9 minute read
Todo tiene que ver con todo
Desarrollar la visión estratégica desde un enfoque holístico
Advertisement
Por: Tomás Baviera. Profesor de Marketing en la Universidad Politécnica de Valencia (España) @tomasbaviera
Hace cinco años me incorporé como profesor a la Universidad donde había cursado la carrera. Eran patentes los cambios en la Universidad Politécnica de Valencia después de 20 años de ausencia: nuevos edificios, mejores instalaciones deportivas, y un ambicioso ecosistema con empresas para fomentar la innovación y el emprendimiento.
Como era de esperar, el principal cambio que noté se encontraba en los estudiantes. Si en mi época íbamos a clase con bolis y libretas, ahora la mayoría de los alumnos acudía a clase con el portátil y la presentación de power point descargada. Si cuando estudié apenas había estudiantes internacionales, ahora me toca impartir “Dirección comercial” a un grupo en el que la mitad proviene de numerosos países europeos. Esta variedad enriquece enormemente la experiencia universitaria, tanto para los propios estudiantes como para el profesor.
No obstante, no tardé mucho tiempo en darme cuenta de que había cosas que no habían cambiado. Lo ilustraré con una conversación que mantuve con una directiva que había acogido en su empresa a una alumna en prácticas. Esta alumna es una persona trabajadora y responsable, a la que le gustaba el marketing. Resulta que la empresa donde estaba haciendo las prácticas era justamente una agencia de marketing. Todo parecía indicar que era la combinación perfecta para aprovechar esta oportunidad.
Quedé a tomar café con la directora de la agencia. Después de comentarme el tipo de trabajo que hacían, pasamos a hablar sobre el desempeño de la alumna. Me comentaba que la chica era, en efecto, trabajadora y responsable, pero que no encajaba en lo que ellos buscaban. No me dio tiempo a preguntarle por qué, pues en seguida me explicó que la alumna “hacía lo que le decían, pero no sabía las razones por las que hacía lo que estaba haciendo”. La directiva echaba en falta que la alumna no se interesara por los porqués. Me dijo claramente que no estaban interesados en este perfil para la empresa, puesto que “carecía de visión estratégica”. Debí de poner una cara de sorpresa, pues ciertamente no me esperaba una crítica así. La alumna había trabajado excelentemente en mi asignatura del grado de ADE y estaba entusiasmada con la oportunidad de hacer prácticas en una empresa de marketing. Quizá para paliar mi sorpresa, esta directiva me dijo a continuación: “En realidad, esta falta de visión estratégica también se da en los alumnos de Master que hacen las prácticas con nosotros”. La verdad es que este comentario no alivió mi sorpresa sino que la aumentó todavía más.
Esta conversación ha convivido conmigo desde entonces. Los comentarios de esta directiva me recordaron un libro que leí durante la carrera y que me cambió mi actitud para ir a clase. El libro se titulaba Discursos sobre el fin y la naturaleza de la educación universitaria, una colección de ensayos escritos por John Henry Newman sobre la formación universitaria y publicados originalmente en la segunda mitad del siglo XIX en Inglaterra.
Frente al creciente paradigma racionalista, Newman abogaba por una formación intelectual capaz de “extender” la mente. Esta extensión consistiría, sobre todo, en adquirir lo que Newman caracterizó como “una visión conexa y armónica” de las cosas. Esa visión percibiría la influencia de unas realidades sobre otras, y sería capaz de trazar puentes entre lo viejo y lo nuevo, entre lo pasado y lo presente. Una mente así formada estaría en condiciones de conocer las mutuas y verdaderas relaciones entre unas cosas y otras.
Newman es consciente de que una visión así no surge de forma espontánea, sino que requiere disciplina y hábito. Según Newman, la formación proporcionada por las humanidades sería el camino más adecuado para lograr esta extensión de la mente, y por ese motivo debería ser parte importante del currículum universitario. Pero Newman no entiende la formación humanística como una acumulación erudita de conocimientos sobre literatura o historia, sino que más bien la concibe como el cultivo de una disciplina intelectual que busca el conocimiento por sí mismo. La puerta de entrada a esta disciplina sería no tanto la utilidad o la eficacia como el asombro y el amor a la sabiduría.
