IVÁN RICKENMANN Interiores Nacido en Bogotá en 1965. Estuvo en el Taller de David Manzur en 1985, luego viajó a París donde estudió Artes en École Nationale Supérieure des Arts Décoratifs de 1987 a 1991. En 1993 regresa a Bogotá donde reside y trabaja actualmente. Es profesor de dibujo en la Universidad de los Andes y en la Universidad Javeriana. Sus obras están en importantes colecciones privadas, así como en la Colección del Banco de la República, el Museo de Arte Moderno de Cartagena y la Cancillería de la República. Entre las principales exposiciones individuales se destacan: Corriente (2006), en Mauricio Ruiz Galería, Bogotá; Sueños de metal (2003), Galería a-Cueto Puerto Rico; Domingo (2003) Galería Diners, Bogotá. Ha participado en exposiciones colectivas como: el Salón del Fuego, el primer y segundo Salón de Arte Bidimensional en la Fundación Gilberto Alzate Avendaño en Bogotá, la segunda edición de la Feria de Arte de Bogotá ArtBo y el Salón 2/1/1 de la Jeune Création, en París, Francia.
La entidad de los objetos
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urante la conversación que sostuvieron Julián Serna, Premio Nacional de Crítica 2008-2009, y el artista Iván Rickenmann, se reflexiona sobre el carácter y la importancia que los objetos mundanos y cotidianos adquieren en sus pinturas. También hablaron de sus estudios en Francia, el regreso a Colombia y las percepciones del artista sobre el medio actual del arte colombiano. JULIÁN SERNA: ¿Por qué se fue a estudiar a Francia y cómo fue su experiencia en ese país? IVÁN RICKENMANN: Siempre estuve interesado en la pintura y el dibujo. También me dejé seducir por el diseño gráfico. Cuando terminé el bachillerato pensé en estudiar diseño industrial o de pronto otra carrera que complaciera a mis padres, que tuviera que ver con el arte pero que fuera una “carrera”. Como hablaba francés decidí irme a Francia, siguiendo esa idea romántica de un París cuna de los artistas. Me presenté en Bellas Artes con muchas esperanzas y muy seguro de mis cualidades pero no pasé. Al año siguiente me presenté a la Escuela de Artes Decorativas, en donde fui aceptado. Ahí me dediqué de lleno y me especialicé en pintura. J.S.: ¿Cómo fue la llegada de nuevo a Colombia, sus primeras exposiciones y su percepción del medio? I.R.: Al principio me costó trabajo visualizar lo que estaba pasando localmente, pero tocaba buscar exposiciones y contactos. Mostré mi portafolio a la Luis Ángel Arango. A Carolina Ponce le llamó la atención mi trabajo y me propuso participar en Nuevos Nombres. En la Galería Diners me ofrecieron una colectiva. Yo sentía que mi pintura era muy fría, acá todavía se veía mucho el expresionismo abstracto, pero así mismo ya había propuestas ligadas a la instalación. De hecho pienso que ahí empezó la brecha entre pintura y arte contemporáneo que aún persiste en nuestro medio. Nunca entendí muy bien ese fenómeno, porque en otros países no existía tal separación. La pintura era sencillamente parte del arte contemporáneo. J.S.: ¿Sobre cuáles circunstancias se fue moldeando su pintura abstracta? I.R.: Yo considero que un creador no debe responder a la demanda, sino que debe hacer de lo suyo una necesidad y en consecuencia, generar demanda. Pero al mismo tiempo sentí que mi propuesta era un poco estéril, y que en este medio podía proponer cosas distintas. Confieso que me fui amoldando y el impulso que traía de Europa se fue apagando, aunque nunca perdí aquella necesidad de asombro que ha sido siempre mi motor principal. Siento que me eché para atrás, hacia la abstracción completa y el expresionismo abstracto, y me costó trabajo volver a las ideas iniciales que he ido afirmando. Mi obra es más sólida que cuando llegué. Gracias a las exposiciones y a sus propias exigencias, empecé a encontrar el camino y pude volver a proponer cosas más interesantes para mí. J.S.: En un momento también hablabas de consolidar un lenguaje. ¿Por qué no nos habla de ese lenguaje que se ha ido consolidando y desarrollando con el tiempo?
