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Vilma

Sonó el despertador o al menos yo creí oírlo. Era otro día más de esos en que madrugar era el sino de los pobres, donde ir a trabajar era la rutina diaria para más tarde darte cuenta que lo que te habían pagado a final de mes por ese trabajo no llegaba a cubrir tus gastos. Sonó el despertador o al menos yo lo oí claramente, corrí las cortinas de la ventana y me dirigí al cuarto de baño para expeler lo acumulado durante la noche. Sentado en el retrete aún medio dormido, sentí que tras la cortina de la bañera algo hacía ruido. Apenas un ligero movimiento pero lo suficiente para estremecer la cortina e inquietarme. Ante el silencio continuado después del primer susto, decidí lavarme primero la cara para despejarme por completo y así poder enfrentarme al supuesto ladrón que en mi baño se escondía. Una vez lavado y secado, me dirigí temeroso a correr las cortinas de delfines que colgaban de la barra de la bañera, temiendo que algún individuo me saltara con un cuchillo y me atacara. Siempre fui un cobardica. Al apartar las cortinas con todas mis fuerzas mis ojos no podían creer lo que había en la bañera y del susto caí de culo al suelo. Ella me miraba sonriendo, calladita y quieta, sin asustarse, pero ocupando con su negrura toda la bañera. Mi sorpresa se reflejaba en la tembladera que tenía en todo el cuerpo. No podía moverme, no podía levantarme. Así debió de pasar algún tiempo hasta que la foca decidió saltar de la bañera y acercarse a mí. Yo temblé, ella me besó. Me atreví a levantar la mano y a tocarla. Ella se dejó y parecía gustarle. No sabía qué hacer. La miraba y ella parecía hablarme, pero seguía congelado ante aquel tremendo animal que había aparecido en mi baño. Se levantaba sobre sus extremidades anteriores casi a una altura del suelo. Ladeaba en ocasiones la cabeza y dejaba entrever unas cicatrices. Me levanté para ir a desayunar, pues la hora de salir de casa para trabajar se acercaba. Ella me acompañaba y se veía feliz. Desayunamos juntos. Todo el día en la oficina lo pasé distraído pensando en todo lo que me había sucedido, a la par que feliz por tener al fin una mascota. Al regresar de vuelta a casa ella me esperaba sonriente y yo, a pesar de ser tarde y estar cansado, decidí sacarla a pasear para que conociera el barrio. ¡Cómo disfrutó Vilma (decidí llamarla así) del paseo! Fue un día de emociones y terminé agotado. Después de dejar a Vilma acostada en su bañera caí rendido en mi cama y no me desperté hasta que nuevamente el maldito despertador sonó. Madrugar siempre fue la penitencia del pobre. Me dirigí al cuarto de baño para expeler lo acumulado durante la noche y la vista se me fue directamente a la bañera. Vilma no se encontraba allí. No sé si acaso llegó a existir algún día o acaso se había fugado durante la noche. Hay veces que confundo la realidad con los sueños.

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