Metapolítica84

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METAPOLÍTICA



REVISTA DE LA UNIVERSIDAD VERACRUZANA 5FSDFSB ร QPDB t Oร N 28 t QSJNBWFSB 2014 t ISSN 01855727

Sergio Pitol 1FSรฅM EF +PTร &NJMJP 1BDIFDP Claudia Posadas: &OUSFWJTUB DPO +VBO (FMNBO $ 40.00 M.N.

Jesรบs Guerrero: 1PFTร B QBO EF MPT FMFHJEPT EF 0DUBWJP 1B[ Olivia Domรญnguez y Dora Cecilia SรกOchez $FOUFOBSJP EF MB JOUFSWFODJร O OPSUFBNFSJDBOB FO 7FSBDSV[ ยฒEHBS $BOP Anecdotario. Dossier de artes plรกsticas


METAPOLĂ?TICA

SUMARIO

AĂ‘O 18, NĂšM. 84, ENERO - MARZO 2014

www.metapolitica.com.mx

PORTAFOLIO Rector Mtro. J. Alfonso Esparza Ortiz

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EDUARDO OLIVARES: EL ARCHIVO INTERVENIDO. HISTORIA DE DOS HALLAZGOS

IMPRENTA Â PĂšBLICA 90

DE PLAGIOS Y PLAGIARIOS por Cristina Puga

92

Sobre LA POESĂ?A DEL PENSAMIENTO. DEL HELENISMO A CELAN DE GEORGE STEINER por Edgar Morales Flores

Secretario General Dr. RenĂŠ Valdiviezo Sandoval Director del ICGDE Dr. JosĂŠ Antonio Meyer RodrĂ­guez Director editorial Dr. Israel Covarrubias

SOCIEDAD Â ABIERTA 16

MIGUEL ABENSOUR: EL MAPA DEL MUNDO Y EL ATAĂšD DE LA UTOPĂ?A por Patrice Vermeren

96

Sobre LACAN, FRENTE Y CONTRA TODO DE ELISABETH ROUDINESCO por Isela RodrĂ­guez RamĂ­rez

23

ÂżINCONSCIENTE O MUNDO INTERNO? por Javier Roiz

99

Sobre TEORĂ?A DEL MUNDO DE LA VIDA DE HANS BLUMENBERG por MarĂ­a Luisa Bacarlett PĂŠrez

27

ESTADOS UNIDOS Y LATINOAMÉRICA: UNA HIEDRA SIN CENTRO por Franco Gamboa Rocabado

metapolitica@gmail.com

Consejo editorial JosĂŠ Antonio Aguilar Rivera, Roderic Ai Camp, Alejandro Anaya, Antonio Annino, Ă lvaro AragĂłn Rivera, Israel Arroyo, MarĂ­a Luisa Barcalett PĂŠrez, Miguel Carbonell, Jorge David CortĂŠs Moreno, JosĂŠ Antonio Crespo, Jaime del Arenal Fenochio, Rafael Estrada Michel, NĂŠstor GarcĂ­a Canclini, Pablo GaytĂĄn Santiago, Armando GonzĂĄlez Torres, Paola MartĂ­nez HernĂĄndez, MarĂ­a de los Ă ngeles Mascott SĂĄnchez, Alfio Mastropaolo, Jean Meyer, Edgar Morales Flores, Leonardo Morlino, JosĂŠ Luis Orozco, Juan Pablo Pampillo BaliĂąo, Mario Perniola, Ugo Pipitone, Juan Manuel RamĂ­rez SaĂ­z, VĂ­ctor Reynoso, Xavier RodrĂ­guez Ledesma, Roberto SĂĄnchez, AntolĂ­n SĂĄnchez Cuervo, Ă ngel SermeĂąo, Federico VĂĄzquez Calero, Silvestre Villegas Revueltas, Danilo Zolo. Coordinador de Debates del presente nĂşmero: Israel Covarrubias

31

EL DĂ?A MĂ S INCIERTO DE LA HUMANIDAD por Juan CristĂłbal Cruz Revueltas

36

SOBRE LA LLAMADA GOVERNANCE URBANA. ANĂ LISIS DE LOS ALCANCES Y RIESGOS DEL PARADIGMA por Luis H. PatiĂąo Camacho

44

ARGENTINA EN UNA PERMANENTE TRANSICIĂ“N POLĂ?TICA por Federico Saettone

DiseĂąo, composiciĂłn y diagramaciĂłn Ivan Velasco Vega

METAPOL�TICA, aùo 18, No. 84, Enero a Marzo de 2014, es una publicación trimestral editada por la BenemÊrita Universidad Autónoma de Puebla, con domicilio en 4 Sur 104, Col. Centro, C.P. 72000, Puebla, Pue., y distribuida a travÊs del Instituto de Ciencias de Gobierno y Desarrollo EstratÊgico, con domicilio en Av. Cúmulo de Virgo s/n Acceso 4 Puebla, Puebla. C.P. 72810, Tel. (52) (222) 2295500 ext. 5559, www.metapolitica.com.mx, Editor Responsable Dra. Claudia Rivera Hernåndez, crivher@hotmail.com. Reserva de Derechos al uso exclusivo 04-2013-013011513700-102. ISSN: 1405-4558, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Con Número de Certificado de Licitud de Título y Contenido: 15617, otorgado por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación. Impresa por MAGDALENA GARC�A REYES, Circuito San Bartolo Oriente A, Edificio C 709 Int. 8, Infonavit San Bartolo, Puebla, Puebla, C.P. 72490, Tel. (222) 1411337, DISTRIBUCIÓN. PERNAS Y C�A., EDITORES Y DISTRIBUIDORES S.A. DE C.V. Poniente 134 No. 650 Col. Industrial Vallejo C.P. 023000, MÊxico D.F., Tel. 55874455, Êste número se termino de imprimir en Diciembre de 2013 con un tiraje de 3000 ejemplares. Costo del ejemplar $50.00 en MÊxico. Administración y suscripciones Dinorah Polin, Tel. 045 (222) 769 3450, suscripciones@metapolitica.com. mx, dinorah2606@hotmail.com. Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e imågenes de la publicación sin previa autorización de la BenemÊrita Universidad Autónoma de Puebla. METAPOL�TICA aparece en los siguientes índices: CLASE, CITAS LATINOAMERICANAS EN CIENCIAS SOCIALES (Centro de Información Científica y Humanística, UNAM); INIST (Institute de L’Information Scientifique et Tecnique); Sociological Abstract, Inc.; PAIS (Public Affairs Information Service); IBSS (Internacional Political Science Abstract); URLICH’S (Internacional Periodicals Directory) y EBSCO Information Services. METAPOL�TICA no se hace responsable por materiales no solicitados. Títulos y subtítulos de la redacción.

DEBATES Espacios  de  escritura  y  confrontaciĂłn. ,GHDV REUDV \ DXWRUHV FRQWHPSRUiQHRV GH OD UHĂ€H[LyQ SROtWLFD PH[LFDQD (Segunda  parte) 52

PABLO GONZà LEZ CASANOVA: LA DEMOCRACIA EN MÉXICO por Rogelio Hernåndez Rodríguez

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JULIO SCHERER GARC�A: UNA VOZ EN EL SILENCIO A TRAVÉS DE LOS PRESIDENTES por Xavier Rodríguez Ledesma

61

JOSÉ REVUELTAS: MÉXICO. UNA DEMOCRACIA Bà RBARA O INTERFAZ DE LA DOMINACIÓN POL�TICA por Pablo Gaytån Santiago

67

ROLANDO CORDERA Y CARLOS TELLO: MÉXICO, ¿QUÉ DISPUTA EN QUÉ NACIÓN? por Israel Covarrubias

75

BOLĂ?VAR ECHEVERRĂ?A: VUELTA DE SIGLO por Luis MartĂ­nez Andrade

80

ARNALDO CÓRDOVA: LA DOBLE ESTRUCTURACIÓN DEL PODER POL�TICO EN MÉXICO por Cristhian Gallegos Cruz

85

MIGUEL LEĂ“N-PORTILLA: EL LABERINTO DE LOS VENCIDOS O LA VISIĂ“N DEL OTRO por Gerardo MartĂ­nez HernĂĄndez

102

Sobre FACTORY NUNCA MĂ S. ESTUDIO DE CASO EN TORNO AL INCENDIO DE LA DISCOTECA FACTORY DE ANDREA MADRID TAMAYO, MARCELO NEGRETE Y TITO LIVIO MADRID por Hugo CĂŠsar Moreno HernĂĄndez

105

Sobre ESTADO, SEGURIDAD PĂšBLICA Y CRIMINALIDADES. DEBATES RECIENTES DE RIGOBERTO OCAMPO ALCĂ NTAR, ISRAEL COVARRUBIAS Y JUAN CRISTĂ“BAL CRUZ REVUELTAS (COORDS.) por JosĂŠ Antonio BretĂłn Betanzos

107

Sobre ENTRE LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN Y EL DERECHO A LA INFORMACIÓN: LAS ELECCIONES DE 2012 EN MÉXICO DE CITLALI VILLAFRANCO ROBLES Y LUIS EDUARDO MEDINA TORRES (COORDS.) por Cecilia Aida Hernåndez Cruz

110

Sobre CIENCIA POLĂ?TICA COMPARADA. EL ENFOQUE HISTĂ“RICO-EMPĂ?RICO DE DIETER NOHLEN por Claudia Rivera HernĂĄndez

Foto de portada: Eduardo Olivares. El archivo intervenido. Historia de dos hallazgos. FotografĂ­a. Plata / gelatina y pigmento negro.


PORTAFOLIO

EDUARDO OLIVARES: EL ARCHIVO INTERVENIDO. HISTORIA DE DOS HALLAZGOS

Eduardo Olivares* EL ARCHIVO INTERVENIDO. HISTORIA DE DOS HALLAZGOS En la librería Las Sirenas, que estaba en la calle de La Paz, en San Ángel, a la que acudía a ver obra de artistas que difícilmente se conseguían en el país, había un estante que contenía libros usados, los cuales eran comprados por el hijo de la dueña a artistas en desgracia. Dentro de I’ll be your mirror de Nan Goldin, encontré, diseminados entre sus 600 páginas, las ocho fotos que les muestro a continuación, así como una hoja mecanografiada donde se lee la historia del hallazgo. No me queda más que decir la misma frase con la que termina la narración: “Se las muestro tal cual la encontré”. Eduardo Olivares. El archivo intervenido. Historia de dos hallazgos Fotografía. Plata / gelatina y pigmento negro.

*(Ciudad de México, 1975), es artista visual dedicado al estudio de lo documental. Su trabajo se desarrolla principalmente en torno a la fotografía, el video y el cine. METAPOLÍTICA núm. 84,

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MIGUEL ABENSOUR: EL MAPA DEL MUNDO Y EL ATAÚD DE LA UTOPÍA

Miguel Abensour:

EL MAPA DEL MUNDO Y EL ATAÚD DE LA UTOPIA* Patrice Vermeren**

¿

Han leído a Miguel Abensour? En la filosofía política crítico-utópica de Miguel Abensour, los conceptos van siempre en pares: “utopía y democracia”, “democracia salvaje y principio de anarquía”, “la conversión utópica: la utopía y el despertar”, “utopía: futuro y/o alteridad”, “los pasajes Blanqui entre melancolía y revolución”, “filosofía política y socialismo”. Pero el uso de la conjunción (y) no indica la ambigüedad ni la opacidad filosófica de lo político, como en Merleau-Ponty (Humanismo y terror), ni su transparencia, como en Kojève (Tiranía y sabiduría). Más bien, se trata de la expresión del enigma de lo político, entre dominación y emancipación. Otra singularidad sería el complemento sistemático, a estas categorías de la tradición política, de un adjetivo calificativo paradójico que señalaría la intempestividad: en Abensour la utopía es persistente; el heroísmo, revolucionario; la emancipación, auto-emancipación; la democracia, salvaje o insurgente; y la filosofía política, utópica o utópico-crítica. Ser intempestivo, después de Nietzsche y Françoise Proust, puede querer decir dos cosas. O pensar y actuar, no contra, sino a la inversa del propio tiempo. O afrontar el propio tiempo a contrapelo, por su reverso: cuando la mirada, el pensamiento, la acción se dirigen hacia el presente con la finalidad de asirlo, * Traducción Tuillang Yuing, con la colaboración de Elena Donato. ** Filósofo. Actualmente es Director del Departamento de Filosofía de la Universidad de París-VIII, Saint-Denis.

no son sus contemporáneos. Es lo que signa la inactualidad del presente (Proust, 1995; Riba, 2002: 215-224). Es lo que Walter Benjamin traduciría, según Françoise Proust, como el porvenir considerado, a la vez, como aquello a lo que el pasado convoca y aquello que convoca al pasado, y lo intempestivo considerado no como una tarea, ni una obligación, sino como una propiedad del tiempo presente. La cuestión se vuelve entonces la de los efectos que lo intempestivo produce, y la de los inéditos poderes de resistencia que puede liberar. Horacio González habla del proceso de liberación de los textos desplegado por Miguel Abensour, al leer a Leroux o a Tomas Moro, a quienes ya no se lee, a Marx, Saint Just o Strauss, a quienes ya no habría que leer, a Clastres, Levinas, Lefort, relegados al estatuto de pensadores de segundo orden (González, 2006: 29). ¿Cuál es el estatuto filosófico de esta empresa crítico-salvadora de revelación de las potencialidades emancipadoras de los textos, que exige leer un escrito contra sí mismo, y dar forma al tipo de lector emancipado? La ambigüedad de la palabra Utopía ha sido pensada por Tomás Moro, al forjar ese neologismo en 1516: la utopía es o bien el eu-topos, el lugar del bienestar perfecto, o bien el ou-topos, el lugar que no existe en ninguna parte, o bien ambos a la vez (Baczko, 1984: 84). Inmediatamente, la palabra designa todo texto que toma por modelo al del autor del “verdadero libro de oro”, y también comienza a calificar todo proyecto de legislación ideal, como la

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República de Platón (Diccionario de Trévoux, 1771): utopía se escribe entonces sin mayúscula y puede emplearse en plural. Desde entonces y por largo tiempo, el adjetivo utopista proviene de la boca del otro, para descalificar al soñador, creador de quimeras que no mira de frente la cartografía de lo real del mundo y se refugia en un imaginario presentado como realización imposible. Gueudeville, el traductor de Tomás Moro al francés, escribe en su prefacio a Utopía: “Lo real no se utopizará jamás”. Bronislaw Baczko también cita a Louis-Sébastien Mercier, autor de Año dos mil cuatrocientos cuarenta1 (1771): “Ficcionalizar un plan de gobierno en una isla lejana y en un pueblo imaginario, para el desarrollo de diversas ideas políticas, es lo que han hecho diversos autores que han escrito, en términos ficcionales, a favor de la ciencia que abraza la economía general y la felicidad de los pueblos”. El Diccionario de la lengua francesa de Littré (segunda edición, 1873-74) propone estas dos definiciones: “UTOPIA, s, f.// 1) País imaginario donde todo está regulado por lo mejor, descripto en un libro de Tomás Moro que lleva ese título. Cada soñador imagina su Utopía (con mayúscula). 2) // Figurado. Plan de gobierno imaginario, donde todo está perfectamente ordenado para la felicidad de cada uno, y que, en la práctica, produce con frecuencia resultados contrarios a aquello que se esperaba (con minúscula). Crearse una utopía. Vanas utopías. /Proyecto imaginario”. Que el resultado del plan del gobierno imaginario pueda ir contra las esperanzas de felicidad de aquel o de aquellos que lo han concebido, y perseguir el riesgo del peligro social, es lo que bien quisieran demostrar todos aquellos que, en el siglo XIX, se oponen a los utopistas socialistas o humanitarios (Saint-Simon y los sansimoneamos Bazard y Enfantin, Charles Fourier y Victor Considérant, Robert Owen, Etienne Cabet, Pierre Leroux). Tal y como Louis Reybaud, autor de una serie de artículos célebres en la Revue de Deux Mondes, sobre los Réformateurs contemporains et les socialistes modernes (1842) [Reformadores contemporáneos y los socialistas modernos], de Jérôme Paturot à la recherche d’une position sociale (1843) [Jérôme Paturot en busca de una posición social] y de Jérôme Paturot à la recherche de la meilleure des Républiques (1848) [Jérôme Paturot en busca de la mejor de las Repúblicas], que escribe —en el prefacio a la segunda edición del primer libro citado— que “lo que engaña sobre todo a los innovadores y los man1 Hay traducción al castellano: Año dos mil cuatrocientos cuarenta, México, Instituto Nacional de Bellas Artes, 1987, traducción de Joaquina Rodríguez Plaza.

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tiene en una ilusión funesta es su punto de partida. Con aspiraciones matemáticas, quieren alcanzar lo absoluto: imaginan para el hombre una felicidad absoluta, una moral absoluta. Ahora bien, el absoluto escapa a nuestra naturaleza contingente y limitada, el absoluto es el secreto de los dioses. Un hombre absolutamente virtuoso, absolutamente feliz, ya no sería un hombre […] Persigamos lo mejor, sea. Pero busquémoslo en la esfera de lo posible y sin soñar en los destinos humanos una solución de continuidad, una metamorfosis súbita, un cambio a la vista”. A ese realismo de lo posible, puede oponerse la célebre fórmula de Alfonso de Lamartine, que presupone que la utopía podría tener un rol de previsión histórica: si “las utopías no son a menudo más que verdades prematuras”, ¿no corren el riesgo de abdicar de su pretensión de transformar radicalmente lo real? Que la utopía pueda prefigurar la ciencia también es uno de los temas privilegiados por Marx y Engels: “El socialismo científico se ha elevado sobre los hombros de Saint-Simon, de Fourier y de Owen, tres hombres que, pese a toda la fantasía del utopismo de su doctrina, se cuentan entre los más grandes espíritus de todos los tiempos y han anticipado genialmente innumerables ideas cuya exactitud demostraremos hoy científicamente” (Engels, 1962). Que por su irrealismo la utopía esté consagrada a la impotencia (lo que se revelaría singularmente con el fracaso de la Revolución de 1848) o que triunfe por incorporación en la historia como momento precientífico, correspondiente a un estado precoz del proceso revolucionario, consistiría en volver a proclamar el fin de las utopías en nombre del realismo del liberalismo y del triunfo del capitalismo generalizado, o de la cientificidad del marxismo y de la revolución comunista anunciada (Abensour, 1973, tomo 1: 31). Es sin dudas contra el presente, un siglo más tarde, de esa doble herencia del mapa del mundo y del ataúd de la utopía, que nace el proyecto filosófico de Miguel Abensour de un nuevo espíritu utópico, dirigido contra dos escollos: 1) el escollo de la degeneración tiránica de la utopía totalitaria, en el que ésta realiza la unidad integradora y totalizante del todos Uno, que convierte en su contrario a la utopía emancipadora del todos unos; 2) y el escollo de la degeneración autárquica de la utopía de los sabios, donde una pequeña élite se encierra sobre sí misma para construir sólo para ella, aquí y ahora, la libertad —que los utopistas revolucionarios continúan reivindicando para el género humano— que así ha pasado del todos unos al todo uno. Si se quiere situar la coyuntura en la que Mi-

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guel Abensour reactiva, a finales de los años sesenta del siglo XX, la cuestión de la utopía, en primer lugar debe evocarse toda la literatura oficial y oficiosa del Partido Comunista Francés, que transporta como una perogrullada el juicio de Engels sobre su carácter pre-científico y anti-revolucionario. A modo de prueba, elijo al azar la acusación a George Sand realizada por Jean Larnac en 1947: “Arribada a la acción en nombre de la utopía, después del fracaso (de 1848), George Sand se refugia en la utopía, una utopía cada vez más vaga, desprovista de toda verdad social, de la cual no quedaba más que la piedad suprema cara a Hugo y a Tolstoi, que obliga a asumir automáticamente el partido del más débil, sin considerar la justicia, y que desde luego implica, en quien a ello se libra, la pertenencia a la clase aristocrática, la creencia en la superioridad del patricio sobre el plebeyo, la negativa a creer en la posibilidad de una inversión de las clases o en su supresión […] Cuando un ‘comunista’ no tiene en la boca más que las palabras de San Juan: ‘Hermanos, ámense los unos a los otros’, es un comunista extenuado, un comunista que ya no espera nada más que el cielo” (Larnac, 1947: 231). Después de Maximilien Rubel, Abensour ataca la manía de las rupturas del dogmatismo estalinista: ruptura entre Marx y sus predecesores, entre Marx y los filósofos, entre Marx y los utopistas, entre el joven Marx hegeliano y el Marx vuelto marxista, que inventa el materialismo histórico y establece los fundamentos del materialismo dialéctico. Pero es sobre todo el corte epistemológico ciencia/utopía, retomado por el althusserismo, el blanco de Miguel Abensour. Distinguir a Marx de los marxistas, tal es para él la virtud del trabajo de Maximilien Rubel,2 para devolver a la utopía toda la extensión que ocupaba en Marx (Abensour y Janover, 2008: 37). La tesis doctoral de Miguel Abensour se cierra con la demostración de que “la teoría de Marx no es el lugar donde la energía utópica viene a extinguirse para dar lugar a la ciencia, sino donde se opera un trans-crecimiento (crecimiento superado) de la utopía socialista-comunista o comunista crítica. Marx no es el sepulturero de la utopía, ha retomado y llevado su energía a un nivel más alto, proyectándola en el movimiento real del comunismo, princi2

Maximilien Rubel (1905-1996) consagró su vida al estudio de Marx y publicó sus Obras en la colección La Pléiade; postula que “Marx no es el fundador de una ciencia económica constituida, sino el autor de una crítica que vuelve nula la economía política”. Según Abensour, Rubel reemplaza a un Marx monolítico “padre del movimiento obrero” por un Marx viviente, abierto, inconcluso, fiel a su inspiración crítica, oponiéndose a Louis Althusser, para quien “El Capital es la obra por la cual Marx debe ser juzgado”.

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pio energético del futuro próximo” (Abensour, 1973, tomo 2: 201). A partir de entonces, Abensour retomará varias veces esa hipótesis para volver a trabajar sobre ella, y singularmente veinte años después, en 1993, momento privilegiado del “realismo”, del retorno del derecho y del Estado de derecho. La reformulará bajo la forma de una cuestión intempestiva, que exige la presencia de Marx en tanto pensador vivo y la permanencia de la utopía (Abensour, 1993: 28). La crítica marxiana de la utopía procede de dos momentos: la pregunta por el sentido de esa crítica y la pregunta por las relaciones del comunismo crítico con la utopía. La oposición socialismo científico/socialismo utópico adquiere el estatuto de una instancia de censura que tiene por objetivo la invalidación de todo perjuicio al dogma de la separación, y requiere una relectura del Manifiesto comunista y de Socialismo Utópico y Socialismo Científico que restituya esos dos textos canónicos al conjunto de los textos marxianos relativos a la utopía, y que invalide la oposición utopía/ciencia no por no-marxista, sino por positivista (fruto de una controversia entre Augusto Comte y los sansimonianos). Así, es en nombre de su falta de radicalidad —como revolución parcial y sumisión a lo real—, y no por su exceso y su irrealismo, que Marx critica las utopías. Su crítica no podría ser unificada, y el comunismo crítico debe ser juzgado en función de la pluralidad del espacio utópico, que comprende al socialismo utópico, al neo-utopismo y al nuevo espíritu utópico. Contra la utopía eterna, que está en el fundamento del odio a la utopía, atestiguado desde los años 1840 y hasta los “nuevos filósofos”, que asimilan en 1980 utopía, revolución y gulag, la pluralidad de la tradición utópica viene a garantizar la persistencia de la utopía, y la visibilidad de su relación con la emancipación. Según Abensour (1974: 55-81), se distinguirá 1) el socialismo utópico, sea éste “la Aurora del socialismo” según Leroux, o “desde muchos puntos de vista revolucionario” según Marx y Engels, cuyos representantes más autorizados son Saint-Simon, Fourier y Owen, y que preconiza la asociación contra toda forma de dominación; 2) el Neo-utopismo, resultado de una conciliación entre el socialismo utópico y las ideas dominantes, o entre el movimiento comunista y las ideas de la clase dominante, cuyo objetivo es suprimir la separación que supone la utopía (Marx y Engels lo toman como blanco bajo la triple forma de los fourieristas de la democracia pacífica, del socialismo verdadero, y de las soluciones de la “cuestión social”); 3) el Nuevo Espíritu utópico,

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posterior a 1848, ya sea de desarrollo autónomo (Déjacque, Coeurderoy) o crítico (William Morris, Ernst Bloch, Walter Benjamin). La hipótesis del nuevo espíritu utópico permite revitalizar la utopía hasta hoy, en un espacio plural de confrontación, que invalida a la vez el discurso neoliberal y el discurso marxista sobre la utopía ya que son discursos globalizantes, así como interrogar el movimiento paradójico por el cual la emancipación moderna se transforma en su contrario, bajo la experiencia de la repetición, para preservar la utopía de la regresión que la amenaza, cual una espada de Damocles. El tema conservador de la utopía eterna postularía que bajo la forma de un texto siempre idéntico, el discurso de la utopía aparece, desde Platón hasta los filósofos de mayo del 68, para legitimar una sociedad cerrada, autoritaria y estática, negadora de toda temporalidad y de la pluralidad y singularidad de los individuos. El de la persistencia de la utopía, al contrario, connota la idea de una búsqueda asintótica, voluntarista y siempre renovada para terminar con la dominación, la servidumbre voluntaria y la explotación. Miguel Abensour ve su actualidad en la reelaboración incesante del concepto de utopía, el nuevo espíritu utópico en su relación con la dialéctica de la emancipación y las relaciones con la utopía y la democracia (Abensour, 2010a [2006]: 172). Podría entonces, junto a Ernst Bloch, verse en el incumplimiento del Ser, en su distancia con respecto a la esencia, el secreto de la persistencia de la utopía, desde el momento en que la intención utópica estaría completamente en la distancia que la separa de su realización, arriesgándose al cumplimiento del Ser que tendría como efecto el fin de la utopía: “Sólo si un Ser semejante a la utopía se apoderara del contenido que activa el hic et nunc, el sentimiento fundamental de la situación de esta agitación pulsional (la esperanza) sería también y al mismo tiempo absorbido por la realidad lograda” (Ernst Bloch, Le principe Espérance, París, Gallimard, 1976, tomo 1, p. 228, citado en Abensour, 2010a [2006]: 176). Un modo distinto al de la ontología, para dar cuenta de la persistencia de la utopía, sería el de Emmanuel Lévinas, del lado de la relación con el otro y en la irreductibilidad del encuentro, donde la utopía sería el surgimiento de lo humano bajo una forma distinta a la del ser, descubrimiento de un no-lugar que duplicaría todo lugar: “Al utopismo como reproche, este libro escapa recordando que lo que tuvo humanamente lugar no ha podido jamás permanecer encerrado en su lugar” (Emmanuel Lévinas, Autrement qu’être ou au-delà de l’essence, La Haya, Martinus Nijhoff-Fata Morgana, 1976, p. 63,

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citado en Abensour, 2010a [2006]: 179; véase también Abensour, 2008: 78). Y si la relación con el otro no es ontología, sino utopía más allá de la utopía, el hombre sería entonces un animal utópico. Abensour llega incluso a dudar de que la posición ética de Lévinas y la posición ontológica de Bloch puedan realmente presentarse como una alternativa. Como a todo gran filósofo, puede leerse a Miguel Abensour tomando como punto de partida una intuición primera que no habría hecho más que conceptualizar y desarrollar, sin olvidar su negativa a producir un sistema filosófico. Podemos también interrogar la forma con la cual dirige su atención a la coyuntura, y según la cual desplaza su cuestionamiento y sus referencias filosóficas, en la fidelidad a la relectura de los textos anteriormente estudiados, y en el recurso a aquellos que (re)descubre en el presente. Es evidente que los años sesenta privilegian la referencia a Marx, puesto que en ese momento el blanco a deconstruir es el par establecido socialismo utópico/socialismo científico. La utopía no es el primer bosquejo de la ciencia sino además su migración hacia la historicidad o la previsión que no es su verdad advenida. La utopía tiene más bien esta función de vigilancia incansable para conjurar toda coincidencia del ideal y de lo real. Algunos años más tarde, la tenacidad del odio a la utopía se manifiesta en la voluntad de sus sepultureros de asociarla al leninismo, al estalinismo, incluso al fascismo y nazismo, como prefiguración de un totalitarismo al cual no habría dejado de ser asociada: como si el concepto de totalitarismo fuese tan simple de pensar como su concepto de utopía. Abensour demuestra que el totalitarismo es un fenómeno complejo y nuevo, inasimilable e irreductible a la tiranía, al despotismo, al Estado absoluto, a la dictadura y al Estado autoritario, cuyo concepto recubre 1) una hipertrofia del Estado que tiende a asimilarse con la sociedad civil y a producir un universo social casi homogéneo; 2) un partido único como vector de esa unificación de la sociedad civil y el Estado; 3) una separación tal del Estado y de la sociedad civil que el poder se concentra en la persona del Gran Hermano; 4) la afirmación del pueblo-Uno, de una sociedad reconciliada, de la cual el conflicto —es decir, la condición de la política democrática— son excluidos. A lo cual hay que añadir que, aun si el mito de la sociedad reconciliada y del buen gobierno transportado por la tradición utópica puede ser interrogado en su relación con la genealogía del totalitarismo, la tradición utópica es demasiado compleja y, sobre todo, plural (Abensour, 2011 [1978]: 72).

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Habría que escrutar con atención la escansión, hecha por Miguel Abensour, de cada momento de la inactualidad de esta utopía persistente. El último —pero se sabe que habrá otros—, consagra el uso del concepto de conversión utópica. Término que deberá ser entendido por afuera de toda connotación religiosa, pues permite iluminar “el movimiento (el desplazamiento) por el cual el hombre o el colectivo se desvía del orden existente para dirigirse hacia un mundo nuevo”, de una topía a una utopía, según Gustav Landauer citado por Abensour, “el desapego respecto del orden seguido inmediatamente por la investidura de una nueva forma de lazo entre los hombres, de lazo humano” (Abensour, 2010b: 11). Abensour intenta pensar el cómo de esa conversión a través de dos paradigmas, el de la epojé fenomenológica (que provoca el despertar de la subjetividad, su desarraigo del sueño dogmático del orden establecido, y la aparición de lo humano utópico) y el de la imagen dialéctica que proyecta al soñador fuera del sueño, hacia el despertar, el centinela del sueño cuya función es construir técnicamente la constelación del despertar (Walter Benjamin, Paris, capitale du XIX° siècle, París, Éditions de Cerf, 2000, citado en Abensour, 2010b: 33) tomada de Walter Benjamin. Dos paradigmas que, aun si emanan de fuentes diferentes, la política por un lado y la ética por el otro, remiten a una postura filosófica que liga indisociablemente utopía y filosofía. Miguel Abensour regresó sobre esta postura en una entrevista con Daniel Cohen-Levinas, al elaborar esta definición: “La utopía es esa disposición que, gracias a un ejercicio de la imaginación, no teme, en una sociedad dada, trascender sus límites e inventar algo que es diferente” (Abensour, 2013). La conversión es pasaje de un estado a otro, de un lugar a otro, o más bien a un no-lugar. El mapa del mundo nos asigna un lugar dado y un tiempo determinado como naturales, que parecerían imponérsenos como una evidencia, un orden establecido que condenaría la subjetividad a la pasividad, a la servidumbre y a la resignación, y conduciría la eterna utopía, como un destino al cual no podría escapar, al ataúd de la historia. Abensour insiste en ello: el efecto de la conversión utópica no sería el desplazamiento de un lugar a otro, un reemplazo que sustituiría un espacio antiguo por un espacio nuevo, una transferencia de lugar que opera en el tiempo, sino, en la suspensión de un espacio y de un tiempo determinados, el movimiento de desviarse de una topía hacia la utopía, lugar de ninguna parte y tiempo de ningún tiempo, experimentación de un nuevo ser (conjunto) en el mundo, explora-

MIGUEL ABENSOUR: EL MAPA DEL MUNDO Y EL ATAÚD DE LA UTOPÍA

ción de la posibilidad de relaciones humanas que jamás existieron. “La conversión utópica es, pues, la salida de un sueño dogmático, y al mismo tiempo el aprendizaje del conocimiento del despertar o del despertarse”. Contra la utopía eterna, la utopía persistente, en lugar y desplazados del mapa del mundo establecido, la conversión al no lugar de la utopía. Quedaría por mostrarse cómo de esta posición se deduce una concepción de la democracia como insurgente, pues, aún si pertenecen a lógicas heterogéneas — unitaria la utopía, conflictiva la democracia—, y si cada una está expuesta a dos formas de degeneración posible (tiránica por transformación del todos unos en todos Uno, o autárquica por transformación de todos unos en todos solos, en cuanto concierne a la utopía; transformación de la conflictividad política en guerra civil, o de la acción política en pura discursividad, en cuanto concierne a la democracia), conviene democratizar la utopía y utopianizar la democracia. La democracia no es un simple Estado de derecho, un régimen político entre otros, sino una institución política conflictiva de lo social y una modalidad de la acción política que se reinventa sin cesar para luchar contra toda lógica de dominación, totalización, mediación o integración propia del Estado, y para preservar el poder de acción del pueblo (Grelet, Lèbre y Wahnich, 2009: 11). Esta concepción de la política y de la democracia radical, salvaje o insurgente, que se propone preservar la distancia respecto de sus formas degeneradas, va a la par con la reivindicación de una filosofía política crítica o crítico-utópica, contra la restauración académica o reaccionaria de la filosofía política, y al punto nodal de la crítica de la dominación y del pensamiento de la emancipación (Abensour, 2007). No es indiferente confrontar esta posición con la adoptada por Jacques Rancière. En cuanto concierne a la utopía, Rancière (2001: 43-57) propuso este análisis de la novela de Balzac: Le curé de village [El cura de pueblo]: la utopía no es una negación simple, sino una doble negación. No es solamente el no-lugar de un lugar, sino el no-lugar de un no-lugar. 1) El lugar sería la disposición “normal” de los lugares y las funciones, de las maneras de hacer y hablar en armonía con la manera de ocupar su lugar y de ejercer su función en el espacio común: todo enunciado emitido por un cuerpo tiene un destino preciso —tal cuerpo otro— y una función precisa —tal acto a realizar. A la gestión de ese lugar, Rancière asigna el nombre de policía, el orden de la dominación, el reparto de lo sensible que designa

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a aquellos que obedecen y aquellos que mandan, a aquellos que están consagrados al trabajo intelectual y aquellos que tienen derecho al pensamiento. 2) La democracia interviene para perturbar esa distribución ordenada de los lugares en tanto no es un régimen de gobierno o un estado de lo social, sino un lugar sin lugar donde surge el sujeto político que reivindica ser contado en igualdad entre las partes de la comunidad: “hay política porque hay una parte de los sin-parte, una cuenta como total de la gente insignificante que viene a superponerse a la cuenta real de las partes de la sociedad o al desmembramiento de sus funciones”. 3) Ese no-lugar vacío de la democracia, suspendido en una confusión de la escritura susceptible de ser tomada por cualquiera para hacer cualquier cosa, es sustituido por el no-lugar del no-lugar que es la utopía (aquella propuesta por la comunidad sansimoniana, o por el pueblo de la novela de Balzac), una escritura otra en las cosas, que colma el vacío y propone un orden donde los cuerpos estén en su verdadero lugar en la comunidad nueva: la utopía instaura un no-lugar que es la negación del no-lugar democrático. Lo que así resume Rancière: el utopista no es aquel que propone rehuir la realidad, sino aquel que reclama que se termine con las palabras, las quimeras, las ideologías de los utopistas, y consagrarse a las cosas reales. Jacques Rancière habla de la utopía del siglo XIX como de la idea o esperanza de una palabra que se habría vuelto carne viva de la comunidad, sueño de una palabra que se encarnaría en un territorio, en una comunidad. Explica, por otra parte, que siempre desconfió del discurso que constituye la utopía como suplemento del alma. Ahora bien, no es porque haya que salir de los límites declarados como campo de lo posible, del orden declarado “natural” por aquello que denomina policía, que habría que apelar a los utopistas, quienes postulan con frecuencia que no hay necesidad de conflictos políticos. Pero al mismo tiempo los utopistas producen la distancia, y si los proletarios los invocan para confortar sus sueños de perturbación del campo de los posibles, no lo hacen para entrar en las formas de organización que los utopistas les proponen (Rancière, 2009: 116). Sostiene además que no es la utopía la que pone en marcha la acción democrática, sino la acción utópica la que crea su horizonte utópico. La capacidad de las luchas del presente y la acción colectiva son quienes inventan el porvenir (im)posible. En fin, en cuanto respecta a la filosofía política como división natural de la filosofía que acompaña a la política de su reflexión, aun cuando ésta fuera crítica, Rancière

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plantea que, puesto que no hay fundamento propio de la política, la filosofía política no existe. La política no existe más que por la prueba de la igualdad de cualquiera con cualquiera, en la interrupción del orden del reparto de lo sensible dado por natural entre dominantes y dominados (Vermeren, 2008: 176). Si Miguel Abensour reconoce a Rancière por luchar, como él mismo, contra una filosofía política que definiría o fundaría una política de los filósofos, también encuentra en él los elementos constitutivos de una filosofía política crítica, por cuanto sitúa la política en la interrupción de la dominación y, por lo tanto, separada de ella, el común de la comunidad política está condicionado por la división, y hay una especificidad irreductible de la política. ¿No habría entonces que reconocer en el desacuerdo una pieza esencial de una filosofía política crítica? (Abensour, 2009: 43) ¿Leer a Rancière contra Rancière? ¿Rancière haría una filosofía utópico-crítica sin saberlo, como el señor Jourdain de Molière hacía prosa sin saberlo? Leer Abensour es leer Abensour leyendo o releyendo otros textos. Textos seleccionados, cuya selección queda, a la vez, abierta a nuevos añadidos y cerrada —en el sentido en que, una vez elegido, cada texto es objeto de una relectura persistente, en cuanto respecta a su inactualidad. Es evidente que hay un corpus de las lecturas de Abensour, que llegó a publicar en su colección “Crítica de la política”, de la editorial Payot, para tenerlos a su disposición, los libros que faltaban en la biblioteca por no estar traducidos al francés, como aquellos de la Escuela de Frankfurt, o como aquellos que redescubrió y que estaban olvidados, o aquellos cuya existencia descubrió como manuscritos inéditos, o aun aquellos cuya escritura suscitó, para mejor revisitarlos. Es lo que Horacio González ha denominado un proceso de liberación de los textos: “Los textos de M. Abensour se escriben para salvar otros textos aparentemente insignificantes o anómalos”, escribe Horacio González a propósito de aquellos que Abensour consagró a la Crítica de la filosofía del derecho de Hegel de Marx, y a la obra de Saint-Just, de Blanqui y de Pierre Leroux. Y añade otro caso de esta figura, el de otros textos, como el escrito que Abensour consagra al ensayo de Lévinas sobre la filosofía del hitlerismo, y que se propone revelar el procedimiento retórico de Lévinas para dar cuenta del error de Heidegger a partir de Heidegger mismo. “Para Abensour, los textos son pruebas ‘en acto’ de un sentimiento utópico. Si hay utopía, es porque hay una lectura de los textos que apela a sus líneas de fuga, a sus nu-

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dos indefinidamente irresueltos” (González, 2006: 31). Lo que bien percibe Horacio González es que el objetivo de Abensour es menos la propuesta de una teoría de la utopía que la provocación en el lector de sentimientos que revelan pensamientos que son el fruto de actos de la imaginación utópica, así como de sentimientos que van a inducir al lector en acto a retomar su lectura, a liberar los textos de sí mismos, a rescatarlos, a veces, de sí mismos. Leer Abensour al leer textos olvidados, o al encontrar el hilo conceptual perdido de otros textos, sería aceptar entrar en la piel de ese personaje utópico que es el lector de excepción. Y es esto lo que también constituye la dificultad de escribir o hablar sobre la obra de Abensour, a riesgo de quebrar el impulso emancipador que es el efecto de textos filosóficos escritos para no cercar el horizonte del debate, evitar el impasse de la solución definitiva dada. Más bien pensar con Miguel Abensour, como lo escribiera uno de quienes a ello se aventuraron, para mejor “alimentar una inquietud susceptible de conducir al lector a pensar por sí mismo” (Cervera-Marzal, 2013: 13). Pensar por sí mismo sería también permanecer lo más cerca posible de la literalidad de las lecturas de Abensour, ya que en una misma frase dice con frecuencia al menos dos cosas a la vez, desplazando, por ejemplo, el enigma de lo político a la paradoja de la utopía. REFERENCIAS Abensour, M. (1973), Les formes de l’utopie socialiste-communiste. Essai sur le communisme critique et l’utopie, Tesis para el Doctorat d’Etat [jurado: Charles Eisenmann, Gilles Deleuze, Georges Lavau], París, Université Paris I Panthéon-Sorbonne, 2 tomos. Abensour, M. (1993), “Marx: quelle critique de l’utopie?”, en P. Ansart (textos reunidos y presentados), Rencontres autour de Pierre Fougeyrollas, París, L’Harmattan. Abensour, M. (1974), “L’histoire de l’utopie et le destin de sa critique”, Textures, núms., 8-9. Abensour, M. (2007), Para una filosofía política critica. Ensayos, Barcelona, Anthropos. Abensour, M., y L. Janover (2008), Maximilien Rubel, pour redécouvrir Marx, París, Sens et Tonka. Abensour, M. (2008), “L’utopie du libre”, en M. Abensour y A. Kupiec (dirs.), Emmanuel Lévinas. La question du livre, París, IMEC.

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Javier Roiz* Il y a là cinquante pages amusantes mêlées dans deux cents pages de sermons, et les sermons gâtent le rire. Ce livre m’a confirmé dans le dessein d’être simple, naturel et vrai dans le monde. 1 Stendhal (1773-1842).

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e los cambios tan rápidos y a veces desorientados de la ciencia política, es posible que el paso más importante que se haya dado en ella en el siglo veintiuno sea la incorporación del gobierno del individuo como objeto de estudio. Aunque la ciencia política estudia cómo gobernarnos, creo que el análisis de este tema ha ido casi siempre a rastras del terror y la fascinación que nos producen nuestros desgobiernos. Por eso, cuando ocurren catástrofes como la guerra civil española o el holocausto gestado por el nacionalismo alemán, la ciencia de lo público sufre convulsiones e intenta cambiar sus metodologías para entender mejor lo inesperado e incomprensible. La sensación que se nos queda es que sabemos muy poco y que la politología es una ciencia fracasada. Pero el paso más trascendental se ha dado en los últimos años al reconocer esa inteligencia silenciosa que poseemos y de la que no tenemos control ejecutivo completo, es decir, control dictatorial. Se trata de una capacidad que se desarrolla en nosotros a lo largo de la vida a la manera que lo hacen otras aptitudes básicas como el respirar, el buen juicio, el ánimo de cantar o el sentimiento amoroso. * Profesor de teoría política en la Universidad Complutense, Madrid, España. Es director de la revista Foro Interno. Anuario de teoría política. Su libro más reciente es El mundo interno y la política (Madrid-México, Plaza y Valdés, 2013). 1 “Hay ahí cincuenta páginas divertidas mezcladas con doscientas de sermones, y los sermones estropean la risa. Este libro me ha confirmado en el propósito de ser simple, natural y veraz en el mundo” (el autor de refiere a la obra Souvenirs de Mme. de Genlis). Véase Stendhal (2010: 85).

