TALLER DE CREACIร N LITERARIA Ediciรณn Faro de Aragรณn Vol. IV
Compilaciรณn L. Oliver Miranda Charles
JULIO 2017. TALLER DE CREACIÓN LITERARIA EDICIÓN FARO DE ARAGÓN. Volumen IV Mail: revista.infames@gmail.com * Facebook / RevistaInfame http://www.revistaliterariainfame.com/ * Facebook / FaroAragonOficial _________________________________ Compilación L.Oliver Miranda Charles Cuidado de Edición Ángel Díaz Portada Nébula. Técnica: Collage L.Oliver Miranda Charles Diseño editorial sikore@gmail.com * Facebook/ Sikore.Ediciones Todos los derechos conforme a la ley.
Índice 6
Prólogo: El Camino a Pie
Natalia Serrano 9 12
Un Comienzo Inesperado Naturaleza Muerta
Gerardo Palacios 13 14
Réquiem Caballito
Paula León 15 17 19
Los Amantes Cecil El Luchador
Leonardo Aguilar 21 23
El Sueño de Hans El Hombre del Abrigo Verde
Giovanna Carrasco 26 27 29
Instrucciones Para Atravesar El Mundo Penumbra Cuarta Casa
Pedro Vaca 31 32 36
Amor de Medio Tiempo Las Víboras Asfixia
Fabiola Fernández 37
Acuagénica
Rafael Rodríguez 39 40
Amanecer La Respuesta
PRÓLOGO:
EL CAMINO A PIE Es increíble como el tiempo vuela, hace un año (exactamente) comenzamos el Taller de Creación Literaria en el Faro de Aragón, mismo que también cumple su primer aniversario. El taller estaba pensado para ser una actividad de apoyo por parte del Programa Libro Club de la CDMX, como algunos saben, la Red de Faros ofrece diversos talleres de distintas disciplinas artísticas, como: pintura, teatro, literatura, danza, escultura, fotografía, cine, canto, entre otras. La duración de cada taller es trimestral, por lo que (en teoría) al ser una actividad de apoyo, solo estaríamos un breve periodo. Afortunadamente, debido al impacto que causo entre la comunidad, ahora pertenecemos a los talleres formativos del Faro. Dicho esto, reflexionamos acerca de lo que vamos realizando, es decir, en un año hemos tenido 48 sesiones, 30 autores y 76 textos publicados en 4 Antologías, con un tiraje de 50 libros por número. Además de presentarnos en diferentes foros, como la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, Zócalo y Gran Remate en el Auditorio Nacional.
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Desde un principio, el objetivo del taller ha sido crear un espacio para todas las personas interesadas en el quehacer literario y que, (entendiendo) sus fortalezas y limitaciones, cada autor se reconoce así mismo. Ello, no implica ser indulgentes o no tener crítica sobre lo que escribimos. Dado los resultados, el taller tiene nuevos objetivos, que son: crear una editorial que respalde el trabajo de las antologías, libros de autor, colecciones de libros por géneros, como: poesía, cuento, ficción; participar en concursos o convocatorias para publicar textos y presentaciones en diferentes lugares, como: escuelas y centros culturales. Aún nos falta mucho camino, pero conforme transcurre el tiempo, las palabras comienzan a ser realidad, comienzan a ser tinta y papel y las personas no ven tan lejana, la posibilidad de escribir. Finalmente agradezco al Faro por el espacio y a cada uno de los integrantes que confían en el proyecto, a Ángel Díaz, Nancy y Estephani por tanto apoyo. Así pues, amable lector los invitamos a leer las ocho voces que integran esta nueva antología, textos que nos cuentan amores pasados, enfermedades crónicas, alucinaciones, sueños y comienzos inesperados…
L.Oliver Miranda Charles CDMX, 24 de Julio del 2017
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Natalia Serrano UN COMIENZO INESPERADO Solías decirme, tomate el té, si, de canela, el té era nuestra forma de hablar , de llevarte conmigo cada mañana aunque era una tontería, yo de ti ya no llevaba nada. Por alguna razón, aquella vez su sabor era más dulce y su olor aún más penetrante que de costumbre, quizás se debía a que usaba mi taza de porcelana azul, la que compré en el invierno del año pasado, cuando acordamos que yo llevaría la taza azul bígaro y tú la taza celeste, porque combinaban perfectamente y lucían bien nuestras manos. Ese día cuando brincamos veintidós charcos y me besaste por segunda vez. Como detesto contar cada acción que realizabas y que de alguna forma tenía algún impacto en mí, es mi vieja costumbre. Esa mañana quise ver el noticiero, raro, muy raro en mí, porque sabes que prefiero leer el periódico. Le daba sorbos pequeños al té y me distraía con facilidad, no logré entender ni una sola palabra que transmitía el televisor. Empezaron con política y deportes. Desvié la mirada y ahí estaba el escritorio, el maravilloso y el más horrible del mundo o quizás sólo de mi mundo, al que acudía cada mañana para escribirte. Ciento once, ciento once cartas te he escrito porque han sido ciento once días sin ti. Muchas cartas que nunca has recibido y que amor mío, nunca recibirás. No quería que fuera tan evidente el hecho de que te necesitaba de vuelta. Estaba por escribir la carta número ciento doce, con la pluma en la mano, el papel sobre la mesa y el corazón en la cabeza, todavía no escribía la primera letra del primer renglón con que inicio cada carta, 9