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I.R.: Se trata de responder a inquietudes o curiosidades y asombros personales para transmitirlos a un público que pueda sentir lo mismo. Si uno ya se sorprendió puede dejar de sorprenderse, entonces hay que buscar más lejos. La parte intelectual y fría de mi trabajo, donde la obra era la protagonista con los elementos que yo pusiera y generaba una lectura particular, ha ido desarrollándose. Después de esa parte abstracta que me sirvió para volver a sentir la pintura y conocer más el medio, comencé a experimentar con elementos aparentemente incongruentes. Hice una serie de costales, ganchos, y elementos del entorno. Me interesé por los objetos comunes y banales, carentes de todo interés plástico, irrelevantes y anodinos. La idea era hacer de ellos una pintura, una obra. Nuestro entorno, lo cotidiano, lo banal y lo superfluo, han sido desde entonces el motor de mi trabajo. J.S.: Algo que ha sido recurrente en tu obra. I.R.: La parte cotidiana y banal a la que uno le resta interés, es importantísima porque nos define. Las cosas que uno tiene o las que uno usa y la manera cómo las usa, lo definen a uno. Al principio mi pintura era escenográfica, luego empecé a trabajar elementos hiperrealistas dándole otra identidad a la parte lúdica y abstracta del cuadro. Pero el objetivo final no era el hiperrealismo sino alterar el protagonismo dentro del cuadro. Lograrlo ha sido un trabajo largo. Por eso la manera particular como trabajo los elementos. Al principio fue difícil, costaba trabajo equilibrar el objeto representado y la pintura para que no se interpretara como decoración. J.S.: Se ve en los cuadros esa evolución. La carga de la mancha ha ido desapareciendo y ahora aparecen como elementos en sí mismo que dialogan con el entorno real. ¿Cómo ha sido el proceso de depuración de esos dos polos? I.R.: Me sigue interesando combinar los dos conceptos de tal manera que se genere una idea distinta. La depuración la experimenté en la exposición Domingo llevando la parte física de la pintura al extremo. El acolchado era “el elemento” sin escenografía. Después tuve que tomar una decisión entre pintar el objeto tal cual, hiperrealista, o hacía una foto del objeto, o lo pintaba con carácter. Decidí pintar el elemento aumentándole la escala y dándole así más carácter. El hecho de ser pintado invita a otros niveles de lectura. La pintura, ya sea en lienzo o sobre MDF recortado, les da la categoría de ente, de ser. Me interesa el diálogo entre la pintura y el elemento mismo porque guarda en sí la lectura primaria de que es una cosa física que se creó y no es referencia a algo. Al ser pintura, ya son cosas. J.S.: Que tiene mucho que ver con el pensamiento de abstracción, de la década de los cincuenta, de darle una presencia en sí misma a la pintura. I.R.: Sí, se vuelve cosa. Era la idea de pintura, de la pintura en sí. J.S.: Que no representa nada. I.R.: Aquí represento algo pero al ser pintura en sí, es algo, se vuelve cosa.
