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Vol. 6 N° 2 (2018)
Presentación: afecto, redes y epistolarios Ana Peluffo
University of California, Davis
Claudio Maíz
CONICET. Mendoza, Universidad Nacional de Cuyo
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La idea de compilar este dossier surgió en el marco de un panel sobre afecto, redes y epistolarios que tuvo lugar en el congreso Diálogo de Saberes de LASA que se llevó a cabo en Lima el 29 de abril del 2017, y en el que participaron las autoras y autores de algunas de las ponencias que aquí se incluyen. El interés que suscitaron los trabajos expuestos, así como también el fructífero debate que se generó en el encuentro, nos llevó a imaginar esta plataforma como una puesta por escrito de algunas de las conversaciones que tuvieron lugar en esa instancia. Otro incentivo para poner a dialogar entre sí los artículos que aquí presentamos, en versiones considerablemente ampliadas y desarrolladas, y en compañía de nuevas intervenciones sobre el mismo campo temático, fue la convicción de que no existe hasta la fecha, que nosotros sepamos, ningún intento de teorizar juntas estas tres problemáticas (redes, afectos, epistolarios) que la crítica cultural tiende a abordar por separado. Partiendo, entonces, de la idea de que el nomadismo (pensado como un envío o desplazamiento material de la carta en el espacio y en el tiempo) es uno de los atributos distintivos del pacto comunicativo epistolar, nos interesó pensar las cartas, en su dimensión transnacional y transatlántica, como artefactos culturales que atraviesan fronteras y que anudan y unen subjetividades alejadas entre sí. Lo que tienen en común las intervenciones que aquí se compilan es la necesidad de volver sobre el espacio epistolar desde una perspectiva interdisciplinaria, transnacional y teóricamente diversa para sugerir que la subjetividad que se construye en las cartas se rige más por el artificio que por la referencialidad. Aunque la carta está asociada
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con una intención comunicativa marcada por una ilusión mimética de transparencia, nos interesó desviar la mirada a los quiebres del género para subrayar su carácter performático en tanto puesta en escena de subjetividades afectivas en conflicto. Tal y como lo afirma Nora Bouvet siguiendo a Foucault, el emisor de toda carta es un artesano de sí que se escribe a sí mismo para la mirada de otro (BOUVET, 2006, p. 70).
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A nivel teórico, los autores de los artículos comparten una aproximación afectiva al espacio epistolar en la que las emociones se utilizan como puertas de entrada a una zona de contacto virtual (PRATT, 1992) en la que se van configurando comunidades rizomáticas o redes cuyos bordes elásticos y permeables se extienden y cruzan constantemente. Ya Pedro Salinas, en “Defensa de la carta misiva y de la correspondencia epistolar” le reconoce a este género efímero, desde una perspectiva más individual que colectiva, este poder afectivo cuando dice que toda carta es la exteriorización de la interioridad del sujeto que se articula con la necesidad de poner por escrito “el estado de ánimo del escribiente, los sentimientos que por modo más o menos confusos se sentía latir dentro, se le dibujan al paso de los trazos de la letra” (SALINAS, 1954, p. 35). Señala también que el clima afectivo en el que la carta surge y al que trata de moldear es un “entenderse sin oírse, un quererse sin tacto, un mirarse sin presencia […]” (ibidem, p. 29). Frente a esta aseveración que ahonda en la falta de cuerpo de la comunicación epistolar nos interesa formular las siguientes preguntas: ¿Cómo circulan las emociones por el espacio comunicativo y de qué manera se generan acercamientos y alejamientos entre los corresponsales? ¿Cuál es la especificidad de este sistema de comunicación virtual y su diferencia con respecto a las redes que se tejen en presencia? Y, por último, ¿de qué manera el afecto altera el equilibrio entre los pares dicotómicos que constituyen el andamiaje del intercambio epistolar (presencia-ausencia, distancia-cercanía, oralidad-escritura)? La carta es una producción textual que ofrece ciertas ventajas para el estudio de la subjetividad, pero también para el estudio de la sociabilidad entre hombres y mujeres abocados a las letras o la cultura. Se trata de un discurso autógrafo breve, repentista, de escasa conciencia estética, aunque a veces la brevedad y el raptus provoquen su efecto de belleza. Sin embargo, bien mirado, el texto epistolar exhibe información sobre el yo del emisor, cuyo contenido ocasiona
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quizá menos desconfianza en punto a la verdad (es sabido el grado de complejidad que encierra el binomio verdad-ficción en la urdimbre del discurso autógrafo), que la que suscita la información de las memorias, autobiografías, diarios, etc. La diferencia, al fin de cuentas, estriba en que la carta es un discurso con un mínimo tiempo deliberativo en su producción, pues la urgencia pragmática de la comunicación, ya sea como emisión de un estado emocional propio como de la elaboración de la respuesta al corresponsal, así lo impone. La carta podría compararse con el antetexto manuscrito de una obra literaria: recoge la inspiración pero no repara, generalmente, en correcciones. Por ello, las huellas de tal movimiento plasmado en la escritura se perciben en la mayoría de los casos.
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La carta, en función de lo dicho, es portadora de una visión cultural interiorizada, es decir, en ella se puede apreciar, en otra dimensión, el modo como el tejido cultural se construye con los significados subjetivos de los individuos. En otros términos, la sensibilidad vital constituye una presencia activa en la configuración de los presignificados de la trama civil, de alusión inexcusable cuando se intenta explorar cambios en los modos de sentir. Por nueva sensibilidad se debe entender una innovadora manera de ver, percibir y pensar los bienes materiales y los bienes simbólicos. Una mirada que se posa sobre lo inmediato y lo plural, valiéndose de los sentidos externos, la imaginación y la memoria. La complejidad de semejante trama se acentúa cuando la correspondencia se trata de sujetos epistolares dedicados a oficios culturales. ¿Por qué volver a los epistolarios? Nuestro interés estriba en el hecho de que su estudio contribuye a la reconstrucción de las redes que escritores, artistas e intelectuales han propiciado. Tanto las redes como la configuración de subjetividades, en textualidades como la carta, pueden abordarse por separado, sin embargo al reunirlos adquieren un particular interés ya que estas lógicas de enlaces impactan en la formación de las comunidades emocionales (ROSENWEIN, 2006) dentro de la cultura trasatlántica. No solo eso, sino que además una lectura atenta de las constelaciones públicas y privadas nos advierte sobre la formulación de autoimágenes de escalas regionales, continentales o trasnacionales, a punto tal de que es posible confeccionar un mapa de las visiones que se forjan hacia el interior de aquellas constelaciones. Tales representaciones están ligadas a las energías emocionales que
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circulan en las redes. A modo de ejemplo, los autores aluden en sus ensayos a las maneras como se perciben las relaciones amistosas entre mujeres, al malestar que despierta la modernidad en la cultura iberoamericana, a los vínculos entre discursos epistolares y creación artística, y a las amistades varoniles entre otras posibilidades. Las redes afectan el proceso de formación de imágenes que dan cuenta de un abanico de intercambios de emociones en los espacios privados que tienen una proyección pública. Dicho de otro modo, la sociabilidad de los epistolarios descansa en una economía del intercambio emocional que fertiliza las relaciones concretas entre los individuos.
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El dossier se inaugura con el artículo de Natalia Crespo titulado “Un corazón porteño”: las cartas de Florencio Varela a Juan María Gutiérrez (1833-1842) que reconstruye la sociabilidad de los exiliados unitarios en el ámbito epistolar durante la dictadura de Rosas en Argentina (1829-1852). En su lectura de las cartas de Florencio Varela escritas desde Rio de Janeiro y Montevideo, Crespo aborda la textualización del amor homo-sentimental y amistoso entre hombres que no es incompatible en su lectura con las visiones hegemónicas de la masculinidad civilizada. Los momentos de ardor fraternal e intensidad emotiva escapan, según la autora, a las convenciones regladas del género y le imprimen a esta correspondencia una originalidad afectiva que ella ausculta en toda su pluralidad y riqueza. Dentro de ese espacio periférico que la autora lee como una densa malla de alianzas, favores y proyectos y como una respuesta al trauma de la proscripción rosista, circulan según Crespo, tanto el odio a Rosas como el duelo por la pérdida de la patria que une a los conspiradores en su contra, un espacio que tampoco es ajeno a las rivalidades y conflictos entre hombres. En el artículo titulado Modernidad, inconformismo y tensiones emocionales. El Epistolario inédito (1894-1936) de Miguel de Unamuno, Claudio Maíz se pregunta cómo pensar la modernidad global desde textos efímeros y no canónicos como las cartas partiendo de una teorización de la literatura menor que está en diálogo con la lectura que hacen Deleuze y Guattari de la obra de Kafka. Parte del objetivo de Maíz es auscultar el malestar emocional que genera el avance de la modernidad en el espacio rizomático y transnacional de la correspondencia inédita de Unamuno, un locus epistémico que en su lectura funciona como un taller o laboratorio de ideas que luego cobrarán protagonismo en los ensayos. Otra estrategia que Maíz utiliza para leer
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las cartas de Unamuno es desviar la atención del receptor al emisor de la correspondencia, en un gesto que le sirve para subvertir lecturas establecidas, y para poner el acento en los procesos de subjetivación que ocurren en el espacio epistolar. Desde una óptica material, Maíz se detiene, asimismo, en los nudos afectivos del epistolario, y en la forma en que varios eventos traumáticos de la biografía de Unamuno (la destitución del rectorado, el rechazo de la monarquía, la religiosidad en crisis y el sentido trágico de la muerte) se revelan en la sintaxis dislocada de las cartas.
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Por otro lado, en Miedo y dolor sobre el papel: Cartas durante la independencia de Chile, Jacqueline Dussaillant Christie aborda en clave emocional un corpus epistolar de 52 cartas escritas por miembros de la elite social de tendencia patriota durante el proceso de la independencia chilena entre 1810 y 1818. A partir de un productivo cruce teórico entre los conceptos de comunidad emocional (ROSENWEIN) y territorio (DELUERMOZ), Dussaillant historiza las emociones protagónicas (miedo y dolor) de un epistolario poco estudiado que ella lee como respuesta al trauma de las guerras de la independencia y a los conflictos políticos que desgarraron a la sociedad chilena de principios de siglo XIX. Dentro de esta comunidad emocional en la que la homogeneidad de clase pesa más que las diferencias de género, Dussaillant traza una gradación afectiva que va, desde la angustia que provoca el conflicto político al pánico que el inminente destierro, autoexilio y prisión genera en los corresponsales. Reconoce, asimismo, la dificultad de trazar una cronología de muchos de estos estados emocionales en parte porque a medida que avanza el espistolario las emociones se hibridizan y solapan con diferentes grados de intensidad. En La vida en las cartas: Ricardo Palma entre escritoras, Graciela Batticuore aborda las relaciones intelectuales entre Ricardo Palma y una comunidad de escritoras americanas que le escriben desde diversos puntos del continente entre 1885 y 1916, y que incluye a escritoras como Juana Manuela Gorriti, Clorinda Matto de Turner, Mercedes Cabello y Eduarda Mansilla, entre otras. A partir de un minucioso trabajo de archivo, Batticuore reconstruye la sociabilidad de entre siglos y el rol protagónico que Palma ocupa en la época posbélica como el eslabón que aglutina y engarza a las escritoras de una red latinoamericanista en la que se desdibujan los bordes entre lo personal y lo político. El estudio de los sistemas transnacionales de vinculación
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en red le permite a Batticuore desentrañar el rol que el género epistolar, a menudo en una situación de cruce con otros géneros, ocupa en los debates políticos de la esfera pública. Otro objetivo de Batticuore es cartografiar el cruce entre las narrativas de lo epistolar y lo biográfico en un corpus salpicado de referencias a la cotidianeidad de las autoras: celebraciones, casamientos, nacimientos, trabajo, dificultades económicas, enfermedad, envejecimiento, rivalidades profesionales, y muertes, entre otros.
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Ricardo Roque Baldovinos en su trabajo sobre el epistolario de José Batres Montúfar (1809-1844), el consagrado escritor guatemalteco del romanticismo en Centroamérica se ubica en una encrucijada histórica que el centroamericano debe atravesar. Esto es, la exploración del istmo para un canal interoceánico, como manifestación de modernidad, pero en medio sucede un impredecible brote de peste de cólera que retrotrae la experiencia entusiasta del progreso a una realidad premoderna, en la que se instala el terror a la probable muerte física que representa y que él lee en cierto modo, como el “anticipo de la catástrofe política que asedió a la región centroamericana desde su independencia de España en 1821”, como fue la desintegración de la República Federal de Centroamérica. A la complejidad de la situación histórico-política, se le debe sumar una existencial como fue la muerte de su hermano, que cambia el rumbo de sus primeras cartas para abrir paso a las emociones del dolor y la pena. En este terreno, Roque Baldovinos ausculta desde una perspectiva afectiva el estoicismo de un sujeto epistolar que se dedica a gestionar recatadamente sus afectos con una marcada sensibilidad de clase que lo distancia de formas más bárbaras de expresar las emociones. Por lo tanto, las cartas de Batres Montúfar son leídas desde estas coordenadas donde lo existencial y lo histórico se cruzan. Los trabajos de Ana Peluffo Afectos epistolares y sociabilidades en red: Mercedes Cabello de Carbonera y Pedro Pablo de Figueroa y el de Silvia L. López Del discurso amoroso: la correspondencia de Simón Bolívar y Manuela Sáenz guardan en común la presencia femenina en el intercambio epistolar. Mientras que Peluffo se detiene en la retórica del rumor, López lo hace en la retórica amorosa. En principio, no sería determinante para cierta confluencia en estos trabajos el hecho de que sean retóricas tan diferentes, puesto que lo que nos importa destacar es que dichos discursos se materializan en las cartas. Seguramente por
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la enfatizada pertenencia de la carta a la esfera privada, el discurso amoroso como el chismográfico encuentran allí el ámbito más propicio para ser comunicados. Estas retóricas remiten a sentimientos, explícitos como en el caso del amor e implícitos como en el caso del rumor, que pueden ir del rencor a la envidia. Pero ahí no terminaría la confluencia de estos trabajos. Los sujetos femeninos involucrados en el intercambio epistolar de ambos estudios desafían el dominio masculino de la esfera social normativa “que quiere -en palabras de Peluffo- devolver a las escritoras al campo doméstico del no decir”, como en el caso de las peruanas Clorinda Matto o Mercedes Cabello, así como también “a corrientes estéticas apropiadas para su sexo como el sentimentalismo y/o el romanticismo” en lugar del naturalismo desajustado que ellas asumen; o a la estabilidad de la institución matrimonial como en el caso de Manuela Saenz, quien ha decidido vivir el amor no solo libremente con Simón Bolívar sino involucrarse en el mundo homopolítico. Si en la escritora Mercedes Cabello de Carbonera el género epistolar es un refugio que puede pacificar su espíritu alterado por las circunstancias hostiles en las que la escritora se encuentra, en Manuel Sáenz es una catapulta que le dará el impulso necesario para que en el futuro se la considere. Tómese en cuenta que ella estuvo a cargo de la correspondencia de Bolívar hasta su muerte acontecida muchos años después que la del Libertador. El amor y la política hacen de Manuela Sáenz un sujeto epistolar peculiar, capaz de fundir el amor a Bolívar con el amor a la causa libertaria en una sola energía emocional. Ambas posiciones representan una voluntad desafiante al universo masculino, sin embargo y paradójicamente el desafío no despierta la solidaridad de género, sino que otras mujeres se encargan de reforzar el dominio del hombre en el establecimiento de las normatividades. En conjunto, los artículos aquí presentados trazan un recorrido cultural por las zonas afectivas del género al mismo tiempo que plantean la urgencia de volver a los archivos para teorizar desde posturas teóricas divergentes, el espacio epistolar. A partir de una visión interdisciplinaria que busca ir más allá de la aproximación histórico-biográfica desde la que se ha encarado frecuentemente el género, proponemos desviar la reflexión de lo biográfico referencial a lo afectivo para debatir problemáticas que atienen a la configuración de subjetividades en la república global de las letras.
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Afectos epistolares y sociabilidades en red: Mercedes Cabello de Carbonera y Pedro Pablo de Figueroa
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Ana Peluffo1
En el siglo XIX, las cartas circularon en un espacio epistolar cerrado e íntimo, pero también susceptible a ser invadido por la mirada de terceros. Ese lugar virtual y descorporalizado funcionó como alternativa a la comunicación cara a cara y como una comunidad de sentimiento en la que se textualizaron, circularon y pusieron en escena determinadas emociones. Uno de los desafíos del pacto epistolar fue expresar afectos en papel sin recurrir a la gestualidad del cuerpo que presumiblemente facilitaba la comunicación en los espacios públicos de la sociabilidad en presencia. Tomo prestado el término comunidad 1 Ph.D. en literatura latinoamericana por la Universidad de Nueva York (NYU). Profesora en la Universidad de California, Davis.
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de sentimiento de la medievalista Barbara Rosenwein quien lo usa en Generations of Feeling (2016) para estudiar la forma en que la cultura dominante jerarquiza, fomenta, reprime y/o marginaliza las emociones desde una perspectiva topográfica. A diferencia de la lectura diacrónica que Eva Illouz propone de los estilos emocionales del pasado en Intimidades congeladas (2007), Rosenwein argumenta que no es que estos se sucedan cronológicamente, a medida que avanza la retórica del control que Norbert Elias asocia con la modernidad, sino que, en un mismo momento histórico, diversos paradigmas afectivos pueden convivir, mezclarse, solaparse y/o disiparse dependiendo en parte de convenciones de género, raza y clase2.
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Anclada en un clima emocional específico, la carta se origina en el espacio íntimo de lo privado y se desplaza hacia lo público en busca de su interlocutor. Este estatus liminar de la epístola, a caballo entre el adentro y afuera, lo privado y lo público, problematiza la genealogía de lo íntimo que Paula Sibila traza en La intimidad como espectáculo (2008) para estudiar la fetichización de la intimidad-pública en la modernidad líquida, un fenómeno paradójico al que se refiere, siguiendo a Lacan, como extimidad. Mientras que en el siglo XIX, dice Sibila, se afianzó el paradigma de lo íntimo-privado, alegorizado por el diario con candado, el sobre cerrado con saliva o lacre, o ese cuarto propio que según Virginia Woolf necesitaban las escritoras para acceder a la racionalidad, en el presente neoliberal desde el que leemos el corpus epistolar del pasado la intimidad ha perdido prestigio como estuche protector de la subjetividad. En el pasaje del cuarto propio a las pantallas, dice Sibila, las redes erosionan las paredes, y la intimidad, despojada del pudor con el que se la construía en el siglo XIX, queda sometida a la tiranía de la visibilidad. Ya en La escritura epistolar (2006), Nora Esperanza Bouvet nota que la carta es siempre una plataforma éxtima para la teatralización de un yo que es “revelación de sí bajo la mirada de un destinatario” (2006, p. 70) y que tiene un lugar de cruce entre lo profesional y lo afectivo. Por otro lado, Claudio Maíz en Constelaciones Unamunianas. Enlaces entre España y América 2 A la hora de trasplantar el concepto de Rosenwein al estudio de la cultura del siglo XIX en América Latina, propongo que la expresión comunidad de sentimiento es más fructífera que la de comunidad emocional en parte porque la palabra emoción no formaba parte del léxico afectivo del siglo XIX en un siglo en el que las palabras sentimiento y afecto eran las que circulaban con más frecuencia.
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Latina (2009) propone leer la correspondencia entre Unamuno y Palma no solo como un espacio íntimo de circulación del afecto transnacional amistoso sino también como una comunidad imaginada (Anderson) o patria intelectual (Rodó) desde la que se construyen las redes públicas de lo que él llama la república de las letras transatlántica.
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A partir de estas lecturas, me interesa sugerir que la forma éxtima de construir la identidad que asociamos con las redes ciber-culturales del presente no era del todo ajena al mundo epistolar decimonónico. Es a través del nomadismo del texto epistolar que circula más allá de las fronteras nacionales, gracias a la existencia de una instancia intermedia como el correo postal (de la misma manera que el espacio cibercultural depende de las computadoras), que se generan acercamientos y alejamientos afectivos entre las figuras nodales y periféricas de las constelaciones culturales que se van configurando en un determinado momento histórico. Aunque la carta ha sido teorizada como un género menor y privado, tal vez como dice Rebecca Earle por su asociación con la conversación oral (una teoría que Salinas desmiente por quitarle especificidad al género), fue utilizada por las escritoras del siglo XIX para construir redes profesionales en los bordes de los sistemas de vinculación hegemónicos, y para gestionar emociones reprimidas, o desterradas, de los espacios de la sociabilidad cara a cara. En un ensayo titulado Comunidades de sentimiento: Cartografías afectivas de las redes intelectuales femeninas del siglo XIX me detuve en el funcionamiento emocional de dos espacios de la sociabilidad letrada aparentemente antagónicos desde los que las escritoras de fin de siglo feminizaron el espacio transnacional de la fraternidad republicana (las veladas y los epistolarios). A partir de una distinción entre redes en presencia y en ausencia (MAÍZ; FERNÁNDEZ BRAVO, 2008), sugerí que así como en las redes que las escritoras tejieron cara a cara en veladas, banquetes y tertulias se privilegió la circulación de emociones aparentemente positivas (la solidaridad, el afecto amistoso, la compasión), en el espacio virtual de la correspondencia hicieron su aparición afectos incómodos (la envidia, los celos, la indignación) que ponían en peligro los objetivos políticos de las redes feministas en el siglo XIX3. En este ensayo, y tomando como punto de partida 3 Aunque la palabra sororidad nunca fue incorporada al diccionario de la Real Academia Española como equivalente femenino del vocablo fraternidad, la utilizo en este trabajo siguiendo
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dos cartas que Mercedes Cabello de Carbonera (1845-1909) le escribió a Pedro Pablo de Figueroa (1857-1906), posiblemente en 1896, me detendré en el lugar igualmente ambiguo o éxtimo que la retórica del chisme y el rumor ocupan en el espacio epistolar.
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En las cartas del siglo XIX, las emociones hostiles fueron muchas veces expresadas oblicuamente mediante la retórica oral de la chismografía. El discurso del rumor funcionó como una barrera verbal entre las conductas sancionadas o fomentadas por los corresponsales, y como un mecanismo de cohesión social destinado a crear un espacio íntimo y dual que dependió muchas veces de la exclusión de un tercero. En un libro titulado Gossip (1985), Patricia Meyer Spacks estudió tempranamente la hibridez ideológica de este discurso jánico y elástico que cumple en su lectura de la oralidad, dos funciones polarizadas: hacer circular por un lado discursos falsos o parcialmente verdaderos sobre rivales o competidores, y por otro fortalecer las nociones de intimidad mediante una oralidad que resemantiza la frontera entre lo público y lo privado. La lectura de Spacks sobre la chismografía, en su doble acepción de construir y destruir identidades, me parece sugerente a la hora de reflexionar sobre el rol que cumple este discurso, erróneamente pensado como exclusivamente femenino, en las redes epistolares del siglo XIX. Lejos de ser una retórica transgresora que les sirve a los grupos subalternos para oponerse a la cultura hegemónica, Spacks sugiere que la retórica del rumor es un arma de doble filo que puede tener una función punitiva y regulatoria dentro de las redes periféricas. Si tal y como lo afirma Roland Barthes, el chisme puede llegar a constituir “la muerte por el lenguaje” (apud SPACKS, 1985, p. 30) hablar mal de un tercero a sus espaldas es una forma de regular desde la categoría de la decencia lo que se puede decir o no públicamente. En todos estos casos el chisme es, en su versión maligna, un arma retórica que alude a la necesidad de gestionar emociones designadas como negativas porque “[c]uando otras formas de agresividad no están permitidas, el chisme malicioso se vuelve un recurso vital” (ibidem, p. 30).
la consigna de varios diccionarios feministas que buscan corregir el sexismo de la Real Academia Española. Para una discusión más a fondo sobre esta cuestión terminológica en el marco de la configuración de redes entre mujeres en el siglo XIX, véase mi artículo Rizomas, redes y lazos transatlánticos.
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En las dos cartas, o borradores de cartas, que Mercedes Cabello le escribió al crítico chileno Pedro Pablo de Figueroa, la autora se autorepresenta como un sujeto acorralado por una serie de circunstancias hostiles. Recurre al afuera (en este caso Chile) para hacer frente a una situación desesperada en el adentro (Perú). Ese clima afectivo es en un principio el de una mortificante dolencia o desequilibrado sistema nervioso al que la autora trata de domesticar mediante la desordenada ingestión de barbitúricos, medicamentos y calmantes. Ese lugar de enunciación es también el de un país en plena crisis posbélica que se resiste a un incipiente proceso de democratización cultural en términos de género y que ve con desconfianza el profesionalismo emergente de la mujer de letras. Dado que la situación en el propio país es insostenible, Cabello imagina desde el espacio epistolar una nueva vida o carrera en el exilio. Dígame U.; para vivir decentemente, sea en un buen hotel o en casa particular será suficiente una renta de 150 soles plata peruana? Déme U. algunos datos que ellos contribuirán a hacerme resolver a partir hacia sus regiones que tanto deseo conocer y donde, espero hallar amigos tan queridos como U. y mi ilustre Lagarrigue (PELUFFO, 2005, p. 34)
Las referencias epistolares a una enfermedad causada, según Cabello, por el excesivo trabajo y las noches sin dormir son una forma de inscribir la presencia física de la autora en este diálogo de almas afines, y de crear mediante el sufrimiento común un puente afectivo con su corresponsal ausente4. El Mi querido y buen amigo del encabezamiento es Pedro Pablo de Figueroa, un escritor chileno que estaba compilando por esta época un gran diccionario crítico-biográfico de la literatura latinoamericana. Frente al conocimiento de este dato, Cabello trata de que su prestigioso corresponsal la incluya a ella en este panteón de elegidos desde el que piensa acceder a una posteridad que la compense por las desgracias 4 Cabello usa las referencias a la enfermedad común y a la falta de reconocimiento en la esfera pública para crear un clima de intimidad con un interlocutor al que solo conoce por escrito. Dice: “Mi querido y buen amigo: Lamentando en el alma el mal estado de su salud, deseo haya U. alcanzado completo restablecimiento. Los escritores necesitamos mucho m[é]todo para trabajar, y desgraciadamente es siempre esto lo que nos falta. Yo también estoy sufriendo del trabajo intelectual mal [ilegible]. Sufro insomnios horribles, que llegan al extremo de tenerme ocho días consecutivos, con sus noches, sin dormir ni un solo momento” (PELUFFO, 2005, p. 34).
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del presente: “Estoy cierta que si U. se digna colocarme allí, yo dentro de un siglo, no seré conocida por mis obras, sino solo por lo que su diccionario diga de mí” (PELUFFO, p. 35). La importancia del chisme o el rumor, una problemática que Mercedes Cabello trabaja con insistencia en todas sus novelas, se aplica en este caso a la vida propia. Lo que los otros dicen sobre su persona o sobre su obra, es importante porque hace o deshace carreras pensadas en términos performativos. Aunque en este caso se trata de una forma institucionalizada del que dirán (la crítica biográfica) Cabello es consciente del poder que tienen estos saberes orales, que circulan entre continentes, y que determinan la forma en que se leen o no las obras. Para solidificar su posición en la república de las letras, la autora ofrece enviarle críticas que se han escrito sobre su obra en el extranjero “sin que ellas sean parte a influir en la severidad que quiera U. usar con ésta, su amiga” (p. 35). Dilucidar la fecha en que fueron escritas estas cartas es una tarea medianamente compleja. Una rotura del papel ha dejado un blanco en la parte superior del margen que corresponde al año de una de ellas y alguien ha añadido con otra letra y otra tinta el año 1893. Sin embargo, las referencias que Cabello de Carbonera hace a la publicación de la novela Herencia de Clorinda Matto de Turner que apareció en 1895, y a un proyectado viaje a Chile que ocurrió en 1898, nos permiten aventurar otra hipótesis: que las cartas fueron escritas con posterioridad a la revolución pierolista (1895), un evento histórico traumático al que Cabello se refiere en una de las cartas. La revolución continúa con pasos de tortuga y convertida en una crucificación [sic] para la gente trabajadora e industriosa. El gobierno y la revolución viven de los cupos arrancados violentamente a los particulares. ¡Qué desgraciadas son estas repúblicas de Sud-América con sus eternas revoluciones de partidos personalistas!... (PELUFFO, 2005, p. 35, énfasis en el original)
Para esta época, Mercedes Cabello ya había publicado las seis novelas que constituyen el corpus narrativo de su obra, así como también libros ensayísticos sobre el naturalismo, el misticismo tolstoniano y la religión de la humanidad de Comte5. 5 Las novelas de Mercedes Cabello de Carbonera son: Sacrificio y recompensa (1886), Los amores de Hortensia (1887), Eleodora (1887), Las consecuencias (1890), El conspirador (1892), y Blanca Sol (1889). Los libros de crítica que tuvieron más circulación en el siglo XIX
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Lejos de ser un emblema de lo privado, las cartas de Mercedes Cabello de Carbonera constituyen herramientas profesionales que plantean la necesidad de vencer el aislamiento doméstico que la sociedad prescribía para las mujeres del siglo XIX. El afecto amistoso y desterritorializado en el que se apoya el vínculo epistolar desafía las fronteras nacionales y rompe con el odio a Chile que reinaba en el Perú de posguerra. En una época en la que González Prada (1844-1918) predicaba el revanchismo y el rencor hacia el país enemigo como manera de procesar el duelo de la derrota del Perú en la Guerra del Pacífico (1879-1883), Cabello no solo se hace amiga de importantes figuras de la cultura chilena (Lagarrigue, Figueroa) sino que planea emigrar al país enemigo. En ese espacio transnacional, Cabello y su interlocutor construyen un nosotros excluyente salpicado de menciones a terceros sobre los que ambos intercambian información. Esas referencias a amigos y enemigos comunes generan por momentos dinámicas triangulares en las que hablar mal de un otro es crear una barrera verbal alrededor de la intimidad compartida con el interlocutor. A cambio de que Figueroa escriba sobre ella, Cabello le envía biografías y datos que él necesita para confeccionar el diccionario. Le propone también un intercambio afectivo en el que Cabello ofrece gratitud, sinceridad y lealtad en pago anticipado por el interés en su obra: Le agradezco infinito[sic] su propósito de escribir acerca de mis nuevas publicaciones. ¿Que puedo decirle amigo mío? Que no seré ingrata jamás, con el generoso amigo, y que la inmensa deuda que tengo contraída con U., espero pagarla, si no con la rumbosidad conque U. me ha prodigado sus elogios, cuando menos con la noble sinceridad del que se propone decir verdades (PELUFFO, 2005, p. 34)
Para congraciarse a distancia con el autor de esta obra colosal, Cabello establece una polarización jerárquica entre crítica y ficción. El espacio de la crítica, inseparable en el siglo XIX de la práctica biográfica, le parece superior al campo novelístico porque ordena desde la racionalidad de la teoría el desorden afectivo de la creatividad novelística. “Con esta obra inmortalizará U. su nombre [con] más seguridad que con otras de mera recreación artística, de las que tanto abunda nuestra América” (PELUFFO, 2005, p. 35). En esta zona de la fueron La novela moderna (1892) y El conde Tolstoy [¿1894?].
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carta, Cabello se subalterniza como novelista frente a la magnificada figura del crítico. Sin embargo, la mención de El conde Tolstoy, un libro que Cabello dice haberle enviado, junto con otra biografía según ella inédita de Soledad Acosta de Samper, horizontaliza la relación jerárquica entre ambas prácticas. Mediante el envío de este libroencomienda, Cabello ya no se presenta como autora de novelas que provocan escándalos y polémicas por su incursión en el naturalismo sino como crítica-biógrafa que está en igualdad de condiciones con su prestigioso interlocutor. Como dato que corrobora su capacidad de moverse en ambos mundos, el sujeto epistolar menciona críticosbiógrafos pertenecientes a la parte cosmopolita de su red entre los que figuran Mary Springen (Estados Unidos), Anibal Ponce (Colombia), Juan Enrique Lagarrigue (Chile) y el propio Pedro Pablo Figueroa. Otra forma que Cabello tiene de acercarse a Figueroa es, paradójicamente, distanciarse de sus hermanas de letras, y principalmente de la figura-nodo de las redes femeninas de posguerra: Clorinda Matto de Turner (1852-1909). En este caso, la estrategia es por un lado dilatar el pedido que Figueroa le hace de una biografía de Lastenia Larriva de Llona: una escritora con la que Cabello tiene en 1898 un grave altercado en la prensa, y por otro hablar mal de Herencia, la novela naturalista que Clorinda Matto de Turner publica poco tiempo antes de partir hacia el exilio6. Dice lo siguiente sobre esta novela que seguía muy de cerca la temática prostibularia de Blanca Sol7: Opino lo mismo que U. acerca de Herencia; más aún, creo que mejor que este nombre debiera llevar el de Lujuria; y la lujuria en el arte, debe de estar muy bien aderezada con salzas [sic] picantes y fraganciosas para quitarle lo que naturalmente tiene de odioso y repugnante. Ha leído 6 Luego de que Cabello publicara en El comercio un alegato a favor de la enseñanza laica que era también una crítica feroz al Liceo Fanning, una escuela de monjas dirigida por Elvira García y García, Lastenia Larriva de Llona le contestó lo siguiente: “sé que no tengo ni el talento ni la ilustración de la señora de Carbonera; sin embargo, me creo más competente que ella para fallar en la cuestión de la educación de las niñas. La razón es muy obvia: la señora de Carbonera ha tenido la gran desgracia de no tener hijos. Yo tengo la hermosa dicha de ser madre” (LARRIVA DE LLONA. In: RUIZ ZEVALLOS, p. 79). 7 Digo que la novela Herencia sigue de cerca a Blanca sol porque ambas importan al contexto peruano la figura de la femme publique proveniente del naturalismo francés al mismo tiempo que recurren al personaje de la humilde costurera proveniente del archivo victoriano para contrarrestar las transgresiones de la prostituta.
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U. lo que dice en las págs. 134-135- y 136? ¿Cree U. que una mujer tiene derecho a dejar de ser mujer, aunque escriba novelas naturalistas?... Siempre que se ha ofrecido hablar de Zola, ya sea por escrito o por palabra, lo he atacado abierta y francamente, sin importarme el que sea el coloso de la novela naturalista. No puedo pues aprobar en una mujer, lo que repruebo en un hombre. Estas cosas solo puedo decírselas a U. en la intimidad de nuestra buena amistad. Si Clorinda creyera en la [...] mis juicios, se lo diría a ella como se lo digo a U.; pero temo que a pesar de nuestra buena amistad, ella desconfíe de mis consejos por aquello de que…¿quién es tu enemigo? (PELUFFO, 2005, p. 34)
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Lo que Cabello le critica a Matto es la cercanía afectiva con un naturalismo sexualizado que según ella tiene un efecto contaminante en la ya de por sí frágil reputación de las escritoras. Lejos de ser un espacio inferior a los encuentros cara a cara, la conversación en ausencia se convierte aquí en un lugar privilegiado para expresar de forma distanciada, y filtrada por la distancia, esas emociones hostiles imposibles de gestionar en los espacios públicos de la sociabilidad femenina. Aunque Cabello dice en la carta que lo que la une a Matto es una fuerte amistad, la traiciona profesionalmente en la correspondencia al hablar mal de su affair con el naturalismo y al criticar en secreto una novela que no se atreve a comentar públicamente. El gesto no deja de ser desconcertante sobre todo si se piensa que ambas escritoras tuvieron un rol protagónico en esa república de las letras femenina que fundaron en respuesta al lugar marginal, o no-lugar, que se les asignaba en las redes masculinas. Ambas fueron objeto asimismo, de frecuentes sátiras, burlas y ataques por parte de una sociedad conservadora que no toleraba que se salieran del lugar sentimental asignado, y que, como bien lo observa Luis Alberto Sánchez, descargó sobre ellas “los calamorrazos que no se atrevió a propinar a Manuel González-Prada, o a Leguía, o a Gamarra o a Márquez” (1951, p. 207). La lectura que Cabello hace de Herencia permite reconstruir una relación tensa y conflictiva entre estas dos autoras que no se distancia demasiado de las rivalidades profesionales que ocurrían en la esfera masculina. En las cincuenta y tres cartas que Juana Manuela Gorriti (1818-1892) le envía a Ricardo Palma (1833-1919) desde el exilio porteño se hacen frecuentes referencias a una pelea casi épica entre Mercedes Cabello y Clorinda Matto que se agudiza en 1889 y que según Gorriti le ha quitado las ganas de volver al Perú. Dice en
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una carta fechada el 9 de septiembre de 1890, un año después de la publicación de Blanca Sol (1889): “Cada día me entristece más la mala inteligencia entre Mercedes y Clorinda: a tal punto que he dejado de desear aquello que más anhelaba: volver a Lima. En verdad, ¿a qué? A estar entre dos campos enemigos” (BATTICUORE, 2004, p. 98)8. En una carta anterior del 2 de febrero de 1889 Gorriti le pide a Palma que le envíe chismes sobre estas dos escritoras: “¿Qué es de la gente de esos mundos? ¿Cómo? ¿Ya no hay escándalos? […] ¿Qué me dice U. de mis dos queridas amigas Clorinda y Mercedes? Ya estas me tienen olvidada. Pésame de ello, porque quisiera vigilarlas a fin de que se amen entre sí y no las desuna el oficio” (BATTICUORE, 2004, p. 55, destaque mío). Aunque Gorriti se esfuerza en la correspondencia por vigilar desde lejos a estas escritoras a las que ve como un trío de amor (2004, p. 38), a medida que avanzan las cartas es obvio que Cabello y Matto han dejado de hablarse, y que Palma ha tomado partido por Matto en la contienda. En una carta fechada el 7 de septiembre de 1885, Gorriti epistolariza un rumor que circula a nivel continental cuando le dice a Palma que en una biografía sobre la autora que publicó en un periódico de Montevideo escribió que “oyéndola leer una de sus producciones […] U. había exclamado con la frase de Gallegos. Mucho hombre es esta mujer” (BATTICUORE, 2004, p. 16). Dado que Gorriti sabe que lo que moviliza afectivamente a su interlocutor es la amenaza de que las autoras vampiricen una racionalidad pensada como masculina, se ocupa de dejar bien claro que ella también está en contra de la masculinización de las mujeres. Dice: “Me asombra la nueva faz que según U. dice ha dado Mercedes a su existencia. La mujer debe ser mujer en todos los actos de su vida. Y si en una joven, endosar alguna vez los atributos del sexo fuerte, es una gracia, en la edad madura es la más ridícula de las ridiculeces” (2004, p. 68). Lo que Cabello dice sobre Herencia en la correspondencia con Figueroa, es con ligeras variaciones, lo que Juana Manuela Gorriti le dice a Palma sobre Blanca Sol: que esta novela es indigna de una 8 En otra zona del epistolario Gorriti vuelve sobre este distanciamiento afectivo entre sus discípulas (Matto y Cabello) cuando dice: “Nunca creí posible que la amistad, el más noble de los sentimientos humanos, cayera vencido, enlodado por la más mezquina y ruin de las malas pasiones…No quiero nombrarlas, porque me avergüenzo, a causa de esas dos almas que yo creía tan elevadas, y que no eran lo que mi mente soñaba en ellas. ¡Ay!” (BATTICUORE, 2004, p. 88-89). Es posible que en este pasaje Gorriti recurra a los puntos suspensivos para hablar de la emoción negativa de la envidia a la que se refiere como una mala pasión.
