Palabráfago

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PALABRÁFAGO Sergio F. S. Sixtos



PALABRÁFAGO SERGIO F. S. SIXTOS


2016. Palabráfago SERGIO F. S. SIXTOS sergiofssixtos@gmail.com Twitter: @cibernetes revista.infames@gmail.com Facebook / Revista Infame Cuidado de la Edición: L.Oliver Miranda Charles. Portada: Mono Obra: Palabráfago Técnica: Tinta y Acuarela (tamaño carta). Facebook / Pinche Mono Diseño editorial: sikore@gmail.com Todos los derechos conforme a la ley.




A mamá, el principio de todo. A Elsa que has liberado. A Iván verso salvaje. “…”


Prólogo: PALABRÁFAGOS DE LA MINIFICCIÓN La minificción recrea, con pocas palabras, un mundo basto y generoso. Para conseguirlo requiere de la realidad imaginativa del lector. A menor número de palabras, mayor imaginación. La aseveración anterior, que podría considerarse un lugar común, no lo es en el caso de Palabráfago, libro donde los textos se mueven cómodamente entre los extremos de “Acto de amor” (25 palabras) y “El gato” (307 palabras). Palabráfago, el primer libro de microrrelatos de Sergio F. S. Sixtos, es en sí mismo un viajar de un texto a otro, de Paris al infinito, de la muerte a un desayuno con mermelada, de Pisa a Alcublas, de un lugar donde la muerte monta en bicicleta a una tumba donde un cadáver sufre de pesadillas, de una casa donde un niño es raptado por un gnomo a un estudio donde un escritor se desvanece en el aire… ¿Hasta dónde llega la ficción?, ¿hasta dónde la realidad? Hasta donde el lector lo quiera y lo permita; no hay límites; cada quien conduce su aventura. Por eso no sorprende que, al no poder resolver un crimen, el detective decida sospechar del lector. Y no se equivoca: los ojos del lector siempre están presentes; recordemos que, en la minificción, a diferencia de otros géneros literarios, es el lector quien tiene la última palabra.

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Desde “Un cuento más”, microrrelato que abre el libro, Sergio F. S. Sixtos nos planta de lleno en la Ciudad Luz, ícono de la cultura, donde habita el recuerdo de dos de sus visitantes más famosos: Julio Cortázar, autor de Rayuela, y Ernest Hemingway, que escribiera Paris era una fiesta. La presencia de los dos escritores convocados no es gratuita, tampoco un acto de magia o un capricho del autor. A Cortázar lo sustenta ser uno de los representantes más connotados del microrrelato, para muestra bastaría asomarnos a sus Historias de cronopios y de famas. Y a Hemingway se le atribuye la autoría del texto más breve escrito en lengua inglesa: “For sale: baby shoes, never worn” (Vendo zapatos de bebé, sin usar). Sin lugar a dudas, un homenaje. Algunos lectores podrían no estar de acuerdo con lo expuesto antes, pero no olvidemos que, como dijera Ricardo Piglia, “un cuento siempre cuenta dos historias”; yo me atrevería a aseverar que en el caso del microrrelato cuenta muchas más. Palabráfago es un libro de apenas 24 historias breves, una probadita de la producción del autor, donde la realidad cotidiana se fractura y permite la presencia de “elementos prodigiosos” como fantasmas, gnomos, objetos animados, la muerte… También está ese ser, el palagráfago, quizá descendiente del animal palabrófago de Marcos Mundstock, del grupo Les Luthiers. No es casualidad que Sergio se sienta a gusto en el subgénero fantástico, quizá porque, como lo refiere Francisca Noguerol en su artículo “Heterocósmica en la minificción mexicana: la poética de Cecilia Eudave”: 9


Si existe un molde genérico espacialmente abonado a la figuración de lo insólito en la literatura contemporánea, éste es sin duda el de la minificción. No hay más que revisar las antologías existentes sobre el tema, las tesis doctorales y monográficos críticos dedicados a su investigación para apreciar tanto la espléndida salud de esta categoría como su especial fascinación por cartografías insólitas, prodigios y animales fabulosos […] Para finalizar, dejo una recomendación para aquellos lectores que acostumbran devorarse un libro de una sentada. Si usted es palabráfago de apetito insaciable y rápida digestión, deguste una minificción por hora, el empaque contiene 24; pero si, por el contrario, se considera palabráfago de lenta digestión, ingiera únicamente dos minificciones al mes, durante un año completo. No importa cuál sea su caso, pronto verá los resultados. José Manuel Ortiz Soto