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El interés por el mundo interno tiene cierta antigüedad en la ciencia empírica. Ya Harold Lasswell (1902-1978), figura importante en la evolución de nuestra ciencia, se sometió él personalmente a psicoanálisis buscando conocer más y mejor el inconsciente humano. Es evidente que pensó que no se podría ser un científico serio de la actividad pública, sin indagar en qué medida esa acción respondía a otras partes de nuestra personalidad; componentes que se hallaban más allá de nuestra conciencia pero con capacidad de influirnos. Por ejemplo, por usar viejas palabras de Hécuba, destituida reina de Troya, “el miedo de quien teme sin el control de la razón” (Eurípides, 1990: 152 [l. 1166]). Después han sido muchos otros los que han intentado contar con ese ámbito de nuestra vida en donde se enraízan nuestras decisiones más importantes. La conducta brutal del ser humano frente a las demás especies y la obstinada capacidad de destrucción contra sus congéneres, a veces incluidos aquí sus compatriotas, han dejado perplejas a muchas generaciones de nuestra cultura occidental. Temas como la identidad, las banderas, el racismo, el menosprecio de otros a los que se llega a expulsar, minusvalorar e incluso a matar, han desencajado una y otra vez el pensamiento de los grandes maestros. Podría bastar la figura de Ulises, un ejemplo a los ojos de las niñas y los niños occidentales, para entender el alcance maligno de todas estas estrategias. Como le cuenta el heraldo Taltibio a Andrómaca, viuda de Héctor, tras el asalto y ruina de Troya, los mandos

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del ejército griego vencedor “piensan dar muerte a su hijo” (Eurípides, 1990: 137 [l. 719]), el pequeño Astianacte, que en ese momento es poco más que un bebé. Y lo han decidido porque “la opinión de Ulises se impuso en el ejército con el argumento de que no hay que dejar crecer al hijo de un padre tan excelente... y debe ser arrojado desde los muros de Troya” (Eurípides, 1990: 137 [ls.719, 721, 723 y 725]). Además la madre ha de entregar el niño a sus asesinos sin buscar enfrentamientos, ni encolerizarse. No has de hacer ni decir nada, nada de nada, le dice el heraldo, “que pueda atraerte nuestro odio... y encolerice a nuestra tropa” (Eurípides, 1990: 137 [ls. 732 y 735]). Si no obedece, el niño igualmente le será arrancado de sus brazos y “no recibirá sepultura ni encontrará compasión” (Eurípides, 1990: 137 [ls. 735 y 736]. Al escuchar a Andrómaca, antes de someterse a los asesinos de su niño, comprendemos el alcance de la estrategia prudente liderada por Ulises: “Lloras, mi niño ¿Percibes tu desgracia? ¿Por qué, si no, aferras a mí tus manos y agarras mis vestidos, cobijado, cual polluelo, bajo mis alas?” (Eurípides, 1990: 138 [ls. 750-752]). Sorprende que la utilización de la prudencia política, del cálculo patriótico, pueda llevar a pechos fuertes y eminentes, hinchados por vientos omnipotentes, a arrastrar a mucha gente a cometer este tenebroso asesinato. Como exclamará muy sabia la abuela del niño, Hécuba, que por cierto va a ser entregada como esclava a Ulises: “¿qué teníais que temer de este niño para cometer un asesinato tan inaudito?... ¿Tenéis miedo de un niño tan pequeño? Desapruebo el miedo de quien teme sin el control de la razón” (Eurípides, 1990: 152 [ls. 1159-1160, 1165-1166]). En la estela griega de la cultura, que aún nos educa a los occidentales, hoy se podrían seguir las mismas o muy parecidas estrategias para perpetrar desmanes muy amargos. Ulises en parte representa esa sophrosyne (ıȦijȡȠıȪȞȘ) o templanza sabia que le va a labrar el prestigio de hombre político excepcional. En toda esta tradición, quizá la semilla más cuestionable sea la piedad que, con uno u otro camuflaje, se entrega a esa diosa Atenea de la que se espera tanto. En cierto modo vivimos hoy en ciudades con ateneos sofocadas una y otra vez por la furia religiosa de sus ideólogos, sus capitanes y sus eclesiásticos a los que se les sigue a gritos. No deja de ser coherente que desde niños se nos enseñe a distraernos con muñequitos y muñequitas inertes, a los que zarandeamos sin que den un quejido, para más tarde animarnos a jugar al Palé o Monopoly, un juguete muy extendido en el que gana quien consi-

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gue el monopolio y expulsa, una vez arruinados, de la mesa a todos sus compañeros de juego. A la vista de todo esto, creo que el cambio que estamos viviendo en la teoría política es muy nuevo, ya que por primera vez no se ponen las esperanzas de buen gobierno en esa inoperante razón pública desde la que Hécuba, reina destronada y viuda de Príamo, desaprobaba la matanza. EL AVANCE DE SIGMUND FREUD La escasa formación filosófica de Sigmund Freud (1856-1939) nunca le alentó a buscar explicaciones a la política. No se hubiera atrevido nunca. Pero su formación médica le permitió llegar a ello dando un rodeo. Como médico, Freud se centró mucho en aliviar el dolor humano. Se fijó en situaciones de mucho sufrimiento para las personas en las que la medicina no sabía bien qué hacer ni qué remedio prescribir. Freud entró así a estudiar esos desquiciamientos humanos que conducen a los individuos a situaciones de dolencia corporal. Es probable que se estuviera moviendo en línea con la visión de su maestro cordobés Moisés Maimónides (1135-1204). Como el rabino sefardí, también Freud consideraba que el cuerpo era más importante que el alma, y en esa línea empezó siendo muy consciente de aquellos sufrimientos corporales, verdaderas torturas en algunos casos, que parecían provenir de desgobiernos muy severos en la vida de la persona. Al entrar en el terreno del gobierno y del desgobierno, Freud se estaba convirtiendo willy-nilly en uno de los más grandes teóricos políticos de Occidente. Su gran hallazgo va a ser demostrar que el yo del individuo no tiene el control de su identidad. De forma coloquial, Freud llega a decir que el yo del individuo no gobierna su propia casa. El genial maestro descubrió que el poder ejecutivo de cada persona, es decir la memoria y la voluntad, era influido por fuerzas en buena parte desconocidas hasta entonces. Freud comenzó por negar rotundamente la soberanía de la voluntad en los neuróticos, incapaces de responder de sí mismos, para poco tiempo después añadir que aquella afirmación era extensible a cualquier ser humano. Ello equivalía a presentar al individuo como alguien que no debe, ni puede, gobernar su vida personal como un tirano. Freud venía a cuestionar de manera radical la dictadura del individuo en su vida privada, reivindicando los componentes públicos del mundo interno y planteando tácitamente la ne-

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cesidad de volver a estudiar desde su raíz el gobierno de las personas. LA PIEDAD MODERNA En la historia de nuestra cultura encontramos muchos intentos por explicar lo que ese mundo interno significa y por intentar dar medidas prácticas para influirlo. Echando un ojo a la literatura o a las artes plásticas, se repara enseguida cómo muchos autores han contado con esa realidad de una forma u otra. Los científicos modernos también han dado señales de que registraban su existencia, pero lo hacían con un gran cuidado para no dejar de hacer pie en su entrada en el lago de la conducta. La piedad religiosa ha trabajado mucho en este sentido. El griego y el latín han sido vehículos para grandes obras que tratan precisamente sobre estos contenidos. Los hados griegos y su teogonía, las constelaciones de dioses romanos y la religión cristiana son un testimonio de este esfuerzo. Las iglesias europeas y su proyección universal han intentado hacer aquí su trabajo. La psique o alma ha estado siempre muy en el centro de todas estas preocupaciones. Y no hay que forzar las cosas para ver que de ellas arranca la ciencia de la psiquiatría y de la psicología. Sin olvidar que la pedagogía nunca ha dejado de ocupar un lugar central en todo este proceso. La propia historia de las ideas, con sus cánones implícitos en donde se incluye lo que se debe o no debe enseñar; viene a ser una actividad muy religiosa. Siempre me han llamado la atención los énfasis desaforados y repetitivos, así como las grandes ausencias, en el estudio de la teoría política en la universidad. Resulta sintomático que se enseñe a los alumnos a recitar el santoral de las supuestas obras maestras, sin antes acompañarles a que las lean enteras con la atención y el cuidado adecuados. La enseñanza lleva siglos insistiendo en la predicación enfática. Nuestros estudiantes veneran la Ilíada y sin embargo pocos sabrían decir de qué color es el pelo de Menelao. Igualmente muchos proclaman las virtudes de la Odisea pero ¿sabrían decir a qué único personaje de la obra se dirige Homero en segunda persona?, ¿qué podemos decir de la Eneida o de la historia completa de las ensalzadas escuelas griegas? Una y otra vez se exige a los estudiantes que memoricen el canon y lo reverencien, pero casi nadie encuentra el tiempo y las condiciones para adentrarles en su lectura. Entrar con ellos

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y salir con ellos para que no se queden dentro atrapados de mala manera. Ahí están los maestros vagos y soberbios a los que hacía mención Maimónides (Roiz, 2008: 63-66), personajes que con la edad ganan —ganamos— en seguridad y vanidad, pero no en estudio callado y cuidadoso. Los profesores buscamos estar en pantalla y que nos escuchen, pero pocas veces somos conscientes de lo que nos falta por saber. Y de lo que sabemos mal. Los estudiantes y los investigadores son convocados a la piedad, seguramente después de haberles contagiado de un cierto furor religioso. Un furor sectario que es delirante en Esquilo, nos abruma en las tragedias de Sófocles o Eurípides y nos sobresalta en Virgilio. Un sectarismo idolátrico que todavía percibimos hoy en día, en pleno siglo veintiuno, a nuestro alrededor. No es de extrañar que la visión del sueño, de la muerte o del llamado arte de la política puedan así pasar por los siglos sin ser transformadas. Al tratarse de sustancias públicas no reconocidas como tales, llenas de gobernanza inconsciente, pueden seguir su curso disfrazadas sin que nadie las cuestione. Incluso puede que nos lleven, todo lo más, a que en un momento de susto y depresión alguien nos quiera convencer de que la naturaleza humana es así y de que no hay quien la cambie. Los didactas, en vez de entristecerse por su incapacidad y su pereza, seguirán contemplando cómo los auditorios asienten socarronamente con las cabezas cuando el “varium et mutabile semper Femina” (Es variedad y mudanza la mujer) de Virgilio (2006: 86 [ls. 569-570]) del siglo uno antes de la era común, se nos presente como “la dona è mobile qual piuma al vento” (La mujer es voluble como pluma al viento) en el Verdi de 1851 (Rigoletto, 1851, Acto 3o.). LO NO CONSCIENTE Entre los desplazamientos favorables un gran paso fue tomar en cuenta, ya en pleno siglo veinte, todo aquello de la vida humana que queda fuera del control directo de la voluntad. Significaba admitir que una porción de nuestras vidas transcurre fuera de nuestra conciencia y bajo el mando de otros ingredientes de nuestra identidad. Si una persona se pone a temblar de miedo por una circunstancia banal como es entrar en un ascensor cerrado o se desmaya al ver correr la sangre de una herida, es evidente que algo está gobernando su existencia sin que sepa qué es. ¿Y qué decir de nuestras amnesias o amnistías?

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Esta aceptación cuestionaba muy seriamente la racionalidad del gobierno de nuestras vidas. Con la llegada del materialismo, los recursos religiosos o mágicos para dar cuenta de ello se caían solos. Muchos científicos inmediatamente se plantearon estudiar con rigor, aplicando la metodología de la ciencia, ese ámbito humano fuera de control. La ciencia de la política no podía volver la espalda a esta irrupción capital. Pero en las cuestiones del mundo interno los avances no son tan sencillos. Porque la ciencia trata de conquistar territorios que están gobernados y muy organizados, aunque no lo parezca. Y en cuanto pretendamos descubrirlos como si fueran un nuevo continente, nos vamos a topar con la sorpresa de que sus resistencias son muy poderosas. En la enseñanza de la teoría política esto se hace evidente cada día. Los jóvenes investigadores, y los no tan jóvenes, se enfrentan a estos fenómenos de gobierno y desgobierno llenos de intereses narcisistas, de violencias psíquicas y de miedos que les perturban constantemente la mente. Muchos de ellos habrán incluso elegido la profesión llevados por intereses neuróticos que se quedan ocultos. Otros avanzan entusiastas hasta cierto punto y allí se paran bloqueados por fuerzas internas insalvables. Tensiones que están gobernadas por otros comandos. El resultado es que estos estudiosos de los desgobiernos difícilmente avanzarán más allá de un punto que les alerta de que no deben proseguir. Un síntoma de que esto ocurre es que los cambios que recomiendan a otros, a sus alumnos o lectores, no se los aplican a ellos mismos. Todo lo más, los propugnan verbalmente en charlas y clases que son declaraciones y sermones, o por escrito en textos cercanos al catecismo o a los textos exhortativos. Eso sí, en sus hondas motivaciones y en el gobierno cotidiano de sus vidas, ellos y ellas apenas cambiarán. Lo que Federico García Lorca (2009, cuadro 5º: 112) veía en el lamentable teatro de su época, “el teatro agoniza”, tan estéril y retardado que se había convertido en un laberinto: “Es horrible perderse en un teatro y no encontrar la salida” (García Lorca, 2009, cuadro 5º: 114), se parece quizá a lo que pa-

decemos ahora en la teoría política contemporánea. Vivimos un momento de evolución política en el que se requiere un giro en la manera de comprender nuestros gobiernos, individuales y colectivos. Ya no nos valen las teorías de los enmascarados en las que los enseñantes, provistos de caretas que se mudan según estén en el aula, en el partido o en su casa, dicen unas cosas y hacen otras. Agustín de Hipona (1969: 282-284) sí aceptaba esas prácticas, pero hoy no nos satisfacen. Ese tipo de pensamiento nos deja hambrientos y cargados de ansiedad. Los cambios verbales son muy peligrosos porque nos emborrachan con palabras y posturas atractivas y prometedoras, con sermones prodigiosos, sin que logremos comprender bien qué es lo que nos hace sufrir ni podamos salir del laberinto en el que nos encontramos. Sería triste pensar que buena parte de esa teoría política en que se incurre actualmente se va a mantener. De ser así, el público que todavía atiende a los didactas acabará viendo a estos opinantes como alguien a quien se lo comieron las máscaras. O si no, como un personaje que nunca mira hacia dentro de sí y se limita a debelar a los malos que están fuera y a predicar contra el mal del exterior. Es decir, volver a la escolástica: “No vale silbar desde las ventanas... yo conocí a un hombre que barría el tejado y limpiaba claraboyas y barandas, solamente por galantería con el cielo” (García Lorca, 2009, cuadro 6º: 126). REFERENCIAS Agustín de Hipona (1969), “Sobre la doctrina cristiana”, libro IV, cap. XXIX, en A. de Hipona, Obras de San Agustín, vol. XV, edición bilingüe, Madrid, Biblioteca de autores cristianos. Eurípides (1990), “Las troyanas”, en Eurípides, Cuatro tragedias y un drama satírico, Madrid, Akal. García Lorca, F. (2009), “El público”, en F. García Lorca, El público. El sueño de una vida, Madrid, Alianza. Roiz, J. (2008), Sociedad vigilante y mundo judío en la concepción del Estado, Madrid, Editorial Complutense. Stendhal (2010), Journal, París, Gallimard. Virgilio (2006), Eneida, México, UNAM.

Estados Unidos y Latinoamérica: UNA HIEDRA SIN CENTRO Franco Gamboa Rocabado*

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a decadencia hegemónica de Estados Unidos es un hecho difícil, dramático y complicado. Cuando en noviembre de 2013, el Secretario de Estado John Kerry, afirmaba que la doctrina Monroe ha terminado, una ola de dudas surgía en Las Américas. Con el conflicto en Siria y el resurgimiento de Rusia como actor estratégico que arrinconó prácticamente a Estados Unidos hacia un callejón sin salida ni maniobra para movilizar acciones militares, América Latina debe reposicionar su política exterior y contribuir a la destrucción definitiva de la hegemonía estadounidense, o tratar de reconstruir su poderío. Las relaciones internacionales entre Estados Unidos y América Latina han sido siempre de tensión, indiferencia, resistencia, mutua crítica, cooperación, rechazo, resentimiento y admiración. No es posible olvidar nuestro pasado histórico pero tampoco es viable reescribir todos los perfiles de las influencias recíprocas que se han generado entre América Latina y el mundo estadounidense. En su libro, La Diplomacia, Henry Kissinger, ex Secretario de Estado de 1973 a 1977, explicaba que la política exterior estadounidense fue —y todavía es— la combinación de dos actitudes contradictorias. La primera muestra que la mejor forma en que Estados Unidos sirven a sus valores es perfeccionando la democracia dentro de su país y actuando como faro para el resto de la humanidad. La segunda, que los valores de su nación le imponen a Estados Unidos * Sociólogo político, doctor en gestión pública y relaciones internacionales. Miembro del Yale World Fellows Program. Correo electrónico: franco.gamboa@aya.yale.edu.

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la obligación de expandirlos por todo el mundo. Ambos puntos de vista se convirtieron prácticamente en dos escuelas: la de Estados Unidos como ejemplo democrático y aquella escuela donde Estados Unidos son un poderoso soldado en campaña que coloca el puntal de la democracia en los lugares donde ésta aún no existe o se encuentra en peligro de desaparición. Más allá de considerar que ambas escuelas son solamente discursos estratégicos de un conjunto de lógicas más pragmáticas e imperiales, Kissinger creía que la historia diplomática estadounidense es además una experiencia de articulación entre utopías y acciones de intervención que deben enfrentar con mayor intensidad la diversificación y la multiplicidad compleja del escenario internacional. Frente a este panorama, el problema de la soberanía estatal en América Latina y en otros países del mundo se presenta como un espejo de doble cara: por una parte, aparece la utopía de los Estados libres y con plena autodeterminación, capaces de irradiar internacionalmente el orgullo de una nacionalidad y una identidad irrepetibles. Por otro lado, cualquier país está forzado por las circunstancias a tener una imprescindible vinculación diplomática con Estados Unidos, el país más fuerte del hemisferio, de quien se espera benevolencia, dádivas comerciales y militares para no atomizarse en un contexto histórico cada vez más internacionalizado y difícil, en el cual muchos países pueden fácilmente ser descartados o inclusive agredidos, sin la más mínima contemplación. Este artículo reflexiona sobre cómo Estados Unidos ha perdido terreno para vincularse con América

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Latina de una manera más productiva, pues simplemente reprodujeron una dinámica tradicional donde reina un exceso de desconfianza y donde se debilitó el multilateralismo, entendido como una búsqueda para aplicar principios democráticos y reflexiones sobre el institucionalismo en las relaciones internacionales. Tanto Estados Unidos como América Latina necesitan aspirar a la creación de una sociedad de Estados, sin borrar las fuerzas legítimas y la soberanía de cada una de sus naciones pero fomentando un conjunto de pactos entre Estados considerados iguales, cuyo propósito final esté afincado en la cooperación que facilite el éxito del conjunto de Las Américas frente a Europa, Asia y África. LA CONSULTA EN MATERIA DE POLÍTICA EXTERIOR La agenda de la política exterior latinoamericana se encuentra barnizada de una mezcla entre utopías y pragmatismo explícito. La ilusión utópica de mantener una soberanía incólume o tomar una decisión pragmática para someterse a Estados Unidos, está sujeta al logro de buenos resultados. Este vaivén político sirve para explicar por qué es necesario reconstruir las relaciones diplomáticas con Estados Unidos, a pesar de tantos conflictos como las relaciones comerciales siempre desiguales en los Tratados del Libre Comercio, o la reproducción del atraso económico y la pobreza, después de haber aplicado religiosamente los términos del Consenso de Washington en la década los años noventa. Estados Unidos es un actor fundamental en Las Américas, gozando todavía de gran hegemonía, aunque sin otorgar mayores beneficios para América Latina. El Hemisferio Occidental es el destino de aproximadamente el 42 por ciento de las exportaciones estadounidenses, más que cualquier otra región en el mundo. Desde 2009, las exportaciones de bienes de Estados Unidos hacia el Hemisferio Occidental aumentaron en más de 200.000 millones de dólares, el equivalente a un 46 por ciento, hasta alcanzar casi 650.000 millones de dólares que sustentaron casi 4 millones de empleos en Estados Unidos en 2011. Por lo tanto, el objetivo de una nueva agenda exterior entre Estados Unidos y América Latina está muy claro: se precisa de dicha potencia para aprovechar futuras ventajas, así como es mejor lograr una buena predisposición en todo el continente para soportar el peso competitivo que viene de India, China y la Unión Europea. América Latina debe revertir el estigma del estancamiento y la identidad de una región que no puede

ESTADOS UNIDOS Y LATINOAMÉRICA: UNA HIEDRA SIN CENTRO

superar la pobreza, tratando de mostrar al mundo que su democracia política es un valor susceptible de convivir con nuevos patrones de crecimiento económico y estabilidad realmente duraderos. Es importante reimpulsar la confianza en el multilateralismo que refuerce la colaboración, confianza y recíprocos compromisos entre Estados Unidos y América Latina, lo cual debe otorgar a las partes involucradas los mismos derechos y obligaciones. En materia económica y visiones políticas de largo alcance, los pactos multilaterales tendrían que considerar, tanto los litigios o desventajas entre las partes involucradas, como la eventualidad de sus alteraciones, estructurando diferentes mecanismos para restablecer el orden, regular discrepancias y reinsertar la imagen de Las Américas como una potencia regional en el siglo XXI, capaz de enfrentar a otras potencias emergentes, especialmente China e India. Todo esto ayuda a aumentar la interdependencia y esperanzas mutuas entre Estados Unidos y América Latina. Situaciones lamentables como el golpe de Estado en Honduras en el año 2009, la crisis financiera internacional, los problemas políticos luego de la defenestración del presidente Fernando Lugo en Paraguay en 2012, y el retorno de posiciones de izquierda que cuestionan los patrones de desarrollo orientados hacia el mercado y las instrucciones de los organismos multilaterales de financiamiento, confirman una vez más la franca imposibilidad de pensar una nueva política exterior —y menos formular una política exenta de las directrices provenientes de Estados Unidos— a partir del consenso interno en las sociedades civiles latinoamericanas. Los movimientos indígenas en Bolivia y Perú, la inseguridad ciudadana en las grandes metrópolis como el Distrito Federal de México, Buenos Aires, Rio de Janeiro, los abusos del narcotráfico en Colombia y la gran insatisfacción con los magros resultados del Consenso de Washington en materia de ajuste estructural ligado al mercado internacional, expresan que las influencias de Estados Unidos en América Latina generaron más daños que beneficios. Los resultados negativos de las políticas recomendadas por el Consenso de Washington generaron una serie de conflictos en América Latina, afectando sobre todo el concepto de solidaridad entre las naciones. Cuando las políticas de mercado comenzaron a desprestigiarse, mostrando consecuencias contrarias a la democracia y al combate contra la pobreza, el multilateralismo desapareció y no pudo ser utilizado por Estados Unidos como un instrumento para proteger una sociedad internacional en Las Amé-

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ricas porque rebrotó la inestabilidad económica, las amenazas a la paz con el narcotráfico y la inseguridad de todos los Estados que no sabían cómo reorientar los acuerdos políticos y económicos con Estados Unidos, en función de recuperar las fuerzas como un bloque regional de manera solidaria, especialmente cuando se hablaba de erradicar la pobreza en toda América Latina. Los viajes constantes de casi todos los presidentes latinoamericanos hacia Estados Unidos, muestran cómo los asuntos exteriores dependen de las decisiones tomadas por cúpulas partidarias, élites empresariales y el gusto o disgusto de los jefes de Estado. Las sociedades civiles latinoamericanas están totalmente al margen del diseño de la política exterior, pero soportan bajo sus hombros las consecuencias negativas del orden internacional. Toda explosión de conflicto interno, como levantamientos o cuestionamientos a las políticas gubernamentales, constituyen también señales de crítica hacia las decisiones en materia diplomática, sobre todo cuando éstas afectan el desempeño económico, perpetuando el estancamiento. Reconstruir la agenda exterior entre Estados Unidos y América Latina, implica la posibilidad de debatir y consultar con la sociedad civil cuál podría ser el curso de los futuros acuerdos en materia de participación del sector privado en el desarrollo, inversión extranjera directa, lucha contra el narcotráfico y control en los flujos de dinero de la cooperación internacional que en la teoría buscan combatir a la pobreza. La idea no es presentar la imagen de buena conducta ante Estados Unidos, sino una cara democrática donde se fortalezcan los valores de participación interna y se los exporte hacia una nueva estructura de equilibrios internacionales. El acercamiento y la confianza entre Estados Unidos y América Latina requieren de otro enfoque concentrado en el consenso democrático y la consulta ciudadana para fortalecer la estabilidad interna, como un nuevo prerrequisito de legitimidad internacional. Compartir previamente con la opinión pública la posibilidad de lograr una estrategia para negociar con Estados Unidos, en función de proteger varias reformas estatales, las inversiones conseguidas y proyectar una imagen de democracia participativa en los asuntos internacionales, significa superar las viejas estrategias de política exterior, caracterizadas sobre todo por temores, suspicacia, soberbia y el desaire absoluto hacia las sociedades civiles nacionales. Un nuevo acercamiento con Estados Unidos no implica repetir las consignas sobre el imperialismo. Esto ya no tiene sentido histórico ni es eficaz, sino

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que ahora se trata de construir una actitud política que deje de desconfiar en la posibilidad de efectivizar el consenso interno con las sociedades civiles, respecto a las principales orientaciones en las relaciones con Estados Unidos o las potencias de otros continentes. Conseguir consenso interno para una política exterior soberana y realista, exige la articulación de tres factores. Primero, aceptar la transnacionalización de las sociedades civiles latinoamericanas, donde es vital incorporarse competitivamente a los sistemas de mercado mundiales. Segundo, asumir que en los sistemas democráticos de América Latina, todas las decisiones sobre los asuntos externos deben legitimarse, de modo que la política exterior enfrente los mismos procesos de consenso y diálogo que requieren las políticas públicas internas. En tercer lugar está la continuidad democrática que estamos construyendo, a pesar de difíciles rupturas como las crisis de Honduras, Paraguay, Perú, Bolivia, Cuba y Venezuela, donde deben fortalecerse las instituciones y, por lo tanto, identificarse metas más allá de un periodo gubernamental. Esto es importante para la política exterior con Estados Unidos. Por lo tanto, es fundamental encontrar alternativas que hagan de la continuidad en la política exterior una estrategia y no un objeto de escándalo o cálculo estratégico de las élites latinoamericanas, cuyo sentido común o ignorancia puede llevarlas al fracaso. LA HIEDRA SIN CENTRO Si bien América Latina está en la esfera de dominación regional de Estados Unidos, el contexto internacional es tan complejo que, al mismo tiempo, nos enfrentamos a la fragmentación y la multiplicidad. Por lo tanto, la metáfora de la hiedra es una forma de representar el molde de la multiplicidad y la fragmentación del sistema internacional: la ausencia de un solo esquema original, pues es imposible inventar la pólvora todo el tiempo en la era de la globalización del siglo XXI. Estados Unidos, aun con su poderío militar y económico, se convierten en una parte y solamente en una posibilidad al trepar y deslizarse por la hiedra. Ésta se encuentra en una multiplicación incesante, donde no necesariamente existe un solo centro, sino que la expansión de la hiedra es una especie de nuevo significado en la política exterior donde deben abrirse múltiples puertas de manera continua e ilimitada, reinsertando la necesidad de aprovechar los beneficios del multilateralismo. Así crecen mu-

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chos elementos interconectados con significados múltiples. Esto convertiría a las relaciones internacionales en un espacio de maniobras más difíciles y caóticas. El enorme crecimiento de los mercados y la información sobre la realidad, obligaría a la política exterior a dejar de entender las relaciones con Estados Unidos como el trayecto único y definitorio para cualquier decisión, sea en materia de inversiones extranjeras, derechos humanos, protección del medio ambiente, desarrollo sostenible e interdicción y lucha contra el narcotráfico. Hay que abrir las perspectivas y abandonar la lógica de considerar a América Latina como una víctima inocente de Estados Unidos. En consecuencia, las acciones gubernamentales tienen que concertar internamente en cada uno de los países algunos puntos de la agenda exterior, así como imaginar una manera eficaz para encarar la hiedra; es decir, descubrir otras alternativas además del polo dominador estadounidense que es un eje poderoso en las redes internacionales pero, en el fondo, dejó de constituir el único eje central. Una de las políticas que América Latina debe redefinir por completo, yendo más allá de las relaciones con Estados Unidos, es la lucha contra los carteles de la droga. Hasta ahora, el enfoque diplomático de guerra contra el narcotráfico, solamente se convirtió en un juego publicitario que lo han aprovechado muy bien los medios masivos de comunicación. El show del narcotráfico justifica la presencia militar de Estados Unidos en la región, sin contribuir en absoluto a detener el negocio ilícito; contrariamente, los medios de comunicación tienden a fomentar la visión única donde América

Latina asume el papel de mártir débil, sin la capacidad para depurar su liderazgo internacional. Debemos afirmar que Estados Unidos lamentablemente carece de voluntad política para combatir el flagelo del narcotráfico por vías no militares y violentas. Esto destruye constantemente el prestigio estadounidense ante diversos sectores de la opinión pública en América Latina. Tal desprestigio fue aprovechado por Brasil para impulsar su nuevo liderazgo regional, a partir de su fortaleza económica junto con la incursión de nuevos lazos diplomáticos provenientes de China, Rusia e incluso Irán —fruto de los acercamientos iniciados por Hugo Chávez en Venezuela y Evo Morales en Bolivia— que van penetrando en América Latina y mostrando la crisis hegemónica en la que se encuentra Estados Unidos. Reinventar las relaciones entre América Latina y Estados Unidos, debe fomentar el multilateralismo, caracterizado por el respeto a la soberanía de los Estados. Los problemas relacionados con un desarrollo económico más equitativo en la región, el fortalecimiento de la seguridad internacional para destruir por completo al narcotráfico y al crimen organizado, tiene que hacernos repensar que el orden mundial exige mejorar las capacidades de gobernabilidad y certidumbre, a partir del impulso de relaciones multilaterales. En una perspectiva optimista, esto se puede entender como una oportunidad para la integración regional; es decir, la posibilidad de que América Latina y Estados Unidos construyan una sociedad internacional o comunidad de naciones, contribuyendo al funcionamiento más eficaz de la soberanía política entre Estados libres de pobreza, violencia y desconfianzas.

El día más

INCIERTO DE LA HUMANIDAD Juan Cristóbal Cruz Revueltas*

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ue en octubre de 1962, con la llamada crisis de misiles de Cuba, la humanidad haya estado al borde del precipicio nuclear y que sea difícil evitar la palabra “milagro” para explicar el hecho de que finalmente no se haya desencadenado el holocausto, es algo que nos debe seguir interpelando hoy en día. A más de 50 años de los eventos contamos con numerosas publicaciones sobre el tema y disponemos de los testimonios rendidos durante los encuentros que hubo, desde 1987 hasta cuando menos 2002, entre personalidades del más alto nivel de Estados Unidos, la ex Unión soviética y Cuba, dedicados a compartir experiencias y a tratar de esclarecer los hechos de “la crisis de octubre” (como se le denomina en Cuba). De esta forma hoy contamos con información que los mismos actores decisivos de la crisis no conocieron. Por otra parte, por su calidad de experiencia límite y de “gran lección”, ella se ha convertido también en un caso de escuela en teoría de las relaciones internacionales y en teoría de la decisión se presenta como un ejemplo de la toma de decisiones en condiciones de información limitada. El filósofo Karl Popper ve en esta crisis el giro decisivo de la Guerra fría y el hecho que reveló profundamente el valor histórico de los principales actores y de las ideologías que estaban en juego (Popper, 1993). En México nos debe preocupar el hecho que el episodio mundial más pe-

* Profesor investigador de tiempo completo en la Universidad Autónoma del estado de Morelos. Coordinó recientemente junto a Rigoberto Ocampo Alcántar e Israel Covarrubias el libro Estado, seguridad pública y criminalidades. Debates recientes (México, Universidad Autónoma de Sinaloa/ Publicaciones Cruz O., S. A., 2013).

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ligroso del siglo XX, y quizá de la historia humana, tuvo lugar entre dos de nuestros vecinos y que si bien una crisis semejante es poco previsible la situación entre estos mismos vecinos se antoja empantanada. Al menos esa sensación tendrá quien contemple barcos de guerra rusos, incluyendo porta misiles, como lo que se encontraban anclados, como “visita amistosa”, en la Habana aún en el verano de 2013. Los eventos que desembocarán en la crisis empiezan a encadenarse a partir de abril de 1961 cuando tiene lugar la invasión de “Bahía de cochinos”, también llamada de “Playa Girón”, por parte de unos 1 400 exiliados cubanos que fracasan, ante las tropas de Fidel Castro, en su intento por desembarcar en la isla. La operación militar había sido planificada durante la administración de Einsenhower, pero es realizada a las pocas semanas de la administración de John F. Kennedy. Por el peso histórico que respalda la figura de Einsenhower (célebre por haber organizado durante la Segunda Guerra Mundial otro desembarco, el de Normandía), Kennedy no puede cancelar la invasión pero tampoco le da un claro respaldo armado. Más de 100 miembros del desembarco mueren y unos 1200 son hechos prisioneros. Poco después, el 4 de junio de 1961, Kennedy se reúne, en un encuentro que se pretende amistoso, con el máximo dirigente soviético, Nikita Kruschev, en Viena, Austria. En ese momento, Kruschev lleva en la cima del poder casi una década (desde la muerte de Stalin en 1953). No extraña que luego del encuentro, Kennedy se queje de haber sido tratado como un niño por parte de Kruschev. Impresión acentuada por el precedente de Bahía de Cochinos

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que —además de granjearle el profundo odio de castristas como de anticastristas— hace ver a Kennedy como un inexperto. En efecto, el encuentro de Viena entre los dos dirigentes no arregla las cosas. El 13 de agosto de 1961 los soviéticos empiezan a edificar el muro de Berlín en tanto que las dos superpotencias desarrollan ostensiblemente sus programas de armas nucleares. Para compensar el “error perfecto” (como algunos llaman con ironía al episodio de Bahía de cochinos), a partir de noviembre de 1961 la CIA se encarga de la agresiva operación Mangosta destinada a derrocar el régimen cubano. En abril de 1962 Kruschev decide su siguiente jugada en el tablero mundial e incrementa su apoyo militar a Cuba. Sin embargo, el 29 de agosto un avión de reconocimiento americano fotografía sitios de misiles. Si se trata de misiles defensivos los americanos están dispuestos a considerarlos como aceptables (en conformidad con el derecho internacional). Pero ello no impide advertir a los soviéticos como lo hace Kennedy el 13 de septiembre en una conferencia de prensa: “si en algún momento […] Cuba estuviera por […] convertirse en base militar ofensiva de capacidad significativa para la Unión Soviética, entonces el país hará lo que sea necesario para proteger su propia seguridad y la de sus aliados” (Judt, 2008: 315). Reiteradamente, Kruschev y el embajador soviético aseguran a la administración americana que no se instalarán armas ofensivas en Cuba. Su dicho se antoja verosímil puesto que hasta entonces la URSS nunca ha instalado misiles ofensivos fuera de su territorio. En realidad mienten. En ese momento Kennedy no sabe que la URSS no sólo ha elevado su presencia militar en Cuba a 43 mil soldados, tanques o submarinos, sino que también lo ha hecho con misiles con capacidad nuclear de medio alcance, es decir, tácticos u ofensivos (a su descargo, Fidel Castro afirmará más tarde no haber solicitado los misiles nucleares y únicamente haberlos aceptado porque eso reforzaría a “todo el campo socialista”). Si bien los soviéticos niegan la presencia de misiles tácticos, de manera insólita no los esconden bajo camuflaje alguno (no se sabe muy bien por qué), por lo que el 14 de octubre los aviones de reconocimiento americano podrán identificar la construcción de bases de misiles ofensivos. A primera hora del 16 de octubre Kennedy es despertado con la mala noticia. Ted Sorensen, asesor especial de Kennedy, y sobre todo su célebre speechwriter (redactor de discursos), señala “[…] Kruschev fue descubierto moviendo hacia Cuba de manera sorpresiva, subrepticia, secretamente, bajo el manto

de la decepción, a 90 millas de las costas, misiles nucleares soviéticos de medio e intermedio alcance que eran capaces de alcanzar cualquier ciudad mayor de los Estados Unidos y la mayor parte del hemisferio occidental. Y borrar a las poblaciones de esas ciudades” (jfklibrary.org, 2013). De esta manera comienzan los angustiosos días de la crisis cubana de los misiles. Kennedy no sólo está al mando desde apenas el 20 de enero de 1961, también es entonces un joven presidente de tan sólo 44 años de edad. Es comprensible que luego del episodio de “La Bahía de cochinos” se encuentre bajo fuertes presiones de hacer “lo correcto” y mostrar firmeza de carácter. Todo ello bajo una atmosfera de máxima tensión. Dentro del programa nuclear que desarrollan en esos días, a manera de quien muestra los músculos, el 18 de octubre los americanos realizan una prueba nuclear con una bomba de hidrogeno de 1.59 megatones en el atolón de Johnston. Ante el sorpresivo movimiento soviético en Cuba, Kennedy debe decir cómo responder. Un mal movimiento en el tablero y la situación bien puede desembocar en una pérdida decisiva para su país en el equilibrio del poder mundial o en una guerra nuclear de efectos incalculables. Afortunadamente la decisión no la toma sin antes realizar una amplia consulta a militares, diplomáticos y expresidentes. Además, a diferencia de lo que es usual en política, Kennedy no desdeña rodearse de colaboradores como lo son el ya mencionado Ted Sorensen, Arthur Schelsinger o Robert MacNamara. Ante el escenario que se le presenta, la administración Kennedy parece tener tres opciones: atacar las bases de lanzamiento, atacar las bases de lanzamiento de manera conjunta con un ataque masivo, o bombardear y realizar una franca invasión. Los militares están abiertamente a favor de una rápida intervención. Y no sólo ellos se inclinan por el conflicto armado. Tony Judt llama la atención que en conversaciones privadas, grabadas por Kennedy, diversos congresistas y diplomáticos insisten a Kennedy, incluso con aire de aceptación apocalíptica y con frases como “es nuestro destino”, en la necesidad de atacar inmediatamente. En ambos lados existen en ese momento tendencias a una visión escatológica que invita a la conflagración. De hecho, en esos días el único dogma ideológico claro en el bloque del Este es el de la destrucción del “infierno capitalista” (Popper, 2002). Hay que subrayar que fueron los militares quienes estaban a favor, incluso rayando en la insolencia frente al mismo Kennedy y su equipo, del ataque. Algunos llegan a ver una bue-

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na excusa para “resolver el problema cubano”. Pero Kennedy sabe que el problema no es Castro sino la URSS y sus misiles (el punto es enfatizado por Sorensen (jfklibrary.org, 2013). Kennedy se enfrenta entonces a una opción temible. A primera vista, se antoja lógico atacar antes que los soviéticos terminen de instalar todos los misiles nucleares. Pero rápidamente se da cuenta que si Estados Unidos ataca no sólo se entra en un escenario desconocido, con la apertura de otros frentes, en particular el de Berlín; además, como se ven obligado a confesarlo los militares, sólo se tiene una probabilidad estimada de 90 por ciento de éxito. Es decir, incluso en el ataque más exitoso por parte de los americanos, al menos un 10 por ciento de los misiles soviéticos quedarán intactos y, como respuesta al ataque, esos misiles serían, sin duda alguna, usados por parte de los soviéticos. Se vuelve entonces necesario buscar una opción distinta al bombardeo y a la invasión. Salvo excepciones, los diplomáticos son más prudentes que los militares y favorecen que se dé una salida honrosa a los soviéticos sin aceptar el hecho consumado y, de paso, se le “pase la pelota” a Kruschev para que él se dé una salida. El 21 que Kennedy toma una decisión definitiva. El 22 Kennedy anuncia al mundo la presencia de misiles nucleares ofensivos en Cuba y anuncia también una “cuarentena” por parte de Estados Unidos, con el apoyo de la Organización de los Estados Americanos (OEA), en torno a Cuba (se evita usar el término “bloqueo” asimilable en derecho internacional a un acto de guerra). Al mismo tiempo, Castro anuncia la movilización general de sus fuerzas armadas. El 24, el día que debe empezar a correr la cuarentena, se recibe un cable de Kruschev insistiendo que las armas enviadas a Cuba son puramente defensivas (lo que será contradicho por lo que dirá dos días más tarde). A las 10 horas a.m. empieza la cuarentena. Los americanos no saben cómo reaccionarán los soviéticos, si respetaran la cuarentena o no, y no hay muchas razones para estar optimistas. Menos aún saben —se sabrá apenas en 2002— que los barcos soviéticos son escoltados por submarinos cargados con torpedos con carga nuclear y tampoco saben que al comandante de cada submarino se le ha otorgado autoridad para usarlos en caso “de extrema urgencia”. Cuando al momento de la cuarentena uno de esos submarinos es descubierto por la armada americana y es sometido a cargas de profundidad, el capitán soviético de la nave considera que ha llegado el momento de disparar los torpedos nucleares.

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Pero, además de la del capitán, se requieren también dos firmas más de los mandos superiores de la nave. El capitán la ha dado y el segundo de los mandos también otorga su firma para proceder al ataque. Pero el tercero considera que es conveniente esperar orden directa de Moscú y niega su firma. Este tercer mando desconocido del submarino soviético —que supo resistir y decir no— es sin duda uno de los grandes benefactores de la humanidad. Afortunadamente, Kruschev decide también hacer gala de prudencia, cede y ordena dar vuelta atrás a los barcos con misiles, lo que empieza a hacerse efectivo el 25 de octubre. Pero queda aún el problema de los misiles ya instalados en Cuba, por lo que el problema sigue vivo y se mantienen en pie las opciones de bombardeo e incluso de invasión. El 27 de octubre, “el momento más peligroso en la historia de la humanidad” como lo califica Arthur Schlesinger, Jacqueline Kennedy ha sido enviada a Virginia, región considerada segura en caso de ataque nuclear. Al mismo tiempo Fidel Castro parece solicitar un ataque nuclear contra Estados Unidos ante “el inminente ataque americano”. Al menos así lo entienden los soviéticos y en ello insistirá Kruschev en sus memorias. Luego de su publicación en 1990, Castro lo desmentirá. Sin embargo, en el encuentro de 1992 relatado por Schlesinger, Castro confiesa de viva voz haber solicitado un ataque preventivo (término usado por él mismo Castro según Schlesinger) pero alega (de manera contradictoria), sólo “en caso de invasión y ocupación”. El mismo 27 de octubre Kruschev envía un comunicado privado a Kennedy donde deplora el giro bélico que han tomado los eventos. Admite, lo que se antoja una suerte de confesión sobre la calidad ofensiva de los misiles, que una vez desatados los demonios nadie podrá controlarlos, sobre todo dada “la terrible fuerza de que disponen nuestros países” (Judt, 2008: 319). De manera congruente, Kruschev abre una salida: si el gobierno de Estados Unidos garantiza que no habrá ataque contra Cuba, la necesidad de la presencia de militares soviéticos desaparecerá. Sin embargo, ese mismo día Kruschev envía otra carta, pero esta vez pública y formal, en donde propone el retiro de los misiles ofensivos en Cuba contra los misiles nucleares de la OTAN instalados en Turquía. Lo que deja mal parado a los americanos porque la propuesta parece razonable y porque coincide con la sugerencia hecha públicamente un par de días antes, el 25, por el premio Pulitzer de ese año, Walter Lippman (2013). Por un momento la crisis parece estar en vías de solución pero, sorpresivamente, ese mismo día

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es derribado un avión U-2 americano de reconocimiento. Bajo ese escenario incierto, los asesores de Kennedy le insisten que retardar el ataque aéreo más allá del 29 es imprudente. Los testimonios coinciden en señalar que, a pesar de la enormidad de los eventos, Kennedy logra mantener una sorprendente serenidad. De manera por lo demás astuta, se decide responder a la primera carta de Kruschev y se envía a Robert, el hermano del Presidente, ante el embajador soviético para llegar a un acuerdo respecto a la segunda carta en la que secretamente se aceptará el retiro de los misiles de la OTA en Turquía. Todo esto bajo el entendido que Kennedy se encuentra con una gran presión de distintos sectores de su administración para emprender una acción militar. Kruschev debe optar entre una posible invasión de Cuba por parte de los americanos (en la cual insisten los numerosos “halcones” americanos) y el consecuente desencadenamiento de una guerra nuclear o el retiro de las armas y la humillación personal. Probablemente Kruschev toma las decisiones solo. El plan de Kennedy resulta. Sin consultarlo con Castro, el 28 de octubre en radio Moscú Kruschev acepta los términos oficiales de Estados Unidos para “desmantelar las armas que ustedes describen como ofensivas…”. La crisis hizo patente muchos de los absurdos intereses y móviles ideológicos de la época. Hasta entonces el enorme complejo militar que ambas potencias habían edificado se justificaba bajo el espectro de la guerra, pero la crisis de octubre fue la gota que colmó el vaso y mostró el carácter delirantemente peligroso tanto de la carretera armamentista nuclear, del poder de los sectores industriales y militares de cada país que se beneficiaban bajo su sombra, del fanatismo de tirios y troyanos y de los factores terriblemente contingentes que podían desatar la guerra. Realizada en 1964, en su película Dr. Insólito o Cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba Stanley Kubrick hace evidente, con su usual talento, todo ello y en particular el patetismo delirante de una época que juega con la destrucción total y definitiva. La única vía razonable era la negociación y el desarme en el que efectivamente Kennedy y Kruschev comenzaron a trabajar luego de la crisis. La crisis mantiene diversas interrogantes. Como lo subraya Tony Judt, no parece muy razonable por parte de los soviéticos el enviar lo mejor de su armamento a miles de kilómetros a una isla probablemente indefendible. Por su parte, Castro declara no saber muy bien cómo se decidió el envío de los misiles por parte de la URSS. Podemos pensar que

Kruschev toma la decisión de apoyar a Cuba porque en esos días es su único aliado en el continente americano y porque en aquel entonces aún está fuertemente presente el golpe de Guatemala de 1954 organizada por la CIA contra Jacobo Árbenz. También se puede agregar el malestar por los cohetes de la OTAN instalados en Turquía. Antes de la crisis, Kruschev se queja ante el embajador americano por las bases militares americanas en todas las fronteras de la URSS (queja reiterada hoy en día por el Presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin). Sin embargo, el malestar que pesa para Kruschev es la situación en Berlín, y sobre todo la consciencia de la debilidad de la Unión Soviética ante Estados Unidos. Más tarde declarará que su objetivo era preservar Cuba: “Hoy, Cuba existe” (Judt, 2008: 322). ¿Por qué usar misiles tácticos para la defensa de Cuba donde bastaban misiles defensivos? Probablemente lo hace por presión del ejercito (Battistella, 2006: 342). Es de notar que en sus estudios sobre la URSS Cornelius Castoriadis insiste en el poder del sector militar, al grado que califica a la URSS como una “estratocracia”, es decir, como un régimen político en el verdadero poder reside en el aparato militar. ¿Kruschev realmente pensó que los americanos no se daría cuenta de los misiles tácticos sino hasta cuando fuera demasiado tarde? De acuerdo a Alesandre Alekseev, el embajador soviético en Cuba durante la crisis, Kruschev estaba convencido que podía enviar los misiles en secreto. Si Kruschev está jugando póker y no ajedrez, ¿por qué no escondió bien sus cartas?, ¿por qué se instalan misiles en Cuba sin camuflagearlos haciendo inevitable que los descubrieran los americanos prematuramente?, ¿basta pensar, como lo defienden algunos, que los soviéticos nunca habían instalado misiles fuera de la URSS por lo que no vieron la necesidad de ocultarlos?, ¿por qué los cohetes son instalados antes que los misiles tierra aire destinados a abatir los aviones-espía? Quizá Kruschev jugó pensando que la guerra era poco probable y terminó confrontándose ante el hecho que ello no la hacía imposible. Entonces, si Kruschev no quería la guerra, ¿quién entonces dio la orden el 27 de octubre de derribar el avión espía U-2 americano? El general ruso Anatoly Gribkov, presente en Cuba durante la crisis, alega que la orden de disparar no provino de Moscú. Castro reconoce haber sido acusado por Kruschev por dar la orden. Los soviéticos habrían presumido que el comandante ruso Issa Plyev se dejó manipular (razón por lo que será reprendido) por el carisma de Castro. En el encuentro con McNamara y Schlesinger, Castro

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declara: “Con todo, yo estaba totalmente en favor de derribar el avión. Asumo plena responsabilidad histórica”. Cabe notar que en un artículo del periodo español El País (15 de agosto de 1997), se afirma que Castro habría dicho respecto a los días de la crisis: “Estábamos en la antecámara del holocausto y gastábamos bromas sabíamos que nos iba a tocar poner los muertos, pero estábamos decididos a hacerlo”. Si todo esto es cierto, mantener un dispositivo nuclear en Cuba era sumamente peligroso para los soviéticos y no sólo para ellos. Por su parte, Sorensen hace hincapié en el problema de comunicación que afronta en esos tensos días los dirigentes (idea que es retomada en la película dedicada a la crisis, 13 días de Roger Donaldson): ¿cómo los americanos deben entender las intenciones de Kruschev?, ¿cuál es el mensaje adecuado que se debe enviar?, ¿qué conviene dar por entendido de los mensajes?, ¿quiénes son los verdaderos actores en la toma de decisión? Como se ha indicado, la respuesta en un momento clave es convertir las dos cartas (la privada y la pública) enviadas por Kruschev en una sola e interpretarla de la forma más favorable para una salida de la crisis que evite no dejar en mal lugar a Kruschev. Asimismo se entiende la cuarentena menos como un instrumento de guerra que como un medio de dilatación y de comunicación. Por otra parte, ¿cuáles son las vías de comunicación adecuadas y confiables? No sólo se busca a un personaje cercano a Kruschev que pueda enviar el mensaje sin interferencias, sino luego John F. Kennedy instruye a su propio hermano Robert a llevar el mensaje decisivo al embajador soviético. ¿Cuál es el impacto de los grandes medios de comunicación y de la opinión pública? Valga insistir que la columna del 25 de octubre del célebre periodista Walter Lippmann, autor precisamente del libro de referencia La opinión pública, incide fuertemente en el desenvolvimiento de la crisis. Por otra parte, Kennedy y su equipo cuidan que los periódicos americanos no anuncien como un triunfo excesivo el desmantelamiento de los misiles, de lo contrario se estaría obligando a Kruschev a dar vuelta atrás a su decisión. A manera de moraleja de los acontecimientos, el llamado

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“teléfono rojo” se instala el 20 de junio de 1963 para contar con una vía de comunicación directa entre los líderes de las dos superpotencias. En octubre de 1962 la humanidad se asomó al abismo y, ante el vértigo, algunos estuvieron dispuestos a saltar y a arrastrar junto con ellos al mundo entero. Ellos habrían logrado hacer efectiva la utopía de una historia humana como “un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furor, que no significa nada”. En cierta forma su actitud no fue totalmente sorprendente, ya en la Antigüedad clásica los espartanos desencadenaron la guerra contra los atenienses debido al miedo que les daba el poder de Atenas. El miedo de los espartanos tuvo dos consecuencias: la guerra del Peloponeso y el fin del mundo de la Grecia clásica. Afortunadamente quienes en 1962 tuvieron la decisión en sus manos, Kennedy, Kruschev y un desconocido marino soviético, se abstuvieron de cruzar la puerta del infierno. A dos años de la crisis y a más de una década de estar en el poder, el 14 de octubre de 1964, Kruschev —por presión de los militares soviéticos— será depuesto. En tanto que el 22 de noviembre de 1963 Kennedy es recibido en Texas con pancartas en contra de su actitud respecto a Cuba, y ese mismo día el joven presidente es asesinado. REFERENCIAS jfklibrary.org. (9 de octubre de 2013), en: http://www.jfklibrary.org/~/media/assets/Education%20and%20 Public%20Programs/Forum%20Transcripts/On%20 the%20Brink%20The%20Cuban%20Missile%20Crisis.pdf Battistella, D. (2006), Théorie des relations internacionales, París, Sciences po. Judt, T. (2008), Tony Judt Reppraisals, Relections on the Forgotten Twentueth Century, Londres, Penguin. Lippman, W. (24 de octubre de 2013), mtholyoke.edu, en: https://www.mtholyoke.edu/acad/intrel/cuba/lippmann.htm Popper, K. (1993), La leçon de ce siècle, París, Anatolia. Popper, K. R. (2002), La responsabilidad de vivir, Barcelona, Paidós. Schlesinger, A. (1992), “Four Days with Fidel: A Havana Diary”, The New York Review of Books.

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SOBRE LA LLAMADA GOVERNANCE URBANA. ANÁLISIS DE LOS ALCANCES Y RIESGOS...