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persona “tan buena como ella [Cabello]” y que representa un “extravío en las sendas del naturalismo” (BATTICUORE, 2004, p. 65). Otra cosa que dice Gorriti es que Cabello de Carbonera se ocupa de representar “por todas partes y bajo todas sus fases el mal, y jamás el bien, ni por la espalda. Los que así escriben parece que siempre hubieran vivido: alma y cuerpo en una pocilga” (2004, p. 93). El “Opino lo mismo que U. acerca de Herencia” que Cabello utiliza en la carta para hablar en secreto de la obra de su colega se transforma en Gorriti en “el como Usted dice” de una afirmación igualmente categórica sobre Blanca Sol: “Como U. dice, es la exposición del mal, sin que produzca ningún bien social” (BATTICUORE, 2004, p. 59).
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Los desencuentros sororales en las comunidades feminotópicas del siglo XIX se explican en parte por el clima afectivo hostil en el que se desarrolla esta cultura femenina de posguerra. Agredir a las colegas que subvierten el discurso normativo de la feminidad republicana es muchas veces una forma de proteger la moralidad propia en una cultura que dictamina y codifica lo que pueden o no decir las mujeres. En vez de solidarizarse con una escritora que ha sido como ella expulsada de las redes hegemónicas regionales y nacionales, Cabello ataca a Matto para proteger la reputación propia y para alejarse de las redes locales mediante su inserción en una nueva red continental. Se podría decir, incluso, que el éxito que Cabello tiene a la hora de construir redes a distancia en el extranjero es inversamente proporcional a un creciente aislamiento en las redes locales9. En las cartas de las escritoras del siglo XIX, las redes femeninas no se perfilan como un oasis sororal, en el que las escritoras se unen en contra de una cultura fraternal que las margina por su género, sino como un espacio atravesado por episodios sororofóbicos que, aunque menos frecuentes que los sororales, tienen una gran intensidad emocional. El hecho de que muchas de las escritoras estuvieran violando la ideología dominante de la división de esferas (público-privado, mente-corazón, política-domesticidad) mediante un activismo intelectual que desafiaba 9 Véase al respecto el artículo aparecido el 29 de enero de 1898 en la revista El libre pensamiento en el que Julio Villegas da cuenta del aislamiento de Cabello en las redes locales (tanto femeninas como masculinas). En su despedida en la “Estación de los Desamparados” dice lo siguiente: “Señora: Siento en el alma, no solo el que Ud. se aleje del suelo de la patria, sino también que esta despedida, que debía ser grandiosa y colosal, sea tan triste y silenciosa” (CORNEJO QUESADA, p. 307).
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el estereotipo del ángel del hogar las hacía por momentos acatar con más fuerza ciertos preceptos de los discursos sexo-genéricos normativos. Los ataques a Cabello de Carbonera y a Matto de Turner remitían no solamente a la circulación de emociones negativas o centrífugas que fueron sacadas de circulación de los espacios públicos de la sororidad (envidia, celos, indignación), sino también a una prohibición cultural de que las mujeres leyeran o escribieran novelas naturalistas. No deja de ser irónico que Cabello de Carbonera reproduzca en su lectura de Herencia la misma mirada escandalizada desde la que Gorriti y Palma descalificaban, amparados en el secreto de la correspondencia, su novela, Blanca Sol. Las dos novelas fueron leídas en el siglo XIX como una peruanización del naturalismo positivista y perverso en una época en que el rol asignado a las mujeres era defender la moralidad católica de los avances de la secularización. De ahí que Cabello deje siempre muy claro que ella está en contra de los excesos de esta corriente estética contaminada sobre la que, por otro lado, no puede dejar de escribir y teorizar. En La novela moderna, dice que el naturalismo tiene “algo de amoral y enfermizo” porque llega a “la nota pornográfica” y porque ficcionaliza las vidas de personajes “desarreglados” como ladrones, adúlteros, incestuosos, locos y alcohólicos (CABELLO, 1948, p. 28). La solución ecléctica que propone es mezclar corrientes estéticas antagónicas (sentimentalismo y naturalismo), siguiendo en parte la propuesta del naturalismo católico de Emilia Pardo Bazán. Sólo un fin moralizador, le dice Cabello a Figueroa, puede justificar, en el caso de las mujeres escritoras, la inclusión de escenas repugnantes o lujuriosas. En el diario íntimo de Gorriti, la autora reflexiona sobre el poder letal de la maledicencia en la esfera femenina cuando dice que, a las mujeres del siglo XIX, por oposición a los hombres, se las puede “herir de muerte con una palabra... aunque sea esta una mentira” (MARTORELL, 1991, p. 170). Afirma también que cuando no tienen nada elogioso que decir sobre sus pares es preferible callar que caer en la odiosa chismografía. “¡Cuán terrible, cuán odiosa es una persona maldiciente! Y cuán amable, cuán amado y solicitado aquel que, cuando no puede hacer un elogio, calla con indulgente silencio!” (MARTORELL, 1991, p. 176). La reputación o fama de las escritoras es, en una época en la que están bajo sospecha, una forma de capital cultural que las escritoras afirman y defienden para expandir
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los bordes de su red. De ahí que, tanto Gorriti como Cabello, busquen distanciarse de las ovejas negras de estas comunidades afectivas, en parte para protegerse de la ola de censura y discriminación que en cualquier momento puede caer sobre ellas. Para dejar constancia de la reputación propia, se finge estar de acuerdo con un establishment intelectual masculino que quiere devolver a las escritoras al campo doméstico del no decir, o a corrientes estéticas apropiadas para su sexo como el sentimentalismo y/o el romanticismo. El éxito o el fracaso de las escritoras a la hora de crearse identidades profesionales que no contradigan la visión sentimental del sujeto femenino republicano va dibujando un complejo juego de alianzas en el que Gorriti marca el camino a seguir a través de una conocida frase: “Yo no me canso de predicarles que el mal no debe pintarse con lodo sino con nieblas” (BATTICUORE, 2004, p. 56). En el mismo diario, Gorriti afirma que si Cabello hubiera seguido sus consejos de “lisonjear, mentir y derramar miel por todas partes” (MARTORELL, 1991, p. 154) no se hubiera convertido en el blanco de una sociedad que resentía esa sinceridad que Cabello le ofrecía a Figueroa en las cartas y que desconfiaba de cualquier intervención cultural femenina que no recurriera al doble discurso, o que no viniera, como decía Gorriti, encubierta de nieblas. En un principio, la particular discordia que dinamita el triángulo afectivo entre las escritoras puede leerse como la contraparte femenina de las batallas de egos igualmente épicas que se gestionan abiertamente en los cenáculos masculinos. Pienso aquí en la confrontación pública entre Ricardo Palma y Manuel González Prada, líderes de redes antagónicas, sobre la que tanto se ha escrito en la historiografía del Perú, y en la retórica de propaganda y ataque a la que González Prada recurría para afirmar su virilidad. En el caso de estas dos autoras, los sentimientos hostiles desplazados a la retórica del chisme o el rumor desembocaron en episodios sororofóbicos dentro de las redes femeninas agudizados por una amenazante cercanía o rivalidad intelectual. Los ataques a Cabello de Carbonera y a Matto de Turner por parte de ciertas figuras nodales de las redes masculinas, que en el caso de Juan de Arona las apodaron Miercedes Caballo de Cabronera y Clor-india respectivamente, eran una respuesta a la incursión de las escritoras en un ámbito que nos les correspondía por su género (la racionalidad del intelecto) pero también síntoma de los celos y envidias que generaban en el campo intelectual. En una época en que escritores como Ricardo
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Palma, Juan de Arona y González Prada cultivaban géneros poco redituables económicamente como la tradición, la poesía, y el ensayo, Matto de Turner y Cabello de Carbonera escribieron novelas bestsellers (Aves sin nido y Blanca Sol) que rápidamente se convirtieron en éxitos comerciales y productos culturales de consumo masivo. Es posible que Matto haya querido replicar el éxito de la novela de Cabello, Blanca Sol (1889) cuando publicó Herencia (1895), y que Cabello, menos generosa que Gorriti a la hora de compartir tópicos y proponer colaboraciones sororales, haya leído ese gesto menos como homenaje que como copia o plagio10. Vale la pena acotar asimismo que es justamente el carácter lujurioso, sexualizado o prostibulario de Herencia, la continuación menos exitosa de Aves sin nido (1889) lo que despierta el rechazo de Cabello en la carta a Figueroa cuando dice que Matto de Turner no ha sabido aderezar (léase encubrir) lo que el naturalismo tiene de odioso y repugnante. En las cartas que le escribe a Palma, Gorriti predice por rumores que le llegan desde Lima, que la sociedad peruana le preparaba a Cabello de Carbonera un castigo atroz, una “contranovela” de “venganza”, en la que no faltaría el terror y el miedo (BATTICUORE, 2004, p. 59). Estos vaticinios se cumplieron en 1898 cuando en respuesta a las opiniones de la autora en contra de la educación católica de las niñas, se empezó a pregonar su locura desde las páginas de El Comercio (RUIZ ZEVALLOS, 1994, p. 79). En medio de esa tormenta, y para escaparse de los ataques que le prodigaron las escritoras, el clero y colegas como Palma, Arona y Cisneros, Cabello de Carbonera realizó el proyectado viaje a Chile adonde trató de exiliarse, según lo cuenta Pedro Pablo Figueroa en el mentado diccionario11. A diferencia de Matto, que también acabó sus días como exiliada política fuera del Perú, Cabello de Carbonera cometió el error de volver a una sociedad 10 En su diario, Gorriti menciona que tenía, junto a Gorriti y Matto, el proyecto de escribir una novela grupal titulada Los dos senderos. Matto de Turner, por otro lado, afirma en muchas ocasiones que toma prestado argumentos de obras de Gorriti y que los usa con venia o permiso de su madre literaria. Un ejemplo de este modelo colaborativo de escritura es Hima- Sumac, una obra teatral de Matto en la que dice haber tomado prestado el argumento de El tesoro de los incas de su colega sin que esto moleste a Gorriti. 11 Dice Pedro Pablo de Figueroa: “En 1898 [Mercedes Cabello de Carbonera] visitó Chile, colaborando en varios diarios y revistas. Recorrió el Plata en 1899 y en 1900, de regreso al Rimac, perdió la razón, por el exceso de trabajo intelectual, siendo enclaustrada en el manicomio de Lima. Mujer hermosa y genial, ha sido una de las más gloriosas escritoras del Nuevo Mundo” (p. 55).
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que ya la había expulsado de todas las redes y que le ofreció una forma de exilio más brutal y despiadado que el que había padecido en el extranjero. En el retrato que hace Patrón y Terry de la autora en el manicomio del Cercado, esta queda convertida en un emblema de esa monstruosa masculinización sobre la que Gorriti y Palma discurrían en la correspondencia. Dice: De su rostro había desaparecido la dulzura y la gracia, una poblada barba y recios pelos entrecanos cubrían sus mejillas y sus labios, tenía aspecto hombruno, su voz era cascada y desapacible y sus ojos, vagos como todos, tenían no sé qué de varonil y duro. ¿Quién era? --Una escritora, nos dijo nuestro acompañante. Es Mercedes Cabello de Carbonera. (RUIZ ZEVALLOS, 1994, p. 81)
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La Cabello de Patrón Terry se convierte, en este pasaje, en algo que ya era en el imaginario letrado: un engendro teratológico que atenta contra las leyes de la naturaleza, y que subvierte, como los anormales de Foucault, las fronteras entre lo animal y lo humano, lo femenino y lo masculino. Lo que le provoca mayor desconcierto al cronista es la masculinidad de Cabello (leída como locura) que siempre se contradijo, como afirma Pinto Vargas, con la pose femenina que Cabello asumía en las fotografías de la época. En el caso de este perfil, la monstruosidad de la autora es una falta de femineidad y belleza que según Gorriti irrita a Palma. En algunos pasajes de su diario íntimo, Gorriti le reprocha a Palma que piense que “las viejas no somos mujeres” y confiesa que le escuchó decir que “Quien hace versos está obligada a ser linda. Yo no admito feas en la región de las musas” (MARTORELL, 1991, p. 140). No me parece casual, en este sentido, que uno de los inspectores del manicomio en el que Cabello acaba sus días sea el mismo Ricardo Palma que en una carta a Pedro Pablo de Figueroa fechada el 7 de febrero de 1900 le cuenta, con un mal encubierto deleite, lo siguiente: Siento darle una terrible noticia sobre Mercedes Cabello de Carbonera, por quien usted me pregunta. Desde hace más de un mes se encuentra la infeliz en el manicomio. Aunque ella tiene modesta fortuna, la familia ha creído peligroso conservarla en la casa, pues en uno de sus ataques intentó incendiarla y la ha colocado como pensionista en el establecimiento que funciona sostenido por la Sociedad de Beneficencia. Yo soy uno de los Subinspectores del manicomio y sufre infinito mi espíritu cada vez que veo o hablo con nuestra desventurada amiga. Desde dos años antes de su viaje
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a Chile y Argentina ya recelaba yo de la sanidad de su cerebro. Lo peor es que la principal de sus maníasdelirio de grandeza-es una de las que declara la ciencia médica de casi imposible curación. (PINTO VARGAS, 2003, p. 787)
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En esta carta, la virilidad de Cabello que tanto escandaliza a Palma y Gorriti ya no provoca miedo sino lástima, una emoción jerárquica que saca de circulación a Cabello de la república de las letras, y que al hacerlo la elimina como posible rival. Despojada de la racionalidad o sanidad de su cerebro, Cabello se transforma para Palma en una infeliz o una desventurada a la que tiene que seguir vigilando una vez fallecida Gorriti. Así como en las cartas a Palma, Gorriti usa las transgresiones de Cabello para acercarse a Palma y abogar por la feminización de las mujeres, ahora Palma recurre a la enfermedad de Cabello para tejer lazos a distancia con su corresponsal chileno. En medio del desorden afectivo que provoca la locura de Cabello y el espectáculo de su somatización, Palma se felicita por haber diagnosticado la enfermedad de Cabello mucho antes de que la misma autora se percatara de su mal. El orgullo o soberbia al que Palma se refiere como delirios de grandeza es, en el siglo XIX, una emoción viril que, por oposición al pudor y la vergüenza, está fuera de lugar en un cuerpo femenino. Frente al fracaso de las técnicas retóricas de control, ahora le toca al manicomio contener la peligrosidad de Cabello y esas emociones anti-normativas que ni Gorriti ni Palma pudieron desde las cartas, domesticar o disciplinar.
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Resumen: En este ensayo analizo los acercamientos y alejamientos afectivos que se producen en las redes epistolares del siglo XIX y el rol que la retórica del chisme y el rumor cumplieron en la construcción de las redes a distancia. A partir de una lectura del diálogo epistolar entre Mercedes Cabello de Carbonera y Pedro Pablo de Figueroa sugiero que las escritoras de fin de siglo usaron la correspondencia para estrechar lazos transnacionales con figuras hegemónicas de las redes masculinas y para textualizar emociones sororofóbicas que no podían ser gestionadas en los espacios públicos de la sociabilidad en presencia. Palabras clave: Intimidad. Afecto. Emociones. Sororidad. Juana Manuela Gorriti.
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Abstract: In this essay, I analyze how emotions circulate in epistolary networks paying particular attention to the role that the rhetoric of gossip and rumor occupy in the construction of a shared intimate space. By reading the correspondence between Mercedes Cabello de Carbonera and Pedro Pablo de Figueroa, I argue that fin-de-siécle women writers used correspondence to foster transnational bonds with masculine hegemonic figures, and to textualize sororophobic, or centrifugal emotions (envy, jealousy) towards other women writers, that could not be displayed in public spaces of sociability. Keywords: Intimacy. Affect. Emotions. Sisterhood. Juana Manuela Gorriti.
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La vida en las cartas: Ricardo Palma entre escritoras
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Graciela Batticuore1
La vida en los archivos La vida, la muerte, la escritura; los nacimientos, la vejez, la enfermedad; los trabajos literarios y el dinero; la solidaridad entre gente de letras, las competencias y los padrinazgos; los viajes y las ciudades; la política y el exilio; los libros, las ediciones, las imprentas; el amor, el matrimonio, los amantes… Sobre todos estos asuntos y sobre mucho más versan un puñado de cartas de mujeres, todas escritoras americanas, que recibió Ricardo Palma entre 1885 y 1916. Las cartas llegan a Lima desde Londres, desde Arequipa, desde Tinta, la mayoría desde Buenos Aires. Sabemos que son años intensos en la vida de Palma, profundamente imbuido, por entonces, en la realidad política de su tierra y en los compromisos de carácter intelectual. Años en los que viaja, escribe nuevos volúmenes de las Tradiciones, agranda su familia y colabora activamente en la prensa, mientras lleva adelante la titánica tarea de reconstruir la Biblioteca Nacional de Lima tras la guerra del Pacífico. 1 Doctora en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Profesora de Literatura Argentina en la Universidad de Buenos Aires. Investigadora Independiente en Conicet, con sede en el Instituto de Literatura Hispanoamericana de la UBA.
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Las corresponsales también son figuras resonantes del ambiente literario peruano y argentino del momento, aunque no todas igualan o se acercan, para entonces, a la estatura del maestro, como lo nombran a menudo. Sin embargo, todas buscan en él a un aliado, a un amigo, a un confidente, a un familiar sin cuya interlocución o cercanía parece difícil mantener, incluso, el juicio: Yo lo extraño tanto a usted, que es imposible que pueda llegar a la realidad si trato de explicarme. Las veces que he ido donde Cristina he sufrido tanto, que me he salido con el corazón saturado de lágrimas. Nerviosa; se me ha imaginado que usted está muerto, y no puedo conformarme a ver esa casa sin que usted esté allí, con sus bondades, con su cariño, con su lealtad sin ejemplo2.
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escribe una amiga en enero de1893, cuando él se encuentra paseando con algunos de sus hijos por Europa. A veces, las cartas expresan la distancia de los corresponsales en clave de duelo. De una desesperación que redunda en pesadilla. Otras veces son capaces de desatar el llanto o la emoción, sea por pena, ansiedad contenida o alegría: No se imaginará U. el grande gusto que al leer su amable carta tuve. Es que la demora para contestarme, llevóme a amargas y dolorosas reflexiones, y con hondo dolor decíame: –Me equivoqué; no hay en su corazón la nobleza de sentimientos que yo supuse!... La carta vino, pues a confirmar el alto concepto que siempre de U tuve; y conmovióme tan hondamente que al terminar su lectura, tomé el pañuelo para (enjugarme) las lágrimas
escribe Mercedes Cabello desde Buenos Aires en 1898. Aunque sobran los halagos no escasean los reproches al maestro cuando tarda en contestar. Otras veces las cartas expresan un desahogo. Otras son el canal de información y de noticias personales, políticas o literarias que se esperan con afán. En cualquier caso, se diría que las cartas son un puente, un vehículo que procura allanar distancias y mantener activa las complicidades entre el escritor y sus amigas. ¿Quiénes son ellas? Clorinda Matto de Turner, Mercedes 2 Mercedes Cabello a Ricardo Palma, Buenos Aires, enero de 1893. Archivo Ricardo Palma, Biblioteca Nacional de Lima. En adelante, toda la correspondencia entre Palma y las escritoras pertenece a este archivo y se data en el cuerpo del texto, a excepción de Juana Manuela Gorriti, que se indican oportunamente.
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Cabello de Carbonera, Juana Manuela Gorriti, Eduarda Mansilla, Teresa González de Fanning. Autoras de un sustancioso corpus que relevé hace años en la Biblioteca Nacional de Lima y que es conocido actualmente tan sólo por especialistas, ya que todavía no han sido publicadas estas cartas en su totalidad. Me topé con ellas cuando perseguía los pasos de Juana Manuela en los archivos de Palma: allí estaban, entre otros papeles, repartidas en numerosos biblioratos repletos de inéditos. Fotocopié entonces el material y me lo llevé a casa. Después edité una parte que era para mí la más atractiva en ese momento: las 53 cartas inéditas de Juana Manuela a su amigo, y dejé en espera las otras, para volver a ellas en algún momento oportuno o afín con mis intereses de investigación (BATTICUORE, 2004). Vuelvo, por fin, a esos archivos y lo primero que veo al abrir los pliegos son las letras manuscritas de las escritoras, su silueta reflejando el temple de cada corresponsal, los monogramas y los sellos escoltándolas, las anotaciones al margen. Veo la letra enorme y desgarbada de Mansilla, la muy femenina y muy prolija de Clorinda, la letra pequeña y desalineada de una Gorriti siempre enferma y achacosa sobre los últimos años de su vida. Veo también la propia letra de Palma sobrescribiendo las cartas con leyendas que a veces describen el contexto biográfico de la corresponsal al momento de hacer el envío. Esas leyendas echan una mirada rápida y ofrecen un juicio conciso pero consistente sobre esta o aquélla amiga y, en todos los casos dejan ver quién es quién para el maestro, entre ese pequeño mundillo de escritoras americanas: “esta carta es de la Literata Eduarda Mansilla de García, sobrina del dictador Rosas”, anota a pie de página en una breve esquela enviada por la susodicha desde Europa, sin fecha a la vista. Son breves pero incisivas estas anotaciones que, en cierto modo, catalogan o rotulan a la corresponsal a través del fugaz retrato de este remitente que se ocupa de registrar quién es o en qué llegó a convertirse la corresponsal, con el paso del tiempo: “en 1899 mi amiga la literata Mercedes Cabello de Carbonera empezó a sufrir de insomnios y alucinaciones, y en Enero de 1900 fue encerrada por su familia en el manicomio de Lima. Su manía es delirio de grandezas, locura muy difícil de curar”, escribe Palma el 8 de julio de 1886, sobre una carta que lleva el sello de Mercedes y en la que le cuenta en secreto que ha enviado a concurso su novela Sacrificio y recompensa. Sobre Mercedes hay varias anotaciones más en otras esquelas, que van prefigurando ese final y la perspectiva, a la vez, piadosa y crítica de Palma.
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Cuando Mercedes Cabello de Carbonera emprendió viaje a Buenos Aires, convencido como estaba yo de su desequilibrio cerebral, la aconsejé que no se embarcase. Al (tiempo?) publicó un artículo furibundo contra mí en el “Congreso”, y realmente que fue para mí una sorpresa recibir cuatro meses más tarde esta carta. ¡Pobre Mercedes! Desde 1901 ocupa una celda en el manicomio de Lima (sobrescrito en carta de Mercedes, fechada el 12 de junio de 1889, enviada desde Buenos Aires)
Podemos preguntarnos para quién compone el escritor estas leyendas que se sobreimprimen en las cartas. ¿Para sí mismo, para los hijos o los nietos o la esposa que algún día heredarán ese monumental archivo de correspondencias? ¿O para la posteridad que alguna vez
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dará con ellas y en la que Palma piensa, acaso, al anotar? No puedo evitar una primera impresión de lectura ante el corpus de añejas fotocopias que hace unos días volví a tener entre mis manos. Se trata de una impresión que me hace reflexionar, antes que nada, sobre el archivo y el género epistolar: por un lado, pienso en el Palma archivero, en el bibliotecario, en el coleccionista. Y me acuerdo, de inmediato, de un contemporáneo suyo, argentino, Juan María Gutiérrez, con el que por supuesto también supo cartearse. Como Palma, Gutiérrez conservó la correspondencia de muchísimos escritores con los que estuvo vinculado a lo largo de su vida. La Biblioteca del Congreso de la Nación relevó hace años ese material, lo editó en seis volúmenes compilados bajo el título general de Archivo Gutiérrez y lo distribuyó en bibliotecas nacionales. Al igual que Gutiérrez, Palma también tuvo conciencia de que su persona era un eje en un sistema, un eslabón en una cadena, que juntaba, reunía y organizaba, simplemente, una red de interlocuciones que valía la pena conservar y recuperar en el futuro, para visualizar y recomponer después, a la distancia, una historia de la literatura y de la sociabilidad literaria argentina y americana. Palma compartió esa conciencia de época con el gesto propio de un romántico comprometido con su generación y con la vida nacional. Por esta vía es que vinculo a ambos escritores, también, con Sarmiento, que no era muy dado a los archivos pero sí apostó, a menudo, en su vida, al género epistolar -cuando escribió los Viajes, en 1848, cuando entabló polémica con Alberdi en las Cartas Quillotanas, hacia 1851. El célebre
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autor del Facundo encontraba en esa forma literaria la ductilidad y el atractivo necesarios para llegar al público, para convertirse en un escritor americano con impacto en la literatura universal: eso añoraba. Sarmiento nos recuerda que en el siglo XIX las cartas constituyeron un género central, de alto tránsito: no se limitan al tráfico de noticias y comunicaciones entre gente que está lejos, sino que son, a menudo, una plataforma de discusiones públicas, de fuertes polémicas, a la vez dan forma a la novela epistolar o abren paso a la crónica de viajes o al discurso amoroso.
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Ante el archivo de correspondencias de Palma me pregunto todavía: qué nos trae a los lectores de hoy una carta que viene del pasado. Qué nos dice o nos revelan acerca de los escritores y las escritoras de otro siglo. Para qué sirve leerlas, publicarlas, volver a ellas una y otra vez. Por encima de las discusiones acerca del valor que hay que otorgarles -o no- a los escritos de corte autobiográfico en el contexto de una obra de autor/a, me interesa poner el foco en un asunto que de todos modos cobra relieve en el corpus epistolar que nos ocupa -como en tantos otros- y que deslicé al comienzo: el vínculo estrecho entre vida y escritura. O para decirlo en un lenguaje de interés para la crítica contemporánea, el vínculo entre la literatura y la vida. Algunos ejemplos extraídos de las cartas resultan elocuentes y nos dejarán entrar muy pronto en materia: “Una gran felicitación a U. y a mi Cristina por el nuevo retoño de la ilustre palma que protege con su sombra bienhechora la Biblioteca Nacional. Bienvenido Cristián a este mundo de lucha y de prueba. Derrame sobre él Dios todos sus dones”, escribe Gorriti a Palma el 1 de julio de 1889. En otra carta escrita unos años antes, Clorinda se lamentaba por la muerte de su esposo: “cuántas desgracias han pesado sobre mi corazón enlutecido de por vida. En Marzo del 81 perdí a mi esposo, cuya muerte me dejó en brazos de la orfandad y de la pobreza”, escribe dos años después desde Arequipa. Y en otra Mercedes apunta: “qué le parece la muerte de nuestro buen amigo […]? Yo lo he llorado como a un hermano querido. Él también tuvo para mí gran deferencia”, escribe en octubre del 1898. Tan sólo un año antes otra carta de Clorinda traía lamentos funestos:
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Nuestra común amiga Urcina me ha mandado la estimable carta de usted, fecha 5 de junio próximo pasado, en la cual manifiesta usted la parte que ha tomado en la nueva desgracia que viene a aumentar las tristezas de mi corazón en el que murió toda alegría junto con aquel llorado Daniel, a quien ha seguido tan pronto mi querido padre. En todo puede pensar al emprender esta peregrinación atravesando por sobre el sepulcro de mi hermano y las cenizas de mi hogar y mi imprenta saqueadas y destruidas por los regeneradores de mi patria, menos en lo que acaba de suceder
escribe Clorinda desde Buenos Aires en julio de 1897.
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Nace un hijo y muere un padre, un hermano, un amigo. La vida y la muerte están fuertemente presentes en estas cartas de mujeres, y se entreveran con otras contingencias de diversa índole: los desquicios constantes de la política americana, la guerra, el exilio, la especulación financiera en la Buenos Aires vertiginosa y frenética de fines de siglo. Pero la inminencia de una muerte tiene siempre un peso agudo y solicita un párate, una consideración especial para el que sufre una pérdida. En otras palabras, la muerte motiva la escritura en las cartas. La muerte como un hecho cierto, ya ocurrido, o la que está por venir. Por ejemplo Clorinda le agradece a Palma por haberle escrito tras tener noticia de la muerte de su padre, y aprovecha para reprocharle que no lo haga más seguido. Gorriti, en cambio, en las cartas a Palma le anuncia constantemente su final: le habla de su decadencia física, se despide de él por si acaso, lo prepara para la fatal noticia que algún día llegará a sus oídos, para que la desgracia no lo tome por sorpresa. Y también para que le escriba antes, para que responda a las cartas de ella pronto, para que le preste atención, ya que ella sí le escribe aunque esté casi siempre postrada, en cama, enferma, sin ver la calle ni a la gente, excepto por visitas que le hacen. “Será la cercanía de la muerte que da a mi mente esta clarovidencia [sic]” escribe el 17 de marzo de 1889. Y el 3 de julio siguiente agrega: “esto se acaba, querido amigo. Si no me apresuro a volver al potrero de los viejos, llevo la certeza de que, en este o el siguiente invierno Buenos Aires me guardará para siempre … en su cementerio”. En otra carta del 29 de agosto de 1991 le dice así: “mi enfermedad acrece y dentro de muy poco dará cuenta de mí. Lo anhelo como una felicidad, porque es mucho lo que sufro”. Y en la misma carta, al final: “Tengo la pluma en la mano pero sin alientos
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[sic] seguir escribiendo: tal es mi postración”. Antes o después, se suceden innumerables comentarios que entreveran enfermedad y trabajo, incluso, anhelos de un final: “Yo, aunque bastante achacosa y muy mucho cansada de la vida, estoy ocupándome de dos trabajos literarios: Perfiles contemporáneos y Salta” (2 de abril de 1887).