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UN CUENTO MÁS Llegué a París de vacaciones con un morral y mi ejemplar manoseado de Rayuela bajo el brazo. El morral contenía: una muda de ropa, una libreta de apuntes, estilográfica, un frasco de tinta verde y un guijarro blanco. La piedra era una ofrenda del jardín de mi casa para la tumba de Cortázar. En un café ordené: un croissant y café con leche. Desplegué el mapa de París sobre la mesa y busqué con avidez el Pont des Arts: “¿encontraría a la Maga?”. Sabía que no; pero sería delicioso soñar despierto: hallarla y hablar con ella hasta que París sea una fiesta.

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LA CITA Sábado por la tarde, María tiene prisa: revisa el bolso una vez más, se mira en el espejo, se alisa el cabello, revisa el carmín de sus labios. Arturo la espera en el café de siempre, por tercera vez ha llamado por teléfono. María gira sobre sí misma. Toma la cartera: hay suficiente efectivo, agarra las llaves, unas gotas extras de Flowerbomb. La luz del atardecer se cuela por la ventana, dibuja rectángulos de luz sobre las baldosas; María las atraviesa y cae por ellas, se precipita en caída libre hacia el infinito. Arturo mira el reloj: ha transcurrido una hora desde la última llamada; paga la cuenta y se marcha del café: maldice en voz alta.

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PASEO EN BICICLETA Juan miró a la muerte montada en una bicicleta, daba vueltas alrededor de la calle. La piel se le puso de gallina, cerró los ojos y contó despacio: uno, dos, tres, cuatro,… no conocía más números. Abrió los ojos, ella seguía pedaleando. —¿Vienes por mí? —dijo furioso—. ¡Ándale! La muerte no le hizo caso, seguía concentrada en su carrera. Juan miró a su alrededor, quería escapar, esfumarse. En un rincón de la calle, se hallaba un perro de felpa: viejo y mugroso. Juan lo agarró del cuello y comenzó a perseguir a la muerte. —¡Guau, guau! —gritaba Juan, azuzando al perro. La muerte pedaleó más recio, perdiéndose cuesta abajo. Juan se detuvo jadeando; abrazó al perro y estalló en llanto.

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PRESENTIMIENTO El detective no encontró pistas en torno al cadáver. Cada uno de los sospechosos tenía una coartada perfecta; entonces el detective observó con atención al lector y comenzó a desconfiar.

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DESVELO Despertó sobresaltado, soñó que no era feliz, se percató que todo a su alrededor estaba en orden y en silencio sepulcral; se sintió tranquilo y sólo así el cadáver volvió a dormir.

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DESAYUNO CON MERMELADA La hora del desayuno, mi hermana sintoniza el noticiero en la televisión, el comentarista narra con solemnidad: “Se cayó la torre de Pisa”; seguido por una breve semblanza histórica del monumento y a otra cosa mariposa. —Una lástima, tan bonita torre —dijo mi mamá sin dejar de untar mermelada al pan. Papá dio un largo sorbo al café e impasible siguió leyendo el diario. Mi hermana simuló ser una torre que caía con sonidos de onomatopeyas incluidos. Miré la imagen de los escombros de la torre y sin saber por qué comencé a llorar.

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NAIPES Papá compró un mazo de cartas, venían empacadas en una preciosa caja de cartón. Encontré el mazo de cartas sobre el librero, víctima de la curiosidad las tomé. En la escuela —durante el receso—, saqué las cartas para mostrarlas a Tere y Alma. Traté de enseñarles a jugar burro castigado, pero las dos son unas cabezas huecas. Alma hizo un truco de magia, pidió que escogiera una carta, lo hice: cuatro de copas. Revolvió mi carta con el resto: —Sopla. Soplé y miré incrédula los pases mágicos que hacía con los dedos. Me devolvió las cartas y las revisé; ¡mi carta había desaparecido! No tenía idea de cómo lo había hecho. —¡Es magia titina! —dijo con su risita burlona. Exigí la devolución de la carta, dijo que no sabía hacer el truco a la inversa, se encogió de hombros y se marchó. Lloré hasta que terminó el receso, mientras Tere trataba de consolarme. En casa, aguardaba el regreso de papá. Mamá me llamó para bajar a saludarlo cuando regresó de la oficina; había pensado una historia para justificar la carta perdida. Cuando me acerqué a darle un beso a papá, sentí la náusea, arqueos y vomité la carta: el cuatro de copas. ¡La odio! 18


