ya se hacían oír las voces que recomendaban el traslado de la Colonia para la isla grande, con la intención de mejorar el tratamiento que debían recibir porque las condiciones atmosféricas les eran desfavorables. La Legislatura, para evitar el traslado de los leprosos a la isla de Puerto Rico, asignó una partida del presupuesto para que mejoraran las instalaciones. A partir de 1915 comenzaron los tratamientos médicos experimentales, los que por cierto produjeron
muy pocos resultados favorables. Será después de las protestas de algunas personalidades y de los miembros de la Iglesia Bautista que la Legislatura prestará atención a la grave situación en la que se encontraban los leprosos de isla de Cabras. El 24 de junio de 1919 se firmó una ley que disponía la creación de un asilo en la isla, en donde los leprosos recibieran la atención médica que merecían. Esa misma ley obligaba a médicos, maestros y dueños de hospedaje a denunciar cualquier caso sospechoso de lepra que conocieran (Acts and Resolutions, 1919). Un giro importante en la atención médica de los leprosos de la Colonia de isla de Cabras comenzó el 1 de junio de 1921, cuando el doctor Pedro N. Ortiz se encargó de dirigir 119
Ruinas del leprocomio, Cataño. “ A New Era”. Porto Rico Health Review, vol. 1, no. 5, 1925. Archivo General de Puerto Rico.
New Leper Hospital-Trujillo Alto. “A New Era”. Porto Rico Health Review, vol. 1, no. 5, 1925. Archivo General de Puerto Rico.
el tratamiento con los nuevos medicamentos que se probaban en algunos hospitales del mundo. Aquella promesa de mejoría para la enfermedad hizo aumentar la población en el islote, con 15 nuevos enfermos; en 1922 llegaron a ser 37 los pacientes aislados. Los resultados de las inyecciones de éteres etílicos, derivados del aceite de chaulmoogra, no fueron muy alentadores, pero la situación de los leprosos fue haciéndose cada vez más conocida. Hasta los mismos leprosos comenzaron a escribir cartas a los periódicos, exigiéndole a la Legislatura que cumpliera la promesa de mejorar sus condiciones. El 11 de noviembre de 1922, Concepción Quezada escribió al periódico El Mundo reclamando la necesidad de vivir en un asilo moderno. Aquellas exigencias, tanto de los leprosos como de algunas personalidades, sobre las mejores condiciones para sobrellevar aquella terrible enfermedad se vieron catalizadas por las resoluciones tomadas en la Tercera Conferencia Internacional Científica de la Lepra, celebrada en Estrasburgo en 1923. Según esta conferencia, en los países de poca difusión de la enfermedad, como era caso de Puerto Rico, se recomendaba el aislamiento ya fuera en hospitales o en las propias casas de los enfermos, según se practicaba en Noruega (Miranda y Vallejo, 2008). En el informe del Comisionado de Sanidad de 1924 se afirmaba que para el año siguiente los leprosos se mudarían al nuevo Leprocomio en Trujillo Alto. Pero no fue hasta el 26 de junio de 1926 cuando los pacientes salieron de isla de Cabras (Berry-Cabán, 2007).
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Conclusión Podemos decir que las prácticas sanitarias operadas por los poderes coloniales con los leprosos en Puerto Rico dependieron de las teorías médicas que explicaban el origen de la enfermedad. En la época de los españoles, cuando se afirmaba que la lepra era hereditaria, los enfermos podían convivir con los sanos sin mayores reparos médicos, pero con la invasión estadounidense llegó una nueva explicación que obligó al aislamiento porque se definía como una enfermedad contagiosa. Es decir, el lugar de los leprosos en la sociedad dependió de las ideas que tenía el poder colonial sobre la enfermedad. La rigurosidad del aislamiento que se impuso después de 1898 fue tan drástica que los enfermos llevaron una vida mísera, enterrados en vida en aquel islote estéril. Por eso muchos de los contagiados eran ocultados por las mismas familias, porque ir a isla de Cabras era perder al ser querido para siempre. Fueron los mismos avances en la explicación científica de la enfermedad los que terminaron suavizando el aislamiento, aunque el encierro duraría 50 años más.
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Fotos de JosĂŠ de Diego, izquierda, y JosĂŠ Celso Barbosa, derecha, suministradas por el Archivo General de Puerto Rico.
“Ayer de Diego, hoy Barbosa”: Memoria social de los entierros de José de Diego y José Celso Barbosa y la resignificación del cementerio Santa María Magdalena de Pazzi Juan Carlos García Cacho
Resumen El siguiente trabajo analiza los cambios detectados en el proceso histórico del cementerio del Viejo San Juan1 entre el 1900 hasta el 1921, cuando trascendió de la escala vecinal para colocarse en la escala nacional. Este cambio valorativo contribuyó a la construcción de una nueva memoria sociohistórica del mismo. Nuestra hipótesis es que este proceso se inició con el enterramiento de figuras históricas relevantes en el cementerio, como José Celso Barbosa (1857-1921) y José de Diego (1866-1918). La prensa y su discurso fueron claves para la construcción de la memoria social en torno a ellos y al cementerio. Estas inhumaciones en el cementerio no ocurrieron por casualidad; el enterrarlos allí, se le otorgó un carácter de prestigio a este camposanto, actitud que contrastaba con la que predominaba en el siglo XIX. Introducción En años recientes, la historiografía puertorriqueña ha tenido avances significativos con respecto a las investigaciones y trabajos realizados sobre el cementerio Santa María Mag1
Hoy cementerio Santa María Magdalena de Pazzi.
dalena de Pazzi (López de Victoria 1998; García Cacho 2012 y 2017; Lugo 2016; Olazagasti 2017). Uno de estos avances ha sido el análisis de su proceso histórico a lo largo del siglo XIX, ya que ha revelado cambios en torno a las actitudes de los sanjuaneros sobre esta necrópolis. Estos cambios se iniciaron con las reformas de 1863, que incluyeron el levantamiento de una capilla que dotó el espacio de una significación religiosa de la que carecía al fundarse de modo provisional en el 1814 (Archivo General de Puerto Rico: Fondo del Municipio de San Juan, 325, 96, 1; Coll y Toste 215-217). Con la reforma de 1863, hubo un antes y después en el cementerio del viejo San Juan, ya que antes de esta el cementerio era una necrópolis que no gozaba de la aceptación de los vecinos de la ciudad (AGPR: Fondo de Gobernadores Españoles 10, 545, 6-8). Esta poca aceptación podría explicar por qué las monjas carmelitas continuaron enterrándose en el monasterio de San José, y hasta hubo solicitudes por parte del cabildo catedralicio para hacerse enterrar en la catedral, porque lo preferían al cementerio Santa María Magdalena de Pazzi (Archivo General de Indias: Fondo General Santo Domingo, 503, 540-542; FSD 500, 963). Estas acciones, aunque no son parte del objetivo de este 125
La manifestación fúnebre de José de Diego. Puerto Rico Ilustrado, 3 ago. 1918.
estudio por tratarse de cuestiones ya bastante conocidas dentro de la historiografía sobre el cementerio Santa María Magdalena de Pazzi, nos permiten seguir profundizando en el análisis de esa actitud identificada tras la reforma de 1863, para ver si hay continuidad o cambios en ella durante los primeros 21 años del siglo XX. Con este propósito en mente, se estudiaron los discursos y representaciones sobre la muerte de dos figuras importantes dentro de la política puertorriqueña que fueron enterrados en el cementerio Santa María Magdalena de Pazzi: José de Diego (+1918) y José Celso Barbosa (+1921). Son varios los enfoques teóricos a los que ceñimos este trabajo. Desde la temática de la historiografía de la muerte, adoptamos los 126
escritos de Philippe Ariès (1975 y 1982) y Michel Vovelle (1974 y 1990); en el contexto nacional, los trabajos de los historiadores Luis López Rojas (2006 y 2017), Ignacio Olazagasti (2007 y 2017) y, más recientemente, los de Jaime M. Pérez Rivera (2017). Pero, para este artículo en particular, serán fundamentales las contribuciones realizadas por Hayden White (1987) y Roger Chartier (2007) con respecto al tema del análisis de los discursos y sus representaciones en las fuentes de investigación. Además, los estudios sobre la memoria social de Maurice Halbwachs (2004), Chris Wickham y James Fentress (2003). Esta base teórica es importante porque las fuente principales utilizadas son la prensa y las revistas de la época: La Correspondencia (C), La Democracia (D), El
Mundo (EM), Puerto Rico Ilustrado (PRI) y La mujer del siglo XX (MXX); identificadas todas en la Colección Puertorriqueña de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras y en el Ateneo Puertorriqueño. A través de estas fuentes se recoge la información sobre el proceso de muerte y entierro de los políticos estudiados, las construcciones discursivas y las actitudes de la sociedad puertorriqueña con respecto al hecho de estas muertes, también descritas por la prensa. Esta función descriptiva y narrativa de la prensa provoca el cuestionamiento de cuánto de esa actitud es una construcción de estas fuentes y de los alegados a los políticos, y cuánto podría atribuirse al colectivo puertorriqueño. En torno a este problema, relacionado con la construcción del conocimiento, Hayden White (1987) nos advierte que, aunque la narración se construye con una intencionalidad realista, esta no está desprovista de elementos discursivos impulsados por intereses o motivaciones ulteriores (4). En los casos en estudio, quedó claro que la prensa y los políticos son los que “hablan” por el pueblo. Además, las alusiones directas que se hacen sobre el colectivo son pocas y no tenemos manera alguna de obtener la perspectiva real del pueblo. Con todo, no parece un ejercicio de rigor histórico el reducir irremediablemente este problema epistemológico al ámbito de lo ficticio o literario y descartar, por indirectas, las fuentes a las que tenemos acceso. El propio White resolvió este dilema argumentando que lo que distingue lo “histórico” de lo “ficticio” es el suceso.2 “…What distinguishes ‘historical’ from ‘fictional’ stories is first and foremost their content, rather than their form. The content of historical stories is 2
