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TEORÍAS CONTEMPORÁNEAS DE LA PERSONA (PARTE I)
Seminario Permanente de Antropología Filosófica
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Por: Juliana Peiró
Una de las sesiones del 1° ciclo, Teorías contemporáneas de la persona, estuvo a cargo de Pilar Fernández Beites, quien presentó la síntesis de la teoría de la persona que ella misma ha elaborado a lo largo de los años, como una metafísica de corte fenomenológico inspirada en Edmund Husserl, Max Scheler y Xavier Zubiri. A la pregunta, quién es el hombre y qué consiste su carácter personal, la profesora Pilar respondió que el hombre es un sujeto encarnado cuyo carácter personal consiste en su subjetividad. El ser encarnado del ser humano es evidente pues se manifiesta en su corporeidad pero el carácter personal no se lo proporciona al hombre el cuerpo, ni los genes ni un cerebro más o menos evolucionado, sino la dimensión del hombre que consiste en su ser sujeto.
En su conferencia, la doctora Pilar, reivindicó una actitud personalista frente a una actitud naturalista del ser humano. De esta manera, retoma la distinción clave que Husserl propuso en Ideas II entre la actitud personalista y la actitud naturalista y así evitar una posición en la cual se absolutiza la actitud naturalista y subsume al ser humano a mera naturaleza o cuerpo biológico, eliminando con ello su dimensión personal.
Para la profesora Pilar, la libertad misma forma parte de la esencia constitutiva del hombre. Como reconoció Sartre, el hombre está condenado a ser libre, entre sus opciones no está el ser libre o no; no puede renunciar a su libertad pues es parte de su esencia, prefijada de antemano y esto significa que el ser humano no se ha dado a sí mismo la libertad y tampoco puede por tanto eliminarla de sí mismo. Pero, de qué tipo de libertad se está hablando o se entiende por libertad esencial. Pues hoy en día la libertad se entiende meramente en su sentido negativo, la cual consiste en que en él ya no hay la predeterminación que caracteriza la vida animal. En el ser humano, el instinto no rige de manera necesaria sobre su actuar; la libertad está abierta a todas las opciones. El problema estriba en que si nos quedamos en el nivel negativo de la libertad y no damos el paso a su consideración positiva, elegir entre posibilidades se torna indiferente y se corre el peligro de que sea el azar, los apetitos o las circunstancias los que nos lleven a elegir una u otra opción. Las decisiones serían arbitrarias porque todas son igual de válidas.
Por el contrario, la consideración positiva de la libertad es aquella que está abierta al bien y al mal. En la libertad positiva hay un marco previo que da sentido a la libertad negativa. Un marco que viene dado por los valores del bien y el mal los cuales son los motivos que nos llevan a obrar libremente, es decir, ellos hacen que la elección no sea indiferente porque en cada elección está en juego la realización del bien o del mal y por tanto, ya no da igual qué elegir sino de lo que se trata es de acertar en la elección.
La cultura actual está profundamente condicionada por una idea negativa de la libertad que sitúa su ejercicio al margen de cualquier valor o norma moral, más aún, se considera que los posibles valores morales son constricciones que anulan la libertad, de manera que una decisión autónoma debería estar, por definición, más allá del bien y del mal; es decir, al margen de cualquier marco ético. En palabras de Heidegger, recordaba la autora, la única respuesta a la pregunta a qué hay que decidirse es, decidirse a decidirse pues lo único que el hombre elige es a hacer uso de la libertad, decidiéndose a favor de la libertad no de lo valioso, del bien o de lo justo porque, si la voluntad debe elegir el bien y no el mal lo que se está haciendo es recortar y reducir la autonomía de la libertad.
La respuesta de la profesora Pilar a este problema contemporáneo que vacía de sentido la libertad es recuperar la positividad ligándola a la racionalidad y la capacidad de amar, dos componentes esenciales del sujeto. Al concluir su exposición, la profesora Pilar afirmó que la persona buena no es la que tiene como objetivo ser buena y por esto hace el bien a los otros, si no que la persona buena es la que hace el bien y se deja mover por los valores positivos y haciendo el bien se convierte en moralmente buena. Por tanto, es al reconocer la dimensión ética del ser humano cuando el dinamismo de su existencia cobra todo su sentido pues dicho dinamismo se revela como un dinamismo moral que es esencial a su existencia y que exige la confluencia de la racionalidad y el ejercicio de la libertad positiva en y por amor.