LA ENTREVISTA Un estudio de televisión, dos sillones, una mesita de centro y dos personajes. El escritor fuma, entorna los ojos y escucha con paciencia a su interlocutor, en ocasiones asiente. Ante una pregunta, el escritor se quita las gafas y contesta: «Creo en fantasmas». El periodista hace una acotación, cita a Henry James, habla de la psicología de la narrativa, la proyección del autor en su propia obra, el fin último del cuento y con sorna, manifiesta la incertidumbre y falsedad de lo fantástico. El escritor sólo sonríe, se eleva en el aire y desaparece.

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JUEGO DE HISTORIAS Una vieja leyenda, invita a encender cien velas y narrar un cuento de terror por cada vela encendida. Al concluir cada historia, se apaga una vela. Se dice que en la narración número cien (en la oscuridad total), un fantasma aparecerá. Alicia contó la última historia y apagó la vela; pasaron los minutos y nada ocurrió. Me levanté y encendí la luz, fue entonces cuando todos comenzaron a gritar.

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VUELTA DE TUERCA Un espectro asola al escritor: entre gritos y apariciones repentinas. El autor, cansado de la vida miserable a la que es sometido por el espĂ­ritu, decide escribir un cuento breve y terrorĂ­fico; ahora el fantasma aterra a los personajes del cuento.

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EL GATO 25 de octubre: Adriana trajo un gato (más bien es un gatito), el niño lo llamó “Bigotes”. 27 de octubre: El gato se caga en las macetas, todo llena de pelos, puse al niño a limpiar. 30 de octubre: El niño gastó sus ahorros en las vacunas para el gato. 2 de noviembre: Regresamos del panteón, al abrir la puerta el gato trepó por mi muslo y me hizo daño, le pegué. 6 de noviembre: Le advertí al niño que si no educa al animal lo tiraré en el basurero, el niño lloró y prometió hacerlo. 9 de noviembre: Hoy le pegué al gato porque se subió a la mesa, el niño me vio y desde entonces ha estado muy callado, evitó mirarme durante todo el día. 12 de noviembre: Por fin se largó el maldito gato, el niño ha estado encerrado en su cuarto llorando, no quiso comer ni cenar, que le sirva de lección. 13 de noviembre: Obligué al niño a que comiera, lloró y pataleó, pero comió.

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14 de noviembre: Está insoportable, hablaré con su padre para que se lo lleve unos días a su casa. 15 de noviembre: ¡Por fin estoy sola! La felicidad, tara-ra-ra… 16 de noviembre: Regresó el maldito gato, ha estado rondando la casa y maúlla cada vez que le arrojo algo, y no se larga. 17 de noviembre: Hoy dormí todo el día, no comí. 18 de noviembre: Estoy enloqueciendo, el gato habló conmigo, no lo hizo con palabras, fue con la mirada. 19 de noviembre: No he sido buena madre, ni hija, ni esposa, ni amiga. 20 de noviembre: Es tiempo de despedirme, el gato dice que no dolerá, que al principio arde como una inyección y después la paz (le creo). Estoy tranquila: el niño estará con su padre y el gato me guiará durante el camino.

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ANTES DE TI Tu alma abandonó tu cuerpo y flotó en el aire como una mariposa. En silencio bebí de ti, mojé mis labios, mi cuello, mi cuerpo y tu garganta se rasgó como hoja de papel y el grito se fue apagando entre el gorgoteo de la sangre. Te atraje hacía mí mientras te resistías, mis manos se aferraron a tus caderas y ofreciste generosa los labios. Guiaste mis manos a tu pecho, tu aliento era amargo y la risa coqueta. Llegamos al parque y el olor a humedad se mezcló con el olor a sexo de tu entrepierna. Salimos del café hablando de poesía, recitaste poemas de los estridentistas. Escribiste un verso en la servilleta de papel. Estabas cansada de tu trabajo en el supermercado, comentaste molesta. Me llevaste a tu café favorito en la calle de Independencia. La lluvia nos sorprendió a la salida del metro Balderas, querías hablar de tonterías. Pregunté tu nombre y sólo dijiste Aurora. Charlamos durante quince minutos, me acerqué a ti con el pretexto de presentarme. Miré tu cuello, delgado y palpitante. Tus ojos me seguían, iban del libro de poesía a mi boca y de la boca a mis ojos. En algún momento, así es el destino, notaste mi presencia. Sentada como una leona en medio de la nada. Subí al vagón y ahí estabas.