Dicho esto, las muertes y entierros de José de Diego y José Celso Barbosa en el cementerio Santa María Magdalena de Pazzi son hechos innegables que se abordaron desde elementos discursivos encontrados en el proceso. Estos permitieron analizar el impacto de estas muertes y de ambos enterramientos en la memoria social,3 que se fue construyendo sobre el cementerio a comienzos del siglo XX, a pesar de la percepción social que ya existía sobre este espacio mortuorio. Igualmente, hemos de aclarar que no forma parte de nuestro objeto de estudio hacer un trabajo biográfico sobre ambas figuras políticas, lo cual se ha hecho desde la historiografía puertorriqueña.4 No obstante, reconocemos que ambos fueron dos figuras políticas de gran real events, events that really happened, rather than imaginary events, events invented by the narrator” (Hayden White 1987, 27). 3 Entendiendo por la memoria social la construcción de una idea a partir de recuerdos pasados, sea por medio de experiencias vividas, narraciones históricas, la prensa, cuentos, etc. (Maurice Halbwachs, 2004). 4 Sin ánimo de ser exhaustivos, presentamos varios estudios biográficos sobre José de Diego y José Celso Barbosa. De José de Diego los siguientes: Arrigoitia, Delma S., José de Diego, el legislador: su visión de Puerto Rico en la Historia: 1903-1918. San Juan: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1991. Ortiz Guerra, Miguel Ángel, Vigencia de José de Diego y Martínez a los 13 años del siglo XXI. Mayagüez (s.n.), 1987. Ruscadella Bercedóniz, Jorge María, José de Diego: vida e historia. Aguadilla: Editorial Mester, 2003. Y sobre José Celso Barbosa: Pedreira, Antonio Salvador, Un hombre del pueblo: José Celso Barbosa. San Juan (s.n.), 1937. Córdova, Gonzalo F., Then and Now: The Statehood Ideology of Barbosa and Martínez Nadal. San Juan: Barbosa Press, 2008. Barbosa de Rosario, Pilar, Un lustro crucial (1893-1898): el concierto conduce al pacto, 1891-1896. Río Piedras, Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1986. Sacarello, Rafael, Su crepúsculo (anécdotas de las postrimerías del Dr. José Celso Barbosa). San Juan (s.n.), 1985. 127
envergadura dentro del proceso histórico de Puerto Rico junto con Luis Muñoz Rivera (1859-1916), enterrado en su pueblo natal Barranquitas (C 21 sept. 1916 1-21), otra posible razón por las que estas inhumaciones en el cementerio Santa María Magdalena de Pazzi debieron haber tenido un particular impacto social. Precisamente, el profundizar sobre este efecto será la guía de este estudio, que pretende ser un trabajo inicial sobre la construcción de la memoria social del cementerio Santa María Magdalena de Pazzi a comienzos del siglo XX. Barbosa: “Era un hombre representativo conductor de multitudes” Barbosa murió a las 2:00 pm del 21 de septiembre de 1921, en Miramar (EM 22 sept. 1921 1). La propia fuente informa que llevaba hacía un tiempo con complicaciones de salud, hasta que su condición empeoró y perdió el conocimiento el mismo día en que murió. Lo acompañaban, en su lecho de muerte, los médicos que lo atendieron en vida; su hijo Guillermo H. Barbosa y Santiago Veve; varios líderes republicanos como, Eduardo López Tizol, Manuel F. Rossy y José Gómez Brioso; y periodistas del periódico barbosiano El Tiempo (Ibíd.). Desde este contexto también nos parece sugerente el hecho de que se haya escogido el cementerio Santa María Magdalena de Pazzi como el lugar de enterramiento de Barbosa (PRI 24 sept. 1921 22-24). Naturalmente, las exaltaciones hechas en la prensa a la figura de José Celso Barbosa no faltaron ante su muerte al punto de equipararlo al grupo de próceres que ya habían per128
petuado su memoria social. Según El Mundo, la muerte le quitaba a los puertorriqueños “a sus hombres más ilustres y conspicuos en el transcurso de estos distintos años. Ayer Matienzo, Benítez Castillo, Muñoz Rivera, de Diego, hoy Barbosa” (Ibíd.). Su hija Pilar Barbosa fue más lejos al igualarlo a Muñoz Rivera, al afirmar que murió un miércoles, el mismo día en que murió el político barranquiteño. Puerto Rico, por su parte, es descrito como una “desventurada isla”, y hasta como un “rebaño” que había perdido a un “pastor sabio y bueno” (EM 22 sept. 1921 1). Con estas descripciones se observa claramente un intento por la prensa de construir la memoria de Barbosa con una fuerte connotación cristológica y hasta patriarcal, etiquetando a la sociedad puertorriqueña como un colectivo sin dirección tras la pérdida de su “guía” (Ibíd.). Este discurso cristológico y patriarcal queda reiterado y confirmado con las palabras del republicano Manuel F. Rossy, que incluso vincula esta significación mágico-religiosa con el componente político al desear que “Dios lo acoja en su seno, desde donde nos ilumina para continuar nuestra obra en pro del ideal” (Ibíd.). Tal y como habíamos anticipado al principio, vemos cómo la prensa habla a título colectivo por una sociedad “silenciosa”. Sin embargo, la fuente periodística no revela la cifra exacta de los ciudadanos que acudieron a los actos fúnebres del político republicano. Ello nos lleva a preguntarnos si es posible percibir las actitudes y la memoria social puertorriqueña, por lo que pudiera inferirse a través de los discursos de la fuente sin caer en hipótesis descabelladas. Según Maurice Halbwachs (2004), la memoria social se construye por
medio de recuerdos pasados, sea por medio de experiencias vividas, narraciones históricas, la prensa, cuentos, etc. (54). Según las fuentes, ocurrieron unas movilizaciones a nivel estatal y local que, según nuestro entender, propician la construcción de la memoria social de Barbosa desde los actos fúnebres hasta los homenajes y conmemoraciones. Obviamente, esta movilización ciudadana no debe interpretarse en lo absoluto como un suceso que envuelve al conjunto total de la población, sino de personas afines a la ideología barbosiana o de otros movidos culturalmente por el acto social (EM 22 sept. 1921 1; Williams 3). Al enterarse de la muerte del político republicano, la movilización de ciudadanos a la clínica de Miramar en la que se encontraba Barbosa fue inmediata. El día posterior a su fallecimiento (22 sept.), el municipio de Bayamón ordenó que todas las escuelas públicas permanecieran cerradas con el objetivo de que tanto niños como adultos acudieran al velatorio organizado en ese pueblo por comisión del Partido Republicano de Bayamón (EM 23 sept. 1921, 1). La documentación nos muestra que, durante el cortejo fúnebre, la gente “se disputaba la gloria de llevar sobre sí el cuerpo amado del patricio insigne”, aun cuando su cuerpo se llevaba en una carroza fúnebre. En el intento de reflejar lo que “piensa” la sociedad puertorriqueña, la prensa continúa la representación discursiva de un conjunto silencioso; pero esto no implica que el mismo fuera pasivo, sino lo contrario. Su presencia es necesaria porque legitima la memoria social de Barbosa como un “prócer”. Ello justifica el porqué se describe al “pueblo” participando de los actos fúnebres.
El traslado del cuerpo de Barbosa a San Juan nos parece que es el punto culminante dentro de la construcción y perpetuación de la memoria social de este político por varias razones. La principal de ellas es el hecho de haberse escogido el cementerio Santa María Magdalena de Pazzi como su lugar de enterramiento. ¿Por qué en este cementerio y no en otro? Aunque solo sea una hipótesis, no parece arriesgado sostener que esta decisión no ocurrió por el prestigio que suponía ya enterrarse en el Santa María Magdalena de Pazzi en aquellos tiempos. Desde la óptica contemporánea, la opción podría parecer un tanto obvia, pero no necesariamente si tenemos en cuenta el proceso de cambios que enfrentó el cementerio en su memoria histórica, ya que era un espacio mortuorio que no gustaba inicialmente a los sanjuaneros, por lo menos hasta su reforma de 1863 (MSJ, 96, 1, 3a; MSJ, 131, 108; AGPR: Fondo Obras Públicas Obras Municipales, 323, 62d, 7, 4). Los cambios en la percepción y en la memoria social sobre este espacio no se detuvieron en el siglo XIX. La mayor cantidad de inhumaciones de figuras históricas relevantes encontradas en él actualmente se enterraron en el siglo XX, dato que confirma la hipótesis que pasó de ser un cementerio vecinal a uno nacional. El enterramiento de José Celso Barbosa es otra prueba de ello, y el de José de Diego también, siendo uno de los primeros; caso que profundizaremos más adelante. El cementerio Santa María Magdalena de Pazzi, con la inhumación de Barbosa, quedó resignificado como espacio mortuorio que evidentemente ostentaba un prestigio sociopolítico de gran envergadura. Quedó revelado por las fuentes cómo los propios 129
Actos Nacionalistas en honor a José de Diego (DJDN-360). Colección Instituto de Cultura Puertorriqueña. Archivo General de Puerto Rico.
ciudadanos se peleaban entre ellos por cargar el féretro de Barbosa hasta el cementerio (EM 23 sept.1921 1; PRI, 24 sept. 1921 24). Como evidencia adicional de esta resignificación planteada para el cementerio está la perpetuación de la memoria social de Barbosa, que se estaba concretizando con un monumento en su memoria en la plaza de la Libertad, -hoy en día parque de Pantín- (EM 24 sept. 1921 1). En fin, la construcción de la memoria social se estaba dando en ambas vías: la del político y la del espacio mortuorio, y de manera recíproca. La perpetuación de la memoria de un político “feminista” La muerte de José de Diego ocurrió el 16 de julio de 1918 (D 18 jul. 1918 1), a inicios del siglo XX. Al momento de su muerte se encontraba en Nueva York y, según la fuente, murió de una “endarteritis cerebral”. No obstante, su salud iba en declive, al menos desde el 1916 al pillarse una neumonía en una visita a Madrid (Ibíd). Tras la noticia de su muerte, no faltaron los gestos de Estado, en señal de duelo, en distintos lugares de la isla, entre ellos Cabo Rojo, San Sebastián, Yauco, Aguadilla, Mayagüez, Vieques, Vega Baja, Río Grande y San Juan (D 18 jul. 1918 1; D 20 jul. 1918 1). La documentación periodística también revela que los consulados de Cuba, Venezuela y Santo Domingo en la isla se unieron al duelo izando sus respectivas banderas. Estas acciones muestran una construcción de una memoria social e histórica desde dos escalas: la local y supralocal, que se constatan a través de los actos de conmemoración en distintos pueblos de la isla como también en los consulados de distintos países
hispanoamericanos. A su vez, son significativas para el análisis de la memoria social del cementerio, ya que en dicho espacio se iba a inhumar una figura relevante de la clase dirigente de la isla, cuya actividad política era reconocida a nivel internacional. Con respecto a las representaciones y discursos que hace la prensa sobre la sociedad ante la muerte de José de Diego, ocurre igual que con José Celso Barbosa que, aunque no es mucho lo que se observa, no deja de ser sugerente. Según la prensa, sus restos llegaron a bordo del barco de vapor “Brazos” a los muelles de San Juan, y allí fueron recibidos por los ciudadanos, descritos como una “multitud” y como “millares”. Esta descripción del conjunto resulta vaga, ya que no es una cifra exacta de cuántos ciudadanos eran en realidad. La foto de la época legitima y reitera la gran cantidad de ciudadanos que participaron de los ritos fúnebres antes de su enterramiento en el cementerio Santa María Magdalena de Pazzi. Hemos de suponer que, al igual que se comentó en el caso de la comitiva de Barbosa, se trató, posiblemente, de seguidores suyos, además de ciudadanos que, comportándose según la costumbre social, participaron de los actos fúnebres acompañándolo en procesión hacia el Capitolio, donde lo iban a velar públicamente (Williams 2005 3). En dicha procesión, que atravesó por la calle Tanca, los ciudadanos pasaron por el Casino Español, seguido de la Plaza de Armas. Allí su ataúd fue llenado de una “lluvia de flores”, hasta que finalmente llegó concretamente al espacio de la Cámara de Representantes, donde se realizó el velatorio (PRI 3 ago. 1918 30; D 26 jul. 1918 1). Nuevamente, vemos que el reconocimiento 131
Alumnas del Instituto José de Diego caminando en el cortejo fúnebre del político aguadillano. Puerto Rico Ilustrado, 3 ago. 1918.