que dice así: “Escribir con el corazón roto es como buscar flores en la guerra, tratas de embellecer lo que ha muerto” esa frase que escribí para ti y que tanto te gustaba y de ahí procedía a redactarte todas las cosas que me pasaban el día anterior, las locuras que hacía por la madrugada, cuántas canciones bailaba sola en casa, cuántas veces fui a la florería sólo para ver si ahora si podía elegir mi flor favorita, porque te prometí que lo haría, pero nada, aún no la elijo. Uno, dos, tres sorbos al té. De pronto el televisor acaparó mi atención. ¡NOTICIA DE ÚLTIMO MOMENTO!, se ha registrado la presencia de un tornado, destruyendo casi por completo una florería. —Claro, justo a una calle de mi casa Debí ponerme muy nerviosa, quizás presentía lo que pasaría por que de inmediato mis manos perdieron fuerza y mi taza caía al suelo, quebrándose en mil pedazos y derramando el té sobre la alfombra. Un golpe en el pecho, ahí justo en ese momento, igual que la porcelana de mi taza, mi corazón terminó de romperse ese día. A penas pude voltear cuando una ráfaga de viento azotó y abrió la ventana, echando a volar mi cabello y consigo las cartas y tras de ellas los pedazos vacíos de mi taza. No supe que hacer, me cubrí la cara con mis manos, apretando mis ojos suavemente para evitar que una lágrima se escapara. Y si, lo logré, pero debo admitir que odié ver mis cartas volando por la ventana y que hayan sido regadas por toda la ciudad. Fue como si algo de mí se desprendiera y ahora lo sé, eras tú el que se desprendía. Cientos de recuerdos pasaron por mi mente y rápidamente se esfumaban como el humo. Cenas, bailes, canciones, días de campo, noches de insomnio, tu risa, tus manos, mi amor por ti.
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Ese día me sentí libre, todas las cosas volaban a mí alrededor, botones, encaje, libros, todo. Corrí hacia la ventana e inclinada, de puntillas y con los pies descalzos observé el tornado que se alejaba poco a poco llevándose todo lo que estaba a su paso, ahí dije tu nombre, el nombre que solía dolerme, el que evité decir por meses y entre mi susurro, el viento y mis pertenencias, volabas, volabas muy lejos. Mañana escribiré la carta número uno y esta vez el destinatario será otro, pero no otro amor, esta vez será una carta para mí.
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NATURALEZA MUERTA
Eras tú quién conservaba la belleza de la naturaleza muerta, porque a pesar de que te has secado como el viejo roble y quebrado como hojas de naranjo, conservas la belleza que en ti vivía cuando la primavera aún no te olvidaba.
Natalia Serrano (CDMX, 1998) Correo electrónico: nattsr_13@hotmail.com Facebook: Natalia Serrano
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Gerardo Palacios RÉQUIEM Las notas del violín se escuchaban lejanas, arrastradas por el viento corrosivo. En el piso la sangre derramada, corría, inundando la estancia. Un cadáver yacía en la entrada de la casa y en la esquina la cabeza cercenada del mismo. La música aumentaba su intensidad, venia acercándose. De súbito, el cadáver se puso en pie y comenzó a bailar con macabras contorsiones. La cabeza articulaba sonidos huecos que se convirtieron en un inaudible canto. Me aleje reptando hasta la puerta. Al abrirla observe el vacio. La oscuridad infinita se esparcía en el horizonte. Se apodero de mí una profunda incertidumbre. Si saltaba hacia el vacio, ¿cuál sería mi destino? Voltee y vi aquel lánguido cuerpo, desgarrándose, al ritmo de un incesante réquiem. Al observar aquellos antinaturales movimientos, contemple la belleza de lo desconocido. La belleza de esa muerte, ya no tuve miedo, clave en mi cuello una navaja y me uní eternamente en un trágico vals.
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CABALLITO Subí a mi habitación. La puerta estaba pintada de negro, con extraños marcos que parecían de sangre. Adentro, no había cama, ni armario, ni nada de lo que solía estar, solo había dos grandes estantes con muchas figurillas de porcelana. De entre todas me llamo la atención la de un caballo, con ojos tan tristes, que casi parecían reales. Me senté cerca de la puerta, y lo observe hasta quedarme dormido. Cuando desperté ya no estaban los estantes, ni las figuras, era mi cuarto tal y como lo recordaba. Me quise parar, pero no podía moverme, era como si no tuviera piernas ni brazos, y en efecto no podía verlos, ni siquiera, podía girar mis ojos. De pronto, se abrió la puerta y se escucho un fuerte crujido. Era la abuela, que al verme solo dijo —pobre caballito. Fue por una escoba y se dispuso a tirar mi fragmentado cuerpo a la basura.
Gerardo Palacios (CDMX, 1996) Estudio en CCH Vallejo.
