Revista MONO - Sexo

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Arianna

Identidad Particular

Arteaga

Abril / Mayo 2011

Desnuda

Venezuela

Bs. 30


SOLILOQUIO

Arianna Arteaga Quintero

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La portada que comenzó con la intención de ilustrar un texto terminó convirtiéndose en una confesión personal para la modelo, Arianna Arteaga Quintero, y un tributo a la belleza natural a cargo de Roberto Mata

Fotografía Roberto Mata Maquillaje y cabello Marianne Vegas Brandt Accesorios TARBAY Tocado Oh! Nena

Cuando los editores de Mono me pidieron que posara desnuda para la portada de la revista, dije que sí rapidito. Vamos, es sólo carne, tengo 30 años, Roberto Mata era el fotógrafo, me siento muy conforme con mi cuerpo y MONO es una maravilla. Nada qué perder. Pero cuando deslizaron que también me tocaba poner en 1500 caracteres algunas ideas sobre el sexo, sentí un friíto en la espalda.

dedicara a complacer dichas atracciones. Fue largo, doloroso y aburrido. No me complacía a mí misma, más bien me dedicaba a dar placer. Así pasa en esta sociedad machista en la que todas queremos ser Barbies.

Entonces entendí que si desnudaba la piel, también debía estar en capacidad de desnudar el alma.

Parece entonces que comencé a crecer y entendí que el sexo estaba en otro lado. Sonrojada, confieso que lo descubrí hace muy poco. Tuve que partirme el alma y reconstruirla. Fue preciso ser vulnerable para percibir cuán complejos podían resultar los estímulos, y entender que se necesitaba de todos los sentidos para recibirlos.

Ser capaz de confesarme a mí misma que en algún tórrido momento de la adolescencia el centro de gravedad de mi cuerpo residió en mi vagina. Cual vórtice. Me dedicaba a atraerlo todo hacia ella para que ella, a su vez, se

Supongo que fue por eso que luego la abandoné por años. No quise saber más nada de ella, me había defraudado y ya no me parecía gran cosa.

Descubrí que una carta perfectamente bien redactada, el sutil erotismo de un

verso, una foto, un mensaje, un buen libro en su modesta mesa de noche, una conversación estimulante, una excursión, un paseo a un lugar recóndito y verde que yo no conocía, que me dijeran cosas que no sé, que me intimidaran, me cocinaran, me desnudaran sin preguntar, me hicieran el amor en el Orinoco, me acompañaran a viajar, a comer, a leer, a escribir, me criticaran con amor, me leyeran, me vieran, me escucharan, me respetaran, me admiraran, me amaran, era mejor que el sexo. Porque el sexo está bien y es divertido, pero el amor es exquisito. Especialmente el amor de un buen hombre. Mi centro de gravedad cambió cuando comprendí que se necesita muchísimo más que un ego erecto para complacerme, y yo necesito ser más que un recipiente para amar de verdad.





SOLILOQUIO

Ibsen Martínez

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La seda – afirma el Corán – se ha hecho para que la mujer ande vestida y desnuda al mismo tiempo. No parece un juicio reprobatorio; podría más bien tomarse como una muy apta definición del mejor atributo de la seda: ser una segunda piel para la mujer; lujosa, acaso estampada. No es casual que, en elogio de cierto satinado tipo de tez femenina, se diga de ella que es “sedosa”.

femenina desnudez, me llevó a pensar que el más recóndito encanto de la mujer era un delta de superficie plana, indiferenciado de cualquier otro triángulo escaleno invertido. Aquellas estatuas no dejaban imaginar las pilosidades del mons veneris, ni los aromas embriagantes que emanan de la gruta primordial. Imparto ahora noticia de mi primer encuentro con la expresión “sonrisa vertical”.

Tengo para mí que la mitad de ese atributo está, sin duda, en el tejido; la otra, en cambio, reside en la imaginación, o como hoy se diría: en el receptor. Todo ello resulta más acusado cuanto más íntimo sea el contacto entre ambas pieles. Pocas veces el verbo “translucir” resulta tan cabal como cuando alude al trato que entabla la seda con lo que la pudibundez de antaño llamaba “partes íntimas”.

Me apresuro a decir que no fue en la afamada colección de narrativa erótica promovida en los años 80 por el sello Tusquets. La descubrí muchísimo antes, pues ese símil era motivo frecuente en la literatura galante del siglo XVIII y XIX que, furtivo, leía yo en los títulos de la alguna vez célebre “Colección Pompadour”. La licenciosa colección – mexicana, años 20 del siglo pasado, con ilustraciones de manierista audacia – era el Aleph de una vasta biblioteca, legada por mi tío, don Gabriel Espinosa.