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ACTO DE AMOR Lo besó suave, despacio…, sólo un dejo de amargura se coló por su corazón. Hizo a un lado al maniquí y siguió limpiando el aparador.

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DESAVENENCIA El robot humanoide se enamorรณ de una mujer de carne y hueso. El romance fue tรณrrido y breve. Ella lo abandonรณ a causa de una disfunciรณn en su reactor de fusiรณn nuclear de bolsillo.

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RÉPLICA Entre la sorpresa y espanto Marcela la vio comprando en un puesto del mercado un bolso imitación Louis Vuitton, apuntó su celular y le tomó una fotografía, ella se dio cuenta, miró a Marcela al principio con desconcierto y después aterrada, tomó el bolso y se perdió entre la multitud. ¡La muy perra!, dijo Marcela con rabia y corrió tras ella, yo la seguí como un idiota, me sudaban las manos y sentía el corazón en la garganta. No tenía idea de que haría Marcela cuando la alcanzara, por un momento tuve el deseo de que no lo hiciera nunca. Ella llegó a la calle, detuvo un taxi y por más que gritó Marcela no pudo impedirlo. Marcela comenzó a llorar, yo la abracé y le dije que todo estaría bien que no se preocupara. Pasaron tres meses desde ese incidente, Marcela y yo terminamos, pudo más la tensión que todos los juramentos de amor. Ya no he visto a Marcela, pero por amigos mutuos sé que se ha ido consumiendo, dejó la escuela y ya no sale de su casa. La busqué por curiosidad en las redes sociales, indagué entre sus conocidos los lugares que frecuentaba y cuando la encontré la reconocí por el bolso imitación Louis Vuitton, me acerqué a ella y le hice la plática, al instante hubo química entre nosotros; en la tercera cita hicimos el amor y fue mejor que todo lo imaginado. Ella también se llama Marcela y al igual que la otra Marcela: tiene la nariz salpicada de pecas, se le forman hoyuelos cuando ríe, su papá se llama Luis y su mamá Elsa, estudia Física y tuvo un novio igualito a mí que también se llama Carlos. 27


ENSERES El microondas golpeaba al tostador y la licuadora intervino en la pelea —sentí miedo y salí corriendo de la cocina—, en la sala la lámpara de pie arremetía contra el tocadiscos que en ese instante reproducía un disco de jazz; entonces la pianola —cual rinoceronte enfurecido— se abalanzó sobre mí, la esquivé de milagro y se estrelló contra el ventanal cayendo hacía la calle. Es todo lo que tengo que decir, señor Juez.

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DE FRASES Y PALABRAS Un día un palíndromo tropezó contra un bifronte. El palíndromo era bromista y olvidadizo, el bifronte macilento e irascible. La condición desmemoriada del palíndromo la compensaba al dejar frases sueltas en el camino: “Anita lava la tina”, “dábale arroz a la zorra el abad”, enunciados reconocibles para no perder el camino de vuelta a casa. El carácter furibundo del bifronte hizo que éste zarandeara al distraído palíndromo. Con la dignidad lastimada y las ideas revueltas el palíndromo soltó la siguiente locución: “Alá ata seres sosos y sometemos rajar ese ojo”. El palíndromo nunca regresó a casa.

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PALABRÁFAGO Era un animal literario y se alimentaba de palabras; acechaba entre matorrales y en el momento propicio saltaba sobre la víctima, destrozándola. Era un palabráfago consumado, el mejor de su tipo. Las palabras pequeñas, en un principio lo saciaban, pero a medida que crecía el hambre también lo hacía. Buscaba frases completas, con adverbios y adjetivos incluidos; se lanzaba a la carrera y en menos de un suspiro daba alcance a la frase y la deshacía a dentelladas. El animal literario creció y pronto las frases, dejaron de ser las presas favoritas. Comenzó a observar los cuentos y cuando probó el primero, no pudo parar, ya no hacía distinción entre la longitud del cuento, ni el género al que pertenecía; más su presa favorita fue siempre el cuento de fantasía. Una tarde escuchó un sonido monumental, se acercó con cautela y ante él se encontró con la novela. Era una bestia gigantesca de más de mil páginas, la siguió durante días esperando el momento adecuado para atacar: obtuvo miles de palabras por semanas y algunas heridas. Cazaba, dormía y se restablecía de las magulladuras (era su rutina). Un día, el animal literario se adentró por un sendero oscuro, siguiendo una cadencia musical que nunca antes había escuchado, eran palabras que rotaban y se transfiguraban y el animal literario cayó cautivo por la poesía.