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Paula León LOS AMANTES El color carmesí de sus manos mancha el caballete al acomodarlo, pero sus huellas se confunden con otras tantas cicatrices que su carrera de artista ha dejado sobre la estructura de madera. Sus manos tiemblan ligeramente mientras prepara los pinceles y limpia la paleta; no sabe si aludirlo a la cafeína o a la constante adrenalina que recorre su sistema. Los recuerdos comienzan a arremolinarse en su memoria, mientras el Artista se acomoda sobre el taburete. Limpia cada falange de cada dedo, dispuesto a iniciar pulcramente su obra. Suspira y, finalmente, se enfrenta al lienzo en blanco. Toma un carboncillo y traza líneas de su rostro. Son líneas suaves, fluidas y seguras. Se detiene un momento en los ojos, dibuja las largas pestañas sin plasmar aun la expresión perdida de su mirada. Termina el boceto y procede a dar color a su obra. Rompe con la regla y decide pintar el fondo después, pues teme no ser capaz de captar en el lienzo la visión que acude a su memoria, como si su presente fuese un susurro a punto de desvancerse. Da pinceladas furiosas pero cuidadas, dando vida al otro yo. Nunca le habían gustado los autoretratos, siempre ignoraba la necesidad de interiorización del artista, la reafirmación absurda de su propia identidad, el consejo vano de sus maestros al explicarle que pintarse a si mismo era un acto de exposición y valentía que en ocasiones resultaba peligroso. Nada de eso lo había tentado, pero el que ella lo dejará era demasiado. Su partida lo había destruido, lo había destrozado y dejado vacío. Por eso pintaba contra el tiempo, 15
antes de que ese otro artista, del cual ella había sido la musa, desapareciera para siempre. No quedaba nada más que el recuerdo, y ese último cuadro sería su memoria. Comienza a trabajar el fondo, copiando los detalles de la habitación que lo rodea. Sentado a espaldas de la puerta y casi a obscuras, enfoca la luz del cuadro sobre su rostro. Mira el resultado de su obra ratificando la corazonada de que el cuadro ya estaba sobre el lienzo cuando comenzó a pintar. Se acerca y con horror comprueba que hay una sombra en la puerta de ese otro estudio hecho de lino y óleo. Es la sombra del Otro, de ese hombre al que ella había amado y que nunca fue él. La sombra avanza sobre la pintura, aún con la mancha carmesí fresca sobre el pecho y lo mira condenatoriamente. El horror lo enloquece cuando aparece una segunda sombra, la de ella. Tiene partida la mirada, en la mano todavía lleva el arma suicida. Desesperado, se abalanza sobre el cuadro pero no lo alcanza, se sumerge en él. Grita por piedad, pide clemencia. No fue él; fue el otro yo, el artista que plasmo en el cuadro. Él fue quien, enloquecido de celos, terminó con los amantes. Pero ellos no escuchan, y las sombras lo cubren. El color carmesí se desborda por el suelo del estudio, el cuerpo del Artista yace cubierto en él. Al lado del caballete, se observa la sombra de los dos amantes.
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CECIL Los sonidos de la calle me hacen levantarme antes que ellos, siempre antes. Abro mis ojos, sacudo mi cuerpo y estiro las patas; el hombre se ha levantado y tal parece que lo ha hecho con el pie izquierdo. El grito de la mujer anticipa la pelea que él intenta acallar con el portazo de la puerta del baño. Todos los humanos son insufribles; viviendo siempre con el afán de creer que el mundo gira por ellos. La mujer entra a la cocina, donde estoy yo, y refunfuñando se propone a preparar el desayuno. No me ilusiono, nunca me incluye entre los comensales pues solo soy la aspiradora viva de sus errores culinarios y únicamente lo que cae al suelo es mío. Las manos le tiemblan y tal el su enojo que deja caer el sartén en un estrépito terrible. Dios mío, es demasiado temprano para tanto ruido. Su torpeza la obliga a mirar hacia abajo. Al igual que el hombre, parece que me levante con la pata izquierda porque es hasta entonces que la mujer nota mi presencia. Intenta sacarme con una patada. De nada vale mi lealtad de antaño, el haber dado la alerta aquella vez del ladrón o cuando me quede al lado del bebé aquella vez que enfermó; todo lo que merezco es una patada. La odio, a ella, al sartén y a todos los humanos. Me odio por obligarme a quererlos, por permitirles arrebatarme la libertad, por cortar mi cola, mis garras, mi pelo, mi alma. Por separarme de mi madre y ponerme un bozal, por amaestrarme, domesticarme y prometer amarme.
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Empieza a gritarme: ¡Salte! — No lo haré. ¡Salte! — Grita más fuerte. ¡Salte, carajo! El hombre entra irritado: también le molesta el escándalo matutino. Toma la escoba y asesta un golpe en mis costillas. No puedo evitarlo, aúllo de dolor. Irritado, me toma sin delicadeza y me destierra al patio. No puedo levantarme, los años ya me pesan. Como los odio, a todos ellos. Los minutos pasan y ya no me importa. Siento su calor antes de que su mano me acaricie. Ya no es un bebé, el Niño me mira con ojos tristes. Es el más vil de todos ellos, porque a él no puedo evitar amarle.