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Esta es una de las formas en que asoma la vida en las cartas: a través de la muerte, la enfermedad o la vejez. A través de la referencia a un cuerpo que padece, a una voz que se resiente o incluso a una cabeza que se enajena poco a poco, irremediablemente, como lo expresan, no sin desesperación, las cartas de Mercedes y también las anotaciones de Palma en los márgenes: “Pobre Mercedes! Cada dos meses le hago una visita en el manicomio. Desde 1905, hay ocasiones en que me desconoce por completo y me confunde con amigos que no la ven o que ya no existen”. El comentario de Palma se sobrescribe al pie de una carta de su amiga fechada en octubre de 1898, enviada desde Buenos Aires. En ella, la corresponsal reitera las noticias sobre su enfermedad, que venía describiendo en misivas anteriores: la vida en la ciudad porteña le resulta un “suplicio”, no tiene amigos ni hace salidas, no puede ir al teatro, como quisiera, no tiene distracciones, está sola y trabaja mucho. No duerme de noche ni de día. No duerme y esto la debilita, daña su cuerpo y su razón: Los eternos insomnios y los narcóticos tomados en fuertes dosis, enfermaron mi pobre cerebro, ya bastante debilitado por el abuso dela labor intelectual. […] Cuando llegué a Buenos Aires mis males nerviosos agraváronse de tal suerte, que me daban cuatro y cinco ataques de nervios cada día, y con convulsiones y (alaridos) que tenían angustiadísima a mi familia. A la vez los insomnios se me agravaron a tal punto, que he pasado tres meses sin dormir ni un minuto ni de día ni de noche. […] Ahora todavía no estoy del todo bien: la menor impresión, el hablar mucho en la noche antes de acostarme, prodúceme insomnio de toda la noche. Sigo tomando todas las noches un gramo de sulfonal para poder conciliar el sueño. (…) Algunas veces he ido a Buenos Aires, al teatro, a la Clínica a tomar baños eléctricos o baño de ducha (desde el barrio de Belgrano en Buenos Aires, 15 de octubre de 1898)
La situación es grave y los médicos prescriben la peor receta que puede darse una escritora: “me prohibieron el libro y la pluma”, dice Mercedes en esta misma carta. En otra, donde le cuenta enojada que cree que la dejarán afuera de un concurso, Palma se conduele pero
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diagnostica y juzga: “los delirios de grandeza” de Mercedes la han traído hasta aquí. Los trabajos literarios cansan, envician. Las ambiciones literarias pueden ser fatales pero este no es, en verdad, un mal que aqueja en exclusiva a Mercedes Cabello. Al contrario, las anotaciones sobre el “trabajo que enferma” (“el abuso de labor intelectual”, dice concretamente Mercedes) se reiteran en las cartas y alcanzan al propio Palma: cada tanto Gorriti o Clorinda se enteran de que cayó enfermo y lo atribuyen al debilitamiento por las fatigas del trabajo, arduo, en la Biblioteca Nacional. O a sus muchos quehaceres literarios. Lavorare stanca
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La temática sobreviene en otras cartas, en relación con otras y otros corresponsales, aun cuando no se llega a extremos tan desdichados como el de Mercedes. Pero aquí y allá, bajo la pluma de estas interlocutoras de Palma, la enfermedad aparece asociada al oficio literario, al trabajo concreto de escribir procurando vivir, como sea, de las letras. Dos condenas reconoce Clorinda para sí en una de sus cartas: la condena de tener que trabajar siempre a destajo porque el dinero no alcanza. Y la condena de vivir: “pocas mujeres en nuestro país habrán sufrido la dura condena que soporto, querido amigo, trabajando para cumplir esta otra condena de vivir”. Este juicio asoma en una época de desalientos: a mediados de la década de 1880 Clorinda está radicada en Arequipa, ya ha enviudado y no tiene un trabajo suficientemente redituable; la política le es adversa, opina lo que no debe y le clausuran la imprenta. “Aquí no hay vida literaria”, se queja con Palma. Y también se queja del sueldo miserable que le paga La Bolsa pero que no puede rehusar porque necesita dinero. Varias veces en sus cartas, Clorinda le encarga al amigo que le ayude a vender sus libros: le manda un cajoncito, a ver si puede venderlos, le habla de precios, de los inconvenientes con los copistas y del costo de las ediciones. Le detalla las sumas precisas del debe y el haber: el Sr. Ibañez ha recogido el importe de las ventas de Arequipa y La Paz a cuenta de sus gastos de imprenta y todavía le debo unos 196 más (signo) la plata que deseo pagárselas antes de mi salida de esta ciudad. No llegan a 50 los ejemplares que me quedan libres y ya usted ve que he trabajado únicamente para el impresor. Con todo, como usted bien me dice, ganaremos algo en nombre a falta de dinero y siempre es ganar, y mucho
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le escribe en 1886. Otro tanto hace Gorriti desde Buenos Aires: le habla a Palma de ediciones, de financiamientos, de encargos y ofertas remuneradas para publicar: “Mañana me pagarán en las oficinas del Tesoro los tres mil pesos acordados por el Congreso a la edición de los cuatro libros que voy a publicar, y que ya lo fue uno de ellos, al fiado: La tierra natal. Pero peor es nada, mejor es más vale –dicen los gauchos mis paisanos”, le escribe Gorriti el 1 de diciembre de 1889. A menudo se muestra preocupada por la suerte económica de Clorinda y ve con ojos esperanzados que ella pueda conseguir un puesto en colegios: “creo que Clorinda fundará un colegio. Yo le he aprobado la idea. No hay un establecimiento más honorable para una mujer joven y sola, acechada, además, por esa terrible enemiga: la pobreza”, anota el 16 de junio de 1886. Definitivamente, prensa y cátedra serán las plazas de trabajo a las que aplica Clorinda a lo largo de su vida, mientras se ocupa en paralelo de escribir libros, de solicitar padrinazgo y recomendaciones, de editar bien sus obras y de darlas a leer. Pero la suerte a veces se mantiene adversa y los trabajos la enferman, a ella también. En estos casos Clorinda interpreta los contratiempos en clave de género y clase: “ahora comprendo lo que es la suerte de una mujer en el Perú. Ahí también usted lo sabe, porque, cuantas veces, al ser padre de niñas habrá meditado en la posibilidad de encontrarse alguna huérfana o viuda, con la voluntad de trabajo sin poderlo conseguir! Eso es fatal amigo del alma”, le escribe en diciembre de 1883. Y al mes siguiente, desde Tinta, reflexiona con él sobre “las dificultades infinitas que rodean a una mujer en mis condiciones, para encontrar trabajo por más que cuente con actitud y voluntad”. Llama la atención la conciencia de estas escritoras sudamericanas tienen de su identidad de género, de los límites que les depara su sexo, pero sobre todo las reiteradas referencias al dinero que varias de ellas pueden o querrían obtener de los libros que escriben. Clorinda Matto y Juana Manuela Gorriti lo necesitan concretamente para vivir. No es el caso de otras contemporáneas que están también en el circuito de sociabilidad de Palma: de Eduarda Mansilla, por ejemplo, que le escribe a menudo desde la Legación Argentina en Londres donde reside su esposo Embajador, otras veces desde Paris, adonde viaja sola o también con el marido. O de Emilia Pardo Bazán, que goza de una posición acomodada en España. O la Baronesa de Willson, de la que podemos decir otro tanto y cuyas publicaciones en la prensa limeña son recurrentes. Pero la adscripción socioeconómica de Clorinda y
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también de Gorriti, sumada a las derivas de la guerra y la política, potencia en ellas una preocupación que ya se había manifestado antes, en el contexto de las Veladas Literarias: la condición social de la mujer, precisamente, y con ella la reflexión sobre su derecho a la educación, el trabajo, el profesionalismo, a la autonomía civil. Trabajo para la mujer se titula, no casualmente, un ensayo de Teresa de Fanning leído en voz alta en las Veladas. Parece un slogan o una solicitud o un imperativo: trabajo para la mujer, casi lo contrario del célebre poemario de Pavese: lavorare stanca. Pero para las mujeres del siglo XIX, el trabajo puede ser algo peor que el cansancio que impacta sobre el cuerpo. Puede ser un imposible. O puede ser también una osadía, si la mujer escritora pone muy en evidencia su ambición de tener un nombre y hacer con él fortuna (“delirios de grandeza”… me queda resonando esta anotación de Palma sobre la carta de Mercedes). De todos modos, para Clorinda, la calma llega, al fin, en las postrimerías del siglo, cuando goza de prestigio literario en Buenos Aires, es la flamante directora del Búcaro Americano, gana dinero suficiente para vivir y tiene una casa donde alojarse, cómoda y feliz. Aunque como la felicidad nunca es completa, en esa misma época está atravesando el duelo por la muerte de su padre: He cambiado de domicilio desde Marzo vivo en la calle de San José 1431 altos. He ganado inmensamente en el cambio: es una lindísima casa la que tengo, con todas las comodidades modernas y sólo con ellas estoy haciendo frente al invierno tan crudo […]. En mis tareas de enseñanza me va muy bien. Gano lo necesario para vivir con decencia y no deseo otra cosa
le escribe a Palma en 1897. La vida es una novela Otra faceta de la vida, en las cartas que transitamos, tiene que ver con el amor. No aparece esta veta en abundancia pero sí asoma nítidamente bajo la silueta de una de las corresponsales: la argentina Eduarda Mansilla. “Aquí me tiene U combatida por los aquilones feroces de la vida, vencida no, pero muy quebrantada. Yo no he sabido como los demás manejar mi barca con habilidad en este mar sin riberas, soy de espíritu inquieto, de corazón ardiente […] padecen siempre […] Llorar y sufrir, pero no en vano”. Y remata su autorretrato con una cita en francés que dice así: “es mejor romperse el corazón que cerrarlo”,
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escribe en carta sin fecha enviada desde Europa. La carta bosqueja un temple femenino apasionado y guarda, entrelíneas, los relatos que no se pueden contar al amigo. Lo hará, en lugar suyo, una compatriota que la admira: Juana Manuela. Para ella, Eduarda “es la mejor de las escritoras argentinas”, la única, en verdad, que realmente vale mucho. Gorriti la pondera continuamente en las cartas a Palma pero también recompone para él una historia secreta que la tiene a Eduarda como protagonista. Es una historia de amor, clandestina, con Venturino de la Plaza, la misma que desata su separación de García y su salida rauda de Europa cuando él se entera, por una carta del amante que llega a destiempo, de que ella le es infiel. Gorriti se lo cuenta al amigo limeño con todos los detalles que tiene a su alcance, le va contando retazos de la historia en diferentes cartas, como si fuera un folletín. Y al mismo tiempo va intercalando los comentarios sobre la actitud reacia de Eduarda para acercarse a ella, a pesar de todas las señales que ella le ha dado de su admiración: “pero ella no quiere mi amistad. A unos les dice que no puede acercarse a mí porque he escrito contra Rosas (como U. sabe, eso no es verdad), a otros les dice que la amistad de una vieja sólo conviene a una joven; pero que a una muer de años la envejece”, se queja con Palma en marzo 1885. Pero el relato más suculento que escribe al amigo tiene que ver con esa faceta apasionada de Eduarda Mansilla que registra en la carta aludida más arriba, y que Gorriti avizora y narra con dotes de novelista: La pobre Eduarda ha tenido un fracaso horrible. Se fue pomposamente a reunir con su marido en Inglaterra donde es Ministro Residente. De paso por las costas del continente quiso dar un paseo por Francia. En Burdeos tomó consigo a una hija que acababa su educación en un colegio y fue a París, donde se detuvo un mes, siguiendo luego su viaje a Londres. Pero fue el caso que ella había dado la dirección de su correspondencia a la Legación argentina en Londres; y allí entre otras cartas había ido la de su amante, el Dr. Plaza, Ministro de Hacienda. García recibió estas cartas en ausencia de Eduarda que todavía no había llegado. Reconoció la letra y las abrió…Cuando Eduarda llegó a Londres el marido le mostró la carta y tomando del brazo a su hija, se la llevó al interior de la casa: todo esto en silencio. Eduarda se quedó sola en el salón. Como una mujer muy inteligente que es salió inmediatamente de la casa y de Inglaterra y después de una corta estadía en Francia hace regresado a Buenos Aires, donde ha encontrado a Plaza caído del puesto. Ahora ha dejado el apellido del marido, guardando sólo el de su familia, y en literatura el de Eduarda a secas (12 de junio de 1885)
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No es la primera vez que vemos a Gorriti entusiasmarse con una historia de amor prohibido. Ni que la vemos adentrarse en una retórica completamente literaria, cuando está describiendo una escena real, y no imaginaria. En otra carta le cuenta a Palma la historia de la monja Serrano y de su amante argentino, el General Alvear, para que le sirva de argumento en una tradición (la que lleva por título Don Juan Tenorio): aprovecha, Gorriti, para componer una breve pieza literaria con ribetes románticos, que llega a manos del amigo acompañando una carta (la del 27 de noviembre de 1892). Así, las dotes de la novelista o de escritora de ficción se filtra aquí y allá en la correspondencia con este amigo escritor. Acaso porque la vida se presenta a sus ojos como una auténtica novela que merece en cualquier caso ser contada.
172 Celos, envidias, rivalidades Claro que la relación de estas dos prominentes escritoras argentinas no se dirime tan sólo en la admiración de una por la otra. Ni en las diferencias de perspectiva política sobre el pasado rosista que les impide acercarse. Ni en el mero carácter de cada una que dificulta la amistad. Ni tampoco en la diferencia de edades. Es evidente que se juegan entre ellas, también, competencias, rivalidades literarias: ésta es otra faceta de la vida que asoma en las cartas. Porque no se trata en este caso de meras competencias entre mujeres sino de rivalidades de autor/ autora, que ponen de relieve los celos, las envidias, las mezquindades. Dichas a media voz o alevosamente declaradas, la expresión de tales emociones permite visualizar los lazos no siempre amigables entre este set de escritoras que conforman la red de interlocutoras de Ricardo Palma. Clorinda, Mercedes, Juana Manuela, Eduarda e incluso Emilia Pardo Bazán, que obliga a Gorriti a cambiar la agenda de escritura de una serie de textos que tiene programada (para ganarle de mano a la española se enteró de que ella planea un libro de cocina y quiere publicar el propio). Con Mercedes y Clorinda, en cambio, Gorriti establece a lo largo de los años un vínculo familiar. Ve con buenos ojos que sean unidas, que se ayuden la una a la otra, fraternalmente. Las quiere como si fueran sus hijas y es reconocida por ellas como una madre (exactamente así la llama Clorinda en algunas cartas).
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Pero es bien sabido que también de las madres hace falta cuidarse y tomar distancia al crecer, más todavía cuando son muy críticas: “Mercedes se me ha enojado por haber desaprobado su extravío en las sendas del naturalismo. No me escribe ya; y aún me avisan de Lima que se queja, haciéndome responsable de que la prensa de Buenos Aires nada haya dicho de su novela”, le cuenta a Palma el 1 de julio de 1889. “En su última carta me dio parte de estar al concluir una novela cuyo argumento es el solterón. Pero hace tiempo que ha cesado de escribirme. Creo que me he dicho a U. que le ha disgustado mi censura de Blanca Sol. Ella me lo pidió: yo no he hecho más que ser franca” (3 de julio de 1889). Las opiniones adversas de Gorriti deciden el distanciamiento o el silencio de ambas escritoras en algunas etapas. Molestas por las críticas, de buenas a primeras dejan de escribir. Pero Gorriti no se enoja con ellas hasta que se entera de las desavenencias y los celos entre ambas: ¡Con qué pena veo, por el silencio que las cartas de Clorinda y Mercedes respecto a una de otra entrañan, la discordia que vive entre ellas! Nunca creí posible que la amistad, el más noble de los sentimientos humanos, cayera vencido, enlodado por la más mezquina y ruin de las malas pasiones… No quiero nombrarlas, porque me avergüenzo, a causa de esas dos almas que yo creía tan elevadas, y que no eran lo que mi mente soñaba en ellas. ¡Ay!
Así se queja Gorriti con Palma el 23 de febrero de 1890. En cotejo con el resto de las cartas que las tres intercambian con Palma en estos años, se puede adivinar, acaso, que esa pasión innombrable para la argentina son los celos. O también la envidia, palabra que aparece pronunciada, escrita más de una vez, en relación con los certámenes literarios y los enojos o desaires de los que son objeto, a veces, los ganadores, por parte de los colegas y amigos. Algunas líneas escritas por Clorinda en otra carta de 1884, donde le pregunta a Palma por su amiga lo dejan bastante en claro: “En qué estado está la impresión de la novela de Mercedes? Ya supe que ‘El Ateneo’ le prestó todo su apoyo mientras que a mí no me ha comprado ni un ejemplar de las pobres ‘Tradiciones’. Me dirá usted que depende del mérito del trabajo, pero yo tomo el rábano por la hoja de protección a los principiantes literarios. Mucha cosa es la de caer en gracia. ¿No es verdad querido maestro?”.
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La pregunta queda flotando como un reclamo sobre el cierre de la carta. Y nosotros podemos concluir, también, con un interrogante: ¿cómo funciona Palma en este círculo, a juzgar por la imagen que proyectan de él sus corresponsales? Se diría que él es el eslabón que aglutina y engarza, el elegido de cada una, el confidente. Es, a la vez, una autoridad y un protector imaginariamente tan valioso, que cuando no responde o cuando no es posible contar con su favor en una situación donde se dirimen los protagonismos literarios resulta poco menos que insoportable. Mercedes se enfurece al enterarse de que Palma no será jurado en un certamen donde ella quería presentarse y para el cual le había pedido consejo. Y en otra oportunidad se altera mucho y le reprocha haberse enterado de que él vetó un nombramiento suyo y la
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puso en ridículo delante de otros. Sin embargo, después de eso vuelve a él muchas veces, incluso para pedirle consejo sobre publicar o no una novela, y sobre la conveniencia de retirarse o no del certamen: “aprovecho esta (ocasión) para manifestarle lo disgustada que (me) encuentro, desde que he sabido que no (formará) U parte del jurado: casi estoy resuelta a (retirar) mi novela […] ¿Qué me aconseja? Ya puede U. comprender que su opinión será para mí decisiva”. Por supuesto Mercedes no es la única en pedir consejos literarios, hacer reclamos o pactar secretos entre los dos: “lo único que le digo es, que me guarde el secreto: yo no he dicho esto ni a las personas de mi familia”, anota el 8 de julio de 1886. Clorinda insiste, carta tras carta, reclamando el prólogo para las Tradiciones cuzqueñas, mientras le da a leer, también en secreto, lo que escribe: “le remito la segunda y última parte (de mi la novela) con dos súplicas. […] que me guarde el más profundo secreto”, escribe el 22 de enero de 1889. Desde Buenos Aires, lo tiene al tanto absolutamente de todo lo que hace. Y cuenta con él, también ella, para prologar algunas de sus obras. Se diría que Palma es el niño mimado, el padre, el amigo, el consejero y también el primer lector de estas escritoras que en los años 80 y 90 están forjando una obra literaria y persiguiendo o consolidando un nombre de autor, de autora, que sobrevivirá a su siglo. Clorinda Matto, Mercedes Cabello, Juana Manuela Gorriti, Eduarda Mansilla: este set de corresponsales de Ricardo Palma figuran hoy entre los clásicos femeninos de la literatura latinoamericana del siglo XIX. El
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tiempo atraviesa de diversas formas estas cartas: el tiempo que pasó, desde entonces hasta ahora, cuando reabrimos los archivos para ver qué más nos dicen sobre la situación de los escritores en épocas pasadas. La vida, la muerte, la literatura se suceden en ellos sin solución de continuidad. La literatura es una forma de vida para las escritoras y los escritores del siglo XIX. Antes, como ahora.
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Resumen: Recuperadas del archivo, las cartas aquí trabajadas revelan relaciones que Ricardo Palma mantenía con diversas escritoras. Enfermedad, trabajo y sostén económico, vocación o impulso, situación de la mujer: los textos hablan sobre la práctica literaria y sus derivas. Y, al mismo tiempo, algo más. En todo caso: ¿qué nos dice, cómo nos interpela, ese corpus epistolar a nosotros, lectores del siglo XXI? Palabras clave: Ricardo Palma. Escritoras. Literatura latinoamericana.
Abstract:
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Recovered from the archive, the letters analyzed here reveal the relationships that Ricardo Palma maintained with several women writers. In the letters, correspondents speak, among other topics, of illness, work and economic support, vocation or impulse, and the condition of women in the nineteenth century. They also converse about literary practices and their drifts. My reading of these letters asks: What does this epistolary corpus tell twenty-first century readers about epistolary relationships? Keywords: Ricardo Palma. Women writers. Latin American literature.
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REFERENCIAS BIBLOGRÁFICAS BATTICUORE, Graciela. El taller de la escritora. Veladas Literarias de Juana Manuela Gorriti, Lima-Buenos Aires (1876-7/1892). Rosario: Beatriz Viterbo, 1999. CASAVALLE, Carlos (ed.). Palma literaria y artística de la escritora argentina. El álbum y la estrella. Doble ceremonia, 18 y 24 de setiembre. Buenos Aires: Imprenta y Librerías de Mayo, 1875. DENEGRI, Francesca. El abanico y la cigarrera. La primera generación de mujeres ilustradas en el Perú. Lima: Flora Tristán Editora e Instituto de Estudios Peruanos, 1996.
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GORRITI, Juana Manuela. Cincuenta y tres cartas inéditas a Ricardo Palma. Fragmentos de lo íntimo. Buenos Aires-Lima, 1882-1891. Edición crítica, estudio preliminar, edición de dossier y diccionario biográfico a cargo de Graciela Batticuore. Notas en colaboración con César Salas Guerrero. Lima: Universidad San Martin de Porres, 2004. ______. Lo íntimo. Buenos Aires: Ramón Espasa, 1897. PALMA, Ricardo. Epistolario (dos tomos). Lima: Editorial Cultura Antártica, 1949. ______. Epistolario general (tres volúmenes). Prólogo, notas e índices a cargo de Miguel Ángel PINTO, Ismael. Sin perdón y sin olvido. Mercedes Cabello de Carbonera y su mundo. Lima: Universidad San Martin de Porres, 2003. Rodríguez Rea. Lima: Universidad Ricardo Palma, Editorial Universitaria, 2005-2006. ______. Tradiciones peruanas completas. PALMA, Edith (ed.). Madrid: Aguilar, 1952.
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MIEDO y dolor sobre el papel: Cartas durante la independencia de Chile
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Jacqueline Dussaillant Christie1 Primer territorio: Incertidumbre y sospecha En reacción a los acontecimientos ocurridos en España, en las colonias americanas tanto los fieles seguidores del rey como aquellos que empezaban a abrazar sueños independentistas viven hacia 1810 tiempos de gran incertidumbre. En una carta fechada en Santiago en julio de 1810, Javiera Carrera -miembro de una encumbrada familia chilena cuyos hermanos participaron activamente a favor de la causa patriota- con sencillas palabras describe a su marido español Pedro Díaz de Valdés que se hallaba en Buenos Aires, el clima que se respira en esos momentos en el país: “todo es trastorno en este valle de lágrimas”2. Puede tratarse de una expresión hiperbólica 1 Doctora en Historia por la Universidad Católica de Chile. Profesora de Historia Contemporánea en la Universidad Finis Terrae e Investigadora del Centro de Documentación e Investigación (CIDOC) de la Universidad Finis Terrae. 2 En VERGARA QUIROZ, Sergio. Cartas de mujeres en Chile, 1650-1885, p. 77, destaques míos. En todo el artículo destacamos palabras y expresiones que expresan miedo o dolor, o sus causas y efectos mediante el uso de cursivas que no están en el original. Debido a que las cartas provienen de diferentes archivos y publicaciones, se identifica su procedencia a pie de página.
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escogida por su autora cuando aún la retórica romántica no llegaba a estos parajes, pero de todos modos sugiere una situación política y un estado emocional relacionados con la falta de control de la realidad circundante, ya sea por incierta o por adversa. Así como el historiador Jean Delumeau distinguía entre miedos individuales y colectivos, aquí las palabras de Javiera Carrera pueden ser producto de una situación particular. A sus aprensiones personales quizá se agregan emociones colectivas que podríamos llamar de clase o, que en la terminología de Rosenwein correspondería a una comunidad emocional muy específica (ROSENWEIN, 2002 y 2010). Se trata de los miedos y dolores que padece una determinada agrupación social con características culturales, sociales y económicas similares, y que enfrenta el mismo cuadro hostil. De este modo, la tendencia política, la condición económica y la situación socio familiar podrían ser factores diferenciadores de los niveles de inquietud o de temor, si es que éstos pudieran medirse. Si el anonimato protege, no siempre va acompañado de poder; por el contrario, una mayor exposición social, como la de la señora Carrera, implicaría una situación de mayor vulnerabilidad, pero quizá también una cierta cercanía al poder y, por lo tanto, alguna capacidad de defensa. Esta sensación de incertidumbre se había iniciado en agosto de 1808 cuando llegaron noticias desde Buenos Aires que hablaban de los acontecimientos ocurridos en España. Probablemente algunos sintieron preocupación y nerviosismo, otros esperanza y sosiego, y quizás la mayoría, indiferencia. Recordemos que el correo desde la península llegaba cada dos meses, de manera que la ansiedad y el clima de inseguridad se intensificaban entre un viaje y otro. Y probablemente empeoraba la situación el hecho de que desde España llegaban más rumores que noticias. La confusión fue mayor al conocerse una pequeña y modesta carta que se refería a un misterioso viaje de la familia real a Bayona. Pronto circuló una proclama del alcalde de un pueblo cercano a Madrid que lo confirmaba. Y finalmente, en septiembre llegó la noticia del arresto del rey Fernando y la posterior designación de José Bonaparte en su lugar. No es difícil imaginar que el miedo despertara y fluyera a través de los diferentes canales de comunicación -como la prensa, cartas y especialmente por la vía oral- exacerbándose cuando se trataba de murmullos, con informaciones fragmentadas o imprecisas. La difusión de la noticia generó un clima de inseguridad, de temerosa espera pues se perdía la tranquilidad emocional que representa el orden y la certeza.
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Refiriéndose a esos momentos, Manuel de Salas, un ilustrado y progresista patriota, escribió una carta de la que extraemos un párrafo en el que merecen destacarse la palabra que escogió para describir el estado emocional de entonces, pavor, y también el hecho de que alude al particular y exclusivo temor que a su parecer deben haber sentido los cercanos al rey. Te acordarás el pavor con que oíamos cada día las sangrientas escenas que se nos referían de todos los puntos de la península; las deserciones de aquellos primeros hombres, que, por su clase elevada, por su opinión, por los motivos de gratitud al soberano, debían considerarse como adheridos a su suerte3.
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Cuando los acontecimientos empezaron a precipitarse y los rumores se transformaron en acciones concretas y en toma de posturas, el miedo ya no se centró en la incertidumbre, sino en la posibilidad real de sufrir delaciones y detenciones, en especial entre los individuos más involucrados, sus familias y su entorno. Mensajeros que entraban y salían, reuniones nocturnas, trastornos en las rutinas de la casa contigua podían despertar inquietud. El cambio de escenario político de pronto transformó el ojo vigilante del vecino -una fuente de temor estudiada por Delumeau- en testigo adverso o en encubridor (DELUMEAU, 1989). Es que la subversión del orden suele desmoronar las referencias usuales de manera que se hace necesario interpretar de otro modo los signos y las formas, pues muchos de los empleados hasta entonces simplemente se devalúan (DAVOINE Y GAUDILLÉRE, 2011, p. 127). En lo concreto, se alzaron dos tendencias para hacer frente a los hechos, encarnadas por patriotas y por realistas, lo que no dejaba de ser arriesgado si consideramos que las noticias que llegaban desde España eran contradictorias. Posiblemente la proclama anónima Advertencias precautorias a los habitantes de Chile que llamaba a conservar la lealtad a la religión y al rey, terminó por definir ambos bandos. En aguas así de turbulentas, el gobernador interino Francisco Antonio García Carrasco, con escaso tino terminó por exasperar los ánimos e intensificar las emociones. De hecho, un funcionario dijo de él que “lo último que colmaba nuestra angustia era hallarnos con un jefe 3 Carta de don Manuel de Salas de agosto de 1815, que circuló en Santiago a escondidas y encaminada a vindicar su conducta en la revolución, Escritos de don Manuel de Salas, II, p. 189, destaques míos.
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irresoluto y desconfiado4. Procedió, seguramente para dar una señal de fuerza y de advertencia, a detener a algunos sospechosos de escasa relevancia. Si con dicho gesto amedrentador quiso calmar las cosas, logró lo contrario, pues quienes se sentían amenazados adoptaron una actitud de creciente alerta. Así lo dejaría entrever el mismo Bernardo O’Higgins, uno de los líderes de la causa patriota chilena, sabiéndose bajo sospecha, en una carta dirigida a su amigo Juan Mackenna: durante ese tiempo no me acostaba sin la incertidumbre de que mi sueño fuera turbado con la aparición de una escolta que me condujera a Talcahuano y de ahí a los calabozos de la Inquisición de Lima […]5
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El ambiente de recelo alcanzó un punto crucial cuando en 1810 José Antonio De Rojas, de setenta y ocho años, fue detenido junto a Juan Antonio Ovalle y Bernardo de Vera con motivo de una denuncia de conspiración independista. Se trataba de respetables hombres de la sociedad capitalina colonial. Siendo el primero efectivamente un antiguo sospechoso por abrazar la causa patriota, era sobre todo un reputado vecino de la capital lo que no impidió que, pese a la resistencia del Cabildo, fuera enviado junto a sus supuestos cómplices al vecino puerto de Valparaíso6. Este hecho demostró que nadie estaba realmente a salvo, ni siquiera los miembros de las poderosas familias de la elite. Tras la detención de estos tres hombres se escondían ojos vigilantes, por un lado, y el mencionado miedo de clase o de grupo por otro. En este sentido, la inseguridad podía alimentar los miedos de la mayoría, en cambio el temor a la delación se circunscribía a quienes se sabían involucrados y comprometidos con las circunstancias. La posición social y política, pero también los grados de conocimiento acerca de la situación y de sus implicancias, hacían que el temor de algunos fuera concreto e inmediato, mientras que el de otros adquiría matices más profundos y a largo plazo. Suponemos que, aquellos que sabían lo que estaba sucediendo en España con cierto detalle, podían sopesar lo que estaba en discusión y en juego. 4 Carta de Teodoro Sánchez de Escobar a la Junta Suprema, Biblioteca Nacional, Sala Medina, vol. 220, p. 186, destaques míos. 5 Carta de Ernesto de la Cruz a Bernardo O’Higgins en Epistolario de D. Bernardo O’Higgins, I p. 28, destaques míos. Talcahuano es un puerto situado al sur de Chile. 6 Rojas había participado en un en 1780 en un episodio conocido como la “conspiración de los tres Antonios”.
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Lo cierto es que, en los días previos a la celebración del cabildo abierto del 18 de septiembre de 1810, el puntapié inicial de la independencia de Chile, el clima en la ciudad de Santiago era todo menos tranquilo. José Gregorio Argomedo, alma de dicho acto, escribió el día 14 de ese mes en su diario unas palabras que permiten aportar contextualmente a las cartas citadas. En sus anotaciones se evidencian el poder del rumor y su vinculación con el miedo, por una parte, y por otra, lo contagiosa que puede ser la sugestión en tiempos de incertidumbre. Señalaba que “en esta noche se supo que en casa del Regente había una junta, se fue a examinar y se halló que no había tal. Hubo muchas rondas por las calles en toda la noche […]”, y “se cuentan hasta 300 personas que han salido de la ciudad temerosas de estas bullas, y muchas de ellas en esta tarde con todo el aguacero […]”7. Cuatro días más tarde, a las cuatro de la mañana se llenaron plazas y calles de soldados enviados para custodiar la ciudad, especialmente en la zona aledaña al picadero del palacio del gobernador. Como se sabe, se organizó entonces la Primera Junta de Gobierno, dando así inicio a una historia que siguió al menos por la próxima década, marcada por mutuos odios, miedos y desconfianzas. Segundo territorio: Destierro y autoexilio Con el triunfo realista en la batalla de Rancagua, a unos cien kilómetros al sur de la capital, el año 1814 señaló el inicio de los autoexilios al otro lado de la cordillera, y el destierro de cuarenta y dos connotados patriotas a la lejana isla de Juan Fernández en el océano Pacífico. El fuerte impacto que desató este exilio quedó registrado en cartas y diarios de vida. El padre de los hermanos Carrera, por ejemplo, escribió que estando en su chacra llegó un oficial del temido y odiado batallón realista de Talavera para tomarle prisionero, no sin antes pedirle “el avío, las pistolas y la escopeta, las onzas de su yerno y quinientos pesos para la tropa” (BARROS ARANA, p. 41). Por la correspondencia que sostuvo con su hija Javiera, nos enteramos de las penurias que debió soportar en la isla. Ella, desde Mendoza, apuntó al enterarse de la noticia: 7 “Diario de los Sucesos ocurridos en Santiago…”, Colección de Historiadores y de Documentos relativos a la Independencia de Chile. Santiago: Imprenta Cervantes, 1911, XIX, p. 17, destaque mío.
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Dios quiera sean falsas todas las que corren aquí, la que más me atormenta es la prisión de mi amado padre, no puedo figurarme haya hombres tan desconocidos e injustos que a un señor tan separado de toda idea contra los sarasas [sarracenos, nombre despectivo para designar a los españoles], más bien, siempre de una opinión con ustedes, lo reduzcan a la miseria, esto sería una crueldad8.
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Destacamos tres palabras que utilizó en esta carta y que empleó en muchas otras: atormenta, miseria y crueldad. Las tres se relacionan con el dolor en cuanto expresan una intensidad, una condición y una calificación. Pero en el trasfondo del párrafo citado se halla la injusticia. La situación a la que alude y el hecho de que esté escribiendo a su marido nos sugiere que ella no exagera al escoger esos términos, pero una investigación más amplia acerca de los recursos retóricos empleados en la época por mujeres de su condición permitiría aclarar esta relación entre el lenguaje y la emoción9. A simple vista, tales palabras no nos parecen hoy excesivas pues sabemos que recién iniciado el viaje por mar empezaron a ser víctimas del pillaje, del hambre y de un permanente malestar físico, demás está decir del psicológico: Nos pusieron en el 2º entrepuente, y en un hueco de 4 varas íbamos 23 hombres. Considere V.E. cómo estaríamos y dormiríamos. Casi nos ahogamos. De que salimos mar afuera nos dejaron subir arriba. Desde que salí de mi casa hasta que llegamos a las Islas no me desnudé, ni siquiera quitarme las botas. Llegué enfermo de mi mal y todo podrido del camino; que al mucho tiempo sané de lo lastimado del camino. Me robaron toda la ropa que mi mujer me había llevado, que iba la pobre a trecho largo detrás de nosotros. No me dejaron más que el vestido que traía puesto10.
Después de viajar durante una semana en un espacio menor a medio metro cuadrado por cada uno, fueron desembarcados y ubicados dentro de los tres tipos de presos que había en la isla: presos políticos, acusados de hechos de sangre, y presos comunes. El solo hecho de 8 Carta de Javiera Carrera a Pedro Díaz de Valdés, Mendoza, 15 de noviembre de 1814 en VERGARA QUIROZ, Sergio. Cartas de mujeres, p. 86, destaques míos. 9 En la correspondencia de Javiera Carrera abundan palabras como trastorno, desgracia, dolor, atormenta, pesar, desesperación, sufrimiento, padezco, pobre (como adjetivo), miseria, terrible; en las de Bernardo O’Higgins, amenaza, entristece, miserable, amarguras, inquietísimo, incomodado, tormentos, sufrimiento. 10 Carta de Gerónimo de Reynoso a Mariano Osorio, Quillota, 25 de abril de 1815 en Archivo O’Higgins, vol. XIX, p. 315-316, destaques míos.
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verse mezclados con ese grupo humano posiblemente aumentaba el sufrimiento de ese puñado de hombres11. Luego se enfrentaron con la realidad en la que vivirían algunos años. Los ranchos en San Juan Bautista consistían en “chozas miserables cubiertas con paja, expuestas al viento y a la intemperie de las estaciones”, tan desaseadas que estaban inundadas por una terrible plaga de ratas, además de avispas y demás insectos, “cuyas picaduras originaban punzantes dolores y molestias de toda especie”. Las ratas se habían propagado con tan prodigiosa rapidez, que en los almacenes del estado consumían mayor cantidad de provisiones que la tropa, a pesar de todas las precauciones que se tomaban. La guarnición ocupaba los mejores edificios, y dejaba a los presidiarios “en grutas inhabitables o en cabañas mal abrigadas” (BARROS ARANA, p. 50, destaques míos). Apenas un par de meses más tarde, las malas condiciones ya habían dejado huellas en esos hombres poco habituados a la carencia de comodidades, a tal punto que un inglés que visitó la isla durante el verano escribió que “encontramos cerca de sesenta ancianos venerables que siempre habían vivido acostumbrados al lujo y a la munificencia de un palacio, que estaban ahora reducidos al último grado de miseria y en el mayor extremo de pobreza y privación” (SCHILLIBEER, 1817, p. 153, destaques míos). Aunque no contamos con fuentes que den voz a los presos comunes de la isla, es inevitable preguntarse si sus motivos de dolor y miedo, y sus modos de expresarlos habrían diferido de los de estos distinguidos ancianos no acostumbrados a las carencias materiales. De hecho, las constantes referencias a las condiciones precarias de las chozas o a las plagas de insectos y ratas con las que tenían que convivir, sugieren que la situación les causaba verdadera desesperación y sufrimiento. El 3 de febrero de 1816, Agustín de Eyzaguirre, otro de los deportados, apuntó en relación con las plagas y el hacinamiento que “todo, todo aflige y ataca nuestra existencia” hasta el punto de concluir que “se debe preferir la muerte a su habitación [de la choza]”12. También insistía en las dificultades para dormir y en que, 11 De hecho, en un documento firmado por muchas esposas de los confinados se señala la infelicidad por haber sido confundidos con los delincuentes. En Archivo O’Higgins, vol. XIX, p. 418. 12 EYZAGUIRRE, Jaime. El alcalde del año diez , p. 67-68, destaques míos.
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aquí padece el cuerpo con toda especie de males; sufre la falta de vivienda que toda es un rancho o choza inmunda, lleno de agujeros por todas partes; se llueve como afuera, a pesar de haberla techado y costado por cien pesos. Para poder dormir sin mojarse, es preciso poner un cuero de techo y en el lugar en que uno esté, lo mismo. La infinidad de ratones le roen la paja y al poco tiempo de puesta está consumida por ellos. Los vientos voraces se la llevan y así no hay remedio […]13.
Juan Egaña también hizo notar que el ruido que hacían los animalejos les obligaba a acostarse sólo “cuando nos hallábamos muy rendidos del sueño”, agregando que el viento, “cuyos silbidos y estremecimiento de los ranchos, impide toda quietud, mortificando la cabeza e irritando el ánimo”14.
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Al tratar las emociones, deben abrirse los sentidos no solo a las palabras y expresiones empleadas en las cartas estudiadas, sino también a aquellos pequeños detalles que arrojan pistas sobre inesperadas causas de sufrimiento. El viento que señalaban los deportados, podría asimilarse al insoportable dolor de pelo que soldados enviados al norte de África durante la Segunda Guerra sufrían al tocarse la cabeza, hasta el punto de afirmar que “estas cosas a veces impresionaban más que el combate” (KAST, 2005, p. 69). Asimismo, la irritación y dolor que provocaba aquel viento fuerte y persistente aparece también en las cartas de María Brunswig, quien vivió en la Patagonia junto a su familia un siglo más tarde, en las que se quejaba de lo difícil que era acostumbrarse a su ruido constante, que enloquecía y del cual no se podía huir ni hallar descanso (BRUNSWIG, 1995). En otras palabras, si el dolor o el miedo no siempre tienen grandes causas, la lectura de cada carta debe contemplar esos detalles que aparentemente puedan resultarnos insignificantes. Otro de los enemigos era el hambre, no tanto por provocarles miedo a morir, como por el dolor en el momento de padecerlo. Por un documento nos enteramos que cuando llevaban recién un mes en la isla llegó un cargamento de charqui, garbanzos, frijoles, arroz, azúcar, harina, sal, grasa, ají, vino y aguardiente. Sin duda, el grueso de los víveres era para la tropa pues, como relataba Agustín Eyzaguirre en un tono quejumbroso a su esposa Teresa Larraín en febrero de 1816: 13 En VICUÑA MACKENNA, Benjamín. Juan Fernández. Historia verdadera de la isla Robinson Crusoe, p. 273. 14 Ibidem, destaque mío.
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hay cebollas, ajos, papas, grasa, charqui, carne (cuando se consigue) y todo comestible que se alcanza a fuerza de dinero o favor, sólo por conservar la vida […] Padece el cuerpo con la carencia de todo alimento, con los que me he nutrido desde mi infancia; como la carne, toda ave, verduras, frutas y todo lo que tiene visos de haberme acostumbrado. Sólo se ve algunas veces carne de vaca, y para que no parezca exageración, digo que sólo se mata una res sola en la semana, para raciones de ocho personas y para los enfermos del hospital que no bajan de otros tantos. El resto o sobrante se vende a los ocurrentes, que serán trescientos poco más o menos los de esta población. Así la mantención diaria de nosotros son cosas secas como charqui, porotos, cosas que aquí sólo he comido. La ración es media arroba de charqui, treinta onzas de grasa, igual cantidad de sal, medio almud de frejoles y tres de harina, ésta es la ración mensual15.
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El hambre se asocia a la carencia o escasez de alimento, esto es, a una cuestión cuantitativa. Eyzaguirre recibía como ración diaria de charqui (carne salada) alrededor de 190 gramos, mientras que, a modo de referencia, un marino a mediados del siglo XVIII contaba a bordo con tres veces esa cantidad. Aunque podría estar magnificando la situación como una planeada estrategia o como resultado de un estado de fragilidad emocional, él mismo se encargó de advertir que no parezca exageración. Sin embargo, más allá de la escasa ración de alimentos que él y sus compañeros recibían, también hay que agregar la variable cualitativa que no deja de ser relevante y que quizá acentuaba su sufrimiento. Esto porque en su carta contrastó lo que estaba habituado a comer desde su infancia (carne de vacuno y de ave, verduras y frutas) con aquello que sólo aquí he comido. No podemos descartar que haya experimentado incluso dolores físicos al ingerir alimentos a los que su organismo no estaba acostumbrado. Claro que el dolor y las carencias no eran sólo materiales. También estaban muy expuestos psicológicamente por la incertidumbre, la impotencia y la lejanía de los suyos. Según relataría luego el yerno de José Antonio Rojas, otro de los deportados, este fue perseguido por los españoles “hasta hacerlo caer en demencia debido a su edad, consiguieron destruir sus facultades intelectuales y físicas con los sufrimientos” y que “más que todo contribuyó a ello el destierro a una de las islas de Juan Fernández y la prisión en las casamatas del Callao de Lima, prisiones de la Inquisición” (FELIÚ CRUZ, 1964, p. 181, 15 Ibidem, p. 304, destaques míos.