de la presencia del colectivo puertorriqueño es necesario en el discurso de la prensa para legitimar lo relevante que fue José de Diego. La revisión documental confirmó que los homenajes póstumos fueron muy formales y fueron realizados por instituciones y grupos tales como el Colegio de Abogados, el Ateneo Puertorriqueño, la Casa España, los alumnos del Instituto de Diego en Mayagüez y personas como el presidente de la Cámara de Representantes, el republicano Manuel F. Rossy y el presidente del Senado, el unionista Antonio R. Barceló (PRI 3 ago. 1918 50). No obstante esta obvia importancia de la figura de José de Diego, ello no quiere decir que no hubo un plan discursivo de mitificar su figura póstuma. El estudio de su entierro revela que 132
hubo un intento de construir nuevos recuerdos dentro de la memoria social ya establecida, e incluso de recurrir al olvido para borrar determinados sucesos con el fin de mitificarlo como “prócer”. Según Puerto Rico Ilustrado, en el entierro, “bellas mujeres” del Instituto José de Diego marcharon en el cortejo fúnebre y luego llenaron su tumba de flores (48). ¿Qué necesidad hubo de resaltar concretamente al grupo de mujeres que participaba activamente dentro del rito de inhumación? Sabemos por la historiadora María F. Barceló Miller que José de Diego, como presidente de la Cámara de Delegados, fue un acérrimo opositor al sufragio femenino en la isla cuando en el 1909 Nemesio R. Canales presentó el pro-
Conmemoración de José de Diego, 1978. Colección Instituto de Cultura Puertorriqueña (ICP-20,304). Archivo General de Puerto Rico.
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yecto de la Cámara No. 39, cuyo objetivo era conceder igualdad a las mujeres con respecto a los hombres, incluyendo en materia electoral (Barceló Miller 124). Otra evidencia que confirma la necesidad de mitificar a José de Diego, y construir un imaginario de un político preocupado por los temas de las mujeres, es el artículo escrito por la líder feminista Mercedes Solá para la revista La mujer del siglo XX del 31 de agosto de 1918, en el que se describe al político aguadillano como “feminista”.5 Conclusiones Los enterramientos de José de Diego y José Celso Barbosa en el cementerio Santa María Magdalena de Pazzi son significativos dentro del proceso histórico de esta necrópolis no solamente porque se confirma la aceptación social hacia un espacio mortuorio despreciado a comienzos del siglo XIX, sino que ambas inhumaciones, por la relevancia sociopolítica de cada figura en sus respectivos períodos históricos, abonaron a que dicho espacio trascendiera de la esfera vecinal a la nacional. Primero de Diego, después Barbosa, dos de las figuras políticas más importantes de finales del siglo XIX y comienzos del XX, que pudieron haber sido enterrados en cualquier “Quizás alguna vez sus actuaciones fueron contrarias al feminismo, pero nada más paradójico. […] Si el legislador rechazó un proyecto de ley lo hizo por amor a la mujer. Él consideraba las obligaciones políticas demasiado pesadas y le faltaba valor para descargarlas todas, de una vez sobre los hombros de su delicada compatriota. […] Ver a la mujer entrar en ese nuevo campo era triste para él, pero nunca porque negara su capacidad, sino porque él hubiera querido verla siempre en un trono venerada y halagada por sus vasallos. Sólo algunas veces la soñaba; ‘en un corcel de guerra como a Juana’” (MXX 15 ago. 1918 5). 5
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otro cementerio de la isla, fueron inhumados en Santa María Magdalena de Pazzi porque suponía la selección de un espacio de enterramiento digno de tales figuras. Esta afirmación parecería una sobre interpretación, y que su elección no tuvo motivación alguna, pero la evidencia encontrada nos demuestra lo contrario. Primeramente, tenemos el discurso de la prensa sobre las movilizaciones ciudadanas de grupos afines a los políticos o movidos por la presión sociocultural como mecanismos de legitimación de que Puerto Rico había perdido unas figuras políticas de gran envergadura y que, como tales, fueron enterrados en el cementerio del viejo San Juan. En este sentido, la prensa jugó un papel muy importante al crear también todo un imaginario alrededor de ambos como políticos dignos de conmemorarse a través de las manifestaciones funerarias y del lugar de inhumación común seleccionado; en fin, legitimando sus vidas como “próceres”. En el caso de Barbosa, se le equiparó, sin reparo alguno, con figuras ya fallecidas como Muñoz Rivera y hasta se llegó a utilizar categorías cristológicas como la de “buen pastor”, al punto de mezclar el tema anexionista con elementos religiosos, cuando al colectivo se le comparó con un “rebaño” sin dirección por haber perdido a su “guía”, reforzando así el imaginario de “pastor”. Y el punto culminante en la perpetuación de la memoria barbosiana fue, evidentemente, haberlo enterrado en la necrópolis del viejo San Juan, que a su vez quedó resignificada por albergar los restos de otra figura de gran relevancia sociopolítica. Esta hipótesis se ve reforzada con la evidencia documental encontrada acerca de la propuesta que se ha-
Ofrenda de conmemoración de José Celso Barbosa, 1978. Colección Instituto de Cultura Puertorriqueña (ICP-20,304). Archivo General de Puerto Rico.
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bía lanzado para construir un monumento a Barbosa en San Juan. La inhumación de José de Diego no difiere de la de Barbosa; al contrario, confirma la importancia que fue adquiriendo este cementerio desde los inicios del siglo XX. Con Barbosa subrayamos el gran ejemplo del duelo a nivel local. Mientras, con de Diego se aprecia, no solo a escala local, a través de distintos pueblos, sino con una envergadura supralocal, por la unión de los distintos consulados hispanoamericanos en el proceso. El discurso de la prensa también construyó las representaciones en torno a la forma en que se manifestó la sociedad puertorriqueña con el objetivo de mitificar su figura como un “prócer”. Evidentemente, esta categorización hay que abordarla con un sentido crítico porque es precisamente esta la que diluye el criterio individual de los ciudadanos. Esta actitud generalizada de veneración se explica, al igual que vimos con el entierro de Barbosa, asumiendo que se trató de ciudadanos movidos por tratarse de un acto social o porque compartían las posturas políticas del abogado aguadillano. Al fin y al cabo contribuyeron a la perpetuación de su memoria. Al estudiar la construcción de la memoria de José de Diego, resulta muy sugerente la necesidad que hubo de mitificar y recurrir a la construcción de nuevas memorias y borrar otras con la presencia de mujeres haciendo una ofrenda floral en su tumba y orando por su alma, acción que se explica por la disputa que enfrentó con el político Nemesio R. Canales respecto al sufragio femenino en 1909. Esta hipótesis queda confirmada, ya que después de su muerte, las fuentes revelan discusiones continuadas acerca de esta disputa y el intento de categorizarlo como “feminista”. 136
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Mirada histórica de los cuerpos de agua interiores en el entorno regional oriental de Viejo San Juan como vías de transportación acuática Fernando Silva Caraballo
Resumen Este artículo1 ofrece una breve aproximación a la dimensión histórica del uso y aprovechamiento para la transportación acuática del sistema de cuerpos de agua interiores localizados en la región que se extiende entre la bahía de San Juan y la planicie de inundación del Río Grande de Loíza. El interior de este mosaico acuático regional, ubicado al sur y este de la Isleta de San Juan, fue el escenario en que se enmarcó uno de los primeros sistemas de transportación comercial con posterioridad al asentamiento permanente del gobierno colonial español en la isla de Puerto Rico. No obstante, además de facilitar una vía al comercio, también significó un acceso estratégico importante en función del contrabando y la defensa militar por más de dos siglos. El tema de este escrito proviene de los trabajos de investigación y estudios que el Instituto de Ciencias para la Conservación de Puerto Rico realizó junto con la comunidad Originalmente, este escrito fue una ponencia presentada en la Primera Jornada de Historia Militar y Marítima, auspiciada por la Asociación de Historia del Viejo San Juan, el 21 de abril de 2018, en el castillo San Cristóbal, Viejo San Juan, Puerto Rico. 1
de la Península de Cantera en Santurce entre los años 2009 y 2016. La investigación fue parte de los esfuerzos por rescatar la memoria del patrimonio natural y cultural relacionada directamente a esta comunidad y con su entorno regional. Este esfuerzo produjo resultados muy valiosos para la comunidad, entre los cuales se destaca un proyecto de turismo patrimonial comunitario que adoptó el nombre de Expediciones Península y que incluyó formar y desarrollar un grupo de guías intérpretes residentes en la Península de Cantera que se desempañan como guías que acompañan y facilitan desde el año 2010 la experiencia de los visitantes en estas expediciones. Otro de los resultados de esta experiencia es la progresión de la producción del Atlas histórico ambiental de la Península de Cantera y su región, del que se nutre buena parte de los contenidos de este artículo. La región lacustre entre San Juan y Loíza Dentro de la región de la planicie costera del norte de Puerto Rico, entre los municipios de San Juan, Carolina y Loíza, existe el sistema más extenso (de toda la isla) de lagunas y canales interconectados entre sí y con el mar. Sus principales cuerpos y arterias de agua 141
Representación cartográfica del sistema de lagunas y canales entre Loíza y la bahía de San Juan, (s.f). Instituto de Ciencias para la Conservación de Puerto Rico.