Rojo / Acrílico sobre lienzo / 120 x 160 cm / 2005
Entrevista con Julián Serna
da en eso. Démosle presencia a ese hecho que es válido, que además es una cosa que llama la atención”. Implicar lo cotidiano dice mucho del momento. El instante me parece clave, lo mismo que la escala. Lo que pinto es el instante y no tan sólo el objeto. J.S.: ¿En qué momento considera que comienza a aparecer el objeto? I.R.: Nunca supe cuándo sucedió. Creo que siempre vi o miré las cosas de manera gráfica, pero que al mismo tiempo tienen otras formas de ser miradas. Siempre me intrigó el por qué una montaña es bella y quise ver lo mismo en un sifón. Empecé con el azar. Comparé la belleza de la montaña con la del azar gráfico. Entonces me dio por meter objetos para crear nuevas realidades. Muchas veces es la pintura la que sugiere. Quizás esa parte lúdica de la pintura va preparando el camino. J.S.: ¿Haces bocetos? I.R.: Yo no hago bocetos, porque si los hago ya serían obras terminadas. J.S.: ¿Cómo funciona el proceso de edición mental para decidir, por ejemplo, hacer enchufes? I.R.: El entorno es lo que llama mi atención desde una visión gráfica o plástica. Los sifones los veo todos los días, y a pesar de ser repugnantes tienen cierta plasticidad y el derecho a existir. Uno no mira un bombillo sino hasta que se funde. Me interesa el hecho de que tengamos y necesitemos de las cosas y ni siquiera las miremos. J.S.: Háblanos de las pastillas. El nombre de la serie es bien particular, Vida plena. I.R.: La idea es un poco contradictoria. Primero son envolturas vacías, aunque en el pasado estuvieron llenas. Al mismo tiempo, estas pastillas se usan para llenar ciertas carencias. Por ejemplo los antidepresivos son paliativos, pero funcionan con la química de la cabeza. O el Viagra, que es un complemento. Es irónico saber sobre la cantidad de pastillas que se consumen a diario y ver en mis pinturas sus envoltorios vacíos agigantados. Yo miro esos envoltorios y recuerdo que tomo muchas de esas pastillas. Mi mesa está siempre llena de sobrecitos vacíos. Me aterro de la cantidad de pastillas que hay que tomar para tener una “vida plena”.
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Izquierda: Tóxico / Acrilico sobre lienzo / 160 x 130 cm / 1992 Derecha: Recuerdos Nocturnos / Acrilico sobre lienzo 150 x 120 cm / 1998
J.S.: Se pueden ver en su obra una cantidad de referencias que provienen del hiperrealismo y del pop. I.R.: Siempre me he sentido muy cercano al pop y siempre me ha intrigado por esa manera abierta con la que se controla un medio para generar ideas. Muchas manifestaciones artísticas contemporáneas tienen mucho de pop en ese sentido. Se está manejando un medio ya establecido y aceptado, ya sea pintura, instalación o performance, y se combina con otros conceptos establecidos. Una especie de Nuevo-nuevo-realismo. J.S.: Y la narrativa, lo dramático, uno ve en casi todas tus pinturas la narración del objeto. I.R.: Mi idea estricta no es la de representar un teléfono o cualquier otro objeto. Lo importante es la reflexión sobre lo cotidiano y el papel del objeto que a veces es algo aparentemente incómodo, hasta el punto de que el diseño industrial se ha ocupado en hacerlo invisible. J.S.: ¿Cuál sería el compromiso de la pintura con el objeto? I.R.: Por ejemplo el chorreón es una manera de recordarle al que está mirando, que se trata de una pintura. Dejar la pintura “natural” me ha costado mucho, y quizás por eso sigo haciendo al mismo tiempo pinturas más tradicionales. Si pinto el teléfono igual a su fotografía, hago algo referencial y sé que pierde fuerza. El teléfono es otro porque se pintó de cierta manera que va más allá de la imagen fotográfica. El pintor es selectivo. Una panorámica en foto nunca será lo mismo que una panorámica en pintura, porque el pintor representa y realza lo que le interesa. La pintura tiene la capacidad de manipular. J.S.: ¿Qué ocurre con los detalles en estos objetos? I.R.: Cuando uno se encuentra con el objeto real y lo mira le encuentra cosas interesantes para sacarlas u omitirlas de manera poética. Se puede crear un tomacorriente poético. Por otro lado el sifón es algo desagradable con lo que hay que convivir. Tiene pelos y mugre, y lo limpiamos constantemente. Pero en un lenguaje gráfico es un objeto interesante lleno de luces, ritmos y enormes contrastes. Recuerdo el primer tomacorriente que pinté. Buscaba alguna idea, porque me sentía bloqueado. Mirándolo me dije: “hay que hacerlo, y si lo hago a su tamaño, tal cual, se que-