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destaques míos). Estudios actuales sobre resiliencia coinciden en que el dolor y el sufrimiento pueden ser aceptados con mayor fortaleza si se les encuentra un sentido (MANCIAUX, 2010). La defensa de la patria o de las propias convicciones pudieron haber dado sentido a los sufrimientos de algunos, pero ¿cuántos de esos ilustres patriotas estaban dispuestos a todo por dichas causas? Más aún, ¿era la patria realmente una causa, o más bien, su causa? ¿Eran sus convicciones políticas suficientemente fuertes? En todo caso, y como ocurre cuando los seres humanos se ven sometidos a situaciones extremas, los exiliados buscaron mecanismos para enfrentar la adversidad. La oración suele ser una válvula de escape para los más creyentes, narrar y compartir historias, o recurrir al sentido del humor, puede serlo para otros. En este caso, algo de distracción y consuelo proporcionaban Mateo Arnaldo Hoevel16 con sus lecciones de inglés y de geografía, y Manuel de Salas, quien “distraía particularmente a sus compañeros con la relación de sus viajes o de anécdotas ingeniosas”17. Aunque con su regreso al continente no finalizaron los desconsuelos de los deportados, ya que muchos de ellos empezaron entonces a intentar recuperar los bienes que les habían sido confiscados -otra fuente de dolor y miedo muy propio de esta comunidad- los dejamos aquí para retroceder en el tiempo y detenernos en el año 1814, justo cuando comenzaba el éxodo de numerosos patriotas hacia el otro lado de la cordillera, huyendo de las represalias de los recién triunfantes realistas. Cerca de tres mil chilenos, hombres, mujeres y niños, escaparon con rumbo a Mendoza, atravesando la cordillera de los Andes. Algunos lograron llevar a sus familias, otros huyeron apenas sin dinero ni víveres, desafiando el frío de la montaña con tal de esquivar la venganza realista. Al caer la tarde del 3 de octubre llegaron al poblado de los Andes los primeros fugitivos. Para algunos, ese exilio que comenzó en octubre de ese año 1814 se extendió por larguísimos años que no acabaron con el triunfo patriota en la batalla de Chacabuco en febrero de 1817. Esto porque a esas alturas el enemigo no era uno sólo, los realistas, sino que también estaba disperso entre las fuerzas patriotas. Un buen ejemplo es precisamente el de Javiera Carrera, que a sus treinta y tres años se 16 De origen sueco, fue cónsul de Estados Unidos en Santiago. 17 BARROS ARANA, Diego. Historia general de Chile, vol. X, p. 290.
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autoexilió siguiendo a sus hermanos y dejando atrás a sus hijos y a su marido. Desde el primer momento supo que ella y los suyos no eran unos prófugos más: “aquí nos han hecho un recibimiento terrible, sin saber por qué tuvieron a J.M. [José Miguel] y J.J. [Juan José] cuatro días en un cuartel con Uribe y Diego Benavente, y después los mandan escoltados a Buenos Aires”18. En lo que sería una tónica constante, anotó al llegar a Mendoza: “estoy muy enferma, y no puedo más escribir […]”19. En sus cartas hallamos muchas expresiones de dolor de una madre y esposa alejada de sus seres queridos y cuya larga vida le llevó a llorar la muerte de sus hermanos, de su padre, de sus dos maridos. En Mendoza primero, y en Buenos Aires más tarde, las cosas no fueron fáciles para ella. Se sentía controlada, vigilada, al punto que en una carta fechada en junio de 1817 advertía que debían escribirle utilizando otros nombres. Tenía problemas de salud y también pasaba por estrecheces económicas a las que no estaba habituada. Su sentido de familia era tan profundo, que cada vez que alguno de los suyos se vio enfrentado a una situación adversa, sufría hasta caer enferma. Así ocurrió cuando su hijo fue detenido y obligado a confesar sus supuestos delitos en Chile y también al recibir rumores primero, y la confirmación después, de la detención de su padre. Más todavía cuando sus hermanos Luis y Juan José fueron capturados, encarcelados y finalmente fusilados. Su situación anímica se revela en muchas cartas, como en la que escribió en junio de 1817 desde Buenos Aires: “todos son más felices que yo. Vivo ya desesperada en la ansiedad de que llegue este día para mí; […] y lo peor es que no alcanzo un ápice de conformidad”20 . Y qué más puede haber sentido sino dolor e impotencia al leer a su padre diciéndole que veía “con dolor tu situación, la fuerte prisión que sufren tus hermanos en Mendoza, la de Manuelito y Conde, […] y tu padre y su mayordomo presos hasta la fecha”21.
18 Carta de Javiera Carrera a Pedro Díaz de Valdés, Mendoza, 15 noviembre 1814 en VERGARA QUIROZ, Sergio. Cartas de mujeres, p. 87, destaque mío. 19 Ibidem, destaque mío. 20 Carta de Javiera Carrera a Pedro Díaz de Valdés, Buenos Aires, en VERGARA QUIROZ, Sergio. Cartas de mujeres, p.89. 21 Carta de Ignacio de la Carrera a su hija Javiera, 1817 en MATTA VIAL, Enrique. Papeles de Doña Javiera Carrera, n°1, 1911, p. 399, destaques míos.
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Ella misma fue arrestada en las afueras de Buenos Aires en 1819. En esas circunstancias de enorme tensión sufrió una parálisis. Al año siguiente buscó refugio en Montevideo y estando allí se enteró del fusilamiento de José Miguel, el único de sus hermanos que quedaba con vida. Dicha noticia le afectó profundamente… “enflaqueció su cuerpo hasta parecer un esqueleto, amoratósele el rostro, rompiéronsele los labios, perdió el cabello…” siendo tal su debilidad, que su fiel sirviente debía trasladarla en brazos (VICUÑA MACKENNA, 1904, p. 30). Tercer territorio: Prisión
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Normalmente la prisión, en tiempos de guerra, es precedida por la batalla, la delación, o la vigilancia. De ella se puede salir como inocente o culpable, a sufrir la pena de muerte o a ser recibido como héroe. Pero siempre dolido y quizá, diríamos hoy, traumatizado. ¿Qué significaba estar preso en esos tiempos?, ¿qué expresiones concretas de dolor y miedo hallamos allí? Este territorio reviste una particular dificultad, ya que las fuentes disponibles normalmente son escritas años más tarde de los hechos en forma de memorias, por lo que el estado emocional ya no es el mismo; o bien se trata de cartas de terceros acerca de sus amigos o familiares presos. En este caso, percibimos la emoción de quien escribe y no de quien está encarcelado. De todos modos, es relevante tener en cuenta que entonces la cárcel se asociaba al castigo y no a la corrección, por lo que la violencia y el sufrimiento eran tanto un medio como un objetivo (LEÓN, 1996). Un testigo de la época que vivió la prisión y el destierro, Juan Egaña, señaló que los soldados que debían vigilar a los presos eran víctimas de violencia de parte de sus superiores y, asimismo, la ejercían. Les calificó como los más estúpidos, bárbaros y rústicos, que a garrote trataban tanto a los encarcelados como a sus propias mujeres22. En un tono similar Manuel de Salas reflexionó a través de su pluma refiriéndose a sus carceleros que “los padecimientos personales no hacen a los hombres mejores. Por el contrario, volviéndolos insensibles, los hacen peores, crueles […]”23.
22 EGAÑA, Juan. El chileno consolado en los presidios o Filosofía de la religión. Memorias de mis trabajos y reflexiones , p. 268. 23 Escritos de don Manuel de Salas, p. 49.
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El maltrato físico y psicológico, la enfermedad, la soledad, la incomunicación, el frío y la mala alimentación eran algunas de las caras de la prisión. De ahí que las diferencias de edad, género, clase social y nivel socioeconómico podrían eventualmente significar diferencias con respecto al trato dentro de la cárcel, y al nivel de sufrimiento y miedo experimentado. En este caso, tenemos solo las cartas escritas por manos femeninas acerca de la prisión de los hermanos de Javiera Carrera. El contexto estaba marcado por las disputas entre carrerinos y o’higginistas que se recriminaban mutuamente la derrota del 2 de octubre de 1814, que había significado el restablecimiento de los realistas y la huida de muchísimos patriotas hacia Mendoza. La pésima relación que tenía José Miguel Carrera con José de San Martín, terminó sellando de mala manera la suerte del primero y de su familia. Sus hermanos, Juan José y Luis, fueron finalmente apresados. Dos meses más tarde, en octubre de 1817, su hermana Javiera leía una carta de su amiga Tomasa Alonso Gamero en la que le decía que Luis “no tiene novedad en la salud, aunque me dicen está muy flaco y con una barra de grillos en la cárcel, en el cuarto que sirve para poner a los reos en capilla e incomunicado estrechamente”24. Al mes siguiente, nuevamente leía que: no se permite a ninguno de mi casa entrar donde ellos están, por cuyo motivo no se les podrá dar sus efectos; ellos padecen después de su encarcelamiento y prisiones la ninguna asistencia en el servicio que tienen, y una exacción grande en lo que se les manda para sus alimentos, pero suele ser con tanta insolencia que el platito de dulce que se le manda a Luis para desengraso se lo toman los cabos y soldados y me mandan un recado de que mande más por ellos, contémpleme usted si estaré quemada con esto, después de eso, de los siguientes yerba, azúcar, ron, etcétera que se les manda las cuatro partes de cada cosa se roban tres […]25.
24 Carta de Tomasa Alonso Gamero a Javiera Carrera, Mendoza, 8 de octubre de 1817 en VERGARA QUIROZ, Sergio. Cartas de mujeres, p. 91, destaques míos. 25 Carta de Tomasa Alonso Gamero a Javiera Carrera, Mendoza, 23 nov. 1817, en ibid., p. 92.
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A tan ilustres presos se les pusieron grillos por varios días, y luego grilletes con pesadas cadenas26. Doña Javiera escribió el 2 de enero de 1818 a Juan Martín de Pueyrredón, Director Supremo de la Provincias Unidas del Río de la Plata, una carta cuya lectura sugiere las verdaderas condiciones en las que se encontraban en la prisión. Suponemos que no tiene sentido que haya exagerado la nota con el fin de apoyar su causa pues su interlocutor bien sabía cuál era la realidad de los prisioneros: ¿Entrará en la seguridad de sus personas tenerlos sobre seis meses y hasta la fecha en una incomunicación absoluta? ¿Entrará en la seguridad mantenerlos en calabozos inmundos, y expuestos a que el aire fétido y corrompido de estas mansiones de horror y espanto termine de un momento a otro sus vidas? ¿Entrará en la seguridad tolerar toda clase de insultos de la misma tropa que les custodia, y que sin rebozo quita a los sirvientes la mayor parte de los alimentos, y demás necesaria para su subsistencia? ¿Entrará en la seguridad abrumarlos con el peso enorme de unos grillos, que solo para sostenerlos, necesitan hacer un esfuerzo muy superior al estado decadente y extenuado en que se hallan?27
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Las preguntas que planteaba son muy significativas pues confirman que eran tiempos en que, pese a que comenzaba a cuestionarse el sistema penal del Antiguo Régimen, paradójicamente se acentuaron las viejas prácticas de intensificar el horror para conservar el orden (CORREA, 2007, p. 19). Además, el maltrato del cuerpo era entonces no sólo parte del castigo, también marcaba una diferencia entre rangos sociales (ARAYA, 2006). Finalmente, el 4 de septiembre de 1821 la cárcel se acabó para José Miguel Carrera, quien, apenas dos horas antes de salir de ella para ser fusilado, escribió una carta a su mujer, Mi adorada pero muy desgraciada Mercedes; un accidente inesperado y un conjunto de desgraciadas circunstancias me han traído a esta situación triste. Ten resignación para escuchar que moriré hoy a las once. Si, mi querida, moriré con el solo pesar de dejarte abandonada con nuestros tiernos cinco hijos en el país extraño, sin amigos, sin relaciones, sin recursos […]28. 26 Carta de Ignacio de la Carrera a su hija Javiera, 10 de diciembre de 1817 en MATTA VIAL, Enrique. N. 1,1911, p. 398. 27 Carta de Javiera Carrera, 2 de enero de 1818 en Armando Moreno Martin, Archivo del General José Miguel Carrera. Santiago: Sociedad Chilena de Historia y Geografía, 2000, p. 23, destaques míos. 28 Carta de José Miguel Carrera a Mercedes Fontecilla, Sótano de Mendoza, 4 de septiembre de 1821, destaques míos.
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Comentarios finales: palabras de miedo y dolor en las cartas
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De la lectura de las cartas fueron identificadas todas aquellas palabras o expresiones empleadas para describir la propia situación de miedo o dolor, esto es, para dar cuenta de un estado emocional propio o ajeno, como también aquellas que enuncian reacciones físicas en materia emocional, y las causas o razones que las despiertan. Las palabras más utilizadas por los hombres y mujeres de esta comunidad emocional son padecimiento y desgracia, seguidas por ansiedad, sufrimiento, muerte e infelicidad. Cabe destacar que las cartas femeninas exhiben un abanico más amplio de términos que expresan emociones vinculadas al dolor y al miedo y, asimismo, las usan con mayor frecuencia que sus pares masculinos. Además, constatamos que a medida que pasan los años y los territorios se hacían sucesivamente más adversos, las expresiones emocionales tendieron a ser más habituales. Pese a ello, llama la atención que las convenciones epistolares no fueron abandonadas, de manera que los autores de las cartas no dejaron de escribir respetando las normas básicas que permiten ser identificadas como tales. Con respecto a las manifestaciones físicas atribuibles a las emociones experimentadas, en las cartas femeninas se hace referencia a lágrimas, suspiros, dolor de cabeza y de estómago, además de desmayos. Para el caso masculino, encontramos el dolor al pecho, hambre y frío. Sin embargo, si bien estas diferencias podrían atribuirse a cuestiones de género, en verdad creemos que más bien responden en parte a los rasgos de personalidad de cada uno y en especial a las circunstancias particulares desde las cuales escriben, independientemente de su sexo. Mientras Javiera Carrera y Mercedes Fontecilla aluden a la lejanía de los seres queridos y sus padecimientos por estar presos o deportados; los hermanos Carrera, su padre y los demás deportados a la isla de Juan Fernández, más que la carencia afectiva por la ausencia del otro, hacen referencia a la privación material (no poder asistir materialmente a sus familiares, el secuestro de bienes, ser víctimas de robo) y al trato degradante (me tratan como un criminoso, hallarse sin recursos y redes de apoyo). En ningún caso puede simplificarse estos
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resultados y atribuir mayor sufrimiento en los hombres por asuntos materiales y en las mujeres por cuestiones de naturaleza familiar; pero sí es lo que expresan en las cartas. Creemos que la explicación reside especialmente en los roles que cumple cada cual en esta comunidad y que forman parte de los códigos culturales que comparten.
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Por último, pese a que la carta tiene básicamente una dimensión dual, la particularidad que imprime la situación de guerra la transforman en un artefacto de circulación colectiva que trasciende a la lectura íntima de su receptor. Si a esa eventual lectura pública dentro del círculo afectivo más cercano, le agregamos los entrecruzamientos entre distintas correspondencias -como se observó en el caso de Javiera Carrera que escribe a su esposo, a su padre, a una amiga- resulta que la carta no solo traspasa contenidos emocionales al interior de la comunidad estudiada sino que también hace recorridos que permiten -como en el estudio de Claudio Maíz para el caso de correspondencias de comienzos del siglo XX- vislumbrar la verdadera significación que tienen las emociones allí expresadas (MAÍZ, 2017, p. 48).
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Resumen: Este trabajo estudia las expresiones de miedo y dolor en cartas privadas escritas durante el proceso de Independencia de Chile, con el objetivo de explorar un camino metodológico que, desde las perspectivas de las comunidades emocionales y los territorios, aproveche su riqueza documental. Se busca distinguir la vinculación entre las expresiones emocionales y la particular adversidad de un contexto de guerra, en clave de género. Palabras clave: Epistolarios. Emociones. Historia. Siglo XIX. Género. Abstract:
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In this essay, I study expressions of fear and pain present in private letters written during the struggle for Chilean independence. In order to take advantage of the documentary richness of the archive, I will explore the methodology that underlines and bridges emotional communities and territories. Through the lens of gender, I seek to explore emotional expressions as a response to the particular adversity created in the context of war. Keywords: Epistolary writing. Emotions. History. Nineteenth-century. Gender.
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“Un corazón porteño”: las cartas de Florencio Varela a Juan María Gutiérrez (1833-1842) 199
Natalia Crespo1 Para los intelectuales unitarios exiliados durante la dictadura de Juan Manuel de Rosas2 (1829-1852), las cartas fueron importantes facilitadores de la vida a la distancia. Las mutuas ayudas -laborales, económicas, políticas pero también anímicas y artísticas-, la densa 1 Ph.D. en Literaturas Hispánicas por la University of Illinois at Urbana-Champaign. Investigadora del Conicet y del Instituto de Literatura Argentina Ricardo Rojas, de la Universidad de Buenos Aires. 2 Muchos de los proscriptos -como los nombra Ricardo Rojas en su fundacional Historia de la literatura argentina- fueron emigrando en diversas oleadas a lo largo del período 1829-1852, a los países limítrofes y se desplazaron con frecuencia de un país a otro. Por Rio de Janeiro pasaron José Mármol (que luego viaja a Valparaíso), Domingo Sarmiento (que luego pasa a Chile), y Teodoro Vilardebó, entre otros. Juan María Gutiérrez se halla primero en Buenos Aires, luego en Valparaíso y luego emigra a Montevideo, junto con Juan Thompson. En Montevideo residen, coincidiendo sólo algunos años: Florencio Varela (desde 1829 hasta 1848, con excepción del año y medio que pasa en Brasil y de un viaje a Europa en 1843), Luis Domínguez y Vicente Fidel López. Por Santiago pasan y residen: Juan Godoy, Juan Bautista Alberdi, Félix Frías (quien luego pasa a Bolivia), Vicente Fidel López.
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malla de alianzas, favores y proyectos que se gesta entre ellos durante el exilio no hubiese sido posible sin la epistolaridad. Asesoramientos técnicos para montar una imprenta, encargos de encuadernación o envío de libros, artículos, documentos, pedidos de cuidados a familiares, recomendaciones políticas, consejos amorosos, creación de antologías fundacionales o de nuevos periódicos: para todo se espera ansiosamente el paquete (buque) que llega al puerto más cercano: en él vienen y van, a través de intermediarios (gente de confianza, como Mariano y Miguel Cané, en el caso de Florencio Varela), las ansiadas cartas. Puede tratarse de una o de un atado o cajoncito de cartas, casi siempre acompañada de objetos personales y/o manuscritos para publicar. Como el deseo de escritura no siempre se ciñe a la tiranía cansina del buque, entre un barco y otro tal vez se hayan escrito diez cartas al amigo lejano que luego se envían todas juntas, fechadas, y se espera que sean contestadas en orden, refiriendo en cada caso la fecha de la carta que se responde. Así, pueden generarse conversaciones simultáneas con un mismo interlocutor (si el autor mandó varias juntas) o bien malos entendidos (porque algunas se perdieron en el camino o porque el destinatario tardó en contestarlas): es tal la cantidad de eventualidades por las cuales estas conversaciones a la distancia pueden tornarse oblicuas que casi todas las cartas se abren con una aclaración de la situación de escritura3. A su vez, para aprovechar el paquete que está por zarpar, para maximizar y agilizar la comunicación, la carta puede estar dirigida a más de un destinatario o incluir fragmentos de diferentes autores y/o referencias a cartas u objetos adjuntos a cada carta4. De hecho, hay amigos que 3 Algunos ejemplos: “He tenido la mayor satisfacción en recibir la estimada de V. fcha. 27 del pdo. qe. esperaba con ansia” (carta 1, 4/3/1833, p. 157); “Recibí con muchísimo gusto la estimadísima carta de V. fcha del -pdo.” (carta 2, 1/4/1833, p. 158); “Después que recibí la estimable carta de V. fcha. el 14 del pasado” (carta 3, 6/5/1833, p. 160); “Recibí la apreciable de V. y los libros mui [sic] bien encuadernados” (carta 7, 8/10/1833, p. 165). Tanto en éstas como en las citas subsiguientes, respeto la ortografía y abreviaturas originales. 4 Veamos un ejemplo de los objetos que se acompañan con las cartas (o viceversa): “Queridísimo amigo: Con una suya, fecha en el mes de febrero pero sin que se acordase V. de decirme qué día, recibí la Constitución encuadernada y el estuche de matemáticas que tuvo la bondad de enviarme” (carta 11, 27/2/1834, p. 169). Estas cartas iban conformando una red social entre los emigrados: cada una podía hacer referencias a otras cartas escritas o recibidas entre el grupo de amigos. Por ejemplo, en la carta 12 (15/3/1834), se lee: “Empieza V. por preguntarme si recibí carta del buen Thompson, a esta fecha ya habrá V. salido de su curiosidad, pues debe haber recibido la que le escribí por el Águila en la que le hablaba de aquella carta” (p. 170). Parte de esta red de amigos consiste en que algunas cartas tenían más de un destinatario: “Queridísimo Juan María: Como mi tiempo es siempre escaso tengo que repartir mi carta entre V. y el estimable
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han sido presentados epistolarmente5. Esto -junto con el temor a que la carta sea interceptada por algún enemigo político, por un lado, o debido a la posibilidad de que parte de esta escritura se publique en la prensa6hace que la privacidad de esta comunicación sea precaria, provisoria. Y a todas estas dificultades fácticas debemos sumar las constricciones del género: se trata de una escritura muy reglada.
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En los intersticios de libertad que dejan las normas intratextuales y las dificultades logísticas, asoman el estilo de cada autor, sus temores, afectos y obsesiones: desde allí leemos este corpus hasta ahora muy poco explorado7. Se trata de 54 cartas autógrafas que dirigió a lo largo de diez años el abogado, imprentero y periodista Florencio Varela (Buenos Aires, 1807- Montevideo, 1848), a su íntimo amigo, el poeta y crítico literario Juan María Gutiérrez8. Veinte de estas 54 cartas Thompson porque no puedo escribir a ambos separadamente” (carta 19, 21/8/1835, p. 186). 5 Este es el caso de Florencio Varela y el poeta Juan Thompson (uno de los hijos de María Mendeville, más conocida como Mariquita Sánchez de Thompson), presentados epistolarmente por Juan María Gutiérrez. Las cartas revelan la construcción discursiva del joven Thompson como el receptor de una serie de consejos que da Varela sobre la escritura de poemas (que, para él, debe ser clásica y no romántica) y sobre la elección del castellano y no del francés como idioma de sus creaciones. Así, Thompson deviene una excusa o disparador para las indicaciones en torno a la lengua (cuestión nada menor entre los intelectuales de la década del ´30). Algunos ejemplos: “Haga que Thompson se dedique a nuestros autores y a cultivar nuestra lengua, que busque lo sólido más que lo brillante” (carta 12, 15/3/1834, p. 171); “A ese estimable Thompson, que me quiera como yo le quiero, que trabaje mucho, que no tenga ocioso el jenio [sic], pero que trabaje en su lengua, en ese idioma robusto y sonoro con que Meléndez nos hizo amar más a Dios y Quintana puso pavor a los tiranos” (carta 13, 28/5(1834, p. 177); “A Thompson, que escriba, que escriba en castellano, que escriba versos tan buenos como el artículo del Diario de la Tarde” (carta 14, 1834, p. 181). 6 El temor a la intercepción del envío y a la posterior publicación en la prensa enemiga se ve en una de las cartas de Mariquita recopiladas por Vilaseca: “Ha llegado el paquete de Buenos Aires y sabemos que todas las cartas de aquí fueron quitadas por la Capitanía del puerto acompañada de la Mazorca. Las mías tuvieron igual suerte. Mi familia ha pasado más de ocho días en grande aflicción. Hay en la Gaceta algunas publicadas” (p. 380). Respecto de lo altamente pautado del género epistolar, véase “Los secretarios. Modelos y prácticas epistolares” (p. 308), en Libros, lecturas y lectores en la Edad Moderna, de Roger Chartier. 7 Breves menciones o transcripción de fragmentos de algunas de estas cartas hallamos en: Weinberg (1958), Zanetti (2002) y Amante (2010). Pero no hay -hasta donde sabemos- ningún estudio crítico sobre las cartas de Varela. 8 Las cartas se hallan dentro del Archivo del Dr. Juan María Gutiérrez, publicado por la Biblioteca del Congreso de la Nación (puntualmente, en los dos primeros tomos de los cinco que componen su Epistolario). No contamos, hasta ahora, con las respuestas de Gutiérrez a Varela.
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fueron escritas en Rio de Janeiro durante un año y medio (desde la carta del 16.6.1841, hasta la fechada el 1.11.1842)9; las restantes 34 parten de Montevideo, a donde Varela se exilió en 1829 junto con sus seis hermanos10, todos proscriptos por el rosismo. Son cartas del exilio político de un intelectual expatriado que ve, desde afuera, lo que él considera una cruenta dictadura que, año a año, va echando a perder los logros de la Revolución de Mayo. Constituyen la mitad de un epistolario (o, más precisamente, un fragmento de la mitad de un epistolario, pues no sabemos si los amigos se siguieron escribiendo luego de 1842 o si hubo cartas anteriores a 1833), y en dicha mitad presenciamos una paleta de sentimientos y necesidades, de críticas y proyectos.
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¿ De qué hablan estas cartas? Los temas recurrentes son: encargos bibliográficos (libros para comprar y/o encuadernar, artículos de prensa, apuntes de obras, poemas de los amigos), comentarios de textos recién leídos, noticias familiares y sociales, ideas políticas, miedos sobre la patria añorada, expresiones que recuerdan y refuerzan el afecto entre los amigos. Varela ama a sus hijos y a su esposa, odia Rosas, se apasiona con los documentos históricos de la época rivadaviana, se angustia con la dictadura que atraviesa su patria, se obsesiona con los detalles de encuadernaciones y de imprentas, se abate ante el calor brasilero, se enoja con los jóvenes del Salón Literario (a los que halla pretensiosos y extranjerizantes), se emociona ante el afecto del amigo. Combatir el desamparo emocional y el aislamiento intelectual en que lo deja 9 Adriana Amante incluye a Florencio Varela dentro de los exiliados antirrosistas en Brasil (a pesar de que su estancia allí fue sólo de un año y medio frente a los diecisiete en Montevideo) y comenta: “con Varela vuelve a ponerse de manifiesto la posibilidad de seguir pensando la patria en el extranjero” (p. 40). 10 Los hombres de la familia Varela-Sanxinés (los hijos, pues el padre había fallecido), declaradamente antirrosistas, emigran a Montevideo en 1829, y se convierten en figuras protagónicas de lo que la historiografía dió en llamar los primeros emigrados o los proscriptos unitarios (WEINBERG, 1985): Juan Cruz (el mayor, nacido en 1794, renombrado poeta de la época de la Revolución de Mayo y defensor de la gesta rivadaviana) y, bajo su tutela, Jacobo (n. 1796), José Evaristo (n. 1805, identificado como Pepe en las cartas de Florencio), José Florencio del Corazón de Jesús (n.1807, autor de las cartas que aquí abordamos), Ezequiel Nicolás del Corazón de Jesús (n. 1809), Rufino Antonio del Corazón de Jesús (n. 1812) y Toribio Melitón (n. 1814). La madre (María de la Encarnación Sanxinés Rodríguez de Vida, Buenos Aires 1773-Buenos Aires, 1860) y las cuatro hijas mujeres Varela Sanxinés (Juana María de los Dolores, la primogénita, nacida en 1793; María del Carmen Enriqueta, n.1804; María Paula de la Trinidad, n.1810; y María Natalia, n. 1816) permanecen en Buenos Aires.
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la proscripción, preparar el retorno a la patria cultivando obras sobre la Revolución parecen ser objetivos fundamentales a lo largo de esta escritura. En este sentido, coincidimos con Amante en que las cartas de los exiliados antirrosistas pueden ser pensadas “como un género de pasaje que, en las fronteras de la patria, recupera por la escritura el lugar simbólico de la reunión” (p. 56). Así, propone Amante, “[s] i el viaje es la educación sentimental de la mirada, el exilio es la politización del horizonte” (p. 56). Sin embargo, politización y exilio, en el caso de Varela, se exceden mutuamente: el joven -fuertemente influido por su hermano mayor, Juan Cruz (considerado el intelectual orgánico del rivadavianismo)- ya estaba politizado antes de emigrar y el drama de su proscripción abarcó todas las esferas de su vida, no implicó sólo un afianzamiento de su politización11. El interés de estas cartas no se limita a la politización de la mirada: lo más rico de ellas, creemos, es cómo permiten repensar y comprender mejor ciertas ideas muy afincadas en nuestra historiografía literaria en torno a la polémica entre clásicos y románticos. La separación en compartimentos estancos de lo estético, lo político, lo social, lo literario es más una necedad de ordenamiento historiográfico, una facilidad didáctica posterior, que una realidad epistolar de sus protagonistas. La vida misma -o, al menos, su representación escrita, parecen decirnos estas cartas- transcurría con estos aspectos vitales en constante interdependencia, hilos trenzados y cohesionados gracias a los vínculos personales. Ni sus escritos, ni sus polémicas en la prensa, ni sus discursos públicos pueden pensarse por fuera del tejido afectivo que se trama en sus cartas (y esto, me aventuro, es común a toda la Generación del ´37). Quizás porque en épocas tan tumultuosas política, social y culturalmente -tras el exilio y el inevitable sentido de provisoriedad que lo sucede (al menos, durante los primeros años, y de esa provisoriedad dan cuenta estas cartas)-, el 11 De hecho, hasta se podría pensar al revés: los años de exilio fueron convirtiendo el fervor de la lucha política en una postura menos combativa, pacifista, no exenta de melancolía y de sentido de fracaso. En la carta del 14 de junio del 39, Varela corrige al amigo: “[v]eo, por su carta, que vive V. en un error respecto de nosotros y nuestras cosas”, dice, en referencia a los emigrados de Montevideo. Se dispone a explicarle cómo es el sentir de ese primer grupo de emigrados, “…en estos tiempos en que poco más que recuerdos es permitido mandar a los ausentes” (p.212): “No sólo no se prepara, amigo mío, una reacción unitaria sino que eso es lo que más se cuida de evitar y no por hipocresía, por interés del momento, sino por pleno y franco convencimiento de la realidad de las cosas y de las necesidades de este país. Los hombres de 1828 -sin ecepción [sic]reconocen hoy abiertamente que entonces se equivocaron y no quieren, no sueñan, restablecer el sistema vencido entonces por la voluntad nacional” (p. 212).
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afecto (los vínculos en general que unían a estos jóvenes: la amistad, pero también a veces los celos y la rivalidad), era uno de los pocos elementos estables en sus vidas. En este sentido, mi lectura de estas cartas se nutre de la línea analítica propuesta por Ana Peluffo cuando busca “historizar los estados emocionales del pasado y sus complicados procesos de estetización” (p. 26). Como sugiere Peluffo, el siglo XIX “hasta ahora ha sido leído casi exclusivamente desde las ideologías de la civilización, la modernidad y el progreso” (p. 26), sin reparar en el componente emocional y afectivo como desestabilizador de dichos pares dicotómicos. Asimismo, estas cartas son (aunque este aspecto no será abordado aquí) semillero de sus escritos, zonas de simulacro -y a veces directamente artículos- de textos que luego aparecen en la prensa12. Un “sentimiento de ardiente amistad”: ¿cortesía reglada o ternura del amigo?13 Las cartas eran una forma de expresión altamente codificada, pautada por innumerables normas sobre su estructura, sus formas de salutación y su estilo14. Es difícil discernir cuánto de estas expresiones de afecto es formulaico y cuánto es cosecha personal de cada narrador. “Quiérame como le quiero yo” (p. 158), pide Varela en cada despedida. “No olvide jamás a su sincerísimo amigo Flor” (p. 160), “Le quiere a V. en el alma” (p. 181), “le repito que le quiero con todo mi corazón” (p. 191), “con toda mi alma, amigo queridísimo, doi [sic] a V. el abrazo que me pide en su carta del 6” (p. 234), escribe el amigo expatriado al poeta romántico15. 12 Como propone Simone-Martin, las cartas pueden ser pensadas como borradores, zonas de preparación, de las obras luego publicadas. 13 “Su última carta de V. me ha hecho derramar, amigo mío, algunas lágrimas de aquellas que arranca un sentimiento de ardiente amistad” (p. 190), le escribe Varela a Gutiérrez el 31 de octubre de 1835 desde Montevideo, y se refiere -inferimos- a una situación dramática de la familia del amigo. 14 Como han planteado varios teóricos de la epistolaridad, esta escritura posee numerosas reglas que delimitan desde su estructura hasta su estilo y sus fórmulas de respeto. Ver al respecto: Patricia Violi, Ana María Barrenechea, Claudio Guillén, Darsy Doll Castillo, entre otros. 15 Cabría un análisis por fuera de este artículo para atender a la evolución de estas formas del afecto en la sociabilidad masculina. Podemos afirmar, grosso modo, que un proceso de represión de esta expresividad se ha dado asimismo en el caso de los vínculos femeninos, que a medida que avanzaba el siglo XIX fueron abandonando, por ejemplo, la práctica del beso en la boca entre mujeres. Dicha práctica aparece, por ejemplo, en una novela del Romanticismo tardío,
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El cotejo con otras cartas de la misma comunidad afectiva permite ver que estas demostraciones entre amigos varones son algo aceptado en la sociabilidad de la época16, sobre todo entre unitarios, para quienes la expresión de las emociones es un valor de la civilización (la civilidad) y la cultura, opuestos a la tosquedad, a la falta de urbanidad de la barbarie federal17. “Adiós, mi Estevan [sic], va a parecerme un siglo el tiempo que tarde en abrazarle” (p. 183), “Hágame V. el gusto de darle las más finas espresiones [sic] a mi amigo Daniel Torres” (p. 217), “mil cosas mui [sic] cariñosas porque no podré olvidarle desde que tuve el placer de tratarle de cerca. Un abrazo, querido Estevan [sic], de su invariable amigo amantísimo” escribe Gutiérrez cuando se despide de su admirado Echeverría; “reciba un abrazo del que lo es suyo con todo su corazón” leemos en una carta de Mitre a Gutiérrez, “disponga V. del tierno afecto de su apasionado amigo y servidor” le solicita al mismo destinatario Vicente López18. La vida en las cartas: urgencias y encargos Un sentido de apuro, de persona sobrepasada de obligaciones, atraviesa las 54 cartas. Varela siempre está urgido por terminar. “[N] o he tenido un momento en que poder escribir” (p. 184), “Como estoi [sic] ocupadísimo y es tarde no puedo tener el gusto de escribirle tan largo como deseaba” (p. 186), “Mis tareas me permiten escribir poco” (p. 195), se queja ante el amigo y, sin embargo, no deja de escribirle. ¿A Margarita (1875), de Josefina Pelliza de Sagasta: “En aquel momento la puerta del salon que daba a la galería del primer patio, se abrió y la figura esbelta y graciosa de una joven rubia como el oro y blanca como el nácar, adelantó […], tendió su mano al primero y luego echó ambos brazos al cuello de la segunda. Margarita se puso de pié, besó a su amiga en la boca y luego le dijo:” -No te esperaba; ¡hace tanto frío, querida hermana! […] Margarita besó de nuevo á su amiga y una sonrisa tristísima rizó sus labios” (p.80). 16 Expresiones similares pueden verse en la correspondencia entre San Martín y O´Higgins. Agradezco este dato a la historiadora Norma Alloatti. 17 González Bernaldo de Quirós analiza cómo la Generación del ´37 recupera -y re-semantiza- la noción de civilidad del Antiguo Régimen Francés. “La civilidad, regla de cortesía en la sociedad de corte, por la valoración de la conversación, ha permitido justamente la emergencia de una esfera pública en el ámbito privado” (p.156). Puede conjeturarse que las formas de salutación y afecto tan efusivas de estas cartas están en línea con las pautas conversacionales de civilidad. 18 Con mayor grado de cristalización pero igualmente efusivas son las fórmulas de cortesía de la época colonial: Q.S.M.B o Q.B.S.M. son las siglas para que su mano besa y que besa su mano respectivamente, su afmo vale por su afectísimo y por S.F.Q.S. debemos interpretar su fiel y querido servidor.