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EL LUCHADOR Había tenido el sueño la otra noche. Estaba ahí, en la cocina de una de esas casas de los suburbios donde la vida es más simple. Lavaba la evidencia de la cena de los platos, mientras sus risas la distraían. Los veía ahí, en el jardín trasero: su hijo siendo presa de las cosquillas de él, el Luchador. Los rayos de luz los atravesaban y por un instante, sintió que podía morir con una sonrisa. Cuando despertó, decidió que el sueño no la atraparía. Jugaría contra sí misma para olvidarlo y selectivamente lo eliminaría de su memoria. Se repitió la mentira mientras se instaló en su rutina, pero por instantes el sueño lograba alcanzarla. Ya en el escenario, se concentró en su número de diosa marchita. Regreso a los otros sueños, a los de la juventud robada donde aún tenía la seguridad de sentirse deseada. Se entregó como antes, envuelta en la perversión, la lujuria y el alcohol. Se lanzó de lleno al vacío, emergiendo de las fantasías de los hombres que la veían con la mirada empañada por la ebriedad y el humo. Y entonces, el sueño la alcanzó. Sabía que algo se había roto cuando bajo del escenario aquella noche, consciente de que lo hacía por última vez. Corría bajo el impulso de la desesperación y no del valor. Subió al auto, compró la entrada y lo buscó; todo en movimientos metódicos propios de la adrenalina. Cuando lo encontró, la mirada del Luchador se veía vacía y entendió que nada de lo que dijera lo detendría. Aun así debía hacerlo, porque su temor era dejarlo ir sin completar su misión, permitir que partiera sin que supiera que ella estaba ahí. Se lo debía al sueño. 19
A pesar de todo, intentó detenerlo. Deseó poder contárselo con la mirada, abrir ante él la posibilidad de otro futuro, un futuro en una de esas casas de los suburbios donde la vida es más simple y los atardeceres poseen esa luz que te atraviesa. Pero él se alejó, porque un Luchador no pertenece a nadie más que a la multitud para la que pelea. Ni siquiera a ella. Se escondió donde no pudiera verlo, solo escuchaba vítores, aplausos y abucheos. Olía a sudor, a sangre y a muerte. Lo supo cuando la multitud se quedó en silencio y el aire empezó a sentirse pesado. Randy “The Ram” Robinson no se movía. Imagino los titulares de mañana, la emoción de los asistentes al rememorar la anécdota, el dolor de la otra, la hija, cuando encontrará sus propios sueños perdidos. Se levantó y salió del lugar. Era hora de despertar.
Paula León. (CDMX, 1999) Miembro de la generación Z y sobreviviente de la educación diferenciada. Amante de la acuarela, el café negro y las máquinas de escribir. Futura ingeniera biomédica.
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Leonardo Aguilar EL SUEÑO DE HANS Afuera llueve y no voy a salir para tomar el té con madame Dullac, graniza y no tengo ganas de mojarme.Llamo a madame Dullac por el etelio, un balde de agua que está conectado a una antena, puede recibir imagen y sonido del usuario con el que se desea hablar; Dullac tienen una falda con encaje negro, un escote pronunciado para poder sacar su larga y rosada cola. —Buenas Tardes madame Mus Dullac— dije con voz solemne. —Buenas Noches Herr Hans Schwein— contesta. —Quiero proponerle recorrer—prosigo—para mañana pues por mi casa llueve demasiado, al punto de que el coche no puede avanzar por el lodo—mentira—y caminar resulta imposible pues el granizo es de un tamaño inmenso, tremendísimo, y descalabra a los peatones. Su rostro se muestra feliz, le quitan un peso de encima, responde: —No hay problema, de hecho, también quiero posponer la cita— y cuelga. Llamo a Sir Charles Summersick, aunque siempre lo convoco por su apellido esta vez digo su nombre, que extraño se siente. Sir Summersick es mi fiel mayordomo rata, mis amigos dicen que nuestra relación va más allá de patrón— empleado. Han dicho que parecemos novios, comentario que me da mucha gracia, él frecuentemente me sigue a donde quiera que vaya, a veces discutimos sobre tonterías, nos contamos secretos que los demás ignoran… En verdad él no es mi tipo. 21
De tanto pensar en estas cuestiones se me olvida por qué lo llamo. Pienso, pienso y las palabras se desvanecen: —¿A dónde huyen?– me pregunto y la respuesta no hallo. Le comento a Sir Summersick el problema y él responde: —¿Sabe usted sobre los peces del viento, aquellos que corren entre los dientes y la lengua para salir y perderse en el vacío exterior? –. —No hay tiempo de metáforas estúpidas, esto es serio— contesto bastante irritado por aquel comentario. Empieza a tronar sus dientes de rata, furioso por mi ofensiva respuesta, grita y balbucea, le digo: —Tranquilízate, — y parece que mis palabras avivan el fuego —tómalo con calma—. Él y yo forcejeamos un rato hasta que él toma la antena del etelio y me la clava en el estómago, la sacude violentamente y se detiene al llegar a mi garganta. Y mi pecho llora ríos de sangre. Lo observo, frente a frente, y los ojos de mi asesino parecen dos perlas negras, preciosas y excitadas. El dolor se presenta tan placentero, un regalo a esta vida tan frívola y banal; el dolor de mi asesino, hermoso ser, exhala calor, calor que olvida mi amargura. Siento dos pellizcos en el pie izquierdo y la voz de madame Dullac llamándome por mi nombre: — ¡Hans, Hans despierta! Tienes que tomar tus pastillas. — Abro lentamente mis ojos y me descubro, de nuevo, en esta maldita prisión; tomo la mano de madame Dullac, me lleva hasta un enfermero parecido a Sir Summersick, me da unos dulces de colores y dice: —Toma Hans, tus pastillas para los malos sueños—. 22
EL HOMBRE DEL ABRIGO VERDE Los perros ladran, se arrastran. Una casa, la ventana rota, la ropa rasgada. Oscuridad, frío, manchas de sangre. Sangre vieja, negra, salpicada. El enchufe gotea chispas, voces hablando... —Algo anda mal— Piensas mientras observas la lámpara. Afuera está lloviendo, son las ocho con treinta y dos minutos. Es una noche oscura y fría. El teléfono suena, contestas a la vacuidad de la señal. Línea muerta, alguien toca la puerta y preguntas. La casa guarda silencio, tu madre duerme en su habitación, papá no llega del trabajo, las paredes verdes parecen una tumba que empequeñece y el vaho de las ventanas es un mar de rostros. Sábanas amarillas cortadas por bichos, animales carroñeros. Una sirena lejana busca las piernas estiradas. Afuera está lloviendo, son las once con quince minutos y es una noche roja y lóbrega. —¿Quién es?— Mientras abres la puerta y ves a un hombre de abrigo verde.