Sobre la llamada governance urbana. ANÁLISIS DE LOS ALCANCES

Y RIESGOS DEL PARADIGMA* Luis H. Patiño Camacho**

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l término governance ha entrado en el vocabulario actual de las ciencias sociales y se ha convertido en una palabra de moda en diferentes ámbitos: político, económico, social, medio ambiental y relaciones internacionales, dependiendo de los interlocutores. Por la propagación del término, así como por la confusión que ha producido, ha sido necesario por parte de los especialistas llevar a cabo un trabajo de definición teórica, desde mediados de los años noventa en adelante. En paralelo, se han realizado un conjunto de estudios empíricos con la finalidad de identificar posibles áreas de uso y el reconocimiento de problemas. No obstante, a este importante acervo de trabajos, la governance sigue siendo una palabra ambigua y sin límites claros. Estamos frente a un término que presenta cierta convergencia en la definición y en el ámbito de su aplicación u operación, pero este

* En el trabajo se utilizará la palabra inglesa governance debido a que no tiene una palabra exacta al español que pueda capturar la serie de significados y aplicaciones que tiene en distintos contexto. Además su uso en inglés es generalizado en el contexto internacional. ** Doctor en Estudios Urbanos y Ambientales por El Colegio de México. Es profesor investigador de tiempo completo en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Ha participado en diversos proyectos de investigación en temas de desarrollo urbano y regional en distintas universidades y colegios especializados en la disciplina urbana.

comportamiento no es el mismo para todos aquellos que tiene al gobierno como una herramienta de investigación. En América Latina el debate sobre el tema no ha sido importante y su aplicación obedece a la normatividad exigida desde el exterior; por ello, resulta preciso aportar una revisión crítica de la agenda propuesta por los organismos multilaterales, con el fin de que sea más efectivo su uso en la práctica política y en el análisis. Entonces, ¿qué es governance? El objetivo de este artículo pretende aclarar el término, en particular con respecto a su aplicación en la llamada governance urbana. De este modo, la primera parte del trabajo está dedicada a la definición del concepto de governance. En la segunda se desarrolla el análisis de la perspectiva de la governance urbana. Finalmente, se pone de manifiesto las principales aportaciones teóricas, en conjunto con los riesgos asociados al uso del paradigma de la governance urbana. DISCUSIÓN Y DEFINICIÓN DEL PARADIGMA DE LA GOVERNANCE La noción de governance surge estrechamente ligada a la del gobierno. Desde el punto de vista del léxico,

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la palabra gobierno siempre ha existido en inglés y francés con la idea del gobierno como una actividad, asimismo como institución gubernamental que ejerce el gobierno (Bobbio, 2006). En sentido estricto, el término desde hace mucho tiempo se ha mantenido limitado al marco constitucional y legal sobre los asuntos de Estado y la dirección de las instituciones, las cuales se caracterizan por la multiplicidad de actores, esto dio como resultado el uso de governance en un sentido restrictivo. En las últimas dos décadas se ha pretendido superar estos límites estrechos para asumir un significado y un alcance mucho mayor. Entre los trabajos que se han enfocado a realizar una revisión de los significados de governance, se encuentra el de Kooiman (2003), en el cual se han registrado doce significados diferentes: 1) Un Estado mínimo, donde el gobierno se convierte en un término para redefinir el alcance y las formas de intervención pública; 2) el gobierno corporativo, con referencia a los métodos de organización y dirección de los asuntos económicos; 3) la nueva gestión pública con referencia a la distinción entre el gobierno y la governance, y la asunción de métodos de la empresa privada en el trabajo del sector público, en particular con respecto a los métodos de valoración y los incentivos diferenciados en función de los resultados; 4) el buen gobierno, según la definición hecha por el Banco Mundial como término de comparación para evaluar inversiones en países en desarrollo con una gestión transparente, eficiente y democrática, basado en experiencias exitosas; 5) socio-cibernético, con relación con el estudio de los sistemas no centralizados de gobierno y que se caracteriza por una pluralidad de actores y por una multiplicidad de formas de acción; 6) la governance en las relaciones entre la auto-organización de la red y en las relaciones inter-organizacionales; 7) un recurso de dirección, con referencia a la discusión en el campo de alemanes y holandeses en torno a la posibilidad de la autorregulación de la sociedad; 8) la governance global en el estudio de las relaciones internacionales; 9) el gobierno en el sentido de un gobierno de economía y de los sectores económicos; 10) la escuela de pensamiento que trabaja alrededor de la governance y la gobernabilidad; 11) la governance europea, en la que se presta especial atención a la competencia en las políticas europeas de múltiples niveles de gobierno (véase también la governance de múltiples niveles); 12) la governance participativa, que se centra en la perspectiva de la inclusión de la población en asuntos públicos. En esta serie de significados, podemos obser-

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var como denominadores comunes al Estado, el mercado y la comunidad. Además, se identifica la idea de algún tipo de cooperación fundamentada en la colaboración, el consenso y la participación, como mecanismos de legitimación y garantía de eficacia y la atención a los sistemas concretos de acción y decisión; pero también se observan grandes diferencias. Por ejemplo, la governance es, en algunos casos un concepto analítico, en otros normativo, en ocasiones como dirección política, o representa una política (acción gubernamental). Alrededor de esta situación se ha argumentado que el término governance es esencialmente un fenómeno por el cual temas viejos se tratan en una forma atractiva, o “de moda”. De hecho, muchas de las prácticas actualmente incluidas bajo el término governance se ha examinado anteriormente en las teorías de la regulación; los parternariados, los distritos industriales (clúster) de los sectores público y privado, el estudio de las redes, el estudios de gestión y organización, y la nueva administración pública (Jessop, 1998; Le Gales, 1998). La discusión en el continente europeo ha llevado a concluir que la noción de governance no ha alcanzado el estatus de teoría y se argumenta que se ubica en un nivel pre-teórico. La governance se configura y se usa, no como una teoría, sino como una especie de paradigma: un marco conceptual que ayuda a hacer una serie de preguntas importantes acerca de la sociedad, pero que precisamente porque está situado en una etapa pre-teórica, es difícil de alcanzar y difícil de circunscribir (Le Galès, 2003). Esta naturaleza paradigmática posibilita la existencia de diferentes planos, como se muestra en la tipología mencionada de Kooiman. En este contexto, el problema no es preguntarse si los fenómenos que se estudian bajo el término de governance son nuevos, sino reconocer que los cambios recientes en la era de la globalización los han hecho más visibles y reconocibles, que en el pasado. Justo en esta combinación de resultados de las diferentes líneas de investigación, y de cambios sociales significativos, la sociedad se debe dotar de nuevos instrumentos para intentar interpretar las transformaciones, sacar partido de ella y limitar sus posibles perjuicios; por lo tanto, parece ser posible identificar la clave del éxito, pero también la ambigüedad del paradigma de la governance. En este escenario, intentar una definición suficientemente amplia para englobar todos los múltiples significados, enfoques y campos de acción es una empresa difícil. Al reducir la visión a un punto de vista socio-político, no podremos definir el con-

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cepto de una manera suficientemente clara y sobre todo responder a nuestro objetivo, que consiste en estudiar la perspectiva de la governance urbana. Para cumplir con la tarea, recurriremos al ejercicio de hacer la distinción entre gobierno y governance; el gobierno se conceptualiza en cuatro dimensiones: 1) los principios generales de la organización de un sistema político representativo; 2) la organización involucrada en la asignación, la decisión, la limitación, la administración (es decir, todos los organismos que forman el cuerpo de la administración); 3) el proceso de toma de decisiones gubernamentales, es decir, de gestión, y los logros; y 4) los resultados y la eficacia de los programas, las políticas, las normas (Le Galès, 2003). Un conjunto de autores (Bagnasco-Le Galès, 2003; Haley, 2002; Jessop, 1998; Kooiman, 2003) aceptan que la transición hacia una perspectiva de governance implica cambios y ajustes a lo largo de los cuatro aspectos. Lo que se observa en la mayoría de los estudios sobre el gobierno, sin embargo, se centra en gran medida en el nivel de los procesos y resultados (puntos 3 y 4). Para precisar el término, recuperaremos una de las primeras definiciones de governance, que fue propuesta por Jessop (1995): “el ámbito general de los estudios de la governance puede definirse como el relativo a la solución de problemas (para) políticos (en el sentido de los problemas para la consecución de objetivos colectivos y el logro de intenciones colectivas), dentro y fuera de configuraciones específicas de las instituciones, organizaciones y prácticas gubernamentales (jerárquica) y no gubernamentales (no jerárquica)” (citado en Bolocan Goldstein, 2000: 124). Es evidente como el énfasis se coloca en las fases de decision-making y problem solving (toma de decisiones y resolución de problemas), es decir, en los puntos 3 y 4 mencionados. Por su parte, Pierre y Peters (2000) definen governance como la totalidad de las interacciones entre organismos públicos, sector privado y sociedad civil, destinadas a resolver los problemas sociales o la creación de oportunidades de la sociedad. Se mantiene el acento en la toma de decisiones, pero se incluye al sector privado y a la sociedad civil en la adopción de decisiones. En este caso el Estado ya no detenta la hegemonía de mando y ahora depende de mecanismos de dirección y negociación. Kooiman (2003: 5) realiza un esfuerzo interesante para definir governance como: “todos aquellos arreglos interactivos en los cuales los actores públicos como los privados participan en la dirección de resolver problemas sociales o la creación de oportunidades sociales, atendiendo a las instituciones dentro

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de las cuales esas actividades de gobierno se llevan a cabo, y la estimulación de debates normativos en los principios que subyacen en todas las actividades de la governance”. Ligado al tradicional énfasis en los procesos de toma de decisiones, se puede observar el intento de abrir el estudio de las transformaciones en términos de los principios de la organización y los reglamentarios. Después se identifican tres tipos de actividades —la solución de problemas, lo que corresponde a las actividades diarias de gobierno, el marco institucional y, por último, la creación de principios normativos— en las que se expresan el gobierno y la governance, Kooiman identifica algunos principios-meta aplicables a un “orden de governance” y se utiliza en el estudio de los modos concretos de la governance: la rendición de cuentas y la eficacia, con referencia a la actividad cotidiana de gobierno; legitimidad, con referencia al marco institucional. Estas definiciones de governance nos ofrecen un marco analítico más amplio para explicar las diferentes modalidades que adopta la cooperación y coordinaciones que se presentan de acuerdo a determinados marcos jurídicos, valores, creencias compartidas y de ciertos patrones de relaciones en cada sociedad (Meuleman, 2009). Por lo tanto, para entender la governance de un país, se requiere un conocimiento previo de su contexto político-institucional y cómo se ha desarrollado en su proceso histórico (Zurbriggen, 2011). GOVERNANCE URBANA Y LOS CAMBIOS DEL PAPEL DE LAS CIUDADES Y LOS GOBIERNOS LOCALES En el proceso de construcción del Estado-nación, sobre todo después de la guerra, en relación con el desarrollo de la economía industrial y del Estado de bienestar keynesiano, las ciudades y los gobiernos locales no tienen un papel relevante. En una situación dominada por las grandes industrias, y en el contexto del conflicto de clases entre dos grupos sociales definidos y organizados, las opciones macroeconómicas y los ingreso fiscales se redujeron a una confrontación triangular entre el gobierno nacional centralizado, los sindicatos y las asociaciones empresariales. También con respecto a las políticas sociales, los gobiernos locales no eran más que “agentes” del Estado-nación, con actividades principalmente en la oferta de servicios (Le Galès, 2003; Saunders, 1986). A partir de las crisis de los años ochenta, este marco se ha ido modificando, con la definición de

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nuevas propuestas en el campo de la gestión territorial y urbana, que han implicado un cambio de fondo con relación a los criterios y propuestas que habían caracterizado la época del intervencionismo; el nuevo proyecto propone cambios en los objetivos de las políticas, el interés pasó, por ejemplo, del tema de las desigualdades regionales y urbanas, a los aspectos relacionados a la capacidad productiva y competitividad. De manera esquemática, podemos identificar dos factores principales de cambio: a) los procesos de globalización y b) las transformaciones del capitalismo de bienestar (welfare capitalism). La intersección de estos procesos ha dado lugar a profundos cambios inherentes a la posición de las ciudades en el mundo, el modo de acción de los gobiernos locales y el papel de los diversos actores sociales dentro de ellos. En los años noventa, los gobiernos locales en muchos países europeos se vieron expuestos a presiones cada vez mayores. Los gobiernos centrales trasladaron los problemas financieros hacia órganos gubernamentales menos importantes con una reducción de subsidios, haciendo recaer viejas responsabilidades sobre niveles más bajos de gobierno y creando a la vez otras responsabilidades nuevas a través de la política de descentralización. Para hacer frente a las estrategias descentralizadoras, los gobiernos locales reaccionaron de diversas maneras. Una de ellas fue el intento de optimizar sus recursos financieros adoptando un enfoque más empresarial en sus operaciones, por ejemplo mediante la contratación de productores privados para llevar a cabo una parte de sus servicios públicos, esta tendencia de reemplazar o complementar los servicios del gobierno local se convirtió en un tema polémico en muchos países. De manera general, el gobierno locales de las ciudades sufrieron un proceso tendiente a la fragmentación y a la creación de formas de gobierno más diferenciadas: el gobierno local se transformó en gobierno urbano. También surgieron nuevas formas de gobierno urbano a raíz de determinadas iniciativas locales a escala mundial. Tanto la Cumbre de la Tierra celebrada en Río de Janeiro en 1992 como la Conferencia Hábitat II en Estambul en 1996 fueron encuentros en donde se reunieron representantes no sólo de gobiernos centrales sino también de gobiernos locales y de ONG para llevar a cabo una acción concertada destinada a un desarrollo viable desde el punto de vista ambiental y social (Unesco, 2002). El concepto de governance urbana se presenta precisamente como una especie de síntesis de estas

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transformaciones. Esto último es, de hecho, un intento de involucrar el paradigma de la governance a un ámbito territorial, integrando en un proceso interpretativo los cambios económicos, políticos y sociales producidos en las ciudades en las últimas dos décadas. En la literatura sobre el tema, destaca Patrick Le Galès (1998: 79) quien define a la governance urbana como: “la capacidad de integrar y dar forma a los intereses locales, a las organizaciones, a los grupos sociales y, por otro lado, en términos de su capacidad para representarlos, para desarrollar estrategias más o menos unificada en relación con el mercado, el Estado, a las otras ciudades y otros niveles de gobierno”. La interpretación de esta definición conduce precisamente a la atención de algunas de las preguntas importantes acerca de la situación actual de las ciudades de América Latina y en particular de las mexicanas. A partir de la última parte de la definición de Le Galès, la relación con estrategias a otros niveles de gobierno nos lleva a reflexionar entorno a la ampliación de la esfera de acción de los gobiernos locales en México. En este contexto, en México, a pesar de la fuerte competencia con el fin de aumentar la autonomía de las ciudades, el Estado mexicano sigue siendo una institución bajo el control de Estado-nación, y por lo tanto juega un papel en el fortalecimiento de los gobiernos locales. Sin embargo, debe tomarse en cuenta y alentar el nuevo papel de los gobiernos sub-nacionales en el desarrollo de estrategias para enfrentar los problemas urbanos. Los gobiernos locales han emprendido una diplomacia intensa y en la actualidad son numerosas las entidad asociativa que participación en los gobiernos regionales o locales. Estos actores subnacionales que constituyen “un tercer nivel de gobierno”, ha sido reconocido en los marcos jurídicos nacionales. Sin embargo, en América Latina se han presentado resistencias al traspaso de competencias y la descentralización territorial. Continuando en la interpretación de la definición de Le Galès, la capacidad de representar los intereses locales en el exterior, el desarrollo de las estrategias más o menos unificadas en relación con el mercado se refiere a la movilización de los actores locales en una perspectiva de marketing urbano y territorial. Como resultado de los procesos de globalización y la creciente competencia entre los territorios, las ciudades se ven cada vez más como jugadores competitivos en la economía global. El territorio local se ha convertido en una especie de “producto” para ser comercializado. Posteriormente, se convierten en las políticas centrales de mercadotecnia urbano y

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territorial, es decir, la ejecución de las acciones para construir la imagen más atractiva y eficaz asociado con un territorio (la ciudad), con el objetivo de atraer inversiones de diferentes tipos, permitiendo la competencia con otros productos en el territorio. Sin embargo, se observa como las políticas locales, orientadas principalmente hacia los intereses de los residentes, toman en cuenta progresivamente las necesidades de los usuarios de la ciudad, como turistas y empresarios, que contribuyen al desarrollo económico de la misma. Al respecto, se han puesto en marcha “grandes operaciones urbanas”, con la finalidad de reorganizar el tejido físico y económico a través de un conjunto de políticas que han demostrado éxito (buenas prácticas). Además, observamos que la estrategia puesta en marcha por los gobiernos locales consiste cada vez más en la promoción de una forma de gobierno en el sentido de la participación y la movilización —en el proceso de toma de decisiones— de múltiples actores locales (públicos o no) y de sus recursos, junto al desarrollo económico urbano definido como un bien común (Le Galès, 2003). Por su parte, la transformación de la ciudad en “actores colectivos” no se produce de forma natural. En este sentido, se advierte sobre el riesgo de explotar algunos conceptos (como la idea de governance) con el fin de obtener el consenso, ya sea a través de un intento de desplazar u ocultar el conflicto desde una perspectiva social territorial, eliminar la carga ideológica de los gobiernos y por el desarrollo de políticas de promoción a la pertenencia y de cultura local. Recuperando a Le Galès (2003) “la capacidad de desarrollar estrategias en relación con otras ciudades y otros niveles de gobierno” introduce el tema del fenómeno metropolitano. La cuestión de la creación de las “Zonas Metropolitanas” se refiere a la idea de la necesidad de una “institución metropolitana” capaz de gobernar con eficacia en la creciente complejidad. No es, sin embargo, un nuevo debate: desde los años cincuenta, hasta los setenta, el establecimiento de zonas metropolitanas ha sido una experiencia común y extendida en muchos países de América Latina. Los resultados han sido inciertos debido a lo difícil de gobernar y gestionar las metrópolis y la reducida participación los gobiernos municipales. A partir de los años ochenta, las transformaciones económicas que se han mencionado brevemente dieron un nuevo aliento para la constitución de gobiernos metropolitanos. En los noventa se ha producido un resurgimiento de la institución metropolitana, pero ya no como un “gobierno” —es decir, la creación de un

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súper gobierno metropolitano, como las experiencias en el pasado: Londres y Toronto— sino bajo la governance (metropolitana), es decir, el desarrollo de capacidades de gobierno sin instituciones fuertes, a través de la difusión de las prácticas de interacción, creación de redes y de recursos compartidos de responsabilidades, precisamente con el fin de superar la resistencia de los otros niveles de gobierno local y evitar los conflictos manifestados en el pasado (Bourne, 1999; Lefevre, 1999). Dicha asociación puede no ser más que un acuerdo ad hoc para una acción determinada (una red única) o bien formar parte de una estrategia a largo plazo que comprende un grupo de actores —una comunidad de políticas— (Rhodes, 1986). Finalmente si revisamos la primera parte de la definición —“la capacidad de integrar y dar forma a los intereses locales, a las organizaciones, a los grupos sociales”—, observaremos que se abre una ventana sobre el papel de las élites urbanas y las nuevas modalidades de acción de los gobiernos municipales. Como conocemos, el desarrollo económico en América Latina ha sido tradicionalmente estimulado y guiado desde arriba, mientras que la función principal de los gobiernos locales se ha orientado durante mucho tiempo al ámbito del consumo social, de las políticas sociales, culturales, urbanas y regionales. En este contexto, la autonomía de las élites políticas locales era limitada. El trabajo local se ha configurado como una etapa en la construcción de una carrera política destinada a lograr un papel de prestigio a nivel nacional. En los últimos años, ha crecido progresivamente la importancia de los gobiernos locales, como un nivel estratégico de desarrollo. Al mismo tiempo, el papel de las élites locales, tanto políticas como económicas, ha cambiado considerablemente. En cuanto a las élites políticas, es evidente que los procesos estructurales, junto con las modificaciones en el marco jurídico y la crisis de credibilidad política, se ha difundido la “idea de un gobierno técnico y despolitizado” (la ciudad como empresa), lo cual puede contribuir a autonomizar y liberar, aunque sea parcialmente, la carrera política local de la nacional. Con respecto a las élites económicas, si con la globalización se hace hincapié en el desarrollo de una híper burguesía internacionalizada, por otra parte, se ha hecho evidente la participación creciente de algunos grupos en el espacio local. La actuación de las autoridades públicas y los gobiernos locales puede sufrir profundos cambios en relación con las diversas fases de la acción pública: a) en la producción y la aplicación políticas,

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como resultado de la crisis de la planeación tradicional (hacia la planeación estratégica) y la pretensión de transitar de un enfoque de arriba hacia abajo y sectoriales a uno tipo “red”, caracterizado por la colaboración intersectorial e interinstitucional entre las distintas oficinas; b) en la gestión de servicios, con referencia a la tendencia de sustituir las formas tradicionales de gestión directa con diversas formas de encomienda a un tercero (gobierno contratante), en el marco de una administración más ágil; c) en la relación con los ciudadanos, tradicionalmente considerados como destinatarios de servicios y políticas públicas, ahora se “activa”, tanto en términos de aumento de las responsabilidades —por ejemplo en el contexto de políticas sociales— ambos con implicaciones en la participación en las experiencias de planeación participativa. En este escenario, la propuesta es configurar la administración local cada vez más como un actor entre otros, cuyo papel radica principalmente en la capacidad de la activación, mediación y dirección de los diferentes actores involucrados en acciones de gobierno, y garantizar el cumplimiento de los procedimientos y los principios democráticos. VENTAJAS Y RIESGOS DEL PARADIGMA DE LA GOVERNANCE URBANA La aplicación de la perspectiva de la governance tiene muchas ventajas, pero también algunos riesgos. Los beneficios se presentan en dos aspectos: 1) el potencial del concepto con respecto a las transformaciones que pretende llevarse a cabo en las ciudades, y 2) la capacidad que tiene esta perspectiva de mantener unidas dos maneras diferentes de observar a la ciudad como un actor colectivo, por un lado, y como una sociedad local en el otro. Con respecto al primer aspecto, es importante señalar que pensar la perspectiva de la governance urbana contribuye a hacer una serie de preguntas importantes sobre las características de las ciudades mexicanas y de América Latina y luego entender algunos grandes cambios que se manifiestan. El trabajo del gobierno a menudo afronta cuestiones teóricamente relevantes, así como de gran actualidad, tales como: la acción y la estructura de los gobiernos locales frente a las transformaciones ocurridas en su interior (aumento de la fragmentación de las necesidades de los ciudadanos, las transformaciones en el plano de la representación social, nuevos movimientos, etcétera) y al exterior (la globalización,

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la transferencia de poderes del Estado, la descentralización), la relación entre el creciente papel de los grupos de interés y la garantía de un proceso democrático, los criterios utilizados por los diferentes actores locales son reconocidos como participantes legítimos en el proceso de toma de decisiones públicas, y la distribución de responsabilidades y competencias entre Estado, mercado y sociedad civil y entre los distintos niveles regionales e institucionales. En cuanto al segundo aspecto, es necesario tomar en cuenta cómo se utiliza el punto de vista de la governance para enfocar la ciudad tanto como un actor colectivo, como una empresa local. En el primer caso —más cerca de un consenso y de lo que une en la ciudad— lo que se estudia son las formas en las que los diferentes grupos y actores locales se movilizan y cómo se mueven los recursos disponibles en una estrategia unificada de ciudad con relación con otras partes interesadas (territorial, institucional, económica). Por otro lado, la ciudad puede ser considerada como un conjunto de grupos no homogéneos, actores e intereses en conflicto entre sí, y que contribuyen a cumplir o defender su liderazgo, su visión y sus propios intereses. En cuanto a los “riesgos”, son tres las consideraciones que hacer. El primer punto de atención es con respecto a la ciencia política/social, con especial referencia a los riesgos de instrumentación de la política y el potencial de legitimación de las prácticas de gobierno. ¿Cuál es la relación entre el aumento, en el ámbito científico, del paradigma de la governance y la aparición del tema de la governance en las agendas políticas y de la administración local? La pregunta es aún más delicada si se considera la ambivalencia política e ideológica del concepto. De hecho, a partir de la idea de una redistribución de competencias entre el Estado, el mercado y la sociedad civil, la governance es transmitida, por un lado, como una herramienta para aumentar el nivel de una sociedad democrática, de acuerdo a un enfoque de democracia participativa, por otro lado, y a partir de las mismas premisas, los teóricos neoliberales utilizan el concepto en términos de Estado mínimo y mantenimiento de las condiciones de desigualdad. En segundo lugar, cabe preguntarse si la governance como una política recomendada y deseada en varios campos tiene alguna influencia sobre el éxito y la forma de utilizar el concepto también en el medio académico. En este punto, se observa con facilidad, en el proceso de la investigación empírica, la transición de una conceptualización normativa de la governance hacia el concepto de un “objeto deseado” —un

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ideal de la participación, de relación virtuosa o incluso de un Estado mínimo— el cual compara las formas reales de regulación. Aun así, se detecta con facilidad la superposición entre la noción de governance y la parte de la realidad que lo haría interpretar. El resultado es ciertamente una confusión, por lo que no siempre está claro si los estudios de governance son tales, ya que se refieren a las políticas (o proyectos) que a los propios actores participantes y que los especialistas analizan con base en un tipo ideal de governance (evalúan el nivel de participación, democracia, eficacia, coordinación entre los actores, etcétera) o, recuperando la distinción entre gobierno/governance porque estudian las prácticas de gobernar en general (con especial referencia a los posibles acuerdos entre el Estado, el mercado y la sociedad civil), arribando en este caso a la definición de modos de governance, que no necesariamente están caracterizadas por la coordinación o participación. Por último, debe tenerse en cuenta el riesgo de enfatizar las transformaciones y los cambios sociales, en detrimento de lo que permanece. Con relación con el entorno urbano y local, el riesgo es, por ejemplo, no observar las relaciones reales de distribución del poder entre los actores (no igualitarias), a favor de una interpretación ingenua con respecto a la complejidad de las relaciones de poder, que beneficia sobre todo la fluidez y la apertura del proceso de toma decisiones. Además, es reconocida la tendencia a centrarse en el análisis de los fenómenos de consenso en lugar de conflictos entre los actores. Asimismo, el riesgo se presenta en un excesivo énfasis de la importancia de la democracia y la participación (es decir, las relaciones entre las instituciones públicas, la sociedad civil y los intereses privados), sin comprender el contenido potencialmente reaccionario en términos de tendencias oligárquicas (con referencia al papel de las élites urbanas económicas) o los intentos de despolitizarlo en una interpretación particular de los gobiernos, despojándolo de sus implicaciones para el dominio (reto de cambiar o transformar la vida institucional y relaciones de poder), mientras que al mismo tiempo, su uso por los mismos gobiernos para racionalizar sus acciones es muy político (la eficiencia y eficacia, consenso, inclusión, control, estabilidad política y social y la gobernabilidad). Ese juego de usos y sentidos permite una inclusión simbólica y una exclusión material (de hecho) simultáneamente. La consecuencia es que deja intacta la base sistémica de la pobreza y opresión urbana y mantiene la sociedad desigual y las jerarquías de clase.

SOBRE LA LLAMADA GOVERNANCE URBANA. ANÁLISIS DE LOS ALCANCES Y RIESGOS...

A MANERA DE CONCLUSIÓN La primera parte del trabajo se orientó a la reconstrucción de la definición y el desarrollo del concepto de governance. Hemos visto como el término se configura no tanto como una teoría, sino como un paradigma —un marco conceptual que ayuda a hacer una serie de preguntas importantes acerca de la sociedad— pero se encuentra en un nivel pre-teórico, a veces vago y difícil de delimitarlo. Después, con un enfoque en la perspectiva de la governance urbana, demostramos el potencial heurístico del paradigma de la governance. Lo anterior, parece ser un ambicioso intento de integrar dentro de marco interpretativo, los cambios económicos, políticos y sociales de las ciudades en las últimas décadas, lo cual en México y América Latina no se ha concretado. Finalmente, en la última parte, no sólo se puso de manifiesto las principales aportaciones teóricas, sino también los riesgos asociados con el uso del paradigma de la governance urbana. En conclusión, el elemento principal de atención parece estar en la governance que se configura como un concepto transversal en las diferentes líneas de investigación. Esta característica —atribuible a la naturaleza del paradigma pre-teórico de la governance— se presenta como un “arma de doble filo”. Por un lado, constituye, como hemos visto, la razón principal de fascinación y la principal contribución teórica. La governance se configura, de hecho, como una poderosa herramienta de la interdisciplinariedad y diálogo entre las diferentes perspectivas teóricas, capaz, también, de comprender e interpretar algunos cambios que se manifiestan. Al mismo tiempo, el riesgo es que se empaña la governance, a través de un énfasis excesivo de los cambios sociales (en la investigación y el ejercicio de gobierno) y un uso político de legitimación de las relaciones desiguales de poder más que de cambio y transformación. Parece ser que la governance difícilmente se convertirá, en el futuro reciente, en una teoría compartida por diferentes disciplinas, pero podría ser un vehículo de comparación y aprendizaje. Aun así, con referencia más específica al campo de la sociología urbana y la ciencia política, el paradigma de la governance parece ofrecer una contribución útil —no sólo en términos de herramientas teóricas, sino también oportunidades para la comunicación con las diferentes áreas de investigación, como el de análisis de políticas públicas— sobre cuestiones tales como: 1) el papel de los actores públicos y, en ge-

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neral, el momento político, en la fase de activación, orientación, mediación y gestión de los procesos de interacción y coordinación entre los diferentes actores, locales y no locales; 2) la legitimidad, que es la base sobre la cual los diversos actores locales son reconocidos como actores legítimos en el proceso de toma de decisiones; 3) las necesidades democráticas, con referencia tanto al problema de la distribución desigual del poder y los recursos de los diferentes actores locales, como en relación con la transparencia y la claridad de las normas en el proceso de toma de decisiones; 4) la modalidad en la producción de las decisiones, con referencia a la dicotomía formalidad/informalidad de la toma de decisiones y los objetivos que guían el proceso de interacción y, 5) el papel de la ciudad como un actor colectivo, en particular, el proceso de producción de una estrategia unificada de presentación de la ciudad en el exterior. REFERENCIAS Bobbio, N. (2006), La teoría de las formas de gobierno en la historia del pensamiento político, México, FCE. Bolocan Goldstein, M. (2000), “Un lessico per le politiche urbane e territoriali”, Territorio, núm. 13. Bourne, L. (1999), Modelos alternativos para el manejo de las regiones metropolitanas. El desafío para las ciudades norteamericanas, Canadá, Universidad de Toronto. Cerrillo I, Martínez A. (2005), La gobernanza hoy: 10 textos de referencia, Madrid, Instituto Nacional de Administración Pública. Healey, P. (2002), Key Phrase: Governance, en: www.esprid.org. Jessop, B. (1998), “The Rise of Governance and the Risks of Failure: The Case of Economic Development”, Interna-

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Argentina

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[del partido de gobierno] es el patrón movimentista de desconocer al adversario, en especial cuando ésta es la oposición (Abal Median y Suárez Cao, 2002: 169). En síntesis, esto significa que el bipartidismo argentino funcionaba no tanto conforme a la alternancia moderada entre partidos, sino más bien conforme a una lógica de bipolarización, lo que explica en cierto modo las recurrentes crisis de la democracia (O’Donnell, 1972). DEL BIPARTIDISMO AL MULTIPARTIDISMO

Federico Saettone*

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n una serie de artículos publicados en números anteriores de Metapolítica he procurado explicar el complejo cuadro de evolución del sistema político y partidario en estos últimos veinte años de democracia en Argentina (Saettone, 2011a, 2011b y 2012). La principal reflexión que surge de ellos es que el país adolece de una perpetua transición política. No han faltado estudios, análisis e investigaciones de las más diversas disciplinas sociales que vienen tratando de dar con el “problema” argentino, y que de algún modo han puesto algo de luz allí donde todo era oscuridad. Sin embargo, siguen faltando las piezas del rompecabezas del sistema político argentino. En este artículo, por tanto, se focalizará en los realineamientos políticos que se fueron sucediendo en el marco de las recientes crisis políticas y económicas en Argentina. EL BIPARTIDISMO INCIERTO Muchos estudios politológicos suelen indicar el año 1983 como una fecha bisagra de cambio histórico, ya que no sólo significó el fin de la peor experiencia autoritaria que padeció el país en toda la historia, con sus desastrosas consecuencias en el orden económico y en los derechos humanos, sino que además comportó un cambio de patrón del sistema partidario

* Investigador en el Centro Argentino de Etnología Americana, Buenos Aires, Argentina.

argentino. En términos del análisis de este artículo, a partir de esa fecha se pasó de un sistema de partidos cerrado, pero previsible en el que el peronismo y el radicalismo eran los actores políticos exclusivos del sistema, a otro abierto y menos previsible, en el que aquellos ya no son los actores exclusivos del sistema (Abal Medina y Suárez Cao, 2002). Si bien en el periodo anterior a 1983, Argentina se caracterizó por una alternancia entre gobiernos militares y gobierno constitucionales, cabe observar que nunca pudo prescindir de las dos principales familias políticas. No es de extrañarse entonces que a pesar de todos los avatares políticos y económicos del siglo XX, todos los presidentes constitucionales provienen del radicalismo o del peronismo. En vista de ello, el sistema partidario argentino, en términos de la definición de Sartori, se constituyó en función de dos (y sólo dos partidos) que gobiernan solos.1 Sin embargo, este formato bipartidista no estuvo acompañado de condiciones de competencia y alternancia propias de los bipartidismo del Reino Unido y Estados Unidos. El problema argentino estribaba en el hecho que el centro del sistema era, por decirlo de alguna manera, capturado por uno de los partidos, lo que suponía la exclusión del otro. En este sentido, se trató de un sistema en el que la lógica política 1

La definición completa dice: “existe un formato bipartidista siempre que la existencia de terceros partidos no impide que los partidos principales gobiernen solos, esto es, cuando las coaliciones resultan innecesarias” (Sartori, 1980: 234).

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A partir de la elección de 1983, Argentina ingresó en un periodo inesperado de democratización, pero al precio de una importante inestabilidad del sistema partidario. Contrariamente a lo que sucedía en el periodo anterior, ahora el radicalismo y el peronismo acordaron respetar las reglas de la democracia representativa, aunque no fueron capaces de afrontar y cooperar frente a las difíciles coyunturas de crisis económicas que se fueron sucediendo con una regularidad de diez años. De cualquier modo, cada una de estas últimas tres décadas de democracia tuvo sus particularidades y dinámicas propias. La década de 1980 y la primera mitad de la siguiente década, fue la más cercana a un patrón de funcionamiento bipartidista en el sentido estricto de la definición sartoriana, como se observa en el Cuadro 1. Más allá de esta foto bipartidista, el sistema partidario sufrió un importante proceso de desconcentración del voto nacional entre 1983 y 1995 hacia el PJ y la UCR, pasando, de una concentración casi del 92 por ciento de los votos en 1983 a una del 67 por ciento en 1995, para la categoría de las elecciones presidenciales; y del 86 por ciento en 1983 al 65 por ciento en 1995, para la categoría de las elecciones legislativas (Mustapic, 2002: 167).

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Los beneficiarios de este proceso de desconcentración del voto fueron los nuevos partidos competitivos cuyo surgimiento no respondió necesariamente a procesos sociológicos de luchas de clases o a importantes realineamientos electorales, sino a que en la mayor parte de los casos fueron (y son) epifenómenos del radicalismo y el peronismo. En otras palabras, los nuevos partidos surgieron aprovechando los retrocesos y defecciones de radicales y peronistas. El caso más emblemático de este proceso fue el surgimiento en el periodo 1994-1995 del Frente Grande/FREPASO (Frente País Solidario), fundado por un grupo de peronistas disidentes, al que se le unieron pequeños partidos de izquierda, dirigentes peronistas y movimientos sociales. El FREPASO hizo un impresionante debut en las elecciones presidenciales de 1995, presentando la fórmula integrada por José Octavio Bordón y Carlos “Chacho” Álvarez que quedó en segundo lugar, dejando en un impensable tercer lugar a la fórmula de la UCR. A partir de este nuevo cuadro partidario, tres año más tarde nació la alianza radical-FREPASO (la Alianza)2 que consagró en 1999 la fórmula presidencial integrada por el radical Fernando de la Rúa y el frepasista Carlos “Chacho” Álvarez. La corta y trágica experiencia del gobierno de la Alianza es, quizá, el primero y más audaz ensayo de una coalición de partidos alternativa al peronismo desde 1983, y probablemente nunca más volverá a repetirse en Argentina.3 Como era de esperarse, la desintegración de la Alianza (y del FREPASO) a partir de la crisis de 2001, sumado al fuerte descrédito que sufría la UCR, dejó un vacío que fue aprovechado, por un lado, por el kirchnerismo, y por el otro, por nuevas fuerzas que, a su manera, brillaron y decayeron con el sucederse de las elecciones en estos últimos diez años. 2

Su nombre completo era Alianza por el Trabajo, la Justicia y la Educación. Para un análisis sintético de la historia de la Alianza, véase Saettone (2011). 3

CUADRO 1. ELECCIONES PRESIDENCIALES Y PARLAMENTARIAS DE LA UCR Y EL PJ (1983-1991), EN PORCENTAJES.

Elección Presidencial 1983

Elección Cámara de Diputados 1983-85

Elección Cámara de Diputados 1985-87

Elección Cámara de Diputados 1987-89

Elección Presidencial 1989

Elección Cámara de Diputados 1989-91

50,3

50,8

50,8

35,4

32,0

35,1

39,0

43,7

24,4

47,2

46,7

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Fuente: Saettone (2013: 57).

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Uno de esos partidos es Afirmación por una República de Iguales (ARI),4 el partido de centro izquierda fundado por Elisa “Lilita” Carrió, una mediática y carismática diputada radical que sigue siendo la principal voz crítica de la política argentina. El otro se trata de Recrear para el Crecimiento, el partido de centro derecha fundado en 2002 por Ricardo López Murphy, el ex ministro de economía de la Alianza, y que en aquella difícil elección presidencial de 2003 obtuvo un histórico 16 por ciento. A diferencia del ARI, que hasta el día de hoy logró mantenerse con vida luego de la dura derrota en la elección presidencial de 2011 (no logró superar el 3 por ciento), el partido del ex ministro de economía de la Alianza no sobrevivió al contexto electoral post-2003, siendo absorbido por Propuesta Republicana, el nuevo partido nacido en 2005 con la candidatura del intendente de la Ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri. Otro fenómeno no menos importante de estos últimos diez años fue el lento surgimiento del socialismo a partir de la elección a la gobernación de la Provincia de Santa Fe de Hermes Binner (periodo 2007-2011). Su crecimiento fue posible gracias al apoyo estratégico del radicalismo en esa provincia, un apoyo que a partir de 2007 incluyó a la ahora denominada Coalición Cívica-ARI de “Lilita” Carrió y demás partidos del heterogéneo colectivo del “progresismo” argentino. Luego de esa elección presidencial del 28 de octubre de 2007 en la que la fórmula presidencial integrada por Elisa Carrio y el socialista Rubén Giustiniani quedó en segundo lugar,5 las relaciones entre la CC-ARI, el socialismo y el radicalismo, se fueron deteriorando debido a la ambiciones presidenciales de sus máximos líderes (Carrió, Alfonsín [hijo del ex presidente Raúl Alfonsín], Binner). Las diferencias entre los socios no pudieron ni siquiera saldarse en el marco del Acuerdo Cívico y Social, el frente común integrado por la CC-ARI, el socialismo y el radicalismo para las elecciones legislativas de 2009, en las que por primera vez, los partidos de la oposición lograron derrotar al kirchnerismo. A partir de 2010, la Coalición Cívica-ARI dejó el Acuerdo Cívico y Social, y poco después hizo lo propio la UCR, cuyo candidato presidencial (Ricardo Alfonsín) decidió formar una alianza con la facción 4

El partido nació en diciembre de 2000 con el nombre de Argentinos por una República de Iguales (luego rebautizado Afirmación para una República de Iguales). Producto de las diversas alianzas que fue articulado a partir de esa fecha con los diferentes partidos y grupos políticos, el partido pasó a llamarse Coalición Cívica-ARI.

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Fue la elección presidencial en la que resultó electa Cristina Fernández de Kirchner.

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liderada por el peronista disidente y excéntrico empresario Francisco de Narváez. El Partido Socialista y la mayoría de los socios menores de la Coalición Cívica-ARI, migraron a las filas del recientemente formado Frente Amplio Progresista (FAP), liderado por el socialista Hermes Binner, el cual presentó su propia fórmula presidencial para la elección presidencial del 23 de octubre de 2011, junto a la periodista Norma Morandini, quedando en segundo lugar después de la fórmula encabezada por Cristina Fernández de Kirchner y Amado Boudou.6 Para resumir, la de Binner-Morandini fue la primera fórmula presidencial integrada por candidatos no peronistas o radicales más votada desde 1983. Este dato electoral permitió volver a reconstruir el ahora denominado Frente Progresista, Cívico y Social, con la participación del radicalismo, el CC-ARI y otras agrupaciones que formaron parte de la CC-AR. Como en parte sucedió en la elección legislativa de 2009, la oposición logró derrotar al kirchnerismo en las recientes elecciones legislativas del 27 de octubre de 2013. Por último, no se puede dejar de mencionar a Propuesta Republicana (PRO), el partido liderado el intendente Mauricio Macri, el cual fue electo en 2007 (y reelecto en 2011) como intendente de la Ciudad de Buenos Aires, el segundo distrito más importante y estratégico del país. Hay que advertir que, pese a la polémica decisión de Mauricio Macri de no presentar su candidatura presidencial en las elecciones de 2011, el PRO vino creciendo en términos de su representación de diputados en la Cámara de Diputados, convirtiéndose actualmente en el tercer partido con mayor representación en esa cámara, después de la UCR y el Frente por la Victoria-PJ. Aun siendo mayoritariamente un partido distrital (es decir, con base territorial en la Ciudad de Buenos Aires), el PRO está emergiendo como el principal partido de la desarticulada derecha argentina. PERONISMO Y KIRCHNERISMO El peronismo es el que más ha contribuido a la proliferación de partidos y listas electorales. Un interesante ejemplo de ello fue la llamada “renovación peronista”, surgida a mediado de década de 1980 producto de las tensiones con el sindicalismo corporativo encarnado en la Confederación General del Trabajo (CGT) que, dicho sea de paso, desde la muerte de Juan Perón en 1974 nunca encontró 6

En esta elección Cristina consiguió la reelección presidencial.

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su lugar en el peronismo. Hay recordar que de esa tensión con el sindicalismo corporativo surgió un movimiento democratizador en el interior del peronismo de la década de 1980 liderado por el veterano dirigente Antonio Cafiero, un presidente de la nación que no pudo ser. Luego de la renovación peronista de 1980, le siguió el turno al “Grupo de los Ocho”, un grupo de legisladores liderado por el renovador Carlos “Chacho” Álvarez que se espantaron del inexplicable giro al neoliberalismo de Carlos Menem a principios de 1990, y de gran parte del peronismo de entonces, que decidió apoyar las iniciativas de venta de los bienes públicos y la desregulación económica. El Grupo de los Ocho finalmente tomó el camino de la izquierda dando vida, primero, al Frente Grande en 1994, y luego al FREPASO en 1995, concentrando a los movimientos sociales y demás grupos políticos que no comulgaban en el credo liberal. A partir de 1996, una vez que Carlos Menem logró su tan deseada reelección presidencial, los vientos de la economía dejaron de ser tan favorables como lo fueron en la primera mitad de esa década. En este contexto, el conflicto ideológico en el peronismo quedó relegado a un segundo plano por la disputa por la candidatura presidencial para la elección de 1999 entre Carlos Menem y el poderoso gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Eduardo Duhalde, por entonces exponente de un grupo de dirigentes, legisladores e intendentes que aspiraban a volver a las bases nacionalistas del viejo peronismo. Para realizar esta meta era necesario que Duhalde se conviertiera en el candidato presidencial avalado por todo el peronismo, a lo que se oponía terminantemente Menem, el cual apostó hasta el último momento por su candidatura presidencial. La rivalidad entre estos dos líderes fue, sin duda, unos de los factores de la trama oculta de la crisis del gobierno de la Alianza y la ruidosa renuncia de De la Rúa en esas críticas jornadas de finales de diciembre del 20017. Lejos de allanarle el camino para el retorno presidencial de Carlos Menem al adelantar las elecciones presidenciales, se resolvió apelar una vía “parlamentarista” para consagrar un nuevo presidente de la nación. Fue así que una vez que el peronismo se prestó a un nuevo experimento institucional, poniendo en práctica un parlamentarismo de facto para entronizar en la presidencia a Eduardo Duhalde, y encargándole de instrumentar 7 Los procesos que se dieron a partir de la caída de de la Rúa es el tema radical fueron analizados en Saettone (2011a).

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las medidas económicas y administrativas necesarias para la recuperación económica del país como si fuera una suerte de primer, más que un presidente. De este modo, el éxito de su gestión en ese año y medio de la presidencia de Duhalde (enero de 2002 a mayo de 2003), fue posible gracias al apoyo parlamentario del radicalismo, algunos sectores del peronismo, y del FREPASO residual. El ciclo parlamentarista iniciado por Eduardo Duhalde terminó abruptamente con la elección de Néstor Kirchner en mayo de 2003, volviendo el peronismo con más fuerza que nunca a sus prácticas plebiscitarias. Esa misma elección fue todo un ejemplo de plebiscitarismo, en la medida que se presentaron tres fórmulas presidenciales peronistas rivales oficializadas: la del “Frente por la Lealtad” de Carlos Menem-Juan Carlos Romero, que obtuvo el 24,5 por ciento de los votos; la del “Frente para la Victoria” de Néstor Kirchner-Daniel Scioli que obtuvo el 22 por ciento; y la del “Frente Movimiento Popular Unión y Libertad” de Adolfo Rodríguez Saá-Melchor Posse que obtuvo el 14 por ciento de los votos (Saettone, 2012). El inesperado triunfo de Néstor Kirchner que se produjo como consecuencia de la renuncia voluntaria de Carlos Menem a la segunda vuelta presidencial confirmó y exacerbó los viejos vicios de un peronismo cada vez más heterogéneo. De este modo, un nuevo presidente voluntarioso se puso al frente de una cruzada contra las corporaciones económicas internacionales y los enemigos (imaginarios) de la patria, articulando una compleja coalición con diversos sectores sociales con poco en común, que le brindó el soporte necesario para llevar a cabo sus políticas de sustitución de importaciones y estímulo de la demanda interna. En este contexto de espíritu de cruzada, una vez más se planteó la disputa por el poder en el peronismo con su mentor político, es decir, con Eduardo Duhalde, el cual no renunciaba a ejercer una importante cuota de influencia en los asuntos nacionales. La disputa entre ambos desbordó los discretos pasillos de la política, para convertirse en un ámbito relevante de la campaña oficialista para las legislativas de 2005, en las cuales Néstor Kirchner logró imponer exitosamente la candidatura senatorial de su esposa Cristina Fernández de Kirchner en la Provincia de Buenos Aires. La principal derrotada de esa elección fue Hilda “Chiche” Duhalde, la esposa de Eduardo Duhalde que se había sido convocada por este para enfrentar a Cristina. Lo cierto es que la victoria de Cristina facilitó el camino al kirchnerismo para instalar en el interior del peronismo su candidatura presidencial para las elecciones de 2007. El triunfo presidencial en aque-

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lla elección consolidó el ciclo kirchnerista dentro del peronismo que se extiende hasta nuestros días. CONSIDERACIONES FINALES En un artículo reciente (Saettone, 2013) afirmé que uno de los graves limitaciones que sufre el sistema político argentino es la baja propensión del radicalismo y el peronismo para articular acuerdos básicos de gobernabilidad que enfrenten las sucesivas crisis económicas y sociales que se fueron dando a partir de la década de 1980 producto del agotamiento de la matriz estado-céntrica. La ausencia de acuerdos básicos de gobernabilidad entre radicales y peronistas responde a una serie de causas y cuestiones propias de la subcultura política de aquellos partidos. Independientemente de las valoraciones subjetivas que se puedan hacer al respecto, lo cierto es que en las mentes y los espíritus de los líderes de ambos partidos persistió el recuerdo de los desencuentros políticos del periodo anterior a 1983. Las actitudes de los líderes también se basan en expectativas y presunciones acerca del funcionamiento del sistema político en el corto y mediano plazo, y en base a las cuales aquellos toman decisiones políticas, legislativas, electorales y personales. El cálculo de oportunidades no se da en el vacío, sino en un marco organizacional e institucional que sólo lo brinda el sistema político, y en particular, el sistema partidario, el cual regula el acceso a los cargos representativos. En el sistema político argentino, las expectativas de los líderes fueron modeladas en función de la lógica del bipartidismo históricamente condicionado por la ausencia de tolerancia, afectando seriamente la pauta de alternancia moderada entre radicales y peronistas. Como destaca Sartori, en los sistemas bipartidistas, la alternancia se da entre dos (y solo dos) partidos. Uno pierde y el otro gana, y viceversa. La eficacia de este sistema es inseparable de la regularidad con la que se produce esa alternancia. Sin embargo, esta regularidad no siempre se verifica en todos los casos, lo que implica que un partido puede seguir gobernando “solo” por largos periodos, al tiempo que el otro le toca ser “la” oposición. ¿Cuál es entonces la frecuencia ideal de la alternancia bipartidista?, ¿cada cuántos periodos electivos y/o legislativos tiene que darse la misma? No hay una respuesta objetiva a ello, ya que depende del caso particular. En suma, la eficacia del bipartidismo no puede quedar atada a una medida arbitraria de frecuen-

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cia de alternancia política, sino que depende de la expectativa de alternancia, que no es lo mismo. En este sentido, con buena razón Sartori afirma que: “el término de alternación se debe extender de forma flexible, en el sentido que implica la expectativa, más bien que el hecho real del traspaso del poder” (Sartori, 1980: 235). En función de lo señalado anteriormente, se puede afirmar que a partir del periodo democrático inaugurado en 1983 la primera víctima de la ausencia de expectativa de alternancia fue la UCR, la cual no se pudo reponer de la derrota electoral de 1989. Aquella fue, por cierto, no sólo una derrota electoral, sino además política e ideológica. Fue una derrota política en la medida que, quien entonces era el padre de la transición democrática argentina –Raúl Alfonsín– tuvo que adelantar la entrega del mandato a un presidente peronista y populista, como era Carlos Menem, en un contexto signado de hiperinflación, revueltas populares, saqueos y pronunciamientos militares. Fue también una derrota ideológica debido a que el radicalismo tuvo que afrontar un giro espectacular del peronismo menemista hacia el neoliberalismo cuyas políticas económicas fueron avaladas por los sectores medios urbanos a lo largo de la primera mitad de la década de 1990. Esto explica las importantes victorias electorales que tuvo Menem en esos cinco primeros años. Más aún, en 1995 Menem no sólo logró su reelección presidencial tras reformar la constitución nacional en 1994 –es decir un año antes–, sino que en esa elección el radicalismo fue superado por el FREPASO, que lo relegó a un tercer lugar, sellando de manera abrupta el fin del bipartidismo radical-peronista. En este contexto de adversidad electoral, política e ideológica, a los líderes radicales no les quedó otra opción que recurrir a una alianza con el FREPASO con vistas a las elecciones presidenciales de 1999, apostando a consagrar un líder radical aprovechando la red de comités electorales en todo el territorio nacional, de la cual carecía su socio político. Es cierto que la victoria de De la Rúa en 1999 volvió a generar las ilusiones de un nuevo ciclo político del radicalismo por el cual se buscaría enderezar todo lo que dejó torcido el menemismo. Y de paso apostaban en silencio a una lenta erosión política del FREPASO, que fatigosamente podía conciliar en su interior los intereses y visiones divergentes de sus líderes. Sería entonces cuestión de tiempo para que todo vuelva a sus causes bipartidistas tradicionales. Las ilusiones del radicalismo se estrellaron contra los acantilados de la enorme deuda externa lega-

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da del menemismo que pesaba sobre la económica del país, a lo que se sumaba una altísima desocupación y conflictividad social. El sueño de reconstruir el bipartidismo quedó definitivamente sepultado dos años después, cuando De La Rúa huyó por las azoteas de la casa presidencial en helicóptero. En cuanto al peronismo de los noventa, hay que admitir que no tuvo empacho en reconocer públicamente su visión hegemónica del poder, es decir una visión no necesariamente basada en la alternancia del poder, sino en la permanencia en el mismo. En efecto, mientras que el radicalismo descendía a los infiernos de la política al promediar la década de 1980, el peronismo apostaba a un futuro maravilloso que insinuaban las exitosas políticas del neoliberalismo, lo que lo llevó a recurrir a la idea del plebiscitarismo para permanecer en el poder sin importar los límites constitucionales del mandato. Esto explica la apuesta de Menem de volver a presentarse en 1999, una opción a la que finalmente desistió al tomar contacto con el creciente rechazo que despertaba en amplios sectores de la sociedad la parálisis económica, la desocupación y el tenso clima de protesta social, todo lo cual redundaría en una segura derrota. Fue así como el peronismo entendió que su suerte no era eterna, y que la carta plebiscitaria lo hundiría en el mismo desprestigio que sufrió Raúl Alfonsín en 1989, y del que se recuperó, por cierto, heroicamente. Como la opción de la candidatura presidencial del gobernador Eduardo Duhalde no era aceptada por gran parte del peronismo menemista, así como también por el establishment, Menem prefirió el mal menor de facilitar el triunfo presidencial de la Alianza, apostando a volver como un presidente de salvación nacional en 2003 para sepultar definitivamente la experiencia de la Alianza, como en su momento hizo con el radicalismo al promediar la década de 1980. Resumiendo, hay que admitir que el peronismo finalmente ganó la partida, ya que a partir de 2002 volvió a la presidencia de la nación y retuvo la mayor parte de las gobernaciones de las provincias. Gozó asimismo de amplias mayorías en el Senado, y también en la Cámara de Diputados, en la cual fue importante no solo el aporte legislativo de partidos satélites liderados por dirigentes rescatados del desaparecido FREPASO, sino que además contó con el implícito transfuguismo del peronismo federal. A ello se agrega todo un arsenal de decretos legislativos utilizados en una medida jamás utilizada por los gobiernos constitucionales; ni siquiera por el mismo Juan Domingo Perón durante sus tres presidencias.