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qué esta urgencia por salirse del espacio de la carta? ¿Sería una forma velada de auto-censura, la no escritura elocuente como modo de proteger al amigo19, temiendo que las cartas fueran interceptadas?, ¿o tan sólo una dificultad real (dadas sus muchas ocupaciones) o acaso la huella en la escritura de la estampida que supuso la proscripción? “Adiós, no hai [sic] tiempo ni para darle memoria de nadie” (p. 211), “la priesa [sic] con que escribo” (p. 246), “voi [sic] a hablarle breve porque el tiempo es escaso” (p. 162), “no puedo contestar con la extensión que deseo porque siempre me falta tiempo” (p. 163). Sorprende la recurrencia: el tiempo nunca le alcanza para concluir lo empezado. La queja cobra un significado de siniestra anticipación: cinco años después de la última carta aquí recopilada, Varela es asesinado por un secuaz del General Oribe, aliado de Rosas. Contra sus fuertes esperanzas de retorno a la “suspirada patria” (p. 249), a la “nunca olvidada casita” (p. 250), es apuñalado en la puerta de su casa la noche del 20 de marzo de 184820. ¿Y qué fue lo empezado y no concluido por Flor, además de su prolífica familia y sus muchos amigos?21 Varela fundó y dirigió, junto a su hermano Juan Cruz, el diario El Comercio del Plata. Como se lee en su Autobiografía, durante sus primos años en Montevideo vivió de su gabinete de abogado (el cual le permitió mantenerse sin instalarse demasiado, pues la ilusión de la caída de Rosas y el consecuente retorno a la patria latían como una posibilidad inminente). A medida 19 Algo de esto expresa Amante, pensando en las cartas de exiliados antirrosistas, en Correspondencias (p. 51-77), del libro citado. 20 El detalle -un tanto melodramático- de su muerte es narrado por Uzal en “La noche del crimen”, de su libro Los asesinos de Florencio Varela. También se da cuenta de este trágico final en las primeras páginas de su Autobiografía, escritas por los amigos del difunto. 21 Al poco tiempo de emigrar, se casa desde Montevideo a través de un poder judicial, con la joven porteña Justa Cané. Del matrimonio nacen trece hijos (entre 1832 y 1847). Una hija, Justa, muere al año de vida. Héctor Varela Cané es el primogénito y el que más aparece en estas cartas. Entre 1841 y 1842, la familia reside en Río de Janeiro porque Florencio sufría de una afección pulmonar que, según las creencias de la época, se sanaría yendo a vivir a un clima subtropical. Así se lo explica Gutiérrez a Echeverría en su carta del 21de marzo de 1841: “Florencio nos ha tenido con mucho cuidado, se resiente del pulmón de modo que no puede alzar un brazo. Pensó en pasar al Janeiro” (p. 217, del Epistolario, T. 1). Durante esa estancia de poco más de un año, otro de los hijos -cuyo nombre no figura en el epistolario- queda al cuidado de Juan María, nombrado padrino del niño por los Varela Cané. Este dato es un indicador del grado de intimidad de los amigos. Respecto de la afección pulmonar de Varela y de la recomendación médica de pasar una temporada en Brasil, la eficacia de este remedio es tal (haya sido por sugestión del paciente o por efectos fisiológicos reales) que al poco tiempo de llegar a la capital vecina, escribe Varela: “Mi salud bien, mui [sic] bien, hace años que no me hallo tan fuerte, tan dispuesto como ahora; me parece que hai [sic] en mí un cambio notable (p. 223)”.
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que la dictadura se fue afianzando y recrudeciendo, y a medida que nacían los hijos, Florencio se afincó más y más en Montevideo. El plan de residencia prolongada lo llevó a planear, junto con sus hermanos, la creación de un diario. Para ello, necesitó (como para muchas otras cosas, según veremos) la ayuda de Gutiérrez. Surge así un pedido muy específico: ya no libros ni artículos (lo que le encarga en casi todas sus cartas) sino datos sobre alguna maquinaria de imprenta a la venta en Buenos Aires (usada, en buen estado y a buen precio)22 y “la minuta circunstanciada de todo lo que contenga” (p. 188):
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[…] las libras de tipo de cada fundición, el número de pliegos que pueda componerse con cada una y sus últimos precios, últimos, últimos; para lo que puede servirle el expresado Beech […]. Basta de encargos. Pongo a ellos punto final, rogando a V. que tenga la bondad de destinarles aquellos ratos que pueda a fin de expedirse pronto y que me dispense este petardo (carta del 21 de julio de 1835, p. 188)
El envío de la maquinaria de imprenta (el cual no sabemos si se realizó o no) fue el encargo más costoso y esforzado, pero no el único. De Juan María a Florencio (en menor medida, a la inversa) el envío de libros, artículos, objetos personales ha sido constante23. Detengámonos un poco en el hábito de los encargos de Florencio Varela, pues son tan recurrentes en sus cartas como la queja por la falta de tiempo. En la carta del 6 de mayo de 1833, la cuarta de este epistolario, leemos: “Deseo que se tome V. el trabajo de ver si me encuentra en ésa [Bueno Aires] un ejemplar completo de Voltaire, que sea buena edición y barato. De ningún modo le tome sin avisarme antes el precio. Dispense V. la molestia” (p. 162). En la del 13 de marzo de 1834, dice: “tiene ésta por objeto suplicarle que me haga encuadernar inmediatamente y para ser devuelto en la Rosa [nombre del buque] un librito muy chiquito que lleva Andrés Somellera para entregar a V. y que es la Constitución de este estado” (p. 168). Luego agrega, “necesito 22 Al respecto, cabe recordar el dato que brinda Félix Weinberg en torno al cierre masivo de imprentas y de diarios durante el rosismo (p. 230). 23 Era habitual entre los proscriptos y sus seres queridos en Buenos Aires el envío de objetos a través de los barcos. La envergadura de los encargos estaba en relación con el status social de quien encargaba. Ver, al respecto, el artículo de Cristina Iglesia.
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un estuchito de matemática”; y concluye: “dos petardos24 doi [sic] a V. pues sin más seguridad que su bondad espero que me dispense” (p. 168). En carta del 12 de agosto de 1833, hace una solicitud que, aunque no la más costosa en dinero y trabajo, sí es la más obsesivamente detallada: Vaya ahora de petardos. Remito a V. en este paquete los tantas veces pedidos Diarios de Cortés y la obra de Butterweck sobre literatura castellana y portuguesa para que me los haga encuadernar. En la notita adjunta van expresados los tomos que envío de cada sesión de la de Cortés y quisiera que en los títulos del lomo se expresara ser de las Extraordinarias del año 21 a los siete tomos de ellas que van: lo mismo que ser del año 10 al 13 los nueve tomos de estos años. Los de las ordinarias del año 21 deben llevar solamente el título del volumen empastado que remito […]. La encuadernación será como la de Biblioteca aunque es preciso que ese perro infiel apriete mucho más la costura y bata más el papel. Los lomos quisiera que se asemejasen lo más posible al del volumen en pasta que remito para modelo. El papel del forro quisiera que fuese como el de la Biblioteca. La encuadernación del Butterweck, lo mejor que se pueda, en media pasta. Si los cartones del forro fuesen más gruesos que los de la Biblioteca, me alegraría. (VARELA, p. 164-65)
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La cita es extensa pero revela algo que insiste en estas cartas: el gusto casi fetichista por las encuadernaciones. Muchos de estos libros no eran para él sino para regalar o vender, por tanto, la calidad de la encuadernación era seguramente un signo de distinción de la entrega, que oficiaba casi de carta de presentación o de descriptor de la posición socio-cultural del que lo portaba. En Montevideo el acceso a los libros es muy dificultoso25: acaso el amigo sabe las penurias de la distancia 24 Petardo es uno de los pocos coloquialismos que usa Varela a lo largo de estas cartas, en las que predomina un registro lingüístico, aunque cálido, formal. Unas pocas expresiones se salvan de esta formalidad, y aparecen sobre todo en zonas textuales del afecto familiar. Por ejemplo, cuando escribe, henchido de amor, sobre su primogénito: “Héctor, guapo, sano, fuerte, con cuatro dientes y más hablador que lo que suponía D. Bartolo [probable referencia al amigo en común Bartolomé Mitre] que quedaría Da. Paulita con la sopa en vino (p. 167)”. En otra, del 30 de agosto de 1841, le envía poemas escritos por el pequeño: “Cuatro renglones solamente, querido Juan María, para incluirle la célebre composición que me ha desenvainado hoy el archicharlatán de Héctor” (p. 227). Exceptuando estas citas, el tono de Florencio suele ser grave, acorde con las condiciones de vida que atravesaba. Más proclive al registro familiar suele ser el tono de Juan Cruz Varela, quien también le ha escrito a Juan María Gutiérrez por esos años: “[M] e siento atacado por la inalterable pachorra de la ociosidad”, leemos en carta del 6 de marzo de 1830 (Las itálicas son mías). 25 En carta del 21/1/1834, leemos sobre Montevideo: “[R]abio mucho porque este pueblo gótico
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y sabe, también, en qué medida para Florencio la lectura y el estudio son dos actividades vitales26: “aprovecho cuanto puedo los días en leer y estudiar los materiales históricos que traje” (VARELA, carta del 24.8.1841, p. 225); “adelanto todo lo que me es posible el examen, extractos y copias de documentos que hallo en esta Biblioteca [la de Río de Janeiro]. Impensadamente me encuentro hoy con un volumen de doscientas páginas, todas de mi letra, que contiene los estractos [sic] de documentos de la colonia” (carta del 27.11.1842, p. 251); “Poco he cosechado aquí sobre el Brasil; pero en cambio mucho, mui [sic] nuevo y mui útil sobre la Revolución de nuestra patria. Desde que se fue Pepe, trabajo diariamente algunas horas con Rivadavia” (carta del 1.4.1842, p. 241).
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Los pedidos de material letrado (libros, artículos, poemas, mapas, memorias) son constantes, aunque no así su nivel de detalle, que al parecer es creciente: Varela tiene encargos cada vez más exquisitos y urgentes. “Vea si me encuentra ahí una edición de todo Shakespeare, en inglés, en un vol.; otro belga de todo Lamartine, en un vol., y otra belga también de todo Hugo, en dos vol.” (p. 213), le pide en la carta del 4 de junio de 1839. Luego, se detiene un momento a reflexionar sobre su hábito de pedir: “V., Juan María, cometió pecado en franquearme su amistad y admitir la mía, porque hasta ahora sólo le soi [sic] a V. un peso y no lijero [sic]. Ya V. ve cuánto encargo le he hecho” (p. 199). Sin embargo, rápidamente vuelve a la carga: “pues allá va otro. Deseo adquirir algunas obras históricas, filosóficas, políticas, administrativas y aún literarias, en inglés; por supuesto que sean orijinales [sic] y ediciones de Inglaterra porque las re-impresiones norteamericanas son pésimas” (carta del 1º de agosto de 1837, p. 199). Unos meses más tarde (en la carta del 17 de octubre del mismo año), tras declararle su enojo porque hace mucho que no recibe noticias de él, escribe: “Ahora solo puedo escribir los pocos renglones que mi interés exige, mi solo indiferente y mezquino no es para apreciar producciones del entendimiento. ¿Creerá V. que en mi casa, donde cada día entran y salen diez personas distintas y con las relaciones que tengo no he podido aún vender sino la mitad de diez ejemplares que me mandó Arenales de su obra sobre el Chaco? Esto da vergüenza y sin embargo es así” (p. 166). 26 Esto es un rasgo común de Florencio y Juan María: ambos están abocados a la creación -a partir de la recopilación de documentos históricos- de libros sobre la patria y la Revolución de Mayo. Hacer un abordaje sincrónico de este epistolario para ver la importancia del trabajo intelectual como mecanismo de supervivencia emocional en los emigrados unitarios de la primera ola requeriría de un artículo por separado de éste.
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interés, amigo mío […]. Necesito dos obras [...] cuando digo las obras de Heinecio, hablo de la colección de ellas, tan completa como se pueda [...] deseo que sean en latín” (VARELA, p. 203). El encargo recurrente: que las compre, las entregue en mano a Marianito Cané y éste las envíe en el primer buque que salga para Montevideo. Este gesto de encargar, lamentarse por hacerlo pero persistir en los pedidos, ¿supone una ambivalencia de Varela o es parte de los códigos de sociabilidad de la época? Cuanto más se lamenta y disculpa, más exigentes son los pedidos. ¿Incomodaría a Gutiérrez como nos incomoda hoy a los lectores de estas cartas? ¿Hay aquí algo abusivo, dada la admiración que le profesaba el joven Juan María?27
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Añorar la patria A pesar del agravamiento de las medidas represoras de Rosas, cuanto más tiempo lleva de emigrado, más insiste Varela en soñar primero -y planear después- su regreso a la patria. Si en las primeras cartas puede verse cierta reticencia a abordar el tema28, en la carta del 22 de diciembre de 1841, leemos: En fin, querido, días vendrán en que conversando y discutiendo, con V. y con otros, confirmaré o enmendaré, pero ensancharé siempre mis ideas. Mi esperanza en esos días no me abandonó ni aún en medio de los desastres que me anunciaron ustedes antes; esa esperanza, querido, no puede morir porque es esperanza de libertad, que como ésta tiene her habitation in the heart, palabras que V. conoce bien (p. 237, cursiva original)
Un poco antes, el 24 de agosto del ´41, se había despedido del amigo dando por sentado su pronto regreso a la patria: “Al Sor. 27 Son varios los pasajes en los que se infiere que Gutiérrez admira enormemente al amigo emigrado. Veamos uno de ellos: “Confieso a V. que me lisonjea muchísimo ver que siempre se conserva V. entre mi familia como cuando yo estaba ahí; mi imaginación y mi espíritu trabajan cuanto es posible para persuadirme a que nada se mudará en las afecciones de todos los míos sino es su progresiva intensidad. Pero, una vez por todas, querido, cese V. de hablarme de su reconocimiento porque acabará V. por perderme haciéndome creer que soi [sic] más de lo que soi [sic] y que hize [sic] más de lo que hize [sic]” (carta del 7 de octubre de 1841, p. 228). 28 En la carta 8, del 2 de enero de 1834, se lee: “Nada quiero decirle acerca de lo que V. me habla del estado de ese país; amigo querido, esa memoria marchita mi corazón y es la causa única de mis pesares. No hablemos de eso. Procure V. no perder su juventud mientras pasa el torrente de la desgracia. La mía se perdió envuelta en él” (p. 166).
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Echeverría y los amigos todos mis recuerdos amistosos; espero que no romperán ustedes su unión íntima y que a mi regreso, tendré la satisfacción de verme en medio de los mismos con quienes antes partía mis ocupaciones y mis pasatiempos” (p. 227). Sin embargo, el 20 de junio del ´42, recordando el 25 de mayo, Varela escribe: [U]stedes, a lo menos, se hallaban bajo el cielo de la patria y donde podían ser comprendidos. Yo, en un país donde se ignora -literalmente es así- qué suceso recuerda el 25 de mayo […]…yo, mi amigo, en medio de gente fría, indiferentísima a los sufrimientos de nuestra patria, que sólo juzga por los resultados que se ven, me veo realmente humillado a un punto horrible. (p. 247)
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En la misma línea de añoranza y lamentos hacia Buenos Aires durante el rosismo, se lee: ¡Pobre Buenos Aires! ¿Creerá V. que el amor a esa patria infeliz crece todavía, al cabo de nueve años de ausencia, de persecución y de infortunios? ¡Pobre Buenos Aires! ¿Dónde estará trazada la línea que sirva de término a la carrera de ese hombre desbocado? ¿Cuándo se divisará? (carta del 20 de abril de 1838, VARELA, p. 207)
Unos años más tarde (en carta del 29 de noviembre de 1841), la gravedad ha aumentado: Lúgubre es como todas las de su fecha la carta de V. del 5 en lo relativo a patria y no puede, en verdad, ser de otro modo; desastre sobre desastre, unos más graves que otros […]. Pero, mi amigo [sic], no hai [sic] que desesperar… ¡Qué cara estamos comprando la libertad y la cultura de nuestra patria!. (p. 233)
Es en relación con el dolor de no poder volver, creemos, que hay que leer las recalcitrantes y ácidas críticas de Varela a los discursos de inauguración del Salón Literario (y a todos los artículos e intervenciones de sus amigos). El silencio de Juan María Se va tramando así un vínculo muy particular entre los amigos.
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Aunque sólo dos años mayor, Varela (ya padre de familia, exiliado, abogado y periodista establecido) tiene una actitud a veces paternalista hacia Gutiérrez (soltero, aún viviendo en la casa solariega). Este paternalismo consiste en autorizarse a dar consejos desde una posición siempre moderada, racional, asertiva, y censurando todo exceso o rebeldía juvenil29. En carta del 15 de marzo de 1834, Varela declara sentirse afligido por “el extravío que han sufrido en los últimos tiempos las buenas ideas y los principios del buen gusto” (p. 171). No vacila en marcarle al amigo la senda que deben seguir él y los demás jóvenes en Buenos Aires:
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Manténgase V. firme: los clásicos encierran siempre la luz como el pedernal en su seno; la de los románticos es la del fósforo; harto lamento que nuestro Thompson siga esas banderas; trabaje V. por apartarlo de ellas; hágale que se dedique a nuestros autores y a cultivar nuestra lengua; que busque lo sólido más bien que lo brillante; tiene jenio, mucho jenio; hace bellos versos y versos que no son románticos (p. 172)
¿Será por agobio ante este paternalismo que Juan María hace un silencio de casi un año, durante el cual no le escribe al amigo exiliado, de tono cada vez más severo, nostálgico y pedigüeño30? ¿O sería simplemente por falta de tiempo, absorbido por la intensidad de los acontecimientos en Buenos Aires? En carta del 27 de febrero del 29 Dicho paternalismo excluye el manejo del dinero, sobre el cual Varela, lejos de una actitud proveedora o al menos proteccionista, se la pasa encargándole cosas al amigo y no siempre se aclara -no al menos a través de este corpus- si le paga todo aquello que le encarga. 30 De este silencio nos enteramos, no sólo por las fechas entre las cartas 11, 12, y 13 (del 27 de febrero, 15 de marzo y 28 de mayo de 1834, respectivamente -cartas extensas en las que Florencio se explaya en torno a las distancias entre el romanticismo y el clasicismo, y que son las piezas más conocidas de estas 54 -citadas por Weinberg en su pionero estudio sobre El Salón Literario) y la carta del 16 de diciembre de 1834 hay un largo silencio. Quizás a este período corresponda la pieza muy curiosa, escrita por Justa Cané y sin fecha, ubicada en otra zona del Epistolario, que revela que hubo un desencuentro entre los amigos, un hiato en la correspondencia: “Si yo i [sic] mi Florencio lo hubiéramos querido menos, quizás, Juan María, estaríamos un poquito resentidos con V. porque V. crelló [sic] que mi Florencio ni hizo todo lo que puedo [sic] para consegirle [sic] el pasaporte después que estuvo combensido [sic] que V. se iba; al principio Florencio hubiera deseado que V. no se fuera porque crea V. Juan María, que Florencio es mui [sic] amigo de V. y le dolía oir [sic] que hablaran mal de V. y quizás él le habló a V. con mucho calor sobre esto, y fue la causa que usted le escribirá [sic] con más calor de lo que lo hubiera hecho si hubiera estado en más calma que cuando V. escribió a mi Florencio, pero Juan María, esto pasó y no crea V. que ni un día hemos dejado de quererlo a V. como a un hermano” (p. 258). Es llamativa esta intervención femenina, entre otras cosas, porque testimonia la poca instrucción de Justa, en un entorno en el que los errores gramaticales -masculinos- son culturalmente penalizados. De hecho, Varela le marca varios al amigo en estas cartas.
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´37, Varela increpa angustiosamente al amigo: Pero ahora dígame V. porque deseo saberlo el motivo de tan largo silencio de su parte. Yo escribí a V. varias cartas, […] no tuve oportunidad de ver letra de V. y, por abreviar, su última carta es del mes de abril del año pasado. ¿Quiere V. hacerme el favor de decirme, con verdad, el motivo de ese silencio? (p. 197)
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Luego agrega, afectuoso: “También deseo saber qué hace V., en qué ocupa su cabeza y su tiempo, qué estudia, qué trabaja y todo eso quisiera saberlo por V. mismo” (p. 197). Sin embargo, su dolor no lo frena de plasmar, una vez más, su mirada apesadumbrada y severa, casi como la de un padre decepcionado ante el descarrilamiento de su prole: Aquí, en mi modo de ver las cosas, estoi [sic] aflijido [sic] por la suerte futura de nuestra juventud y V. mi buen amigo, es uno de los pocos en quienes confío. He visto y veo ahora mismo ejemplos que me prueban que nuestros jóvenes no sólo han errado el camino de la razón, no sólo tienen pervertido su gusto literario, sino que también van perdiendo la dignidad propia y sacrificando eso que llaman pundonor, carácter, elevación. […] Ataque V. eso, Juan María, combata ese espíritu capaz de perder toda nuestra juventud y haga V. ese servicio a su país (p. 197)
Quizás como consuelo por no poder estar en Buenos Aires, quizás por identificación con la generación anterior, Varela ve a los jóvenes románticos con un creciente desdén. Parece convencido de no estar perdiéndose nada interesante al no poder estar entre ellos. Imbuido de cierta solemnidad y de cierta vejez prematura (tiene sólo 30 años), las conductas y discursos de los jóvenes del Salón Literario (sus contemporáneos y amigos con quienes solía compartir la vida de estudiante) le parecen llenos de excesos e improvisación. Pero, además, envía otro petardo al amigo, quizás el más exigente de todos sus encargos: que lo represente, que frene y atempere a los jóvenes amigos como lo haría Varela si estuviera allí (o como Varela imagina que haría si nunca se hubiese ido de la patria). Veamos brevemente los comentarios desplegados por Varela en la carta previa al silencio de Gutiérrez. Lo primero que critica del
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Salón Literario es la escasa y heterogénea participación. Su crispación aumenta ante Alberdi: cuya presencia en el proyecto no ha de aportar nada (en visión de Varela) pues es un joven extraviado, henchido de excesivo amor propio, que “se ha apresurado muchísimo a escribir y publicar antes de estudiar” (p. 199); y además: “será mui [sic] bueno o mui [sic] malo, pero yo no puedo decidirlo porque a ecepción [sic] de la idea dominante (qe [sic] también es falsa) digo a V. con la más sincera verdad que no comprendo una sola de sus frases” (p. 200)31. Así, en su discurso de presentación, “[h]ai [sic], además, muchísimo de falso, de evidentemente falso” (p. 200). Sobre el discurso de Marcos Sastre, escribe haber “visto pocas cosas escritas con menos gusto y en un estilo más propio para cansar” (p. 200).
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Gutiérrez parece aceptar este paternalismo. Ahora bien, la relación entre Gutiérrez y Varela, ¿es igual a lo largo de los diez años de esta correspondencia? Si el paternalismo y los rasgos hasta aquí señalados (la ansiedad ante la escasez de tiempo, los muchos encargos, la nostalgia por la patria, el desprecio hacia el Salón Literario) son constantes, no lo es el tono. Mientras que las primeras cartas son alegres (aparece siempre la palabra placer, el agradecimiento por visitas, regalos y agasajos, una marcada celebración del cariño), esta frescura dicharachera va cediendo terreno a la gravedad y al tinte melancólico. Es en el caldo de esta pesadumbre que debe leerse su defensa a ultranza del clasicismo, en desmedro del romanticismo. No hay, en verdad, diferencias conceptuales importantes entre las ideas de Gutiérrez y las de Varela: no al menos en los argumentos de Florencio en estas cartas. Tras esgrimir varias críticas a los jóvenes del Salón Literario, Varela se excusa: Basta de esto; figúrese V. qué puede salir de una cabeza atestada de pleitos que dan asco; de leyes que forman un cahos [sic] , de doctrinas que consumen la imaginación y el juicio; y qué puede dar una pluma que corre sobre el papel sin que haya tiempo ni aún para pensar lo que ella estampa. Disculpe V. el desaliño de esta carta. (Carta del 1º de agosto de 1837, p. 202)
31 Es interesante recordar aquí lo que propone Alejandro Parada al recopilar las lecturas de estos jóvenes: todos ellos -todos, incluso Varela antes de exiliarse- se nutrían de obras clásicas. No habría por qué suponer grandes diferencias en la formación intelectual entre Varela y sus amigos (p. 29-93).
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Otro signo de pasaje desde el tono alegre de las primeras cartas hacia el grave y prescriptivo de los años brasileros es el reemplazo de géneros en su escritura: si al principio, Varela comparte sus poemas con Gutiérrez, con los años abandona la poesía y su “malhadada comedia” (p. 168) y se va inclinando hacia las investigaciones de documentos y relatos orales en pos de la construcción de una Historia de la Argentina. El cambio de género de escritura quizás se deba a que Varela nunca se ha sentido cómodo con sus producciones ficcionales32.
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El conocimiento sobre el proceso de des-colonización del continente es algo muy valorado por Varela: fundar una bibliografía americana es una misión asumida como urgente y personal, estrechamente ligada a la lucha contra el tirano33. Varela se carga al hombro la tarea de redactar una historia de la Revolución de Mayo: esto tiene el beneficio personal de dar sentido a su paso por esa ciudad pero también es un modo de rescatar a sus antecesores revolucionarios y legitimar su antirrosismo. Conclusiones: una orilla de la amistad Como tantos otros emigrados del mundo y de la historia, Varela parece tener -según se lee en sus cartas- dos refugios para sobrellevar su proscripción: los afectos y la escritura. Los afectos se reparten entre los que están con él (su esposa, sus numerosos hijos y hermanos), más la familia de Buenos Aires y los amigos de ambas orillas. Tanto con la escritura como con los afectos -o, mejor dicho, en la trama que sustenta a ambos- está muy presente Juan María Gutiérrez. 32 Veamos algunos ejemplos de esta incomodidad: “Mal hace V., querido, en alimentar la esperanza de gozar mucho, ni aun poco, con la lectura de mi comedia, no porque deje V. de leerla sino porque no es ella una pieza capaz de deleitar ni aun de desterrar el malhumor. No, amigo mío, y mucho me temo que muera sin ver la luz, aunque siempre será después que V. la conozca” (carta del 28 de mayo de 1834, p. 173). El año anterior, a propósito de unos poemas que les ha enviado a Thompson y a Gutiérrez, escribe: “Mentiría si dijese que no estoi [sic] contento con el juicio que V. y Thompson formaron de mis versos soit faiblesse ou raison, creo que no son los peores que he hecho, aunque tampoco les dé gran estimación” (p. 162). Un mes antes, al enviarles estos poemas, había confesado al amigo: “he escrito versos, pobres versos sobre los que espero el juicio de V. y de Thompson” (carta del 9 de abril de 1833, p. 160). 33 Myers explica este gesto fundacional (el arrogarse el peso -o el honor- de fundar una literatura para la Nación (es decir, por ese entonces y para estos jóvenes, para la provincia de Buenos Aires): “los escritores de esta generación desarrollaron un programa cuyo punto de partida era la inexistencia previa de una literatura auténticamente nacional” (p. 307).
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Borradores de ensayos a publicar en la prensa, gestiones políticas, negocios, proyectos de libros fundacionales, planificación de mudanzas, nuevas amistades, amores, peleas, catarsis de dolencias físicas y del alma: para todo esto servían las cartas de los proscriptos. Durante la dictadura rosista en la Argentina (1829-1852), la carta fue el medio material a través del cual se ejercían y cohesionaban las esferas de socialización que sostenían las vidas dispersas en el exilio. Mucho queda por analizar de este riquísimo corpus del Archivo de Gutiérrez. Por suerte, como plantea Lila Caimari, “[l]a mejor cosecha de archivo es la que admite un margen amplio para las fugas, la que encuentra lugares para lo que no funciona del todo o no funciona todavía, o funciona por fuera de la razón que lo sacó del olvido” (p. 85).
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Resumen: Este artículo analiza la correspondencia entre Florencio Varela (Buenos Aires, 1807 - Montevideo, 1848), intelectual proscripto durante la dictadura de Rosas, y su amigo, el crítico literario Juan María Gutiérrez (Buenos Aires, 1809 - Buenos Aires, 1878). Estas 54 cartas privadas, aún poco exploradas por la crítica, permiten reconstruir la idiosincrasia y los modos de socialización y afecto entre los emigrados antirrosistas de la Generación del ´37. Palabras clave: Florencio Varela. Juan María Gutiérrez. Correspondencia. Generación del ´37. Literatura Argentina del Siglo XIX.
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Abstract: This article analyzes the correspondence between Florencio Varela (Buenos Aires, 1807 - Montevideo, 1848), an exiled intellectual during Juan Manuel de Rosas’ dictatorship, and his friend, Juan María Gutiérrez (Buenos Aires, 1809 - Montevideo, 1878), a literary critic. In these 54 letters -yet unexplored by cultural critics- I study the cultural climate of the 37 Generation with an emphasis on affect, socialization and the construction of the self. Keywords: Florencio Varela. Juan María Gutiérrez. Correspondence. Generation 1837. Nineteenth-Century Argentine Literature.
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De cara a la barbarie: el viaje a Nicaragua de José Batres Montúfar
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Ricardo Roque Baldovinos1
A José Batres Montúfar (1809-1844), figura consagrada del canon literario guatemalteco, se le ve como uno de los representantes del romanticismo en Centroamérica y se hacen paralelos entre su muerte precoz y los destinos de Lord Byron o Edgar Allan Poe (BATRES JAÚREGUI, 1982, p. 97-101). Una lectura más cuidadosa de su obra arroja, sin embargo, más afinidades con la poética neoclásica y la filosofía estoica. Entre sus modelos literarios pesan más oscuros satiristas del dieciocho, como Gianbattista Casti, que Lord Byron. En esta invención romántica de nuestro autor, uno de sus poemas más estudiados, San Juan, se ve como una manifestación precoz del telurismo del siglo 1 Doctor en Literaturas Hispánicas por la Universidad de Minnesota. Profesor del Departamento de Filosofía de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, El Salvador.
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veinte. Sin embargo, examinada desde una perspectiva históricocultural más crítica, esta obra nos ilumina sobre un problema más fundamental: la configuración del imaginario político y cultural de la primera generación de intelectuales centroamericanos que alcanzó su madurez durante el colapso de la Federación Centroamericana. En el presente trabajo propongo leer San Juan como el resultado de la búsqueda de una escritura literaria, que puede rastrearse hasta la correspondencia del autor redactada durante su participación en la expedición para explorar el trazado de un futuro canal interoceánico en Nicaragua. Durante dicha expedición ocurrió la muerte de su hermano menor, Juan Batres Montúfar, circunstancia existencial que,
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según la crítica, originó el poema. Sin embargo, iré más allá del dato biográfico e intentaré reconstruir el itinerario de una escritura que opera demarcaciones relevantes que permiten al autor redefinir su identidad personal en un momento de crisis, afirmar su pertenencia colectiva e, incluso, expresar sus convicciones sobre el tipo de literatura que se requiere para hacer sentido de su tiempo. El viaje a Nicaragua En el año de 1837, José Batres Montúfar y su hermano menor, Juan, ambos miembros del ejército de la federación centroamericana, se enlistaron en la expedición del británico John Baily, que tenía por objeto explorar el posible trazo de construcción del canal interoceánico (BATRES JÁUREGUI, 1982, p. 39-40). Es importante recordar que el momento en que ocurre la expedición es particularmente crítico en el devenir histórico del istmo. Por un lado, la mencionada expedición daba continuidad al optimismo ilustrado que estaba convencido que esta sería la mejor manera de vincular de manera estable al istmo centroamericano con el sistema capitalista mundial. Pero, en el mismo momento que se realiza la expedición, se desataba una epidemia de cólera que no sólo causaría grandes penurias en términos humanos, sino agudizaría tensiones políticas que atravesaban el recientemente creado estado centroamericano. El pánico que resultó de la peste será uno de
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los desencadenantes de la revuelta del conservador Rafael Carrera en Guatemala, que llevaría finalmente a la disgregación de la República Federal de Centroamérica (WOODWARD, 1991, p. 157-158). En resumen, la circunstancia existencial de la tragedia personal del poeta, se sitúa en una encrucijada histórica: el entusiasmo del canal, como expresión de la fe en el progreso; y el terror de la peste, no sólo como amenaza de muerte física sino como anticipo de la catástrofe política que asedió a la región centroamericana desde su independencia de España en 1821. Entenderemos mejor entonces la literatura de Batres Montúfar en estas coordenadas donde se dan cita lo existencial y lo histórico.
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Nuestro autor pertenecía a la más rancia élite guatemalteca. Su padre, José María Batres y Asturias, se había distinguido como funcionario de la administración colonial. Sin embargo, su limitada fortuna se verá prácticamente evaporada como resultado del colapso del estado colonial y de los conflictos civiles de la federación. Ello no impidió que sus hijos recibieran una esmerada educación y participaran de las tertulias que animaban la vida cultural y política en la ciudad de Guatemala. El hijo mayor, José Batres Montúfar, además de ser asiduo lector y precoz escritor, sobresalió en las matemáticas, obtuvo el título de artillero del ejército y se recibió luego de agrimensor. La expedición de Baily era una oportunidad que el poeta guatemalteco abrazó con entusiasmo, pues no sólo pondría en práctica sus conocimientos científicos, sino consolidaría una carrera que le permitiría asegurar la situación incierta de los suyos. Su hermano Juan, siete años menor que él, se contagió del entusiasmo por esa aventura y lo acompañó en la expedición. En ruta a su destino, atravesaron los estados de San Salvador y Nicaragua, hasta arribar al puerto de San Juan, en la costa caribe. A los pocos días de la llegada, ambos hermanos se contagiaron de una grave enfermedad tropical. Por cierto, no se trataba del cólera, sino aparentemente de paludismo. Juan murió a las dos semanas, el 2 de junio de 1837, luego de intensos padecimientos.
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La escritura epistolar
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A José Batres Montúfar, su familia le reprochaba no ser un corresponsal asiduo2. Las cartas que se conservan de su más temprana participación en las guerras de la federación entre 1827 y 1829 en el estado de San Salvador, y su cautiverio en la ciudad de Sonsonate, son escuetas e impersonales y carecen de voluntad de estilo. Se limitan a consignar brevemente algunos sucesos de la campaña militar, a informar de su recorrido y a formular pedidos de libros y tabaco, a su familia. Las cartas de la primera parte de la expedición a Nicaragua, antes de la desgracia, no son muy diferentes. Se conserva también su cuaderno de notas de ese mismo trayecto del viaje (ARZÚ, 2009, p. 184-188). Este es básicamente una bitácora que registra fechas, lugares, coordenadas y medidas de profundidad de las aguas del Lago de Nicaragua y el río San Juan. Son señales que revelan su dedicación a la misión y la plena confianza en el poder de su saber científico como guía segura hacia su destino, así como el poco interés de consignar sus vivencias más personales. La propia enfermedad y la muerte del hermano marcan un punto de inflexión en la escritura de su subsiguiente correspondencia. A partir de allí, esta se vuelve más abundante e efusiva. Este giro se nota ya en una breve nota que agrega al pequeño cuaderno de anotaciones de su hermano: Este cuadernito hizo mi pobrecito Juan y con el objeto de escribir el derrotero de nuestra maldita expedición a Nicaragua: El infeliz lo comenzó como se puede ver, hasta el día que llegamos a este puerto de San Juan. Mi pobre, mi querido Juan se enfermó el 19 o 20 de mayo; murió el 2 de junio, viernes, a las 3 y cuarto de la mañana…. Yo que hasta hoy he vivido 7 años más que él, no he muerto: vivo para llorarlo: el pobre tenía 21 años y pocos meses según dijo, recordando su edad poco antes de morir. Con su pérdida terminaron todas mis esperanzas y todos mis deseos de dicha. Adiós, Juan, adiós. Que el resto del cuaderno quede en blanco como lo dejaste creyendo que vivirías para llenarlo, y aun mucho más: porque tenías 21 años y entonces es uno muy joven: es una criatura que puede vivir mucho. Que no se escriba en este cuaderno sino la fecha de mi muerte y la de cada individuo del resto de mi familia. El racimo se empezó a desgranar. -Sn. Juan del Norte, junio 20 de 1837. (ARZÚ, 2009, p. 183-184) 2 Una colección extensa de su correspondencia y otros documentos se encuentra en ARZÚ, p. 161-313.