Leonardo Aguilar Rodríguez, 17 años Estudio en CEDART “Luis Spota Saavedra” Correo electrónico: yurikogore@outlook.com
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Giovanna Carrasco INSTRUCCIONES PARA ATRAVESAR EL MUNDO Debo decirlo yo porque jamás lo dirán en otra parte ni se leerá en otra historia, no por evitar que se sepa sino para que nadie se entere, no es un secreto, puesto lo sabe todo aquel que ya leyó este cuento, y así, cuando termina, poco a poco se va sintiendo que es verdad, se siente cuando ves colores incrustados en los ojos de los demás y en la parte baja de la cabeza, que es donde desembocan los recuerdos, de repente se empieza a soñar con aquello que nunca existió. Nadie sabe qué pasó realmente, pero la tierra se abrió. Un agujero atravesando de polo a polo el mundo. Y es bien sabido que cuando esto ocurre se necesita un manual para poder atravesarlo correctamente: Primero, procure ser el que lo encuentre antes para que no tropiece con los demás en el vacío, no importa el polo al que haya llegado, eso es lo de menos, porque resulta que el polo nunca es el mismo, va cambiando conforme la tierra gira, según dicta la insensata geología; asómese con cautela, juntando su cuerpo hacia delante, el aire que sentirá será como un ventilador programado al revés que intentará jalarlo, empujándolo hacia adentro, resista, no se aviente hasta estar seguro que usted no sabe lo que está haciendo; recoja el miedo en partes iguales y transfórmelo en pequeñas bolas de carácter, llévelas consigo, salte, cuando vaya cayendo asegúrese de no tragarse la opresión de su pecho, para evitar accidentes busque en la penumbra la dirección del centro y aférrese a ir en esa dirección; rodéelo, cuide de no morir calcinado. Y sobre todo, procure haber llevado varios cambios de ropa, la gravedad lo empujara siempre hacia el centro, entonces, cuando usted esté a punto de salir, volverá a caer. Y así, por siempre.
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PENUMBRA Un, dos, tres golpeteos. Repite Belial dando pequeños golpes en el tablón de su puerta justo debajo del picaporte, haciendo ritmo con las yemas de los dedos, simultáneamente, primero el índice, después el medio y el anular finaliza el ritual que Belial hace antes de realizar cualquier acción. No puede salir sin hacer esto, lo sabe. Un, dos, tres golpeteos para abrir la puerta; un, dos, tres golpeteos con el pie para avanzar. Al salir la luna iluminaba la calle, se acercó a la parada del camión y repitió nuevamente: Un, dos, tres golpeteos para subir, un dos tres golpeteos para bajar. Entró lentamente a la cafetería de la esquina, cogió un lugar vacío y pidió un café negro como el cielo, un, dos, tres golpeteos para sentarse, un, dos, tres golpeteos para voltear, la ventana quedó a su lado, podía observar el espesor de la niebla que empezaba a caer, las luces tenues y amarillas de los faros hacían notar el empedrado de una calle angosta, vacía, la niebla parecía que se acercaba hacia la ventana, lentamente. Absorto, Belial contempla el líquido oscuro concentrado en su taza, la luz se refleja en el café ennegrecido formando círculos, un, dos, tres círculos, decía para sí con voz suave; uno detrás de otro, en una danza constante y fatal. El café daba la impresión de profundidad, una extraña y horrible profundidad, y los ojos de Belial muestran su asombro, los entreabre más en cuanto pasa el tiempo. No había tocado la taza y la niebla en la ventana parecía estar cada vez más cerca. 27
Un, dos, tres golpeteos para levantar la cuchara, un, dos, golpeteos para tocar la taza. Belial se incorpora de repente, recapacita: uno, dos... ! Solo había hecho dos golpeteos! ¡Se le había olvidado el tercero!, y ya había tocado la taza con su mano, las gotas de sudor sobre su rostro delatan su preocupación; siente la presencia de una persona en las afueras, voltea. Nadie. Solo ve el oscuro y profundo cielo a través de la ventana. Se tranquiliza, mira a sus alrededores, no pasa nada, nadie lo había visto equivocarse, no volvería a cometer ese error, se culpa de su idiotez; sus ojos se concentran nuevamente en su café oscuro. Un, dos, tres golpeteos para un sorbo, dice. La niebla se aproxima, junto con una sombra, alta, delgada, quien camina despacio junto con ella. Belial se concentra en su café enorme y oscuro como sus ojos, un, dos tres golpeteos para levantar la taza, acerca su rostro a ella, el olor penetra fuertemente en su cerebro pero lo siente en su corazón, la sombra en la ventana camina despacio. Belial se percata, da media vuelta. Nadie. Gira su cabeza. La luz de un relámpago parecía dibujar en la ventana un repentino rostro que sonreía. Belial toca la punta de la taza con la punta de su boca, sus enormes ojos se dilatan, se escucha el ruido de la taza cayendo al suelo, el café negro regado en el piso junto al cuerpo sin vida de Belial. Por la ventana, un hombre, alejándose con la niebla, murmura: Un, dos, tres muertos…
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CUARTA CASA ¿Cómo era posible que el cuarto fuera aún más oscuro que la noche?, me pregunté mientras caminaba adentrándome en un lugar sin nombre, un lugar al que había llegado sin recordar el cómo, silenciosamente, avancé despacio. De repente, como un trueno en primavera, así, inesperado e imposible, creí escuchar un leve lamento que no procedía de ningún lado, pero a la vez se escuchaba en todas partes. Era un quejido suave, quedo, como de un niño pequeño. Mi corazón saltó de repente: ¿un niño? No puede ser, me dije en voz baja. ¿Hay alguien?, preguntaba e inmediatamente callé tratando de escuchar algún sonido. Nada. Me tranquilicé. Seguí avanzando, de todas las casas esta es la más siniestra a la que había entrado en toda mi vida. Un pequeño aro de luz que provenía enfrente, una luz blanquecina asemejaba la luz del día y la esperanza. Caminé hacia ella. Nada más erróneo. Más lamentos. Todos quedos, apagados, todos de niños, se acrecentaban conforme avanzaba hacia la luz, gritos agudos y penetrantes, gritos sin forma ni tiempo. Avancé más rápido. Temeroso, atravesé la opaca luz, la escena era inconcebible, las paredes estaban repletas de cabezas humanas, vivas, más bien, muertas en vida, no se distinguían ya sus formas pero sabía que eran niños, esas pequeñas cabezas incrustadas, con sollozos infantiles, cansados de tanto lamentarse y llorar, ya no gritaban, solo suspiraban agonizantes, atormentados en los adentros de esas paredes, empotrados hasta el borde de la quijada sin poder escapar. Las cuencas de los ojos eran más grandes que los mismos, su tez era pálida y sombría al mismo tiempo, se notaba la tortura a la que fueron sometidos, sus laceraciones en el rostro los delataban. 29