(nombrados de oeste a este) se conocen hoy como la bahía de San Juan, el Caño Martín Peña, la Laguna San José, el Canal Suárez, la Laguna Torrecillas, el canal de Piñones y la Laguna de Piñones. Sus principales conexiones superficiales con el océano Atlántico son la boca o entrada de la bahía de San Juan y Boca de Cangrejos, entre Carolina y Loíza. Vínculo medioambiental La existencia natural del conjunto de estas lagunas costeras y sus conexiones son el resultado de un largo proceso natural de millones de años al que contribuyeron movimientos tectónicos y cambios en el nivel del mar, y que, al final, cuando se estabilizaron los cambios más drásticos, estos cuerpos de agua quedaron atrincherados al interior de la línea de la costa norte, pero dejando abiertas una conexión con el mar en la bahía de San Juan y en la Boca de Cangrejos. El agua que las nutre no solo viene del mar, también proviene de manantiales de agua dulce que descargan en ellas subterráneamente y de 142
múltiples causes de agua superficial que hoy en día todavía desembocan directamente al sistema, principalmente: el Río Puerto Nuevo, la Quebrada Juan Méndez, la Quebrada San Antón y la Quebrada Blasina. Desde los tiempos que anteceden al periodo de la colonización de la isla, esta región lacustre ha sido fuente de diversos alimentos de consumo humano, de materiales para construir herramientas y artes de pesca para obtener el sustento; para habilitar espacios de habitación y refugio de seres humanos, áreas de extracción de madera para leña y carbón vegetal, entre otros propósitos. Con el avance de colonización de la isla, y en particular de la ciudad de San Juan, se fue intensificando la actividad de extracción y explotación de las riquezas naturales de las aguas y manglares de este sistema de lagunas, y su importancia para el sostén de los asentamientos y actividades humanas en las tierras de todo su entorno geográfico (Seguinot Barbosa, 1997; Sepúlveda y Carbonell, 1988; Valdés, 2011).
El desarrollo de este vínculo entre la gente y los recursos provenientes de este sistema acuático no solo se manifiesta en el entorno de la Bahía de San Juan, también ocurre respecto a las poblaciones que se fueron estableciendo a lo largo del cauce del Río Bayamón, en las planicies al norte que una vez se conocieron como Trujillo Bajo y hoy son parte de Carolina, hacia el este, en dirección al Río Grande de Loíza, y dentro de los límites territoriales de ese municipio y el de Canóvanas. No obstante, la dimensión menos conocida sobre la historia de este sistema natural acuático se relaciona con su uso y aprovechamiento como vía de transportación de bienes y personas hasta la primera mitad del siglo XX, y cuya importancia fue a juicio nuestro determinante en las relaciones comerciales históricas de la población de San Juan, Carolina y Loíza. Esta relación geográfica, en determinados contextos y momentos históricos, tuvo importantes implicaciones para el sustento de la vida, para el comercio legal y el contrabando, la defensa militar y el desplaza-
miento de trabajadores hacia y desde la isleta de San Juan. 2 La ecología natural de este sistema acuático y su configuración física también han sufrido múltiples modificaciones producto de intervenciones humanas. Las alteraciones físicas al sistema acuático que ocurrieron durante el siglo XIX fueron esencialmente para facilitar su acceso como vía de transportación acuática y estuvieron motivadas por el interés y necesidades de intercambio comercial. En el siglo XX, muchas de las intervenciones fueron mayormente de dragado y relleno, extrayendo material del fondo de las lagunas para usarlo en la construcción, y, en otros casos, depositando relleno en sus orillas para extenderlas y facilitar la construcción de muelles, aeropuertos y residencias.
Además de los autores ya mencionados, sugerimos también los trabajos de Barbosa, 1997; Sepúlveda, 1997; Sepúlveda y Carbonell, 1988; Giusti, 2015. 2
Mapa de la Cuenca del Estuario de la Bahía de San Juan, (s.f.). Instituto de Ciencias para la Conservación de Puerto Rico. 143
San Juan de Puerto Rico. Documentación de Puerto Rico, Archivo Cartográfico del Centro Geográfico del Ejercito. Ministerio de Defensa, España, 2007.
Una vía “alternativa” de transportación Las costas, y en particular los estuarios, fueron localidades preferidas para establecer asentamientos permanentes y temporeros de algunos grupos indígenas que llegaron a la isla hace cuatro mil años y poblaron el litoral costero. Las aguas tranquilas y protegidas de estos canales y lagunas del estuario de la bahía de San Juan por siglos fueron las más convenientes vías de comunicación acuática y también fuentes importantes de recursos para el sustento de esta población (Seguinot, 1997; Valdés, 2011; Sued, 2011). Las principales razones que motivaron el uso de estas vías acuáticas para la transportación se relacionan con las limitadas y muy difíciles vías de comunicación terrestres para poder desplazarse por tierra firme desde las porciones este y sur de San Juan. Y es que era más eficiente suplir por agua las necesidades y demanda de materiales de construcción, carbón, carne, cueros, pescado, cocos, mieles y otros productos agrícolas en la ciudad de
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San Juan. De la misma manera, la compra o intercambio de bienes disponibles en los puertos de San Juan viajaban por la misma ruta acuática hasta las haciendas y estancias al este de San Juan. Previo a la construcción y mejoras de algunos puentes, caminos y carreteras a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, la comunicación por tierra con la antigua ciudad en la isleta de San Juan estuvo llena de obstáculos, especialmente desde el oeste por el litoral sur de la bahía de San Juan y desde el este y sur de la capital. Las grandes extensiones de manglares y otros humedales asociados a las lagunas, caños, ríos y las orillas de la bahía de San Juan se interponían entre tierra firme y la isleta, por lo que representaban obstáculos considerables para el desplazamiento por tierra casi todo el año y especialmente durante las estaciones de lluvia. El mapa del 1889, atribuido a Henry Howard Whitney, destaca con excelente detalle las diversas condiciones de las tierras bajas asocia-
Henry H. Whitney. Plano de la ciudad de San Juan con su costa oriental. Colección Guerra Hispanoamericana, 1898. División de Recursos Culturales, San Juan. National Historic Site, National Park Service.
Representación cartográfica de rutas de transportación históricas por el sistema de lagunas y canales entre Loíza y el Puerto de San Juan, (s.f). Instituto de Ciencias para la Conservación de Puerto Rico.
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dos a quebradas, caños y manglares que limitaban significativamente el paso por tierra en el entorno litoral oeste y sur de la bahía de San Juan. En cuanto a la transportación acuática, es importante distinguir entre la posibilidad de mover mercancía por mar desde el este de San Juan hasta los mercados y almacenes del puerto de la ciudad de San Juan. Desde el oeste y sur de la bahía de San Juan hasta su puerto, la ruta acuática era la alternativa menos costosa y significativamente más corta, aun cuando el recorrido tiene una extensión de aproximadamente 12 millas entre la Laguna de Piñones y el puerto de San Juan en la zona de la Puntilla y La Marina. Dentro de las variaciones normales del patrón de oleaje de la costa, siempre ha habido periodos en que el mar está más calmado. Bajo estas condiciones era posible navegar desde la boca del Río Grande de Loíza o Boca de Cangrejos hasta la bahía de San Juan, entrando por la ensenada del Boquerón que conecta con el canal San Antonio, que es otro de los accesos a la bahía de San Juan desde el mar. Esta opción era la excepción y no la costumbre puesto que el oleaje en ese tramo por mar suele ser uno de mucha energía y, por lo tanto, de extremo peligro para embarcaciones medianas y pequeñas. Mientras, el trayecto acuático navegable entre la Laguna de Piñones y otros múltiples puntos intermedios hasta llegar a la bahía de San Juan era de aguas tranquilas y protegidas sobre las cuales el oleaje tenía poco o ningún efecto. El reto de la navegación a través de las lagunas y canales estaba más relacionado con el mantenimiento de los cauces de los tramos estrechos 146
de sus canales y con el calado en puntos en los cuales se reducía su profundidad en marea baja, lo que podía significar un obstáculo a la navegación.3 Igualmente, suponemos que el establecimiento de corrales de pesca en los causes del canal de la laguna de Piñones y en varios puntos del Caño Martin Peña tuvo que haber significado un asunto controversial para que fuese atendido desde la oficialidad del Estado, en particular, por los cabildos que reglamentaban la navegación como también las concesiones para el aprovechamiento de los corrales de pesca, que fueron una práctica común en canales, lagunas y desembocaduras de ríos en Puerto Rico hasta su prohibición en la década de los años 50 del siglo XX (Sued, 2011; Valdés, 2011). En cuanto al uso comercial de estas vías acuáticas, hemos encontrado algunas referencias y documentos de los cuales surge información importante para entender la relevancia de la navegación de estos cuerpos de agua con estos fines. Una de estas referencias se encuentra en el texto Historia de San Juan: Ciudad murada de Hostos (1966), en el que destaca el reconocimiento a la importancia comercial del sistema de lagunas y canales entre Loíza y San Juan. Hostos escribe sobre un proyecto de comunicación interior acuática (al que se refiere como uno de gran conveniencia comercial y agrícola para ese momento) entre el río de Loíza y la capital, mediante la construcción de un canal que uniera dicho río con la Laguna de Piñones y a través de esta y de las lagunas de Martín Sobre esta práctica y ruta de navegación y su relación con las condiciones del mar, proveemos, más adelante, una referencia documental que explica las razones y conveniencias. 3
Peña y Cangrejos conectar con la bahía de San Juan. El proyecto había sido propuesto por tres hacendados de Loíza: H.H Berg, Tomas Quigley y H. Fitzsimmons, quienes solicitaron su aprobación al gobernador Méndez de Vigo. Aunque la propuesta recibió la aprobación del Regente del Reino el 17 de julio de 1814, el proyecto no se realizó debido a los desacuerdos entre los proponentes respecto a la formación de una compañía mediante acciones para su financiación (87). Entre los documentos examinados encontramos uno firmado por Joaquin de Solís y Claudio Grande el 9 de diciembre de 1848, y parece haber sido transcrito posteriormente a maquinilla y remitido al Honorable Attorney General por el Comisionado del Interior y jefe de la División de Terrenos Públicos y Archivos el 27 de mayo de 1925 (Archivo General de Puerto Rico, Arrendamientos de terrenos públicos siglo XX. Caja 363, Serie Propiedad Pública). Este documento que mencionamos es una comunicación provocada por la renuncia de Don Casimiro de Capetillo a la concesión, por un término de 5 años, para conducir los frutos de las haciendas de Trujillo Bajo (región al sur de Loíza) y asumir responsabilidad sobre el costo de mantener navegable el canal de Hoyo Mulas (hoy Canal Suárez, entre la Laguna Torrecillas y Laguna San José). En el documento se reseñan las ventajas de la navegación de lanchas y ancones por el Canal Suárez para llevar productos y mercancías hasta el puerto de San Juan. En el documento también se explican las tareas necesarias para rehabilitar físicamente el cauce de este canal y se ofrecen alternativas al financiamiento de estas tareas.
