1 minute read
Autos que se detienen por Walter Hugo Botella
from Nudo Gordiano #31
—¡Corré, corré, vamos ahora...!
—Pero... ¿Y Juan?
—Déjalo... ¡Vamos…! ¡Vamos que se viene la yuta!
—La gran p… No puede ser… No puede ser… Cada noche igual… Se repite el mismo sueño perturbador de los autos que se detienen, es claro el chirrido de las ruedas… Le siguen las detonaciones de armas, una, dos, tres y otra vez ruido de un motor que ruge, rompe el silencio y se desvanece. Una y otra vez la escena del auto azul que se para justo delante de otro automóvil gris, chapa BA517 872*. Bajan tres hombres y una mujer; abren la puerta izquierda y disparan contra quien conducía. Éste, antes de dejar de respirar saca un arma y mata a uno de sus atacantes.
Empapado en sudor Roberto se despierta, ansioso, enojado y triste con un grito ahogado. Cada noche se despierta así, casi siempre un rato después de dormirse, cuando el reloj marca las 3 de la mañana. En ese momento siente que su corazón late rápido y con fuerza. Le cuesta volver a retomar el sueño, por lo que se incorpora. A veces puede decirlo, otras, solo lo piensa: “tenía razón Juan, el número de la chapa era una señal del destino”. Roberto se levanta, dolorido, con una tremenda contracción muscular. Se dirige a la heladera y bebe, en forma pausada, un vaso de leche. Luego se acerca a su escritorio, enciende la luz y mira un viejo bloc de notas, muy gastado, algo amarillento. Mira en su interior y repasa unas frases escritas, años atrás. Se tranquiliza un poco al releer una que dice: “la libertad exige sacrificios...” Está escrita en la parte de atrás de una vieja fotografía en sepia, de una mujer joven de tez con pecas, cabello largo recogido en una trenza. Vuelve al dormitorio. Intenta dormir, da vueltas en la cama una y otra vez. Tras media hora al fin lo consigue. A la mañana se despierta, deambula por su viejo apartamento. Mira las cosas y se pierde en sus cavilaciones. Sale al balcón, riega las plantas casi marchitas como él con su piel gastada, algo reseca, sin la grasa bajo la piel de los años jóvenes. Con pocas ganas, habitualmente, se viste y va a dar una vuelta por el parque. Mira las matrículas de autos, recuerda a Juan. —El amigo apostador estaba en lo cierto —piensa. La desgracia y la sorpresa estaban escritas en la chapa. Hace un par de años se jubiló y busca cómo pasar el tiempo. Se encuentra con viejos camaradas de sus años de facultad en el exilio y conversan sobre los tiempos actuales, la política internacional y,
casi siempre, surgen los recuerdos de cuando fueron compañeros de armas. Los temas que surgen, habitualmente, tuercen hacia un tiempo específico y la charla se vuelve algo tensa. La conversación a esa altura es en voz baja como en secreto y con la vista clavada en los que pasean a sus perros, mientras caminan. Con cautela, recorren algunos detalles, luego sus miradas se pierden, más allá del horizonte. En pleno medio día cuando la calle se vuelve un hormiguero ellos aún están ahí. Más de una vez, un frenazo de auto los altera, los incomoda, a Roberto más que al resto. Juegan ajedrez, lo practican, lo estudian tanto o más que a sus 19 años. Cada movimiento está precedido por largos silencios y algunos suspiros.
La tarde transcurre entre varias actividades, visitas a familiares, salidas para hacer compras pequeñas, todas aquellas tareas para que el cansancio se acumule y vuelva lo antes posible el sueño. Ese sueño que prefiere que no llegue, se resiste, le teme, pero no lo dice. Calla, siempre calla. El sueño nunca llega antes de las dos o tres de la mañana. Un rato antes de que haga su entrada la pesadilla de cada noche… Aparece el auto chapa BA517 872.
—¡Corré, corré, dale vamos ahora…!
—Pero... ¿Y Juan?
—Déjalo. ¡Vamos…! ¡Vamos que se viene la yuta**!
—La gran p… No puede ser… No puede ser...
*Para los que juegan a la quiniela en el Río de la Plata, a ciertos sueños les corresponde un número. Así a la desgracia le corresponde el 517, y a la sorpresa el 872.
**La yuta es una expresión del lunfardo que se usa en el conurbano bonaerense para referirse a la policía.