El dolor de su sufrimiento se reflejaba en sus enormes y vacíos ojos. Mis pies empezaron a sumergirse en un líquido espeso. Bajé la mirada. El piso estaba cubierto de sangre, tanto fresca como seca, junto con extremidades de cuerpos que se descomponían en los alrededores. Sentí pánico. Retrocedí. De repente se dieron cuenta de mi presencia, todos aquellos rostros muriendo me miraron fijamente; empezaron a dar alaridos de desaliento, sus bocas emitían pedidas de auxilio, sus ojos lloraban lágrimas secas de miedo y horror, todos aquellos posaban ahora sobre mí, pidiendo auxilio; sus bocas se abrían y cerraban. No alcanzaba a entender palabras, ni una sílaba siquiera, solo escuchaba aullidos, lamentos: “ayúdame”, “sácame de aquí”, “llévame con mi mami por favor”. Sus lamentos atravesaron mi pecho.
Giovanna Carrasco Moya (Miztontzin) Egresada de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH). Licenciada en Etnología.
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Pedro Vaca AMOR DE MEDIO TIEMPO Ellos hablan del día. Del día, que no les pertenece, en que no se pertenecen, en que son más esclavos; del día, en que no hay más camino que un prolongado silencio. Fragmento de Los Hombres del Alba de Efraín Huerta
Ellos hablan mentiras vestidas de promesas que podrán ser libres, serán grandes. Dejaran atrás sus miedos y se amarán Ellos hablan del día. Del día. Un pequeño roce con el pie o con el dedo es suficiente leña para alimentar un corazón que arde de lunes a viernes, porque los fines de semana es tiempo que no les pertenece, en que no se pertenecen. Pero un amor de medio tiempo demanda horas extras exige inventar falsas reuniones para concebir encuentros reales, un amor así los hace sentir libres en los momentos en que son más esclavos; del día. Ellos hablan del día en que correrán descalzos del día, que gritaran cuanto se aman hasta quedarse sin voz pero ellos saben, muy en el fondo que no hay más camino que un prolongado silencio. 31
LAS VÍBORAS La respiración de Ramón se aceleraba conforme la noche se hacía más oscura, mientras sus recuerdos lo golpeaban una y otra vez y sus miedos ascendían por su cuerpo arrebatándole la poca gallardía con la que había salido hace unas horas de su casa. Ramón resignado a fallar su misión se dispuso a morir asediado por las criaturas del cerro. Horas atrás, el joven piel de madera y ojos de carbón caminaba de regreso de su trabaja en el taller de lutería de su abuelo, quien durante toda su vida se había dedicado a crear jaranas y guitarras y ahora intentaba transmitir su oficio a su único nieto. Esa tarde, el abuelo se había ido a Zambada a vender algunas guitarras para la fiesta patronal, dejando a su nieto encargado del negocio. Durante sus 14 años de vida, Ramón fue un chico flacucho, de pocos amigos, callado y que prefería agachar la cabeza antes de responder a las burlas de los otros niños que lo tachaban de marica y de vivir bajo las faldas de su madre por no querer ir a recorrer los montes y los barrancos de la sierra como todos ellos. Su padre se había ido a Estados Unidos cuando tenía tres años pero nunca volvieron a saber de él, algunos decían que lo había agarrado la migra, otros que no aguantó el viaje y que murió en el desierto de Sonora. Pero a Ramón poco le importaban los barrancos y los desiertos, prefería pasar sus ratos libres tocando la vieja guitarra del abuelo, preparándose para integrarse a la banda del pueblo cuando fuera un poco más grande y así poder vivir de su mayor pasión, la música. 32
Pasaban de las siete de la tarde cuando Ramón dejó el taller y se fue para su casa. Al llegar se percató de un silencio sepulcral que invadía la casa de adobe donde vivía. Encontró a su madre, dormida, bañada en sudor y con la frente hirviendo por la fiebre. Ramón inútilmente intentó refrescar a su mamá con un trapo húmedo. Unas manchas purpuras que excretaban un líquido amarillento habían brotado en el rostro, cuello y piernas de su progenitora, haciendo entrar en pánico al joven quien sin saber bien lo que hacía salió en búsqueda de ayuda. Ramón tomó los billetes que guardaba en el ropero y corrió con doña Chole para que cuidara a su madre mientras él iba en búsqueda del doctor que vive en Mariscala, a una hora en carro o a más de tres caminado. Buscó al taxi del pueblo pero no lo encontró; sin su abuelo ni amigos en los que confiar, Ramón tomó la decisión de correr y correr por la vieja carretera para buscar ayuda pero el camino era largo y su desesperación iba en aumento, cada pasó que daba lo acercaba más a la decisión de adentrarse por los oscuros, solitarios y atemorizantes terrenos de la sierra. Sin una linterna, Ramón intentaba abrir sus ojos para poder ver a través de aquella abrumadora oscuridad. Al primer paso fuera de la carretera el joven quiso regresar pero debía seguir. Las palabras de su abuelo le dijo el primer día en que lo llevó al taller, hacían eco en su cabeza. “Debes cuidar de tu mamá, ya que eres el hombre de la casa, cuida de ser honesto y siempre ver por tu familia”.