Los siguientes segmentos de citas dan cuenta de la existencia de la transportación acuática, de las dificultades de no contar con esta vía de transportación y sobre sus ventajas como un recurso importante para el comercio en la región de Trujillo Bajo y su acceso al puerto de San Juan. Aunque el reclamo que se hace en este documento representa el de los intereses de hacendados y comerciantes de Trujillo Bajo, por tratarse de la misma vía de transportación asumimos que sus apreciaciones al respecto pudieran ser las mismas de otros en Loíza y Río Grande: “…Salir a la ancha mar y costear por ella desde la Boca de Cangrejos al castillo de San Gerónimo, para entrar en la bahía por el Boquerón y Caño de San Antonio; navegación corta, en verdad, pero llena de inconvenientes y peligros sobre todo en la estación de vientos nortes”. Y continúa diciendo: Frecuentes son las ocasiones en que muchas lanchas cargadas de azúcares pasan diez o quince días en la parte de adentro de la Boca de Cangrejos esperando un momento favorable para salir al mar…y en ocasiones hasta el extremo de quedarse allí todo un mes…en el interin sufren los hacendados los perjuicios consiguientes, mermas en los frutos y el deterioramiento de en su calidad; dejan de ganar lo que pudieran tanto las lanchas como los individuos que las tripulan pasando mil trabajos y escaseces, y los comerciantes aquí (San Juan) tienen demorados sus buques por falta de aquella carga y no pocas ocasiones pagándoles treinta pesos diarios o más, de estadías siendo todas estas causas las mismas que privan el poder hacer desde aquí con la debida oportunidad los en147
víos al partido de Trujillo de tablas, provisiones bocoyes para mieles y demás tan indispensable a los agricultores. También se señala que este canal fue objeto de obras del “Superior Gobierno de la Ysla en el 1825” y que ello ha sido de: (…) inmensos beneficios a todo el partido de Trujillo, porque no solo los azúcares, mieles y rom se pueden conducir hasta nuestra bahía sin el menor riesgo y sin salir al mar, en cualquier tiempo y a cualquier hora del día o de la noche, valiéndose de tan fácil, económica y segura vía, sino también sucederá que los frutos menores, ganados, maderas, carbón, leña, que hoy quedan estancados en aquel territorio por ser difícil y muy costoso a los dueños o especuladores hacer el tránsito por tierra o fletar embarcaciones capaces de salir al mar, todo lo presentarían al consumo de esta Ciudad (…). La argumentación fue incluso más allá de reclamar en beneficio de los hacendados, porque también destaca la importancia de esta vía de transportación acuática para los “menos acomodados” del Partido de Trujillo Bajo: valiéndose de los medios sencillos que presta semejante recurso, aún á los infelices que en un bote ó cayuco quisieran traer una pequeña porción de productos debidos a su laboriosidad y afanes, resultando en consecuencia que el canal serviría igualmente para establecer un provechoso estimulo entre estancieros y clase menos acomodada de aquel Partido(…).
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El contrabando y la defensa militar Sabemos que la posibilidad de navegar a través de estos cuerpos de agua fue una “ventaja geográfica” que facilitó el acceso a recursos para el sustento y transportación de la población en su entorno y de especial beneficio de hacendados del este y sur de la bahía de San Juan. No obstante, significó también una ventaja para el contrabando y el asecho militar. Por eso, la funcionalidad para el desplazamiento por medio de la navegación de estos cuerpos de agua fue además un tema de mucha relevancia y motivo de preocupación para las autoridades militares en San Juan, porque por estas mismas vías era posible atacar la ciudad de San Juan desde el interior de su bahía al igual que introducir en ella productos de contrabando. Quizás, una de las referencias más antiguas sobre el uso estos cuerpos de agua para desplazarse con respecto a la bahía de San Juan está en una descripción sobre el Partido de Cangrejos en Hostos (1966), en la cual destaca la construcción de un fortín en la pequeña ría llamada Boca de Cangrejos durante el primer cuarto del siglo XVI con el propósito de evitar el desembarco de Caribes quienes atravesándola, podían tener acceso a la bahía por el Caño Martín Peña (85). Hostos, vuelve a mencionar la Boca de Cangrejos, pero en el contexto temporal de finales del siglo XVIII, para anotar que esta (Boca de Cangrejos) seguía utilizándose para la introducción de contrabando destinado a la ciudad (86). Esta preocupación, relacionada al contrabando mediante el acceso por las lagunas y canales a la bahía de San Juan, quedó evidenciada también, en algunas crónicas y memorias
históricas. Una de ellas fue Historia Geográfica, Civil y Natural de la Isla de San Juan Bautista de Puerto Rico, escrita por Fray Iñigo Abbad y Lasierra en el siglo XVIII y publicada en el 1788. En uno de los fragmentos de esta obra, Abbad describe la manera en que se pasaba de la costa norte a las lagunas Los Corozos y San José, en algún punto cercano a donde hoy está localizado el cementerio de Isla Verde y de allí navegando por el Caño Martín Peña a la bahía de San Juan: …la bahía de Puerto Rico [de San Juan] y el Caño Martín Peña, que va a encontrarse con el mar a distancia de 100 toesas, por la cual con poco trabajo puede el enemigo pasar a la laguna en que remata el Caño de Martín Peña [Laguna San José] e introducirse en la bahía dejando burladas las fortificaciones de la ciudad. (291) De igual manera, el ingeniero en jefe de la ciudad de San Juan, Felipe Ramírez, escribe en 1796 unas memorias sobre medidas recomendables para la defensa de la ciudad de San Juan y que incluye Sued Badillo en su investigación Cangrejos: Un revisión Etnohistórica para destacar el perfil de la región de Cangrejos (2011). En ella, advierte con preocupación sobre la utilización de estos cuerpos de agua como vías para la navegación y comunicación con San Juan. También, nos brinda algunas descripciones de las características físicas de la Laguna San José y el Caño Martín Peña que claramente sirven de referencia para ubicarnos con mucha precisión en el contexto geográfico del sistema de lagunas y canales entre San Juan y Loíza: Entre los puntos que han merecido justo cuidado en esta isla a sus defen-
sas, no ha sido al de menos, la laguna llamada Cangrejos (laguna San José) ...comunicable con el puerto por el caño de Martín Peña…navegables para barcos menores que pudiera conducir artillería…el agua de que se forman es la de la mar con un flujo y reflujo rápidos desde el puerto a la laguna y desde esta al puerto por dicho cano (caño)… con varias puntas y senocidades que la hacen de irregular figura, y dos islotes (Guachinanga y Guachinanguita) uno mayor que el otro justo a la entrada del caño como en la laguna. Los bordes de la laguna como también los del caño están cubiertos de mangle cerrado o espeso y en ellos cortan leña los vecinos para hacer carbón y otros usos…. Desde la Plaza (ciudad en la Isleta de San Juan) caminando a barlovento, pasada la iglesia de Cangrejos y continuando hacia Loyza (Loíza) hasta el sitio que llaman el Arrastradero de las canoas o pasaje como decían los naturales. (Sued 131) Y continúa su descripción respecto al lugar llamado “Arrastradero de las canoas” con lo siguiente: La gente dada al contrabando ha hecho algunas veces la maniobra de conducir los géneros que traen de las islas extranjeras a este paraje de la costa y arrastrando con bastante trabajo las canoas por el espacio de 400 varas dichas, las han introducido en la laguna (San José) depositando en aquellas habitaciones inmediatas lo que después llevan a la Plaza en la ocasión que pueden aprovechar algún descuido de 149
los Dependientes de Rentas, o como mejor asegurar el lucro de sus ganancias.…Esta maniobra que no se ignora presta suficiente luz para sospechar que una potencia enemiga valiéndose del mismo arbitrio pudiesen intentar la introducción de barcas cañoneras chatas, con cañones de grueso calibre en la misma laguna y navegando por el Caño Martín Peña desembocan en él…podían poner en consternación la Plaza sin necesidad de hacer un ataque frontal. (132) Sobre la defensa de la capital y los méritos de aquellas preocupaciones que advertían las crónicas y memorias, al poco tiempo quedaron evidenciadas en los hechos históricos del ataque y ocupación del ejército inglés sobre la ciudad de San Juan en 1797. No es de extrañar por lo tanto que Tomas O’Daly haya sido tan meticuloso al representar en su plano de 1776 con tanto detalle las características físicas de la geografía de esta región y que en particular haya mencionado con “nombre y apellido” el Arrastradero de las canoas, cuya representación cartográfica no hemos encontrado destacado de igual manera en ningún otro plano o mapa que hayamos examinado hasta el momento. De igual modo, a la representación cartográfica de Henry Howard Whitney, sobre la geografía de esta región (Ver foto en página 143), también se le adjudica haber tenido un fin militar porque, intencionalmente, destaca y evidencia las características funcionales y estratégicas de la conexión regional por vía de estos cuerpos de agua con la isleta de San Juan.
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Se alega que este mapa del 28 de mayo de 1898 fue preparado, principalmente, como material de inteligencia militar por Whitney, a quien se le atribuye haber sido contratado por el alto mando militar de Estados Unidos para transmitir información de inteligencia sobre las ventajas que ofrecía a la ofensiva norteamericana sobre el contexto geográfico de los cuerpos de agua en el entorno de la ciudad de San Juan y los accesos estratégicos para el ataque a la ciudad de San Juan durante la invasión a Puerto Rico en 1898. En el mapa están claramente demarcados y señalados todos los accesos por agua a la ciudad de San Juan incluyendo el sistema de lagunas y canales entre Loíza y la bahía de San Juan, inclusive el sitio exacto donde O’Daly había representado el arrastradero de las Canoas en su mapa de 1776. Historia reciente En el ámbito civil, hace ya casi 50 años, volvió a ponerse de manifiesto la relevancia de las ventajas de navegación que ofrece este sistema de cuerpos de agua entorno a San Juan y su región, pero en el caso que paso describir el objetivo fue con fines de habilitar rutas de transportación marítima pública. En 1970, el gobierno de Puerto Rico realizó elaboró planes formales para establecer un sistema de transporte público por medios acuáticos entre San Juan, Carolina, Loíza, Toa Baja, Cataño, y Guaynabo (Autoridad de Transportación y Obras Públicas, 1972). Fue un reconocimiento al hecho de que la interconexión de las orillas de estos cuerpos de agua era vinculante también para el interior del área metropolitana y, por lo tanto, se propuso habilitar rutas que facilitaran
Mapa de Tomas O’Daly, 1776. El recuadro en rojo indica la localización del “arrastradero de las canoas”. Museo Naval de Madrid, España. Composición gráfica del Instituto de Ciencias para la Conservación de Puerto Rico.