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En definitiva, desde 1995 en adelante, el bipartidismo radical-peronista dio lugar a un multipartidismo basado principalmente en las múltiples divisiones y creaciones del peronismo bajo sus diversos rostros. Un peronismo que inunda todos los espacios sociales y políticos valiéndose de una extraordinaria habilidad para generar acuerdos y coaliciones políticas y sociales con los actores más diversos (partidos de diversas tendencias, movimientos sociales, sindicatos, corporaciones económicas y estados extranjeros, etcétera). En pocas palabras, el peronismo exhibe todavía una capacidad de reinventarse sin igual. El temor que muchos tenemos es que esta plasticidad finalmente termine estrellándose con las condiciones objetivas de la economía real, que es cuando empiezan a escasear los recursos fiscales para sostener la difícil aritmética de las coaliciones políticas y sociales, y por lo tanto, empiezan a merodear los fantasmas de las grandes crisis económicas. Esta es la realidad que actualmente se enfrenta el largo ciclo político del kirchnerismo. Como dijo alguna vez un veterano dirigente, el tiempo es el principal desafío para el peronismo.

REFERENCIAS Abal Medina (h.), J. M. y J. Suárez Cao (2002), “La competencia partidaria en la Argentina: sus implicancias sobre el régimen político”, en J. M. Abal Medina (h.) y M. Cavarozzi (comps.), El asedio a la política. Los partidos latinoamericanos en la era neoliberal, Rosario, Homo Sapiens. Mustapic, A. M. (2002), “Argentina: La crisis de representación y los partidos políticos”, América Latina Hoy, vol. 32, diciembre. O’Donnell, G. (1972), “Un juego imposible: competición y coaliciones entre partidos de Argentina entre 1955 y 1966”, en G. O’Donnell, Modernización y autoritarismo, Buenos Aires, Paidós. Sartori, G. (1980), Partidos y sistemas de partidos, Madrid, Alianza Editorial. Saettone, F. (2011a), “Muerte y resurrección de una República. Argentina después de la crisis de 2001”, Metapolítica, vol. 15, núm. 75, octubre-diciembre. Saettone, F. (2011b), “Historia de la Alianza en Argentina”, Metapolítica, vol. 15, núm. 73, abril-junio. Saettone, F. (2012), “La presidencia de Néstor Kirchner en Argentina (2003-2007)”, Metapolítica, vol. 16, núm. 77, abril-junio. Saettone, F. (2013), “Democracia y partidos: Explicando la paradoja argentina”, Debates Latinoamericanos, año 11, volumen 1, núm. 21.

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TITULO

AUTOR

D EBATE S

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Estado mexicano desde mediados de siglo XX lo que estos autores discuten en sus distintas modalidades de expresión. Tal vez este sea el hilo conductor compartido con los autores que fueron discutidos en la Primera parte de Espacios de escritura y confrontación. Ideas, obras y autores contemporáneos de la reflexión política mexicana: Roderic Ai Camp, Roger Bartra, Jorge Carpizo,

Espacios de escritura y confrontación. Ideas, obras y autores contemporáneos de la reflexión política mexicana (Segunda parte)

Fernando Escalante Gonzalbo, Alonso Lujambio, Octavio Paz, Rafael Segovia, José Woldenberg, Sergio Zermeño y Luis Villoro. De igual modo, lo que este número quiere destacar es la posibilidad de abrir un debate en torno a una suerte de renovación de la historia de las ideas políticas que fije su “campo de batalla” en la cuestión de las filiaciones académicas en las cuales se soporta, así como la necesidad de ampliar el horizonte intelectual desde el cual se quiere hablar, pues de otro modo, se caerá por enésima ocasión en las trampas lógicas de la “fe” de los dispositivos disciplinarios, al grado de perderse en el principio sustancialista de la identidad: “A = A”, lo que en nuestro caso supondría decir que sólo

n esta segunda entrega, una de las preocupaciones que recorren a los autores

un sociólogo puede discutir y reflexionar sobre sociología, un politólogo sobre ciencia política, un

y obras convocadas es la evidencia clara y por momentos dramática de toda la

filósofo sobre filosofía política, etcétera.

segunda mitad del siglo XX mexicano desde el punto de vista de la estructuración política de sus distintos regímenes de historicidad: la tensión entre la palabra

Es claro que esta segunda parte no pretende, como tampoco lo fue la primera, volverse un alegato en favor de “nuestra” tradición contemporánea de reflexión política mexicana, pues el

escrita y la realidad política, es decir, entre la opinión académica crítica e independiente de

llamado a esa “tradición” no haría más que seguir postergando una indagación crítica sobre los

ese entonces, y las maneras de ocultamiento semántico por parte del poder político sobre el

fundamentos de la historia del tiempo presente y que paradójicamente se ausenta cada vez que

resquebrajamiento a nivel moral y social de las fracturas históricas del desarrollo del Estado

la “tradición” es valorada en exceso. Por ello, no cabe duda que esta compilación es parcial, pues

mexicano posrevolucionario.

hay muchos otros autores y obras que también merecen estar. A título ilustrativo, y en espera

En esta Segunda parte, la relectura de autores como Pablo González Casanova, Julio Scherer

de ser revisitadas, tenemos obras y autores como Luis Javier Garrido, El partido de la revolución

García, José Revueltas, Rolando Cordera y Carlos Tello, Bolívar Echeverría, Arnaldo Córdova y

institucionalizada. La formación del nuevo Estado en México (1928-1945); Adolfo Gilly, La revo-

Miguel León Portilla, nos advierten de un hecho que ha pasado desapercibido y que sus ecos a

lución interrumpida; Roger Hasen, La política del desarrollo mexicano; Enrique Krauze, Por una

nuestro tiempo presente ya son remotos: los bloqueos direccionales entre las pretensiones de

democracia sin adjetivos; Soledad Loaeza, El Partido Acción Nacional: la larga marcha: 1939-1994.

legitimación de la élite política y la “potencialidad” insoportable del desarrollo de la sociedad en

Oposición leal y partido de protesta; Mario Ojeda, Alcances y límites de la política exterior de Méxi-

su conjunto, evidente e inocultable en la contradicción entre el deseo de mejora y la negación

co; Carlos Pereyra, Sobre la democracia; Enrique Semo, México, un pueblo en la historia; y Gabriel

estructural de poder llevarlo a cabo a nivel estatal, pues es precisamente la estructuración del

Zaid, El progreso improductivo, entre muchos otros. Israel Covarrubias

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PABLO GONZÁLEZ CASANOVA: LA DEMOCRACIA EN MÉXICO

Pablo González Casanova: LA DEMOCRACIA EN MÉXICO Rogelio Hernández Rodríguez*

S

e dice que un clásico es aquella obra o autor que se tiene como modelo para ser imitado y si bien no hay duda de que La democracia en México (Era, México, 1965) ha cumplido esta sentencia, también es verdad que con regularidad los académicos continúan discutiendo si es o no una obra fundacional o, al menos, si establece un modelo para la sociología mexicana. Aunque la polémica sigue en pie, los casi cincuenta años transcurridos desde su publicación proporcionan muchos más elementos si no para concluirla, sí para entender con más claridad su impacto tanto en las ciencias sociales mexicanas como en la misma vida política del país. El primer acercamiento consiste en explicar el momento en que Pablo González Casanova escribió y publicó su obra. Ya se ha dicho reiteradas veces que en el terreno de la sociología José E. Iturriaga había publicado su importante obra La estructura social y cultural de México (México, FCE, 1951), nada menos que 14 años antes de La democracia en México, y que con ella se establecen las pautas disciplinarias para los estudios siguientes. No hay duda de que es así, pero la diferencia fundamental es que La democracia en México no está dirigida ni esencial ni exclusivamente al análisis sociológico, sino que comprende también lo económico y lo político. Tal vez lo relevante de la discusión se encuentra en el porqué González Casanova, más allá de las razo* Profesor investigador de tiempo completo adscrito al Centro de Estudios Internacionales de El Colegio de México. Ha coordinado el libro Adolfo López Mateos. Una vida dedicada a la política, 1910-2010 (Toluca, Gobierno del Estado de México, 2010).

nes personales o profesionales, decidió hacerlo de esta manera. Una mirada a las circunstancias de la época y de la producción académica sobre ésta, nos revela los condicionamientos históricos así como la agudeza del autor. La década de los años sesenta representa un quiebre fundamental en el sistema político mexicano porque se presenta una inusual serie de acontecimientos del todo desconocidos en el país. Si al final de la década de los cincuenta habían ocurrido movilizaciones sociales tan destacadas como las de ferrocarrileros y maestros, los sesenta se caracterizaron por la activa presencia de los sectores medios, ejemplificados dramáticamente con las huelgas de médicos y estudiantes, así como la cada vez mayor presión electoral sobre el sistema y el PRI, que llevaron a los intentos de reforma de Carlos A. Madrazo precisamente en el año en que se publicó La democracia en México. Los problemas del régimen y la agitación social ya habían despertado la inquietud académica. La democracia en México se inscribe en una significativa lista de estudios sobre la realidad nacional que lo mismo evaluaban los logros del régimen que, sobre todo, sus incumplimientos. En 1961, apareció la todavía hoy importante obra México, 50 años de revolución (México, FCE, 1961) que reúne a varios funcionarios públicos y académicos que analizan particulares aspectos de la realidad. El trabajo es notable porque lo mismo se estudian asuntos económicos y políticos que sociales y culturales, pero al final, constituyen estudios específicos que no se relacionan entre sí, ni menos aún tratan de encontrar en la reflexión sobre el sistema político en su

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conjunto, la respuesta a los problemas planteados. Lo mismo sucede con la compilación de Stanley R. Ross, ¿Ha muerto la revolución mexicana? (Estados Unidos, Alfred A. Knoff, 1966), cuya primera edición en inglés tuvo lugar apenas un año después de La democracia en México. La obra, más enfocada a los incumplimientos y la crítica al sistema, agrupa diversos ensayos de destacados analistas que fueron publicados desde 1947 (ésa es la fecha de la primera edición del importante ensayo de Daniel Cosío Villegas: La crisis de México, que está recogida en esa obra), pero sobre todo entre 1959-1961. Tanto 50 años de revolución como la obra de Ross demuestran que existe una larga serie de reflexiones sobre los problemas del sistema y que se abordaban prácticamente todos los ámbitos de análisis. Pero también revela que las explicaciones se buscaban principalmente en el terreno económico y en los desequilibrios sociales que ocasionaban. Lo político —el ensayo de Cosío Villegas de 1947 es un excelente ejemplo de ello—, se concebía como un asunto al margen de la economía y la evolución de la sociedad. No hay duda de que La democracia en México se inscribe en esa tradición reflexiva, pero se destaca entre ella precisamente porque es un análisis integral de los problemas que, además, coloca al sistema político en el centro de la reflexión. El desarrollo económico, sus logros y consecuencias negativas, así como los problemas sociales y la complejidad de grupos y sectores que protagonizaban las movilizaciones de aquella década, no son consideradas por González Casanova como fenómenos aislados, con lógicas propias e inconfundibles, sino como ámbitos relacionados e interdependientes con el sistema político. La democracia en México no es una obra que resulte de la casualidad o del hallazgo inteligente del autor. González Casanova llega a ella después de varios trabajos en los que reflexionaba una y otra vez sobre las causas del desequilibrio social y económico y que, significativamente, aparecieron tanto en 50 años de Revolución como en la compilación de Ross. Por ejemplo, en el ensayo “El México que tiene y el que no tiene”, que fue publicado a principios de los años sesenta en la revista Siempre! y que fue recuperado más tarde por Stanley Ross, González Casanova centró su atención en el marginamiento de amplios sectores sociales que después de décadas no encontraban los beneficios del desarrollo; pero ya en el ensayo “La opinión pública”, que forma parte del tomo tercero de 50 años de Revolución, González Casanova regresa al desequilibrio económico, pero esta vez avanza al advertir que la sociedad no sólo se encuentra polarizada económicamente, sino descontenta por los incumplimientos

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DEBATES

del sistema y que ésta es la razón de los frecuentes y cada vez más peligrosos conflictos sociales. Estas obras demuestran que González Casanova sí participaba de las reflexiones de la época, pero que paulatinamente profundizaba en una explicación por completo distinta. La democracia en México es, en ese sentido, un punto de llegada en sus reflexiones personales que, notablemente, se convirtió en el punto de partida de la crítica al sistema y, sobre todo, de un método de análisis. No se trata solamente de hacer una evaluación crítica del sistema político, sino de recurrir a categorías analíticas y procedimientos poco comunes en la época. Su análisis lo mismo comprende al gobierno como estructura administrativa que al funcionamiento de los poderes legislativo y ejecutivo, los partidos políticos y el sistema electoral, el desarrollo económico y sus beneficios, que la estratificación y la desigualdad social. Es obvio que González Casanova no podía entender los desequilibrios y los conflictos como el resultado de políticas económicas, sino como la consecuencia de las decisiones gubernamentales, influidas o determinadas por las instituciones políticas básicas del sistema. Además de proponer un análisis integral, González Casanova se atrevió a emplear categorías que en aquella época eran mal vistas por proceder de los enfoques estadounidenses. No aparecen para nada el Estado y las clases sociales, ni la propuesta de implantar el socialismo como organización social y política. No sólo no aparecen, sino además González Casanova fortalece sus apreciaciones con el respaldo empírico de cerca de cien páginas de datos estadísticos que hoy pueden parecer normales, pero que en 1965 lo volvían un blanco natural para la crítica más ideologizada. La democracia en México no funda la sociología ni la ciencia política del país como disciplinas con objetivos y procedimientos propios, sino que abre la puerta a la sociología política, esto es, a una tradición de análisis muy europea que vincula permanentemente lo político con lo social y que se explica en González Casanova por la fuerte influencia francesa en su formación académica. Pero también es un parteaguas porque esta obra se convirtió en el modelo e impulso, por un lado, de la crítica al sistema político y, por otro, de múltiples estudios que aunque no vuelven a repetir el enfoque integral, sí adoptan el método empírico para analizar puntualmente el desarrollo del sistema. En este caso lo importante es que La democracia en México se constituyó en un referente inevitable en la medida en que a partir de los años setenta el sistema político entró en una prolongada etapa de crisis en todos los órdenes: crisis económica, conflictos sociales

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ROGELIO HERNÁNDEZ RODRÍGUEZ

con obreros y empresarios, mayor competencia electoral, etcétera, que obligó al análisis y, por supuesto, demandó un método que lograra vincular lo económico y social con lo político y cuyo modelo descansaba en la obra de González Casanova de 1965. Pero la propuesta de análisis integral de González Casanova no se explica solamente por su formación. En realidad, el método es el resultado del propósito central del estudio y se encuentra claramente expresado en el título. Si ya era provocador que en 1965 se preguntara por el estado de la democracia en el país, que González Casanova recurriera a los tres ámbitos de análisis indica una concepción de la democracia muy poco ortodoxa y menos aún común en aquellos años. Como lo señala en el prólogo a la primera edición, el autor se proponía dar cuenta de la “democracia efectiva” y lo que se encuentra más vinculado con ella que es, a su juicio, el desarrollo económico. Si bien González Casanova propuso formas puramente políticas para extender la democracia (y, significativamente, se opuso al parlamentarismo al que calificó de forma decadente), como liberalizar los procedimientos internos del PRI, fortalecer al poder legislativo para controlar al ejecutivo, fomentar la participación política mediante nuevas organizaciones, fortalecer la prensa, etcétera, le preocupó principalmente la capacidad del sistema (y, por ende, la eficacia y colaboración de sus instituciones) para generar desarrollo y con él la satisfacción de las necesidades sociales, resolver la marginación y pobreza y conseguir un desarrollo realmente equilibrado. Por más que no haya una definición puntual de la democracia en el libro, se infiere que no se limita a la tradicional y más ortodoxa que se funda en procedimientos, valores y formas de organización social, sino en la solución de los problemas económicos que resuelvan las inequidades sociales. De nuevo, el texto es innovador no sólo porque se atreve a discutir la democracia, sino porque le da un sentido que tendría que esperar varias décadas para volver a figurar, debido principalmente a que se produjeron las transiciones en Europa Oriental y América Latina. Ha sido desde el final del siglo pasado, que la definición política de la democracia ha llegado a ser insuficiente para reconocerla y se le ha demandado un desempeño que desde la perspectiva más ortodoxa, no le corresponde. La democracia en México vuelve a ser un referente teórico e histórico ahora que el país vive su conquista de la democracia formal. Después de años de demandarla y después de múltiples conflictos

que abonaron el camino hacia ella, la competencia equitativa, la transparencia y la limpieza electoral, la acción de los partidos y más aún la alternancia conquistada, parecen insuficientes porque el sistema ha sido incapaz todavía de resolver las desigualdades económica y social, o para decirlo con las mismas palabras de González Casanova: “la estructura del poder condiciona y limita las decisiones [...] que atañen al desarrollo económico”. Es un referente histórico porque conforme se ha serenado el análisis político después de la euforia de julio de 2000, ha quedado claro que la alternancia no ha significado ningún cambio institucional en el sistema que no sea electoral y partidario, y que no importa ahora que no gobierne el PRI, el sistema es en esencia el mismo. Pero no sólo sobreviven las instituciones, sino también las prácticas que caracterizaron al viejo régimen y que, en diverso grado, siguen condicionando las decisiones económicas y sociales. Más todavía, a la persistencia de esas prácticas, se añade la evidente incompetencia de los nuevos gobernantes que sólo agregan motivos para desilusionarse de la democracia alcanzada. Pero es también un referente teórico porque invita de nuevo a preguntarse si es la democracia realmente la responsable de las decisiones económicas, es decir, si los procedimientos también son responsables de la acción de los gobiernos, o si sus condicionamientos dependen más del diseño gubernamental, la colaboración entre poderes y la preparación de las élites que las conducen. El tema para nada es ocioso porque dependiendo de la opción que se elija, la democracia será mejor evaluada y tendrá más posibilidades de consolidarse. Si se concibe a la democracia como la solución de los problemas económicos y sociales parecerá muy pobre lo que hasta ahora se ha conseguido porque, como es obvio, se está lejos de alcanzar la equidad. Pero si se acepta que la democracia es un procedimiento que garantiza la participación ciudadana y la competencia de partidos, que ofrece opciones políticas para formar gobiernos, la democracia puede ser satisfactoria y, quizá lo más importante, puede trasladar la discusión tanto al perfeccionamiento y la corrección de las instituciones como a mejorar el funcionamiento gubernamental y a exigir la preparación y la experiencia de los líderes que aspiran a ganar las elecciones. El tema que tanto preocupaba a González Casanova en los años sesenta y que está claramente expresado en su principal obra, cuarenta años después está vigente y, lo más relevante, sigue haciendo de La democracia en México una fuente obligada para discutirlo.

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Julio Scherer García:

UNA VOZ EN EL SILENCIO A TRAVÉS DE LOS PRESIDENTES Xavier Rodríguez Ledesma* Sólo a partir de la corrupción podía entenderse el periodismo acrítico acostumbrado en México. Eran muchos los crímenes contra la nación y eran pocos los que se atrevían a descorrer el velo que cubría a nuestros presidentes. Protegidos por la adulación y los intereses, no debía la opinión pública cuestionar los actos de gobierno. Julio Scherer García

O

bservador, crítico, cronista, relator, periodista de vena, Julio Scherer García es también parte de la historia política y cultural del México contemporáneo. Durante los ocho años en que fue director general de Excélsior, logró encumbrar al diario a los primeros planos del periodismo internacional convirtiéndolo en una de las fuentes informativas más prestigiadas a nivel mundial. Terminada abruptamente su gestión, los afanes críticos y el anhelo de libertad dentro de una atmósfera cerrada, enviciada, autoritaria, encarnaron en el surgimiento del semanario Proceso, desde cuyas páginas el poder seguiría viéndose retratado en su mísero accionar, evidenciado en sus excesos, denunciado en su intolerancia. Scherer la referencia, el periodista incómodo, la excepción que confirma al coro informativo unánime, la piedra en el zapato de marca lustrado y listo para pisar o patear, la molesta pluma, el promotor del ejercicio de la libertad en un medio (los medios) por décadas ciego y mudo, el informador que alza la voz cuando el silencio es casi absoluto. Hacer lo que

* Profesor investigador de tiempo completo en la Universidad Pedagógica Nacional. Es autor de Escritores y poder. La dualidad republicana en México, 1968-1994 (México, CONACULTA/UPN, 2001) y El poder frente a las letras. Vicisitudes republicanas (1994-2001) (México, UPN, 2003).

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él empezó a hacer en un país caracterizado por un sistema político posrevolucionario de partido único donde la voluntad presidencial campeaba a plenitud, era luchar día a día por ejercer la libertad de crítica a contra corriente, no como hoy bajo el aura de una incipiente democracia que paulatinamente se ha logrado expandir. La labor de Scherer García en los lustros abarcados por su libro era un constante enfrentamiento por abrir el horizonte de la participación política, de la crítica, del disenso intelectual y político a pesar de los esfuerzos, inercias y consignas del poder por construir y mantener una sociedad cerrada, absolutamente unánime y postrada frente a la voluntad del poder y sus máximos encarnadores: los presidentes. Es cierto, el tema de la democracia se explica de ida y vuelta. Gracias a la crítica, a la aceptación de la responsabilidad de empezar a participar aun bajo la inercia impuesta por el autoritarismo, éste, no sin resistencias, cedió espacios empezando a generarse así las incipientes transformaciones que hemos vivido en las últimas décadas. La democracia se logra, se lucha, se gana, se construye cotidianamente, los movimientos sociales la consolidan, abren el horizonte. No se otorga graciosamente, se arranca. La crítica, el ejercicio de su libertad, es uno de los factores noda-

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XAVIER RODRÍGUEZ LEDESMA

les para erosionar a los poderes establecidos. En Los presidentes, editado por Grijalbo en 1986, Julio Scherer entregó un valiosísimo testimonio del significado y las consecuencias que tenía luchar por ejercer un periodismo libre dentro de un sistema político antidemocrático, caracterizado principalmente por un fiero presidencialismo que impedía cualquier posible atisbo de crítica o desobediencia. A casi treinta años de distancia de haber visto la luz, el libro es material fundamental para entender nuestra contemporaneidad, para recordar lo que aparenta estar demasiado lejano, para revivir y tener presente el histórico accionar de un viejo conocido que por azares del destino ha tenido que mudar su imagen, modernizar sus ropajes, pero que en esencia, en sus tricolores genes, está signado por el autoritarismo, la corrupción, el verticalismo y la represión. Si, como le explicaron al autor algunos funcionarios de altísimos vuelos, la política es el arte de comer sapos y de lavarse las manos en agua sucia, tan sucia como la mierda, Los presidentes narra las memorias de un periodista que en la diaria lucha por ser consecuente con sus ideales profesionales debió vivir de cerca e incluso ser protagonista de diversas disputas con el poder, por lo cual en ocasiones debió ingerir repelentes batracios y enjuagarse las manos en esas contaminadas aguas. Durante los cuatro sexenios abarcados en el libro, Scherer enfrentó la resistencia, la molestia y la ira de los respectivos primeros magistrados. A lo largo de las 259 páginas el lector atestigua el largo enfrentamiento entre los intentos de sometimiento venidos desde el Estado y el titánico esfuerzo diario de resistir tales afanes en aras de ejercer la libertad de informar. Aparecen ahí retratos crudos de sujetos que en su momento fueron incuestionables: Gustavo Díaz Ordaz la represión sin máscara, Luis Echeverría la infamia y la falsedad, José López Portillo la frivolidad e irresponsabilidad desbocadas, Miguel De la Madrid la grisácea mediocridad tecnocrática. Todos desfilan junto con muchos de sus cortesanos ante la pluma que quisieron someter, el resultado es descarnado. Las historias, las anécdotas registradas en el libro constituyen un crudo archivo de las prácticas, del ejercicio de la real politik posrevolucionaria a la mexicana y, por ende, del significado y valor que la democracia (no) tenía para los regímenes priístas. Scherer asumió la dirección de a finales de agosto de 1968, en la recta final del movimiento estudiantil. Durante un mes publicó notas informando tenuamente de los acontecimientos; también en sus páginas aparecieron algunos desplegados de apoyo

JULIO SCHERER GARCÍA: UNA VOZ EN EL SILENCIO A TRAVÉS DE LOS PRESIDENTES

a los jóvenes que habían tomado la calle y osaban cuestionar las prácticas autoritarias del gobierno diazordacista. Al fragor de los hechos —él mismo reconoce— lo venció el temor a la libertad y censuró artículos y créditos fotográficos sobre la masacre de Tlatelolco. Sin embargo, acostumbrado al apoyo unánime, al silencio cómplice, a la inexistencia del disenso, el sistema político mexicano actuó en consecuencia: “[…] aumentaban también el número de telefonemas a mi oficina que recomendaban prudencia. En nuestro oficio sabemos que no hay manera de resistir un suceso. […] Fueron jornadas de prueba, el principio de una larga batalla entre el sometimiento y la libertad” (Scherer García, 1986: 21, 23.) Sin tapujos, por diversos medios (“[…] multiplicados sus disfraces, aparecía el poder por todos lados” [Scherer García, 1986: 29]) se le hizo saber que el presidente consideraba una traición haber informado aun de la manera en que lo había hecho de lo sucedido esa tarde infausta en la Plaza de las Tres Culturas. Ya en 1969, después de mucho insistir, Scherer finalmente consiguió una entrevista con Díaz Ordaz quien para terminar la fallida conversación le espetó: “Sólo una pregunta: ¿continuará en su actitud que tanto lesiona a México? ¿Continuará en su línea de traición a las instituciones, al país?” (Scherer García, 1986: 27). Se exigía la unanimidad a favor de las decisiones presidenciales, cualquier atisbo por mínimo que fuera de salirse de la línea informativa oficial era leída como una afrenta personal al presidente, ese encarnador único y absoluto de los ideales y las aspiraciones de la patria. Si el presidente era el país y sus instituciones, al cuestionarlo se traicionaba a todos los integrantes de la misma, se hería a la nación. La cosa pública devenía privada cuando se trataba de los intereses y la voluntad del presidente. Sexenios después Miguel de la Madrid lo verbalizaría puntualmente al declarar que él era “el único responsable de los destinos de la patria”. No uno más, ni siquiera un líder, no, él era “el único” responsable. Para el presidencialismo la sociedad civil es inexistente, la democracia es una entelequia, una simple teoría libresca que sirve para adornar discursos. La responsabilidad sobre los destinos de la patria es sólo del presidente, su poder entonces, debe ser absoluto e incuestionable. Autoritario en esencia, el sistema político posrevolucionario debía esgrimir un discurso acorde a los principios elementales de la democracia. La demagogia campeaba, se institucionalizaba. Luis Echeverría fue sensible a las exigencias de una sociedad

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que anhelaba abrir mínimos espacios para la participación política y, a diferencia de su predecesor, quiso envolverse en un manto de verbo tolerante. El amigo del pueblo y de líderes revolucionarios del Tercer mundo pretendió trascender a nivel mundial. Maquiavélico intolerante urdió estrategias para acallar a Excelsior, al mismo tiempo que declaraba su compromiso de vida con la libertad de expresión. Primero aleccionó y dio su visto bueno al sector empresarial del país —esa clase con piel hipersensible a la crítica sobre sus accionares económicos y políticos— para que usara su poder financiero a fin de ahogar con el retiro de su publicidad las finanzas del diario incómodo. Después, apareciendo como el gran salvador de esa voz discordante al ofrecer su apoyo para suplir los comerciales de la iniciativa privada con el pago de propaganda gubernamental. Scherer vio la trampa y la evidenció frente al presidente, no permitiría que ahora que el gobierno financiaba todos los espacios publicitarios aparecidos en el diario se creyera que tendría las manos libres para participar en la línea editorial. Echeverría le contestó: “Por supuesto Julio, por supuesto, en este proyecto no existe más afán que garantizar la libertad de expresión al mejor periódico del país” (Scherer García, 1986: 131.) Excelsior continuó su labor informativa sin cambiar el estilo de su ejercicio. Evidenciada la magistral maniobra con la cual había sido manipulado y utilizado, el sector empresarial quien también vivía un profundo desencuentro con el gobierno de Echeverría, a regañadientes regresó su publicidad a las páginas del cuestionado periódico. Semanas después, la embestida gubernamental para terminar con la dirección de Scherer dio inicio. El libro abunda en detalles sobre la infamia de los sujetos y el uso a modo de las leyes por parte del poder. También aporta datos y documentos fundamentales para reconstruir la historia del acontecimiento. Aparece aquí, por ejemplo, la reproducción del desplegado de apoyo a la dirección de diario, firmado por notables personalidades del mundo intelectual y cultural, que fue suprimido por órdenes de los golpistas en la edición del 8 de julio de 1976. El tema es conocido. Expulsados de Excelsior, el grupo de periodistas encabezado por Scherer se dio a la tarea de fundar el semanario Proceso. En Los presidentes se narran algunas de las vicisitudes que el nacimiento de la nueva revista vivió en su afán de salir a la luz antes de que terminara el sexenio de Echeverría quien aspiraba a convertirse en mandamás de la Organización de las Naciones Unidas. Destaco tan

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solo una anécdota. A las pocas horas de haber recibido una invitación para ir a Washington a comentar con algunos periodistas estadounidenses lo sucedido en Excelsior, el exdirector fue llamado a Los Pinos para exigirle que no acudiera a la reunión, pues si se presentaba estaría haciéndole el juego a los intereses imperiales que se afanaban por atacar al país. Nadie más que Scherer sabía de la invitación, sin embargo los servicios de inteligencia gubernamentales habían puesto sobre aviso al mismísimo presidente. A pesar de los esfuerzos del poder por impedirlo, Proceso comenzó a circular el 6 de noviembre de 1976. Desde sus inicios habría de enfrentar también las resistencias venidas desde los círculos del poder. Como en un trágico deja vú, poco tiempo después se repetiría la conocida estrategia de extorsión financiera estatal en un vano intento por acallar esa nueva voz crítica. Convencidos de que la razón estaba de su parte los políticos del régimen no se arredraban en señalar claramente las reglas del juego cuya aceptación pretendían hacer unánime. Jesús Reyes Heroles, flamante Secretario de Gobernación del gobierno de López Portillo que había tomado posesión el 1 de diciembre de ese mismo año, lo explicó claramente: Argumentaba que Proceso no podía manejarse como le viniera en gana, más allá de las reglas del sistema. De persistir en su actitud radical contra el gobierno, pronto se extinguiría la llamarada de sus primeros números. Mostraba con naturalidad los recursos visibles para mantener a los medios impresos en el círculo del poder: los discursos pagados al gusto del editor, las gacetillas disfrazadas como información, la publicidad, los préstamos blandos en la Nacional Financiera y toda una inacabable variedad de trabajos de impresión (Scherer García, 1986: 141).

Junto con la caída estrepitosa de los sueños de crecimiento económico basados en el petróleo, la irascibilidad del gobierno de José López Portillo frente a la crítica se acendró. Lo que a principios del sexenio era sin mucho entusiasmo tolerado, hacia mediados empezó a ser perseguido y censurado. Las revistas Proceso, Impacto y Crítica política recibieron de frente la embestida presidencial. Tomando como base la convicción de que el gobierno sólo podía otorgar el beneficio de la compra de páginas de propaganda a aquellos medios donde no fuera criticado, esas publicaciones se quedaron súbitamente sin el ingreso proveniente de la inserción de publicidad oficial. La reflexión en el sentido de que los dineros con los que el gobierno paga a

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los medios no le pertenece a sus funcionarios, sino que es el producto del pago de impuestos de toda la sociedad y, por lo tanto, deben ser utilizados para también financiar las diversas expresiones críticas existentes, estaba completamente alejada del sentir de un gobierno autoritario que concebía a la crítica tan sólo como una expresión igualada al elogio absoluto. López Portillo sin tapujo alguno escribió primero en sus memorias y sostuvo después, en plena comida anual de conmemoración del Día de la libertad de prensa, la teoría sobre el trato a los medios de comunicación como si fueran (usando su propio eufemismo) “mujeres malas”. El presidente que años después contraería nupcias con una de las más famosas actrices de películas de cabarets que abundaron en su sexenio, asentó en sus notas diarias publicadas en 1988: Resolví con Galindo Ochoa (Director de Comunicación Social de la Presidencia) quitarles la publicidad a las revistas que por sistema desprestigian al régimen, como Proceso, Impacto y Crítica política. Curiosamente ahora invocan la libertad de expresión que conservan sin reserva, pues se pueden quejar hasta de eso, del retiro de la publicidad. Empiezan a argumentar que el Estado tiene la obligación de pagarle a la Prensa hasta, como a las mujeres malas y masoquistas, para que le peguen. Divertidísimo el argumento. Nada más me imagino la generalización. Todo el que quiera vivir del cuento de la edición, obliga, por su decisión, a que el Estado le garantice ingresos para poder decir lo que quiera y hacer de la oposición política, negocio editorial. Ello sin considerar el turbio maridaje de la Prensa extranjera, si no es que con sus agencias de inteligencia, como ocurre allá. Mantienen su libertad. Pero que los interesados que los lean, paguen su interés y no los subsidie el gobierno (López Portillo, 1987: 1208-1209).

Un régimen autoritario obviamente no ve con buenos ojos a la crítica. Al asumirse como los detentadores únicos del poder del que se sirven, los gobernantes de esos sistemas tratan de impedir de cualquier manera el ejercicio de la crítica o, mejor dicho, del ejercicio de la crítica contraria a sus afanes. “No pago (con el dinero de todos, de la sociedad en general) para que me peguen, si he de pagar, si he de usar ese dinero público será exclusivamente para que me den placer, y ¿cuál más grande que el elogio absoluto?” afirman abiertamente. El descrédito sobre la gestión de López Portillo empezó aun antes de que su periodo terminara. Sus

JULIO SCHERER GARCÍA: UNA VOZ EN EL SILENCIO A TRAVÉS DE LOS PRESIDENTES

excesos, la frivolidad que lo caracterizó, la incapacidad técnica y política, el nepotismo, la corrupción desbocada, su dramaturgia demagógica, fueron motivo y blanco del escarnio generalizado. Proceso había dado puntual seguimiento a los devenires del sexenio en el que, entre otras cosas, se le había dicho al pueblo que debía prepararse para administrar la abundancia. Algunos de los colaboradores del presidente eran impresentables, era el caso de Arturo “El Negro” Durazo Moreno, nombrado Jefe de la Dirección General de Policía y Tránsito del Distrito Federal por quien había sido su amigo de infancia. En el punto culminante de su poder, Scherer lo conoció en persona y no pudo resistir hacerle sentir su desprecio. Durante una comida Durazo escuchó en voz del periodista que quería ofenderlo por todo lo que representaba, aquello de que en una situación peligrosa límite, un ciudadano elegiría caminar por la acera donde estaba el tipo con pinta de hampón en vez de hacerlo por donde estaba el policía uniformado, ya que en la primera existía alguna posibilidad de error de que el sujeto no fuera delincuente. La soez amenaza disfrazada de respuesta del jefe de la policía (“No me enojo, al contrario. Usted me gusta pa puto y me lo voy a coger un día”, Scherer García, 1986: 104) dio fe de los niveles brutales de prepotencia e impunidad en los que se manejaba el íntimo amigo del presidente, cuya historia criminal amparado en su alto cargo policiaco habría de conocerse una vez concluido el sexenio del que se sirvió. Publicado en 1986 Los presidentes apenas alcanzó a referir lo sucedido durante la primera mitad del periodo presidencial de Miguel de la Madrid. El gris tecnócrata cuyo gobierno paralizado había visto a la sociedad civil tomar las riendas del rescate posterior al sismo del 19 de septiembre de 1985, continuó en el camino autoritario, alérgico a la crítica de los medios, que sus antecesores ya habían transitado. En plena crisis económica, comprometido hasta la ignominia con el pago de la astronómica deuda externa, el gobierno priista que habría de despedirse en 1988 con la imposición mediante un enorme fraude electoral del candidato oficial, exigía también el asentimiento generalizado de la opinión pública a sus obras y decisiones. Desde la campaña electoral, el desencuentro entre Proceso y De la Madrid se hizo evidente. Era obvio, dado los mutuos antecedentes, no podría haber sido de otra manera. A quien promovía como bandera electoral el ataque a la corrupción le cayó como un balde de agua fría la manera en que el semanario reportó la forma en que la práctica del “chayote”

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campeaba entre los periodistas que cubrían las giras del candidato priista. Por cierto, debemos a Scherer el esclarecimiento de por qué uno de los actos más sabidos del anecdotario de la corrupción en nuestro país, la entrega por parte del gobierno de sobres con dinero en efectivo a los periodistas encargados de esas fuentes, fue bautizada con tan vegetariano nombre. En 1966, durante una gira de Gustavo Díaz Ordaz, uno de los colaboradores de presidencia les pidió a cada uno de los reporteros que la cubrían que se acercaran a una gran planta de chayote que estaba más o menos cerca detrás de la cual se encontraba un sujeto repartiendo los sobres correspondientes. Así de simple, directo y formal nació una de las costumbres más deleznables que caracterizan la relación entre gobierno y medios en México. De la Madrid ofreció orden y disciplina en el ejercicio del gasto público mientras en los hechos rendía homenaje a la corrupción al ensalzar a los dirigentes del sindicato petrolero como ejemplos de líderes modelos. Siendo consecuente con su apreciación de que él era el único responsable de los destinos de la nación, al nuevo presidente las caricaturas de Naranjo en las páginas del semanario mostrando su entreguismo a las finanzas internacionales le parecieron poco menos que una afrenta a la patria. En el reclamo respectivo venido desde esas altísimas esferas del poder quedaba claro que se partía de la idea de que al presidente había que hacerle preguntas a modo, cómodas, que le permitieran desplegar su talento y conocimiento. Al presidente no se le cuestionaba, se le escuchaba. (Scherer García, 1986: 172). Los presidentes también puede leerse en otra clave. Apasionante en la forma de reseñar algunas de las vicisitudes entre los intelectuales y el poder, aparecen ahí historias ilustrativas de la relación amor-odio entre ambas soberanías, la del poder político y la de las letras. Las dos repúblicas definen sus fronteras, deslindan sus territorios, explicitan sus responsabilidades, señalan los derechos y obligaciones de sus respectivas ciudadanías. Las dos tienen perfectamente claras cuáles son sus ámbitos de poder, por ello es que algunas de las narraciones que aparecen en el libro pueden revisarse desde el conocido apotegma de que la forma es fondo. Así, el hecho de no esperar más de lo debido, a pesar de las súplicas del cortesano en turno (el secretario de Hacienda José López Portillo), al presidente Echeverría en su retraso para llegar a una comida ofrecida por Daniel Cosío Villegas, ayudaba a delimitar los límites soberanos: “–En el país manda el presidente, pero en mi casa mando yo, licenciado –y se adelan-

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tó sin otro comentario rumbo al comedor” (Scherer García, 1986: 79). En el mismo tenor analítico Scherer hace la reseña de la manera en que Martín Luis Guzmán utilizó su don, su genio, para exaltar la figura de Gustavo Díaz Ordaz durante la comida de festejo del Día de la libertad de prensa del 7 de junio de 1969 y, para contrastar el acto de entreguismo del autor de La sombra del caudillo, recupera las palabras de Octavio Paz acerca de la necesaria distancia entre ambos oficios, el del gobernante y el de escritor. En aquella comida en casa de Cosío, el poeta explicó: El intelectual es libre para expresarse como le venga en gana, el político no. Calla con frecuencia en beneficio de su propio proyecto. Nada importaría más al político que la libertad plena para hacer, pero la palabra del crítico lo limita. Este es el juego fascinante y peligroso que hace del poder y la crítica dos fuerzas que se atraen y se repelen, irremisiblemente juntas y fatalmente separadas. […] es muy distinto mandar a pensar (Scherer García, 1986: 80, 81).

Haberse abstenido de aplaudir a Guzmán, le valió al entonces director de Excelsior ser señalado por el Jefe de prensa de la presidencia. Por su parte, en 1976 Octavio Paz junto a su nutrido grupo de colaboradores abandonarían Plural como protesta contra el golpe al diario. Cabe recordar que el poeta había sido invitado personalmente por Scherer a fundar la revista, ofrecimiento que aceptó poniendo tan solo una condición que había sido acordada y honrada hasta el final: tener absoluta libertad. Hacia el final del periodo abarcado por el libro encontramos una narración más de otro desencuentro entre las república del poder y la de las letras a raíz de la vieja (y falaz) polémica acerca de cuál debe ser el vínculo entre los intelectuales y el poder. Gastón García Cantú, quien había sido articulista de Excelsior hasta la salida de Scherer, y que incluso aparece con él en la muy conocida fotografía tomada aquella tarde de julio de 1976, cuando el recién derrocado director se alejaba de las instalaciones del diario caminando sobre la acera de Paseo de la Reforma, renunció a seguir escribiendo en Proceso debido a la publicación en las páginas de la revista de un artículo que lo criticaba duramente por haber aceptado la dirección del Instituto Nacional de Antropología e Historia durante el gobierno de Miguel de la Madrid. Ofendido, el historiador incluso regresaría poco tiempo después a escribir en el Excelsior espurio dirigido por Regino Díaz Redondo.

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Vemos entonces que el papel y la importancia de la crítica, su libertad e independencia, el necesario alejamiento del Príncipe, son también temas cruciales que recorren las páginas del libro. Texto de historia contemporánea nacional en el que podemos encontrar las maneras y los estilos mediante los cuales el sistema político mexicano posrevolucionario, esto es, los regímenes priistas de la segunda mitad del siglo XX, veían y asumían su relación con los medios de información y concebían la libertad de expresión. Sin duda, viviendo ya en la segunda década del siglo XXI, la lectura de Los presidentes refresca la memoria y nos hacer recordar lo que no hace mucho éramos, así como lo que debemos seguir evitando que vuelva a consolidarse. De nosotros depende no permitir el retroceso a esas viejas formas de ejer-

cicio del poder aunque ahora, claro, nos aparezcan vestidas a la usanza de la modernidad. En 1986 Julio Scherer escribió al inicio de sus conclusiones una frase lapidaria: “Desde Palacio no se vela por el país. Se cuida por la sobrevivencia del sistema”. ¿A casi treinta años de distancia nosotros podríamos desdecirlo?, ¿seríamos capaces de sostener lo contrario? Nuestra respuesta negativa es consecuencia, quizá, de asumir que mucho de lo que se supone real no es más que un trágico espejismo. REFERENCIAS López Portillo, J. (1987), Mis tiempos, tomo 1, México, Fernández Editores. Scherer García, J. (1986), Los presidentes, México, Grijalbo.

José Revueltas: MÉXICO. UNA DEMOCRACIA

BÁRBARA O INTERFAZ DE LA DOMINACIÓN POLÍTICA Pablo Gaytán Santiago*

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usto en el centenario del nacimiento de José Revueltas (1914-1976), cuando seguramente los lectores se vean avasallados por mesas redondas, remembranzas, homenajes y panegíricos varios organizados por las instituciones oficiales de cultura y bajo el riesgo de contribuir a su momificación, releo su México. Una democracia bárbara, escrita en 1958 y publicada por la editorial Anteo en ese mismo año, posteriormente reimpresa en 1975 por editorial Posada. Esta última es la que tomo como referencia. Como todo pensamiento lucido, el del escritor originario de Santiago Papasquiaro, Durango, sigue vigente, no en toda su esencia pero sí en algunas partes medulares. Por ejemplo, este es el caso del tema fundamental de la democracia como una forma de dominación ideológica y política sobre el pueblo, como afirmó el también militante del Socorro Rojo Internacional. Sus reflexiones sobre lo

* Profesor investigador en el Departamento de Relaciones Sociales de la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco. Forma parte del Consejo Editorial de Metapolítica. Es autor de Guerra mediática prolongada. Emocracia, violencia de Estado y contrainformación (México, Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, 2013).

