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Poemario del Alma Oscura por Andrés Lozano Chávez

por Andrés Lozano Chávez.

Llegada al fin de los tiempos

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Ha regresado el anverso de los océanos que sueñan. Los colores cayeron del firmamento. Tiempos de silencio y estruendo se avecinan y las escasas ascuas rescatan hasta el último momento.

Aún y desconocido el reverso mejor refugio no es, pues solo es otro reflejo de un universo plateado como la moneda que gira a la vez.

Las tinieblas están debajo y sobre nosotros. Párpados abiertos y cerrados dan lo mismo. En la vigilia cazadores y en la pesadilla bestias.

Nace y muere el sueño de la razón y un ocaso se nos asoma desde otros tiempos nostálgicos ya extintos.

La edad de fuego Una sombra corrompida en el abismo se pierde. Retornando a su forma primigenia, la abundante oscuridad abraza, inminente, la ya débil flama.

El fuego, padre e hijo de toda lúgubre silueta y dador geométrico del mundo, apaga el fin de una era: la de los dioses de la flama, ahora tan solo señores de ceniza.

Sin rastros de humanidad, nada queda en ellos, sino un hueco en sus almas.

Brasas agonizando por una época ya en ruinas.

Sin llama no hay vida, no hay caos y tampoco sombras andantes en la senda del fuego que busquen el camino a casa donde somos uno con el averno.

Condenados a repetir este infortunio arrastramos con el primer pecado de quienes negaron la fatalidad de volver a donde perteneció este inhóspito y transitorio desierto.

Yo nunca habré de ser definitivo con este destino porque en mí, dictada está la escritura de la inmolación que no revive, tan solo sigue el melancólico curso natural de las cosas.

La edad oscura.

Al caminar sobre el fuego, jamás proyectamos una sombra, pues somos una en sí mismo.

Nacidos del alma oscura nuestra vitalidad no proviene de la luz, sino de la sangre que despierta pasiones.

Sin lugar para los demonios y los dioses el abismo ciega sus destinos. Una maldición sin fondo, un mar infinito. Aceptando todas las cosas que son y pueden ser.

Una inevitable fatalidad Toda historia es una fractura de heroísmo que, si eterna llega a ser, destinada en una remota reliquia aguarda hacia su inminente olvido.

Trazado es, el fin de la tragedia que sangra y se apaga al son de los latidos que corroen al alma, y así como de la flama se desata el ardiente caos, de la oscuridad el corazón se corrompe hasta los rincones del abismo.

Ya en podredumbre, solo congeladas cenizas agonizan la llegada del anunciado ocaso.

Vestigios

El vertiginoso caos es vida en esencia,

mas no muerte; es acaso, la violencia del corazón que sangra con furor, y la embriagante pasión que engendra el poder.

No obedece a la desesperación, pues ello atemoriza a la luz, sino a la primigenia ambición de jamás cargar con la cruz de la niebla que olvida reinos y la oscuridad que alguna vez soñó con júbilo a los dioses.

Sueños y pesadillas

Un pálido orbe sangra

en el profundo reflejo sin forma, y en el cielo un sol negro devora letárgicamente al mundo.

Es la marca oscura en los corazones.

Un lúgubre disco abismal con circunferencia abrasada que niega nuestra identidad

atándonos a una ajena luz que contamina la humanidad y eterniza una latente muerte.

La maldición sin fondo se extiende, con voracidad, hacia el sueño de la razón que produce monstruos.

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