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En esta anotación que el poeta escribe para sí mismo, consigna por primera vez la decepción de una aventura que se ha transformado en muerte, es la maldita expedición. La catástrofe que entierra las ilusiones del viaje, pero que también confirma lo efímero de la vida y la certeza de la muerte que acecha tanto a él como a su familia. La escritura de la muerte
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En las cartas escritas inmediatamente después de la muerte del hermano, Batres Montúfar nos deja testimonio del fiel cumplimiento de sus deberes familiares. El primero de ellos es reconstruir para los suyos el relato de la terrible y prolongada agonía de su hermano. Ello lo hace en la carta fechada el 13 de junio de 1837, un documento intenso y desgarrador. Allí manifiesta el enorme afecto a su hermano, pero también la conciencia de su deber de hermano mayor, que lo hacía responsable del bienestar del joven ante el grupo familiar. La escritura de la carta tiene como propósito demostrar ante su familia que ha sabido acompañar a su hermano en el trance de muerte. Este deber es particularmente oneroso porque, según nos informa el autor, también padece de la enfermedad, y apenas logra mantener la cordura. Elaborar esa carta demanda una puesta en escena enunciativa muy elaborada (BOUVET, p. 77-88). Allí se recrea a sí mismo como personaje y se muestra en plena posesión de sus facultades, lo que le permite hacer un minucioso recuento de todos los detalles del padecimiento y la agonía del hermano. Para subrayar su propia lucidez, recurre al vocabulario científico del momento, y recrea una sangre fría sorprendente del cuerpo agónico del hermano y de los cuidados solícitos que recibe: [Y]o aproveché la coyuntura de estar algo más fresco para hacerlo tomar un vomitivo de ipecacuana, que no le sacó del estómago más que agua amarilla; lo sujeté a tomar caldo de gallina y atole, a lo que se prestó con suma docilidad […] El 24 [de mayo] creció la calentura como a las 8 de la mañana, con un ardor en los brazos, las manos y el vientre, que él comparaba a haber bebido plomo derretido […] Yo me informé de que otras tres personas acababan de estar lo mismo y de sanar con purgas de sal de Inglaterra que le administré, y produjeron copioso efecto. (ARZÚ, 2009, p. 190, destaque mío)
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Se reserva hablar de sus propias emociones y se presenta a la vez como testigo objetivo y como cumplido ejecutor de las acciones prescritas por el saber médico al alcance y por el deber familiar: entré y hablé a Juan como si nada hubiera sucedido; sólo me dijo: “estoy completamente tranquilo, no temo la muerte, pero conozco por la primera vez que amaba algo la vida: sólo siento que este pedacito de hombre no haya servido de algo”: no hablo, por supuesto, de la impresión que todo esto hacía en mí. (ARZÚ, 2009, p. 191)
Esta escena es puesta a funcionar nuevamente a la hora de relatar el desenlace fatal:
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En fin, el viernes 2 de junio, como a las 3 ¼ de la mañana, dn. Juan Baily me llamó la atención en mi letargo para decirme: “dn. Pepe, tenga U. valor; ya es hora de pasar al otro cuarto”. Encogí los hombros, deseando fiebre que me acabara de trastornar la cabeza: diré poco de mí: esa noche deliré, pedí absurdos, quise ponerme en camino, etc. Dn. Juan me habló de vestido para Juan: dije que le pusieran lo mejor que hallaran en los baúles y, principalmente, su escapularito azul que le dio mamá, compañero del mío. (ARZÚ, 2009, 193)
Es la estrategia del laconismo y el sobreentendido, el understatement, pues cuando dice “ya es hora de pasar al otro cuarto” se refiere al acuerdo al que había llegado con Baily de qué hacer cuando se produjera el deceso del hermano. Contrasta aquí el narrador que recuerda con el personaje que construye de sí mismo, ausente, enajenado más por la fiebre que por el dolor. En una carta posterior, fechada el 10 de septiembre y que dirige a su primo José Montúfar, construye una imagen de sí mismo muy distinta. Allí revive el momento fatídico y abunda en detalles sobre su alterado estado emocional y da rienda suelta al remordimiento por no haber podido estar presente en el momento de la muerte: como yo estaba con un acceso de calentura, no pude estar con él; fui un cobarde en dejarme postrar, el infeliz sintió el momento que se acercaba porque lo oí como querer hablar o llorar y tal vez se creyó abandonado de su hermano; merezco morir ahorcado, descuartizado, punzado, estoy por aborrecerme yo mismo: debo de ser el mayor poltrón del mundo: todo esto me quita el sueño y la salud (que ya no vale nada) y sólo me consuela la idea de morir un poco más abandonado que Juan. (ARZÚ, 2009, p. 135)
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¿Cómo resuelve Batres Montúfar su culpa y la pérdida de su hermano? José Batres Montúfar se identifica con el bando conservador durante las guerras de la Federación. Cabría esperar, entonces, en una crisis de esta magnitud, el recurso a la fe. Sin embargo, al examinar su correspondencia es llamativa la casi ausencia de invocaciones a la divinidad. Los sacramentos, encomendarse a sí mismo y a su hermano a Dios, aparecen más bien como formalidades externas, aun cuando se les deba estricto cumplimiento. Más aún, en la carta dirigida a su primo que acabamos de citar, su desesperación y la falta de consuelo en la fe, las confiesa, cuando le explica por qué descarta la opción del suicidio: “Papá, mamá y las 4 niñas han podido conmigo más que todas las consideraciones religiosas” (ARZÚ, 2009, p. 134).
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Esta falta de fervor religioso, sin embargo, no parece ser una rareza entre los hombres de su clase y de su condición social, aun cuando se declaren conservadores. Para entender esto, revisemos otro intercambio epistolar. Recordemos que el relato contenido en la epístola del 13 de junio no puede arribar intempestivo a sus destinatarios. Debe ser precedido de la noticia de la muerte a su familia de manos de un mensajero idóneo, dada la infranqueable distancia. Para ello dirige una carta a un sacerdote amigo, que frecuentaba las tertulias intelectuales de la familia, el canónigo José María de Castilla. Lo primero que llama la atención es la definición de la tarea del canónigo por parte de nuestro autor: “Perdóneme el mal rato, canónigo, digo el mal rato que este oficio le va proporcionar: U. va a clavar este puñal en una familia; pero no con la mano de un verdugo, sino con la de un cirujano benéfico que hace una operación indispensable” (ARZÚ, 2009, p. 195). Solicita los oficios espirituales del sacerdote, sin embargo, se refiere a estos recurriendo al vocabulario médico. Pero igualmente inesperada es la respuesta del canónigo: Si yo escribiera a otro hombre emplearía uno o dos párrafos para templar su dolor y quizás repetiría cuatro lugares comunes que se usan en las cartas de pésame, que irritan más que consuelan a los hombres de espíritu. U. tiene filosofía y todos los recursos que son necesarios para soportar estos golpes y debe saber también que soy su verdadero amigo por simpatía y que la prosperidad o la adversidad de U. siempre tomaré en ella una gran parte. (ARZÚ, 2009, p. 197)
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Esta respuesta es reveladora de cómo nuestro autor habrá de reinventarse a sí mismo luego de la pérdida. La ciencia y la fe se han mostrado impotentes. La primera para salvar de la muerte al hermano querido; la segunda para dar un consuelo seguro ante el dolor que de la pérdida. Y vemos que el canónigo culto no tiene problema en reconocer sobre la inutilidad de los convencionalismos religiosos para un hombre de espíritu como nuestro autor. Apela entonces a su filosofía, para templar su dolor. Templar es aquí la palabra clave, pues alude al valor de templanza, central en el ideal del autodominio prudente de la cultura del barroco (SOLDEVILLA). Se echa así mano a una tecnología del yo donde el autoexamen y la disimulación juegan un papel central en la sujeción de la afectividad a la razón práctica (la prudencia), adquirida a través de un largo esfuerzo y duras pruebas. Es una experiencia de subjetividad que tiene poco que ver con la negación emotiva de la “hybris del punto cero” ilustrada (CASTRO GÓMEZ) o con la efusividad sentimental del romanticismo. Este recurso al ethos estoico del barroco en el manejo de la afectividad en esta experiencia límite es importante, pues permite a Batres Montúfar manifestar de manera más decidida su adhesión a su colectivo de referencia, la familia, al compartir una peculiar sensibilidad, introspectiva y cautelosa. Es un núcleo familiar compacto que expresa un continuo afecto, pero que protege celosamente su intimidad. La escritura epistolar se convierte aquí en la herramienta que mantiene vivo el vínculo afectivo en la distancia, y en confirmar el decoro de la actuación ante circunstancias difíciles. De esa manera, el autodominio prudente que el sujeto epistolar exhibe ante su núcleo familiar, lo afirma como ser humano pleno, poseedor de razón, o de filosofía, para emplear la expresión del canónigo de Castilla. Esta sensibilidad de clase se confirma y da un firme sentido de identidad al autor y sus interlocutores, pues le permite administrar recatadamente sus afectos. Esta cualidad de su grupo se confirma cuando al explicitar la frontera de clase en el relato de la reacción de Gregorio, el criado de la familia que los acompaña por Nicaragua y que por haber caído presa de la misma enfermedad se entera tardíamente de la muerte del amo: “lo lloró y le pagaré cada lágrima con dinero, cuidado y amistad todo
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el resto de mi vida” (ARZÚ, 2009, p. 195). Es la efusión lacrimosa que puede permitirse un sujeto de clase inferior, pero que es agradecida y retribuida como expresión vicaria de un sentimiento que Batres no se puede permitir expresar en público, o del que al menos se cuida de mencionar en su carta.
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El recurso al autodominio prudente y la confirmación a través de él del vínculo familiar y de clase, le permiten sobrevivir la catástrofe de la aventura y la soledad a la que lo obliga su deber de militar. Es un recurso que, según se nos muestra en varios puntos de su correspondencia, le permitirá sobrevivir como sujeto, ante el acecho de la locura o la tentación del suicidio. La virtud de la templanza que ensaya y personifica a través de sus cartas le permitirá, como adelantamos al comienzo de este trabajo, redefinir su propia identidad, su pertenencia colectiva y sus opciones estéticas. Convalecer en Granada Recuperado de las secuelas del paludismo y buscando protegerse de la inclemencia de la estación lluviosa, nuestro autor se asienta por unos meses en la ciudad de Granada. Allí redacta varias cartas. Cabe destacar las dirigidas a su familia, como destinatario colectivo, y especialmente la que dirige a su amigo de infancia, Miguel García Granados quien llegaría a ser presidente de Guatemala al retorno del dominio liberal en 1871. Describe en estas misivas no sólo su estado de ánimo, todavía fluctuante por efectos de la convalecencia y del duelo, pero también reporta sus exploraciones del mundo granadino, que le impacta vivamente. Estas cartas constituyen una especie de documento etnográfico, donde se concentra en describir a los habitantes, sus costumbres y, de manera especial, su peculiar dialecto que se diferencia claramente del habla de su ciudad de origen. Este recorrido de la palabra por el mundo circundante le sirve para afirmar su identidad como guatemalteco criollo, de etiqueta y cultura, de la que toma conciencia y adquiere adhesión al enfrentarse a unos otros, que define como bárbaros. También en estas cartas, expresa sus inclinaciones literarias, principalmente su rechazo frente a una percibida falsedad del sentimentalismo romántico.
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En su exploración del mundo granadino, muestra una aguda capacidad de observación y una habilidad para referir en detalle las costumbres locales. En un principio, reconoce y agradece la simpatía y hospitalidad de los lugareños, aunque también expresa disgusto por lo que percibe como carencia de refinamiento: “La gente es en extremo hospitalaria, afable y obsequiosa: todo el mundo viene a saludarlo a uno y a hablarle con familiaridad y cordialidad: por supuesto no hay mucho tono ni etiqueta ni elegancia ni nada que parezca europeo” (ARZÚ, 2009, p. 209).
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Para nuestro autor, hay una clara y natural equivalencia entre decoro y apariencia europea. Estas cualidades se oponen a algo que podríamos denominar como una afabilidad indecorosa, que no viene a ser otra cosa que la negación del principio de autodominio prudente. Esto promueve para nuestro autor una indeseable y a la vez peligrosa proximidad entre los de arriba y los de abajo. Ello se transforma pronto en un sentido de disgusto que se expresa en un despliegue incómodo de las funciones corporales: No hay en la casa ninguna especie de letrina, falta considerable para el que no siendo granadino ni granadina, no puede avenirse a dar pruebas de su humanidad al alcance de los ojos de todo el mundo; porque aquí no chocaría la franqueza de las indias del Agua Caliente, y en prueba de ello podría yo citar los baños en la playa, capaces de repugnar a Diógenes o a Goyena. (ARZÚ, 2009, p. 213)
Los granadinos como colectividad caen en la barbarie, por su falta de aseo y de pudor, una excesiva corporalidad que connota carencia de espíritu. Termina así equiparándolos con los indígenas de Guatemala y también con Rafael García Goyena, reconocido intelectual liberal. Coloca, de esta manera, a toda la sociedad granadina, incluyendo a sus familias principales, detrás de la frontera de barbarie. Al disgusto por el indecoro, se añade el tedio que sufre nuestro autor por la ausencia de una sociabilidad refinada. Recordemos que la familia Batres frecuenta y, a menudo, organiza tertulias donde participa lo más destacado de la intelectualidad de la ciudad de Guatemala. Son tertulias donde se mantienen al tanto de las novedades europeas, se habla de filosofía, de política, de literatura, pero en las que también se recitan versos y ejecuta música culta. La hermana de su gran amigo
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Miguel García Granados, Josefa, es partícipe activa de las tertulias que frecuenta y una de las primeras mujeres que se destaca como escritora en Guatemala. A partir de este tipo de experiencias que ha tenido en su ciudad natal, nuestro autor dirige su reproche por la falta de sociabilidades semejantes entre las familias pudientes de Granada, y lo vincula directamente con lo que percibe como una rusticidad intolerable de sus costumbres: No hay tertulia para mí, 1º por el sereno; 2º porque apenas hay una casa adonde pueda ir y allí se juega lotería a tabaco el cartón, es decir, un puro, y esto fastidia; 3º, por el “agüé pipé”, que me raya las tripas, con las naguas, el eterno puro en la boca de las mujeres, nada de música, etc. (ARZÚ, 2009, p. 213-214)
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De las costumbres locales, le incomoda de manera especial su dialecto. El agüé pipé es una expresión del habla local granadina, que le provoca curiosidad, pero que también se siente compelido a ridiculizar. Así lo expresa en un pasaje donde se ponen en juego el desprecio clasista, pero también una sorprendente precisión en la descripción fonética: La pronunciación es muy defectuosa, principalmente en la gente del pueblo he oído decir a una muchacha vení entate Migué, tal es el odio que tiene a la s y a ciertas consonantes finales: se dice buxcar, extornundar y casi bucar […] pipe (hermano u hermana) es una expresión de cariño y como en el vocativo siempre alargan horriblemente la última sílaba, dicen: ay pipitá qué dolor tengo en el extómago: agüé pipé ya extax boxxx con el cólera. (ARZÚ, 2009, p. 210)
En el paulatino rechazo ante los usos y costumbres granadinas, Batres Montúfar traza una frontera entre lo civilizado y lo bárbaro relevante para su mundo de experiencia. Esta operación de deslinde la podemos entender a través de lo que Nelson Maldonado-Torres denomina como la línea subontológica, la demarcatoria colonial que establece una separación entre quienes tienen acceso al ser y pueden considerarse sujetos completos, y los que quedan fuera de esta condición y son considerados sujetos defectuosos. Ello le servirá para afirmarse así en como sujeto pleno en tanto que guatemalteco verdadero, es decir que ostenta con pleno derecho la superior civilidad de su lugar y familia de origen.
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Esta identificación como guatemalteco se complementa, sin embargo, con una dimensión más sensual. Es la nostalgia que Batres expresa por comidas y objetos de su terruño, a los que considera sutiles y refinados ante la tosquedad granadina. Así lo expresa a su familia: Confieso que me ha entrado por la comida una pasión de que no me creía capaz: me he puesto a cavilar sobre los fideos arrabiolados y no acierto cómo con la leche de bodoques que sin pensar en ello me salió una vez. No olviden los tamalitos de cambrai, los de leche y algunos budines, para dar carita con alguno a ciertos ingleses: sobre todo, envíenme cigarros en encomienda. (ARZÚ, 2009, p. 215)
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Pasa de la indiferencia a los placeres de los sentidos, propia de un hombre ilustrado, a la nostalgia de las delicadezas gastronómicas de su tierra. Las pretende usar “para quedar bien en nombre de Guatemala dando a probar a los extranjeros algunas cosas” (ARZÚ, 2009, p. 215). De esta manera, al buscar el reconocimiento de los europeos allí residentes, como sus compañeros de civilización, se diferencia de los bárbaros, es decir los granadinos y de los habitantes de la provincias, ricos y pobres por igual, a los que la élite de la ciudad de Guatemala denomina guanacos 3. En tierras guanacas Durante su estancia en Granada, envió nuestro autor una carta a Miguel García Granados. Allí construye una escena enunciativa muy distinta a la de las misivas familiares. La voz que se dirige a los padres y las hermanas es más comedida y sólo se permite discretas ironías. En cambio, ante al amigo de confianza se permite una voz más desenfadada que abunda en ocurrencias humorísticas. Allí ensaya otra voz, la que veremos después en el tono satírico de sus Tradiciones de Guatemala . Veamos un ejemplo:
3 El término guanaco tiene una historia muy especial en Centroamérica. Actualmente es la palabra despectiva con que se denomina a los salvadoreños. Sin embargo, en autores como el propio Batres Montúfar, José Milla o, incluso el propio Asturias, se revela un uso anterior que distingue principalmente a habitantes de la capital de los del interior y de las antiguas provincias del Reino de Guatemala.
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cansado de enfermedades y de gastritis, gastriateritis y gastricolitis, fastidio, mal humor, tontitis y feitis y guanaquitis, todo lo que se agrava y empeora con 86 grados Fahrenheit, 1 por ciento lat. Sept. 130 sobre el nivel del mar y arboleda virgen alrededor de la ciudad, un otoño húmedo, lluvioso, pestífero y febrífero. (ARZÚ, 2009, p. 221)
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En este pasaje, con su juego de aliteraciones y acumulaciones, protesta por los padecimientos corporales, el tedio por la ausencia de vida elegante y el clima tórrido. Aquí alude además a los guanacos, los provincianos carentes de refinamiento. Este término despectivo, define no tanto a la clase social inferior, sino a una nacionalidad a la que se considera inepta para la civilidad. Es una manifestación en el lenguaje coloquial de la línea subontológica, a través de la cual se hace equivalencia entre región y clase social. Esta carta también es importante pues introduce otro tema, que impacta de manera decisiva sus preferencias literarias. Examinemos un pasaje donde el efecto humorístico se logra con una enumeración donde se oponen antitéticamente el tópico romántico de la tierra virgen con la vivencia personal del trópico inhóspito e insalubre. Este tema surge a propósito de que García Granados también está alejado de la capital y ha recorrido otras tierras provincianas para atender negocios. Batres Montúfar supone que también su amigo añora el regreso al hogar y, en este contexto, sopesa, con evidente sorna, las razones en pro y en contra de un viaje al Estado de Nicaragua: [S]i no quieres morir de paludismo, no vengas acá; pero si quieres ver un lago celestial, poético, pintoresco, un mar de agua dulce, sembrado de islas graciosamente, rara y guanacamente pobladas, malamente cultivadas; si quieres ver la tierra virgen cubierta de selvas ‘tan antiguas como el mundo’, el lúgubre y sublime desierto, con su silencio únicamente interrumpido por la hoja que cae, el pájaro que canta, la abeja que zumba, el río que susurra, el céfiro que sopla, el zancudo que chilla y pica, el mico que aúlla, ven al Estado de Nicaragua; pero si no quieres comer ajiaco, plátano verde, riquísima leche, tortilla rellena, roscas de pujagua, no vengas al Estado de Nicaragua; si no quieres comer naranjas buenas, ni tomar café de Costa Rica, ni oír ¿quién me da un tabaco?, no vengas al referido Estado de Nicaragua, centro de cordialidad, franqueza, buena acogida, hospitalidad y alegría en hombres y mujeres de Granada. (ARZÚ, 2009, p. 221)
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Aquí, en el estilo indirecto libre, se entrelaza una parodia al estilo y tópicos románticos, que aparecerá posteriormente en algunos de sus poemas como Suicidio y en sus Tradiciones de Guatemala . Apunta así sus dardos contra la simbología gastada de la naturaleza primigenia del romanticismo. Esa fatal expedición En estas burlas a la falsedad de los tópicos románticos, hay algo más que un puro posicionamiento literario. Se trasluce el remordimiento por haber participado de la hybris ilustrada de optimismo sobre la capacidad del ser humano de imponerse a la
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naturaleza. Este resentimiento transformado en impulso poético le permitirá encontrar expresión al dilema de su tiempo, en una poética más neoclásica que romántica, y a asumir, desde su conservadurismo político, un posicionamiento filosófico cercano al cinismo estoico. En su correspondencia, abundan expresiones de autoinculpación por embarcarse en la expedición de exploración de la ruta del canal, como las siguientes: “nuestra maldita expedición a Nicaragua” (ARZÚ, 2009, p. 183); “no tengan cuidado por el que tuvo la culpa de este viaje a Nicaragua” (ARZÚ, 2009, p. 194); “Esta fatal expedición que no ha producido más que una pérdida irreparable y gastos, no piensa en terminar” (ARZÚ, 2009, p. 203) Pero las implicaciones de este sentimiento para la escritura de Batres se pueden inferir más claras de un pasaje de la carta a su primo José Montúfar, donde se lamenta de que sus gustos literarios de juventud hayan contribuido al destino fatal de su hermano. Le duele especialmente una cita que este hace de un pasaje de Lord Byron, que se revela profético: En mi libro de extractos me encontré para alivio de penas uno que Juan hizo sin que yo lo supiera, en la Antigua, de un trozo de Byron sobre morir en la juventud y empieza: “el que muere joven es querido de los Dioses”. Tú recordarás sus ideas sobre el particular, que las lágrimas de la familia por causa de este viaje cambiaron enteramente. (ARZÚ, 2009, p. 135)
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Y se reprocha de su propia vanidad a propósito de la expedición malograda. Allí al hablar de su desencanto por el triste desenlace de la aventura, admite que en su niñez espera que su vida se “compusiera” como “un romance heroico” pero que ha venido a descubrir que “lleva visos de ser muy triste” (ARZÚ, 2009, p. 135). La vida como aventura, el sujeto moderno que se despliega triunfante por el mundo proclamando su pretendido triunfo sobre la naturaleza hasta que se encuentra con el límite infranqueable de la enfermedad, la locura y la muerte. La naturaleza de ser la promesa de plenitud se transforma en una fuerza destructiva, ciega e ineluctable.
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Esta nueva convicción sobre la banalidad de la empresa ilustrada tiene un nombre: San Juan. Este se refiere no tanto a un punto geográfico específico sino a un espacio de valor cósmico, que elabora poéticamente para darle sentido tanto a la experiencia pérdida del hermano, como al desengaño del sueño ilustrado. Este descubrimiento es lo que Batres Montúfar en realidad pone a operar en la escritura del poema San Juan, la elevación de la vivencia personal a un veredicto sobre su tiempo. De este proceso, puede decirse que la escritura epistolar ha sido una especie de laboratorio. El desierto En la construcción del poema, se nota su preferencia por la composición clásica y el rechazo al romanticismo, a lo Lord Byron que expresa en varios momentos de su obra literaria. Esta opción implica el rechazo del simbolismo, naturaleza primigenia que ridiculizaba en su carta a García Granados, por un tópico proveniente de las fuentes clásicas: el desierto. El paisaje selvático del poema no es aquí la naturaleza disponible a ser dominada por la razón, como en el poema de la zona tórrida de Bello. Pero, tampoco es un paisaje telúrico, donde subyace una energía magmática de doble signo creativo y destructor. El desierto de Batres Montúfar tiene raíces en la tradición clásica, el lugar de la ausencia de Dios y de la manifestación de lo demoníaco, del mal. Para revivir esta tradición del desierto, introduce un enigmático epígrafe en latín, sin traducción. Este texto lo ha extraído, en realidad, de una estrofa de La tebaida de Publio Papino Estacio. El epígrafe es el siguiente:
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Sylva capax avi, validaque in curva senecta; Aeternum intonsoe frondis stat pervia nullis Solibus ………………………………………. …………. Et exclusa! Pallet mala lucis imago (BATRES MONTÚFAR, 2008, p. 129) [Antigua selva hay, de troncos retorcidos y eternas frondas intrincadas, donde no penetra la luz del sol… …y así guarecida, confusa imagen de la luz recibe]
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Es un pasaje que describe el desierto que deben atravesar los héroes del poema para alcanzar la ciudad de Tebas. Es un lugar oscuro, inhóspito, donde el entendimiento se confunde bajo las intrincadas sombras del bosque. Recurriendo a esta culta referencia, pasa a definir el paisaje nicaragüense en la primera estrofa: De fieras poblado, de selvas cubierto que vieron erguidas cien siglos pasar, allá en Nicaragua se extiende un desierto. ¡Su historia…, ninguna! Su límite…, el mar (BATRES MONTÚFAR, 2008, p. 129)
En la perfecta simetría de sus hemistiquios, los dodecasílabos nos anuncian el desierto sin historia, el confín del mundo, al que se sitúa vagamente como allá en Nicaragua . Es un desierto que desmiente cualquier promesa de plenitud: No guarda en su seno ni mieses ni flores, no viste sus valles de espléndidas galas, no danzan en ellos ni cantan amores apuestos donceles con lindas zagalas. (BATRES MONTÚFAR, 2008, p. 129)
Es pues la negación del clásico locus amoenus, donde habitarían felices los donceles y las zagalas en medio de la naturaleza pródiga. Lleva a cabo así el desvanecimiento del mito de la Arcadia, de El Dorado, frente a la naturaleza virgen que el imaginario tanto ilustrado como romántico se han empecinado en mantener vivo. Nos describe, en cambio, un lugar habitado por siniestras criaturas:
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Sus vegas infestan salvajes desnudos cruzando sus aguas en toscos acales: caimanes feroces, voraces, membrudos disputan con ellos sus turbios canales. (BATRES MONTÚFAR, 2008, p. 129-130)
Los salvajes desnudos y los caimanes feroces se ubican al mismo nivel en perpetua batalla. Es la tierra del no-ser, donde lo humano y lo animal se confunden. Es un espacio del otro lado de una línea sub-ontológica nítidamente trazada.
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Esta tierra de los confines posee los poderes disolventes que destruyen a quienes incurren en la temeridad de llegar hasta ella: Tu nombre tenía mi amigo, mi hermano sobre el derramaste tu odioso veneno apenas bebiendo su aliento lozano el hálito impuro que brota tu seno (BATRES MONTÚFAR, 2008, p. 131)
Hay un doble sentido en el primer verso. Tener tu nombre puede leerse como una alusión a la homonimia entre el río y el hermano, pero también como el hechizo que sufrió el joven de la vana promesa de plenitud, del sueño imposible de pretender asimilar la naturaleza a lo humano. Es una hybris que lleva a destrucción de la persona y sus sueños. Por ello, luego de haber evocado de manera oblicua la muerte del hermano, lanza una admonición que expresa la lección aprendida: ¡Por él te maldigo! ¡Por él te saludo! Mis lágrimas guarda, maldito desierto; De prados, de mieses, de flores desnudo, De fieras poblado, de selvas cubierto. (BATRES MONTÚFAR, 2008, p. 131)
La estrofa comienza, en primer lugar, con una simetría antitética de los dos hemistiquios del primer verso. Allí se expresa simultáneamente una condena al desierto, pero también el respeto a su alteridad infranqueable, a la prohibición a desafiar los poderes desconocidos e inconmensurables para el entendimiento humano. Por eso le pide que guarde sus lágrimas, la lección aprendida es el cierre
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del duelo. Por otra parte, el último verso que repite exactamente el primero del poema sella una construcción circular. El poema regresa a su punto de partida, no hay progresión en su sentido, no logra esclarecer el enigma del desierto. Afirma de esta manera un lugar impenetrable, refractario a la razón.
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San Juan demarca así lo que Nelson Torres Maldonado denomina la línea sub-ontológica. Sitúa el yo lírico nítidamente enfrentado al otro bárbaro. El espacio prohibido y sus inhumanos habitantes se contemplan desde una lejanía infranqueable del recuerdo transfigurado en poema. De esa manera, confirma la necedad de acudir a ese allá, y el valor de refugio en el seno de lo familiar, del espacio de civilidad desde donde se puede mantener a distancia la fuerza disolvente del desierto, de esa alteridad irrecuperable. La aventura de la escritura de José Batres Montúfar, desde sus primeros tanteos en sus cartas hasta su cristalización en el poema San Juan, se entiende en el repliegue a lo privado y al confort de unos privilegiados que se disfrutan, sin pretender cambiar el mundo, que serán las marcas del espíritu conservador del período de Rafael Carrera. José Batres Montúfar habla, de esta manera, por una élite que ha renunciado al reto de cambiar el mundo y se encierra en su propio cinismo.
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Resumen: El presente trabajo propone leer el poema San Juan de José Batres Montúfar como la culminación de una búsqueda literaria que indaga sobre los dilemas del proyecto de modernización centroamericano. Esta búsqueda se remonta a la correspondencia que el autor redacta en 1837, durante su participación en una expedición para explorar el posible trazado del canal interoceánico a través de Nicaragua. Palabras clave: Centroamérica. Siglo XIX. Guatemala. Nicaragua. Escritura epistolar.
Abstract:
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In the following article, I propose a reading of José Batres Montúfar’s poem, San Juan as the culmination of a search for literary form in the interrogation of the dilemmas of Modernization in Central America. The beginnings of this search can be traced back to his correspondence during the year of 1837, in which he participated in an expedition to probe the possible route of the Interoceanic Channel through Nicaragua. Key Words: Central America. Nineteenth Century. Guatemala. Nicaragua. Epistolary writing.
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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS ARZÚ, José. Pepe Batres íntimo. Su familia, su correspondencia, sus papeles. Guatemala: Tipografía Nacional, 2009. BATRES JÁUREGUI, Antonio. José Batres Montúfar. Guatemala: Editorial José Pineda Ibarra, 1982. BATRES MONTÚFAR, José. Obras íntegras. San Salvador: Editorial Jurídica Salvadoreña, 2008. BOUVET, Nora. La escritura epistolar. Buenos Aires: Eudeba, 2006.
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CASTRO GÓMEZ, Santiago. La hybris del punto cero. Ciencia, raza e ilustración en la Nueva Granada (1750-1816). Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2005. MALDONADO TORRES, Nelson. “Sobre la colonialidad del ser: contribuciones al desarrollo de un concepto”. In: Santiago Castro Gómez y Ramón Grosfoguel, (eds.) El giro decolonial: reflexiones para una diversidad epistémica más allá del capitalismo global. Bogotá: Siglo del Hombre Editores; Universidad Central, Instituto de Estudios Sociales Contemporáneos y Pontificia Universidad Javeriana, Instituto Pensar, 2007, p. 127-167. SOLDEVILLA PÉREZ. Ser barroco. Una hermenéutica de la cultura. Madrid: Biblioteca Nueva, 2013. WOODWARD, R. L. “Las repúblicas centroamericanas”. In: Leslie Bethell (ed.), Historia de América Latina (Volumen 6: América Latina Independiente). Cambridge y Barcelona: Cambridge University Press y Editorial Crítica, 1991, p. 144-174.
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Del discurso amoroso: la correspondencia de Simón Bolívar y Manuela Sáenz
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Silvia L. López1
I. Manuela Sáenz y el imaginario bolivariano En el año 2007, el Ministerio del Poder Popular del Despacho de la Presidencia de la República Bolivariana de Venezuela publica una selección de las cartas de amor entre Simón Bolívar y Manuela Sáenz. En el prólogo a esta peculiar edición el presidente del banco del tesoro venezolano nos describe a Bolívar como “el osado, el poeta, el Libertador, el del alma enamorada, el que se dejó llenar del único sentimiento que nos libera y nos salva: el Amor” (CHÁVEZ FRÍAS et al., 2007, p. 7). Al polvo enamorado que parece definir al libertador le corresponde la descripción de Manuela Sáenz como “la valiente, la dama, la reina, la caballeresa del Sol, la soldado Húzar, la Coronela 1 Doctora en Literatura Comparada por la Universidad de Minnesota. Catedrática de Literatura Latinoamericana en Carleton College.
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del Ejército Libertador, la de las palabras sublimes que acarician las tormentas, la musa misma, la libertadora del Libertador, la única de suficiente puntería para atravesar el corazón de su Excelencia” (CHÁVEZ FRÍAS et al., 2007, p. 7). La breve introducción concluye con una invitación a revivir la guerra de la independencia en todas sus vicisitudes donde “el amor vence siempre incluso después de la vida, incluso después de la muerte” (CHÁVEZ FRÍAS et al., 2007, p. 7).
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La citada presentación del texto es como mínimo curiosa, por no decir desconcertante, al colocar este epistolario en el centro del nuevo imaginario bolivariano en donde el melodrama popular y la forma epistolar se encuentran para conjugar afectos y nuevas formas de hacer política. El reconocimiento póstumo de Sáenz al grado de Generala por el gobierno del Ecuador el mismo año en que se publica este epistolario así como la escenificación de su entierro en el año 2010 que se lleva a cabo en el Panteón Nacional de Caracas, después de que se paseara un cofre con sus restos simbólicos (tierra de una fosa común en donde se cree que fue enterrada Sáenz en el puerto de Paita en Perú) por Bolivia, Ecuador, Colombia, y Venezuela, son apenas dos instancias de homenajes de estado que tratan de, literalmente, darle un lugar físico al lado de Simón Bolívar. La estatua de catorce metros de altura colocada al lado del Mausoleo de Bolívar en Caracas, el museo Manuela Sáenz en Quito, bustos suyos que se colocan en diferentes ciudades latinoamericanas, buques petroleros que llevan su nombre, en fin, toda una superproducción semiótica reveladora de ansias frenéticas de representación que van más allá de la persona de Manuela Sáenz y su rol en la historia bolivariana. Nos encontramos ante la producción de la libertadora del libertador , o sea de aquello que inmortaliza a Bolívar más allá de su condición político-militar, del sine qua non que libera y salva, del sentimiento que vence siempre y mitifica: el del amor. Este epistolario de gran intensidad presenta las operaciones propias del cuerpo de la letra, a la vez que se inscribe dentro de dos retóricas y estéticas extremas propias del discurso epistolar amoroso: las de la convención y las de la invención. Como sabemos, la escritura epistolar de la mayor intimidad está férreamente codificada. En ella encontramos la repetición de palabras y de un repertorio de ideas, de situaciones y de imágenes comunes. Esta correspondencia no es la excepción. La repetición de lugares comunes es ofrecida como
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prueba de amor y marca la insistencia de una perpetua renovación del sentimiento amoroso (BOUVET, 2006, p. 93). Escribe Bolívar a Sáenz el 29 de octubre de 1823: “Mi deseo es que usted no deje a este hombre su hombre por tan pequeño e insignificante cosa. Líbreme Ud. misma de mi pecado, conviniendo conmigo en que hay que superarlo... ¿Vendrá pronto? Me muero sin Ud. Su idolatrado, SB” (CHÁVEZ FRÍAS et al., 2007, p.29); o en una carta del 16 de junio de 1825: “Todo esto es una obsesión, la más intensa de mis emociones. ¿Qué he de hacer? Tu ensoñación me envuelve el deseo febril de mis noches de delirio. Soy tuyo del alma, SB (CHÁVEZ FRÍAS et al., 2007, p.57); o en otra carta del 9 de octubre de 1825: “Mi pasión hacia tí se aviva con la brisa que me trae tu aroma y tu recuerdo. Existes y existo para el amor, ¿o no? Ven para deleitarme con tus secretos. ¿Vienes? Tu amor idolatrado de siempre, SB” (CHÁVEZ FRÍAS et al., 2007, p.64); o Sáenz a Bolívar en un apasionado cierre de su carta del 8 de febrero de 1826: Me reanima el saberlo dentro de mi corazón. Lejos de mi Libertador no tengo descanso, ni sosiego; solo espanto de verme tan sola sin mi amor de mi vida. Usted merece todo; yo se lo doy con mi corazón que palpita al pronunciar su nombre. Quien lo ama locamente, MS (CHÁVEZ FRÍAS et al., 2007, p. 69)
Frases, gestos, peticiones de un amante a cualquier otro amante. Aquí el lenguaje del amor es pura figuración, pura metáfora que no deja de ceñir el objeto de su deseo. El gesto epistolar sustituye al gesto amoroso en donde la piel es papel, y donde la voluptuosidad es producida por el contacto de la pluma con el papel. Es un gesto suplicante que, por sobretodo, requiere de reciprocidad (BOUVET, 2006, p. 94-95): “conteste Ud. aunque sea una sola línea”, pide Sáenz a Bolívar (CHÁVEZ FRÍAS et al., 2007, p. 54), a cuyo rezo atiende Bolívar con “contésteme, al menos ésta, que lleva la fiebre de mis palabras” (CHÁVEZ FRÍAS et al., 2007, p. 62). La puesta en escena de los amantes en estas cartas, si bien es cierto que obedece a la más establecida convención de la escritura amorosa, también despliega los signos de una coacción itinerante que no permite muchas veces que su extensión sea más que de un párrafo y su único propósito sea la evocación y el deseo o la promesa de encontrarse de nuevo en el próximo destino. El interés que puedan tener estas cartas claramente no radica en la verdad de estos enunciados
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amorosos, sino en cómo se postula la verdad en su enunciación; una enunciación ligada a la constitución de Sáenz como sujeto políticomilitar, rol que le estaba vedado a las mujeres de su época, pero que a juzgar por esta correspondencia podía llegar a ser conjugado, siempre y cuando estuviese mediado por una pasión amorosa. En su caso, el amor por Simón Bolívar y por la causa libertadora existían en mutua relación. En múltiples ocasiones, Sáenz le reclama a Bolívar ese reconocimiento: “Téngame un poco de amor, aunque sea sólo sea por lo de patriota” (7 de agosto de 1828) (CHÁVEZ FRÍAS et al., 2007, p. 92).