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que él definió la mexicana democracia bárbara, nos permiten hoy día, ante la reconstitución en el poder del PRI, retomar algunos de sus conceptos y tratar de responder algunos de sus cuestionamientos. México. Una democracia bárbara tal vez significó para el también autor del Ensayo sobre un proletariado sin cabeza (1962) una forma de distanciamiento del sujeto político de la izquierda revolucionaria de entonces —del cual el autor fue miembro activo, en el Partido Comunista Mexicano, así como en el Partido Obrero Campesino y en la Liga Leninista Espartaco— frente al poder y sus aliados de la izquierda oportunista como políticamente evaluaba a sus antiguos compañeros de viaje utópico. Un distanciamiento que le valió vituperios, aislamiento y ninguneo, frente al cual siempre respondió con la crítica y a veces con el arrepentimiento —recuérdese el retiro de circulación de su novela anti-estalinista Los días terrenales (1949)—, una postura que sólo le valió paradójicamente el reconocimiento del poeta Octavio Paz, quien en Postdata, su ensayo sobre el movimiento estudiantil de 1968, a pie de página recordó: “todavía están en la cárcel 200

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estudiantes, varios profesores universitarios y José Revueltas, uno de los mejores escritores de mi generación y uno de los hombres más puros de México” (Paz, 2006: 280). En el ensayo que nos ocupa, José Revueltas en pleno ejercicio de la crítica anti-estalinista y políticamente activo tomó como punto de referencia el penúltimo informe presidencial de Adolfo Ruiz Cortines del 1 de septiembre de 1957 con el firme propósito de hacer la crítica a la democracia bárbara encarnada por éste, quien en el citado discurso convocó a una inexistente ciudadanía a pensar y debatir sobre las futuras elecciones presidenciales a partir de “los programas, no de los hombres”. La crítica la hizo con el propósito de desnudar las falsas palabras de los políticos profesionales, en las cuales ni ellos mismo creen, particularmente la palabrería sobre el “Sufragio efectivo, No Reelección”, el eslogan que sigue cubriendo con su velo la lucha de clases en nuestro país. En esa línea argumental, José Revueltas no se interesará, como ahora lo hacen los especialistas en la democracia mexicana, en los procedimientos democráticos —el proceso electoral y las votaciones— sino el mecanismo ideológico que velaba la dominación del pueblo en su conjunto, traducido en la puesta en escena del espectáculo del “tapadismo”: “esa variante de la No Reelección, pero diferida cada vez más a otra persona de entre las seleccionadas para reelegir a la élite del poder, siempre igual a sí misma” (Revueltas, 1975:10). Quedan claros entonces sus propósitos. Su trabajo de desmenuzamiento de la realidad sociopolítica comienza con la crítica a la tendencia en el México contemporáneo —claro está, el del milagro mexicano— a creer en una cierta “autarquía ideológica”, es decir, a la práctica lenguajera de la indefinición, el sobreentendido, las gesticulaciones, en suma, del “cantinflismo” como lenguaje del político profesional de la época; asimismo, de la oralidad metonímica del presidente, que traducida a la cultura política dominante en tiempos del partido único significó la autosuficiencia presidencial y la unicidad de la instancia partidaria priista, obviamente desligados de la sociedad, sobrepuestos a ella, produciendo una cultura del vértice, donde toda expresión política debía tender al centro. Entre estas, se refería directamente a la lógica centrípeta de las oposiciones de izquierda reformista. Históricamente esta lógica, cuestión que ya no vio el maestro Revueltas, lentamente se sofisticaría hasta el grado de dar paso a la llamada “transición democrática” que permitió al partido único, después de una docena de

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años, reconstituirse como el partido reformador y restaurador de sí mismo. Este proceso constituyó, lo podemos decir desde el aquí y el ahora, social e históricamente un cerco ideológico alrededor de la clase política que Revueltas definió como “la política a la mexicana”, la cual es: “una superestructura de supercherías, conceptos míticos y reducciones ad absurdum, donde se refleja, distorsionada como en un espejo convexo, la realidad auténtica respecto de la cual esta superestructura es tan solo el fetiche, el símbolo que le sustituye, la traducción que la vierte a otro idioma distinto” (Revueltas, 1975: 60). En efecto, a partir de esta distorsión, prosigue el autor de Propósito ciego (2001), “queremos preservarnos, defendernos, evadirnos del conocimiento de la verdad amarga o desagradable con exceso”, un comportamiento colectivo que ha llevado al conformismo a la sociedad mexicana actual, tanto la de los políticos profesionales como la de las masas que la componen. Sobre esa línea argumental, Revueltas indica la dramaturgia de la sutileza y concreción de la política a la mexicana: En el concepto entran todos aquellos vicios y virtudes, defectos y cualidades de nuestra praxis, de nuestro ser en la realidad, de nuestro realizarnos en la realidad, ‘que no quieren decir su nombre’ y que permanecen en la vaguedad de una actitud que a la postre siempre nos resulta muy divertida y nos arranca una sonrisa de alegre complicidad (Revueltas, 1975: 42).

Desde esta perspectiva es evidente que el también guionista de cine y conocedor del drama cinematográfico mexicano interpreta bajo el género de la tragicomedia “la renovación de los poderes federales”, la cual significa desde la constitución del Estado posrevolucionario un mero simulacro del consenso sexenal de gobierno de la misma clase dominante. Como se sabe, y utilizando los conceptos marxista-revueltianos, el principal agente del dominio ideológico, son los profesionales de la política, quienes “siempre han tenido el buen juicio de no creer jamás en el valor de las palabras, ni de las propias ni de las ajenas” (Revueltas, 1975: 48). Para éstos, la palabra es vacía o en todo caso, un juego de distracción donde se engaña con la verdad; o sea, el político ficciona la realidad dando lugar a lo que Revueltas define como el estilo de la política mexicana, la cual “se basa en la práctica de esconder, aquello que interesa más a la política del gobierno disimular, falsear, disfrazar, o sea el contenido verdadero de nuestra llamada democracia” (Revueltas, 1975: 49, 50).

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Podríamos concluir transitoriamente que el propósito de ésta política es impedir cualquier viso de la democracia como régimen (Castoriadis, dixit), impedir la constitución de una ciudadanía que delibere y tome su destino en sus manos; estos políticos, entonces desean y se proponen construir una sociedad de infantes dispuestos a evadir cualquier conflicto político. En suma, detrás de la mascarada de la democracia está el despotismo de la clase dominante, que hace hablar al presidente en turno aquella frase sexenal sobre la supuesta lucha por “los principios y no de los hombres”. La democracia borra con su cabeza de hierro no sólo la ciudadanía autónoma, sino también la lucha de clases, así como las desigualdades socioeconómicas. El ensayista reconoce en el prólogo a la segunda edición de 1975, que el título de su opúsculo se inspiró en el México Bárbaro de John K. Turner publicado en 1911, con el propósito de denunciar las injustas condiciones socioeconómicas impuestas por el barbarismo porfirista. Sin embargo, en el caso de José Revueltas, este sitúa su análisis en la clasista dominación política de la sociedad, resultado de la revolución de 1910. En su crítica a la Revolución mexicana, Revueltas deja ver su profunda raigambre marxista, cuando afirma que el proyecto de la revolución contiene su propia negación, en el sentido de que se convirtió en una pragmática del poder, en una ideología, esto es, “en una mistificación de lo real y en una falsa conciencia”, específicamente cuando las instituciones “emanadas de la revolución” y los políticos profesionales configuran la ideología de los “factores de la producción” en lugar de la lucha de clases; la ideología del Estado-nación, por encima de la sociedad; la ideología de la nacionalización y la “alianza popular” como superación de las contradicciones internas del país. Un lenguaje velatorio, que ahora los sociólogos norteamericanos llamarían políticamente correcto, que no hace otra cosa sino desvanecer la lucha de clases y las injusticias estructurales en nombre de la unidad nacional o la modernización. Esta crítica marxista de Revueltas sigue vigente, ya que en la actualidad, por ejemplo, el llamado “Pacto por México”, con toda su retórica sobre las reformas estructurales, los sacrificios sociales que serán compensados ante un futuro promisorio y la unidad política de todos los signos ideológicos con el fin de privilegiar los intereses del país, en fin, toda esa economía lenguajera en boga sólo actualiza la vigencia de un Estado-nación simulado, donde en el último vagón de ese tren modernizador se cuelgan los harapos ideológicos de un “lombardismo” posmoderno representado por

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una izquierda partidista que busca incluirse en el orden de una arcadia felizmente globalizada, como diría una vez más José Revueltas. Regresando a la premisa sustantiva del ensayo de crítica política México. Una democracia bárbara, Revueltas afirma que la expresión ideológica más inmediata del movimiento revolucionario se condensó en la fórmula de Sufragio efectivo, no reelección. Agrega que la inmediatez de la fórmula no obedeció más que a la inmediatez de aquello que trataba de suprimir: las continuas reelecciones del dictador y la inexistencia práctica del sufragio. El lema se convirtió en un principio intangible de la Revolución mexicana. Esto quiere decir que al reducir los ideales revolucionarios al tema de la democracia procedimental —votar cada tres o seis años— significó desde entonces introducir a la inexistente ciudadanía al canal de los procesos de elección pero sin cambiar las estructuras social e históricas del capitalismo; cambiar el gobierno para que la clase dominante siguiera en el poder, algo así como la renovación de la legitimidad de la misma clase cada seis años. En esa conversión, radica y sigue radicando la irrealidad de un Estado-nación y de un proyecto social económico inexistentes. Para que tal simulacro de realidad y democracia sigan vigentes, los políticos profesionales convirtieron de distintas maneras del Sufragio efectivo, no reelección en una norma doctrinaria. Las consecuencias políticas se traducen en que el principio devino en un fetiche puramente ideológico, inoperante en la práctica y al que, sin dejar de rendirle homenaje y reverencia, había que burlar de algún modo; primero fueron las urnas embarazadas, los carruseles, las “chicanadas”, el robo de urnas, para después darle paso a las “concertacesiones” —una práctica inventada por el salinismo, con el fin de otorgar a la oposición partidista de izquierdas y derechas una gubernatura o una diputación no como resultado del conteo de votos sino por negociación a conveniencia del gobierno en turno— hasta llegar a la sofisticación de los golpes informacionales. A través de estos fenómenos seguimos viviendo la fetichización de una frase ideológica que cubre la mano de hierro de la misma clase dominante. Revueltas proponía que para dar paso al develamiento de este fetiche, primero tendría que neutralizarse al tapadismo —variante de la No reelección, ya que éste se basaba “en diferir a otra persona de entre las seleccionadas para reelegir a la élite del poder, siempre igual a sí misma” (Revueltas, 1975: 9, 10) —; así pues, al dejar de ser funcional vendría una

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época democrática y socialista. No sucedió de este modo, ya que gracias a la ruptura de la homogeneidad de clases dominantes y la transparencia exigida por los procesos de globalización —fenómeno no vivido por Revueltas— el tapado pasó a mejor vida para dar transitar a la edad de la construcción mediática de los candidatos de unidad; el tapadismo se quitó la capucha para virtualizarse mediáticamente. Este nuevo fenómeno no permitió la emergencia de una democracia comunista o autogestionaria como creyó nuestro conmemorado activista y teórico, al contrario, produjo el perfeccionamiento de la dictadura fetichizada del Sufragio efectivo, no reelección, y donde paradójicamente la labor de zapa la realizó la criticada izquierda reformista de Revueltas, la cual al resistir dentro del sistema político, apoya la evolución del fetiche ideológico. Las necesidades de la clase dominante han cambiado, al grado de que ahora estamos frente a una democracia ejercida por una clase política heterogéneamente compuesta, integrada por juntas de notables, caudillos y camarillas que eligen de antemano a sus candidatos para presidente o representantes populares, los cuales son apoyados por los cabilderos empresariales de acuerdo a su conveniencia y necesidades, creando las condiciones subjetivas para imponer a quien aparente ser alguien donde no hay realmente nadie: el fetiche o sea el tapado se ha virtualizado, se ha vuelto totalmente transparente. El presidente de la república ha terminado por ser una mera imagen fetichizada, vacía, donde no se encarna el verdadero poder pero sí su utilidad como simulacro. Aunque el fenómeno ha desaparecido para dar lugar a una evolución mediática en la época comunicacional, lo que sí podemos rescatar de la propuesta de Revueltas es la perspectiva teórica sobre la ideología que nos propone, como él mismo afirma: Si queremos poner al descubierto la esencia del fenómeno socioeconómico y político mexicano, tal como éste se presenta ante nuestro examen, es preciso subrayar con todo énfasis necesario, el papel que desempeña la ideología dentro del complejo del poder, pues precisamente en las “regiones nebulosas” de lo ideológico y de las ideologías, es donde se agazapa, y disimula la emancipación real que constituye una de las bases primordiales en que se sustenta el sistema de dominio al cual se encuentra enajenada la sociedad mexicana en su conjunto (Revueltas, 1975: 10, 12 ).

El hecho ideológico más claro es la función de “pararrayos” que el artículo 123 cumple desde 1917 hasta

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nuestros días con el fin de mediatizar la independencia de la clase obrera. Como todos los trabajadores del país saben, como si fuera un secreto a voces, el artículo que protege los derechos laborales primero fue útil para garantizar la institucionalización de los sindicatos corporativos, la gestión de los derechos de vivienda, salud y prestaciones sociales en general, que con sus constantes modificaciones ha permitido renovar el control político, convertir las prestaciones en negocios privados de las poli-burocracias sindicales y estatales, hasta llegar a su actualización para que el capital local y global dispongan libremente de la precaria fuerza-trabajo de jóvenes en edad de competir en la sociedad informacional. El resultado histórico y político es que la clase obrera fue y es controlada de antemano, disipando toda posibilidad de organización política independiente. Lo que ha existido hasta el momento es simplemente el partido obrero como apéndice de un Estado totalitario y totalizador como dijo el mismo Revueltas. Enmarcado en la especificidad del charrismo sindical de su época, en el reformismo del Partido Popular Socialista, en el cual militó de 1948 a 1955, y entusiasmado por las revueltas de los trabajadores al servicio del Estado —ferrocarrileros, electricistas, petroleros, maestros— a quienes consideraba clase obrera, afirmó que el acto de origen del Estado posrevolucionario —el constituyente de 1917— fue el que le impidió constituirse como diametral negación de la sociedad porfiriana, lo cual lo llevó a erigirse en un Estado ideológico total y totalizador, ya que: La ideología es una totalidad concreta operante y activa, que tiene sus raíces sólidamente establecidas en el compuesto social. El compuesto social en el que el Estado mexicano arraiga, dentro de una magnitud circunstancialmente variable, lo constituyen las clases sociales, sin que deje por ello de ser un Estado de la burguesía que encuentra su sostén más vigoroso en las grandes masas domesticadas de la clase obrera, los campesinos y las clases medias […] El secreto de esta dominación total no se encuentra en otra parte que en la total manipulación, por el Estado, del total de las relaciones sociales —o dicho de otro modo—, así como el pueblo afirma que al pulque sólo le falta un grado para convertirse en carne, al Estado en México solo le falta un grado para ser fascista […] en suma, éste es el mecanismo con el que funciona la democracia bárbara en México: la democracia ideal, puramente invocativa, como el traje de etiqueta con que se viste al chimpancé para su grotesca actuación en el circo de la política mexicana (Revueltas, 1975: 21).

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Esta definición del Estado del partido único, cuasi-fascista, especie de dictadura perfecta (Vargas Llosa, dixit) estructurada desde la teoría marxista de la ideología permitió a Revueltas reconocer la democracia bárbara a la mexicana como, agregaría por mi parte, la interfaz político-cultural de dominación de las clases dirigentes. Es interfaz por que hay una interacción, coparticipación y conveniencia por parte de los distintos actores enajenados de la sociedad mexicana en su dominación, que se expresa en frases como “ni le muevas” para evitar toda acción de protesta, o “el que no transa no avanza”, fenómeno el cual se ha exacerbado en los últimos años al grado de ser útil a través de las extorsiones de los políticos profesionales para garantizar fondos públicos a los municipios de cualquier estado del país. Hoy día, esta definición aunque más compleja puede orientar a quienes buscan argumentos para dar soporte teórico a su desencanto de la democracia. Nada más que ahora al estudio de la ideología hay que sumar el papel que juega la construcción de las emociones y la economía afectiva para obtener un cuadro no sólo más complejo, sino para derivar acciones con el fin de limitar la acometida del Estado hetero-totalitario. Esta última proposición, puede cobrar sentido para el lector, sí ponemos atención sobre cómo el problema de la renovación de los sistemas electorales y de una regeneración de la democracia en México no debe esperarse del poder público, como afirmó el propio Revueltas. Dicha regeneración es una tarea, continua el autor, que se encuentra en manos de la oposición de izquierda, pero no de la izquierda oportunista, sino de la oposición de izquierda revolucionaria, en aquella época fueron el PCM y el Partido obrero-campesino, que, sin embargo, estaba “en proceso de reestructurarse, renovar sus métodos y fortalecer sus filas”. En su definición política revolucionaria José Revueltas criticó el sometimiento al tabú del tapadismo por parte de los partidos de izquierda. Un sometimiento histórico que sufre una interrupción con el movimiento estudiantil de 1968, y que se consolida a partir de la Apertura democrática impuesta por Luis Echeverría Álvarez, continua con la reforma política de 1976, hasta llegar a la actual configuración de las llamadas “izquierdas” que buscan el acceso al poder bajo los métodos de la novísima democracia bárbara de la previsible reforma electoral en proceso, donde observamos la ausencia total de la ciudadanía y la presencia hegemónica de la tele-democracia totalitaria. A contracorriente de ese sometimiento, Re-

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vueltas vio en los fermentos de insubordinación de los movimientos sociales de la época, la opción entusiasta que se transformaría por su experiencia y necesidad históricas en el partido marxista-leninista de la clase obrera: La organización, la transformación de la izquierda revolucionaria en este partido marxista-leninista tendrá la virtud de neutralizar primero, para anular después, la política oportunista, y creará las premisas para que la clase obrera altere la correlación de las fuerzas sociales y se coloque, seguida por los campesinos y otros aliados, a la cabeza de todo el movimiento democrático en la lucha por la liberación nacional del país (Revueltas, 1975: 35).

En su crítica política se refiere a la mistificación ideológica en que cayeron los partidos políticos como beneficiarios de la democracia bárbara. Para él, los partidos de izquierda y derecha se sumergieron en una “solidaridad en la falacia”, para agregar que ésta se explica: porque todos ellos —se refiere en particular a la izquierda oportunista—, de un modo u otro, en mayor o menor grado, viven, se nutren, actúan dentro de las normas de lo que constituye, en su cabal connotación peyorativa, la práctica de una política “a la mexicana”, o sea es política críptica que se ve en la necesidad histórica —justo es reconocerlo— de proceder a base de sustituciones ideológicas y fetiches doctrinarios, que son la expresión subvertida, la idealización a la inversa, de propósitos y objetivos verdaderos que, mediante una lucha más o menos disfrazada, o más o menos abierta, según lo determinen las circunstancias del momento, se proponen realizar las clases dominantes de nuestro país (Revueltas, 1975: 51, 52).

¿Qué necesidad tienen los partidos que participen en el juego electoral, de que se implante en México, como lo proclaman, una democracia de tipo “occidental” —llamémosla así para distinguirla de la “democracia bárbara” imperante—, que no sea la necesidad de disimular sus propios fines, de encubrir sus verdaderos intereses, cuando ellos saben muy bien que están unidos al régimen, y que no son sino la parte extra-oficial del mismo, o sea la llamada a desempeñar en la política el papel de “fuerzas independientes”? Para responder a su propio cuestionamiento, Revueltas hará una profunda crítica al Partido Popular Socialista y a Vicente Lombardo Toledano, el líder de la pequeña burguesía. En ésta crítica el programa de “las fuerzas patrióticas”, y la propuesta del

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gobierno de las fuerzas progresistas, han coincidido una y otra vez en los discursos de “las izquierdas” desde aquélla época hasta nuestra actualidad. El lector sólo tiene que acudir a cualquier fuente periodística para comprobar que esas fuerzas patrióticas y progresistas se disputan un lugar para salir en la foto de las reformas estructurales promovidas por el actual gobierno. Aduce cómo la izquierda oportunista mimetiza a su manera la frase “programas en lugar de hombres”; convierte el programa de gobierno oficial en programismo radical, al imperialismo territorial en antiimperialismo y nacionalismo puesto de rodillas, con lo cual, la izquierda o las izquierdas terminan por esconder las verdaderas contradicciones políticas y socioeconómicas. Ante esas imposibilidades de la oposición, tanto estructurales como ideológicas, ya que son participes del régimen de dominación, Revueltas concluye: “por lo pronto no existe en México ninguna fuerza política seria, que en materia electoral, a) quiera enfrentársele al gobierno; b) quiera ni mucho menos, derrotarlo; c) crea estar o reunir las condiciones para hacerlo; d) pretenda romper, en su base, el monopolio político”. Asimismo sostiene que no hay organización, ni partido, lo único posible es que la única clase que puede concurrir políticamente, es la clase que concurre económicamente a las clases poseyentes que el gobierno y su partido de Estado representan. Esta es la clase obrera, la cual puede utilizar la huelga general para quebrar la hegemonía. En ese sentido, agrega, “sólo el partido de la clase obrera”, será el único partido que pueda desempeñar el papel de avanzada democrática. Finalmente dice: “Porque no se trataría de luchar contra las apariencias exteriores con que se manifiesta ‘la democracia mexicana’, sino de atacar directamente la realidad de la clase gobernante, de la propia burguesía como clase, la esencia de cuya política electoral es el referendo permanente de su mandato en el ejercicio de poder” (Revueltas, 1975: 109, 110). En suma, se trata de revelar el contenido de clase que esconde tras de sí el viciado sistema político mexicano, pero no sólo de ello, se trata en perspectiva de la utopía realizable de acuerdo al pensamiento de José Revueltas, ya configurado des-

de 1949 en su novela Los días terrenales, y citado por Roberto Escudero (1976: 83), en un ensayo de homenaje político a su mentor: ¡Valiente comunismo el tuyo si se reduce tan sólo a pretender la desaparición de las clases sociales! ¡Desaparecerán las clases, no te quepa la menor duda! ¡Claro está! Pero ésa sólo es una etapa hacia el advenimiento del hombre. El hombre no ha nacido aún, entre muchas otras cosas, porque las clases no lo dejan nacer. Los hombres se han visto forzados a pensar y luchar en función de sus fines de clase y esto no los ha dejado conquistar su estirpe verdadera de materia que piensa, de materia que sufre por ser parte de un infinito mutable, y parte que muere, se extingue, se aniquila. ¡Luchemos por una sociedad sin clases! ¡Enhorabuena! ¡Pero no, no para hacer felices a los hombres, sino para hacerlos libremente desdichados, para arrebatarles toda esperanza, para hacerlos hombres!

En esta especie de manifiesto pre-figurativo de la política comunista de José Revueltas, yace una heterodoxia, que valdría la pena ser leída por las nuevas generaciones de estudiantes y jóvenes que aspiran a cambiar el estado de cosas, ya que en ella se transparenta la apertura al pensamiento revueltiano, no para hacerle cursis homenajes, sino para dar un salto de praxis que lleve a construir otra opción por fuera de pactos y romanticismos martirológicos. Aún así, el pensamiento revueltiano está por conocerse y debatirse. REFERENCIAS Escalante, E. (1982), “José Revueltas y la crítica al estalinismo”, en E. Escalante, Tercero en discordia. México, UAM-Iztapalapa. Escudero, R. (1976), “José Revueltas: política y teoría”, Cuadernos Políticos, núm. 5, octubre-diciembre. Luna Martínez, A. (2004), “José Revueltas o la utopía contrariada”, en A. Saladino García (comp.), Humanismo mexicano del siglo XX, tomo I, Toluca, Universidad Autónoma del Estado de México. Revueltas, J. (1975), México. Una democracia bárbara. Seguido de Posibilidades y Limitaciones del Mexicano, México, Posada.

Rolando Cordera y Carlos Tello: MÉXICO, ¿QUÉ DISPUTA EN QUE NACIÓN? Israel Covarrubias*

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n “Lo que queda por disputar. Nuevo prólogo al libro La disputa por la nación”, Rolando Cordera y Carlos Tello escriben en 2010 con motivo de la nueva edición del libro que publicaron en 1981, un sucinto recuento de las principales transformaciones que tuvieron lugar después de la publicación de su libro (obvio, no a causa de su publicación) en el terreno económico y que terminaron por definir el cambio de dirección del Estado mexicano hacia la economía del mercado, en conjunto con su inserción en el concierto de la globalización de los mercados y finanzas. De igual modo, ponen el acento en la formación de una retórica que justificó la ola radical de reformas y ajustes estructurales que tuvieron lugar entre finales de los ochenta y principios de la década sucesiva (Cordera y Tello, 2011: 30 y ss.). En su crítica, los autores sostienen que: Economía y política responden a otros códigos y claves. Sus imperfecciones e ineficiencias pueden todavía atribuirse a los ecos del Viejo Régimen pero, en lo fundamental, deben entenderse como defectos de los nuevos arreglos: “fallas del mercado”, como ocurre siempre salvo

* Profesor investigador de tiempo completo en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Desde 2007 es Director de Metapolítica. Es autor de El drama de México. Sujeto, ley y democracia (México, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2012).

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en la imaginería neoliberal. Pero también fallas de un Estado que no acaba de definir su perfil, ni de dar lugar al surgimiento de un nuevo orden democrático y de una nueva economía política, que permitan darle un sentido histórico a tanto cambio y reforma como los que México ha vivido (Cordera y Tello, 2011: 29).

México. La disputa por la nación. Perspectivas y opciones de desarrollo es una obra que fue publicada en los momentos preliminares del “colapso” económico del Estado mexicano. Su relectura reviste un interés particular ya que nos encontramos frente a un libro que hizo suya la discusión crítica de las opciones para el desarrollo a través de un eje que articulaba dos universos en contradicción: el campo económico con la querella por la nación. Ello supuso el establecimiento de un puente con el campo de lo político, del cual resultaba —y me da la impresión de que es una de las grandes contribuciones del libro— la operación de que la economía no podía sustraerse a la lógica de lo político, pues ambos eran espacios de frontera y por este hecho estaban “contaminados”. Entonces, las opciones de desarrollo traducían opciones de Estado, pero ante todo opciones de sociedad. Es oportuno recordar que las estrategias que se atisban en el horizonte y que actúan como opciones de desarrollo no fueron cosa menor, ni siquiera en

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los países avanzados, donde estaba teniendo lugar el pico más alto respecto a las salidas1 al cambio de dirección en los regímenes de bienestar —donde su conducción había recaído en el Estado— y la distancia-discrepancia que se producía con el campo de lo económico-privado —definida a inicios de los años ochenta como “cambio estructural” (Cordera y Tello, 2011: 25).2 También, la obra recoge una serie de argumentos relacionados en modo directo con el fenómeno político de la apertura y liberalización de las redes de intermediación de la política mexicana, que en ese entonces aún se encontraba en un momento “naciente”, ya que sus modalidades alcanzaron un grado significativo de transformación hasta la década de los noventa, en particular, en su segunda mitad:

ROLANDO CORDERA Y CARLOS TELLO: MÉXICO, ¿QUÉ DISPUTA EN QUÉ NACIÓN?

tiene ecos claros hasta el presente3 encuentra uno de sus picos más altos en las “brechas” que comienzan a surgir a partir del esquema de cooperación entre mercado político y mercado privado, así como en los desfases que producen con relación a sus probables conexiones con el mercado de lo social y el de los bienes simbólicos —como resulta de la experiencia social con la democracia (Cordera y Tello, 2011: 19).4 De hecho, páginas adelante dirán en este mismo sentido que una parte de sus intereses académicos radica en observar las “mutaciones bruscas en el terreno de las relaciones sociales, de las organizaciones básicas clasistas y de las ideologías populares, entre otras” (Cordera y Tello, 2011: 49). Justo aquí es donde comienza su alegato, pues sugieren que: La primera de estas opciones, que hemos llamado “neoliberal” […] contempla la necesidad de un periodo de ajuste estructural de duración indeterminada, durante el cual casi indefectiblemente se generaría una situación de mayor marginalidad y polarización económica y social, sin menoscabo de que, al mismo tiempo, se produjeran un mayor consumo y un crecimiento económico relativamente rápido La segunda vía, que llamamos “nacionalista” […] plantea la necesidad de realizar un vasto programa de reformas económicas y sociales con el propósito de lograr, en el plazo más breve, una efectiva integración económica nacional y una disminución sustancial de la desigualdad y la marginalidad social prevaleciente (Cordera y Tello, 2011: 42-43).

[…] puede presumirse que, a pesar de su lentitud, la reforma política rindió al final frutos considerables. Sin alejar la violencia política de su horizonte, como lo mostró 1994, la democratización avanzó con rapidez a partir de ese año, propició la derrota del PRI en la Cámara de Diputados en 1997 y el primer gobierno electo de la capital quedó en manos de Cuauhtémoc Cárdenas, indiscutible pionero del cambio democrático mexicano. Se levantaron los diques a un federalismo siempre contenido y desnaturalizado por el poder central y se entró en la fase, que no ha terminado, de una regionalización y una descentralización, que ha sido ya capaz de volverse una fuente de poder político decisiva dentro del actual Estado nacional (Cordera y Tello, 2011: 32).

En el “Prólogo” de 1981, los autores indican a grandes trazos el objetivo de su trabajo y el alcance que puede tener su lectura, sobre todo en la medida de relacionar las estructuras socio-económicas que modelarán en las sedes específicas de la política, “el carácter de una época”, definido por tres vocablos: “el cambio, el conflicto y la crisis” (Cordera y Tello, 2011: 41). En este sentido, un elemento relevante es la tensión que se abre entre las opciones polares de desarrollo, esto es, entre la opción neoliberal y la nacional —que a juicio de los autores es la más viable (Cordera y Tello, 2011: 43-44). En efecto, esta tensión que 1

La función de la salida puede ser interpretada como una opción de crecimiento y desarrollo, además de competencia, pero también como lo ha indicado Albert O. Hirschman (1970: 30-43) adopta un carácter político (por ejemplo, bajo la égida contemporánea de los fenómenos de éxodo-migración-exilio-fuga-desplazamiento).

2 Sobre las discrepancias y distanciamientos entre las estructuras nacionales de la economía con relación a los mercados globales, así como sus efectos en el orden político, véase el análisis de Strange (2003).

I El capítulo primero, “Los factores condicionantes”, está compuesto de un análisis sobre tres ámbitos que influyen directamente las opciones del desarrollo. El primero es lo que llaman el futuro de la sociedad internacional. Al respecto, es necesario identificar y discutir una serie de factores externos que cobraron vida mediante la diferenciación norte-sur respecto a tres dimensiones: a) “empate clasista en la crisis”; b) 3 Véase, por ejemplo, los debates y protestas en sede legislativa, en el régimen de la opinión pública, incluso en las calles, sobre la reforma educativa, hacendaria y energética en el segundo semestre de 2013. 4

Con relación a los grados de integración y centralización del sistema de organización de los intereses en función de las instituciones público-políticas (primordialmente los partidos políticos pero también otras agencias de intermediación), así como los límites de la racionalidad de la política como opción a las demandas que atraviesan por el campo del mercado, y que es básicamente el contexto en el cual está teniendo lugar el debate en México sobre las opciones de desarrollo, véase las observaciones todavía útiles de Schmitter (1992: 15-66), Donolo y Fichera (1981) y Pizzorno (1985: 9-45).

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relación entre reestructuración económica y formas de vida (impacto); y c) problemas de integración en el terreno de las estructuras sociales de clase y sistemas de provisión institucional que tienen su incidencia, por ejemplo, en el fenómeno de la miseria (Cordera y Tello, 20011: 47-54). El segundo ámbito es el desarrollo económico y social en México. En este rubro, los fenómenos de la escasez eran palpables en los síntomas que manifestaba la asimetría de su impacto con relación a: 1) concentración del ingreso y bienestar en rubros como alimentos, educación, salud y vivienda; 2) actividades productivas; 3) desarrollo regional; 4) organización social, con particular énfasis en la organización de los intereses empresariales.5 ¿Por qué interpretar las contradicciones del desarrollo económico y social mexicano como parte esencial de un fenómeno mayor como es la escasez? Básicamente porque el desarrollo económico es una de las caras de reversibilidad de la escasez. De hecho, este último es uno de los caballos de batalla de la economía política del Estado contemporáneo. En consecuencia, podríamos agregar por nuestra parte que la asimetría que observaban Cordera y Tello hacía referencia a la (im)posibilidad de relacionar las dimensiones no económicas del desarrollo con el conjunto de dimensiones no políticas de la democracia, dado que la escasez es un fenómeno que tiene una relación estrecha con las opciones de desarrollo económico, pero también con el desarrollo político y con los indicadores inmateriales de calidad de vida (Cfr. Hirchman, 1995: 77-84). En síntesis, los autores sugieren que tenemos seis direcciones de querella sobre el rumbo de la nación mexicana: Junto al crecimiento sostenido de la economía por varias décadas, está el inequitativo reparto de la riqueza generada en el país (desde el punto de vista de las personas, las clases sociales, los sectores de actividad y las regiones). Junto al crecimiento en el ingreso real por persona y el nivel que éste ha alcanzado, está el rezago en la cobertura de servicios básicos (vivienda, educación, salud) y los bajos niveles de alimentación que prevalecen en la mayoría de la población. 5

De hecho, quizá sea posible identificar un cierto paralelismo o “similitud” con la forma de patrocinio de la política social y de desarrollo del nuevo gobierno priista encabezado por Enrique Peña Nieto, lo que podría sugerir que estas asimetrías se volvieron un tema crucial, abierto desde hace tres décadas, del presente institucional del país, pues la distancia por reducir entre deseos colectivos y la capacidad operativa de las instituciones de provisión se ha vuelto simplemente imposible de llenar o resolver en modo satisfactorio.

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Junto al elevado nivel de formación de capital, está la subsistencia de también elevados niveles de desempleo y subocupación. Junto a una industria relativamente diversificada y en crecimiento, está la penetración del capital extranjero y la concentración oligopólica en la propiedad de los medios de producción. Junto al consumismo y la modernidad de los artículos que adquiere unas parte de la sociedad, está un aparato de producción poco integrado, ineficiente y altamente dependiente del exterior. Junto al crecimiento de la industria, la infraestructura y los centros urbanos, está la relativa debilidad de las organizaciones de masas (Cordera y Tello, 2011: 76).

Finalmente, las salidas que en su momento los autores identificaban por medio de las posibilidades de desarrollo futuras en México, fueron una clara manifestación de los propósitos (¿o indicaciones políticas?) a seguir en términos de la enorme riqueza que suponía México como estructura social y económica, comenzando con la amplia disposición de recursos naturales del país: recursos minerales, hidrocarburos (¡bendito recurso!), recursos marinos, recursos forestales, recursos hidráulicos y de la tierra y recursos financieros (Cordera y Tello, 2011: 77-86). Esto nos ofrece a poco más de treinta años de distancia una indicación relevante acerca del fenómeno general de la escasez que produjo el desarrollo económico y político como efecto —en muchos sentidos perverso— y no como “fenómeno contrario al desarrollo” en las décadas posteriores a la segunda posguerra en México. En el capítulo 2, “Las opciones declaradas”, los autores apuntalan sus observaciones en seis direcciones. La primera revela la (in)eficacia del discurso de renovación del orden estatal,6 causado por los vaivenes y transformaciones de la “cuestión social” para ese momento ya desbordada con su inflexión presente en la ecuación de ineficacia administrativa y regulatoria que estaba acompañada por una profunda desconfianza social y económica (principalmente de los empresarios ya organizados para ese momento en el Consejo Coordinador Empresarial [CCE]) a la actuación estatal, sobre todo frente a la “expansión geométrica de las carencias sociales y […] el compromiso contraído por el Es6

Piénsese, por ejemplo, en la plataforma de la renovación moral que establece como eje rector de su administración hacia finales de 1982 el entonces recién electo presidente Miguel de la Madrid Hurtado; en particular, en las confrontaciones —más retóricas que reales— del combate a la corrupción (Covarrubias, 2012: 64-81).

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tado en cuanto al desarrollo de la reforma política” (Cordera y Tello, 2011: 92). La segunda dirección aborda el agotamiento del modelo de desarrollo que organizó con cierta eficacia a los intereses económicos en los periodos precedentes —sustitución de importaciones y desarrollo compartido—, que termina no sólo reducido, sino además experimenta una cierta colonización al apostar el desarrollo a una economía que cada vez más dependerá del petróleo. Cito en extenso: La reanimación de la economía —limitada en el inicio a unas cuantas actividades— fue lograda, primero, gracias a una mayor utilización de la capacidad instalada y la importación de equipos, materiales y materias primas. Sólo después se hicieron esfuerzos de inversión pública y privada para aumentar la base productiva del país. La expansión de ésta ha encontrado severos límites para continuar su desarrollo, los cuales no pueden ser resueltos por entero mediante una mayor importación. Así, han surgido numerosos cuellos de botella que frenan el crecimiento y presionan aún más las finanzas públicas y a la balanza de pagos, a pesar de los cuantiosos recursos —fiscales y de divisas— que el auge petrolero está proporcionando ya a la economía nacional. Ello ha provocado, desde luego, presiones inflacionarias adicionales que limitan y condicionan la recuperación. La crítica situación por la que atraviesan las economías capitalistas desarrolladas occidentales —a las cuales México está integrado— se suma a lo anterior. La recuperación se ha visto también limitada, y amenazada con tener un prematuro fin, por su carácter tardío, que acentuó las diferencias extremas de pobreza y riqueza que existen en México. Desde antes, pero definitivamente en 1976, era ya evidente que el grado de desarrollo de ciertas actividades clave para un crecimiento económico sostenido era insuficiente. La agricultura, la ganadería, el transporte, la energía eléctrica, los puertos eran actividades, entre otras, cuya promoción no era posible aplazar a riesgo de frenar el posterior crecimiento de la economía en su conjunto, particularmente si se toma en cuenta el rezago de la inversión en los primeros años de la década y la característica de freno y aceleración que tuvo la política económica puesta en práctica entre 1970 y 1976. Por no haber atendido con oportunidad esas actividades se limitó la expansión de sectores declarados prioritarios para el desarrollo nacional. La escasez pudo resolverse parcialmente por la vía de la importación, pero especuladores y acaparadores pronto vieron que podían maximizar sus ganancias por la vía de aumentos en los precios. El haber pospuesto, supues-

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tamente para mejores épocas, la inversión en sectores clave acentuó el carácter desequilibrado y desigual de la economía (Cordera y Tello, 2011: 91).

La tercera dirección atañe a que la política económica trasciende su encapsulamiento técnico y termina siendo parte de la agenda del debate político nacional, cuyo sucedáneo en los años noventa será la democracia y la alternancia en el poder. La cuarta dirección es la pérdida de lo que podríamos llamar “densidad” social,7 visible en el decrecimiento del salario, el aumento del desempleo, el desabasto de granos y la erosión del campo (Cordera y Tello, 2011: 96). La quinta dirección aborda el proyecto empresarial de desarrollo. Si bien se puede decir que la fundación en 1975 del CCE es la manifestación de un proceso inicial que aglutina a un sector importante del empresariado nacional (principalmente al empresariado urbano) de manera totalmente independiente a los dominios corporativos-punitivos del Estado mexicano (Tirado y Luna, 1992: 17), también supuso la entrada al mercado político de los intereses económicos organizados con el objetivo de exigir garantías que dieran fe de la posibilidad de recuperación de la confianza en las estructuras público-políticas. Conjuntamente aparece la declinación de la acción combativa del sindicalismo en esferas que fueran más allá de la pura defensa de sus intereses gremiales. De igual modo, la organización campesina se encontraba en “vías de extinción”. Para completar el cuadro, el crecimiento de los problemas de la administración pública estaban a la orden del día a causa de los desplazamientos que dejan las querellas en el interior de la clase gobernante, espacios que serán ocupados por el capital y por los intereses privados en general (Cordera y Tello, 2011: 97). En la declaración de principios del CCE, del 8 de mayo de 1975, se puede leer lo siguiente: […] el Consejo Coordinador Empresarial define su proyecto de desarrollo para la nación. El concepto de la empresa privada (“la célula básica de la economía”); el papel del Estado en la economía (“la actividad económica corresponde fundamentalmente a los particulares”); la planeación de la actividad económica (“la planeación no deberá pervertir su finalidad convirtiéndose en un instrumento de presión política y económica”); sobre las organizaciones (“la lucha de clases es 7 Este argumento fue recuperado y desarrollado recientemente con amplitud por Zermeño (2010).

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un elemento antisocial; su armonía y su coordinación, por el contrario, es el único camino para alcanzar el bien de cada empresa, de sus integrantes y de toda la nación”); las relaciones obrero-patronales (“trato humano y justo al trabajador”); los medios de comunicación (“se considera imprescindible que se preserve la propiedad privada”); los sistemas de control de precios (“son causa del estancamiento de la actividad económica”); la pequeña propiedad (“columna vertebral de la economía agrícola”); la educación (“es conveniente que el Estado propicie un clima de libertad que facilite la participación del sector privado”) son, entre otros, temas fundamentales precisados en la declaración (Cordera y Tello, 2011: 97-98).

enemigos irreconciliables. Esta coincidencia es fundamentalmente un síntoma claro de la magnitud en que la crisis actual afecta no sólo al conjunto de los trabajadores sino a las capas que hasta la fecha lo han dirigido y dominado. Como sea, lo que importa destacar aquí es que los propósitos declarados del movimiento obrero organizado son: que el Estado ejerza su derecho a imponerle a la propiedad las modalidades que dicte el interés público, que se cuente con la activa participación de los trabajadores en la conducción de la economía y que se invierta la tendencia de la acumulación del capital a favor de los trabajadores del campo y de la ciudad y del Estado (Cordera y Tello, 2011: 101).

En suma, lo que sucede en nuestro país en ese entonces puede ser interpretado como una expresión de aquello que podríamos decir en paráfrasis de Norberto Bobbio (1980: 184; Bobbio, 2012: 3032) como uno de los efectos más acuciosos que tenían lugar en las estructuras de organización y reproducción de la política en los regímenes contemporáneos, al encontrar una de sus piedras de toque en la reivindicación de la representación de los intereses sobre el espacio político (representación política), con el consecuente cortocircuito que produjo en la lógica específica que daba vida a los lugares del ius publicum versus el ius privatum. En la última dirección analizan el proyecto obrero. Al respecto, dicen que la eficacia retórica que se gesta a través del Congreso del Trabajo (CT) no sigue, o por lo menos se distancia parcialmente, los llamados y dictados oficialistas sobre la supuesta protección al trabajo y a las luchas históricas que venían de las décadas anteriores. De hecho, se entrecruza con el “fantasma” de la democratización de las organizaciones obreras, que coincide en el espacio político de las reivindicaciones de los sectores obreros antagónicos. Esta ambigüedad de la reivindicación obrera priista y no priista, se expresa en:

El capítulo “Dos proyectos de desarrollo” es el más largo y rico en descripciones sobre el proyecto neoliberal y el proyecto nacionalista, sus fundamentos y estructuración, obviamente con particular atención al caso mexicano. Sobre el proyecto neoliberal, los autores desarrollan una serie de factores que han permitido las posibilidades de su instauración. Para comenzar, abordan la naturaleza autoritaria del proyecto, ya que el patrocinio del libre mercado fue acompañado por una inflexibilización de las mediaciones políticas, desarrolladas abiertamente a través de un cariz autoritario (ponen de ejemplo el caso chileno), por lo que su esencia se vuelve a un solo tiempo radical y conservadora, sobre todo en aras de controlar el llamado “gigantismo” estatal. Después, hacen referencia a la experiencia mexicana con el proyecto neoliberal. En particular, señalan el adelgazamiento de las instancias sociales del Estado, expresable en la reducción del gasto público y el control de la inflación a costa de la contracción de los salarios reales. En este sentido, los autores sugieren la cornisa de la “teoría y la política económica del proyecto” neoliberal (Cordera y Tello, 2011: 117), lo que permite evidenciar la apuesta por construir un ámbito de autonomía de la economía frente al lastre de la administración pública en materia económica, con lo que se logra curiosamente una acertada justificación política en un discurso eficientista: “Elegir la inflación como el enemigo principal del neoliberalismo obedece a razones políticas más o menos evidentes, aparte de que permite articular, en el terreno de la política económica, el diagnóstico central que dicha doctrina ha elaborado respecto de los males fundamentales del capitalismo hoy. La inflación funcio-

El programa que proponen el sector obrero del PRI y sus diputados tiene sus raíces en las luchas del movimiento obrero de las décadas de los años veinte y treinta, en especial el periodo 1934-1940, y encuentra sus antecedentes directos e inmediatos en los planteamientos realizados en años recientes por los electricistas agrupados en la Tendencia Democrática, el Frente Nacional de Acción Popular y los sindicatos universitarios, todas ellas formaciones de trabajadores que hasta hace poco eran vistas por el movimiento obrero organizado como sus

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na así como un elemento maestro para configurar —al menos ideológicamente— una férrea cohesión entre la economía y la política” (Cordera y Tello, 2011: 117). Sin embargo, páginas más adelante matizan su argumento: “[…] desde la perspectiva global de lo que puede denominarse la estrategia neoliberal para la crisis y para después, el embate contra el gigantismo estatal es algo más que un recurso ideólogico hipostasiado” (Cordera y Tello, 2011: 119). Y es aquí donde entra al juego toda la estrategia de la liberalización del mercado. Finalmente, trabajan tres grandes dimensiones con relación al proyecto neoliberal: a) las manifestaciones de este proyecto en el ámbito agrícola, petrolero e industrial; b) otras implicaciones que supone en “materia laboral, campesina, educativa y de bienestar” (Cordera y Tello, 2011: 132); y c) la base de su apoyo (gobierno de Estados Unidos, el capital financiero, los grandes comerciantes, los terratenientes agrícolas, entre otros). Termina este capítulo dando cuenta del proyecto nacionalista, el cual puede ser sintetizado como: “La lucha por mantener y ampliar el control de la nación sobre las condiciones generales en que se desenvuelve la producción; el manejo nacional de los recursos, sobre todo los naturales; el fortalecimiento de la independencia económica, y el ejercicio pleno de la soberanía nacional en materia de política económica y social constituyen el núcleo de principios que definen y orientan el proyecto nacionalista de desarrollo” (Cordera y Tello, 2011: 138). El último capítulo del libro, “El movimiento popular y el desarrollo nacional”, resume en dos vertientes los dilemas que tenía México en los años ochenta: por una parte, la cuestión social (desigualdad) y, por la otra, el grado de autonomía del Estado en el diseño de políticas de desarrollo economico; todo ello en un contexto donde el movimiento popular intensificó su participación política, en específico, con las formas de democratización de ciertas organizaciones tradicionales como lo eran los sindicatos (Cordera y Tello, 2011: 167-168). Lo específico de su perspectiva y de su preferencia política es que hacen coincidir la participación del movimiento popular con el proyecto nacionalista. Forzada o no esta coincidencia, para los autores era fundamental que “[…] pensar a la democracia como un proceso ascendente de participación social, que desborde las esferas tradicionales del quehacer político popular […] constituye un mandato indispensable para las fuerzas que luchan por implantar en México un desarrollo nacional, popular y democrático” (Cordera

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y Tello, 2011: 181). Sin más, estas eran las consideraciones finales de su libro. II ¿Es posible hablar de una nueva disputa por la nación después de tres décadas de aquella vieja disputa entre historia y economía? Los autores sugieren que la disputa por venir es el de un México como nación de desigualdades, “pobreza y tendencias a la desintegración comunitaria y el desplome de la cohesión social” (Cordera y Tello, 2011: 36). En una entrevista que le hice a Cordera en 2009 decía sobre el particular que: La nueva disputa tendría que centrarse otra vez en la cuestión del desarrollo, que se extravió. Cuando Carlos Tello y yo escribimos México. La disputa por la nación…, las condiciones eran otras. Inmediatamente después de su aparición vino la crisis, pero cuando escribimos este texto había una perspectiva de un crecimiento sostenido alto, con una incorporación acelerada de nueva tecnología, con mucha inversión. Después, todo cambió —como diría el viejo Silva Herzog. ¿En qué sentido cambió? En el sentido de que el desarrollo como proyecto se extravió, el crecimiento económico se volvió —del todo— insuficiente y la innovación se puso entre paréntesis, junto con la producción productiva del Estado y de la empresa privada. Esa es la realidad que vivimos hoy. Entonces, por un lado, el tema de la disputa debería desdoblarse en la cuestión del desarrollo y, por otro, en el tema —que si está mencionado en aquel libro— de la igualdad o de la cuestión social (Covarrubias, 2009: 32).