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EL GNOMO Mamá no creyó que hay un duende en mi recamara, por la noche cuando lo comenté riñó conmigo y tuve que ir a la cama castigada. Un día desapareció el perico, después el gato; cuando desapareció el perro mamá comenzó a preocuparse. No me atreví a decirle que todo era obra del duende, odiaba la idea de que mamá volviera a poner en duda mi palabra. Hoy he desaparecido yo —mamá debe de estar muy angustiada—, el duende no para de reír y entona canciones acerca de la incredulidad de los adultos.

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ENSUEÑO Al pie del sicómoro desperté con gusto acre en la boca, rígido el cuerpo. Transité el sendero de vuelta al pueblo envuelto en espesa niebla. Recorrí las calles desiertas y llegué a casa. Toqué la puerta y mi madre abrió ahogando un grito. Caí a sus pies y entre sus brazos me acunó murmurando mi nombre, desató la cuerda que estrangulaba mi cuello y dulcemente cerró mis ojos putrefactos para siempre.

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CARTAS DESDE ALCUBLAS Llegué a Alcublas al mediodía. Los molinos saludaron desde la montaña, centinelas mudos. Mi padre había muerto y mi madre me nombró mensajero. —Dale la noticia al abuelo y traerlo de vuelta —dijo mi madre al momento de darme la bendición. Viejas rencillas rompieron lazos de sangre, padre e hijo idénticos, estaban condenados. No hubo acercamiento en la vida, quizás en la muerte. No había estado en Alcublas desde mi más remota niñez. Pregunté por “el Mocho”. —En Alcublas eres alguien si te secunda un mote —dijo alguna vez mi padre. La calle estrecha franqueaba la diminuta casa del abuelo. Imposible reconocerme, imposible abrigarme en su regazo. Solté la noticia ante el hombre de piel de barro cocido. Tomó asiento y me miró cansado. Tendió una copa de tinto y lo bebí con más dudas que respuestas. —Te pareces a él —dijo con voz cascada. Sonreí apurando la copa, su mirada me incomodaba. Ignoraba cuales fueron los problemas que lo enfrentaron a mi padre. Mi infinita timidez prohibió formular la pregunta.

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Abrió el armario y revolvió el interior y sacó una caja de madera. —Son cartas para tu padre—dijo con tristeza. —Ya es tarde —le dije devolviendo la copa. —Muy tarde —agregó mi abuelo. Salí de Alcublas con un paquete de cartas sin destinatario.

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LOTERÍA Escuchó su nombre cómo quien atiende el pregón de un vendedor ambulante. Alguien le tocó el hombro y le dijo que se dirigían a él, se volvió y susurró un gracias apenas perceptible. Se sintió mareado, su nombre seguía zumbando en el ambiente y los compañeros de oficina lo miraron con una mezcla de curiosidad, sorna y pena; él apenas lo notó. Se dirigió dando tumbos a su escritorio y tomó sus pertenencias. Al salir del edificio, había una nube de curiosos en torno a la puerta que lo señalaron, murmuraron y algunos tomaron fotos. El embajador lo esperaba, hizo una pequeña reverencia, él sonrió con timidez y el embajador asintió complacido. El embajador emitió una serie de sonidos que un intérprete los capturó y tradujo. Habló de la buena disposición de las culturas, de la cooperación mutua y del sentido del deber hacia los propios congéneres. Él asintió nervioso, bañado en sudor que lo abochornaba. El embajador lo palpó con sus antenas, confirmó su identidad y dijo que él era el elegido. La gente aplaudió, algunos vítores. El embajador regresó a la cápsula que lo llevaría a la nave nodriza y él lo siguió como un cordero.

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AÑORANZA Sabía que moriría, su cuerpo se hundió en el fondo del mar y el ahogado comenzó a extrañar el sol, las mujeres y el vino estival.

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UN FINAL El día de su muerte la jornada fue corriente y normal: comió la comida rezagada del día anterior; leyó una parte del diario saltándose las tiras cómicas; escribió un par de correos electrónicos; memorizó un chiste picante; engrasó su revólver y se le escapó el tiro mortal. En los últimos estertores de la muerte lamentó ser lo que fue.