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el desplazamiento de personas. Con este propósito se proyectó emplazar estaciones de abordaje y desembarque en los municipios de Loíza, Carolina, Guaynabo, Cataño Toa Baja y San Juan. Con el tiempo, aquella propuesta dejó huellas en el diseño elevado de la estructura del Puente Teodoro Moscoso sobre la Laguna San José, además de un pequeño tramo del Caño Martín Peña, entre los muelles de la isleta de San Juan y Hato Rey que fue habilitado para la transportación marítima en la década del 1990, (Acua expreso o Agua guagua). Sin embargo, los planes propuestos en 1970 no continuaron. Hoy día, aunque la navegación no es posible entre la Bahía de San Juan y los demás cuerpos de agua de la región entre Loíza, Carolina y Santurce (al menos hasta que se materialice el dragado y apertura del Caño Martín Peña), este extraordinario sistema de lagunas y canales conectados entre sí y con el océano Atlántico sigue proveyendo una alternativa para la navegación de embarcaciones en beneficio de diversos grupos de usuarios. Entre otros beneficiarios podemos mencionar: pescadores, ecoturistas, investigadores y recreacionistas que con frecuencia los utilizan con fines comerciales, educativos, científicos o simplemente, por placer. Conclusión Este escrito incluye solo una porción de una historia que es mucho más rica y diversa, y cuya investigación debe incluir en su agenda otros aspectos del uso y aprovechamiento de estas vías de comunicación y transportación acuática. A modo de invitación a quienes quieran dedicar su atención a investigar más sobre este tema, aquí sugiero algunos aspectos 152
poco o totalmente desconocidos hasta el momento, y que ameritan estudiarse: · Relación geográfica entre los múltiples puntos de abordaje y desembarque en todos los extremos y a lo largo del trayecto y ruta acuática · Diversidad de embarcaciones, sus diseños y aspectos de su construcción, métodos de navegación empleados · Concesionarios, o tenedores de estos aprovechamientos · Oficios asociados a esta transportación, tripulantes, lancheros y otros que incidieron directamente sobre la transportación acuática por estas vías · Relación de mercancías transportadas · La normativa y administración de estos aprovechamientos y concesiones por parte del estado · Las diversas propuestas y los proyectos que fueron sugeridos para ampliar el alcance de estas vías acuáticas y su extensión para poder conectarlo a través de la extensa zona de manglares entre el Río Grande de Loíza y la Laguna de Piñones.
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El fuerte San Jerónimo del Boquerón: Su historia reciente (1940 al presente) Carmen Marla López
Resumen
Introducción
El fuerte San Jerónimo del Boquerón, propiedad del Instituto de Cultura Puertorriqueña, es un baluarte de nuestra historia y cultura que nos define como pueblo. Desde su construcción hasta el presente, el fuerte San Jerónimo ha recibido un sin número de ataques militares, políticos, urbanísticos y naturales. Entre estos ataques se destacan los ocurridos en los últimos 78 años, con los proyectos hoteleros y turísticos de Caribe Hilton y Paseo Caribe respectivamente, y los embates de los huracanes Irma y María. Es el principal objetivo de este escrito presentar brevemente un recuento histórico del fuerte San Jerónimo del Boquerón, desde el 1940 hasta el presente: su condición física, los proyectos de planificación e intervención alrededor del fuerte, los efectos de los huracanes recientes, los trabajos realizados y su futuro. Es nuestro interés crear una conciencia dirigida a rescatar y conservar este recurso como legado tangible del pasado de nuestro país y re-integrarlo de manera creativa al tejido urbano de la isleta de San Juan.
Las fortificaciones en América son el resultado de cuatro siglos de batallas entre los países europeos en América, y conmemoran una época importante en la historia mundial. Son espacios y construcciones, que han sido escenarios de eventos históricos y de vidas encontradas. Una de estas fortificaciones es el fuerte San Jerónimo del Boquerón, en Puerta de Tierra, Puerto Rico. Este fuerte ha sido objeto de varios ataques de las fuerzas de poder, política y desparramo urbano, desde su primera batalla en 1595 hasta el día de hoy, sobreviviendo a cada una de ellas. Estos eventos han despertado en el Gobierno de Puerto Rico y los puertorriqueños, la necesidad de crear, examinar e implementar las leyes conducentes a la protección, integración y promoción de nuestro patrimonio construido.1 Puerto Rico es la menor y la más oriental de las Antillas Mayores. Conocida como la “llave de las Indias”, su posición geográfica era la pieza clave para la defensa del Caribe desde la isleta de San Juan de los ataques de Este artículo surge de la ponencia realizada en la 1era Jornada Historia Militar y Marítima, organizada por la Asociación de Historia del Viejo San Juan, castillo San Cristóbal, 21 abr. 2018. 1
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Aerial Image Database San Jerónimo. Welcome to the Porto Rico, 1930. Datos GIS Puerto Rico.
las naciones europeas: Gran Bretaña, Francia y Holanda (Flores-Romana 118). Fueron varios los gobernadores, ingenieros militares, maestros de obras, entre otros, que estuvieron a cargo de las construcciones del sistema de fortificaciones (castillos, fortalezas, fuertes y murallas) que se construyeron en la parte occidental y oriental de la isleta de San Juan. La isleta, rodeada de agua, termina protegida por el norte con el Fuerte San Cristóbal y su paisaje natural, dominado por profundos acantilados y arrecifes; al oeste, por el fuerte San Felipe del Morro, Casa Blanca y La Fortaleza; al este, con los fortines de San Jerónimo y San Antonio; y al sur, por las murallas, baluartes y al otro lado de la bahía, por el fortín El Cañuelo.
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Trasfondo histórico (1587 al 1939) El fuerte San Jerónimo fue construido en 1587 por orden del gobernador Diego Menéndez de Valdés, para proteger la isleta por el este y reforzar las fuerzas en el puente de San Antonio. San Jerónimo fue clave para contrarrestar el ataque de fuego de la artillería de Sir Francis Drake en 1595. En el 1598, fue atacado nuevamente por el inglés George Clifford, Conde de Cumberland. Este ataque fue exitoso, pero después de dos meses Clifford abandonó la isla a causa de una epidemia de disentería que mató a cientos de sus hombres (Marull 19).
Posteriormente, el fuerte San Jerónimo del Boquerón pasó por una serie de reconstrucciones como consecuencia de los ataques ingleses y holandeses que lo debilitaron. La primera reconstrucción ocurrió alrededor del 1606 y se sustituyó al antiguo fuerte de madera con una estructura de piedra.La segunda,y de las más importantes dentro del plan de mejoras, ocurrió entre 1791 y 1796 bajo la responsabilidad de Juan Francisco Mestre y el ingeniero militar Don Ignacio Mascaró y Homar. El nuevo fuerte tomó su configuración definida, que consiste en una plaza en el primer nivel, una batería en el nivel superior, y un puente de conexión por encima de una fosa que conecta el fuerte con tierra (Medina 10). En 1797, el fuerte San Jerónimo estuvo listo para enfrentar con éxito el ataque violento y sorpresivo de Inglaterra por el General Sir Ralph Abercrombie; la batalla más importante contra Inglaterra terminó dejando a San Jerónimo prácticamente en ruinas. Inmediatamente después de este ataque, el gobierno español reconstruyó nuevamente el fuerte San Jerónimo y sus alrededores, finalizando en el 1799 la reconstrucción de la primera línea de defensa, que se componía del fuerte San Jerónimo del Boquerón, El Polvorín San Jerónimo, la Cabeza de Puente San Antonio, y la batería del Escambrón (Marrull 50).
partamento de Guerra de los Estados Unidos de América, como era conocido en ese entonces. En 1921, el Congreso de los Estados Unidos alquiló la propiedad del fuerte de San Jerónimo (administrado entonces por el Departamento de la Marina) y sus alrededores, a un coronel retirado conocido como Virgilio Baker. Este debía administrar la estación de radio naval que ya estaba allí, pero engañó al gobierno de Estados Unidos e instaló su residencia en el lugar. El contrato de arrendamiento se inició por un período de cinco años, luego por 99 años, hasta culminar en un contrato por 999 años (Fernós 59). Después de una serie de apropiaciones ilegales y engaños, Baker fue demandado por faude por los Estados Unidos de América.
En 1898, después de la Guerra Hispanoamericana o Guerra Estadounidense, Puerto Rico fue cedido a los Estados Unidos por España y, a su vez, todo el conjunto de propiedades militares y sus fortificaciones, incluyendo a San Jerónimo del Boquerón. Los sistemas de fortificaciones pasaron a pertenecer al De-
La década de 1940 marcó el comienzo del movimiento moderno en Puerto Rico y de la industrialización. Los líderes en el poder buscaban el desarrollo de la industria del turismo y la industria liviana para el progreso y el crecimiento económico de Puerto Rico, atrayendo inversionistas a la isla. El entonces
Por desgracia, todas las propiedades alrededor de San Jerónimo no fueron delimitadas correctamente, dando lugar a la serie de inconsistencias en la titularidad de las tierras y mar que se tiene hasta el presente. Conforme a United States Statutes at Large (3004-3005), Estados Unidos transfiere la Reserva de San Jerónimo, junto con otras propiedades militares, al pueblo de Puerto Rico (Fernós 72). Al tener Puerto Rico nuevamente posesión del fuerte San Jerónimo y las propiedades aledañas, comienza una próxima batalla. Modernismo y desarrollo (1940 al 2004)
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Caribe Hilton y San Jerónimo, 1964. Geoisla.com
gobernador Rexford G. Tugwell, con Luis Muñoz Marín como líder de la Asamblea Legislativa (ya para el 1949, don Luis Muñoz Marín se convierte en el primer gobernador electo por el pueblo de Puerto Rico), creía en un gobierno de planificación centralizada. Es durante esta época que se crean varios organismos gubernamentales y de desarrollo, tales como: la Compañía de Fomento de Puerto Rico (1942); la Junta de Planificación de Puerto Rico o JP (1942); la Autoridad de Tierras (1942); la Autoridad de Fuentes Fluviales (1942); el Comité de Diseño de Obras Públicas (1943-1948), integrado en diferentes momentos por los reconocidos arquitectos Richard Neutra, Henry Klumb, Osvaldo Toro y Miguel Ferrer, entre otros (Gala 24-25); y el programa Manos a la Obra (Operation Bootstrap, 1947). Es importante mencionar que la Oficina de Diseño de la Administración de Reconstrucción de 160
Puerto Rico del Departamento del Interior (PRRA, por sus siglas en inglés), ya se había creado y había realizado muchos proyectos para la reconstrucción de Puerto Rico post la Gran Depresión del 1930. Hilton International Inc. se interesó por el área que rodeaba al fuerte San Jerónimo, y poco después le alquiló al Gobierno de Puerto Rico, vía la Compañía de Fomento Económico de Puerto Rico, dichos terrenos adquiridos por PR para este desarrollo en el 1942, para desarrollar el Caribe Hilton Hotel y Casino (1947-1949) (Fernós 107). Los ganadores del diseño del moderno hotel, fue la después reconocida firma Toro-Ferrer y Torregrosa, quienes habían trabajado en la Oficina de Diseño de Obras Publicas y quienes eran fieles seguidores del movimiento moderno implantado por el reconocido arquitecto suizo nacionalizado francés, Le
El Cañuelo, 1918. Colección Instituto de Cultura Puertorriqueña. Archivo General de Puerto Rico.