Ocupemos una ironía para comprender el desorden presente de nuestro país. Así como Platón suponía que las formas de gobierno se suceden de las malas a las peores, el desempeño económico en México sugiere la manifestación de una opción que fue equivocada pues se dirigió hacia espacios que en definitiva no han logrado revertir el estancamiento del crecimiento económico (Esquivel y Hernández Trillo, 2010: 56 y ss.). De hecho, parece que en nuestro país las opciones de crecimiento y desarrollo han terminado por perderse en la falta de competitividad que ofrece un marco regulatorio enredado y sin autonomía. Es casi un sentido común decir que diversos estudios sobre México han indicado con precisión que en los últimos treinta años no han sido los mejores en cuanto a ingreso, bienestar y política económica se refiere. En efecto, una somera comparación con los periodos económicos precedentes —el de la sus-

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titución de importaciones y el del desarrollo estabilizador— nos dan una pequeña muestra. Lo que cambia es el contexto, así como las formas de su reproducción concomitante con el ámbito económico: si vincularnos con el mundo globalizado suponía además un grado de democratización efectivo y creciente, la posibilidad de participar con fruición en el juego democrático —y que se vuelve una realidad de los años noventa en adelante—, no tuvo su corolario en la economía, ya que no hemos crecido lo suficiente. Quizá una ausencia en todas las páginas de este libro —una ausencia que puede operar como clave explicativa del estancamiento institucional— sea la relación causal entre las variables que los autores utilizan para explicar las posibilidades de desarrollo y el papel que juega la corrupción como variable independiente en la ampliación de los márgenes de la escasez. Esto no quiere decir que la corrupción actúe como simple bloqueo al desarrollo, pues hoy como hace treinta años, sigue siendo uno de los problemas principales de las instituciones públicas y políticas de nuestro país, sobre todo si lo pensamos como un fenómeno de privatización de lo público (Covarrubias, 2012). Es decir, como fenómeno que pone en evidencia la problematización entre bienes públicos y bienes privados y el uso en común o no de ambos con sus grados de “toxicidad” e ineficacia, a tal grado de encontrar un vínculo claro con ciertos fenómenos degenerativos tanto para la democracia como para la economía. De este modo, México. La disputa por la nación. Perspectivas y opciones de desarrollo es una obra frente a la cual quizá no sea necesaria la pregunta por su vigencia —el “Prólogo” de 2010 pone al día el texto con relación a su “arché”—, pues su argumento central es completamente (in)actual.8 Incluso a pesar de su prosa que por momentos podría parecer en “desuso” para cierta semántica predominante en nuestros días en el campo de la economía política y de algunos saberes disciplinarios y académicos, expresa ser una hija genuina de su tiempo. Su lectura para las generaciones de cientistas sociales que se formaron profesionalmente en nuestro país —e interesados por él como tópico de análisis— de los años noventa del siglo pasado en adelante resulta indispensable para comprender con profundidad algunos de los males “absolutos” de la organización contemporánea del Estado mexicano. Además, esta inactualidad lo vuelve un auténtico 8

Sobre la(s) (in)actualidad(es) de la discusión en campo de teoría política alrededor del desarrollo, véase Descamps (2012).

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clásico contemporáneo, al ir en una dirección y en un espacio de inteligibilidad donde también podemos encontrar diversos estudios de economía política como The Dilemma of Mexico’s Development. The Role of the Private and Public Sectors, de Raymond Vernon (1963); La política del desarrollo mexicano de Roger D. Hansen (1981), publicado originalmente en 1971 y ese mismo año traducido y publicado al español; o El progreso improductivo de Gabriel Zaid (2004), cuya primera edición es de 1979, es decir, en la misma línea de tiempo del trabajo de Cordera y Tello. Es factible vincular la disputa entre las opciones que discutieron estos autores en su momento con los problemas que se desarrollaron a través de los ámbitos que irrumpieron en los regímenes de historicidad que el México contemporáneo reveló y que exigen ser revisitado con cierta profundidad. En otras palabras, es un libro que puede ser el comienzo de un debate sobre las dimensiones no económicas presentes en los fenómenos de la escasez y sus múltiples relaciones con las dimensiones no políticas de la democracia como sucede con ciertos “indicadores” como lo es ese fenómeno raro a los economistas (quizá porque no lo juzgan pertinente) de la voz y, en particular, la posibilidad de elaborar un umbral de opiniones “genuinas” y propias, que operen como elemento constitutivo y necesario del desarrollo en la dimensión de lo social en contextos de profundización del fenómeno de la democratización (Hirschman, 1995). REFERENCIAS Bobbio, N. (1980), “La democrazia e il potere invisibile”, Rivista italiana di scienza politica, año. 10, núm. 1, agosto. Bobbio, N. (2012), “El futuro de la democracia”, en N. Bobbio, El futuro de la democracia, México, FCE, séptima reimpresión. Cordera, R., y C. Tello (2011), México. La disputa por la nación. Perspectivas y opciones de desarrollo, México, Siglo XXI Editores. Covarrubias, I. (2009), “Rolando Cordera: decepcionante la democracia mexicana”, Metapolítica, vol. 13, núm. 67, noviembre-diciembre. Covarrubias, I. (2012), “Corrupción y formas desviadas de la política democrática en México. Un análisis de su pasado reciente”, Metapolítica, vol. 16, núm. 78, julio-septiembre. Descamps, C. (2012), “Interrogar al concepto de desarrollo”, Metapolítica, vol. 16, núm. 76, enero-marzo. Donolo, C., y F. Fichera (1981), Il governo debole. Forme e limiti della razionalità politica, Bari, De Donato.

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ISRAEL COVARRUBIAS

Esquivel G., y F. Hernández Trillo (2010), “La economía en México: perspectivas futuras”, en É. Ruiz Sandoval (ed.), México 2010: hipotecando el futuro, México, Taurus. Hansen, R. D. (1981), La política del desarrollo mexicano, México, Siglo XXI Editores, decimoprimera edición. Hirschman, A. O. (1970), Exit, Voice, and Loyalty. Responses to Decline in Firms, Organizations, and States, Cambrigde, Mass., Harvard University Press. Hirchman, A. O. (1995), “Opinionated Opinions and Democracy”, en A. O. Hirschman, A Propensity to Self-Subversion, Cambrigde, Mass., Harvard University Press. Pizzorno, A. (1985), “Sobre la racionalidad de la opción democrática”, en AA.VV. (1985), Los límites de la democracia, Buenos Aires, CLACSO. Schmitter, P. C. (1992), “¿Continúa el siglo del corporativismo?”, en P. C. Schmitter y G. Lehmbruch (coords.), Neocorporativismo I. Más allá del Estado y mercado, México, Alianza.

Strange, S. (2003), La retirada del Estado. La difusión del poder en la economía mundial, Barcelona, Icaria/Intermón Oxfam. Tirado, R., y M. Luna (1992), “El Estado y los empresarios. De la activación al repliegue político relativo”, en J. Alonso, A. Aziz Nassif y J. Tamayo (coords.), El nuevo Estado mexicano. Tomo III: Estado, actores y movimientos sociales, México, UdeG/CIESAS/ Nueva Imagen. Vernon, R. (1963), The Dilemma of Mexico’s Development. The Role of the Private and Public Sectors, Cambridge, Mass., Harvard University Press. Zaid, G. (2004), El progreso improductivo, en G. Zaid, Obras de G. Zaid, vol. 4, México, El Colegio Nacional. Zermeño, S. (2010), Reconstruir a México en el siglo XXI. Estrategias para mejorar la calidad de vida y enfrentar la destrucción del medio ambiente, México, Océano.

Bolívar Echeverría: VUELTA DE SIGLO* Luis Martínez Andrade**

E

n una de las postales esbozadas sobre Bolívar Echeverría, el finado José María Pérez Gay (2012: 431) sostenía que el siglo XXI sería el escenario de la última lucha de la moral universal. En ese sentido, y siguiendo los planteamientos de Walter Benjamin, Bolívar Echeverría estaba consciente de la devastadora marcha de la locomotora (progreso) de esta “modernidad realmente existente”, que al no ser interrumpida por la praxis revolucionara, nos conduce inexorablemente a la barbarie.1 Por su parte, Diana Fuentes (2012: 121) señala que la disyuntiva planteada, a principios del siglo XX, por la teórica comunista y militante polaca bajo la fórmula “socialismo o barbarie” era retomada por Echeverría: “no para profundizar sobre el contenido del socialismo, sino para dilucidar el significado o la lógica de la barbarie”. De ahí que, insiste Fuentes (2012: 125), “el discurso sólo puede ser radical si es estructuralmente crítico”. * Agradezco los valiosos comentarios de Diana Fuentes, por supuesto, los errores y debilidades del texto son de mi entera responsabilidad. ** Sociólogo y Candidato a Doctor en Sociología por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, París, Francia. Es autor de Religión sin redención. Contradicciones sociales y sueños despiertos en América Latina (México, Ediciones de Medianoche/Universidad Autónoma de Zacatecas, 2011). 1 Resulta interesante advertir que el epígrafe que figura en su artículo “El ángel de la historia y el materialismo histórico” (2005: 23-33; 2006: 117-129) reza así: “Al concepto de progreso hay que fundamentarlo en la idea de catástrofe. La catástrofe consiste en que las cosas ‘siguen adelante’ así como están. No es lo que nos espera en cada caso, sino lo que ya está dado en todo caso”. Huelga decir que Bolívar Echeverría no sólo fue uno de los traductores de Walter Benjamin sino también uno de sus principales intérpretes.

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Si bien es cierto que en algunos lugares de América Latina se están experimentando cambios —algunos profundos y otros no tan radicales—, en distintos niveles (políticos, económicos, culturales, etcétera), transformaciones que hace algunos decenios (por ejemplo, durante la época de la doctrina de la seguridad nacional y su prolongación en la larga noche neoliberal) serían inconcebibles, también es cierto el hecho de que no se ha roto aún con la dependencia (tanto teórica como material) al patrón de dominación neo-colonial. Y aunque se proclame a los cuatro vientos la puesta en marcha de un “Socialismo del siglo XXI”, por parte de algunos gobiernos denominados “progresistas”, resulta evidente que la dinámica del capital sigue marcando el tenor de las relaciones sociales existentes en el espacio latinoamericano. Actualmente, a través de la lógica extractivista y de la destrucción de la naturaleza (Telles Melo, 2010; Zibechi, 2012), la capacidad camaleónica del capitalismo oculta “el dogma de fe de los modernos”, esto es, “el modo capitalista de producir y reproducir la riqueza social no es sólo el mejor modo de hacerlo, sino el único posible en la vida civilizada moderna” (Echeverría, 2006: 261). Por tanto, si queremos romper con el continuum capitalista y abjurar de sus dogmas de fe, precisamos del arsenal teórico que autores como Echeverría nos legó, no para pavonearnos en las pasarelas académicas o para el solaz del sibarita, antes bien, para poder contribuir en el proceso de emancipación de los “vencidos de la historia”.

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LUIS MARTÍNEZ ANDRADE

ACERCA DEL AUTOR Bolívar Echeverría Andrade nació el 31 de enero de 1941.2 Aunque Echeverría es originario de Riobamba —capital de la provincia ecuatoriana de Chimborazo— su infancia transcurrió en Quito, lugar donde fue matriculado para asistir al Colegio Lasalle. Posteriormente, ya en la adolescencia, se cambió al Colegio Nacional Mejía. Es en esta escuela donde comienza su proceso de politización y “participa en la organización de movimientos y huelgas estudiantiles, en los que es un manifestante activo” (Gandler, 2007: 86). El descubrimiento de Miguel de Unamuno y, sobre todo de JeanPaul Sartre,3 fue fundamental para sus primeros años de formación intelectual. De hecho, nos dice Gandler, es por medio del filósofo francés que Echeverría se acerca al pensamiento de Martin Heidegger. La fascinación por Heidegger4 hizo que Echeverría tomara la decisión de partir a Alemania para estudiar con él. Sin saber alemán,5 Echeverría “se pone a aprender el alemán ‘como una fiera’ y trabaja en ello siete horas al día” (Gandler, 2007: 95). Aunque finalmente no logra estudiar con Heidegger, su “estancia alemana” es significativa porque lo hace testigo de los antecedentes del 686 berlinés y además lo acerca a la Teoría crítica de la Escuela de Frankfurt, veta analí2

Sobre los aspectos biográficos de este pensador nos apoyamos en el libro de Stefan Gandler (2007), que es un trabajo pionero en el abordaje de los aportes de Bolívar Echeverría.

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“Sartre fue muy muy importante. Para toda mi generación, Sartre fue importantísimo. Era una especie de modelo de cómo (sic) debe ser el intelectual”, citado en Gandler (2007: 89).

BOLÍVAR ECHEVERRÍA: VUELTA DE SIGLO

tica-crítica que lo acompañó hasta sus últimos días. Cabe mencionar que Echeverría no dejó de cultivar su interés por América Latina, ni mucho menos por el pensamiento crítico del Tercer mundo, representado en la figura de Frantz Fanon7 y del Che Guevara. En el verano de 1968, Echeverría deja Alemania para establecerse en la ciudad de México. Precisamente es en nuestro país donde Bolívar Echeverría escribió su legado intelectual. Asimismo, es por la vía de Adolfo Sánchez Vázquez que Echeverría obtiene un puesto de profesor adjunto en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. En 1974, Echeverría obtiene el grado de Licenciado con un trabajo sobre las Tesis de Feuerbach de Marx,8 donde aparece un reconocimiento a la interpretación del autor de El principio esperanza9 sobre “la constitución como totalidad de significación” de las Tesis. En una nota de pie, Echeverría ( 2011a: 15) escribe que: “Ernst Bloch ha sido el primero en reconocer la ganancia teórica que implica el tratar a todas las Tesis como un texto unitario y proponer un reordenamiento de las mismas capaz de mejorar la eficacia de su exposición”. Posteriormente, ya como catedrático universitario, Echeverría realizó un estudio profundo sobre la obra de Marx dando como resultado la publicación, a mediados de los ochenta, de su libro El discurso crítico de Marx. Sin embargo, la necesidad de refutar al marxismo ortodoxo o “de panfleto” cercano a las modas académicas de aquellos años,10 hace que Echeverría se interese en los aportes de la semiología y la lingüística con la finalidad de elaborar una “teoría materialista de la cultura”. Para Gandler (2007: 346):

4

“Entonces en ese sentido lo fascinante de Heidegger era su carácter revolucionario en el terreno de la filosofía. Y eso se conectaba obviamente con lo que prometía una revolución en esa época, a finales de los cincuentas, comienzos de los sesentas, que prometía también ser una revolución mucho más radical que la Revolución soviética, por ejemplo [...] Entonces, Heidegger y la Revolución cubana se conectan por este lado, por el lado del radicalismo”, citado en Gandler (2007: 91).

5

Nótese que Echeverría llega a Alemania en 1961 sin hablar la lengua y cuatro años después su dominio del alemán es admirable. Al respecto Pérez Gay (2012: 429) menciona que “Una tarde de abril de 1965, conocí a Bolívar Echeverría, compañero ecuatoriano, discutía apasionadamente sobre Martin Heidegger y el destino fatal de la filosofía alemana en el Seminario de Filosofía de la Universidad Libre de Berlín con nuestro profesor Hans Joachim Lieber —que había sido en el exilio profesor adjunto de Karl Mannheim y Norbert Elias. Me admiraba siempre su dominio de la lengua alemana, el alemán de Bolívar era perfecto” (cursivas nuestras).

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Amigo del líder estudiantil Rudi Dutschke, Pérez Gay (2012: 430) recuerda que éste se refería al filósofo ecuatoriano como Roter Front Bolivar “señalando con ese nombre su espíritu combativo”. Por su parte, Gandler (2007: 96-97) advierte que en las notas biográficas de Dutschke no aparece una mención a Bolívar Echeverría. Incluso apunta que: “Gretchen Dutschke, viuda de Rudi Dutschke, confirmaba en 1996 que hasta donde ella sabe tampoco existen textos publicados de Rudi Dutschke en los que éste mencione a Bolívar Echeverría. Que no aparezca Echeverría en la más reciente biografía de Rudi Dutschke, publicada por ella, lo justifica diciendo que existían ‘mejores documentos’ para otras historias relativas al trabajo de Dutschke sobre el Tercer Mundo, y que era necesaria una selección de textos”.

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A la pregunta planteada por Gandler (2007: 106) sobre la importancia de la “estancia berlinesa”, Echeverría responde que: “Yo comencé a cumplir todas las funciones —podría decirse— vitales, intelectuales, corporales en Berlín. Entonces ahí yo me conecté mucho con Rudi Dutschke, pero en una especie de diálogo entre el Tercer Mundo y los intelectuales del centro de Europa o algo así [se ríe]. Entonces nosotros, algunos compañeros latinoamericanos y yo, teníamos la Asociación de Estudiantes Latinoamericanos en Alemania, la AELA. Yo alguna vez fui presidente de la AELA. Teníamos reuniones en donde leíamos literatura, como por ejemplo Los condenados de la tierra de Frantz Fanon, u obras de Marcuse que nos prestaban Rudi Dutschke o Bernd Rabehl, que también estaba en el grupo. Entonces era una especie de seminario interno”.

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Redactadas en Bruselas en la segunda mitad de los años cuarenta del siglo XIX, las Tesis de Feuerbach fueron descubiertas en un viejo cuaderno de Marx por Engels en 1888 y para éste constituían “el primer documento donde fue puesto el germen genial de la nueva concepción del mundo”, Goldmann (1970: 153).

9 Sobre la importancia de la obra de Ernst Bloch en pensadores latinoamericanos de los años sesenta y setenta, véase Martínez y Meneses (2012). 10 Gandler (2007: 287-288) relata que recién llegado a México, en 1993, en una reunión con Bolívar Echeverría y Sánchez Vázquez, al preguntar sobre “las diversas corrientes teóricas marxistas en México, se produjo una unanimidad pocas veces vista entre los dos filósofos […] la cual consistió en que ambos describieron con ligera burla el ascenso y la caída del ‘althusserianismo’ mexicano, visto en esa conversación principalmente como un fenómeno académico pasado de moda”.

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“en esa medida, se halla dentro de la tradición marxista no dogmática el intento de Echeverría por ver un paralelismo entre el proceso de producción y el de comunicación, sobre todo, si se toma en cuenta que después del ‘linguistic turn’ [giro lingüístico] por parte de la filosofía idealista y la afín a ella, el concepto de espíritu o de razón fue sustituido, en general, por el de comunicación o de discurso”. Por su parte, cabe mencionar su importantísima labor como fundador y redactor de Cuadernos Políticos, revista publicada entre los años 1974 y 1990 por la editorial Era, contando con contribuciones de pensadores de la talla de Ruy Mauro Marini, Michael Löwy, Octavio Ianni, Andre Gunder Frank, Samir Amin, Sergio Bagú, Eric Hobsbawn, por mencionar sólo algunos, y que representó un espacio de diálogo y confrontación de las propuestas más destacadas del pensamiento crítico-marxista de aquellos años. “Quince tesis sobre modernidad y capitalismo” es la última contribución de Bolívar Echeverría en Cuadernos Políticos en su número 58 (octubre-diciembre de 1989). Aquí, el autor retoma el dilema planteado por Rosa Luxemburgo (socialismo o barbarie) para esbozar la posibilidad de una modernidad no capitalista. En la década de los noventa, en plena noche neoliberal pero con destellos de rebeldía protagonizados por los movimientos indígenas y campesinos de Latinoamérica, Echeverría publica Conversaciones sobre lo barroco (1993); Modernidad, mestizaje cultural y ethos barroco (1994); Las ilusiones de la modernidad (1995); Valor de uso y utopía (1998); y La modernidad de lo barroco (1998). De esos años son sus preocupaciones sobre los distintos ethos sociales. Incluso, Carlos Antonio Aguirre Rojas (2012: 41) reconoce que: “apoyándose entonces, para esta nueva teoría sobre la modernidad de América Latina, en el importante concepto del mestizaje cultural y también en la teoría de los diferentes ethe históricos, Bolívar construye, en los años noventa del siglo pasado, un modelo de explicación de la historia de América Latina, que al mismo tiempo que supera a las explicaciones que veinticinco o treinta años atrás habían dado los autores latinoamericanos de la teoría de la dependencia, abre también diversas y sugerentes pistas para la explicación de América Latina más actual”. Debemos mencionar que en La modernidad de lo barroco, retoma algunos planteamientos de la semiótica europea (por ejemplo, los de Omar Calaberese, semiólogo italiano, de quien Echeverría reconoce “el refinado método de su ‘formalismo riguroso’”) pero los enriquece desde una perspectiva marxista tomando como eje la contradicción irresoluble entre “valor de

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uso” y “valor”. Publicado en 1987, L’età neobarocca intentaba dar cuenta de la característica o impronta que definía la época de finales del siglo XX, y a ese rasgo distintivo, Calabrese lo calificó como neo-barroco11. Sin embargo, Echeverría plantea la necesidad de entender la relación entre el “hecho capitalista” y el cuádruple ethos de la modernidad. Al respecto, aduce que: “La actualidad de lo barroco no está, sin duda en la capacidad de inspirar una alternativa radical de orden político a la modernidad capitalista que se debate actualmente en una crisis profunda; ella reside en cambio en la fuerza con que se manifiesta, en el plano profundo de la vida cultural, la incongruencia de esta modernidad, la posibilidad y la urgencia de una modernidad alternativa. El ethos barroco, como los otros ethe [realista, clásico y romántico] modernos, consiste en una estrategia para hacer ‘vivible’ algo que básicamente no lo es: la actualización capitalista de las posibilidades abiertas por la modernidad” (Echeverría, 2011b: 15). La década siguiente, Echeverría publica La mirada del ángel: en torno a las “Tesis sobre la Historia” de Walter Benjamin (una excelente compilación de textos sobre la obra del filósofo alemán); La americanización de la modernidad; Modernidad y blanquitud y Vuelta de siglo (libro que le mereció en 2007 el “Premio Libertador al Pensamiento Crítico”). Bolívar Echeverría muere en la ciudad de México el 5 de junio de 2010 dejando un legado teórico sin paragón. De ahí que resulte fundamental estudiar las ideas-fuerza de este filósofo latinoamericano que no claudicó a las entelequias de los ideólogos del capital ni se incorporó a las filas de la social-democracia. VUELTA DE SIGLO Compuesto por quince textos, Vuelta de siglo fue publicado 2006. Aunque dicha obra parece no tener una unidad temática, se perciben los intereses de las últimas dos décadas del filósofo: la obra de Marx, el concepto de cultura, el inacabamiento de la Conquista y el ethos barroco. Destaca además la preocupación de lo político y de la política como expresión de la forma social hegemónica y ya desde el prólogo, el autor nos advierte sobre el “ahogamiento de la democracia representativa por los mass media o la ca11

La primera edición de este libro apareció en 1987, posteriormente se publicó una segunda edición en 1989, que es la que aparece en la bibliografía de Echeverría y es también con la que nos apoyamos. Dentro de los rasgos o “aire de familia” de la época neo-barroca, Calabrese identifica: el eclecticismo, el grado cero de la cultura, la incertidumbre, el exceso y el fragmento.

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LUIS MARTÍNEZ ANDRADE

ducidad y el reciclamiento transnacional del Estado nacional” (Echeverría, 2006: 11). Precisamente en este acápite nos centraremos en esta cuestión. Debemos considerar que Bolívar Echeverría fue un filósofo marxista y “un teórico del comunismo” (Fuentes, 2012: 123). Por lo tanto, no se debe tratar de soslayo el punto epistémico desde el que aborda las cuestiones tanto filosóficas como materiales pues tergiversaríamos y neutralizaríamos su pensamiento. Frente al ascenso de la barbarie global, Echeverría refrenda la urgencia de una “defensa de la secularización de lo político”, es decir, postula la necesidad de romper con la pseudo-concreción de la sociedad capitalista, pues ésta se funda sobre una deidad profana: el valor que se auto-valoriza. Efectivamente, el fracaso de la “modernidad realmente existente” se expresa no sólo en la reproducción ad nauseam de la “escasez económica absoluta” sino también en las diversas modalidades (democracia burguesa, pensamiento liberal, por mencionar algunas) en que la sociedad no logra una concreta emancipación. Es por ello que Echeverría recurre a la teoría del fetichismo de Marx para develar el carácter religioso de la modernidad.12 Desde esa perspectiva, el capitalismo es concebido como una religión13 que cuenta con sus dogmas de fe. Puede decirse, por ello, que la práctica de la desacralización o secularización liberal ha traído consigo la destrucción de la comunidad humana como polis religiosa, es decir, como esa ecclesia o asamblea de creyentes que, desconfiada de su capacidad de autogestión, resolvía los asuntos públicos, a través de la moralidad privada mediante la aplicación de una verdad revelada en el texto de su fe. Pero no lo ha hecho para reivindicar una polis “política”, por decirlo así, una “ciudad” que actualice su capacidad autónoma de gobernarse, sino para reconstruir la comunidad humana nuevamente como una ecclesia o asamblea de creyentes, sólo que esta vez como una ecclesia virtual, imperceptible, que, a más de desconfiar de su propia capacidad de convocación re-ligadora o “política”, llega incluso a prescindir de la sacralidad del texto de su fe […] Se trata de una ecclesia 12

“Hay que observar que aquí [El Capital] que el uso que hace Marx del término ‘fetichismo’ no es en verdad un uso figurado […] La mercancía no ‘se parece’ a un fetiche arcaico: es también un fetiche, sólo que un fetiche moderno, sin el carácter sagrado o mágico que en el primero es prueba de una justificación genuina” (Echeverría, 2006: 45).

13 “En efecto, según él [Marx], lo que la modernidad capitalista ha hecho con Dios no es propiamente ‘matarlo’, sino sólo cambiarle su base de sustentación y, con ella, su apariencia” (Echeverría, 2006: 44). Por otra parte, cabe señalar que la temática de concebir al “capitalismo como religión y como iglesia de Mammón” (expresión que aparece en el Thomas Müntzer de Ernst Bloch) será retomada tanto por Walter Benjamin como por los teólogos de la liberación (Assmann y Hinkelammert, 1989).

BOLÍVAR ECHEVERRÍA: VUELTA DE SIGLO

que presupone que la sabiduría de ese texto revelado se encuentra quintaesenciada y objetivada en el carácter mercantil que corresponde “por naturaleza” a la “marcha de las cosas”. Es una ecclesia cuyos fieles, para ser tales, no requieren otra cosa que aceptar en la práctica que es suficiente interpretar y obedecer adecuadamente en cada caso el sentido de esa “marcha de las cosas” para que los asuntos públicos resuelvan sus problemas por sí solos (Echeverría, 2006: 48).

De lo anterior, observamos que para el filósofo ecuatoriano, la política liberal está sometida a una religiosidad moderna y, por consiguiente, la ecclesia-nación no es más que una comunidad abstracta de propietarios privados, esto es, la suma de individuos a-sociales. A esta consideración del carácter fetichizado de lo político se suma otra, la del sujeto pseudonatural: el Estado moderno. Y aunque históricamente el Estado ha beneficiado al régimen de acumulación, en la fase neoliberal, dicha entidad se reconfiguró “para servir ahora para mantener a raya, dentro de las fronteras establecidas, a todos aquellos humanos que no pueden todavía (o nunca llegarán a poder) integrarse en la comunidad del nuevo Estado trans y posnacional de autoafirmación puramente civilizatoria” (Echeverría, 2006: 154). Puesto que el carácter de clase no deja de impregnar la composición y constitución del Estado moderno, observamos que, en la fase neoliberal del capitalismo, la burguesías nacionales se ven superadas por el poder del capital transnacional. Sobre este particular, precisamos repensar las categorías clásicas de la política a la luz de este nuevo siglo. Por citar un ejemplo, pensemos en la definición canónica de Estado-moderno propuesta por Max Weber (1979: 92) como una “asociación de dominación con carácter institucional que ha tratado, con éxito, de monopolizar dentro de un territorio la violencia física legítima”, sin embargo, en la fase de mercantilización de las actividades sociales vemos, no sin estupor, la adjudicación de ese “monopolio” a las fuerzas del mercado (cárceles privadas, mercenarios, seguridad privada, etcétera). Por otra parte, Echeverría aborda el tópico de la violencia como instrumento de la política. Para ello, propone la noción de “violencia dialéctica” o “de transcendencia” —cercana al concepto de violencia divina de Walter Benjamin, sea dicho de paso— que refiere al instante donde se rompe con el continuum insoportable de la forma capitalista. Frente a la violencia fundamental de la modernidad capitalista, “la violencia dialéctica” es —y aquí el autor se apoya en Lukács— la rebeldía de la forma natural de la vida contra “la dicta-

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dura del valor autovalorizándose” (Echeverría, 2006: 78-79). La “violencia dialéctica” es pues aquella que sacude el orden de la “marcha de las cosas”, el acto mesiánico de los procesos revolucionarios que se han dado —y continuaran irrumpiendo— a lo largo de la larga noche de la modernidad capitalista. No es fortuito que Vuelta de siglo se cierre con el capítulo “¿Ser de izquierda, hoy?” donde, ya identificado el enemigo de clase, el autor nos exhorta a completar la Revolución francesa, en otras palabras, “resolver el problema de la proprieté, eliminar el capitalismo, el principal estorbo para alcanzar una fraternité básica, sin la cual tanto la liberté como la égalité se vuelven ‘puras quimeras’” (Echeverría, 2006: 263). Por supuesto que las cuestiones planteadas por Echeverría no se agotan aquí ya que sus sugerencias sobre la pérdida de la función de la alta cultura, del papel del homo legens, de la trascendencia del Manifiesto comunista, del “paradigma indiciario” esbozado por Carlo Ginzburg, del carácter barroco de El laberinto de la soledad de Octavio Paz son sumamente interesantes. Sin embargo, y aunque apunta que el proceso de mestizaje (sobre todo el que se inició en el siglo XVII) va a fracasar (Echeverría, 2006: 245) se percibe una cierta celebración a la estrategia de mestizaje o “juego de códigofagia” como tendencia que se contrapone al apartheid de los colonizadores; por nuestra parte, y aquí coincidimos con la postura de Silvia Rivera Cusicanqui (2012) para quien el mestizaje es un constructo ideológico hegemónico patriarcal y colonial ya que, a través del “mito del mestizaje” y de la construcción discursiva e ideológica del “ciudadano”, los pueblos indígenas fueron excluidos del espacio público. Incluso, parte de la izquierda llegó a reproducir los mismos estereotipos racistas y sexistas dando como resultado un sistemático aislamiento de los indígenas. Sin desligar la cuestión de “raza” con la de “clase”, Rivera Cusicanqui da cuenta del discurso sobre el mestizaje y cómo opera en un país andino, en este caso, Boli-

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via. Huelga decir que este comentario no demerita la obra de Echeverría sino que posibilita un diálogo fructífero con su pensamiento. Suponemos que él, así lo hubiera querido. REFERENCIAS Aguirre Rojas, C. A. (2012), “Bolívar Echeverría: in memoriam”, en D. Fuentes, I. García y C. Mendoza (comps.), Bolívar Echeverría: crítica e interpretación, México, Itaca. Assmann, H. y F. Hinkelammert (1989), A idolatria do mercado. Ensaio sobre economia e teologia, San Pablo, Vozes. Calabrese, O. (1989), L’età neobarocca, Roma-Bari, Laterza. Echeverría, B. (2005), La mirada del ángel: en torno a las “Tesis sobre la Historia” de Walter Benjamin, México, Era/UNAM. Echeverría, B. (2006), Vuelta de siglo, México, Era. Echeverría, B. (2011a), El materialismo de Marx: discurso crítico y revolución, México, Itaca. Echeverría, B. (2011b), La modernidad de lo barroco, México, Era. Fuentes, D. (2012), “Desfaciendo entuertos: libertad y revolución en la obra de Bolívar Echeverría”, en D. Fuentes, I. García y C. Mendoza (comps.), Bolívar Echeverría: crítica e interpretación, México, Itaca. Gandler, S. (2007), Marxismo crítico en México: Adolfo Sánchez Vázquez y Bolívar Echeverría, México, FCE/UNAM. Goldmann, L. (1979), Marxisme et sciences humaines, París, Gallimard. Martínez Andrade, L. y J. M. Meneses (2012), Esperanza y utopía. Ernst Bloch desde América Latina, México, Taberna Libraria. Pérez Gay, J. M. (2012), “Bolívar Echeverría (1941-2010) ”, en D. Fuentes, I. García y C. Mendoza (comps.), Bolívar Echeverría: crítica e interpretación, México, Itaca. Rivera Cusicanqui, S. (2012), Violencias (re)encubiertas en Bolivia, Santander, Otramérica. Telles Melo, J. A. (2010), Direito Ambiental, Luta Social e Ecossocialismo, Fortaleza-CE, Demócrito Rocha. Weber, M. (1979), El político y el científico, Madrid, Alianza. Zibechi, R. (2012), Brasil Potencia: entre la integración regional y un nuevo imperialismo, Málaga, Baladre/Zambra.

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ARNALDO CÓRDOVA: LA DOBLE ESTRUCTURACIÓN DEL PODER POLÍTICO EN MÉXICO

Arnaldo Córdova: LA DOBLE ESTRUCTURACIÓN DEL PODER POLÍTICO EN MÉXICO

de los derechos de propiedad y laborales. Lo que fundamenta esta decisión es la posibilidad de cohesión de la nación. Sin embargo, para alcanzarla, fue necesario restringir la libertad de las fuerzas económicas nacionales y extranjeras. Por eso, Arnaldo Córdova dice que: El nuevo poder de decisión que se otorga al Estado, y especialmente al Ejecutivo, en virtud de los artículos 27 y 123 de la Constitución. En particular, el primero de ellos no sólo constituyó desde siempre un arma poderosísima para desmantelar el sistema propietario fundamental del porfirismo, levantado principalmente sobre la propiedad de la tierra, y no sólo ha sido, desde su aplicación más o menos intensiva, a partir de Obregón, un medio formidable para extender y consolidar el mercado interno nacional; sino además, y sobre todo, este artículo ha puesto en manos del Ejecutivo un instrumento discrecional para convertirse en director o cuando menos en verdadero árbitro de los sectores urbanos o por lo menos de la producción. Junto con el artículo 28 que prohíbe que los monopolios y los estancos, ha servido de base para la institucionalización de la economía y para la imposición del proyecto nacional de desarrollo surgido de la revolución (Córdova, 2003: 19).

Cristhian Gallegos Cruz*

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n este artículo desarrollaré una serie de argumentos sobre la obra de Arnaldo Córdova, La formación del poder político en México publicada por Era en 1972.1 El libro se encuentra dividido por una introducción y cinco capítulos. El primer capítulo se llama “La constitución del gobierno fuerte”; el segundo, “¿Revolución o reforma?”; el tercero, “Colaboracionismo de clases y populismo”; el cuarto, “El fenómeno del presidencialismo”; por último, “Desarrollo y dependencia”. La obra nos da la oportunidad de buscar en el pasado los anclajes2 que permitieron al Estado posrevolucionario establecerse como el eje rector de la política y economía de México durante el siglo XX. Retomar el texto de Córdova facilita comprender el poder de manera horizontal (relación elite política-militar) y vertical (relación Estado-sociedad) que determinó el proceso de estructuración organizacional de las instituciones. La tesis del libro establece que la redefinición de las reglas del poder posibilitó construir un Estado fuerte, capaz de definir los límites y tiempos de la actividad económica, social y política de México. Para Córdova el punto de origen del poder lo fue * Universidad Autónoma de la Ciudad de México. 1

Para este trabajo utilizo la vigésima sexta reimpresión de la obra y que correspondiente a 2003. 2

Por anclajes podemos entender al conjunto de facultades constitucionales, estructura económica, redes de intermediación entre intereses de diverso tipo y poder político.

la Constitución de 1917, las reformas que de ella emanaron permitieron crear una red de asociaciones3 que son las bases del poder político. Con ello comenzó a evidenciarse la necesidad de modernizar a la economía mexicana para situarla en el mundo, es decir, permitir “la transformación de México de país dependiente y mercantil en país dependiente y capitalista” (Córdova, 2003: 11). En la época reciente, la palabra “dependencia” compondrá una parte del léxico político mexicano por el hecho de evidenciar la sujeción de los actores políticos al Estado, así como la subordinación de este al poder del imperio norteamericano. Si vinculamos la propuesta sobre el origen del poder con el tema de la dependencia, estamos en posición de adentrarnos al pensamiento del autor. Comencemos por explicar la importancia de la Constitución. El fin de la revolución trajo consigo la necesidad de establecer un nuevo orden político capaz de romper con las prácticas realizadas durante el régimen de Porfirio Díaz. De este modo, la prioridad de normar el poder pasó por limitar su alcance. No obstante, dice el autor, “la Constitución ha sido desde un principio un formidable instrumento de poder” (Córdova, 2003: 16), en virtud de que le confiere al Estado la potestad 3 Las redes de asociaciones son confederaciones campesinas, sindicatos obreros, partidos políticos, intelectuales, pintores, militares.

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Sin duda éste es un aporte de Arnaldo Córdova, ya que la apropiación de los medios de producción era una necesidad base para promover el capitalismo incipiente que en México había existido desde finales del siglo XIX, mientras que la protección de los derechos laborales, así como la propiedad de la nación, únicamente fungían como elementos que posibilitaron la funcionalidad del sistema, es decir, la producción de riqueza. Las aspiraciones de crecimiento económico para México están fundadas en la centralidad del poder. Lo resultante es la influencia de la política en la economía. Por tal motivo, para alcanzar los objetivos se despliega un proyecto nuevo de nación que tuvo gran éxito al apoyarse en “la reforma y el nacionalismo revolucionario”.4 La primera, dio lugar a prácticas de incorporación política sobre sectores que no eran considerados importantes, como los campesinos y los obreros. La segunda cimentó sus raíces en la concepción de la herencia

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histórica.5 Lo que pone en evidencia este fenómeno es que, “las reformas sociales devinieron de inmediato el marco ideológico en el que las nuevas instituciones se iban a desarrollar, y lo que aún es más importante la base […] sobre la que se iba levantar toda el armazón del colaboracionismo social posrevolucionario” (Córdova, 2003: 21). Ahora bien, es conveniente revisar las redes del colaboracionismo social6 partiendo del eje de ruptura, es decir, la revolución. Comencemos por la afirmación que hace Córdova: “una revolución política no implica una transformación revolucionaria de las relaciones de propiedad sino únicamente su reforma” (Córdova, 2003: 25). Propiedad y reforma son dos palabras clave. La propiedad permite diferenciar entre los que poseen y los desposeídos. Poseer pone de manifiesto la pertenencia a algo, estar cerca de alguien. Los campesinos poseen tierras en la medida de su riqueza, poseen identidad porque forman parte de una historia. En México, el campesino es el desposeído histórico, siempre se encuentra bajo la voluntad de un “Otro”, en este caso, el Estado. La reforma, por su parte, siempre ha pretendido corregir. Pero en nuestro país corregir tal vez sea proporcional a minimizar daños. Tomemos por ejemplo el periodo en la historia de México denominado “Reforma”: lo que distingue ese tiempo no es la enmendadura del daño sino su proyección a futuro. Por ello, decir que “la revolución no es más que una reforma” es pensar en la integración de los sujetos para formar una nación con la finalidad de garantizar su pertenencia. En este proceso de integración las masas se van añadiendo al aparato gubernamental perdiendo autonomía política en ciertos aspectos, pero ganando algunos beneficios sociales y económicos. Para comprender el fenómeno de la integración, es preciso señalar que la inversión de las posiciones políticas determina el significado de la revolución. Los vencedores adjetivarán a la Revolución como popular y social. En cambio, Córdova dirá que esas atribuciones son incorrectas, pues para llamarse popular se necesita de una clase trabajadora (Córdova, 2003: 26), en la que su “participación independiente […] pueda imponer una solución en 5

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Hablar del nacionalismo durante los primeros años del siglo XX fue significativo si tomamos en cuenta que después de la revolución hay que “inventar” una nueva nación a partir del discurso de los vencedores. Con relación al nacionalismo, Roger Bartra (2006: 69-70) dice que: “El nacionalismo es la transfiguración de las supuestas características de identidad nacional al terreno de la ideología. El nacionalismo es una tendencia política que establece una relación estructural entre la naturaleza de la cultura y las peculiaridades del Estado”.

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La herencia histórica de México es la preconcepción de la nación en la que los procesos de ruptura integran una historia evolucionista de la sociedad mexicana. La Conquista, Independencia y Revolución son las tres principales referencias de crecimiento de la nación.

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Si bien Córdova habla de colaboracionismo social no define en su trabajo qué significa; no obstante, haciendo una paráfrasis de su obra podemos decir que es la relación de mutua ayuda entre el gobierno posrevolucionario y aquellas partes organizadas que buscando mejorar sus condiciones económicas y sociales actúan en favor del gobierno.

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la transformación social” (Córdova, 2003: 29). Por su parte, el aspecto social “lo concibieron como el modo de mejorar la situación de las clases trabajadoras, estableciendo un equilibrio más justo entre los dos factores de la producción, el capital y el trabajo” (Córdova, 2003: 32). Esto nos ejemplifica que la estructuración de instituciones por las cuales se canalizarán los beneficios que recibirán las organizaciones obreras y campesinas por los favores hechos. En efecto, esta práctica todavía se conserva: decrece en los momentos de estabilidad política; se intensifica en los tiempos de crisis. Según Córdova, la manera acertada de llamar a la revolución es populista. Dos características son importantes para designarla: la movilización de masas y el clientelismo. Movilizar a las masas es poner en público las fuerzas que se tienen. Movilizar es también poner en acción una actividad, a muchas organizaciones gremiales y políticas que funcionan como medios de obstrucción y/o ayuda,7 es decir, cuando no cumplían con las funciones asignadas o cuando quisieran salirse de la estructura política otra organización serviría para minimizarlo o desaparecerlo. La imagen que representan las organizaciones es, por un lado, la lealtad y los lazos que los unen directamente. Por el otro, la demostración del poder. Es indudable que esta tensión permanente entre los “gobernados y gobernantes desarrollaban dentro del mismo marco jurídico y político sus relaciones; cada elemento social comenzó a desempeñar su papel por su cuenta, pero guardando siempre una estrecha relación con el Estado, y sobre todo, con el presidente” (Córdova, 2003: 36). En este contexto se vuelve necesaria la concepción de fabricar una institución con el objetivo de subsistir. Al respecto vale la pena citar un fragmento del discurso emitido por Emilio Portes Gil en 1928: Después de muchas reflexiones sobre la grave situación que se ha creado como consecuencia de la inesperada muerte del general Obregón, he meditado sobre la necesidad de crear un organismo de carácter político, en el cual se fusionen todos los elementos revolucionarios que sinceramente deseen el cumplimiento de un pro7

Un ejemplo claro lo proporciona Córdova (2003: 36): “El general Obregón, como se sabe, no sólo se benefició del apoyo que el elemento militar le otorgó en su lucha contra Carranza, sino, de manera fundamental, de la ayuda que le prestó la organización sindical más fuerte por entonces, la CROM, capitaneada por Luis N. Morones. En arreglos con Obregón, Morones fundó el Partido Laborista con el único fin de apoyarlo en la lucha electoral. Posteriormente cuando Obregón llegó a la presidencia de la República, Morones y algunos de sus colaboradores fueron designados ministros o jefes de importantes organismos”.

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grama y ejercicio de la democracia. Durante más de 15 años, nos hemos debatido, los revolucionarios, en luchas estériles por encontrar la fórmula para resolver los problemas electorales. Todo ha sido inútil. Hemos visto que las condiciones incontenidas de muchos han arrastrado al país a luchas armadas que nos desprestigian y que nos convencen que hemos errado el camino. Yo creo que la organización de un partido de carácter nacional servirá para constituir un frente revolucionario ante el cual se estrellen los intentos de la reacción. Se lograría a la vez encauzar las ambiciones de nuestros políticos disciplinándolos al programa que de antemano se aprobará. Con tal organismo se evitarán los desordenes que se provocan en cada elección y poco a poco, con el ejercicio democrático que se vaya realizando nuestras instituciones irán fortaleciéndose hasta llegar a la implantación de la democracia (citado en Córdova, 2003: 38).

La idea central del discurso es el orden. Formar un sitio desde el cual se distribuya el lugar que le corresponde a cada miembro de la “familia revolucionara” es por demás un tratamiento innovador. La razón de fundar una institución es para dar certidumbre. Pensar al caudillo como jefe de la institución nos sugiere poner en evidencia a quien desempeña el poder de manera personal con el deseo de crear una identidad. Hacer que las fuerzas revolucionarias conozcan su homogeneidad permite ampliar los márgenes de identificación, cohesión, así como adecuación a la institución para su actividad. La política que se pretende utilizar en el interior de la organización es el de la negociación. La dirección (democrática o autoritaria) es irrelevante mientras que la disciplina de partido marche conforme a los objetivos. Con esta institución se pretende evitar la separación de las fuerzas armadas. De este modo, en 1929 nace el Partido Nacional Revolucionario (PNR)8 que, en realidad, permite que la política se enfoque a la expansión de los aparatos burocráticos y empresariales.9 Después de la creación del PNR, tenemos su transformación semántica, ya que con Lázaro Cár8

Para Cosío Villegas (1981: 35) el PNR buscaba: “contener el desgajamiento del grupo revolucionario; instaurar un sistema civilizado de dirimir las luchas por el poder y dar un alcance nacional a la acción política administrativa para lograr las metas de la Revolución Mexicana”.

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Estos dos actores establecerán parámetros de acción con el gobierno posrevolucionario al grado de ser dependientes. Sin embargo, estas fuerzas influirán notablemente para que el Estado no logre cumplir con su proyecto de nación. Los burócratas obstaculizaran la efectividad de las políticas públicas, mientras que los empresarios (algunos enriquecidos desde la política) antepondrán sus intereses de crecimiento económico para desplazar al Estado. Hoy esta inversión es más que evidente, nadie podrá negar que la configuración de las decisiones económicas colonizan las decisiones políticas.

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denas ahora se llamará Partido de la Revolución Mexicana (PRM). Para el autor, el periodo cardenista es fundamental, debido a que la materialización de la política promovida por Cárdenas desencadenará la consolidación del Estado posrevolucionario y el ascenso de los nuevos ricos. En este sentido, la estrategia que lo permite es la reforma. La expropiación petrolera y la reforma agraria tendrán consecuencias políticas importantes, ya que permitieron el corporativismo. A diferencia de lo ocurrido con la creación del PNR, el corporativismo pretendía ser una extensión del partido oficialista donde los grupos obreros y campesinos pudieran encauzar sus demandas. Al mismo tiempo, existe una inversión importante en la función de los caudillos, ya que dejan las armas para integrarse a la política y desde ahí prolongar su crecimiento económico. Esto demuestra que “la negociación de demandas se lleva a cabo a nivel de dirigentes y sin saltar por ningún concepto los marcos institucionales establecidos” (Córdova, 2003: 43). La consolidación del régimen posrevolucionarios fue posible gracias a la institucionalización del “presidencialismo” (Córdova, 2003: 48). Córdova dice que el presidencialismo es una consecuencia de la modernización, es decir, es un forma de hacer política que se diferencia del caudillo porque no utiliza las armas para alcanzar el poder, sino funda su fuerza en la Constitución y en su capacidad de negociación política con diversos grupos organizados que son de importancia. El presidencialismo mexicano, se caracteriza por la noción de que “El presidente lo podía todo” (Córdova, 2003: 59). Para explicar el alcance del presidencialismo, Córdova nos dice: ¿cómo es posible, entonces, que el poder institucional opere sobre la base de este tipo de dominación? Nos parece que éste es el punto en el que se cifra el secreto profundo del sistema político mexicano: en primer lugar, este sistema aparece como alianza institucionalizada de grupos sociales organizados como poderes de hecho; en segundo lugar, el presidente ha sido promovido constitucionalmente con poderes extraordinarios permanentes; en tercer lugar, el presidente parece como árbitro supremo a cuya representatividad todos los grupos someten sus diferencias y por cuyo conducto legitiman sus intereses; en cuarto lugar, se mantiene y se estimula en las masas el culto, no sólo a la personalidad del presidente, sino al poder presidencial; en quinto lugar, se utilizan formas tradicionales de relación personal, el compadrazgo y el servilismo, como formas de dependencia y control del personal político puesto al

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servicio del presidente y de la administración que encabeza. Sobre la marcha, casi siempre de modo espontáneo, se ha llegado a organizar la maquinaria política cuyo poder no es posible siquiera imaginar y cuya efectividad se ha demostrado a lo largo de más de treinta años (Córdova, 2003: 61).