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Microepílogo: SATURNO DEVORANDO A SU HIJO O PALABRÁFAGO (Apuntes para un microprólogo) Mauricio Ocampo C. “Los «sistemas fonológicos», son elaborados por el espíritu en el plano del pensamiento inconsciente.” Lévy-Strauss I La palabra, esa unidad léxica, estética y fonética es, en última instancia, lo que verdaderamente nos distingue del animal común. La necesidad de comunicación ha llevado al hombre a interpretar su mundo, mencionarlo y darle sentido. Cada significado busca su razón de ser en otro significado de una manera estructurada y conectada, así, la palabra existe para mencionar el todo, y el mundo, para darle sentido a ésta. Pero el mundo por sí sólo tampoco tiene sentido, necesita de alguien que lo mencione. En este alguien –que llamaremos un espíritu libre-, se sintetiza el mundo y la palabra. ¿Pero qué sucede cuando ésta es rebasada por el mundo? Sólo queda reinventar el lenguaje y el sentido del mismo, tarea que no siempre le corresponde a los especialistas, algunas veces, también lo realizan métecos de la lengua como lo son los escritores. 38


II Cuando leí por primera vez el título de éste libro, no dejé de pensar en la gran cantidad de posibilidades imaginativas que nos da la literatura y en el autor tan divergente que tenía en mis manos. Su capacidad creativa, joven y fresca, además de sintetizar lo que podrían ser extensas historias, Sergio F. S. Sixtos también es creador de anglicismos. Así, conjuga la palabra con el hambre de un glotón y nace el alimento para un animal que devora literatura: Palabráfago. Sergio es juez y parte de éste hecho; por un lado, es creador de imágenes, sueños, historias, y por otro, es devorador de las mismas, es un filicida, o mejor dicho, un palabráfago. En ese espíritu que es él, podemos leer a Saturno devorando a su hijo, de Goya. III En 24 microrrelatos, Sergio F.S. Sixtos nos da un paseo en bicicleta por París, paseo en el que seremos sospechosos de un asesinato, despertaremos sobre saltados y buscaremos nuestra felicidad en un pan con mermelada, seremos victimas del mismo espectro que ha asolado a este autor que pasa de la amargura creativa, a la felicidad soslayada. El lector descubrirá que detrás de cada historia se apaga una vela y surge el miedo o el sobre salto, pero siempre, las estructuras estéticas y fonéticas de su palabra nos llevarán a mutar de homo sapiens a palabráfago, entonando en silencio canciones a cerca de la incredulidad de los adultos. Te invito a beber una taza de café y tomar el riesgo. 39


ÍNDICE 6   PRÓLOGO:   PALABRÁFAGOS DE LA MINIFICCIÓN 10  UN CUENTO MÁS 11  LA CITA 12  PASEO EN BICICLETA 13  PRESENTIMIENTO 14  DESVELO 15  DESAYUNO CON MERMELADA 16  NAIPES 17  LA ENTREVISTA 18  JUEGO DE HISTORIAS 19  VUELTA DE TUERCA 20  EL GATO 22  ANTES DE TI


23  ACTO DE AMOR 24  DESAVENENCIA 25  RÉPLICA 26  ENSERES 27  DE FRASES Y PALABRAS 28  PALABRÁFAGO 29  EL GNOMO 30  ENSUEÑO 31  CARTAS DESDE ALCUBLAS 33  LOTERÍA 34  AÑORANZA 35  UN FINAL 36  MICROEPÍLOGO: SATURNO DEVORANDO A SU HIJO O PALABRÁFAGO


Palabrรกfago, de SERGIO F. S. SIXTOS se terminรณ de imprimir en octubre de 2016. Se imprimieron 300 ejemplares.



Sergio F. S. Sixtos (CDMX, 1974)

Estudió ingeniería metalúrgica y es docente en CEN Tlalnepantla. Su primer microrrelato impreso apareció en: Asimov Ciencia Ficción No. 7 (1995), sus relatos se han publicado en las antologías: Avilapluma (2013), Cryptonomikon VI (2013), Microrrelatos Falleros Vol. III (2014). Ganador en la categoría de Twitter del Certamen de Microrrelatos “Sant Jordi” de Ràdio Rubí, (2014) en España y finalista del VIII Certamen Internacional de Poesía Fantástica miNatura (2016). En estos días vive maravillado por el pequeño mundo de Iván, su compañero de aventuras.


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