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Mario-neta por Javier León Mantilla (Jota)

por Javier León Mantilla (Jota).

—Estar muriendo en la basura es peor de lo que supones. Aunque no necesite comer ni sienta olores. Es incómodo estar tendido sobre formas viscosas y puntiagudas. Y es torturante que las ratas y los buitres me hayan ido devorando. Lo peor es el continúo corretear de cientos de gusanos. Estoy hecho jirones, sin zapatos, sin una mano, con mi vientre y mi cabeza alquilado para esos despreciables animalillos. No estaba en la ruina hace unos días. ¡Ahg! Debí ser más agradecido con la vida.

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Se acerca mi fin y, a lo mejor les pasa lo mismo a los hombres cuando están agonizando. De pronto, recapacitar sobre tus acciones no es algo estrictamente humano. Y es que, mi vida está pasando y entiendo —tarde —, que no era un desastre. Mi amo era un alcohólico, un fumador empedernido, un apostador, un golpeador, un hijo ingrato, un padre desdeñable, un pésimo esposo. Pormenores que, aunque me desagradaban, no me afectaban tan directamente, salvo en algunas galas en las que, por sus excesos, se equivocaba en los chistes o en los movimientos. Por lo demás, no fue tan malo el tiempo que compartimos.

Odiaba tener que viajar metido en su maleta, pero allí no sentía frío, no estaba expuesto a nada y la cama era tibia y abullonada. Sin duda, debí quejarme menos.

Las funciones frecuentemente eran en la noche y nunca me gustó trasnochar, pero John me dejaba dormir todo el día si así lo quería. Creo que al final son más las cosas buenas.

Me peinaba todas las tardes. En ninguna presentación me hizo usar un traje burlesco, era siempre el que yo escogía. Mis zapatos iban cambiando y siempre relucían. Se esforzaba mucho en mantenerme aseado. Bueno, en más de una ocasión me bañó en wiski barato, o me ensució con la ceniza de su tabaco, incluso una vez me salpicó al vomitar. Pero sin importar su estado, de inmediato se disculpaba e iba y me lavaba con esmero.

Nunca me dejó hacer mi rutina, continuaba actuando con sus chistes viejos y eso me irritaba, aunque, también es cierto que funcionaba y que aceptaba sonriente mis críticas y consejos.

¡Ah! Un detalle que lo hacía maravilloso era que siempre me pedía permiso para agarrarme. Haz de suponer lo incómodo que es que te metan una mano dentro del cuerpo y empiecen a mover tu columna. Además, es invasivo. Como un horrible chequeo médico.

De nuevo las moscas. Apenas amanece, empiezan a fastidiar con su ruidito y su zarandeo.

¿Lo odiaba? Era una persona nefasta, pero no fue cruel conmigo. No le prestaba atención a su hijo pero me leía cuentos, me escuchaba, me daba helado, nos gustaba jugar a los carritos. Internó a su madre en un ancianato de mala muerte para no pagar su alquiler, pero a mí nunca me apartó o me negó un regalo. Engañaba a su esposa, pero jamás tuvo otro títere después de mí. Era mi familia y, hasta hoy lo entiendo. Aunque estuviera harto de no poder ir donde yo quería, que no me pagara ni un peso por los shows, que detestara el ridículo nombre con que me bautizó y tantas otras cosas que, con este amanecer me parecen minucias y estupideces, John procuraba ser un buen amo.

Es patético que ahora me esté desahogando. Debí decirle. A lo mejor algo habría mejorado. Pero no, mi orgullo, mi prepotencia, mis ansias de “independencia”, mi propia vileza, siempre me nublaron el pensamiento. Y, ¿dónde quedó todo eso? Hundido en la basura como yo lo estoy. Creí que sin John sería feliz. Definitivamente debí meditarlo más antes de matarlo.

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