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LOS OBJETOS Y SU HISTORIA
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n 1935, Martin Heidegger se dio a la tarea de escribir sobre la pintura de los zapatos de Vicent Van Gogh (1886). Hasta esa fecha, la mencionada pintura era prácticamente desconocida en la medida que no era uno de los trabajos más representativos del artista o, a simple vista, de los más interesantes. Es una pintura hecha en correspondencia a los códigos de representación académicos de un par de botas. Con el propósito de dar un ejemplo sobre la manera en que una obra de arte le proporciona a su espectador una visión de las cosas más próximas a la realidad, el filósofo escribe sobre estos zapatos. Según Heidegger en una obra de arte como la señalada, el objeto se distancia de su utilidad para presentar una visión purificada de sí mismo. A diferencia de un simple par de botas que existen para su dueño cuando le son útiles, éstas adquieren una nueva existencia desligada de su valor instrumental para volverse un ente autónomo. Es a partir de esta nueva condición de existencia que el objeto se abre ante sus espectadores para presentar el mundo que está contenido sobre él. En el caso de los zapatos, una pintura realizada por Van Gogh, ésta nos permite apreciar una serie de huellas que nos aproxima al mundo y a las existencias concretas de los poseedores. Para el momento en que Van Gogh pintó estas botas, dicho elemento era quizás uno de los que mejor podría sintetizar la experiencia de vivir en Holanda, una sociedad rural con una íntima relación con el paisaje creado por la agricultura, durante el final del siglo XIX. Ahora, para localizarnos, en la Bogotá contemporánea, una ciudad que paulatinamente se va acoplando con las lógicas
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propuestas para el siglo XXI, podríamos ver cómo los objetos de la exposición Interiores de Iván Rickenmann, son hoy en día el equivalente a las botas de Van Gogh. Los objetos de Interiores, nos acercan a una visión decantada del mundo del que son sustraídos. Los empaques usados de medicamentos que controlan las funciones naturales de nuestros cuerpos; unos teléfonos que por el implacable avance de la tecnología se han convertido en ruinas; un omnipresente bombillo eléctrico; una serie de cables que componen el sistema nervioso del paisaje doméstico; o, el punto de contacto entre diversas realidades sintetizado en unos enchufes eléctricos. Para hablar un poco de esta relación vamos a centrarnos en los enchufes eléctricos. Un elemento que ha sido recurrente en la producción plástica de Rickenmann durante los últimos años. Un motivo pictórico que llama la atención por la cantidad de particularidades e historias descritas en estas obras. Por ejemplo, en varias de las pinturas del artista se pueden ver algunas de las huellas dejadas por el uso de los enchufes. Estas huellas que han sido consignadas en el óxido de sus tornillos, o unos quemones sobre el plástico, nos hace pensar sobre la manera que fueron utilizadas estas conexiones y las muchas historias donde quedan los objetos como los únicos testigos de lo que ha acontecido. En otras pinturas de Rickenmann se describe una conexión que tiene tras sí un cable pegado con silicona que recorre la habitación para perderse en un pequeño agujero en la pared. Este recorrido nos da más luces sobre los habitantes de ese entorno y la manera en que ellos se apropian de una arquitectura que en su diseño no responde a las exigencias de prácticas de
Izquierda: Toma doble / Acrílico y laca sobre MDF calado / 75 X 120 cm / 2009 Derecha: Toma corriente / Acrílico y laca sobre MDF calado / 75 X 120 cm / 2009
Por Julián Serna