Corbusier, quien promulgaba la disociación de lo histórico hacia una arquitectura nueva de reforma social. Con la construcción del hotel, el acceso original al fortín y al cementerio del mismo quedaron enterrados por el complejo hotelero, por lo que se establece un nuevo acceso por la calle Rosales y una zona de amortiguamiento entre el fortín y el hotel Hilton. Este evento constituyó la primera batalla del San Jerónimo en el siglo XX contra la fuerza del desarrollo urbano. Por otro lado, aunque existía la Junta Conservadora de Valores Históricos, del Departa-
mento del Interior, fundada por la ley 27 del 23 de abril de 1930, esta no tenía poder regulatorio (Ortiz Colom 10). Ahora bien, al otro lado de la isleta, en el Viejo San Juan, también se estaban dando una serie de intervenciones modernas por presiones para densificar y mejorar la ciudad que había comenzado a decaer por las condiciones antihigiénicas e insalubres que existían. El reconocido antropólogo y arqueólogo don Ricardo Alegría, encuentra al Viejo San Juan en estas terribles condiciones e inmediatamente tuvo la visión y misión de rescatarla por medio de la zonificación, creando la primera zona histórica en Puerto Rico y
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FortĂn de San Jeronimo de Boqueron, Puerta de Tierra, San Juan, PR. Historic American Buildings Survey. Creator Homar Ignacio Mascaro. Library of Congress. 163
desarrollando el Reglamento de Zonas Antiguas e Históricas (1951), hoy Reglamento Conjunto, que regiría los desarrollos e intervenciones de la zona histórica del Viejo San Juan y, posteriormente, los demás sitios y zonas históricas en Puerto Rico. Es evidente que en Puerto Rico no existía ningún tipo de protección legal para las edificaciones históricas previo al 1951, ni existían procesos administrativos para el desarrollo de proyectos que integraran las edificaciones históricas. Aunque para documentar el patrimonio arquitectónico y mitigar su destrucción ya existía para el 1930 el programa de Historic American Buildings Survey (HABS), que formaba parte del programa New Deal creado por el presidente de Estados Unidos Franklin Delano Roosevelt y administrado en Puerto Rico por la PRRA, no fue hasta la primera mitad de la década del 1950 que el fuerte San Jerónimo fue documentado. La documentación estuvo a cargo del arquitecto Frederick Gjessing (1954) y contiene fotografías, dibujos técnicos y notas describiendo la estructura. Este desfase entre la creación de un reglamento para regir desarrollos e intervenciones, inicialmente para la zona histórica del Viejo San Juan, y el reconocimiento de un monumento histórico como San Jerónimo, y su contexto, pudiera explicar el por qué la construcción del Caribe Hilton Hotel y Casino no encontrara mayores controversias. Otra explicación pudiera ser, que la prioridad y el plan de gobierno en el momento era la reconstrucción de Puerto Rico, y estaba enfocado en solucionar el caos económico, social y político que existía, pasando a otro plano, la conservación del patrimonio. Como consecuencia, el fuerte San 164
Jerónimo se encontraba vulnerable y con un futuro incierto. Durante la década de 1950 a 1970, Puerto Rico logró la estabilidad económica, social y política que buscaba y tuvo sus expresiones en el desarrollo de política publica y de proyectos públicos, educativos, institucionales y comerciales. El logro más importante fue la creación de la Constitución de Puerto Rico bajo el Estado Libre Asociado de Puerto Rico en 1952. En el Artículo VI, Sección 19 de la Constitución del Estado Libre Asociado de Puerto Rico, se dispone que “será política pública del Estado Libre Asociado la más eficaz conservación de sus recursos naturales, así como el mayor desarrollo y aprovechamiento de los mismos para el beneficio general de la comunidad; así como la conservación y mantenimiento de los edificios y lugares de valor histórico o artístico, por la Asamblea Legislativa…”. Reconociendo el valor histórico del fuerte San Jerónimo, el Gobierno de Puerto Rico en el 1952, adquirió el fuerte que estaba bajo la custodia del Municipio de San Juan, y que luego fue transferida al Instituto de Cultura Puertorriqueña en el 1956. Entre el 1957 al 1969 el fuerte San Jerónimo se convirtió en el Museo de Historia Militar y Naval de Puerto Rico, bajo la dirección de Don Ricardo Alegría. El museo exhibía una serie de objetos y documentos de la era militar en Puerto Rico (1511-1898) y mapas históricos en la sala de Cartografía (Alegría 78-79). El libro El Fuerte San Gerónimo del Boquerón publicado en 1969 por el Instituto de Cultura, relata en detalle la jornada de rescate y rehabilitación de este recurso. Ya
para el 1973, Don Ricardo Alegría culmina su directoría en el Instituto de Cultura Puertorriqueña. Como resultado de la creación del Acta Nacional de Preservación Histórica en el 1966 y el Registro Nacional de Lugares Históricos (RNLH), se incluyen a este registro La Fortaleza (1966), y el Sitio Histórico Nacional de San Juan (1966). No fue hasta 1983 que el fuerte San Jerónimo del Boquerón recibió la designación como sitio histórico en el RNLH en el 1983. Ese mismo año, La Fortaleza y el Sitio Histórico Nacional de San Juan fueron designados Patrimonio de la Humanidad por tener un valor universal excepcional, bajo el criterio (vi) de la UNESCO que dice: “estar directa o tangiblemente asociado con eventos o tradiciones vivas, con las ideas, o con creencias, con obras artísticas y literarias de destacada significación excepcional” (Sanz 24). San Jerónimo no fue incluido en la Lista Patrimonio de la Humanidad, probablemente por el impacto adverso que ya había ocurrido en su entorno. Desde los 70’ a los 90’s el Instituto de Cultura Puertorriqueña arrenda el fuerte a Caribe Hilton con uso exclusivo y, a su vez, esta firma lo subarrendaba para actividades como bodas y fiestas privadas. Por el estado de deterioro que ocasionaban estas actividades, San Jerónimo entra en desuso y el Instituto de Cultura Puertorriqueña suspende el arrendamiento del San Jerónimo al Hotel Caribe Hilton. Se desconoce las condiciones en las que se encontraba el fuerte en esos momentos.
de avanzada o primera línea de defensa, al este de la isleta de San Juan (1997). En 1999, el Estado Libre Asociado de Puerto Rico, vende y transfiere al Hilton International Inc. todas las propiedades pertenecientes al área de San Jerónimo, incluyendo el Parque San Jerónimo, la parcela conocida como Parcela Coast Guard y la parcela Condado Lagoon, terrenos previamente de dominio público. Esta compañía vende más adelante parte de la propiedad a San Jerónimo Development Inc., abriendo las puertas para el Proyecto Paseo Caribe (Fernós 108-112). Comenzando el siglo XXI, en su primera década, San Jerónimo entró en la peor batalla de su tiempo contra el desarrollo de Paseo Caribe.
En 1997, San Jerónimo recibió su segunda designación en la lista del Regustro Nacional Lugares Históricos como parte de la línea 165
Paseo Caribe El proyecto de Paseo Caribe que consistía en el desarrollo de varios condominios, hoteles y comercio en los terrenos de San Jerónimo, trajo muchas controversias por su diseño, ubicación y cabida de San Jerónimo y terrenos aledaños, e inconsistencia en los procesos entre los proponentes, el gobierno, a través de las diferentes agencias envueltas, y el reclamo del pueblo de Puerto Rico. Durante esta época el Instituto de Cultura Puertorriqueña realiza una serie de estudios, entre ellos: el Informe del proyecto especial sobre trabajos de mensura y existencia de servidumbre de paso del Fortín de San Jerónimo
ubicado en Puerta de Tierra en el municipio de San Juan, Puerto Rico, por la Prof. Linda L. Vélez-Rodríguez, MS, PE, PLS, catedrática del Departamento de Ingeniería Civil y Agrimensura de la Universidad de Puerto Rico Recinto de Mayagüez (3 dic. 2004) (Ver fotos en páginas 167-169); el Estudio Arqueológico Fase IA Solicitado por la División de Arqueología y Etnohistoria del Instituto de Cultura Puertorriqueña – Proyecto de Restauración, Conservación y Rehabilitación, por la Arqueóloga Norma Medina, jun. 2016; y el Informe del Arqueólogo Juan Vera para la Comisión de Asuntos de Federales del Senado.
Las fotografías de las páginas 167 y 169 corresponden a los trabajos de mensura ( 2003-2004) de Linda L. Vélez-Rodríguez, Informe de Proyecto especial sobre trabajos de mensura y existencia de servidumbre de paso del Fortín de San Jerónimo ubicado en Puerta de Tierra San Juan, Puerto Rico. ELA, Departamento de Justicia Derecho Aplicable a los Terrenos Ganados al Mar en el área del Hotel Caribe Hilton y del Proyecto Paseo Caribe, 2004. Documentos del Programa de Patrimonio Histórico Edificado del ICP.
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En el momento que se da Paseo Caribe, existían dos principales reglamentos de la Junta de Planificación de PR que regulaba el desarrollo en sitios y zonas históricas y en la entrada a la isleta de San Juan: Reglamento Para la Designación, Registro y Conservación de Sitios Históricos y Zonas en Puerto Rico (hoy dentro del Reglamento Conjunto de Permisos y Obras de Construcción y Uso de Terrenos, con vigencias del 2010 y en revisión); y el reglamento del Plan de Uso de a Terreno y Reglamento de Zonificación Especial para la Entrada a la Isleta de San Juan o Reglamento Núm.. 23 (1993). El primero de estos, en esencia, regula y guía los usos, el desarrollo y las intervenciones en sitios y zonas históricas designadas para evaluación y endoso del Instituto de Cultura Puertorriqueña. El segundo, y como resultado de un trabajo 168
interagencial y del arquitecto Héctor Arce, fue el primer reglamento que atendía, recuperaba y mejoraba los espacios abiertos y marítimos para uso público, y reconocía directamente el fuerte San Jerónimo y su entorno (Reglamento núm. 23, 11). Aunque no integraba la preservación histórica como parte esencial de un desarrollo urbano, sí tomó como prioridad el interés público y el espacio público como el generador de desarrollo urbano (García-Pelatti 32-33). El Reglamento de Zonificación Especial del Condado Reglamento núm. 3319, Junta de Planificación, (7 jun. 1986, 57), establecía respeto hacia el fuerte San Jerónimo y otros hitos históricos, en su diseño original y contexto histórico, además de la prohibición de demoler las mismas.