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El sujeto epistolar se va construyendo a partir de la repetición constante de los enunciados amorosos, pero también a través de la reiteración del contexto enunciatorio de una mujer patriota que busca su lugar y reconocimiento en la lucha libertadora. El deseo de estar al lado de su amado, es también el deseo de probar su lealtad a la causa. Bolívar debe amarla también como patriota al demostrar con su intervención en sucesos de campaña que su lealtad, amistad, y complicidad le son indispensable en el terreno político. Sáenz logra en varias de sus cartas establecer su autoridad en materias de inteligencia militar y le advierte a Bolívar sobre los que conspiran contra él: “Tengo a la mano todas las pistas que me han guiado a serias conclusiones de la bajeza en que ha ocurrido Santander, y los otros en prepárarle a Ud. un atentado. Horror de los horrores, Ud. no me escucha; piensa que solo soy mujer” (7 de agosto de 1828) (CHÁVEZ FRÍAS et al., 2007, p. 92). A medida que el intercambio de cartas se intensifica, Sáenz intenta convencerle que la añoranza de sus cuerpos va acompañada de la añoranza de enfrentar juntos los retos de la campaña militar. La retórica del amor, de la lealtad, y de la amistad política exigen ser confirmadas en cartas y acciones que salven al libertador de las traiciones de sus rivales hombres. La más mitificada de estas intervenciones, que le valió aquello de ser la libertadora del libertador, fue cuando le salva la vida ayudándole a huir por una ventana. Amar a Bolívar es amar una causa y ser protagonista en ella, siempre bajo el signo del rapto amoroso. Bolívar reconociéndole su lealtad y su capacidad militar eventualmente la nombra Capitán de Húzares poniéndola a cargo de tropas, y eventualmente, le pide que se convierta en la secretaria de su correspondencia y de sus papeles personales, acompañándolo en campaña:
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[...] visto su coraje y valentía de usted; de su valiosa humanidad en ayudar a planificar desde su columna las acciones que culminaron en el glorioso éxito de este memorable día, me apresuro, siendo las 16:00 horas en punto en otorgarle el grado de Capitán de Húzares; encomendándole a usted las actividades económicas y estratégicas de su regimiento […] (CHÁVEZ FRÍAS et al., 2007, p. 40)
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El obstáculo principal para esa unión en el campo de batalla era la situación de mujer casada de Manuela Sáenz. El matrimonio le otorgaba a las mujeres su lugar en el orden patriarcal al ponerlas bajo la tutela de su esposos y al ser tratadas como menores bajo las leyes españolas. No podían, por tanto, participar de lleno en la sociedad civil o ser incluidas en la vida cívica o pública de las colonias. Pero a diferencia de las mujeres en Francia y EEUU en estas primeras décadas del siglo XIX, las mujeres en las provincias hispanoamericanas gozaban de una cierta libertad al poder mantener su propia identidad jurídica siendo reconocidas como personas separadas y distintas de sus esposos, sin obligación de mantenerse en el hogar o de dedicarse exclusivamente al ámbito doméstico. Aunque estuviesen bajo la tutela legal de sus maridos, les era permitido redactar sus propios testamentos, testificar en las cortes, y aceptar herencia sin consentimiento marital (MURRAY, 2008, p. 18). Y, aunque Bolívar temía por el escándalo que implicaba que Sáenz abandonara a su esposo, ella parecía muy segura de lo que hacía. Como mujer de un extranjero acaudalado, Saénz había gozado de que se le otorgaran poderes legales para manejar los negocios y propiedades de su marido cuando éste se ausentaba por viajes. Se había desempeñado como mujer de negocios, tomando decisiones financieras y administrando personal. La inusual libertad de movimiento de la que gozaba Sáenz, como otras mujeres pudientes en Lima, sorprendía a los hombres europeos. Robert Proctor observa en su viaje de 1823/24 a Lima que no era raro observar a las mujeres respetables en público hablar y socializar en plazas, desdeñar las tareas domésticas, y en general, regular su propia conducta, llegando incluso a nombrarlas como principales actores de la ciudad (PROCTOR en Murray, 2008, p. 21).
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Es, en ese contexto, que entendemos la respuesta que da Sáenz a una carta a su marido, el doctor James Thorne, en donde él le pedía que abandonara a Bolívar y volviera a su lado en Lima (1823): ¡No, no, no más hombre, por Dios! ¿Por qué hacerme Ud. escribir faltando a mi resolución? Vamos, qué adelanta Ud., sino hacerme pasar por el dolor de decirle a Ud. mil veces no? [Y] cree Ud. que yo, después de ser la predilecta de este general por siete años y con la seguridad de poseer su corazón, preferiría ser la mujer del Padre, del hijo y del Espíritu Santo o de la Santísima Trinidad? [...] Déjeme Ud. mi querido inglés […] (CHÁVEZ FRÍAS et al., 2007, p. 154)
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y también al asegurarle a Bolívar (1 de mayo de 1825): “No tolero las habladurías, que no importunan mi sueño. Sin embargo, soy una mujer decente ante el honor de saberme patriota y amante de Ud” (CHÁVEZ FRÍAS et al., 2007, p. 50). Si leemos todas las cartas de Sáenz a Bolívar, leyendo los explicativos pasionales en el contexto de su imploración, no solamente de querer estar al lado de su amante sino de estarlo para incorporarse a la campaña militar, podemos observar como Sáenz se retrata a sí misma como una amante que es por sobretodo una fiel amiga, una mujer leal al libertador y, por ende, esencial como su consejera política. En una carta del 2 de febrero de 1826 donde relata cómo han apresado al general Heres y le ofrece consejos sobre Santander: “Por mi intuición sé que Santander está detrás de todo esto y alentando a Páez. ¿Se fija Ud.? Cuide sus espaldas” (CHÁVEZ FRÍAS et al., 2007, p. 83). Y a sabiendas de que Bolívar no quiere que arriesgue su vida en ninguna operación, igual le reporta su acción para liberar a Heres: “Bustamente encabezó esta sublevación, negándome ver a Heres [...]. Al día siguiente (el 27) me aparecí vestida con traje militar al cuartel de los insurrectos, y armada de pistolas con el fin de amedrentar a éstos y librar a Heres” (CHÁVEZ FRÍAS et al., 2007, p. 83)
Sáenz exhibe así una clara conciencia de su rol histórico en sociedades en donde la participación abierta de las mujeres en la esfera política estaba restringida, pero en donde las mujeres también gozaban de una libertad de movimiento inusual, como mencionamos antes. En sus trabajos sobre las mujeres y la escritura en el siglo diecinueve, y en
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particular sobre Manuela Sáenz, Sarah Chambers, sugiere que el nivel de pensamiento independiente que mujeres como ella, como Mariquita Sánchez de Argentina, y como Carmen Arriagada de Chile, exhibieron surge del hecho de haber sido auto-didactas en un período en donde las fronteras nacionales y las instituciones políticas estaban en formación, un período anterior a la formalización de la educación doméstica de las niñas que proliferará en la segunda parte del siglo (CHAMBERS, 2003, p. 82). Las mujeres, cobrarán en protagonismo literario, pero el precio a pagar pasará por un disciplinamiento y una codificación mayor de sus virtudes femeninas y domésticas. La legibilidad de una mujer como Manuela Sáenz, desafiente de las normas domésticas, protagonista de actividades masculinas, requiere de un medio que encauce los excesos que amenazan su reconocimiento. La escritura epistolar como escenificación de proximidad de los cuerpos encuentra en estas cartas un tipo de mediología de subjetivación (REINLEIN, 2003, p. 25) diferente al carácter literario que la correspondencia de mujeres y entre mujeres propia de décadas posteriores. II. La correspondencia como dispositivo de subjetivación En esta selección peculiar hecha en la reciente edición venezolana podemos reconstruir cómo a través de su correspondencia amorosa, Sáenz invierte y reconfigura la lectura de los ámbitos privado y público, como lo hicieron también otras mujeres de la época que participaron de las luchas independentistas. El discurso epistolar por ser inherentemente un discurso ambiguo, que habita una matriz entre lo privado y lo público, entre el aquí y el allá, permite la puesta en escena de afectos privados con proyección pública. No debe de sorprendernos entonces que en medio de la repetición de los códigos de la carta amorosa, Sáenz se construya como una enunciadora patriota que vuelve indisoluble el amor de su fidelidad a la causa política. Enfatizando las características de la lealtad y la confianza, como las cualidades que la volvían indispensable para Bolívar en momentos de inestabilidad y lucha, ella se forjaba un rol público justificable siempre dentro los códigos privados de la puesta en escena del amor-pasión.
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Una vez establecida en su rol público y privado al lado del libertador, Sáenz reclama un rol político propio a la muerte prematura de Bolívar. Sáenz vivió un cuarto de siglo más después de la muerte de Bolívar, exiliada en el puerto de Paita en Perú donde murió en la pobreza. Vista como una amenaza política tanto en Colombia como en Ecuador, acusada de ser una Madame de Staël, se refugió en este remoto lugar en la frontera entre Perú y Ecuador en donde aparentemente sirvió como espía para el General Juan José Flores (CHAMBERS, 2001, p. 234). Y, aunque muchos historiadores traten ese largo período de su vida como un epílogo, la correspondencia de estas décadas con Juan José Flores, presidente del Ecuador, así como con otras figuras políticas y literarias que incluso llegaron a la visitarla en esa remota localidad (Herman Melville, Giuseppi Garibaldi, e incluso Ricardo Palma) revelan su compromiso activo con la política ecuatoriana, mismo que el exilio restringiera su alcance. Su actividad política e intelectual queda documentada también en su diario de Paita. En tanto sujeto epistolario, continúa construyéndose sobre todo como una amiga leal y al servicio de la patria distinguiéndose de los hombres conspiradores y ambiciosos de poder que defendían sus cotos de poder alejados de la pasión libertadora de Bolívar, y de generales seguidores y leales como el presidente ecuatoriano Juan José Flores. La importancia de las cartas como medio de expresión política y de su importancia para la posteridad es algo que Sáenz experimenta de primera mano al haber estado a cargo de la correspondencia de Bolívar, y de cuyo archivo cuidó recelosamente hasta su muerte. Su correspondencia con Flores atiende a asuntos de política, estrategia, e información de inteligencia sobre los movimientos de las tropas peruanas, muchas veces pidiendo que sus cartas fueran destruidas después de ser leídas por miedo a que se le pudiera identificar como informante. Al igual que en sus cartas a Bolívar es rápida en advertirle a Flores de los que lo traicionan y lamenta que no reaccione a tiempo frente a posibles conspiradores. Es su lealtad y su amistad las que le permiten una pertenencia filial republicana divorciada de dependencias o intereses de patronazgo, pero legitimada por haber tenido su origen en el amor-pasión que la unió al Libertador. A la muerte de Bolívar, se
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encuentra ya consolidada como amiga leal del proyecto bolivariano en la esfera social logrando la credibilidad política adquirida por primera vez en el contexto enunciatorio de una pasión amorosa. En una carta a Flores le aclara su lealtad más allá de las condiciones partisanas: “Yo no tengo partido, soy solamente amiga de los amigos del Libertador, y ya que Ud. es uno de ellos, soy su amiga” (CHAMBERS, 2001, p. 249).
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No duda en explicarle a Flores que su interés en la política de un país está relacionada solamente con la relación que esa política tenga con la suya y la de sus amigos, ya que una mujer “no puede alzarse en armas, ni comprar armas, ni mucho menos tener influencia”, pero puede “tener amigos hombres y mujeres” (CHAMBERS, 2001, p. 252). La amistad y la lealtad a la causa bolivariana, un coto propio de los hombres a quienes se les permitía sacrificar intereses privados por el bien público, pasan a ser el espacio subjetivo desde el que Sáenz se constituye. Al final de su vida, las cartas del exilio son evidencia de su continua constitución como sujeto político a través de la escritura epistolar y de los peligros que representa como amiga del proyecto de los seguidores de Bolívar, lo mismo que su rol continuase siendo, en el ámbito de lo social, uno mediado por la economía privada de la amistad con hombres públicos. Es un papel menos codificado genéricamente que el de la madre republicana que se instalará más tarde en el siglo, pero nunca lejos de la legitimación pasional, pues como asevera en su carta a Giuseppe Garibaldi el 25 de julio de 1840 a Bolívar “lo amé en vida con locura; ahora que está muerto lo respeto y lo venero” (CHÁVEZ FRÍAS et al., 2007, p. 172). Esta aseveración, quizás la más citada de Sáenz, también es marca de que aún después de la muerte el lazo amoroso con Bolívar es el que legitima su lugar. Un lugar inusual para una mujer que hasta el final de sus días renuncia a tener un hogar, a la reproducción de la especie, y al tutelaje de ningún hombre que no fuera su compañero de causas y pasiones. Al final de su vida, en su diario de Paita, sus reflexiones apuntan a otra conciencia sobre sí misma. Nos dice: “Al principio ¡Oh amor deseado...tuve que hacer de mujer, de secretaria, de escribiente, soldado húzar, de espía, de inquisidora como intransigente. Yo meditaba planes. Sí, los consultaba con él, casi se los imponía; pero él se dejaba arrebatar por mi locura de amante, y allí quedaba todo” (CHÁVEZ FRÍAS et al., 2007, p. 184).
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Pero una vez consolida su lugar en la lucha militar no duda en asegurar: Yo le dí a ese ejército lo que necesitó: ¡valor a toda prueba! Y Simón igual. El hacía más por superarme. Yo no parecía una mujer. Era una loca por la Libertad, que era su doctrina [...] Difícil me sería significar el porqué me jugué la vida unas diez veces. ¿Por la patria libre? ¿Por Simón? ¿Por la gloria? ¿Por mi misma? (CHÁVEZ FRÍAS et al., 2007, p. 184)
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En su diario deja explicitado que si bien “fueron amantes de espiritus superiores”, lo fueron por que “vivimos una misma posición de gloria ante el mundo, [que] vivimos un mismo sacrificio y una misma manera de ver las cosas y una misma desconfianza de todos” (CHÁVEZ FRÍAS et al., 2007, p. 182). Su amor-pasión fue no sólo comportamiento o un lenguaje legible y legitimante, incluso para el mismo Bolívar, sino la codificación de una pasión personal que excedía las de una mujer enamorada. Y, aunque, la colección de cartas publicada por el gobierno bolivariano de Venezuela a manera de homenaje al Libertador y su libertadora lleve el título de “las más bellas cartas de amor entre Simón y Manuela” lo que realmente tenemos en nuestras manos es un dispositivo de enunciación, en donde bajo el signo de la repetición del amor y la gloria, se constituye un sujeto epistolar que asciende a su propio protagonismo político. A diferencia de las ficciones fundacionales de reconciliación nacional, de las que aprendimos tanto con Doris Sommer, el discurso epistolar en su radical ambigüedad no admite resolución unificadora, y nos invita a pensar el discurso epistolar amoroso como un importante dispositivo de subjetivación política, un dispositivo que conjuga enunciados vacíos propios del discurso amoroso y contextos enunciatorios propios del reconocimiento público de virtudes privadas. Mismo que lleve la firma de por el amor y la gloria de Bolívar , suyo fue el protagonismo militar y político que hoy cobra visibilidad en los nuevos imaginarios bolivarianos, todo gracias al cuerpo de la letra epistolar.
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Resumen: El discurso epistolar por ser inherentemente un discurso ambiguo, que habita una matriz entre lo privado y lo público, entre el aquí y el allá, permite la puesta en escena de afectos privados con proyección pública. No debe de sorprendernos entonces que en medio de la repetición de los códigos de la carta amorosa, Manuela Sáenz se construya como una enunciadora patriota que vuelve indisoluble el amor de su fidelidad a la causa política. Enfatizando las características de la lealtad y la confianza, como las cualidades que la volvían indispensable para Simón Bolívar en momentos de inestabilidad y lucha, ella se forjó un rol público justificable siempre dentro los códigos privados de la puesta en escena del amor-pasión. Palabras clave: Cartas. Amor. Emociones. Simón Bolívar. Manuela Sáenz.
250 Abstract: Epistolary discourse is an inherently ambiguous discourse that inhabits an in-between space between the private and the public realms, allowing for the staging of private affects under public projection. It should not surprise us, then, that in the midst of the repetition of the codes of the love letter, Manuela Sáenz constructs herself as a patriotic enunciatory subject that makes her love for Bolívar inseparable from, and entangled with, the political cause to which she was loyal. By emphasizing the characteristics of loyalty and trust, as the qualities that made her invaluable to Simón Bolívar in times of instability and struggle, she forged for herself a justifiable public role even when encoded in the private realm of a love-passion staging. Keywords: Letters. Love. Emotions. Simón Bolívar. Manuela Sáenz.
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REFERÊNCIAS BIBLIOGRÁFICAS BOUVET, Nora. La escritura epistolar. Buenos Aires: Eudeba, 2006. CHAMBERS, Sarah. “Republican Friendship: Manuela Sánez Writes Women into the Nation, 1835-1856”. In: Hispanic American Historical Review, 81:2, May 2001, p. 225-257. ____________. “Letters and Salons: Women reading and Writing the Nation”. In: ____________ (ed.) Beyond Imagined Communities: Reading and Writing in Nineteenth Century Latin America.. Washington D.C.: Woodrow Wilson Press, 2003, p. 54-83.
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CHÁVEZ FRÍAS, Hugo Rafael, et al. (eds.). Las más Hermosas cartas de Amor entre Manuela y Simón acompañadas de los Diarios de Quito y Paita, así como de otros documentos. Caracas: Ministerio del Poder Popular del Despacho de la Presidencia, 2007. MURRAY, Pamela. For Glory and Bolívar: The Remarkable Life of Manuela Sáenz. Austin: University of Texas Press, 2008. PROCTOR, Robert. Narrative of a journey across the cordillera of the Andes, and of a residence in Lima, and other parts of Peru, in the years 1823 and 1824. London: Constable, 1825. REINLEIN, Tanja. Der Brief als Medium der Empfindsamkeit: Erschriebene Identitäten und Inszinierungspotentiale.Würzburg: Küonigshausen & Neuman GmnH, 2003.
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Modernidad, inconformismo y tensiones emocionales: El Epistolario inédito (1894-1936) de Miguel de Unamuno 252
Claudio Maíz1
Formas simples y literaturas menores ¿Cómo pensar la modernidad periférica o descentrada ya no desde una perspectiva mimética ‒como uno de los polos posibles‒ ni como un mito universalizante ‒como su opuesto‒? (V. SISKIND, 2016). Desde luego que existen diversas perspectivas teóricas que se han esforzado por hacerlo con argumentos convincentes, en algunos casos, lo cual nos advierte sobre la poca originalidad de la pregunta 1 Doctor en Literatura por la Universidad Nacional de Cuyo. Profesor Titular de Literatura Hispanoamericana en la Universidad Nacional de Cuyo e investigador del CONICET.
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que formulamos2. Sin embargo, la reiteración de la incógnita puede resultar estimulante, no con el propósito de discutir aquellas otras respuestas, sino para proponer caminos alternativos. En otras palabras, cómo pensar la modernidad iberoamericana desde un ángulo más modesto (en parte), por ser menos canónico, pero que tiene la ventaja de haber sido escasamente recorrido. Estamos refiriéndonos, por un lado, a tomar en cuenta ciertas textualidades marginales con relación al “Gran Corpus Moderno” (un conjunto de textos armado con aquellos que han sido el basamento de los estudios más enjundiosos sobre la modernidad desde los filosóficos, sociológicos, hasta los literarios). Esos textos marginales, a los que llamaremos “menores”, aunque en el sentido en el que abordaron Deleuze y Guattari la literatura kafkiana, y no porque carezcan de importancia o eficacia. La lista de estos textos es francamente tan abierta que podría incluir a la publicidad, la moda, las artes plásticas y otros, como la fotografía, los grabados, etc. No obstante, queremos detenernos en uno de ellos: un epistolario del que seguidamente daremos más datos. Las cartas guardarían ciertos rasgos de literatura “menor”, por lo menos de acuerdo a algunas de las características que Deleuze y Guattari le asignan a esa noción. Estos autores señalan tres catacterísticas principales para describir la literatura de Kafka, objeto de su estudio: 1. “Como una literatura de una minoría dentro de una lengua mayor” (DELEUZE; GUATTARI, 1990, p. 28); 2. En las literaturas menores “todo es político” y agregan que en las grandes literaturas “el problema individual (familiar, conyugal, etc.) tiende a unirse con otros problemas no menos individuales dejando el medio social como una especie de ambiente o trasfondo” (DELEUZE; GUATTARI, 1990, p. 28); en cambio, la literatura menor, al tener un espacio reducido “hace que cada problema individual se conecte de inmediato con la política. El problema individual se vuelve entonces tanto más necesario, indispensable, agrandado con el microscopio” (DELEUZE; GUATTARI, 1990, p. 28); 3. En las literaturas menores “todo adquiere valor colectivo”, “lo que el escritor dice totalmente solo se vuelve una acción colectiva, y lo que dice o hace es necesariamente político”, de esa manera el enunciado se contamina del campo político. Las cartas que queremos presentar exponen con desenfado el “problema 2 Cf. BAUMAN, Zygmunt, 1998; BAUDELAIRE, Charles, 1996; FRISBY, David, 1992; FRISBY, David et al. (Ed.), 1997; FRISBY, David, 1992; SIMMEL, Georg, 1977; WEBER, Max, 1977; WEBER, Max, 1975; HORKHEIMER, Max; ADORNO, Theodor, 1997.
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individual”, puesto que la escritura íntima agiganta lo diminuto, el yo se somete a los efectos del microscopio. El “problema individual” no se despoja del medio social sino que lo fusiona en la escritura, por lo tanto lo individual adquiere también valor colectivo, en tanto y en cuanto admitamos un matiz representativo respecto de “lo inmediato-político”, tornándose de tal manera en un “dispositivo colectivo de enunciación” (DELEUZE; GUATTARI, 1990, p. 28). Por lo visto, el único punto con el que no podemos caracterizar un epistolario como “literatura menor” es el primero, en razón de que las cartas que trataremos están escritas en español y circulan por el espacio iberoamericano.
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Hemos propuesto entonces abordar la modernidad iberoamericana tomando en cuenta una “literatura menor”, esto es, las cartas, por un lado, y, por otro, la segunda variante que intentaremos introducir es el análisis desde una doctrina de las emociones. A esto último, se podría objetar que los sentimientos son propios de los discursos íntimos, aunque ello es verdad, cabe estrictamente para un epistolario de tema amoroso (filial, amistoso, erótico, etc.) en el que el sentimiento es siempre excluyente. Hay epistolarios, en cambio, que desarrollan de manera audaz cuestiones que irían mejor en un tratado que en una carta. Digamos ahora cuál es el epistolario que nos interesa. Se trata del Epistolario inédito de Miguel de Unamuno (UNAMUNO, 1991). En rigor, la totalidad del epistolario unamuniano resultaría la piedra de toque de la perspectiva que proponemos. Pero las cartas del escritor vasco publicadas aquí o allá (en las Obras Completas o en epistolarios en los que figuran ambos corresponsales) han merecido alguna observación. En cambio, estas que tomamos son el fruto de un largo y paciente trabajo de años de investigación para recuperar las cartas que permanecían todavía diseminadas en arcones familiares, bibliotecas, archivos. Con el epistolario unamuniano podemos hacernos una pregunta análoga a la que se formularon Deleuze y Guattari: ¿cómo se entra a la obra de Kafka, considerando que era “un rizoma, una madriguera”? (DELEUZE; GUATTARI, 1990, p. 11), por lo tanto, las entradas eran múltiples. Para abordar la obra no había que reparar mucho en cuál de las entradas se habría de utilizar, sino lo más importante era “con qué otros puntos se conecta aquel por el cual entramos, qué encrucijadas y galerías hay que pasar para conectar dos puntos, cuál es el mapa del rizoma […]” (DELEUZE; GUATTARI, 1990, p. 11). Lo rizomático en el Epistolario inédito ha sido la disgregación, desde un punto de vista tangible, físico, en la que se
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hallaban las cartas, aunque por el hecho de publicarse no hay razón para que pierdan aquella característica. Pero también, el carácter rizomático se desprende de la lectura y ello ocurre una vez que las cartas alcanzan la edición. Habremos de dejar el problema de la autoría de las cartas y la intervención del editor que las recoge para otra oportunidad3. En resumen, nos proponemos abordar algunos puntos críticos del modernismo iberoamericano a través de una “literatura menor”, como la de un epistolario, y leer en él el malestar con relación a la modernidad de acuerdo a una perspectiva emocional. Cartas y emociones
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Escribe Unamuno: “Mi vida ha sido y es un continuo combate para lograr paz espiritual y la mitad de los que llaman mis paradojas no son sino gritos de pasión contenida.” (1906, p. 215, cursivas nuestras). El epistolario puede tomarse como un conjunto de discursos en los que las emociones estallan, pero también desde un punto de vista antropológico, el epistolario reúne las convenciones emocionales de una época; las cartas de Unamuno integran una “comunidad emocional” en la que circulan sentimientos que despiertan la política, la muerte, la religión, la amistad, la historia, la trascendencia. Las cartas de escritores, pensadores, hombres de la cultura en general encierran aquel valor antropológico4 en virtud de que los epistolarios serían fuentes para la confección de historias de las emociones; además, por ser frutos de convenciones epocales, para sociologías de las emociones, por tanto hay buenas razones para suponer que los discursos epistolares develan determinados comportamientos microsociales que dan cuenta de una gramática de las emociones. Ello es uno de los aspectos más notables de las cartas de Unamuno: “¿Que si siento lo que digo? Rara vez dejo sedimentar mis sentimientos. Y en todo caso podría demostrar que nadie ha sido en España más fiel que yo a sus principios fundamentales […]” (UNAMUNO, 1991, p. 350 [datada en 1914]).
3 La autoría se desdobla “en las figuras ambiguas del “autor”, el que escribe las cartas que se publican, y el “editor”, el que las publica, que con ello se convierte en autor de la publicación (selección, compilación, antología o recopilación) (BOUVET, 2006, p. 112). 4 Dice Bouvet: “Las cartas poseen un valor documental que da testimonio de una época o la historia de una sociedad; en ellas se puede encontrar “la representación de una coyuntura o la captación de una atmósfera”. (BOUVET, 2006, p.121)
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Si bien el Epistolario inédito es nuestro objeto principal, no vamos a prescindir de otros textos de los que podamos valernos para ampliar nuestra comprensión del valor que Unamuno le asigna a las emociones. De sus corresponsales en el Epistolario inédito, lo único que sabemos son sus nombres en cada una de las cartas, que al fin y al cabo no es mucho a la hora de seguir el hilo comunicativo entre el español y quienes le escribieron con anterioridad a las respuestas que Unamuno pronuncia. Por el contrario, parecería un ejercicio fructífero prescindir de esos nombres y realizar una lectura sin los destinatarios dejando únicamente la voz unamuniana. Visto así el asunto, el Epistolario inédito se torna más interesante ya que demanda operaciones de lectura que no sean la que rige para epistolarios en
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los que ambos corresponsables aparecen. Dicho de otro modo, de ser necesario, se debería llevar a cabo la reconstrucción del interlocutor desde el único elemento a mano, la carta escrita por Unamuno, a través de reverberaciones que Unamuno desliza en su propio texto epistolar. La lectura que no distingue destinatarios abre el interrogante sobre a quién le pertenece la carta. Pedro Salinas decía que el primer destinatario de una carta es quien la escribe5. De donde podría extraerse un mínimo principio de propiedad. O en palabras de Unamuno: “No olvide mis cartas, es decir, sus cartas que son mías, pues parece ser que la carta es de quien la recibió y no de quien la escribió” […]” (UNAMUNO, 1991, p. 171 [datada en 1904]). También la autorreflexividad de la carta se aprecia cuando en un acto fallido escribe: “Mi querido amigo y compañero: No sabe usted bien con qué alegría recibí mi [sic] carta […]” (UNAMUNO, 1991, p. 116 [datada en 1902]). Casi como en un juego especular podemos leer a Unamuno como receptor y emisor de cartas en un mismo acto. El efecto buscado sería percibir el flujo constante de emociones sin importar quienes las despertaron sino que podían estar en estado latente aguardando emerger. ¿Cuánto más aportaría contar con cada una de las cartas que Unamuno en este Epistolario responde?; porque sus cartas son respuestas a las recibidas en un porcentaje muy elevado y cuando no, escribe para provocar la carta de algún corresponsal que ha interrumpido el intercambio. En 5 “El primer beneficio, la primera claridad de una carta, es para el que la escribe, y él es el primer enterado de lo que quiere decir por ser él el primero a quién se lo dice”. (SALINAS, 1983, p. 35)
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suma, el epistolario sin destinatarios cabría tomarlo como otra obra de Unamuno, aunque en este caso no estaríamos muy seguros de su género discursivo, algo que a nuestro escritor tampoco le importaría mucho. De lo que podemos estar seguros es que las cartas acompañan como líneas paralelas el curso de la vida del escritor español.
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Ahora bien, con la modernidad deberíamos proceder como con la historia, de acuerdo a la enseñanza de Walter Benjamin, es decir, cepillarla a contrapelo6. Unamuno no estaba muy lejos de este razonamiento cuando escribió en el Epistolario que la historia “es una gran mentira, porque en ella se oye a los cien que meten ruido y no a los millones que callan. Y en el lenguaje queda, en estratificaciones la voz de los que han callado en la historia” (UNAMUNO, 1991, p. 172 [datada en 1904]). El pensamiento que sostiene que solo hubo discursos y deseos modernizantes permanece en el lugar más iluminado del escenario y no debería haber objeción en ello. En cambio, corrernos hacia las sombras o los espacios menos resplandecientes nos permitirá descubrir ‒probablemente‒ otros actores que no hemos considerado de modo más acabado. Aún más, los actores centrales también merecen ser leídos no con vistas a conseguir confirmaciones sino atajos para la incertidumbre o la duda. Ni cosmopolitas ni anticosmopolitas, ni modernos ni antimodernos, parecería el mejor punto de partida para que nuestras lecturas no sean meras constataciones de lo que sabíamos (o creíamos saber) al emprenderlas. Una perspectiva emocional para la modernidad El título de este apartado podría encerrar un oxímoron o un pleonasmo. La pregunta sobre estas dos figuras del discurso nos permite introducir diferentes tradiciones en el estudio de las pasiones con relación a la modernidad. En primer lugar, existe una lejana corriente que opuso razón a pasión, por lo tanto el espacio sentimental no integraba al reino de lo “racional”. Este andarivel se hace más evidente con el advenimiento de la modernidad. En cambio, otra 6 El conocido fragmento dice: “No hay documento de cultura que no lo sea al tiempo de barbarie. Y como él mismo no está libre de barbarie, tampoco lo está el proceso de transmisión en el cual ha pasado desde el uno al otro. Por el materialista histórico se distancia de ella en la medida en que es posible hacerlo. Y considera como su tarea cepillar la historia a contrapelo”. (BENJAMIN, 2008, p. 309)
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vertiente del pensamiento nos presenta la razón no como algo ajeno a las pasiones, sino que las pasiones son tan inherentes como necesarias en la dimensión comunitaria del hombre. Una tendencia que podría remontarse a la Retórica de Aristóteles. Si bien no es este el momento de dirimir a fondo la dicotomía de la pregunta inicial, por lo menos podrá auxiliarnos como hipótesis para tratar de comprender el lugar que ocupan las pasiones en la actividad humana en general. Preguntarnos con Ahmed no “¿qué son las emociones?,” sino “¿qué hacen las emociones?”. Quien además agrega: “Al plantear este interrogante, no ofrezco una teoría única de la emoción o un recuento del trabajo que realizan las emociones. En vez de ello, rastreo la manera en que circulan las emociones entre cuerpos, analizando cómo se ‘pegan’ y cómo se mueven” (AHMED, 2014, p. 24)7. Esta distinción parece esencial a nuestro modo de ver para el estudio de las emociones en toda la extensión social en la que se sitúan las cartas de Miguel de Unamuno. Se debe evitar la dicotomía del tipo emoción-razón por inoperante a la hora de abordar las cartas unamunianas, con ello ganamos en lecturas rizomáticas. Esto resulta altamente productivo en la obra del español, pues las cartas oficiaron de laboratorios, mesas de trabajo para lo que luego serían sus textos ensayísticos o periodísticos. La carta no debe leerse como una textualidad aislada (aunque ahí se ubique su origo) sino infiltrada de otras voces sociales, públicas, que la amplifican. De manera que –insistimos‒ existen dos enfoques diferentes, esto es, como oxímoron (contradicción) no es posible hablar de modernidad y pasión en convivencia; en tanto que, como pleonasmo, al reunir ambas dimensiones en un mismo sintagma incurrimos en una forma de la redundancia, si tomamos otras vertientes de modernidad y emoción, como las que intentaremos tratar en este trabajo. El corolario de esto sería: donde hay acciones humanas necesariamente hay pasiones. Pero estas disquisiciones propias de figuras del discurso tienen cruciales implicancias en la vida social de las comunidades. Ya que una u otra tradición implica también una manera diferente de encarar la dimensión biopolítica, aún más, pone de manifiesto las profundas diferencias ideológicas que las separan, como veremos. Ante 7 Cf. MACÓN, 2013, pp. 1-32.
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la pretendida contención de las emociones, asoma el disenso, como la expresión de un radical desacuerdo. El acto de disentir contribuye a la generación de nuevos conocimientos. El disenso es una teoría pero también una práctica; razón y pasión están en la base de los procedimientos cognitivos8.
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No ha de extrañarnos que desde algunos años se haya producido el llamado “giro afectivo” en los estudios culturales que pretendió desequilibrar el binomio razón-emoción. Este “giro afectivo” se produjo principalmente en los estudios anglosajones. Habría por lo menos tres modos teóricos de ocuparse de las emociones: 1. Las que van de adentro hacia fuera de los cuerpos (versión biológica); 2. De afuera hacia adentro (versión culturalista); 3. Las emociones circulan entre los sujetos. En esta tercera posibilidad las emociones no son privadas ni están ocultas en el inconsciente sino que son parte de la sociabilidad de los sujetos (PELUFFO, 2016). Las emociones no podrían entenderse fuera del contexto socio-afectivo puesto que una misma atmósfera emocional puede generar respuestas opuestas en diferentes sujetos. Remo Bodei en Geometría de las pasiones sintetiza la manera de pensar las pasiones: “estados que no se añaden del exterior de un grado cero de la conciencia indiferente, para enturbiarla y confundirla, sino que son constitutivos de la tonalidad de cualquier modo de ser físico y hasta de toda orientación cognitiva” (BODEI, 1995, p. 3). El error de Descartes, un libro escrito por Antonio Damacio, quien proviene de las ciencias neurológicas, y lleva como subtítulo La pasión de razonar, parte de la incomodidad que le provoca aquel tan conocido dicterio de Descartes “pienso, luego existo”. Es quizás uno de los pronunciamientos más importantes de la historia de la filosofía. Aparece por primera vez en la IV parte de El discurso del método (1637) en francés (Je pensé donc je suis) y luego en los Principios de filosofía, en latín (Cogito ergo sum). Pensar era una actividad ajena al cuerpo: la cosa pensante (res cogitans) separada del cuerpo no pensante, eso que tiene extensión y partes mecánicas (res extensa). Se trata, como decíamos, de uno de los axiomas primordiales de la historia de la filosofía, no por su acierto sino justamente por el gran 8 “Nuestra tesis es que el disenso, sobre todo desde las sociedades dependientes como la nuestra, es lo que permite crear teoría crítica, tanto en ciencias sociales como en filosofía” (BUELA, 2004, p. 76). Cf. JÜNGER, Ernst. 1963.; MUGUERZA, Javier. 1998.
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error que envolvía, siguiendo el razonamiento de Damacio. Un error que ha exacerbado la función e importancia de la razón frente al cuerpo, entendido este como un mero soporte de la mente que es la que permanece. Este hiperracionalismo ha traído una larga secuela en diversos órdenes en la cultura occidental. Uno de las cuales es el haber opuesto la razón a la pasión, casi como una réplica de aquella primera gran escisión entre lo material y lo inmaterial de la vida humana (DAMACIO, 2008). Unamuno ya hacía esta síntesis apenas comenzado el siglo XX: “El sentir y el pensar brotan de la misma fuente, son caras de la misma función. Sentir ciencia y pensar el arte es buen camino para pensar ciencia y sentir arte” (UNAMUNO, 1991, p. 91 [carta datada en 1901]).
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Unamuno en el horizonte del malestar moderno De acuerdo con la tesis de Cerezo Galán, la clave hermenéutica de la crisis finisecular española se encuentra en el nihilismo como consecuencia de una constelación de hechos políticos, económicos y sociales que afectaron la “estructura de sentimiento” del intersticio entre los siglos XIX y XX conocido como el modernismo: En este caso, el hilo conductor de mi análisis lo suministra la experiencia del nihilismo. Creo que ésta es la instancia decisiva del “espíritu de época”. No es que la crisis política o la socioeconómica tengan que interpretarse como formas o expresiones de nihilismo, sino que coadyuvan y agravan un “malestar de la cultura”, cuyo secreto es la experiencia del sin-sentido. El nihilismo se convierte así en la clave hermenéutica decisiva. Sólo a partir de la experiencia nihilista, ya sea como su expresión o bien como reacción ante ella, se entiende el panorama cultural que va a emerger de la crisis: egotismo, esteticismo, misticismo, idealismo moral, etc. (CEREZO GALÁN, 2003, p. 19)
El nihilismo es una forma más del malestar moderno que experimentan algunos intelectuales. Mientras unos festejan la expansión moderna, otros la someten a diagnósticos críticos, cuando no media un rechazo frontal. Si el nihilismo es una probable clave hermenéutica, la ciudad será el escenario donde se experimenta. Así, la historia cultural de la Europa del 1900 ha sido contada por diversos autores y desde una variedad de enfoques, centrando la atención en
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las capitales, como Viena, París, Madrid (Cf. SCHORSKE, Carl E. 2011; BENJAMIN, Walter, 1980; SALAÜN; SERRANO, 1991), en otros, mediante visiones más generales (Cf. BERARDINELLI, 1997; CEREZO, 2003). Unamuno en distintos momentos manifestará su fastidio por las capitales:
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porque esta ciudad me tira mucho y a Madrid le tengo poquísimo o ningún afecto. Es cuestión de interés […] Es una pena que haya que acudir al centro para abrirse carrera. (1898, p. 60); De todos modos tiene usted razón, es mejor vivir en provincias. De mí sé decirle que cada día bendigo el ‘espléndido aislamiento’ […] en que vivo. (1901, p. 98); Soy un hombre de instintos campesinos obligado a vivir en ciudad, y gracias a Dios vivo en ciudad reposada y tranquila por fuera, no falta de vida por dentro. Y hay más y le digo con toda sinceridad y modestia aparte; hoy Salamanca está llena de mí. No sé si le extrañará oírme hablar de esta manera, pero importa poco. (UNAMUNO, 1991 p. 181 [carta datada en 1905])
Europa hacia la segunda mitad del siglo XIX representaba la imagen de la cultura occidental. Las capitales mencionadas más Berlín y Praga lucían como escenarios de la modernidad creciente: “la urbanización superaba los límites de la añeja hegemonía de los centros históricos, abriendo la ciudad al tráfico de gente, mercancías y transportes de todo tipo. La vida moderna pasó a ser algo normal y, para muchos, inevitable”. Sin embargo ni el “brillo y el glamour de las metrópolis” lograban ocultar “un gran malestar” que comenzaba a experimentarse (BRENNA B., 2009). Con todo, Berlín y Viena se convierten a pesar de todo en ejes de rotundas transformaciones científicas y humanísticas. Hasta entonces tan solo Nietzsche había cuestionado el sentido de la cultura moderna por los efectos perjudiciales para el ser humano. “A fin de cuentas, sería el precio que la modernidad empezaría a cobrar a los hombres por la avalancha de cambios y por las asombrosas tecnologías. Tanto desarrollo y tanto mundo sintetizados en un espacio tan —relativamente— estrecho: el ámbito urbano europeo” (BRENNA B., 2009). Como consecuencia de su malestar, Unamuno propone la inversión de los términos de la modernidad: Y dejando a otros que europeícen España pensar que españolizar Europa y en sacar al aire las entrañas de nuestro pueblo, y verter el rico vino de nuestra mística castiza en odres de pensamiento moderno, o viceversa, el vino nuevo del pensamiento europeo de hoy, mosto sin madurar, en el viejo odre de nuestra mística. (UNAMUNO, 1991, p. 190 [datada en 1905])
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Como en el caso de Georg Simmel y Sigmund Freud, Miguel de Unamuno se ubica entre los intelectuales que pusieron en marcha un conjunto de rupturas “epistemológicas” hacia el interior de los campos intelectuales que desarrollaron. Incluso Unamuno tiene varios puntos de coincidencia con la ruptura de Simmel hacia el método científico ortodoxo, y toda la tradición científica que había hecho de la objetividad y el método los pilares de la verdad científica. Unamuno padeció una crisis en 1897 que supuso la superación de su etapa progresista, es decir, su confianza positivista y materialista, perspectiva que brindaba, por otro lado, la certeza de que los datos empíricos constituían verdaderas pruebas. Fuera de esto no había nada.