La última dirección de análisis aborda la conjunción del proyecto de nación posrevolucionario a través de la cuestión de la industrialización. Para comenzar, existe una regla fundamental: “la política determina la economía” a partir de dos características; primero, el monopolio de las principales fuentes de riqueza está a cargo del Estado; segundo, el mercado no impone las condiciones en las que se desarrollará la política. Comencemos por explicar la primera característica. En efecto, la política económica del Estado mexicano es la de intervenir —no en la concepción keynesiana— con la finalidad de “promover de un modo específico el interés de una clase, la clase capitalista” (Córdova, 2003: 62). Esta situación produjo una clara diferenciación entre las masas y los empresarios. A las masas se le otorgan los residuos del crecimiento económico, a los empresarios se les disputa la riqueza. El Estado pondrá en práctica su carácter exclusivo de agente de obstrucción y director de la economía por el poder que le otorga poseer la propiedad, especialmente, el petróleo. Esta fuente natural de riqueza será la base del desarrollo capitalista, ya que permite que México ingrese a la economía mundial y esté sujeto a las leyes del mercado, pero también a la fuerza de imposición de Estados Unidos. Alcanzar al mundo se volvió desde entonces una aspiración para la sociedad mexicana. Por otro lado, la modernización de sus medios de producción son insuficientes, aunque en aquel momento los ingresos del petróleo permitieron el robustecimiento del sector público. Conjuntamente la estabilidad que tuvo el régimen posrevolucionario se debió a que “la participación política, en un sistema cuasicorporativo como el nuestro, pueda ser medida a través de la simple función electoral” (Córdova, 2003: 67). El crecimiento económico estableció que mientras la economía fuera abundante, la estabilidad política se garantizaría aunque los derechos políticos fuesen disminuidos. En cambio, “la distribución del ingreso no basta para definir una educación cívica de tipo democrático en los ciudadanos, mientras los presupuestos del sistema no sean cambiados a fondo (Córdova, 2003: 67). La política que desarrolló el presidente propagó un efecto nocivo para la cultura política de la sociedad mexicana porque instaló una

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serie de prácticas degenerativas a nivel social, político y económico. La estabilidad política dependerá de la estabilidad económica. Una economía mundial que está a la expectativa de la acción de los países desarrollados no tiene componentes favorables para impulsar su crecimiento como país subdesarrollado. La instalación del sistema político mexicano con tientes autoritarios es un hecho que pasó desapercibido para la sociedad de aquellos años. Para finalizar, se puede decir que la reforma parece seguir imperando como condicionante de las relaciones de poder en nuestro presente. Tenemos al menos cuatro reformas importantes en nuestros días: energética, fiscal, educativa y política. La dimensión que toma cada una se determina por la cantidad de “afectados y beneficiados”. Al parecer, con las reformas se pretende extinguir las viejas prácticas clientelares para arraigar otras menos condicionantes. Las corporaciones han sido reducidas drásticamente. El brazo del Estado posrevolucionario se disolvió a la luz del nuevo siglo. La centralidad del

poder se dispersó. El gobierno autoritario se desfiguró para dar paso a la adjetivada democracia que no ha logrado estabilizarse. El Estado fracasó en su intento por industrializar al país; ahora el mercado rige la economía pero también la política. Nuestra noción de modernización parece ser inalcanzable. Al parecer, la Constitución se ha vuelto un problema para México porque no permite la funcionalidad del régimen. Sin embargo, a la luz del primer cuarto de siglo XXI estamos a la expectativa de un cambio proveniente de la sociedad. REFERENCIAS Córdova, A. (2003), La formación del poder político en México, México, Era. Cosío Villegas, D. (1981), El sistema político mexicano. Las posibilidades de cambio, México, Joaquín Mortiz. Bartra, R. (2006), “Sangre y tinta del kitsch tropical”, en I. Semo (coord.), La memoria dividida. La nación: íconos, metáforas, ritual, México, Fractal-CONACULTA.

Miguel León-Portilla:

EL LABERINTO DE LOS VENCIDOS O LA VISIÓN DEL OTRO Gerardo Martínez Hernández* Americanos Cuenta la historia oficial que Vasco Núñez de Balboa fue el primer hombre que vio desde una cumbre de Panamá, los dos océanos. Los que allí vivían, ¿eran ciegos? ¿Quiénes pusieron sus primeros nombres al maíz y a la papa y al tomate y al chocolate y a las montañas y ríos de América? ¿Hernán Cortés, Francisco Pizarro? Los que allí vivían, ¿eran mudos? Lo escucharon los peregrinos de Mayflower: Dios decía que América era la tierra prometida. Los que allí vivían, ¿eran sordos? Después, los nietos de aquellos peregrinos del norte se apoderaron del nombre y de todo lo demás. Ahora, americanos son ellos. Los que vivimos en las otras Américas, ¿qué somos? Eduardo Galeano, Espejos. Una historia casi universal.

A

mediados del siglo pasado, después de que los ánimos de violencia de la Revolución se habían apaciguado, diluyéndose en una vacua dialéctica que dio justificación a la conformación unilateral y modernización del Estado mexicano, hubo el empeño de algunos intelectuales por realizar un análisis sobre el ser del mexicano, quien parecía mantenerse al margen de su historia y, por ende, de su consciencia histórica. El laberinto de la soledad (1950) de Octavio Paz es sin duda el texto por antonomasia de esta cuestión. No obstante, existen algunos otros ensayos que intentaron dar una explicación a la personalidad del mexicano, antes y después que Paz. Dichos textos no llamaron tanto la atención porque insistían en cuestiones que el dis-

* Doctor en Historia por la Universidad de Salamanca, España. Es autor de La medicina en la Nueva España, siglos XVI y XVII. La consolidación de los modelos institucionales y académicos (México, Instituto de Investigaciones Históricas-UNAM, 2014).

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curso marmóreo y anacrónico de la historia oficial, la cual fue engendrada por el sistema hegemónico imperante en el México del siglo XX, buscaba ocultar. Anterior a la aparición de la serie de ensayos que buscaron definir e identificar al mexicano a la mitad del siglo XX está la obra decimonónica Los mexicanos pintados por sí mismos (1854), de Hilarion Frías y Niceto de Zamacois, la cual partía de dos vertientes literarias de su época: del romanticismo europeo, que tenía una amplia difusión entre los círculos literarios mexicanos y que favoreció el desarrollo del costumbrismo, y de la presencia de imágenes de carácter popular que se venían usando desde el periodo colonial. Esta obra se inscribe en el reforzamiento que el romanticismo daba al nacionalismo y que en México se vio consolidado por el costumbrismo, el cual, al mismo tiempo coadyuvó al desarrollo de una corriente plástica nacional. El subgénero de tipos que presenta esta obra consiste

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GERARDO MARTÍNEZ HERNÁNDEZ

en el relato o descripción de un personaje popular que desempeñaba un papel dentro de la sociedad (Pérez Salas, 1998: 167-168). Los mexicanos pintados por sí mismos fue un primer intento de búsqueda de identidad del mexicano, quien acababa de dejar atrás trescientos años de dominación extranjera, pero que retomaba como ejemplo una interpretación también venida de fuera. Más tarde, ya en el siglo XX, apareció el ensayo clásico de Samuel Ramos El perfil del hombre y la cultura en México (1934), que inauguraba la etapa de los estudios en torno a la circunstancia y hombre mexicanos como objeto de la reflexión filosófica. En la segunda edición de este libro (1938) se incluyó el apartado “El indígena y la civilización”, el cual desapareció en la tercera edición (1951). Ramos puso en la mesa un tema que ha permanecido a lo largo de la discusión sobre el mexicano: su sentimiento de inferioridad. Bajo las teorías de Alfred Adler y Carl Gustav Jung, Ramos señala que en el fondo del alma mexicana persiste un complejo de inferioridad que, más que una realidad, es un problema de autopercepción, el cual se erige como eje rector de la forma de ser y relacionarse del mexicano y que se ve reflejado en la cultura. Entre los autores que buscaron una alternativa a la explicación dada por la historia oficial sobre el mexicano, destaca el antropólogo estadounidense Oscar Lewis, quien con sus libros Antropología de la pobreza (1959) y Los hijos de Sánchez (1961) prendió los ánimos y los focos rojos de los intelectuales orgánicos del momento, pues no podía ser posible que un extranjero viniera a desnudar al “milagro mexicano”, mostrando la miseria y la desigualdad que permeaba aún en el México de la justicia revolucionaria. En este sentido, la mafia literaria, como ha llamado José Agustín al grupo intelectual que se formó en los años sesenta y que eran los consentidos del gobierno y que agrupaba a personajes como Octavio Paz, Diego Rivera, Rufino Tamayo, Alfonso Reyes, José Clemente Orozco, Samuel Ramos, etcétera, no aceptaba a quienes criticaran sus premisas sectarias. Incluso el mismo Octavio Paz puso en tela de juicio la obra de Lewis al decir que el concepto de pobreza que utiliza es poco científico (Paz, 2000: 348). “En realidad —apunta José Agustín— la mafia de los sesenta mostró hasta qué punto había llegado el país mismo de su desligamiento de las raíces populares y en la consiguiente admiración acrítica a lo nuevo que venía del extranjero […] Al igual que la flamante clase media, los jerarcas del sistema y los magnates de la economía, la mafia no quería mez-

clarse con la ‘cultura de la pobreza’ de la que hablaba Oscar Lewis” (Agustín, 1990: 221). Retornando a la obra de Paz, en el capítulo “Los hijos de la Malinche” dice que la actitud pasiva del mexicano proviene del aislamiento de la Historia Universal, de su cerrazón al pasado, porque de esta manera condena su hibridismo, su origen. En ese mismo tenor, Paz asegura que la Conquista es equiparable a una violación: “Si la Chingada es una representación de la madre violada, no me parece forzado asociarla a la Conquista, que fue también una violación, no solamente en el sentido histórico, sino en la carne misma de las indias” (Paz, 2004: 94). Partiendo de esta aseveración, entonces es válido, como en cualquier caso judicial de violación, tomar declaración a la parte afectada. Paz simplemente no lo hizo, pues sólo se dedicó a elucubrar e interpretar sobre el hermetismo del mexicano que provoca “extrañeza” y “fascinación” al extranjero (Paz, 2004: 72). Una violación es un acto que transgrede, que niega la voluntad del agraviado y lo llena de vergüenza, por lo que es usual que el ultrajado opte por el silencio, por el ocultamiento del hecho, sin embargo, hay víctimas que vencen ese miedo y proceden con la denuncia. El comportamiento de negación ante la transgresión sexual lo refuerza la propia idiosincrasia machista del mexicano, en la que el ultrajado se vuelve doble víctima: por una parte, por el hecho mismo de la violación y, por otra, porque el sistema, creado bajo ciertos arquetipos socioculturales, lo acusa de ser el provocador de su propia desgracia. En nuestro sistema actual de impartición de justicia se busca primero disuadir a la víctima en su pretensión de la reparación del daño, aduciendo que ella o él fueron quienes incitaron al agresor. De la misma manera, la historia oficial busca hacer guardar silencio sobre ciertos aspectos de nuestro pasado con el fin de que no se exija una real justicia. En México no ha habido una justicia histórica y por lo tanto nuestro país sigue siendo, como lo demuestra la realidad, un país groseramente injusto. La Conquista fue un proceso doloroso que silenció una parte esencial de México. Aquella voz que ha sido acallada por casi quinientos años es una voz incómoda, que de repente, sobre todo en momentos coyunturales, se escucha y causa estremecimiento. Es la voz de los indígenas y campesinos olvidados, que han vivido al margen de la historia. No hay que ir tan atrás en el tiempo para escuchar los ecos de esa voz que proviene del momento mismo de la Conquista. Por ejemplo, durante la Revolución se presentaron los manifiestos zapatistas en náhuatl.

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MIGUEL LEÓN-PORTILLA: EL LABERINTO DE LOS VENCIDOS O LA VISIÓN DEL OTRO

Más contemporáneas son las declaraciones de la Selva Lacandona de los neozapatistas chiapanecos, cuya primera entrega comienza diciendo: “Somos producto de 500 años de lucha…” Cabe recordar aquí las declaraciones que hizo Paz al momento del alzamiento indígena en 1994: “La sublevación es irreal y está condenada a fracasar”, “El movimiento carece de fundamentos ideológicos”, “Es notable el arcaísmo de su ideología. Son ideas simplistas de gente que vive en una época distinta a la nuestra” (citado por Bartra, 2006 p: 67). Reacción congruente de quien fuera el intelectual consentido del salinismo. Inmediatamente después de la guerra de Conquista, la voz de los vencidos estuvo sometida y mediada por la de los conquistadores, pues algunos evangelizadores se enfrentaron a la disyuntiva de querer conocer las costumbres de los indios para después negarlas y así poder arrancarlas de raíz. Tal fue el caso de fray Diego de Landa, a quien se debe la mayor parte de las cosas que se saben del antiguo mundo maya, pero también fue el responsable de la quema de los documentos que contenían la historia de ese pueblo. No obstante, para el historiador contemporáneo, aquellas viejas transcripciones son los únicos resabios que quedan para conocer la otra versión de los hechos. En este sentido, la obra Visión de los vencidos de Miguel León Portilla cobra una importancia fundamental en el rescate del ser del mexicano, pues va a los mismos orígenes de aquel traumático suceso, sólo que visto y contado desde la perspectiva del otro, aquel ser silencioso que tanto fascinaba a Paz. En el prefacio de la decimoctava edición de este breve pero conciso libro, apunta su autor: “La visión de los hijos y nietos de quienes fueron vencidos —que hoy están decididos a no serlo más— se muestra en este conjunto de testimonios que nos hablan de ‘Lo que siguió’ hasta llegar al presente. Su voz es de resuelta afirmación. No piden favor o limosna. Los pueblos originarios exigen ser escuchados y tomados en cuenta. Conocen sus derechos y por ellos luchan. La palabra, con la dulzura del náhuatl y de otras muchas lenguas vernáculas de México, comienza a resonar con fuerza” (León Portilla, 2000: V). Alejado de la hoguera de las vanidades del intelectualismo mexicano, León Portilla, como continuación de la tarea emprendida por su maestro Ángel María Garibay, ha dedicado su labor como historiador y antropólogo a la investigación y comprensión del México de hoy visto desde sus más hondas raíces. Incluso, se ha dado a conocer la noticia de que la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos lo condecorará con el premio Leyenda viva

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por su contribución al conocimiento del patrimonio cultural, científico y social de la Unión Americana. Así, mientras Paz interpretaba un silencio que él mismo se inventaba para justificar el misticismo del hombre del campo, León Portilla escudriñaba en la historia para escuchar la voz de los vencidos. Uno de los pasajes a los que recurre Paz para ejemplificar el silencio y el ninguneo del otro es el siguiente: “Recuerdo que una tarde, como oyera un leve ruido en el cuarto vecino al mío, pregunté en voz alta: ‘¿Quién anda por ahí?’ Y la voz de una criada recién llegada de su pueblo contestó: ‘No es nadie señor, soy yo’” (Paz, 2000: 48). En cambio, León Portilla se relaciona directamente con los hablantes de lengua náhuatl. En el Seminario de Cultura Náhuatl, que se lleva a cabo en el Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, León Portilla recibe a gran cantidad de gente, para la cual siempre tiene un momento. Entre quienes lo visitan de manera frecuente se encuentran indígenas, poetas de la estirpe de Nezahualcóyotl, como él les ha llamado en alguna ocasión, con quienes habla en su lengua materna. Por lo anterior, es válido preguntarse si el silencio al que alude Paz, no es acaso la incomprensión que él tenía de las lenguas indígenas. Ignorada por los oídos sordos de la historia oficial y de los intelectuales oficialistas, la voz de los indígenas mexicanos encontró eco en el libro de Miguel León Portilla, el cual ha trascendido como una de las obras fundamentales de la historiografía mexicana. Quizá sea el texto mexicano que más traducciones a diferentes lenguas ha tenido: inglés, francés, italiano, alemán, hebreo, polaco, sueco, húngaro, serbio, portugués, japonés, catalán, esperanto, braille y otomí. En un mundo globalizado, sometido al capitalismo voraz que avasalla a las culturas originarias, respetuosas de la naturaleza y del hombre, el rescate de la voz y de las lenguas indígenas es una tarea urgente e imprescindible, porque como el mismo León Portilla apunta en su poema Cuando muere una lengua: Cuando muere una lengua, ya muchas han muerto y muchas pueden morir. Espejos para siempre quebrados, sombra de voces para siempre acalladas: la humanidad se empobrece.

La Visión de los vencidos puede considerarse como un espejo quebrado en el que se reflejan las sombras de

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DEBATES

GERARDO MARTÍNEZ HERNÁNDEZ

aquellas voces acalladas. Los testimonios nahuas recogidos en el libro tuvieron que esperar siglos para que fueran rescatados. En ellos se relatan los sucesos que acontecieron antes, durante y después de la guerra de Conquista, detallando la impresión que sintieron los indígenas ante la presencia de quienes pensaron, en un principio, eran los mismos dioses. Igualmente, plasma cómo los indios se desengañaron cuando descubrieron la verdadera intención de los conquistadores. En las páginas del libro se plasma el asombro, el miedo, la angustia, el pesar, la incertidumbre, de un pueblo que presagiaba el final de sus días. Sin recurrir a un análisis interpretativo de los acontecimientos, León Portilla deja que sean los mismos indígenas de la época quienes cuenten libremente la forma en que vivieron la desgracia de su cultura. La extrañeza que probablemente tuvieron los antiguos mexicanos al ver llegar unas naves, o “pequeños cerros” que flotaban sobre la mar, tripuladas por hombres blancos y barbados, podría equipararse a la que nosotros tendríamos si en este momento una nave extraterrestre llegara a nuestro planeta y de ella salieran seres de otro mundo. Sin duda, la perplejidad sería la sensación que nos colmaría. Por lo anterior, José Emilio Pacheco no ha dudado en describir este libro como “un gran poema épico de los orígenes de nuestra nacionalidad”. Por su parte Roberto Moreno de los Arcos dijo, en la presentación que hizo a la edición del 2003, que “ha marcado una nueva forma en la historiografía mexicana cuyo propósito central es mostrar la perspectiva del otro”. Uno de los más notables aciertos, entre muchos otros, de la Visión de los vencidos ha sido el que es un texto dirigido a un público no especializado en historia, hecho que sin embargo no lo demerita en su metodología que se apega a los lineamientos de un trabajo académico. Tal vez en ello radique la pervivencia y actualidad de este libro, el cual ya cuenta con casi treinta ediciones y que, después de más de cincuenta años de su primera edición, sigue cautivando a lectores nuevos. Asimismo, es necesario destacar que el relato de los conquistados dio una sacudida a las mentes de los historiadores conservadores que se negaban a reconocer el avanzado grado de civilización que tenían los pueblos indígenas, “equiparable a las imperecederas formulaciones de la tradición clásica

EL ARCHIVO INTERVENIDO. HISTORIA DE DOS HALLAZGOS

grecolatina” (Máynez, 2009: 395). En suma, la Visión de los vencidos representa uno de los pilares fundamentales de la historia vista por el otro, a quien se le había negado o silenciado la palabra, hecho sobre el cual se ha construido una Historia parcial y excluyente. Es por ello que este texto tuvo y tiene una gran importancia, pues permitió que se replantee mucho de lo que se había escrito sobre el mundo indígena. Una constante en la vasta obra León Portilla ha sido su preocupación por reconstruir una filosofía náhuatl con el fin de indagar en el ser indígena y su relación con el cosmos. Precisamente, en la Visión de los vencidos el autor muestra la forma en que los antiguos mexicanos hicieron frente a una nueva y violenta realidad que rompió con el orden de su universo. A diferencia de otros autores que intentaron acercarse a la personalidad del mexicano, remarcando muchas veces estereotipos y otras tantas creando otros para justificar la demanda de la imagen que se necesitaba vender de México, León Portilla tuvo el acierto, sin pretensión alguna, de simplemente ceder la palabra a quien desde hace 500 años viene exigiendo justicia y reconocimiento. A partir de la publicación de la Visión de los vencidos ha habido muchas otras contribuciones al conocimiento de ese México, al que Guillermo Bonfil Batalla llamó México profundo, y el cual sigue esperando que sus demandas históricas de justicia y reconocimientos sean atendidas.

I MPRENTA PÚBLIC A “En Italia, las plazas de profesor en la universidad se asignan mediante una oposición nacional. Cada miembro del tribunal recibe entonces montañas de publicaciones por parte de cada candidato. Se cuenta que un miembro de un tribunal tenía el estudio inundado de paquetes con las publicaciones; alguien le preguntó cuándo encontraría el tiempo para leerlas todas y el profesor contestó: ‘No las leeré. No quiero dejarme influir por personas a las que tengo que juzgar’” Umberto Eco

REFERENCIAS Agustín, J. (1994), La tragicomedia mexicana 1. La vida en México de 1940 a 1970, México, Planeta. Bartra, R. (2006), “Sangre y tinta del kitsch tropical”, en I. Semo (coord.), La memoria dividida. La nación: íconos, metáforas, ritual, México, Fractal-CONACULTA. León Portilla, M. (2000), Visión de los vencidos, México, UNAM. Maynez, P. (2009), “Visión de los vencidos a cincuenta años de su publicación”, Estudios de Cultura Náhuatl, núm. 40. Paz, O. (2000), El laberinto de la soledad, Posdata, Vuelta a El laberinto de la soledad, México, FCE. Pérez Salas, M. (1998), “Genealogía de Los mexicanos pintados por sí mismos”, Historia Mexicana, vol. 48, núm. 2, octubre-diciembre.

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PORTAFOLIO

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DE PLAGIOS Y PLAGIARIOS

De plagios Y PLAGIARIOS Cristina Puga*

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uienes nos dedicamos al trabajo académico enfrentamos cotidianamente la amenaza de la impostura. El mundo digital facilita el aprendizaje y la creatividad, establece nuevos espacios para el intercambio y fortalece las redes del conocimiento, pero, al mismo tiempo, alienta la posibilidad del engaño. Para acreditar sus materias regulares, los estudiantes acuden a páginas de internet que les dan las lecturas digeridas y la información resumida sin necesidad de consultarla en las fuentes originales. El nombre de uno de esos lugares, El rincón del vago, sintetiza dramáticamente el problema. La docencia se ve obligada a imaginar nuevas formas que, o bien impidan a los estudiantes el acceso a este tipo de recursos o bien los animen a utilizarlos adecuadamente. El problema se agrava cuando el contenido de textos encontrados en las páginas se integra a las tesis de licenciatura, maestría y doctorado mediante el eficaz sistema del “copy and paste”. La lectura atenta permitirá tal vez advertir el cambio de sintaxis, los nuevos giros gramaticales o el autor conocido, pero probablemente se nos escapen párrafos e incluso páginas completas. Algunas veces, con sorpresa, reconocemos nuestro propio texto transcrito en el “avance” de tesis que se nos entrega para comentar o en el trabajo terminado que revisamos para una posible publicación. Puede suceder que nosotros mismos iniciemos el problema: con el ánimo generoso de compartirlos y establecer un diálogo con colegas de otras instituciones o países, subimos nuestros artículos y libros a la “red” y buscamos los de otros autores para contrastar ideas o hallar nueva información. Pero, desafortuna* Socióloga. Doctora en Ciencia Política. Coordinadora del Programa de Posgrado en Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.

damente, cada vez son más quienes encuentran sencillo cortar un pedazo de lo escrito y añadirlo al propio sin reconocer al autor original. Los analistas del efecto comunicativo de las redes digitales han llamado la atención sobre este lado contradictorio del internet: la proliferación de espacios compartidos que vuelven público el espacio privado y que al mismo tiempo que eliminan la responsabilidad y la subjetividad de grupos de expertos (comités científicos, consejos editoriales) de aquello que se publica —por ejemplo, en un blog— lo ponen a disposición de quien, con buena o mala intención quiera hacer uso de lo publicado. Así, el plagio académico puede estar ocurriendo en cualquier parte del globo en donde hay un estudiante ansioso por presentar un trabajo de fin de curso o incluso un investigador que no tuvo tiempo de terminar la ponencia para el congreso y se siente tentado a utilizar las páginas de un colega de otro país para no quedarse fuera. Dicho de otro modo, todos estamos expuestos al copy paste. No es fácil establecer cuál debe ser la actitud correcta ante esta nueva tendencia. En disciplinas como la medicina y las ciencias físicas, el plagio ha motivado la demanda de reglas punitivas que castiguen al trasgresor con la expulsión de las academias, las aulas o las revistas especializadas. Sin embargo, constituir tribunales y vigilancia sistemática sobre todo intento de utilización de una frase o una idea prestadas puede ocasionar una persecución dañina (con la consiguiente paranoia) sobre disciplinas como las sociales que se han integrado como un palimpsesto y cuyos teóricos principales se recargan con frecuencia en las intuiciones e interpretaciones de quienes los precedieron. Basta pensar en la infinidad de textos históricos, sociológicos o políticos que comienzan con la frase “un

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fantasma recorre…” o que afirman que la historia se repite “como una caricatura de sí misma…”. Por ello, es importante distinguir entre el plagio y la utilización creativa de una idea, una frase o una propuesta teórica de un colega, o de un autor que empieza a constituirse en clásico. A su vez, habrá que distinguir entre el plagio deliberado y el involuntario (o semi-involuntario). Este último puede deberse a un texto mal citado, a unos apuntes tomados apresuradamente de un libro y luego confundidos con ideas propias, a un párrafo que al ser recortado y vuelto a pegar varias veces pierde la referencia o las comillas. La buena voluntad de quien descubre el plagio es importante en este caso, para que simplemente se le advierta al culpable que ha sido descubierto y que ha cometido una falta que no debe repetirse. Desafortunadamente no es fácil acudir a ese recurso con quienes tienen la capacidad de incorporar mentalmente, en forma casi literal, las buenas ideas de los colegas, escuchadas en una mesa redonda o una presentación de libros, para repetirlas a los pocos días en una conversación o, aún peor, en un programa de televisión, por supuesto, sin dar crédito al autor original. Lo realmente preocupante es la tendencia enfermiza a utilizar deliberadamente la obra ajena como propia, estimulada tal vez por la necesidad de publicar semanalmente en una revista, o de completar el número mínimo de páginas publicadas exigido por algún sistema de evaluación vinculado a recompensas económicas; tendencia que bien puede nutrirse del internet, pero también de la amplitud de la oferta académica, donde la posibilidad de que nadie reconozca el texto robado —porque se publicó en una revista de poca difusión, se extrajo de una tesis inédita de doctorado o es parte de un libro que se agotó hace años— contribuye a la impunidad del plagiario quien además recurre a subterfugios como el cambio de algunas palabras, el intercalamiento de los párrafos o la modificación de algunos datos, para disfrazar el delito académico. Universidades, concursos literarios y empresas editoriales llaman hoy la atención respecto a plagios que, en épocas recientes, han puesto en evidencia a autores que habían sido respetados y reconocidos hasta el momento en que se descubrió que muchas de sus páginas fueron escritas por alguien más antes que ellos. A esta tramposa práctica del trabajo intelectual se suma una más que podríamos calificar de doble plagio y que se manifiesta con cierta frecuencia en nuestros medios: consiste en contratar a un estudiante, un desempleado con credenciales académicas o tal vez un subordinado político, para escribir los textos que el jefe no tiene tiempo de preparar. Puede ser un

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discurso, un informe, un artículo periodístico, una introducción a un libro o incluso una tesis de maestría o doctorado. El o los escritores subcontratados acuden a otros textos para armar una especie de colcha de retazos que contiene muy poca originalidad y mucho del trabajo de otros. El contratista recibe el texto terminado (posiblemente lo paga) y, sin leerlo, lo presenta como propio. Podría asegurar que más de la mitad de los plagios académicos recientemente expuestos a la opinión pública provienen de este doble engaño, en donde el autor que nunca se tomó el tiempo ni para escribir el texto presentado ni para leerlo, ha debido cargar con las consecuencias adversas (y bien merecidas) del copy-paste. Hay algunas soluciones que se ofrecen a quienes como parte de nuestras tareas cotidianas, calificamos trabajos de curso, elaboramos dictámenes de libros y artículos o participamos en exámenes de grado y, por lo mismo nos volvemos corresponsables del engaño y de la mediocridad que éste esconde. Softwares que localizan frases o identifican giros de lenguaje pueden aplicarse a textos sospechosos —demasiado bien escritos, por ejemplo, cuando el profesor conoce a su estudiante, o exageradamente bien informados, cuando el académico sabe las limitaciones de la investigación realizada. Se sugiere exigir juramentos o declaraciones de originalidad a los autores y castigar con expulsión, ostracismo o despido a los infractores. Tal vez aún más importante será profundizar en la cadena de silencios, compadrazgos, distracciones y malas lecturas que propician la existencia impune (e incluso premiada) de los plagiarios. Ningún remedio es tan eficaz, sin embargo, como la campaña cotidiana que todos realicemos a favor de una ética compartida en la que predomine el respeto hacia la obra terminada de los colegas y hacia el lector que se acerca de buena fe a una obra que cree novedosa y original y que es tan engañado como el autor o el evaluador del texto secuestrado. Quien plagia lo hace porque reconoce la poca calidad de su trabajo y porque no cree en el ejercicio de su disciplina. El trabajo científico y humanístico incluye la satisfacción del descubrimiento. El hallazgo del dato buscado, de la relación entre dos fenómenos, de una causa o una consecuencia que adquieren significado para un número significativo de casos, de un concepto que explica lo hasta ese momento inexplicable, es parte fundamental de la investigación y la reflexión teórica. Insistir en la importancia de ese momento del trabajo intelectual y en el placer que causa al investigador es también una forma de evitar el expediente fácil de acudir al texto ajeno para compensar las propias carencias.

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UN FILÓSOFO EMBRIAGADO DE SOLEDAD DIRÁ NO

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EMBRIAGADO DE SOLEDAD DIRÁ NO Edgar Morales*

[George Steiner, La poesía del pensamiento. Del helenismo a Celan, México, FCE/ Siruela, 2012.]

E

xiste un consenso definitivo respecto a la autoridad que posee George Steiner en el ámbito de la crítica literaria; sus publicaciones, que comenzaron a circular desde los años sesenta, son extensamente conocidas en los circuitos de las humanidades, especialmente en los nichos reservados a la relación de la literatura con la filosofía occidentales. Su reciente libro The Poetry of Thought (New Directions, 2011), que traduce finamente al español María Condor, es una nueva visita al gran tema que lo ha obsesionado, las consonancias en las que la poesía del pensamiento es igualmente pensamiento de la poesía. Su entrega es seductora, por momentos deslumbrante, siempre erudito, posee la atípica habilidad de sortear malabares literarios sin caer en la grisácea exposición escolástica, su estilo celebra la libertad de la escritura y el brillo de la metáfora. De hecho, toma pie en una frase de Althusser que acierta al dictaminar que en filosofía “no se piensa más que con

* Filósofo. Profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

metáforas”, y la narrativa de Steiner es un ejército de imágenes que desafían a la prosa lineal, a la sosa academia de cubículo. Todo en su texto es insultante maestría en el manejo del lenguaje, al cual no ve como instrumento sino como casa, como habitación perenne de lo humano. Steiner luce cómodo en tal patria, su estilo es la del sofisticado animal cuyo misterio es saber que habla y que musicaliza al mundo. Este es el tema de arranque que, al comienzo de la lectura, intriga y pasma al lector sistemático, al matemático y al lógico, a quienes, quizá paradójicamente, rinde su primer reverencia, y es que el lenguaje es también lo que da forma a la música y a las matemáticas, y a través de la tensión de su arco de prosa filosófica, alcanza su contrapunto en la poesía. Lo que somos se debate en tal tensión, por eso “el lenguaje tiene que bastar” para darnos un sentido, muchos sentidos, o también quitárnoslo. El lenguaje puede volcarse a lo enigmático de la presencia de los seres mudables (Heráclito), a la totalidad de lo enunciable (Parménides), a lo hierofántico (Empédocles) o a lo “concentrado y enérgi-

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co” (Lucrecio). En el pensamiento antiguo, la filosofía se yergue mediante la imaginación poética (leit motiv del libro), razón por la cual sorprende que Platón haya expulsado a los poetas de su República. Steiner atina al explicar la lógica platónica, el furor rapsódico exalta lo erótico fantasmal, la ficticio, la duplicación mimética, por ello la poesía se aleja de la justicia, pero quien lo dictamina es un poeta y un excelente dramaturgo ático. Aún la poesía se requiere para combatir a la poesía, y a Steiner le parece que “no ha habido mayor forjador de palabras que Platón”. La imaginación lingüística está en la base de todo proyecto humano, nada puede haber contra ella sin que se arriesgue el fundamento ontológico, de ahí que convenga distinguir entre la noción infantilizada de la imaginación poética, llena de pucheros prescindibles y fastidiosos, de los cimientos poéticos de toda forma de representación de lo real. Platón se salva de la contradicción, la mitopoesis sobrevive a la expulsión de los rapsodas, su genio literario (demostrado en cada diálogo) queda íntegro aun después de la purga de su alma lírica. Lo que entusiasma a Steiner es la fusión entre idea filosófica y expresión poética, el listado que constituye su itinerario es enorme. Aborda de manera libre, conforme lo va demandando la exposición, a filósofos y literatos, sin jerarquía entre ambos, sin taxonomía inflexible; su genio políglota y multicultural (en la infancia aprendió a convivir con su familia mediante lenguas distintas, el inglés, el francés y el alemán, con sus familiares dosis de hebreo) le permite citar sus fuentes, sin artificio, en los idiomas originales. Mientras calibra la riqueza estilística de Hume recuerda algún tópico conexo que lo lleva a Leonardo, y de éste a su epígono Valéry. Para seguir su ritmo se requiere, más que esfuerzo erudito, cierta docilidad del ánimo, dejarse guiar-perder a través de los mares de la sensibilidad poética. En George Steiner pierden su fuerza las tradiciones de la identidad de los entes, todo empieza a demandar su contradicción, sin la cual todo juicio sería parcial. La poesía, entiéndase, no es igual a sí misma, no es unidad sin mediación, por el contrario, demanda su posibilidad de desarticulación esteticista para ser redimensionada. Otro tanto sucede con el pensar filosófico, su historia no debe ser acuartelada en las celdas del argumento lógico (matemático), los filósofos son básicamente escritores, por tanto tienen las mismas restricciones lingüísticas que los literatos, pero también comparten con ellos la inagotable riqueza expresiva y plástica del lenguaje. La filosofía y la poesía, ergo, son hijas de la misma madre y sus

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constantes relaciones constituyen numinosos incestos de donde surgen monstruos prodigiosos. Platón, Camus, Montaigne… son los miembros de una familia sagrada unida por la simbiosis entre lírica y argumentación, entre provocación teórica y expresionismo afectivo, en ellos es inútil el conato esquizoide con que se piensa al “filósofo” y al “literato”. Por ejemplo, ese vigía de cementerios marinos que fue Valéry posee una columna poética sin parangón, en él la expresión no está echada al azar ni responde a la mera ocurrencia de una imaginación contingente, su poesía es análoga a la arquitectura y al álgebra, sin exageración alguna, su ideal cartesiano de claridad y distinción lo compele a cuerpo entero. En Valéry estalla la impronta cartesiana, la filosofía sin miedo, el pensamiento que ama la claridad, cuya fragua, no obstante, se abre al sueño, ámbito nocturno donde se obsequia el Corpus poetarum. Sin duda Valéry tiene buen patrono, el Descartes de la geometría analítica y de los divertimentos poéticos (rendidos a Cristina de Suecia), pero también tuvo la fortuna de contar con un lector electivo, Alain, quien leía línea por línea, desmenuzando filosóficamente los versos recibidos. Alain regurgitaba las rimas engranándolas con los imperativos de la razón, pues ésta pide, justamente, como afirmaba Valéry, que “el poeta prefiera la rima a la razón” pues “la idea entra por esta puerta dichosa”. Por otro lado, Hegel, el oscuro émulo de Heráclito, prepara el desplazamiento del lenguaje de lo inmediato dado a lo negativo constituyente (tal como sucede en Mallarmé, Joyce o Celan), el misterio radica en el lenguaje pues es él “la visible invisibilidad del espíritu” (Hegel), “la carne del espíritu” (Valéry), y a través de él “nos oímos ser”. La oscuridad que regala Hegel es un don lleno de gracia, en ella arranca el vuelo nocturno del búho de Atenea, ave titánica que llegaría a los hombros marmóreos de los insurgentes del pensamiento. Marx es uno de ellos. El pensador de la lógica más abstrusa y más compleja jamás escrita es también un crítico literario de altos vuelos, Hegel reconfigura la Antígona de Sófocles, colocando su valor más allá del mismísimo Gólgota, abriendo así una sensible herida a la que diversos pensadores intentarían dar vendaje (Kierkegaard, Brecht, Anouilh, Derrida). Enseguida Steiner se detiene en Marx, ese ratón de biblioteca que destilaba letra impresa, vocero de ideas incendiarias, rabino de la letra ontofánica. “No ha habido ninguna imagen del hombre, ningún modelo de la historia, ningún programa político-social más escrito que el marxismo. Ninguno, desde

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EDGAR MORALES FLORES

la Torá, más nutrido de un linaje de codificación textual”, digno heredero del Moisés que porta las Escrituras, crítico despiadado e iconoclasta que, no obstante, deja incólume los poderes del lenguaje, el texto, y la propaganda. Fue un “logocéntrista clásico” y, recuerda Steiner, sus tempranas ambiciones fueron enteramente literarias, vena expresiva que, de todas maneras, desarrolló distópicamente. En Marx se funde la precisión analítica con las habilidades retóricas y la sátira (tan madura y tan rica como en pocos), su periodismo era “torrencial y con frecuencia inspirado”, en su obra abundan las referencias literarias y, a juicio de Steiner, en su “pathos social, Marx podía igualar a Victor Hugo, a Sue o a Dickens en sus peores momentos lacrimosos”. Otro tanto sucede con la prosa de Freud, quien no obtuvo nunca el Nobel de medicina pero a cambio se le otorgó el premio Goethe de literatura. Sus mitos son tan sofisticados como los platónicos, y su ambiciosa obra, que no respeta los límites del discurso profesional y “científico”, se convierte en una Weltanschauung de tonos funerarios. Steiner es testigo, una vez más, de la transformación de la prosa teórica en provocación poética y, por tanto, del triunfo de la imaginación literaria sobre el despotismo gastado de la lógica. La angustia sucede cuando, con Mallarmé, se descubre que detrás de esa poetomórfosis no se revela nada ya que las palabras implican la ausencia de lo que designan. El lenguaje está ontológicamente vacío. Por ello, no es insensata la tipificación de Borges, en su Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, de la metafísica como una rama de la literatura fantástica, y del saber sistemático como arbitrario ejercicio de subordinación de todos los aspectos del Universo a uno cualquiera de ellos. El lenguaje vence a la percepción, la palabra precede al mundo (nótese su anclaje juanino), el orden sintáctico y discursivo ordena a los seres. De manera semejante, el admirable texto de Steiner avanza a través de diversas simbiosis de literatura y filosofía. ¿Cómo aprehender la corriente de la conciencia en su dimensión más vasta sin la referencia a Bergson (por cierto, premio Nobel de literatura)?, ¿cómo calibrar los abismos humanos presentes en las obras de Mann o Musil sin una mínima alusión a Nietzsche?, ¿cómo disociar dramaturgia de antropología en la obra sartreana?, ¿cómo valorar el grueso de la literatura austriaca del siglo XX sin invocar a Freud o Wittgenstein? Respecto a la importancia de Wittgenstein, por ejemplo, la poeta austriaca Ingeborg Bachmann, después de haber dedicado su doctorado a Heidegger, en-

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cuentra en el autor del Tractatus la precisa resonancia de sus actitudes existenciales, el aislamiento de todo, sobre todo de sí mismo (añade Steiner: “Kafka está muy cerca”, admirable intuición). El Tractatus, destinado a ser incomprendido por cualquiera, según advertencia dada por el propio Wittgenstein a Russell y Moore, “está más cercano a los Proverbios de Blake y a las Iluminaciones de Rimbaud que de cualquier tratado filosófico convencional”, y es que su estilo es único, “ni en filosofía ni en literatura hay nada semejante”, despista a los diletantes incapaces de ver ahí las huellas de Lichtenberg, Dostoievski, Tolstoi o Kierkegaard. Es contundente su aforismo: “el judío es una piedra en medio del desierto en cuyo interior aún fluye magma ardiente”, es su propia imagen, nosotros sólo podemos ver la superficie rocosa y árida en su filosofía (sobre la cual están erguidas las prosaicas investigaciones académicas sobre Wittgenstein), el magma es inaprensible, no hay forma de situarnos “ahí”. Poseyó un temple solitario y ferozmente autocrítico, luchó contra los demonios del lenguaje pero éstos se revelaron mil veces; pretendió, paradójicamente, purgar de retórica su programa antiretórico. George Steiner, igualmente de ascendencia judeoaustriaca, no tiene dificultades para ver la vena poética de Wittgenstein, y aún más, secunda la afirmación que de él hizo Thomas Bernhard, el gran escritor vienés de posguerra: “el intelecto que actúa en las Investigaciones es poético hasta la médula”. Se sigue el silencio (tema enorme al que Steiner ha dedicado varios ensayos), el manoseo a tientas de los misterios. En lengua alemana, al menos desde Hölderlin, la sabiduría humana perdió la posibilidad de la oxigenación trascendente. Vivimos sin dioses, el genio de la inocencia se ha retirado, todo intento metafísico es vano al igual que el afán de encontrar profusas y mejores palabras. Lo que extiende ahora sus brazos es el silencio (cf. Tractatus) al que suceden, dada su imposibilidad, la relatividad y lo inaprensible. Steiner trae a la memoria un poema que ofrece Scholem a Benjamin (El saludo del Angelus): “No trates de simbolizarme o de hacer alegoría de mí […] Yo soy el que soy”. La poesía funge como profecía preventiva, conduce al umbral de lo apenas pronunciable, de lo acaso existente. “Los gritos animales y las vocales sin sentido del dadaísmo” sólo fueron superados por la bestialidad de la Shoá, y ahora “sólo el silencio puede aspirar a la perdida dignidad del significado. El silencio de los que ya no pueden hablar”. Aquí Steiner, judío y heideggeriano, expresa lo incómodo que resulta hablar

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sobre el tema del lenguaje en Heidegger, y se trata de una incomodidad duplicada a la luz de la abstención del Rector de Freiburg a una retracción pública. Silencio no sagrado, silencio funesto. No obstante, Steiner considera que Heidegger “conserva su talla”, sobre todo a la luz de sus reflexiones sobre la poesía que sarcásticamente giran, en gran medida, alrededor de la obra de un judío: Paul Celan. De él aprende Heidegger que la letra mata a la letra y que, en realidad, no hay interpretaciones erróneas, puesto que todo lenguaje es transformacional, especialmente el poético. Y si bien, por un lado, hace descansar la paz alemana después de 1945 en la presencia poética de Hölderlin, como pastor del Ser, por el otro asigna a Celan una terrible carga, la de ser la figura del “extraño en la vida”, el “sin casa” (unheimlich) que logra consumir el magnífico deseo de toda naturaleza conocida: Todesfuge. Al final del texto, Steiner logra asestar un terrible golpe, un contraste fortísimo con nuestra generación. No importa que ahora podamos trasmitir millones de bits de información por segundo, este volumen ensordecedor “está repleto de mudez”, mutismo sometido al “triunfo del liberalismo empresarial” que es sinónimo de vulgaridad y mendicidad

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de la imaginación, es decir, del empobrecimiento de las facultades del lenguaje. Pero quizá, reflexiona Steiner, este pauperizante “influjo estadounidense” ya estaba prefigurado en Celan (“un lenguaje al norte del futuro”), ya es demasiado tarde para llegar al borde de lo indecible, el Logos ha decaído hasta ser prosa, y de ahí se ha “podrido convirtiéndose en Gerede, estupideces”. Steiner sabe elegir el momento preciso para dejar la lírica y ser crudo, intuye que aún su libro sobrevivirá sólo en la medida en que se alinee a las demandas del mercado online, se sabe devoto de prácticas neomonásticas y extremadamente minoritarias. Con todo, es capaz de arrojar la idea de que “puede que la filosofía esté haciendo una pausa para recobrar el aliento después de Heidegger y Wittgenstein”, o bien de que puede ser que aparezca una filosofía “poslingüística o postextual” (¿cómo?) y que la poesía sobreviva en forma de happenings colectivos y bailables (sic). Triste y corrosivo termina el libro: “las humanidades […] nos fallaron en la larga noche del siglo XX”, y al final Steiner exhala lo que parece el último acto de rebeldía funeraria: “en alguna parte, un cantante rebelde o un filósofo embriagado de soledad dirá no”.

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EL OTRO LACAN...

El otro LACAN... Isela Rodríguez Ramírez*

[Elisabeth Roudinesco, Lacan, frente y contra todo, Buenos Aires, FCE, 2012.]

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n nuevo recorrido tras las huellas del psicoanálisis es el que ha transitado Elizabeth Roudinesco en este libro, que nos lleva a conocer lazos transferenciales en escenarios donde se gestaron deudas, excentricidades, dificultades, teoría y mitos de Jacques Lacan. El otro Lacan, ese semejante que emerge como hombre en y desde el psicoanálisis, que a través de la palabra de la autora, seduce, atrapa, convoca a dejarse llevar por el misterio, al ser puesto al descubierto, arropado por las bases psicoanalíticas que lograron posicionarlo como maestro del psicoanálisis en Francia y que ahora es reconocido a nivel mundial, como teórico y autentico precursor del psicoanálisis, quien logra reivindicar y proponer una lectura fiel de Freud, siguiendo su obra y planteando nuevos caminos de indagatoria teórica donde de pronto encontró el surgimiento de propuestas clínicas inéditas. Es un Lacan frente al espejo, construyéndose a partir de sus transferencias. Roudinesco nos lleva de la mano para transitar por el túnel del tiempo. Con un estilo periodístico, evidencia de una profunda investigación que la caracteriza, en esta ocasión va recorriendo a lo largo de 16 apartados los escenarios en los que Lacan actuó; puestas en escena que revelan a un Lacan perplejo por el psicoanálisis, hambriento de saber y reconocimiento, autentico hasta la arrogancia, complejo y soberbio * Psicoanalista.

contra la comunidad psicoanalítica, así como también sus rasgos tiernos, sentimentales, preocupaciones y exigencias hacia sus semejantes, alumnos, maestros, amantes, amigos, discípulos, donde podemos incluir o donde se incluye la autora, quien a través de su mirada, su presencia, su inclusión en la escena logra transmitir cómo se ve Lacan, cómo habla Lacan, cómo huele Lacan, cómo se escucha Lacan, cómo camina Lacan, cómo vive Lacan, en lo cotidiano de su vida. Repetir el significante Lacan no es sin intención, ya que pretendo señalar cómo Elizabeth y Jacques, los nombres propios de este texto lo llenan de contenido quedando al margen frente y contra todo, dentro el significante Lacan. Este texto es un manjar que quien se dice atraído, interesado, intrigado por conocer lo que contiene el significante Lacan. Deberá insertarse, sumergirse entre sus páginas para disfrutarlo, saborearlo ya que encontrara en él nuevos ingredientes de la más alta calidad que servirán para hacer de este texto un banquete. Propongo dar a conocer en qué consistirá este banquete que nos preparó Elizabeth Roudinesco permitiéndome realizar una degustación en tres tiempos. PRIMER TIEMPO (CAPÍTULOS I, II, XII, XIII) Los cuatro ingredientes de esta degustación son los deseos de Elizabeth Roudinesco acerca de las pretensiones que tiene al realizar este texto, deseos

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enunciados de la siguiente manera: “Quise evocar para el lector de hoy en día, algunos episodios sobresalientes de una vida y una obra con la que toda una generación estuvo mezclada, y comentarlos con la perspectiva que da el tiempo de manera libre y subjetiva. Me gustaría que este libro sea leído como una parte secreta de la vida de Lacan, un vagabundeo por senderos desconocidos: un revés o una cara oculta que viene a iluminar el archivo, como en un cuadro encriptado donde las figuras de la sombra, antaño disimuladas, vuelven a la luz. Quise evocar de a trocitos otro Lacan, confrontado con sus excesos…”. Es en esa cara oculta donde Roudinesco reconoce lo familiar de Lacan, será también donde nosotros lectores encontraremos lo Umheimlich: “Lacan era por si solo su propia madre, su propio padre, su progenitor; en consecuencia, deseoso de poseer las cosas y los seres: amaba las listas, las colecciones, los inéditos, las ediciones raras… pasó la vida pensando en contra de sí mismo. En contra de su dificultad de ser padre, en contra de la angustia de la falta, en contra de su aborrecimiento por las madres”. Además de mostrarnos ese otro rostro, a lo largo de su texto también nos lanza datos históricos sumamente interesantes y llenos de consecuencias míticas de un Lacan tramposo, juguetón, caprichoso, mentiroso: “Durante un discurso pronunciado en Viena en 1955, muy cerca de la casa de Freud, inventó la idea muy francesa y muy surrealista, —piénsese en Antonin Artaud— según la cual la invención freudiana sería comparable a una epidemia susceptible de invertir los poderes de la norma, de la higiene y del orden social: la peste… Así a mediados del siglo XX, Lacan logró dar un valor mítico a una frase, a tal punto que en Francia todos están convencidos de que Freud realmente la pronunció”. También comparte con nosotros los lectores algunas de las excentricidades de un Lacan obsesivo, acumulador, quisquilloso, que tiene una conexión con los objetos más allá de la objetividad misma, es decir desde su subjetividad. Así pues, la autora nos habla de esta relación: “A propósito de Lacan, y para paliar la ausencia de archivos, conservé en los míos un documento inédito sobre el cual me apoyé en parte para reconstruir los últimos años de su vida: una lista en el sentido literal del término… Una lista de nombres, una oleada verbal, una avalancha de términos, y de designaciones diversas que hay que interpretar: tal

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es el documento descriptivo de lo que llamaría “La gran lista de Lacan”. SEGUNDO TIEMPO (CAPÍTULOS III, IV, V, VII, VIII, IX) En estos capítulos Roudinesco nos preparó un exquisito plato fuerte, que contiene recorridos teóricos que van desde “El niño en el espejo”, hasta 1966: los Escritos, incluyendo conceptos como sujeto, archivo, palabra, voz, familia, amor-odio, y fragmentos del Seminario, conceptos de los cuales nos presenta no sólo la ubicación histórica donde le aparecen a Lacan sino también quienes estuvieron y están junto a él en el momento que se plantea su surgimiento y problematización: alumnos, intelectuales de la época, situaciones sociales, etcétera. De ahí que en este segundo tiempo podrán encontrar huellas de algunas deudas teóricas de aquello que no fue reconocido, consecuencias de la relación con los intelectuales de la época y la forma en que Lacan (el semejante) se comportaba, se desenvolvía frente y contra ellos. La autora nos dice: “Lacan aullaba, Lacan emitía ruidos, en ocasiones en el límite de lo humano. Lacan mimaba, acariciaba, seducía, vociferaba…”. “Lacan temía al plagio, y por eso trataba de conservar en secreto sus más caros pensamientos… Invadido por el temor de no gustar, manifestaba una suerte de terror ante la idea de que su obra pudiera escapar a la interpretación que él mismo tuviera a bien proporcionarle. Por eso no aceptaba ver la huella escrita de su palabra sino para hacerla circular en el círculo restringido de las instituciones y las revistas freudianas”. TERCER TIEMPO (CAPÍTULOS VI, X, XIV) Como postre en esta degustación Roudinesco nos presenta una mezcla agridulce, crujiente, insondable incluso por un paladar exigente como el de Lacan, este postre lleva entre sus ingredientes el amor, la mujer, Antígona y amar a Margarite. Para deleite de los comensales. La autora que se encuentra implicada directamente por razón de género, pero no solo por ello sino también por la seducción que este hombre ejerce sobre ella, nos dice, en distintos escenarios. Por ejemplo, en el ejercicio profesional: “Entre el psiquiatra y Margarite nunca hubo el menor entendimiento. En modo alguno ella buscaba

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ISELA RODRÍGUEZ RAMÍREZ

ser curada o atendida, y él no trató de que se viera como una paciente. Ya que él no se interesaba en esta mujer sino para ilustrar su doctrina de la paranoia. Por lo que a ella respecta, siempre rebelde, se negaba a ser un ‘caso’, y toda su vida le reprochó, haber querido convertirla en lo que no era”. Como hombre frente a una o más mujeres: “Libertino en su vida, nunca pudo permanecer fiel a una mujer, pero nunca quiso abandonar a ninguna, disimulando a una lo que hacía con la otra… Amigo de las mujeres que admiraba, a todas las trataba de usted, con besamanos y sobreabundancia de términos corteses salidos en línea recta de la literatura preciosista. Y no vacilaba en analizar a sus amantes”. Como teórico y lector de Freud, en su demarcación del planteamiento edipico, lo encontramos frente: “Lacan se ataba a la imagen de una joven loca envuelta en su ‘diferencia virginal’, ni mujer ni madre, que rechaza el amor de su amante”. Antígona. Por último Elizabeth Roudinesco lanza lo que será para esta degustación la bebida que acompañara este banquete en los capítulos XV y XVI diciendo: “Lacan no distaba de pensar, tras haber remplazado

a Edipo por Antígona, que el deseo perverso sería en adelante el modelo, elevado al nivel de héroe u odiado, de las nuevas relaciones sociales propias del individualismo del mundo democrático moderno: destruir al otro antes que aceptar el conflicto”. Y cierra con un capitulo muy pequeño para la dimensión de sus palabras, escribe sobre como Lacan, el hombre, el humano, el semejante, termina sus días: “Mientras dibujaba en el cuadro sus nudos y sus trenzas, Lacan se embarulló, se volvió hacia el público, habló de su error y luego dejo la sala. ‘No importa —se oyó que alguien murmuraba—, de todos modos lo queremos”. Es así como concluyo esta degustación esperando logre despertar en el lector un apetito feroz, como para devorar sus páginas; a su vez también deseo haber logrado inspirar un interés mayor por el libro de esta gran autora, investigadora, historiadora del psicoanálisis y psicoanalista, ya que sin duda después de su lectura el Lacan inaccesible desaparecerá, para dar lugar a un Lacan con nombre propio, ya que Elizabeth Roudinesco da a Lacan, frente y contra todo, un nombre propio, Jacques Lacan, frente y contra todo.