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Ramón empezó a ascender una pequeña colina que le ahorraría un buen tramo de camino, de vez en cuando se metía la mano a los bolsillos para cerciorarse que los billetes que había tomado del ropero siguieran ahí. Aunque las palabras de su abuelo lo motivan a seguir adelante, no podía dejar de pensar en las palabras de su madre que le contaba historias sobre las víboras del monte. Su mamá le había dicho que tuviera cuidado por donde pisaba que si se acercaba mucho a los campos de flores rojas, moradas y blancas las víboras lo picarían, su piel se ennegrecería y caería muerto a los pocos minutos. Aquellas palabras le erizaban la piel, el hecho de pensar en los colmillos, en el cuerpo amorfo del animal, en el veneno, en la muerte. Perdido en sus divagaciones, Ramón se alertó ante un ruido entre la maleza, su cuerpo se tensó y empezó a retroceder sin percatarse del vacío al que se acercaba, cuando su pie derecho rozó el borde del barranco, ya era muy tarde para reaccionar. La gravedad había hecho de las suyas atrayendo al joven al fondo del abismo. Cuando Ramón abrió los ojos solo alcanzó a ver la penumbra que lo rodeaba. La cabeza le dolía y en su frente un gran chichón había aparecido. Intentó levantarse pero su pierna izquierda se encontraba rota, un borboteo rojo daba señales de los raspones o quizás mordidas de víboras que lo habían devorado en el rato de inconciencia. Con un esfuerzo que tensó cada musculo de su cuerpo, Ramón se arrastraría hasta un frondoso ahuehuete, en donde el dolor sería intenso pero más intenso sería el terror que le infundía ese constante siseo que llenaba el ambiente, 34
Ramón temía haber caído en un nido de víboras, en un pozo de terror llenos de esos seres que tanto asco le provocaban. “No tenías que haber salido de la carretera, mamá te lo advirtió, las víboras del monte van a venir, si no es que ya vinieron”, se repetía para sí mismo el pobre Ramón. Conforme respirar se volvía una tarea menos natural, el incesante seseo aumentaba, los murmullos del monte invadían el corazón del niño. Cuando los primeros gritos de su abuelo pudieran ser escuchados, Ramón ya habría muerto pero no por las heridas ni por las criaturas, Ramón moriría de un miedo implantado, perdería la vida por el ruido que hacen las hojas cuando el viento sopla.
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ASFIXIA
PEDRO VACA Estudiรณ Comunicaciรณn y Periodismo en Fes Aragรณn.
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Fabiola Fernández ACUAGÉNICA A los 15 años le diagnostican a Alex una enfermedad que no es nada común, tan sólo se han registrado 33 casos en el mundo y ella forma parte de este pequeño grupo. Todo comenzó cuando Alex salió de darse un baño, noto que tenía sarpullido en partes del cuerpo pero no tomo importancia; se preparo para ir a la escuela de la cual llamaron con extrema urgencia a su padre para comunicar que Alex se encontraba en el hospital. Al llegar el médico comunico que su hija tenía una enfermedad poco común, su organismo había desarrollado una alergia al agua. Pero, ¡cómo! — Replica su padre, si nuestro cuerpo está constituido por más de un 60 por ciento de ella, es un elemento vital. ¿Cómo explicar a una adolescente que no puede darse un baño, llorar , sudar, disfrutar de un día lluvioso ni del placer de sorbo de agua en un día caluroso? Decirle que padece urticaria acuagénica, alergia al agua la cual no tiene cura. Alex no perdió las ganas de ir a la escuela, no falto el idiota que le gritara —mugrosa, báñate—. Llegó el tiempo en que el calor era inevitable, le provocaba sed y no podía hidratarse, el sudor le provocó gran erupción en la piel y la picazón en su piel parecía papel de lija, tan delgado que al rascarse se rompía y comenzaba a sangrar. Eran tan fuerte la picazón, que tuvo que salir directo al hospital. Su padre fue llamado de emergencia. Le pusieron grandes dosis de antihistamínicos. Pidieron a su padre no llevarla más a la escuela, ella quiso llorar pero tenía que reprimir su frustración y coraje. Esa rabia contra esta absurda enfermedad. Ya en casa Alex decidió que una pequeña alergia no la destruiría, tendría una vida única. 37