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La mirada epistemológica de Simmel se acerca más al arte (Cf. NISBET, 1997), con una fuerte impronta intuitiva, algo que iba contra todos los preceptos de aquella ciencia tradicional. La producción de Simmel está más cerca del arte, en razón de abandonarse más a la voluntad ensayística que a la demostración científica, cuando opta por lo fragmentario y menos por lo sistemático. Los puntos de ruptura se ubican en “lo típico en lo particular”, “lo sistemático en lo fortuito”, “el significado esencial en lo transitorio y superficial”, “el intuicionismo” o impresionismo sociológico que aporta una “visión estética de la realidad social”. Finalmente y quizás lo más relevante: lo fragmentario y lo contingente de la vida se articulan con la totalidad (BRENNA, 2009, p. 66). En el caso de Freud, los quiebres respecto de los paradigmas científicos de la época son varios, en relación con el objeto, el método, la epistemología, las ideas de la época, las concepciones sociales, entre otras (BRENNA, 2009). La modernidad excluyentemente urbana es una máquina de generar sobre-estimulación que no llega a satisfacerse, por esa razón se ha dicho que ambos alemanes, Nietzsche y Simmel, sentenciaron que la vida moderna “encadena a las pasiones con una pesada losa de represiones, después de estimularlas hasta el paroxismo. Y cuando no puede encauzar las pasiones, según ciertos formatos, las medica, las excomulga y las arroja a la trastienda de lo patológico” (BRENNA, 2009, p. 72).
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El romanticismo contra la modernidad
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¿Es posible considerar a Miguel de Unamuno dentro de un conjunto de intelectuales que quiebran por una parte ciertas inercias epistemológicas dominantes y, por otra, expresan una incomodidad creciente mediante diagnósticos cáusticos, irónicos, ante la modernidad? En suma, ¿fueron ellos, de diversas maneras, quienes mejor tomaron el pulso de lo que acontecía en la cultura contemporánea? La respuesta es afirmativa, puesto que lejos estuvo este grupo de padecer las penurias que en Las ilusiones perdidas (1837), la novela de Balzac, un joven francés de provincias llega a París buscando su consagración literaria. Una operación que no dejará de repetirse tanto entre los hombres de letras franceses que vivían fuera de la ciudad parisina, como las juventudes del mundo no europeo que buscaban lo mismo. Ya es un lugar común referirse a París como la “capital cultural del siglo XIX”, o la “meca” de los jóvenes escritores latinoamericanos o periféricos. Ninguno de los tres “rupturistas” que reunimos padeció la desilusión, ya que nunca experimentaron lo contrario. En los casos de Simmel y Freud, porque habitan capitales de un desarrollo cultural comparable al de París. Mientras que Unamuno, por propia decisión deja Bilbao y se afinca en Salamanca, haciendo un culto de la vida retirada de las metrópolis. Dos maneras diferentes de sortear las seductoras luces parisinas. Tampoco hay pérdida de ilusión en el futuro, sencillamente porque nunca fueron seducidos por la idea del progreso. Stefan Sweig habla de una “sensibilidad meteorológica”, rasgo que se puede atribuir a Simmel, Nietzsche y, sería lícito agregar, Unamuno, puesto que ello les permitió tomar la “temperatura” de una época: la modernidad en la cultura europea. En ellos descubrimos lo difícil que es leer la modernidad sin ilusiones falsas ni optimismos ingenuos (BAUDELAIRE, 1961). En el poema “La canción de los pinos” de Canto errante (1907), Rubén Darío escribe: “Románticos somos... ¿Quién que Es, no es romántico?”. Este verso parece ser la confirmación de que el movimiento romántico no había cesado hacia comienzos del siglo XX. El romanticismo volvió a reunir aquello que la estética barroca y neoclásica había escindido, esto es, el arte y la vida, a punto tal de borrar los límites entre ambas. Ha sido Octavio Paz quien ha llamado la atención sobre esta operación a la que le atribuye incluso raíces religiosas al estar en íntima relación con la tradición protestante:
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El romanticismo nació en Inglaterra y Alemania no sólo por haber sido una ruptura estética grecorromana sino por su dependencia espiritual del protestantismo. El romanticismo continúa la ruptura protestante. […] El romanticismo fue ante todo una interiorización de la visión poética. (PAZ, 1990, p. 95)9
Aparición del yo, un catolicismo anti-racionalista, cambios de sensibilidad y una alteración en la visión del mundo son otros frutos de este movimiento. Perspectiva esencial para comprender la obra unamuniana, en virtud de que es clara su posición individualista en torno a los sentimientos religiosos, en consonancia con aquellos restos del protestantismo: “La religión ha de ser algo individual, íntimo, el
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modo como sintamos, no pensemos nuestro propio destino individual” (UNAMUNO, 1991, p. 108 [datada en 1901]). De manera que las transformaciones que traía la modernidad no dejaban de atentar contra esta sensibilidad ubicada muy lejos de las exaltaciones del progreso, el entusiasmo urbano o las sensaciones vertiginosas de lo nuevo (Cf. MORENO ROMO, 2012; COMPAGNON, 2007). El trasfondo religioso que Paz indica ha sido detectado también por otros autores, como Michel Lowy y Robert Sayre, quienes han considerado el romanticismo como una contracorriente de la modernidad y extienden una cosmovisión romántica hasta nuestra contemporaneidad. De acuerdo con ellos existe una oposición romántica a la “modernidad capitalista-industrial”, aunque no cuestiona el sistema en su conjunto. Las reacciones son muy puntuales y se orientan hacia un “cierto número de características de esa modernidad que parecen insoportables” (LOWY; SAYRE, 2008, p. 40)10. Michel Lowy y Robert Sayre señalan esas características: 1. Desencantamiento del mundo; 2. Cuantificación del mundo; 3. Mecanización del mundo; 4. Abstracción racionalista; 5. Disolución de los lazos sociales (2008, p. 40). Estos aspectos junto con la raíz religiosa protestante conforman los recorridos rizomáticos y ayudan a descubrir qué puntos del epistolario que pueden vincularse en un panorama en que todo aparenta estar desconectado.
9 Cf. RODRÍGUEZ, 1996, pp. 117-128. 10 Cf. DÍAZ FREIRE, 2015, pp. 21-44.
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Epistolario inédito. Una lectura rizomática
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Con los elementos teóricos y metodológicos reunidos precedentemente abordaremos la lectura del epistolario inédito prescindiendo, en lo posible, de la linealidad en favor de la interconectividad que arroje luz a las tensiones emocionales existentes, que estructuran una postura de Unamuno frente a la modernidad. En una apretada síntesis, el epistolario inédito de Unamuno constituye prácticamente una autobiografía –otra más–, como consecuencia de la lectura que hemos propuesto. Leer las cartas sin destinatarios nos dice más del escritor que la correspondencia completa. Ya lo hemos señalado, el epistolario comienza en 1894 y concluye unos días antes de su muerte en el año 1936. Comienza con una carta a su madre (la única de todo el epistolario) y concluye con otra en la que se refiere al confinamiento al que ha sido sometido por las fuerzas franquistas. Los episodios más notorios de su vida afloran en las cartas. Así por ejemplo la crisis religiosa de 1897, los comentarios a lo que está produciendo ocupan una parte extensa del epistolario. Sin embargo, en el año 1914 ocurren dos episodios: uno contextual y otro personal. En el primer caso, estalla la Gran Guerra y en el segundo es destituido como rector de la Universidad de Salamanca. El tema de la destitución aflora en numerosas cartas, en razón de que por una parte experimenta la afrenta y por otra el silencio de los funcionarios que se niegan a darle explicaciones de la destitución. En 1924 sobreviene el exilio: primero a Fuerteventura y luego su retiro a París, primero, y más tarde a Hendaya en la frontera con España. Son más de seis años que se ausenta. Entre 1930 y 1936, Unamuno se involucra de lleno en la política no partidaria, como él confiesa, sino en el debate en torno a España que intuye con clarividencia los males que se avecinan. Claro está que la pasión política lo acompaña a lo largo de toda su vida. Marcamos simplemente la intensificación de un refuerzo, no una etapa desconocida. La carta escrita a su madre, María Salomé Crispina Jugo Unamuno, trata un tema de política y no filial, o en rigor procura hacerse eco de una preocupación maternal ante la adhesión de Unamuno al socialismo. Entre 1894 y 1897 perteneció a dicha corriente política y escribió frecuentemente en Lucha de clases, un periódico de Bilbao (Cf. PÉREZ DE LA DEHESA, 1966; AGUINAGA, 1970; PARÍS, 1968). “Sólo te ruego que no creas que el socialismo no es nada de
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lo que tú crees” (UNAMUNO, 1991, p. 43 [datada en 1894]). Años después, en otra etapa de su vida dirá del marxismo: “No es todo estómago, aunque este sea lo primero en orden del tiempo. Es preciso llenar el estómago para descubrir el vacío del corazón y hay que garantizar el instinto de conservación para que el de perpetuación despierte” (UNAMUNO, 1991, p. 165 [datada en 1904]). Es una de las salvedades que le hace y la otra, de orden personal: “El otro error me toca más de cerca y me apena de veras. Es la idea total, absoluta y completamente equivocada que tienes de mi carácter. Te pasa lo que pasa a todas las madres, el cariño te ciega y no me conoces” (1991, p. 44 [datada en 1894]). La frase inicial en punto a su carácter es determinante, ya que se trata de una verdadera premonición, en virtud de que la personalidad de Unamuno estará signada por un carácter que se irá forjando hasta adquirir una solidez inquebrantable, del que el epistolario va dando cuenta en numerosas cartas. Del mismo modo que expresa los sentimientos contrarios, esto es, desazón, pesadumbre, ira, repugnancia, indignación. Escribe: “Mi sintaxis misma obedece a mi temperamento” (1991, p. 107 [datada en 1902]). Otra prueba de lo que decimos se observa en esta cita ya hacia el final de su vida y también de su epistolario. En plena guerra, destituido de la rectoría, confinado en su casa, esquivando una pena de muerte, se refiere, a sabiendas de que su correspondencia es controlada por la censura, sobre el episodio que dio lugar a los castigos mencionados: “Hubiera oído aullar a esos dementes falangistas azuzados por ese grotesco y loco histrión que es Millán Astray [general franquista]” (1991, p. 350 [datada en 1936]); más adelante: “Porque el grosero catolicismo tradicionalista español apenas tiene nada de cristiano. Eso es militarización africana paganoimperialista […]” (1991, p. 354 [datada en 1936]). Estos dos extremos del epistolario merecen indicarse porque entre ambos se extiende una línea vital coherente. Lo que vendría a ser una confirmación más de lo que ha se ha dicho y que da razón a la idea según la cual la autobiografía unamuniana está en su obra11.
11 El gran conocedor de su obra ha escrito: “Porque pocos escritores como Unamuno, en cuya obra esté más vivamente presente su íntima y personal coyuntura. Y, sin embargo, no nos ha dejado una autobiografía ordenada ni unas memorias pormenorizadas, pese a su entusiasmo por éste género, cuya penuria en las letras españolas subrayó en más de una ocasión”. (GARCÍA BLANCO, 1958, p. 7)
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Pasiones políticas
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La noción de verdad para Unamuno es probablemente la reunión de la razón con la pasión, puesto que para decirla sin ambages ni tapujos hay que ser movido por alguna energía emocional que vaya de la ira, del desprecio o de la desazón. Los males políticos de España son muchos, pero una carencia determinante parece condenar a todos a no solucionarlos. Unamuno se refiere al desapasionamiento: “Necesito hablar con mucha gente, desahogarme con muchos. Estamos perdidos por falta de pasión, de ideal, de ensueño, de delirio, y nos vienen con esa horrible Ciencia con letra mayúscula, erigida por los que nada saben de ciencias” (UNAMUNO, 1991, p. 203 [datada en 1905]). No teme para salvar a España proponer algo cercano al caudillismo: “Sufro por no ver muchedumbres delirantes detrás de uno cualquiera […] gritándole: sálvanos […]” (1991 p. 204, [datada en 1905], cursivas nuestras); o llamar a cruzadas por ideales: “El sepulcro de D. Quijote está en poder de los infieles. ¿No deberíamos predicar una santa cruzada para ir a libertarlo e intentar así desencadenar la locura colectiva?” (1991 p. 204, [datada en 1905], cursivas nuestras). Lo que nos interesa resaltar aquí es el léxico desbordante que utiliza, consecuencia de un pensamiento apasionado. Tal forma de comportamiento político, es naturalmente antipolítico, circunstancia que lo tenía sin cuidado. Escribe: “no soy cortesano, ni disfrazo lo que pienso por dar gusto a infantes ni príncipes, de los que se me da un comino […] Y si algo me ha dado y me da aquí autoridad es el decir siempre la verdad desnuda” (1991, p. 170 [datada en 1904]). Practica el disenso, de ninguna manera el consenso, lo que habrá de signar su vida negativamente a partir de 1914. El contexto donde se producen muchas de estas expresiones emocionales es bajo el reinado de Alfonso XIII que ha comenzado en 1902, cuando cumple la mayoría de edad y cesa la regencia de su madre María Cristina. Las tres décadas de reinado están marcadas por una activa intervención en los asuntos del país, y por la afirmación de su persona como jefe supremo del ejército. Tendencias que a la postre terminarán siendo vitales para el apoyo de la dictadura del general Primo de Rivera (1923-1930) y no ajenas al resonante fracaso en el que concluirá semejante aventura. Unamuno muy tempranamente visualiza el rechazo a la institución
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militar: “y la verdad es que si algo nos puede inclinar a la República a los que no somos republicanos ni monárquicos es que la república es más civil, y que esos bárbaros de militares –mil veces peores que los curas y los frailes– tengan que cuadrarse y rendir armas ante un hombre civil” (1991, p. 169 [datada en 1904]). Su opinión sobre el rey es enfática:
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El mozo me gusta, me parece sencillo, afable y bien intencionado, pero le temo mucho a los resabios de la mala educación que le ha dado la mula de su madre la austríaca. Anda rodeado siempre de militares y no se quita el uniforme, y le digo y le repito y se lo diré mil veces y se lo repetiré otras mil y no me hartaré de decírselo y repetírselo, todo, todo, todo, antes que esos bárbaros de militares […] Cada día aborrezco más magnates, y príncipes y generales, y farándula de esa clase. Esa es la miseria de las miserias. Y si vuelvo a mis ya antiguas simpatías por el socialismo, es merced a su carácter anti-militarista. (UNAMUNO, 1991, p. 171, [datada en 1904], en cursivas en el original)
Como se observa, el énfasis y los calificativos ponen de manifiesto el claro rechazo al rumbo político del joven monarca. Los acontecimientos posteriores le darán la razón. La pérdida de las colonias ultramarinas en 1898 había herido el modelo político de la Restauración, sacando a la luz los problemas políticos, económicos y sociales. Alfonso XIII no reacciona y deja seguir el curso de las cosas sin introducir ninguna reforma institucional. Por el contrario, España encuentra en la guerra de Marruecos una desastrosa ilusión para evadir la conflictividad interna. Aunque el nuevo intento colonizador resulta ser otra fuente de fricción social. Unamuno había tomado posición sobre la guerra de l898 no tanto por los daños que provocaba, de por sí importantes, sino porque despertaba la peor de las pasiones, es decir, la del odio, entendida como una desobediencia bíblica: “No es lo peor de la guerra los daños de vida y haciendas causa; lo peor de ella es que mantiene el pecado original del salvajismo, que provoca impulsos de odio, que fomenta el bárbaro sentimiento del honor pagano” (UNAMUNO, 1991, p. 55 [datada en 1898], cursivas nuestras). También en una modulación religiosa, nuestro autor resalta a quienes resisten a la guerra: “¿Quiénes son los que en silencio, sin ruido ni disputas ni teoría de escuela, oponen a la guerra una heroica resistencia?” (1991, p. 56 [datada en 1898]). La respuesta vendrá por
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el lado, no del catolicismo, sino de las rupturas cristianas. A quiénes identifica como verdaderos mártires son a los cuáqueros, en los países anglo-sajones, los nazarenos en Austria, los menonitas y los dukhobortsi en Rusia (1991, p. 56 [datada en 1898]). Porque ellos se alzan contra la falsía de los discursos pacifistas “convicciones progresistas [que] no pasan de propaganda oral y escrita contra la guerra”, mientras que aquellos ponen en evidencia que “es la fe religiosa lo que lleva a los hombres al martirio antes que faltar al claro, limpio y terminante ¡no matarás!, que no pueden empañar casuismos farisaicos” (1991, p. 56 [datada en 1898]).
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Ni la aventura de Marruecos ni la creciente presencia militar aliviaron a España de ninguno de los males que padecía, por el contrario, no sólo trajo mayor descontento sino los levantamientos populares de 1909 y 1917, principalmente en Barcelona. En 1921 el ejército español es derrotado en Annual, episodio conocido como el “Desastre de Annual”, un desastre más para la historia española. Esta es la España que Unamuno veía venir algunos años atrás. Comenta en una de sus cartas que ha escrito “La crisis del patriotismo” y que el artículo ha surgido de “la indignación que me causa el ver el estallido de anti-patriótica patriotería en que ha estallado toda esa prensa de cobardía y de mentira por vil adulación al sable” (1991, p. 200 [datada en 1905]). La indignación no reconoce frenos: “Me rebasa el asco. Sólo la ordinariez y la ramplonería prosperan. Hay cosas y juicios que me callo no por cobardía sino porque no me fueron atribuidos a malas pasiones, pero hasta este freno voy a romper. […] Observe que hasta los jóvenes que parece empiezan con más bríos van a hocicar en el casticismo y el preciosismo y no sé cuántas suciedades más. Les enamora lo pequeño” (1991, p. 203 [datada en 1905]). En tal torbellino político, volvemos a decirlo, el año 1914 es un hito que implica un cambio rotundo. En una de las cartas se percibe un giro intenso en el Epistolario. Hasta 1914 Unamuno está sumergido en sus búsquedas espirituales y construyendo lo que será su proyecto vital, pero en ese año de 1914 lo destituyen del rectorado. Sus fuertes enfrentamientos con la monarquía y la administración de gobierno – tal como queda de manifiesto en las opiniones vertidas en las cartas– lo han situado en una posición de abierta oposición y rechazo de las acciones políticas oficiales. La destitución podría ser vista también
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como una herida narcisista, en términos freudianos, de ahí se hace más comprensible la ira que se desata en Unamuno contra el estado, la universidad y los profesores: “Hace tiempo que vengo recogiendo datos para despacharme contra el viejo profesorado español de momias, de haraganes y de cobardes intrigantes […] (1991, p. 345, [datada en 1914]). Este tema es recurrente, de ahí que el dato corrobore la intensa afección individual que padece. Unamuno está ofendido, ofuscado y no espera indulgencia sino reparación moral pública. “La lectura de su libro, además me servirá […] como sedante para un ánimo envenenado por la canalla política […] Ni los desahogos de mis devaneos literarios me bastan ya” (1991, p. 56 [datada en 1916]). Sin embargo, a pesar de esta ostensible carga afectiva que lo agobia, por otro lado experimenta una mayor libertad “de espíritu y mi labor como publicista y como agitador de esta adormilada conciencia civil española ha ganado mucho” (1991, p. 48 [datada en 1916]). Aunque intente ver ventajas en la situación que vive está deprimido, a punto de tal de confesar que pasa gran parte del tiempo acostado y con una “terrible modorra” para escribir sus artículos “en los que procuro echar fuera el veneno que me corroe el tuétano del alma […] Y siento con pavor que se me está agriando el corazón” (1991, p. 60 [datada en 1917]). Unamuno, que nunca dejó de sentirse inmerso en una cruzada, está en una nueva situación que refuerza su sentido misional. En carta fechada en 1914 dice: Escribo por necesidad interna, porque tengo que echar fuera lo que me estorba dentro. Y escribo para afirmar mi personalidad ante mí mismo. Es un modo de irme conociendo e irme poniendo en claro. Porque toda mi vida íntima del hombre debe ser esto: ver claro en sí propio. Y es el modo de iluminar a los demás. (1991, p. 342)
La vida en sus extremos y la pasión “mesiánica” De esta manera peculiar Unamuno comienza su Recuerdos de niñez y mocedad: Yo no me acuerdo de haber nacido. Esto de que yo naciera –y el nacer es mi suceso cardinal en el pasado, como el morir será mi suceso cardinal en el futuro-, esto de que yo naciera es cosa que sé de autoridad y, además, por deducción. Y he aquí cómo del más importante acto de mi vida no tengo noticia intuitiva y directa, teniendo
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que apoyarme para creerlo, en el testimonio ajeno. Lo cual me consuela haciéndome esperar no haber de tener tampoco en lo porvenir noticia intuitiva y directa de mi muerte. Aunque no me acuerdo de haber nacido, sé, sin embargo, por tradición y documentos fehacientes que nací en Bilbao, el 29 de setiembre de 1864. (UNAMUNO, 1946, p. 9, cursivas nuestras)
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La muerte es uno de los grandes temas unamunianos, en tanto “núcleo de su agonismo”. La angustia que le ocasiona saber que ya no estará lo acerca al pesimismo12. “La obsesión de la muerte – escribe– y más que de la muerte del aniquilamiento de la conciencia me perseguía. Pasé noches horribles, de insomnios angustiosísimos […]” (UNAMUNO, 1991, p. 51 [datada en 1897]). La muerte es la advertencia, el llamado de atención para saber la finalidad del hombre en la vida. Por eso se trata de una instancia que alecciona: “Creo que conviene que visite la muerte nuestra casa, pues así nos despierta y nos enseña que sólo a la luz de ella se ve claro en la vida” (1991, p. 50 [datada en 1897]). Pero frente a uno de los extremos de la vida – que es la muerte– Unamuno busca refugios y remansos en el extremo contrario: el de la niñez. La angustia de la muerte se mitiga retornando “a los hábitos de la niñez, en la resurrección de mi alma de niño […] después de haber hecho polvo todo con mi razón pura siento que la razón práctica se me despierta” (1991 p. 52 [datada en 1897]). En otra ocasión recurre al verso del poeta inglés William Wordsworth (1770-1850): “Recójase usted ahí, en su soledad en ese ruidoso París; recójase para irradiar, madurando, los recuerdos de su infancia […] porque es el niño el padre del hombre […]” (1991, pp. 70-71, [datada en 1900], cursivas nuestras corresponden al verso del poeta inglés). El yo a través de la evocación nostálgica del espacio infantil es fuente de inspiración para la obra: “[…] y es que a la vista de los niños despierta mi niñez que es la fuente de mis mejores inspiraciones” (1991, p. 138 12 “Por lo demás, un tema tan central en el autor bilbaíno como la muerte (núcleo de su agonismo), recibe en Schopenhauer un tratamiento opuesto al que ofrece Unamuno. Para éste constituye el gran problema, el drama de la finitud y limitación del individuo, finitud y limitación que Unamuno rechaza. El planteamiento ontológico de la muerte que encontramos en él consiste en presentarla como el choque del deseo de infinitud con la incertidumbre acerca de la suerte del individuo después de su último suspiro. Tal es el drama de San Manuel Bueno. Y este drama está presentado como un asunto que incumbe al individuo humano, a cada uno como tal, no como un asunto que pueda diluirse en la especie”. (RIBAS, 1996, p. 111)
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[datada en 1903]). La implicancia crucial de ese estadio de la vida del hombre, como es la niñez, despiertan tanto la inspiración como también la unción religiosa: “Llevo mi infancia a flor de alma; sus recuerdos me ungen el corazón y soy de los que creen firmemente que el niño que llevamos todo dentro es el justo que nos justificará algún día” (1991. p. 133 [datada en 1903]).
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La religiosidad atraviesa transversalmente el Epistolario con alusiones directas o bien por medio del relato de acciones, que podrían tener una equivalencia mesiánica. La prédica se convierte para él en un propósito. De ahí que abunden las alusiones a las campañas que emprende por los pueblos dictando conferencias, hablando con la gente común. La palabra utilizada para dar cuenta de estos hechos tiene asimismo resonancias religiosas: es la palabra “prédica”. Son ejercicios que combinan un viaje corto y un discurso público: “[…] oficio de predicador laico o caballero andante de la Palabra, y recorro esos pueblos y ciudades vertiendo lo que yo creo ser la buena nueva” (1991, p. 162 [datada en 1904]). Nuevamente el código religioso juega aquí un papel importante, ya que el proselitismo en el que se embarca demanda una peregrinación. Escribe: “Ahora me preparo a otra campaña, voy a predicar seis sermones laicos. Es mi labor. Tengo fe en mí misión providencial que me está en España encomendada” (1991, p. 106 [datada en 1901]). La afirmación es contundente cuando alude al propósito que cree tener ya destinado: “Yo mismo, por mi parte, me he lanzado – y no sin éxito a la conquista espiritual de España y otras tierras, y no son ya pocos los espíritus en los que influyo en mucho o en poco […]”. Más adelante remata: “En esto llego a veces a cosas que parecería a alguien delirios místicos, pero creo en un destino espiritual de nuestra raza [la vasca] –la raza de Iñigo de Loyola– y creo más y es que yo soy uno de los instrumentos de ese destino” (1991, p. 168 [datada en 1904]). O dicho de otro modo por el mismo Unamuno: “Cada día estoy más contento de haber nacido y más convencido como mi señor don Quijote, de la gran falta que hago en el mundo” (1991, p. 180 [datada en 1905]). Pero hay una condición insoslayable que se impone sobre cualquier otra consideración, esto es, decir la verdad siempre por incómoda, frontal o peligrosa que sea: “Nada más terrible que eso de llegar en la mentira hasta a mentirnos a nosotros mismos cuando nos hablamos a solas. Veracidad siempre, decir siempre lo que se siente” (1991, p. 97 [datada en 1901]). La verdad como se aprecia
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deviene del sentimiento y no solamente de su contenido. Tal como lo ha dicho Cerezo Galán, Unamuno ha ideado un “nuevo estatuto de la verdad, no epistemológico sino ético/existencial; verdad en función de la vida, del incremento de su vitalidad y de su sentido” (CEREZO GALÁN, 2003, p. 516). A pesar de todo el empeño puesto en campañas y prédicas, el sentimiento de desazón se hace notar: “Hace tiempo que directamente no sé si usted vive. Yo vivo, sí, pero cada día más aislado, más puerco-espín, más asqueado, más intransigente, más displicente” (UNAMUNO, 1991, p. 244 [datada en 1908]). La pasión de/por el yo: egolatría, egotismo y personalidad
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Claro está que decir la verdad, como Unamuno cree decirla, tiene consecuencias en el presente que vive, entre otros males, el de la soledad y la ausencia de un reconocimiento de su entorno: Yo no espero simpatías mientras viva. Yo no cultivo la piadosa ironía, sino la insidia o el insulto impiadosos, yo no tiendo, como Benavente, un manto de compasión sobre las flaquezas de los demás. Yo he sido amargo, desabrido y duro con todos. He molestado a todos los pueblos que he visitado, y aunque a la larga digan “tenía razón”, en el fondo les soy antipático. Tener razón es lo más antipático que hay […] No quiero altar, porque me caería. Y desde él, no puede lucharse. […] Conozco, amigo, que mi sino es caminar y quedarme solo. Y ésta es mi fuerza. (UNAMUNO, 1991, pp. 250-251 [datada en 1908])
Unamuno está inmerso en lo que llamamos una “pasión identitaria”, entendida como una fuerza de carácter que reafirma la imagen que tiene de sí, una imagen consolidada hacia afuera pero tortuosa hacia adentro. De manera provisional utilizamos esta imagen espacial de un sujeto, en virtud de contar con un discurso no pensado para un público sino para otra individualidad en un ámbito privado. Tal magnitud posee esa pasión afirmativa de una imagen de sí que no deja resquicio alguno. Unamuno también es capaz de exacerbar su cinismo en la comunicación epistolar privada. También en él hay un juego espacial que separa el afuera del adentro: “Quiero vivir al aire libre, dar a todo el que me pida, ser pródigo.” […] “Hace tiempo he estado metiéndome
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lo de afuera en el alma; ahora tengo que devolverlo” (1991, p. 127 [datada en 1902]). También alude a una relación del cuerpo (afuera) con el alma (adentro) enlazados a través del sentimiento: “Cosa terrible es que un alma no encuentre el cuerpo que le corresponde –y es lo que pasa– y el sentimiento de usted no ha encontrado su pensamiento” (1991, p. 212 [datada en 1906]).
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Gozo fama –escribe– de cínico, pero aún guardo como buen vizcaíno, mi hipocresía […] Iba allí [en un artículo] mi actitud y en cuanto a mis compañeros de egolatría acaso los dejé un poco al descubierto. Yo no he sido, no soy de la generación del 98, creo que no soy de ninguna generación en ese sentido. Y ellos los otros, no me han contado en su cofradía nunca. He arado solo, ¡demasiado solo acaso! Como que hoy siento la soledad […] Insisto en que yo, por lo que a mí respecta, descubrí la personalidad. No la mía; la de todos. (1991, p. 32, [datada en 1916], cursivas nuestras)
A partir de los tres ensayos de 1900, “Ideocracia”, “¡Adentro!” y “La fe”, de acuerdo con Cerezo Galán, Unamuno “traza la nueva frontera del yo alma, del individuo” (CEREZO GALÁN, 2003, p. 514). Para ello combina aislamiento con comunicación. Si bien Unamuno procura el aislamiento físico (elige una ciudad alejada de capitales) también lo hará a nivel generacional. Si le diéramos crédito a la teoría de las generaciones, se ubicaría entre los del 98, sin embargo hay una contundente negativa a dicha pertenencia, como se aprecia en la cita anterior. El aislamiento buscado puede tener ribetes temperamentales, pero también estar sujeto a un proyecto vital en el que Unamuno ha sido ganado por esa “pasión mesiánica” a la que hemos aludido. En tanto tal, no está dispuesto a integrarse a espacios comunes junto a otros intelectuales españoles. Con todo, la egolatría ha sido una característica que se le ha atribuido a la generación del 98, que Unamuno ha practicado infatigablemente. Es notorio el tratamiento permanente de una identidad enfática fundada en una afirmación del yo que Unamuno reconoce hacer de manera excesiva. La expresión “verter el alma” intenta mitigar los excesos egotistas: “hay que cuidarse más de verter el alma que de legar el nombre, el alma vertida se recoge […]” (UNAMUNO, 1991, p. 105 [datada en 1901]). O en otro momento escribe: “Hay que poner el alma
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en todo, y echar el mismo espíritu en escribir una carta o en hablar a un amigo que en escribir un manifiesto a la nación o predicar a una muchedumbre” (1991, p. 182 [datada en 1905]). Existe un rechazo del intelectualismo. En una ocasión, Unamuno se disculpa por no haber escrito antes pues no pensaba yo en otra cosa ni tenía el ánimo lleno más que de proyectos literarios y otras vanidades por el estilo. Vivía en pleno egocentrismo como casi todo literato, y peregrinando a la vez por el desierto del intelectualismo. Pero […] caí de repente y sin saber cómo ni por dónde en un estado de inquietud y angustia por el que había pasado hace ya años […] debido acaso a lo excesivo de la intensidad de estudio y meditación a que me había entregado, un estallido de mi intelectualización aguda. (1991, p. 51, [datada en 1897], cursivas nuestras)
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El “estallido de intelectualización aguda” al que se refiere, propicia en el escritor español lo que Cerezo Galán ha denominado “nuevos lugares interiores”. Se trata de una geografía del alma, compuesta de abismos y cumbres. “El entendimiento cede su primacía clásica al corazón, que es la sede metafórica del sentir y del querer, y para el romántico el verdadero centro de la existencia. La realidad no es lo representado, sino lo sentido y experimentado, lo que nos hace padecer, sufrir y gozar, en una palabra, vivir” (CEREZO GALÁN, 2003, p. 523). La nueva subjetividad se erige desde otras bases: sentimiento, voluntad e imaginación (CEREZO GALÁN, 2003, p. 523). Escribe Unamuno: “[le pido a Dios] que tenga la gracia para ser como soy y no como otros me creen, para no sacrificar mi alma a mi espectro, a la imagen de mí mismo que de rechazo recibo de los que me rodean […] Que unos me creen tornadizo y tras la pose de moda, como aprovechado, etc.” (UNAMUNO, 1991, p. 52 [datada en 1897]). En otro lugar, Unamuno alude a una radical posesión del yo: “yo no debo importar a nadie más que a mí mismo, pues soy yo, y no otro, quien de mí ha de dar cuenta” (1991, p. 55 [datada en 1898). La nueva geografía del alma no es un paisaje en el que habitan modas, novedades o “modernismos”, para nuestro escritor no puede ser sino interior: “[…] Porque es dentro, no me cansaré de repetirlo, y no fuera, donde hemos de buscar al hombre; en las entrañas de lo local y circunscrito, lo universal, y en la entrañas de lo temporal y pasajero, lo eterno. […] Déjese usted de modernismo,
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y aténgase al eternismo” (1991, p. 72 [datada en 1900]). Si el ser es una combinación de sentimiento y voluntad es necesaria una intensa confianza en sí mismo contra todo aquello que impida la experiencia subjetiva: “Ya dirá usted que soy un pelma y un petulante. En efecto, la petulancia es en mi característica. Tengo una fe ciega en mí mismo” (1991, p. 295 [datada en 1911]). Conclusiones
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Las cartas inéditas de Miguel de Unamuno contribuyen a formarnos una perspectiva emocional de la modernidad iberoamericana. Las pasiones que atraviesan el epistolario dan cuenta de posición singular ante las transformaciones que están acaeciendo. Su temperamento lo sitúa en un lote de grandes intelectuales que afrontaron lo nuevo con una actitud crítica, irónica o de rechazo y desprecio. Ello necesariamente no convierte a Unamuno en un antimoderno. El malestar que le provocan las aristas más agudas del modernismo ascendente se centran en el desencantamiento del mundo, la mecanización, la desmedida abstracción racionalista, la degradación de los lazos sociales, la disolución del yo. Su malestar posee una fuerte raigambre romántica de procedencia inglesa y alemana, especialmente. Las emociones que circulan van en un sentido diferente de la celebración modernista que exalta la novedad. La ira, la desazón, el pesimismo, el nihilismo, junto con pasiones políticas y egotistas completan ese friso que exalta el disenso, la posición a contracorriente, el fastidio ante los fastos modernos.
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Resumen: En el presente trabajo pretendemos abordar el problema de la modernidad en Iberoamérica desde la perspectiva de un “género menor” como lo serían las cartas. La tarea la emprenderemos a partir de un epistolario inédito de Miguel de Unamuno. La elección de este objeto está en relación directa con el malestar que el escritor español experimentó con relación a la modernidad, al igual que otros intelectuales de la época. El análisis de las emociones nos ofrecerá una mirada diferente de la modernidad. Palabras clave: Miguel de Unamuno. Modernidad. América Latina. Emociones.
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Abstract: In the following essay, I intend to address the problem of modernity in Latin America from the perspective of letters as a “minor genre”. I will base this reading on Miguel de Unamuno’s unpublished correspondence. The choice of this object of study directly relates to the malaise that the Spanish writer experienced in relation to modernity, a discomfort that he shared with other intellectuals of the time. My analysis of the emotions present in the correspondence argues for the existence of a new vision of modernity. Key words: Miguel de Unamuno. Modernity. Latin America. Emotions.
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