Quizá podría parecer que esta formación humanística no “encaja” en una carrera técnica. Pero si Newman tiene razón, resulta que serían las disciplinas técnicas como las relacionadas con la empresa y las ingenierías las que más necesitarían de este tipo de formación. Las más de las veces –por no decir siempre- los egresados de estas carreras adquieren destrezas intelectuales dirigidas a la resolución de problemas. En sus estudios universitarios se familiarizan con numerosas herramientas de análisis, algunas de ellas muy complejas. Sin embargo, esta preparación suele orientarse casi exclusivamente en los medios y no siempre favorece fijarse en los fines. Se explican los cómos pero apenas se indaga en los porqués. Se proporciona rigor pero quizá falte relevancia.
La impresión que me dejó aquel libro de Newman me volvía ahora de una forma más vívida y urgente. Me parecía que la Universidad no había cambiado mucho en relación a esta laguna que detecté en su día gracias a Newman. Ahora que me encontraba del “lado de la oferta” – por así decir-, intentaría fomentar una formación que integrara los contenidos especializados de la empresa con la disciplina intelectual que proporciona una visión de conjunto.
Para ello acudí a una de las habilidades clave de la formación humanística: saber redactar. Es la forma clásica de enseñar a pensar. ¿Por qué? Porque quien redacta piensa con precisión. Un texto bien redactado implica un esfuerzo por ordenar las ideas y comunicarlas con sentido. No significa que quien no sepa redactar no sepa pensar. En realidad, todos pensamos, pero no todos pensamos con la misma precisión. Ahora bien, quien se esfuerza por transmitir en un texto lo que piensa, seguro que ha tenido que articular las ideas y afinar las palabras de una forma coherente para compartir su pensamiento con el lector. O al menos, lo ha intentado. Cuando alguien persevera en esta práctica, consolida su disciplina intelectual para pensar con más claridad. En este sentido, da igual que el estudiante curse Filología o Ingeniería: todos necesitamos pensar con precisión, y por eso a todos nos conviene aprender a redactar.
Proporcionar este tipo de formación me ha resultado muy fácil en la asignatura que imparto. Los estudiantes tienen que elaborar un proyecto durante el cuatrimestre. Se trata de un plan de marketing en el que deben implementar los conocimientos impartidos en clase. Por mi parte, procuro leer el documento a medida que avanzan en el proyecto. Después comparto mis impresiones con los estudiantes de cada equipo. Al señalar las incongruencias, las omisiones o las confusiones detectadas en el texto, se produce un intercambio habitualmente muy fructífero. Podría decirse que en estas reuniones pensamos juntos estudiantes y profesor.
Recuerdo el comentario que me hizo Maud, una chica francesa que cursó la asignatura durante el primer año de mi docencia. Habíamos tenido diversas tutorías sobre su proyecto a lo largo del cuatrimestre. Todo el equipo, y Maud en particular, se habían esforzado por construir un sólido documento. En la última reunión antes de la entrega final, les pregunté: “¿Qué habéis aprendido con este trabajo?” Maud no pestañeó. Dijo inmediatamente: “Que todo tiene que ver con todo”. Quizá no haya mejor expresión para reflejar la aportación de la visión holística que propugnaba Newman para la Universidad.
Maud había adquirido una visión de conjunto que le permitía relacionar todo con todo dentro del proyecto. Su trabajo no era un collage de partes inconexas sino un todo orgánico en el que cada parte estaba interrelacionada con las otras. Justo así puede desarrollarse la visión estratégica. Lo mejor de todo fue que la estudiante era consciente de su “aprendizaje”.
Si la Universidad quiere preparar buenos profesionales, necesita proporcionar una formación humanística que enseñe a pensar con rigor. Las destrezas para resolver problemas técnicos se verán enormemente potenciadas si se desarrolla al mismo tiempo la capacidad de relacionar cosas desde una visión holística. Quizá radique en este punto la genuina propuesta de valor de la formación universitaria.