Sería miembro de un grupo selecto de personas totalmente distintas al resto. Alex abrazo su enfermedad y la trasformo en algo valioso. Eso que la distingue de millones y millones de personas. Noto lo bello de sus días, de la ducha que se trasformo en un ritual. Tres horas antes, toma una gran dosis de antihistamínicos y ese minuto bajo la regadera es la mejor experiencia al sentir las miles de gotitas finas y constantes de la regadera. Los días calurosos los combate metida en su casa tomando leche fresca, cuando el calor es insoportable prende el clima artificial que mando a instalar papá. Su pequeño grupo de amigos la ponen al tanto de tareas, de si Luis sale con una chica nueva, si Carla sigue siendo la más pesada de la clase o si Hugo es el mejor en mate. Los días de lluvia son una tentación, desde su ventana contempla a la gente corriendo para no mojarse y ella imagina que camina bajo esas gotas de plata que cubren la noche formando espejos en el suelo, ve las lamparillas reflejarse con múltiples destellos de luz. El grito de “no te mojes chamaco” la saca de su sueño. Extraña tanto esos días en que podía salir y caminar en la lluvia, sentarse en el jardín en los días calurosos. Un tanto triste se retira de la ventana y pregunta a su padre si algún día volverá a sentir la lluvia o quizá dar un sorbo al agua, sus hermanos le dan consuelo, —¿para que te quieres mojar? no ves como la gente corre para resguardarse, te salvas de esas duchas diarias, de lavar trastes, no tienes que tomar agua insípida. Los ve y con una sonrisa picara les dice: tienen razón, les toca lavar los trastes. Alex ha logrado sobrevivir 3 años a esta enfermedad llamada urticaria acuagénica. 38
RAFAEL RODRÍGUEZ AMANECER Eres silvestre, flor dueña de mi fragancia y eres poesía de amor en movimiento. Eres la serenata que murmura la brisa eres quien posee la esencia de la naturaleza muerta. Eres lo que has sobrevivido cuando en vez de dar un paso atrás eres abismó y empiezo a imaginarte porque a pesar de que te has secado como el roble eres lo bueno que se espera al otro lado del puente. Eres tú, cual bello lirio que expande su aroma e invade mi existir, eres tu a quien quiero y siento en el otoño caído y quebrado como las hojas de naranjo. Eres mi hoy y mí mañana, el primer rayo de luz del día como el cielo conserva su lucero más bello así conservas la belleza que en ti vivía. Eres el concierto de las flores cuando llegas a mi jardín y eres la música sonada del madrigal que cantan las lluvias de Abril, cuando la primavera aun no te olvidaba.
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LA RESPUESTA ¡Kevin! — Grito Lucy mientras ve un montón de juguetes regados sobre el piso. Vas a ver muchacho del demonio, mira nada más que regadero… ¿ya te volviste a esconder? ¡Deja que te encuentre!— Grito, mientras su respiración se aceleraba con adrenalina del enojo, apretando la esponja de los trastes, caminando hacia la sala, pasando por el comedor, se recargo en la puerta inhalando profundamente y dejando salir un grito furioso hacia el patio: ¡¡Kevin!! Ven acá o vas a ver cómo te va. Un terrible silencio dio lugar a la voz del viento inevitable del destino inicuo, las piernas de Lucy temblaron, su peso las clavo en el piso. ¿Será posible esto? No me puede estar sucediendo —su mente pareció flotar. ¿Qué te sucede Lucy? – la portera le pregunto con exquisito morbo. ¡Ay Juanita! no encuentro a Kevin, ¿no lo has visto? Ay, Lucy. Ese niño latoso sí que ha sido tu cruz. No, no lo he visto. ha de andar en la calle; Lucy apresuro el paso hacia la salida, su corazón se dispersaba hacia todos los sentidos, por las calles. Sus veloces pasos cada vez eran más lentos y el horizonte infinito destrozaba sus esperanzas. Se oía un eco, Kevin… Kevin la tienda, el parque… la casa de Chucho… la abuela…Lucy corre a la policía…Lucy corre a la Cruz Roja… Corre Lucy; no puedo correr más. La iglesia... No puedo más. ¿Por qué?, ¿por qué se fue? Lo regañe... Lo golpee…Quería que estuviera quieto todo el tiempo, limpio todo el tiempo, atento todo el tiempo…obediente.
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El frío metálico de la puerta desde su palma retumbo hasta su mandíbula, dándole la respuesta como una bofetada, el nudo de su garganta se agrieto y en sollozos la respuesta musito: es un niño, es tan solo un niño de 6 años ¡Que esperabas!, ¡Idiota!. Un bulto de frustraciones, amarguras como tú, imbécil. Era tan solo un niño que ama la vida ¡Maldita, no puede ser! Hiciste que se fuera, sus lágrimas inundaban el espacio y los muebles flotaban. En el centro se podía ver un hermoso castillo de mil colores formado de juguetes, trastes, piedras; no era el regadero que Lucy vio en la mañana. Era hermoso en verdad, un temblor hizo que las torres del castillo se precipitaran, asomándose una manecita, oyéndose una hermosa melodía que vibro en las profundas entrañas de Lucy. ¡Mamáá! ¡Mamáá! Los ojos de Lucy buscaron desesperados el cuerpecillo del pequeño adormilado detrás del castillo.
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Taller de Creaciรณn Literaria, FARO DE ARAGร N ( Julio 2017)
Taller de creaci贸n Literaria Edici贸n Faro de Arag贸n Vol. IV, compilado por L. Oliver Miranda Charles, se termin贸 de imprimir en julio de 2017. Se imprimieron 50 ejemplares.