El Reglamento núm. 23 consistía en la reestructuración de las parcelas de terrenos (en configuración y uso) alrededor de la entrada a la isleta de San Juan con el fin de rescatar y reforzar el frente costero. Esto permitiría delimitaciones adecuadas alrededor de la entrada a la isleta para la creación de un espacio de transición y una entrada monumental a San Juan. El plan requería el desarrollo de accesos vehiculares y peatonales, una reconfiguración de las principales intersecciones vehiculares, el desarrollo de lotes contiguos para integrar comercios, hoteles y vivienda, compatibles con los del hotel Caribe Hilton, y la elaboración de directrices específicas para cada lote (Arce 24 - 25). Ningún otro plan había sido desarrollado que atendiera el contexto de San Jerónimo como un todo, con el interés público como el personaje principal. Es lamentable que Paseo Caribe se construyera en dirección opuesta a este reglamento y al espacio público. Si evaluamos el resultado de lo que comprende el complejo de Paseo Caribe hoy en día con los objetivos del Reglamento núm. 23, podemos ver lo siguiente: (1) No se creó una “entrada identificable”, vehicular ni peatonal que resolviera la problemática de las intersecciones vehiculares de la carretera núm. 1 y salidas a las demás vías. (2) La recuperación del frente marítimo y la creación de una nueva entrada (vehicular y peatonal) hacia el Fuerte San Jerónimo quedaron nulos. El desarrollo de Paseo Caribe ocupa casi la totalidad de la propiedad, dejando solo una franja de paseo peatonal frente al mar (llamado Paseo Caribe), incómodo e interrumpido hasta llegar al fuerte San Jerónimo. Además, este paseo peatonal es también el único acceso vehicular al fuerte
para el personal del Instituto de Cultura Puertorriqueña, dueño de la propiedad, pero controlado por la seguridad del complejo del Hotel Caribe Hilton. Este paseo se ha convertido en el acceso que el hotel utiliza para carga y descarga en el área de su piscina, frente a la entrada del Fuerte. (3) En términos de espacios públicos creados, el único creado y con fines privativos, es una plazoleta, llamada Caribe Plaza, creada por la configuración en “U” del condominio Bahía Plaza, que abre como un pequeño y limitado gesto de reconocimiento hacia su contexto histórico. Finalmente, (4) Paseo Caribe es un proyecto que puede estar ubicado en cualquier otro lugar. En su Manual de Diseño Urbano, J. Bazant señala que “…las construcciones actuales carecen de atractivo estético, dando por resultado un diseño híbrido que provoca indiferencia formal” (Bazant, 83). El proyecto en general estuvo enfocado principalmente hacia los intereses particulares de sus desarrolladores. Paseo Caribe le dio la espalda a los componentes principales de un espacio y desarrollo urbano como lo son: sentido espacial que integre y celebre lo especial y único de su contexto inmediato (histórico, emblemático, cultural, tropical; moderno); manejo del espacio público, abierto y natural; un sistema vial fundamental para la sociedad moderna que facilite la accesibilidad y la comunicación entre la infraestructura para el peatón, entre otros. Hoy en día podemos apreciar el impacto visual adverso en la entrada a la isleta.
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Imágenes de hoja del estudio realizado por el United States Army Corps of Engineers (USACE), “Fortín San Jerónimo Sección 103 – Proyecto de Reducción de Daños debido a Marejadas”. Documentos del Programa de Patrimonio Histórico Edificado del ICP.
Luego de Paseo Caribe, San Jerónimo aún continuaba en pie de lucha. Su emplazamiento quedó reducido a un acceso controlado por la calle Rosales y a una cabida total (Fincas 389 y 439) de 3.2093 cuerdas (12,614.4441 mc). Era notable a simple vista su deterioro causados por los elementos de la naturaleza y la actividad humana. En ese momento el Instituto de Cultura Puertorriqueña inició su mandato de rescate, gestionando varios estudios para su estabilizacion, a fin de atender la erosión y socavación causados por las tormentas y fuertes oleajes al fuerte en sus murallas y cimientos. Bajo el programa Continuing Authority Program (CAP) el Cuerpo de Ingenieros del Ejército de los Estados Unidos (USACE, siglas en inglés) realizó un proyecto de restauración y protección costera que comenzó con el estudio/informe: Section 103 Hurricane and Storm Damage Reduction 170
Study – Final Detailed Project Report and Final Environmental Assessment, September 2008 y Operation, Maintenance, Repair, Replacement and Rehabilitation Manual (Mar. 2013). En este proyecto se construyó un faldón de hormigón armado y un revestimiento de piedras alrededor de la parte sureste y sur del fuerte y del puente de acceso ($4.2 millones y culminó en el 2012). Posteriormente, hubo otras mejoras que lamentablemente tuvieron un impacto negativo por no seguir las normas de restauración de propiedades históricas. Estos proyectos estaban dirigidos a reabrir el fuerte San Jerónimo como museo naval, nuevamente. En la actualidad, las condiciones del fuerte San Jerónimo siguen siendo las mismas que en años anteriores, pero con los factores de tiempo añadido y los huracanes Irma y María (2017), cuyos impactos ocasionaron graves
Imágenes del fuerte San Jerónimo después del huracán María, 2017. Instituto de Cultura Puertorriqueña. Fotos tomadas por Juan Vera, arqueólogo.
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daños: erosión de juntas en la mampostería y sillería; erosión y desprendimiento del material del muro; eflorescencias en la fábrica (los cristales de sales, blancuzcos que se depositan en la superficie de mampostería, ladrillos, tejas y pisos cerámicos y de hormigón); manchas; grietas en sus cimientos por asentamiento y vibraciones de las construcciones aledañas; termitas en la madera de sus puertas y ventanas; parches de cemento, y, el desconchado, entre otros daños. No obstante, gracias al arqueólogo subacuático del Instituto de Cultura Puertorriqueña, Juan Vera (quien continuamente atiende, mantiene y cuida el fortín) y a la ayuda de varias personas, se pudo limpiar el fuerte rápidamente. Conclusiones En primer lugar, consideramos que se deben mejorar los mecanismos y procedimientos jurídicos para la protección adecuada de los recursos culturales, de tal manera que garantice el debido proceso de ley, para evitar la acción arbitraria de las diferentes entidades gubernamentales involucradas en el manejo de estos lugares.2 Segundo, no se reconoció, ni se reconoce el emplazamiento militar en el entorno del fuerte de San Jerónimo. Estos emplazamientos se extienden en su entorno a partir de la ubicación del fuerte y la distancia que recorren las municiones que se disparaban desde éste. En el caso de San Jerónimo, la periferia del fuerte en tierra y los cuerpos de agua aledaños, constituyen los elementos más importantes del entorno Ver Bradford J. White y Paul W. Edmondson. Debido Proceso de procedimiento en Inglés Simple: Una guía para las Comisiones de preservación. Washington DC: National Trust for Historic Preservation, 2008. 2
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del fuerte. Estos incluyen la franja costera que se extiende desde la playa del Escambrón hasta la playita del Condado, alrededor de 3 kilómetros de extensión a lo largo de la costa norte de San Juan y el Canal de San Antonio el cual tiene 2 kilómetros de largo. Esta zona es parte del estuario de la bahía de San Juan. Lamentablemente, no se trabajó una delimitación clara del complejo de San Jerónimo, ni se definió una zona de amortiguamiento en la zonificación, que hubiera protegido el recurso y minimizado el impacto negativo de Paseo Caribe. Tercero, la preservación histórica no se integra a un plan comprensivo de desarrollo urbano que logre la calidad de vida, el ambiente sostenible y el desarrollo económico necesarios para el ser humano. La preservación histórica es un componente fundamental en el crecimiento social, económico y turístico de un país. Este debe incluir la participación ciudadana para el éxito del mismo. Cuarto, no existe una Ley de Protección del Patrimonio Inmueble de Puerto Rico. Existen leyes y reglamentos aislados sobre aspectos naturales y culturales de nuestro país,pero nada especifico y claro que se haga cumplir y que garantice la protección y conservación eficaz del patrimonio inmueble en Puerto Rico. Quinto, se debe desarrollar un plan de conservación, mantenimiento y uso para el fuerte San Jerónimo que documente su condición en todos los aspectos y dicte las pautas para trabajos adecuados de limpieza, mantenimiento de la propiedad, consolidación y uso; estableciendo prioridades y necesidades económicas. Actualmente, y después del huracán María, el Instituto de Cultura Puertorriqueña está en proceso de trabajar un plan, integrando también el manejo de
emergencias y de preparación ante desastres. Sexto, la conservación y restauración de las fortificaciones son delicadas y complejas. La morfología compleja que presentan estas fortificaciones refleja los procesos complejos, a su vez, de conservación que se deben establecer y seguir. De acuerdo con el gran historiador Dr. Juan Manuel Zapatero, el proceso de conservación y restauración de esta tipología debe ser realizada por un(a) especialista altamente capacitado(a), con experiencia en el arte, la historia y la arquitectura militar (Zapatero 110-119). Esta última disciplina podría ser integrada como especialidad en la academia. Finalmente, se debe crear una comisión multi disciplinaria que trabaje para el fuerte, en su conservación y manejo.
debe ser prioridad bajo este plan. De esta forma podemos salvaguardar este baluarte para las próximas generaciones. Reflexionemos pues, en nuestros valores patrimoniales, y en nuestra participación como ciudadanos como la primera línea de defensa (como lo fue nuestro fuerte San Jerónimo para la isleta de San Juan), para protegerlo y recuperarlo de todos los ataques políticos, económicos, sociales, y urbanísticos.
La protección y conservación del patrimonio histórico edificado y cultural de Puerto Rico, por ende, el fuerte San Jerónimo del Boquerón, es una responsabilidad constitucional de todo ciudadano. En general, se deben redefinir nuestros valores patrimoniales para poder establecer una mejor política pública hacia la gestión patrimonial de Puerto Rico, que incluya un plan de manejo y conservación de estos recursos culturales que permita demandar de todos los proponentes y sus proyectos, un compromiso genuino de cumplir con los planes, leyes y reglamentos de conservación establecidos. Aquellos proyectos dirigidos a la recuperación del inmueble de valor histórico pos desastres y/o conflictos, deben también ser integrados en este plan de manejo y conservación, que incluya gestión de riesgos, preparación ante el desastre, la recuperación y las medidas de mitigación. La importancia histórica y arquitectónica de San Jerónimo 173
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tener vigencia. No aceptamos escritos sobre
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formato digital. Requerimientos para el autor 5. El manuscrito debe estar escrito a doble espacio, incluyendo notas al calce.
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de 15 páginas, y deben estar numeradas.
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7. El manuscrito debe tener índice.
en Word
8 El manuscrito debe estar debidamente
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identificado con nombre del autor o autora,
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