Hasta una edad relativamente avanzada – fuí un niño muy desprevenido–, la estatuaria clásica y renacentista, y en especial, los pliegues de esa marmórea túnica griega cuyo sugestivo nombre es “peplo,” y que en los libros de arte cubría a medias efigie tras efigie de marmórea y

Como tropo literario, llamar “sonrisa vertical” al pliegue que forman los labia majora de la vulva humana, se me antoja hoy día un eufemismo que remite a épocas de

tafetán, crepé, chiffon y muaré; un tiempo de insinuantes envoltorios. Puesto a escoger, prefiero la sonrisa cameltoe. La jerga de los paparrazzi define como cameltoe – literalmente “pezuña de camello”– a la línea que deja apreciar los labios mayores de la vulva bajo ropa muy estrecha o ajustada. Los camellos son artiodáctilos: su pezuña hendida semeja, en efecto, y de un modo asombroso, las valvas de los genitales femeninos humanos. El cameltoe no es sonrisa que deba adivinarse bajo tules y encajes; es una sonrisa solar, franca, orgullosa; una sonrisa dispensada a diario, a todos y a ninguno, por millones de jeans ajustados, prendas playeras y elegantes conjuntos de tejido expandible. Tengo un ojo para el cameltoe. Los hay de proverbial belleza, arrogancia, donaire. Para exponerse a su hechizo basta mantener la vista baja al pasear por un mall. ¿Me pide usted una muestra arquetipal de esa sonrisa? Tipee en Google dos palabras: Sharapova y cameltoe: descubrirá a Monalisa con raqueta.


Ilustraci贸n Sergio Moreno



DISEÑO

Maria Fernanda Maragall y Ana Patricia Laya

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En un tiempo en el que poseemos más cosas de las que definitivamente necesitamos, la compra de un objeto es algo que pocas veces tiene que ver con la necesidad y que en cambio transita los complejos caminos del deseo, la obsesión y algunas otras formas de locura leve. Analizar entonces el diseño de estos objetos que son capaces de despertar una respuesta emocional tan fuerte en nosotros, nos puede ofrecer una poderosa forma de ver el mundo en el que vivimos Los necesitamos, los queremos, algunos llegamos a amarlos y no podemos imaginar cómo sería la vida sin ellos, nos hacen pasar horas frente a la computadora haciendo click, son sillas que no son para sentarse, click, zapatos que necesitamos para UNA sola ocasión, click, televisores que siempre pueden ser más grandes, click, 68% de personas compraron este artículo, click. Ya no queremos simples objetos que nos sirvan para ciertos fines bastante concretos, queremos tecnología, queremos tamaño, queremos 100% algodón, HD y cuero de serpiente albina bebé. No nos importa el microchip y las horas de códigos que lo lograron, queremos que gracias a “un aparatito” en el instante que hayamos dejado de correr el Facebook completo se entere de cuantos kilómetros hicimos. Queremos objetos que nos definan: ser tipo Mac, ser el intenso de los lentes de pasta, ser la que no usa tacones. Queremos lo que significa una cartera Chanel, o una camioneta Toyota. Nuestro deseo se ha convertido en la meta, en el velero al final del camino, y al mismo tiempo en la culpa de tener o la frustración de no tener, esto siempre a juicio del facultativo o de la

sociedad de consumo que acepte nuestra tarjeta de crédito. Lo más interesante de todo este desbordamiento consumista es que cada vez establecemos relaciones más complejas con nuestros objetos, y que detrás de cada objeto hay cientos de diseñadores propiciando que esto suceda. El diseño de una computadora, un sacacorchos, una libreta de bolsillo, un bowl de cerámica rojo o un teléfono inteligente (¡inteligente!), está cuidadosamente pensado para provocar que nuestro corazón se acelere, nuestras pupilas se dilaten, se despierte con uno que otro escalofrío nuestro más profundo deseo, se generen todas las justificaciones intelectuales necesarias y finalmente procedamos a consumar el acto de consumir. Si hay suerte a este acto único lo sucederá la compra obsesivo-compulsiva, la colección y la acumulación masiva de objetos-metas, objetos-definiciones, objetos-estatus. Ahora bien, y este es el lado maravilloso de todo este asunto, aunque estamos inmersos en medio de una sociedad de consumo que a través del diseño intenta volvernos acumuladores profesionales, es esta misma sociedad y sus maneras, la que

nos ha ido educando en la exigencia y nos ha convertido en personas capaces de apreciar la calidad de una pieza, la belleza de una curva en una lata de refresco, el arte de la combinación de colores, el potencial de un material, el poder de una determinada tecnología. Cualquiera que esté atento puede descubrir tendencias y si está lo suficientemente motivado, sabrá incluso generarlas. En el mundo del diseño utilitario contemporáneo, cualquiera con una buena idea, cualquiera que presente una alternativa será apreciado en la medida en la que la suya sea la más original, la de mayor calidad o le apunte a un público específico. Como muestra basta ver el auge de miles de pequeñas pero maravillosas marcas personales que han surgido en todo el mundo, lo vemos en Etsy, Society6 y BigCartel. Son muchas las personas que aprendieron a jugar el juego y que poco a poco han ido modificando algunas reglas, haciéndolo más accesible, invitándonos a todos a ser parte de él, como espectadores, narradores, críticos, mecenas o convirtiéndonos nosotros mismos en los artífices de ese oscuro deseo del objeto.





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