vida. Es a partir del diálogo entre el arquitecto y el usuario que se produce la decisión de anexar estos nuevos enchufes que dejan ver los cables que el diseño pretende esconder. En otras obras, que muestran otro tipo de intervención más dramática en la arquitectura producida por los usuarios, se ven unos agujeros en la pared con todos sus cables desnudos. Estos cables de colores que conectan el elemento de plástico del enchufe con el cableado que está al interior de las paredes, nos hace pensar en una continuidad. De repente, el enchufe se transforma en el punto final de un dibujo que había en el interior de las paredes, sale a los postes de la ciudad y se va engrosando para perderse en el horizonte entre grandes torres eléctricas. Es entones cuando una mente curiosa nos hace divagar sobre las historias de las personas que hicieron posible esta red que sostiene un modo de vida. Como los teléfonos negros de la serie Tripas que ahora se ven como las ruinas de una época pasada, todos los objetos descritos en las pintura de Rickenmann, desaparecerán una vez dejen de ser útiles, una vez se vuelvan obsoletos. Al igual que los zapatos que protagonizan la pintura de Van Gogh, que dejó de existir junto con su dueño y todo el entorno donde se insertaban. Sobre estas botas, sobre estos objetos, sólo quedará el registro de la actividad del pintor que fija su mirada al entorno que lo rodea para proyectarlo en la posteridad. Una vez cada uno de estos objetos vaya desapareciendo de nuestro paisaje cotidiano, sólo quedarán pinturas como éstas, que, con su presencia, nos aproximan a esas verdades que una vez formaron parte de lo que entendemos es la realidad.
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Izquierda: De la serie Vida Plena - Valcote ER / Acrílico sobre madera / 100 X 70 cm / 2009 Centro: De la serie Vida Plena - Viagra / Acrílico y laca sobre sobre MDF / 75 X 55 cm / 2009 Arriba: e la serie Vida Plena - Anticonceptivos / Acrílico sobre madera / 135 X 40 cm / 2009
Vista de la exposición en Galería Mundo / Noviembre de 2009
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Teléfono roto / Acrílico y laca sobre MDF calado / 160 x 160 cm / 2008
Interiores hace referencia a los elementos que reflejan una relación estética entre el hábitat y el habitante. Es una manera de poner en vitrina nuestra forma de vida. Existe una relación íntima entre los objetos y quien habita el espacio; el objeto complementa ciertos aspectos de su vida. Existen también aquellos objetos menos mostrables, discretos y sumisos, pero determinantes en el diario vivir por ejemplo, interruptores, tomas eléctricas y cables. Ellos adquieren importancia sólo al ser utilizados. Son como testigos mudos de nuestra cotidianidad. Algunas de mis pinturas responden a un nostálgico interés por la mecánica de las cosas y a un impulso difícilmente controlable de desbaratar los juguetes para verlos por dentro, para entender cómo funcionan. Los objetos de hoy en día son cada vez menos interesantes: pertenecen a universos que ya no podemos palpar ni sentir. Las cosas nos rodean y nos definen. Mi pintura no trata de mostrar las cualidades o características de la cosa. En esta exposición, la cosa sencillamente ES. Dramatizada, protagonista. Es el día de la cosa. Esa es la fuerza de la pintura. Es básicamente una cuestión de carácter. Las cosas son y viven. Y viven gracias a nosotros. Las hacemos presentes. Sin embargo, muchas veces lo olvidamos, o las olvidamos. Pero cuando las necesitamos, ellas resurgen y están ahí. Y, aunque permanecen en un estado latente, en “stand by”, ellas viven ese instante, ese momento insignificante a veces, ese llamado a ser utilizadas. Es su vida. Son ALGO en ese lapso de tiempo en que decidimos usar la licuadora para hacer la sopa, o enchufar un cable que se desconectó. Después, vuelven a dormir. Iván Rickenmann
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De la serie Tripas / AcrĂlico y laca sobre MDF calado / 175 x 120 cm / 2009
Corazón / Acrílico y laca sobre MDF calado / 120 x 95 cm / 2009
“Entre nuestros artículos de ferretería perezosa, recomendamos el grifo que deja de gotear cuando no lo escuchamos” 2/8
Marcel Duchamp