Fenomenología:

OLVIDO Y FATALIDAD María Luisa Bacarlett Pérez*

[Hans Blumenberg, Teoría del mundo de vida, Buenos Aires, FCE, 2013.]

E

l concepto de mundo de vida aparece “oficialmente” por vez primera en 1924, en el libro La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental, obra que se considera tardía en el pensamiento de Husserl y que, con todo, habrá de imprimir un giro importante a toda su propuesta fenomenológica, pues después de fincar la fuente de toda certeza en la conciencia y en la intencionalidad que la define, de pronto aparece un mundo de sobreentendidos que parecen, si no tener un carácter anterior a la conciencia, al menos tener un lugar paralelo a la misma. Este término que habría de hacer fortuna tanto en el ámbito filosófico como en la sociología —pensemos en el uso intensivo que de él hace Alfred Schutz y toda la tradición de la sociología fenomenológica—, no dejó de ser problemático, pues nos hablaba al mismo tiempo de ese terreno virgen aún no colonizado por teoría o pregunta alguna, a la vez que se expone como condición de posibilidad de toda pregunta y toda teoría. Si dejamos planear un poco la imaginación, habría que pensar en el mundo de vida como un ámbito * Profesora investigadora de tiempo completo en la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del estado de México.

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de sobreentendidos en el que vivimos de manera natural, sin preguntarnos cuáles son sus fundamentos ni sus posibilidades; sería el mundo tal y como lo vivimos justo antes de percatarnos de que vivimos en uno y de preguntarnos por su posibilidad. Ámbito que funciona por estar hecho de un sinnúmero de supuestos de naturaleza tan aproblemática que ni siquiera se nos ocurre ponerlos en cuestión. Aquí las cosas comienza a complicarse, ¿no acaso Husserl había prometido superar la actitud natural, aquella que no nos deja llegar a las cosas mismas, poniendo entre paréntesis —epojé— todos nuestros prejuicios sobre el mundo?, ¿qué pasa con este mundo de vida que ahora quiere rescatarse, no estaría hecho precisamente de ese cúmulo de prejuicios que deberíamos dejar de lado? Habría que reconocer que no es lo mismo el mundo de sobreentendidos en el que vivimos sin darnos cuenta y el mundo de prejuicios que nos ocultan “las cosas mismas”. El mundo de vida es el suelo desde el cual es posible toda experiencia, todo concepto o teoría, es la montaña o el árbol que percibimos justo antes de que la geología o la botánica nos digan qué son, justo antes de que la teoría logre ocultarlos detrás de conceptos y abstracciones. En este talante, los sobreentendidos

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MARÍA LUISA BACARLETT PÉREZ

del mundo de vida son justamente lo que queda oculto detrás de los prejuicios de las teorías y de los conceptos, hay pues un mundo más originario que aquel que nos describe la ciencia natural matemática y es precisamente hacia él a donde quiere dirigir nuestra mirada la fenomenología, ahí estarían precisamente “las cosas mismas” prometidas una vez que hemos depurado nuestra conciencia de un cúmulo de prejuicios: “El ropaje de ideas que conocemos como ‘matemática y ciencia natural matemática’, o incluso el ropaje de símbolos de las teorías matemático-simbólicas, cubre —tanto para el científico como para los hombres cultos— todo cuanto asumido como naturaleza ‘objetiva, real y verdadera’ ocupa el lugar del mundo de vida, lo disfraza” (Husserl, 1991: 53). Pero este mundo originario no carece de complejidades, las preguntas saltan a la vista: si hay un mundo de vida que es previo a toda teoría ¿cómo podemos teorizar sobre él sin extraviarlo?, ¿qué es lo que nos hace salir de este universo de sobreentendidos y de ausencia de preguntas y nos arroja a la perplejidad, a la pregunta? Estas son algunas de las cuestiones que son abordadas en el libro Teoría del mundo de vida de Hans Blumenberg (1920-1996). En los textos aquí reunidos el prolífico autor alemán y profundo conocedor de la fenomenología husserliana trata de conjugar dos de las principales preocupaciones de toda su obra: la cuestión de la metáfora y el problema del mundo de vida. Parecería que ambos tópicos tienen poco que ver entre sí, sin embargo, aquello que une ambas preocupaciones es una pregunta netamente ontológica: ¿cómo los hombres dan sentido a su mundo?, ¿cómo el mundo aparece para el hombre? De inicio habría que subrayar que inmersos en el mundo de vida no es necesario dar sentido a nada, el sentido es presupuesto y es aproblemático, pero cuando los seres humanos comenzaron a hacerse preguntas no sólo por el sentido, sino por el ser mismo —¿por qué hay algo y no más bien nada?— salieron sin querer del mundo de vida y empezaron a teorizar. Para Blumenberg esa salida tomó como principal vía la construcción de metáforas: la metáfora tiene un contenido ontológico innegable, es a través de ella que el mundo deja de ser sobreentendido y se hace legible, se convierte en pregunta y sentido, en problema de existencia. Nos damos un mundo a través de metáforas; la ciencia, pero también la filosofía, forman parte de este entramado metafórico a través del cual el mundo cobra realidad y se vuelve tema. Pero an-

FENOMENOLOGÍA: OLVIDO Y FATALIDAD

tes de ser tematizado por la ciencia o por la propia filosofía existe un mundo más original en el que sin preguntas, sin temas y sin ciencia nos movemos y vivimos de manera natural. La cuestión es que una vez que nos preguntamos por él, por su consistencia y sus límites, estamos ya irremediablemente fuera de él. Por eso, el mismo título del libro resulta paradójico: ¿puede haber una teoría del mundo de vida?, ¿este mundo no termina aniquilado una vez que lo tematizamos? Blumenberg es plenamente consciente de esta paradoja; en efecto, una vez que teorizamos sobre el mundo de vida lo perdemos en medio de teorías y conceptos. Entonces ¿qué sentido tendría hablar de él? Para el filósofo alemán, siguiendo en esta línea la apuesta de Husserl, hablar de un mundo originario previo a toda teoría y a toda ciencia no tendría como cometido regresar al origen o recuperar la inocencia perdida: habitamos ahora mismo el mundo de vida, con todos sus sobrentendidos y supuestos, pero al mismo tiempo está ausente pues no admite preguntas ni teorías, una vez que lo interrogamos lo perdemos. Entonces, ¿para qué hablar de él? Al menos para Blumenberg, en consonancia con Husserl, la apuesta es “no olvidar” que hay un mundo que antecede a toda teoría y a toda ciencia y que es, de hecho, lo que da sentido a éstas. Fatalmente, no hay regreso al paraíso ni puede recobrarse la inocencia perdida, sin embargo, la tarea de la fenomenología sería recordarnos que las ciencias son un ropaje metafórico con el cual hemos cubierto el mundo de vida, lo cual no representa —recurrente mala lectura de la fenomenología husserliana— una demonización de la ciencia, pues en última instancia mucha de la filosofía occidental ha cumplido con el mismo papel “ocultador”; antes bien, de lo que se trataría es de reconocer de dónde vienen nuestras teorías, a qué le deben su condición de posibilidad: “En Husserl no hay una inocencia de lo que él denomina la ‘experiencia natural’; más bien hay que reconocer y asumir su culpa para poder honrar las deudas que penden sobre nosotros” (p. 217). En suma, la fenomenología no sería un ejercicio nostálgico a través del cual desearíamos o no haber salido del mundo de vida o volver a él como recuperación del paraíso, de hecho, su tarea describe, en gran medida, la tarea de toda la filosofía occidental: “hacer entendible lo sobreentendido”, esa es la vocación filosófica occidental que comenzó en la Grecia antigua y a la que no podemos sustraernos, pero al mismo tiempo estamos obligados a reco-

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nocer nuestras deudas y nuestros desvíos: el olvido del origen, de ese escurridizo mundo de vida del cual se desprenden todas las teorías y los conceptos; pero también reconocer que toda teoría y toda ciencia no tienen otro punto de despegue más que ese mundo originario que se escapa cada vez que tratamos de teorizarlo. Estamos avocados al entendimiento, pero todo lo que puede entenderse, todo lo que puede hacerse legible, debe su posibilidad a un suelo de sobreentendidos y supuestos que admiten mucho desconocimiento,

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que excluyen muchas preguntas. Ese universo de sobreentendidos está ahí para recordarnos los límites y las condiciones de posibilidad de todo lo que podemos entender, teorizar y tematizar, está ahí para recordarnos nuestra finitud y la finitud de nuestro conocimiento. REFERENCIAS Husserl, E. (1991), La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental, Barcelona, Crítica.

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HUGO CÉSAR MORENO HERNÁNDEZ

EL ROCK VIVE DE CIUDAD

El rock

VIVE DE CIUDAD Hugo César Moreno Hernández* [Andrea Madrid Tamayo, Marcelo Negrete y Tito Livio Madrid, Factory Nunca Más. Estudio de caso en torno al incendio de la Discoteca Factory, Quito, Ecuador, INREDH/ Espíritu Combativo/Instituto de la Ciudad, 2013.]

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a ciudad es espacio fluido, su territorialidad es tanto encuentro de líneas formando un estriado o una cuadrícula de direccionalidad de los flujos, como desborde en los encuentros y desencuentros en los flujos y contraflujos que actúan corrosivamente. Las urbes son corazón del sistema de sociedad contemporánea y también su padecimiento. En la ciudad el sujeto logra el anonimato y la libertad, como observó George Simmel. Libertad en el anonimato, en el pasar desapercibido, en el ser transeúnte, flujo dirigido a puntos específicos para usar la calle como espacio público de tránsito. El espacio donde se aglutinan edificaciones altas, centros comerciales, vías rápidas, semáforos, cortes de los flujos como codificación de comunicaciones que no acomunan sino que en la exclusividad individual separan y distribuyen para orientar las direcciones de los entes urbanos, masificados en el transporte público, en los cruces, en los cortes. La ciudad como espacio público. Vista así, apenas es un juego de pesos y contrapesos luchando por encontrar equilibrio. Sin embargo, la ciudad como forma viva, como * Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Iberoamericana. Actualmente es becario posdoctoral del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso).

hábitat y entidad, como cosa en constante movimiento, en deformaciones constantes, explosiones y abigarramientos estridentes, es vida y azar. Los flujos no se encuentran con chispas mecánicas sino con expresiones vitales, con miradas, reconocimientos y conflictos. El debate sobre lo público, sobre el uso de los espacios, sobre el cómo caminar la calle, cómo apropiarse de las paredes y veredas, de bares, plazas, mercados, avenidas, puentes, es central para crear ciudad más allá de sus estructuras de cemento y de sus estructuras políticas. Su forma es de trinchera en un juego bélico donde los triunfos y derrotas construyen imaginarios sobre habitar la ciudad. El trabajo presentado en Factory nunca más…, describe una de estas trincheras, el rock y los rockeros, seres citadinos, seres de baqueta (vereda), esquina y música, sujetos productores de cultura profundamente urbana y, por ende, constructores de la urbe. Habitan y hacen ciudad desde el desencuentro, lo hacen, como nos dicen los autores, “más allá de su anclaje estético, posee aspectos sociales y culturales que la rodean y le dan forma” (p. 30). El rock es contracultura a pesar de su amplitud comercial y el consumo, porque es, como forma urbana, consumir para escupir al sistema con producciones reapropiadas, un poco como piensa

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Michel de Certeau, es decir, reescribiendo, apropiándose del producto para imprimirle subjetividad más allá de los usos específicos del producto, subvertirlo, pervertirlo, ennegrecerlo para revitalizarlo en el ser decidido, no impuesto. Se siente también ese ethos barroco del que habla Bolívar Echeverría en estas reescrituras, en las deformaciones del discurso imperante, en la forma de tomar la calle.1 En la forma de crear espacio público. El espacio público es una creación de los usuarios. Aparece con el encuentro, con el enfrentamiento y la interpelación. Para el administrador de la urbe la mejor forma de entender el espacio público es como la gestión de los tránsitos, la calle sin rostros mirándose, la ciudad sin mirada, un simple fluir enceguecido y pobre de encuentros, millonario en efectividad vial. Incluso, el mejor ejemplo de efectividad en la gestión de los cuerpos en movimiento son los centros comerciales donde el diálogo entre otredades es cancelado por las vitrinas exhibiendo productos diseñados para ser deseables. Algunas ciudades se convierten en enormes centros comerciales con espectaculares mostrando productos irresistibles, quizá para hacer menos horripilante la espera en un embotellamiento sin que los sujetos estacionados logren entablar encuentros con aquellos igualmente atorados. Principio de museificación, como explica Giorgio Agamben: el sujeto mira los objetos para ser subsumido por su imagen, incapacitado para tocarlos. Por ello, practicar la ciudad es romper el cristal que la protege y santifica, vedando su uso para los profanos (sería el dinero y la exclusividad lo que sacraliza al sujeto para permitirle entrar al lugar sagrado del consumo), cómo, usándola, convirtiéndola en lugar de encuentro y tramitación de conflictos. Si, como muestran los autores de Factory nunca más, a través de los dichos de jóvenes rockeros, el rock es “consuelo ante la sociedad” (p. 62) es también herramienta para remodelar los espacios públicos con el simple hecho de usarlos: el color luto sonriendo en las estaciones de buses, cuerpos hiriendo con su presencia el supuesto orden citadino. El negro en oposición feliz a la opresión del triste orden, la tristeza del negro como alegría para oponerse a la luminosidad del progreso melancólico, una contraversión con el juego entre bien y mal que implica la inacción de la muerte a través de la vitalidad juvenil. Cabe aquí la reflexión que hacen los autores a propósito de 1

Véase el artículo de Luis Martínez Andrade “Bolívar Echeverría: Vuelta de siglo” en este mismo número.

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la existencia inauténtica heideggeriana, que aplicada a los jóvenes enlutados con camisetas de bandas de metal, black, death o punk, conviven de: “una tipología de la existencia humana que evita el conflicto con el orden moderno por medio de un escape que se presenta como la posibilidad de realización humana, en este caso, por medio de la música, pero que no es más que un escape, no se enfrenta la condición existencial sino que se la ‘aliviana’” (p. 63). En ese aliviane y aparente inacción hay un contraflujo ácido tan corrosivo que espanta, no es desorden en el entendido de subvertir el orden político de las cosas, sino una política estética, un oxímoron que permite la producción de valores que no le hacen asco al consumo de la industria cultural del rock, sino que la reutilizan para habitar a su manera la ciudad. En el recorrido que hacen los autores sobre la escena rockera de Quito, queda claro cómo la cultura urbana del rock se ha consolidado en un circuito de exposición semiclandestino o totalmente clandestino donde, además de atrincherarse simbólicamente, buscan su reproducción defendiéndose de las violencias simbólicas con sus propias armas simbólicas. El caso que les ocupa, el drama de la Discoteca Factory, se convirtió en un punto de inflexión para los jóvenes entusiastas del rock en términos del acceso a conciertos. Los espacios se abrieron para las bandas y los jóvenes (el documento muestra claramente la evolución de esta apertura) como una respuesta puramente reactiva por parte de las instituciones gubernamentales, las cuales quedaron un tanto atolondradas por los acontecimientos, sin capacidad para orientar su quehacer hacia la creación de políticas públicas específicas para los jóvenes. Según lo que he venido argumentando, apoyándome en los resultados presentados en Factory Nunca Más, la opción asumida por la institución fue similar a crear una vitrina amplía donde los jóvenes se enceguecieran respecto a sus pares y las otredades con que conviven, construyen y practican la ciudad. El espacio público quedó tan vacío como estaba, porque no se cambió el esquema de su percepción y los jóvenes, ajenos al monumento, la cerca y la clausura, siguen creando espacio público a contracorriente (en conciertos clandestinos de poca asistencia donde el cara a cara posibilita la construcción de identidad). La muerte atroz y su espectacularización mediática, la visibilización estigmatizada de los rockeros, la organización para denunciar y exigir justicia, desembocaron en una observación distinta de la movida rockera, una especie de efervescencia con el descubrimiento. Sin embargo, la pregunta los auto-

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HUGO CÉSAR MORENO HERNÁNDEZ

res: “¿Qué destapó la muerte de esas jóvenes personas el día 19 de abril?” (p. 88) deja en la respuesta ensayada un sinsabor: “Quizás el carácter de una sociedad excluyente y conservadora que no quiere mirar sus debilidades, sus falencias, sus violencias, quizás por eso de inmediato los medios de comunicación domesticaron la tragedia en un discurso que claramente intentaba dejar intacta la imagen que la sociedad tiene sobre sí misma” (p. 88). Sinsabor que se recrudece ante las lógicas imperantes respecto a la provisión de accesos a los espacios públicos y que impone a los jóvenes la necesidad de practicar su ciudad a contraflujo, reescribiendo con sus cuerpos y en sus cuerpos los límites y particiones con que, desde los discursos que ellos no elaboran, se escinde la pertenencia. La tajante división entre norte y sur con que se divide Quito, más que una separación, debería funcionar como la posibilidad de tender puentes según “los imaginarios y prácticas agenciados desde el movimiento rockero y en general de las organizaciones juveniles [que] plantean nuevos criterios éticos y estéticos” (p. 136) tanto en sus estilos de vida, como en la ocupación y práctica de los espacios públicos, los cuales deberían alcanzar la flexibilidad requerida por esos criterios éticos y estéticos ofrecidos por las juventudes que transforman la ciudad. Flexibles para escuchar discursos expresados en formas artísticas, políticas, sociales, culturales. Permitir abrir los oídos de la ciudad y la sociedad para que aquello que en primera instancia aparece como el rugido de los enmudecidos, alcance el digno estatus de discurso válido con el cual entablar diálogo. No se trata de alcanzar el acuerdo por decreto (como, al parecer,

supone el actual orden político del Ecuador), sino de reconocer la capacidad discursiva de los que están en desacuerdo. Sólo así es posible mantener un orden democrático, lo que no significa la tiranía de la mayoría alcanzada en las urnas, sino la posibilidad real de las minorías para manifestar su desacuerdo y exigir ser tomadas en cuenta. Acceder al espacio público, tener la capacidad para modificarlo en un acto de apropiación no excluyente, sino de diálogo, encuentro y como escenario para la tramitación de los conflictos, es un derecho humano y político, por tanto, un portal para la práctica efectiva de la ciudadanía, pues, como afirman los autores de Factory Nunca Más: “el uso del espacio público constituye también una apuesta política y cultural por el reconocimiento de las culturas urbanas” (p. 142), modular la voz para que sea escuchada y abrir los oídos para dialogar. En las éticas y estéticas que formulan las juventudes, hay una vitalidad establecida en el presente, en la construcción de la cotidianidad. Un escudo simbólico para alivianar la existencia vituperada por la pesadez de la urbe. La música, los colores, los signos y símbolos, las paredes reusadas, las calles pisoteadas por las botas embellecidas por la práctica juvenil (no las botas calzadas por un militar), se convierten en el estandarte de habitantes con la fuerza para transformar su entorno mediante prácticas subversivas que no pretenden elevar un discurso político ideológicamente construido, sino una política del estar juntos, vital y estruendosa, como una orgía dionisiaca donde el hedonismo del rock y otras culturas urbanas juveniles crean socialidad lanzada al futuro.

Apuntes sobre

LAS FRONTERAS DE LA INSEGURIDAD José Antonio Bretón Betanzos*

U

n trabajo multidisciplinario conlleva el descubrimiento de un sinnúmero de perspectivas de un tema que, visto desde un solo ángulo, pudiera significar un tema agotado para continuar su discusión en la misma dimensión. La obra Estado, seguridad pública y criminalidades. Debates recientes nos acerca a una visión multidisciplinaria, que nos conducirá al rompimiento de paradigmas y a diversas propuestas sobre discusiones que en diferentes ramas aisladas parecen haber llegado a ser consideradas dentro del aspecto finito del conocimiento. Para iniciar esta exposición se consideró tomar como eje vertir algunas críticas al título de la obra, aspecto que me parece pocas veces confrontado y analizado contra el contenido de un esfuerzo como al que ahora nos acercamos, sobre todo porque cuando existe una crítica sobre el título de alguna publicación normalmente se tiende a tratar de ubicarla en un aspecto de su especificidad con relación a su filiación disciplinaria; no obstante, la obra que comentamos es de carácter multidisciplinario, y por ello la crítica a su título buscará acercarnos a los de* Profesor investigador de tiempo completo en la Universidad Iberoamericana, Puebla.

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[Rigoberto Ocampo Alcántar, Israel Covarrubias y Juan Cristóbal Cruz Revueltas (coords.), Estado, seguridad pública y criminalidades. Debates recientes, México, Universidad Autónoma de Sinaloa/Pubicaciones Cruz O., S. A., 2013.]

rroteros que se observan en sus contenidos. El nombre del trabajo nos presenta de manera sencilla pero al mismo tiempo de forma contundente la idea de haber sido desarrollada desde perspectivas no convencionales. El mismo título expresa la relación que existe entre los tres conceptos abordados (Estado, seguridad pública y criminalidades), sin importar su origen disciplinario. Sin embargo, debe advertirse que al analizar su contenido el título resulta un contenedor insuficiente, me parece, en dos formas. La primera, porque con el título se da la impresión de ser un trabajo de carácter conceptual, es decir, aun cuando se complementa con la idea de debates recientes, el contenido que encontramos en la lectura dista por mucho de ser únicamente una obra de carácter teórico. Dentro del trabajo podemos encontrar que, en efecto, existe un excelente esfuerzo por incluir los conceptos introductorios a la discusión, llegando a proponer algunos innovadores. En segundo término porque el estudio no se refiere únicamente a aspectos meramente abstractos o teóricos, ya que la segunda parte se refiere a esta discusión para el caso específico de México, a través de información que nos permite un ejercicio de aplicación sobre las cuestiones planteadas en la primera parte. Es claro que haber incluido esta especificidad

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JOSÉ ANTONIO BRETÓN BETANZOS

hubiese creado una similar crítica, ya que excluiría trabajos de política comparada como los que presenta Hugo César Moreno Hernández (cuyo trabajo sociológico incluye la idea del “no” de las pandillas como organizaciones criminales, como la negación de las mismas), tampoco se incluiría el que nos ofrece Franco Gamboa Rocabado ni el estudio comparado que expone Rodolfo Sarsfield. Sin embargo, esta segunda propuesta por considerar un mejor título se puede evidenciar si observamos que la primera parte de las dos secciones (titulada “Estado, seguridad pública y criminalidades”) en que se divide todo el contenido de la labor que examinamos. La segunda parte de la obra se denomina “México, problemas de seguridad y criminalidad”, lógicamente atiende al ámbito nacional. Sin embargo, la posibilidad de conjugar el título de las dos partes generales hubiera provocado un nombre más acercado al excelente contenido del libro. La lectura del trabajo coordinado por Rigoberto Ocampo, Israel Covarrubias y Juan Cristóbal Cruz Revueltas se lleva a cabo de una manera muy accesible porque se encuentra muy bien sistematizada. Es importante mencionar que la parte introductoria se presenta como un apartado que más allá de explicarnos los ejes y finalidades de la obra, nos muestra de una forma contundente el agotamiento de muchas afirmaciones que son generalmente aceptadas, ya que con razones debidamente soportadas nos demuestran las contradicciones que existe en el discurso político y en no pocas ocasiones en el discurso académico con relación a los problemas de seguridad pública y criminalidad. Por ello, me parece que este apartado va a aparecer en la mente del lector continuamente, porque es allí donde se establecieron diversas afirmaciones que son corroboradas en el contenido de cada uno de la trabajos que integran la obra, demostrando que la obra cumple con un nivel de indagación elevado, brindándole además coherencia a todo el contenido. Con relación a la primera parte, que como dijimos se refiere a aspectos teóricos, se observa básicamente que todos los trabajos contienen un conciso espacio sobre las discusiones teóricas acerca de conceptos fundamentales como Estado, seguridad pú-

blica, miedo, así como la definición de aspectos que inciden en la organización política tales como perversión, crimen, guerra, estratificación y pandillas transnacionales. También debe observarse que en algunos casos se acude al recorrido histórico en términos de la denominada historia reciente (por ejemplo al afirmar que la idea concentradora para el Estado mexicano sobre la delincuencia organizada surge como política jurídico-estatal en 1996), con el objetivo de brindar antecedentes que permitan una mejor comprensión de la magnitud e importancia del tema. Sin embargo, este espacio teórico se ve enriquecido porque sin importar el origen disciplinario de los conceptos existe un esfuerzo muy fructífero al relacionarlos entre sí, permitiendo de manera planeada el acercamiento a nuevas afirmaciones que permiten la construcción de nuevos paradigmas, ya que con esta pretensión se llega a perspectivas que explican la realidad de una manera mucho más completa y coherente, tarea que se ve enriquecida al exponer diversos ejemplos que nos ayudan a quienes disfrutamos de esta lectura a colocarnos en la visión de cada autor y compartir con él su propuesta. Además, este ejercicio de relacionar conceptos nos permite ubicar los límites de la discusión de las diversas disciplinas cuando nos muestran de manera complementaria algunas interpretaciones sobre aspectos singularmente abordados en una disciplina en específico. Como ejemplo podemos mencionar las limitaciones legales que presenta la interpretación y aplicación de la ley al tratar de resolver los aspectos de injusticia que a su vez genera la misma ley, mostrándonos que el Derecho como parte estructural del Estado es insuficiente para explicar la complejidad de los fenómenos actuales de la delincuencia. Así pues, esta obra es innovadora y enriquecedora, ya que los capítulos que la componen son por mucho mayores a cualquier apunte que se pueda hacer de cada uno de ellos, aunque no sobra decir que nos demuestra la utilidad de este tipos de estudios, así como la posibilidad de comenzar a caminar por un derrotero que da lugar al cambio en la forma del análisis político, para permitir una visión amplia de los fenómenos que sólo pueden ser explicados al incluir diversos ángulos científicos.

Comunicación

POLÍTICA Y ELECCIONES Cecilia Aida Hernández Cruz* [Citlali Villafranco Robles y Luis Eduardo Medina Torres (coords.), Entre la libertad de expresión y el derecho a la información: las elecciones de 2012 en México, México, Instituto Electoral del Estado de México, 2013.]

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espués de la tercera ola de democratización comenzada en la década de 1970 (Huntington, 1994), tanto las democracias nacientes como las ya consolidadas, exigieron reglas del juego cada vez más específicas y sofisticadas para garantizar la equidad en la contienda electoral y la legitimidad de la democracia. Cada vez más intereses están en juego en cada proceso electoral y por eso, “es muy tentador el querer asegurar la victoria por medios ilegales o moralmente cuestionables”; es por ello que los Estados deben implementar diseños institucionales que establezcan marcos jurídicos fuertes, sistemas de pesos y contrapesos eficientes, una delimitación clara de las funciones de las autoridades en cada rama para evitar abusos en el sistema. Por otro lado, las agencias internacionales, la sociedad civil y los medios de comunicación deben estar atentos a su vigilancia y cumplimiento para generar con ello la legitimidad que requieren las propias instituciones y la democracia en su conjunto (Proyecto ACE, 2014). En este contexto, nos encontramos frente a una obra que aborda un tema muy específico de las reglas

* Maestra en estudios latinoamericanos por la Universidad de Salamanca. Directora de Divulgación del Centro de Capacitación Judicial Electoral del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación.

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del juego electoral: se trata de la comunicación política y sus efectos en el sistema electoral. El objetivo general de la investigación, según se menciona en la propia presentación, es: “someter a revisión el funcionamiento del modelo de comunicación política durante el proceso federal electoral de 2012, al evaluar si este modelo genera tensiones o límites para los principios democráticos de libertad de expresión y derecho a la información, al analizar sistemáticamente y establecer elementos comparativos de las interpretaciones de las normas que en la materia hace el IFE y el TEPJF, para el proceso electoral federal 2012”. Este libro es el resultado del análisis de una investigación financiada por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Está dividido en 3 apartados: el primero de tipo histórico-conceptual; el segundo se compone de análisis derivados de los propios resultados de la investigación; y el tercero aborda diversas temáticas locales en la materia. La obra comienza con un consistente artículo de Enrique Suárez Iñiguez, en el que en breves páginas hace un recuento sobre las diferencias entre liberalismo y democracia y cómo estos conceptos y objetivos deben unirse porque las libertades del individuo son imprescindibles para la democracia. En esta reflexión, Suárez Íñiguez también hace énfasis

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CECILIA AIDA HERNÁNDEZ CRUZ

en la libertad de expresión como una de las libertades básicas que el liberalismo ha defendido y la importancia que significa que un ciudadano esté bien informado para participar de una mejor manera en asuntos públicos y tomar mejores decisiones. También explica cómo es que estas libertades pueden tener límites para que se garantice la seguridad y la paz, por ejemplo, y no transgredir otras libertades. Por su parte, Mariana Hernández hace un recorrido histórico-conceptual en el camino de la regulación de la comunicación política en México. Para ello, aporta algunas comparaciones con el modelo estadounidense, español y alemán. Con estos ejemplos, es fácil revisar que en el mundo democrático actual, los medios de comunicación y las nuevas tecnologías avanzan a pasos gigantes y, en muchas ocasiones, las reglas del juego dejan fuera de la regulación detalles que después podrían volverse cruciales. Es indiscutible que las campañas se han transformado de manera considerable en los últimos cuarenta años, dando un mayor protagonismo a la comercialización del espacio virtual. En este sentido, el mundo democrático se encuentra en constante reforma. Posteriormente, nos encontramos con los capítulos que se encargan de analizar la información generada con la investigación y el desarrollo de la base de datos. Citlali Villafranco parte del marco de la reforma electoral de 2007, “que imposibilita a los actores ajenos al proceso electoral incidir en las campañas electorales y sus resultados a través de los medios de comunicación; para ello se elevaron a rango constitucional las normas que impiden el uso del poder público a favor o en contra de cualquier partido o candidato” y se dotó de mayores atribuciones a la autoridad electoral para administración y vigilancia de la relación de los partidos políticos con los medios de comunicación y el uso del financiamiento. El cambio relevante fue reconocer al IFE como autoridad única para administrar el tiempo que corresponde al Estado en radio y en televisión. Villafranco hace un análisis de la manera que interpretan el modelo de comunicación política tanto el IFE como el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación y, para ello, se analizaron los 456 acuerdos y resoluciones a propósito del proceso electoral de 2012. Por el Tribunal Electoral se revisaron 138 sentencias y por el IFE 318 acuerdos. En la revisión de los documentos, se utilizó un criterio para definir si dichas resoluciones y acuerdos favorecían la tutela de la libertad de expresión para

COMUNICACIÓN POLÍTICA Y ELECCIONES

garantizar el derecho a la información. Lo que se encontró es que 43.1 por ciento de los documentos favorecieron la libertad de expresión y 46.9 por ciento al derecho a la información, eliminando los desecamientos. Se resalta en la investigación que es evidente la tentación de los funcionarios públicos por promover sus imágenes y que esto cruza todos los niveles de gobierno. Además, se presentan evidencias de que un alto porcentaje de casos analizados no tiene sanción, con lo cual no se cumple cabalmente con el objetivo. Por otro lado, es preocupante que las sanciones económicas impuestas a los partidos sean en ocasiones simbólicas, lo cual posibilita que se sigan cometiendo faltas en este sentido y que se bloquee la inequidad en la contienda. Otro tema por demás interesante es el análisis que se realiza en cuanto a la disyuntiva en que se encuentra el órgano administrativo y el jurisdiccional para resolver, ya sea a favor de la tutela del derecho a la información o de la libertad de expresión. El IFE, en contraste con lo que buscaba el legislador, brinda mayor prioridad a la tutela de la libertad de expresión, mientras que el Tribunal al derecho a la información. Por otro lado, Luis Eduardo Medina y Dunia Ivette Córdoba Ramírez afirman en su artículo que este modelo de comunicación política que privilegia la tutela del derecho a la información, genera que las resoluciones de los órganos jurisdiccionales mexicanos en ocasiones se alejen de la jurisprudencia del Sistema Interamericano de Derechos Humanos. Para ello, realizan una detallada descripción de lo que implica teóricamente la libertad de expresión y el derecho a la información, así como su concepción y garantías en las leyes mexicanas. Asimismo, revisan 7 casos emblemáticos en donde el Tribunal revocó o modificó determinaciones del IFE, al considerar que tenían que ser rechazadas porque violentaban el modelo de comunicación política, y hacen un detallado contraste con los criterios del Sistema Interamericano. El artículo es revelador porque pone nuevamente en evidencia que el contexto mexicano y su marco normativo intenta mantener un modelo de comunicación política en el que prevalezca el derecho a la información, con el fin de garantizar la equidad en la contienda, aunque en ocasiones no se consigue tutelar al máximo el derecho a la libertad de expresión y, por otro lado, como lo argumentaba Villafranco Robles, tampoco las sanciones son lo suficientemente relevantes para lograr su cometido.

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Este capítulo pone además en evidencia la disyuntiva de las autoridades electorales para determinar los límites de las restricciones y definir cuáles prohibiciones son aplicables para qué actores políticos y ciudadanos. “Una característica adicional es que el llamado derecho a la información termina siendo un bien jurídico adaptable casi a cada caso concreto porque mientras que el argumento de la libertad de expresión es claro: se aplica apara los ciudadanos, en el caso de derecho a la información a veces se utiliza como bien público y en otros como bien a perseguir por los ciudadanos cuando tienen que estar informados por sus legisladores”. Justo esta disyuntiva entre las restricciones a la libertad de expresión, ha llevado a que diversas resoluciones emitidas por el TEPJF cuenten con votos particulares de magistrados. Según el análisis de Edwin Ramírez Díaz y Fernando Colmenero Reyes, de las 529 resoluciones de la base de datos generada por el proyecto, 62 casos fueron aprobados por votación mayoritaria y en 57 de éstos se presentó un voto particular razonado. Estos votos razonados nos permiten observar que en opinión de los juzgadores existió una apreciación diferente sobre la interpretación y aplicación de las normas relativas al modelo de comunicación política. Finalmente, encontramos tres artículos enfocados a asuntos locales: un artículo de Citlali Villafranco, uno de Juan Carlos Villareal Martínez y, finalmente, uno de Iván Valdés Munguía y Carolina

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Durán Zuñiga. En estos trabajos se ponen en evidencia algunos problemas que la reforma de 2007 presentó con relación a la normatividad local. En el caso del Estado de México, se resalta que el informe de monitoreo de 2012 elaborado por el Instituto Electoral del Estado de México concentró su atención en verificar la pauta del Instituto Federal Electoral, más que en revisar la equidad de la cobertura y el tratamiento de la información de los actores políticos. En dicha verificación, se encontraron irregularidades que, sin embargo, en las consultas de información realizadas por el IEEM, el IFE afirmó que los institutos locales no tienen validez jurídica porque es el propio Instituto Federal Electoral el encargado de resolver a este respecto. El tema de las relaciones del IFE, próximamente INE, con los órganos locales, así como el cambio en el modelo de fiscalización de partidos para empatarlo con los tiempos del proceso electoral y el establecimiento del rebase de tope de gastos de campaña como causal de nulidad electoral, serán temas a los que tendremos que estar atentos una vez que se cuente con la regulación secundaria de la reforma constitucional de 2013, para poder evaluar las ventajas y desventajas, así como los efectos que esta reforma tendrá en la materia. REFERENCIAS Huntington, S. (1994), La tercera ola. La democratización a final del siglo XX, Buenos Aires, Paidós. Proyecto ACE: http://aceproject.org/ace-es/topics/ei/ei10

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LA RECUPERACIÓN DEL CONTEXTO. ANOTACIONES SOBRE DIETER NOHLEN

La recuperación del contexto. ANOTACIONES SOBRE DIETER NOHLEN Claudia Rivera Hernández* [Dieter Nohlen, Ciencia política comparada. El enfoque histórico-empírico, México, Instituto de Ciencias de Gobierno y Desarrollo Estratégico-BUAP/ Universidad del Rosario, Bogotá, 2013.]

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l aporte principal de Ciencia política comparada radica en que el autor detalla los métodos de investigación adecuados para producir las teorías de la ciencia política. El libro se encuentra organizado en nueve capítulos. Los primeros cinco están dedicados al análisis metodológico en las ciencias sociales y describe con mucha claridad elementos como: teoría, métodos, conceptos, enfoques y contextos, para finalmente, explicar el método comparativo como la herramienta más relevante para la ciencia política. Los cuatro capítulos finales muestran las grandes dimensiones de análisis de esta área del conocimiento: sistema de gobierno, sistema electoral, sistema de partidos, presidencialismo, instituciones y cultura politica, dimensiones

* Profesora investigadora en el Instituto de Ciencias de Gobierno y Desarrollo Estratégico de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.

analizadas con el rigor metodológico que caracteriza al autor con el fin de garantizar la democracia. Así pues, en esta breve reseña, pondré a consideración del lector las ideas más relevantes del libro. Para comenzar, el autor expone que el contexto sobre el cual se investiga un objeto de estudio en las ciencias sociales representa el principal criterio a considerar en la elección de una teoría. Cada investigador analiza su realidad según las prácticas y valores aprendidos en su entorno. “La teoría vive de la intuición, las creencias, y por lo tanto inminentemente de la realidad”, nos sugiere. Así, las teorías creadas en la investigación social son válidas, mientras no sean refutadas. Las teorías sirven para guiar el trabajo de investigación, facilitan los conceptos y funcionan como patrones de argumentación e instrumentos para describir el objeto de estudio, además de sistemati-

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zar el trabajo de investigación, pues según la teoría a utilizar, será el tipo de análisis y los resultados que encontremos. Las teorías pueden clasificarse en descriptivas, sistemáticas, funcionales e histórico-genéticas. El autor llega a la conclusión que las teorías políticas se crean en época de crisis, en momentos de cambios sociales profundos y son establecidas con fines prácticos y de transformación social; su objetivo es la evolución del contexto histórico social, por lo que poseen respuestas a problemáticas sociales y políticas concretas, muestran el contexto, se conducen por interés, interpretan indirectamente una variedad de intereses sociales y plantean horizontes de aspiraciones y de expectativas. La ciencia política se distingue por utilizar una variedad de métodos y técnicas de investigación, donde se trata de describir, explicar, comprender y pronosticar las generalizaciones y casos individuales de métodos cuantitativos y cualitativos. Para atender los métodos de la ciencia política el primer paso es identificar los conceptos, cuya finalidad es proporcionar ideas ordenadas de lo observado. El autor menciona que existe un procedimiento lógico utilizado para la clasificación de objetos según sus características o sus relaciones de clase. La clasificación está ligada especialmente al método comparativo, pues la diferencia o concordancia en la investigación comparada es tratada por medio de procedimientos clasificatorios cuyo fin es generar tipologías que describan y ordenen la realidad respecto al contexto de la investigación. El contexto debe indicar factores históricos, culturales, económicos, sociales y políticos. Para lograrlo, se deben distinguir los fenómenos que rodean el objeto. Por ello, el método comparativo se muestra como el más eficiente en la ciencia política, pues las teorías del conocimiento, los métodos científicos y los diversos enfoques, se miden como factor ponderado para describir el contexto, de tal manera que al realizar la comparación, el autor deberá tomar una postura ante ellos, lo que le permitirá analizar la realidad concreta. Por tanto, el método comparativo consiste en la comparación sistemática de objetos de estudio con el fin de alcanzar generalizaciones empíricas y comprobación de hipótesis. El método comparativo investiga las relaciones causales e intenta aislar los factores de causa (variables independientes) de un efecto (variables dependientes) en su causalidad lo cual constituye para las ciencias sociales el sustituto del experimento. En el método comparativo se utilizan distintas estrategias de investigación. Es importante que

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al utilizar diferentes métodos se haga la diferencia entre el método de concordancia y el método de diferenciación. Para el método de concordancia se busca similitud en las variables operativas y heterogeneidad en las variables de contexto. Por su parte, el método de diferencia requiere diferencia en las variables operativas (tanto explicativas como las que se van a explicar) y homogeneidad en las variables de contexto. Así, el método comparativo brinda libertad al investigador en el diseño propio de su investigación a situaciones particulares que se presentan como concordancia y diferencia. Por otra parte, Dieter Nohlen dedica los últimos cuatro capítulos de su libro para explicar los principales debates de la ciencia política, y concluye que en un sistema político, las dimensiones de análisis deben ser: la transición a la democracia, su consolidación y su reforma, y considera como elementos fundamentales de su tesis: a) la alternativa entre el presidencialismo y el parlamentarismo; b) los tipos de sistemas electorales que buscan una alternativa a la representación por mayoría y representación proporcional; c) otros elementos que ponen en contexto cada una de las variables, como son: poder, consenso, legitimidad, y las capacidades funcionales del sistema político. El análisis de estos elementos permitirá identificar las repercusiones en la gobernabilidad de un Estado, así como el supuesto de que la institucionalidad política influye en los recursos del gobierno democrático. El autor hace énfasis en la ciencia política, y explica que su objeto es analizar la interrelación de las variables, no las variables en sí, pues esto le permitirá al investigador establecer con claridad su propio contexto. El autor parte de la idea de proponer una opción de sistema de gobierno útil para los países de América Latina, y explica que esta visión tuvo su primer intento después de la transición a la democracia en Argentina, convirtiéndola en un sistema semipresidencial, que englobó estructuras institucionales vinculadas al equilibrio de poder entre el ejecutivo y el legislativo. Otro ejemplo es el caso mexicano, donde se ha producido un debate sobre la gobernabilidad del país, debido al tripartidismo que no permite una mayoría absoluta en el congreso. En este orden de ideas, el autor analiza las posibilidades que ofrece el presidencialismo, el parlamentarismo y el semipresidencialismo para América Latina presentándolos a través del método comparativo y utiliza como tipologías de análisis los niveles normativo, analítico y operativo. Así, el análisis muestra la existencia de tres variables y su interrelación

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CLAUDIA RIVERA HERNÁNDEZ

las cuales son: el tipo de sistema electoral para la elección del presidente, el tipo de sistema electoral para el parlamento y la estructura del sistema de partido. El autor compara ampliamente las elecciones y las reformas electorales, y muestra con claridad cómo se relacionan para generar democracia, exponiendo que los efectos de las variables sistema electoral y partidos políticos, están completamente relacionados con el contexto, donde la ciencia política comparada genera su aporte en comprensión y prevención de dichas variables. El aporte de Dieter Nohlen sobre la cultura política es que la considera como la variable más importante en el desarrollo de la democracia en América Latina, pues implica la observación de la élite política, la sociedad civil y la masa del electorado, respectivamente. Su análisis es resultado de la observación de procesos políticos, del discurso, comportamiento de los actores, encuestas y eventos electorales en los diferentes países de América Latina, y concluye que la cultura política incide en los efectos que se tenga en las instituciones sobre el perfeccionamiento de la democracia, así como por medio de las reformas institucionales, donde se sustituye a la democracia por cultura política como variable dependiente. El libro marca una serie de comparativos entre los estudios de cultura política en el mundo, y comenta con detalle los casos más representativos en Europa, de donde obtiene cuatro condiciones básicas de la cultura política y los analiza para el caso latinoamericano: a) el primer elemento y esencial en la cultura política es la confianza en instituciones y líderes. Para América Latina el grado de confianza en estos dos rubros son bajos debido a la falta de reciprocidad; b) el segundo elemento tiene correspondencia con el primero ya que propicia la democracia

mediante la lucha contra la reducción de prácticas públicas que promueven la desconfianza, principalmente la corrupción que también se encuentra localizada en la esfera de lo privado; c) el tercer elemento es la tolerancia respecto a valores ajenos, admite opiniones, ideas, actitudes, convicciones religiosas y político-ideológicas opuestas; y d) el cuarto elemento de la cultura política es la conformación de compromisos y consensos de la élite política, la cultura del compromiso se funda en valores, normas y una práctica discursiva al entendimiento y acuerdos. El autor analiza cómo las reformas institucionales alientan los cambios en la cultura política con fines de consolidación de la democracia, así surgen dos premisas: 1) que el cambio de mentalidad no se da por medidas institucionales o administrativas; 2) el proceso de cambio en las reformas institucionales se da siempre en un entorno social ajeno, es decir, con valores y comportamientos no democráticos. Para concluir, el autor emite una serie de recomendaciones que versan en: a) ampliar los canales de participación acordes a la exigencia de la sociedad civil; b) realizar reformas institucionales para el fortalecimiento del Estado de derecho; c) influir en el desarrollo de la cultura política; d) motivar la rendición de cuentas en todos los niveles de gobierno; e) implementar reformas legislativas que fomenten la equidad y la distribución adecuada de los ingresos de partidos políticos; y f) el fortalecimiento de las instituciones con valores, reglas y patrones de comportamiento acordes con la democracia. Termino con una reflexión de nuestro autor: “Para la democracia no existen arreglos políticos-institucionales en la resolución de problemas políticos que son causados por una cultura política que va en contra de la democracia”.

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