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Miguel Ángel Borbolla

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Vilma

Vilma

EL SER, QUE FUE Y ES, UN PARAGUAS ABIERTO

El ser que es y fue, un paraguas abierto. ¿Saben quién soy, verdad? Soy el hombre del paraguas abierto. Soy el que pasea por los lagrimales cuando nadie más lo hace. Cuando las lágrimas se deslizan por vuestras mejillas, que son las mías, cuando la lluvia salada forja surcos en la delicada piel que el pensamiento se niega a ver envejecer. Soy el calor cuando el frío se asienta en tu pecho, cuando las tinieblas del pensamiento te envuelven; entonces es cuando pueden verme. No saben cómo, ni por qué, pero cuando me necesitan y me llaman siempre acudo con mi paraguas a vuestro encuentro. Es entonces cuando nos encontramos, cuando veo vuestra cara mojada, vuestras manos temblorosas y vuestros ojos temerosos de pensamientos incomprensibles en el propio pensar asustado, atormentados. Y el paraguas se abre, y yo, como siempre, sonrío con dulzura mientras seco vuestras mejillas y tomo vuestras manos, y pensamos en la hermosura de estar vivos. Crear y soñar para no mendigar en libertad hacia donde caminar. Les abrazo y les llevo lejos de la lluvia y el frío. Las tinieblas quedan atrás y por un momento, les veo sonreír de nuevo, y nace el ser que fue y es, amor. Qué hermosura dejar penetrar en mí la necesidad de verme sonreír en vosotros, les observo viejitos y sonrientes como el niño que fui. Vuestra sonrisa ingenua y feliz empieza su búsqueda, de la primera lección aprendida, aquellas sombras que quisieron marchitar la verdad de vuestra inocencia, de andar con dudas silenciosas en defensa del amor, del amar sin condición, pensamiento de mi ser, el maltratado rostro, sonrisa del cachorro feliz que fueron. Cuando aparece en vuestro rostro de pronto vuelven a ser preciosos. No necesitan hablarme porque sus ojos hablan por mí, y me dicen todo lo que un hombre del paraguas podría desear escuchar. Me dicen: cómo lo haces, siempre lo consigues, nunca nos dejas solos en los días grises, gracias, muchas gracias... Mientras veo todo eso en vuestros ojos me siento tan feliz... porque así somos los hombres del paraguas. Sigo mirándoles a los ojos, ahora vivos de nuevo, llenos de cariño y gratitud, de ternura y quietud. Y mientras os sigo mirando, lentamente, la tristeza se adueña de mí. Porque sé que pronto volveré a perderles. La tormenta se aleja de vosotros y corréis de nuevo en busca de la luz, de la vida... Quizás haya algún ser de la luz que les espera para volver a compartir todos los amaneceres del mundo, para poder ver despertares con vuestros rostros maquillados de felicidad, para hacerles olvidar que hay tormentas y para que no piensen más en mí... ¿Saben? A veces me gustaría ser un hombre de la luz. Quizás así no les vería con el pelo mojado, ni tiritando, ni desorientados en la penumbra del quehacer pensante. Me gustaría verles relucientes como el sol, llenos de vida como un río en primavera y alegres como una mañana en el bosque... pero solo soy un humilde hombre del paraguas. Tan solo sé abrazar y dar ternura, agitar los brazos para que la tormenta se aleje de vuestros rostros, sonreírles y decirles (ustedes o vosotros) con mis ojos que nunca dejaré que lloréis. Pero eso no es lo que hacen los hombres de la luz. Ellos son de otro modo. Ellos temen la oscuridad y la tempestad del pensamiento y nunca se atreven a venir a buscarnos cuando el miedo nos atrapa sin avisar. Pero son pacientes, y cuando la luz vuelve a cubrir vuestros cabellos con el aura que yo nunca alcanzo a ver, entonces, y solo entonces, vendrán a buscarnos. Yo desde lejos os veo marchar y hasta creo distinguir el halo del que os hablé. Mis ojos brillan, mis labios sonríen, pero a la vez siento que en mi corazón algo ha vuelto a morir de nuevo. Soy el hombre del paraguas abierto, ¿recuerdan? Quizás algún día, cuando marchen de nuevo en su camino hacia la luz del sol, su rostro se vuelva hacia mí y me digan: ven, cierra el paraguas, queremos enseñarte el amanecer.

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