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El sueño del traficante

Los viejos traficantes sueñan. Amoldados al mullido colchón de sus camas, los viejos traficantes sueñan pero no descansan. No sueñan con los misiles que venden. Sueñan

Los viejos traficantes sueñan. Amoldados al mullido colchón de sus camas, los viejos traficantes sueñan pero no descansan. No sueñan con los misiles que venden. Sueñan con otra cosa. Los viejos traficantes ya no van a la feria de misiles. Están en un punto más allá del horizonte. No les hacen falta los infinitos stands del gran bazar, con las copas de champán francés que sirven entre tanque y tanque; con brillantes subfusiles expuestos como broches de Tiffany; con recepcionistas, en un stand de pistolas griegas, haciendo ver que se disparan bajo la mandíbula; con la sinceridad de la sección militar de la británica Rolls Royce: “Pioneros en el poder que importa ” ; con sus toilettes donde un teniente británico y un jefe de ventas estonio acaban follando. Eso, los viejos traficantes probablemente también lo han hecho. En sus largas vidas, ya han pillado mil abanicos de algún stand que vende cañones. Ya han visto mil veces a los clientes de Smith & Wesson apretar los gatillos de sus pistolas y revólveres con la canción Stand by me de Ben E. King sonando en los altavoces. Ya han visto mil maniquíes de plástico en forma de soldado con la pierna arrancada de cuajo. Ya han escuchado mil veces un cuarteto interpretando La vie en rose de Edith Piaf en el stand de un fabricante turco de balas. Ya han respirado todo eso y ya lo tienen aburrido, muy aburrido, porque todo eso, el abanico con pólvora, el maniquí ensangrentado, la azafata que se suicida y las balas danzando con la voz rota

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de Piaf, todo eso son, en el fondo, ellos. Una feria llena de monstruitos. A una mujer barbuda no le atrae otra mujer barbuda. Por eso se quedan en el colchón. Los traficantes han empezado a envejecer y sus cuerpos prefieren el silencioso tacto de colchón al de la moqueta de la feria, tan llenas de esas sonrisas que ellos saben falsas porque son exactamente como las suyas. Prefieren el colchón, ese objeto que no te interpela lo más mínimo. Lejos de las grandes pantallas de tan alta tecnología que parecen estallar de verdad. Ese es el sueño, el motivo por el que duermen y no descansan: la verdad. Los viejos traficantes mueren sabiendo que ni siquiera han amado los misiles. Los proyectiles acaban siendo pesados y los estallidos que produce, demasiado lejanos. Se les acaba el tiempo, como se les terminó a los destinatarios finales de las toneladas de misiles que han vendido, y lo que buscan y han buscado durante su existencia es otra cosa. El mástil de un velero, por ejemplo. Feria tras feria, estallido tras estallido, ese es el tipo de cosas que han soñado. Pero no un mástil cualquiera. El mástil más alto. Quieren el más alto. Porque no quieren tener. Quieren poseer. Ese es el naufragio. El de verdad. Un naufragio mil veces más profundo que todos los hundimientos de la última batalla en la bahía de Santiago por la posesión de Cuba.

FIN

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