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Recetario para el fin del mundo por Daniel F. Gómez
from Nudo Gordiano #13
por Daniel F. Gómez.
He esperado el silencio durante mucho tiempo. Recorro lentamente el escritorio con mi mano palpitante y sudorosa, en busca del vaso de vino (porque no tengo ni copas), e intento darme un poco de satisfacción en el más pleno de los encierros. Me he creído, desde entonces, como encerrado en un cuento de Edgar Allan Poe. O en un escenario maligno, donde a mi primogénito se lo llevan las hormigas mientras un huracán derrumba el mundo.
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Frente a la pantalla centelleante, mi mano recorre rápidamente las teclas apenas alumbradas por la misma, para escribir lo que ahora les cuento, mis queridos amigos, y cada vez siento que mi meñique izquierdo se acerca más al vaso de barata cristalería de almacén, para derribarlo al suelo.
Tal vez el último vaso con vida. Pienso, pues, en Monterroso, y su dinosaurio. Pienso en los microcuentos. ¿Y si llega alguien a tocar mi puerta ahora?
Pensaba escribir un recetario, cuando la cosa se puso marrón oscuro, e intentar sobrevivir con mis escasos conocimientos en zoología. El hígado y las tripas se botan primero. Depende, también se queman. Los gallinazos, hambrientos, no reparan en la vida del ojo que engullen.
El guisado de paloma se escuchó, en algún momento, bastante seductor al paladar. Ahora lo único que pienso, es en los gérmenes que me rodean. Y recuerdo la película de Brendan Fraser Blast From the Past, y ruego, a veces, que esto no sea más que un sueño paranoico. Que, en algún momento llegue esa deseada señal de radio donde diga: “Todo está bien, Jaider, sal de tu refugio. Las bombas ya pasaron.”
Pero el cine postapocalíptico poco tuvo de real en esta situación. No hubo personas armadas hasta los dientes, ni zombies por doquier, ni grandes profetas. EUA no salvó al mundo. Sólo hubo un montón de niños asustados en los pasos de su propia muerte, mientras veían a los otros asustados, y sólo esperaban que ellos fueran la estadística escasa que salía del paradigma del 96%. Luego fue el 98%, y luego el 99%, y así.
“Entonces, la paloma, recién capturada, debe ser desplumada sobre el agua hirviendo, como se hacía con las langostas, mientras intenta escapar. Es el miedo, el miedo, el miedo. El miedo es el nuevo sabor.”
Yo me refugié en mi miedo, y eso me dio algo de ventaja. ¿Quién diría que los cobardes serían los sobrevivientes de la historia? Recuerdo cuando murió el primer presidente. Luego fue otro. Primero los más imbéciles. Luego, empezó esta vaina con los menos imbéciles, y luego con las figuras imponentes:La reina, el papa, los dictadores. ¡Mierda!, Si yo moría después de ellos ¿Quién era superior? Por obvias razones, no fui el único en pensarlo, y la masacre fue la bandera de quienes quedaban en los lugares más debilitados.
Pensaba en mis clases de historia natural. El cambio de un periodo a otro, o de un eón a otro, o de una era a otra, se veía supremamente lejano. Perdido en un abismo de teorías que, lejos de estar sobre nosotros, se encontraría en nuestras mentes como una explicación a millones de años en el vacío. Mis estudiantes no lo entendían mucho, y se dignificaban a sí mismos en sus religiones, o en una simple estupidización de su existencia: estoy aquí, porque así debe ser.
No nos imaginábamos que tuviesen razón. Empecé extrañando los viajes ya constantes en mi vida, luego la libertad más básica. Empezaron los controles, las multas, y la represión, que, poco a poco, fue tornando la atmósfera de un color rojizo apocalíptico, que bien se diferencia de lo que veo ahora en mi ventana: un negro profundo y estrellado en el cielo en medio de un silencio detestable, que daría todos los tesoros del Vaticano, por cambiar por la guaracha y el reggaetón de mi vecino. De mi exvecino.
“La paloma, ya sofocada, debe hervir en el agua de hierbas durante unos veinte minutos. Luego, con pinzas quirúrgicas, se le retirarán las patas, que, entonces, deben tener un color rosado blanquecino, un poco más pálido que en un principio, cuando aún vivía.”
Jamás, dada la estética, pensé en juntar las palabras “Vaticano” y “guaracha” en la misma oración. El ejemplo, entonces, se vuelve simple pero la carga es la misma vaina. Todo ha cambiado. Me pregunto si existen muchas personas en el otro lado del mundo. ¿Cómo no aprendimos a comunicarnos de otra forma cuando pudimos? Ahora, en Medellín, debemos ser unas tres personas. Sepultadas entre el pánico y millones de cadáveres en descomposición, que están encerrados en un sepulcro doméstico de sus propias casas. La putrefacción es lo de menos ahora. Entonces recuerdo la escena de la madre, abrazando los niños pequeños mientras se hundía el Titanic. Sólo que, en este caso, las clases bajas o altas fueron indiferentes en la hora de morir.
Las trompetas de Gabriel fueron indiscriminadas a la hora de llevarse a todos.
“Algunas hierbas, como el trébol común o el saúco pueden dar sabores exóticos y agradables a las carnes de la paloma. Estas carnes, a diferencia de las gallináceas, son de más difícil penetración, y por lo tanto se debe recurrir a la ayuda de un cuchillo para posibilitar estrías que permitan el ingreso del sabor de las especias en la carne.”
Pienso en los animales. Me encantaría salir por las calles, e ir derrumbando todas las puertas a mi paso para dar libertad a perros y gatos. Esto no es una idea reciente. Luego, el hambre se apoderaría de mí, pero no podría asesinar a un perro para alimentarme. Así, prefiero comer mierda. Entonces tendría una manada de perros y gatos hambrientos andando tras de mí. Pero, como en cualquier otro momento de la historia natural, yo simplemente desaparecería en un par de años (a escala geológica, apenas un par de micras de segundo), y los otros, los que no “reinaban”, se tomarían todo este mierdero. Ya se veían las noticias, cuando los animales salvajes empezaron a salir a las calles a reclamar lo suyo en pleno aislamiento. Fue simple, así, sin contar que los humanos jamás regresarían.
“En busca de reemplazar los viejos caldos de sustancia, se recomienda al cocinero sumergir alguna prenda usada. Las palomas, ya bien preparadas, mejorarán su sabor con cáscaras de naranja y hojas de limoncillo. Se advierte evitar el manzanillo, que, aunque tentador, dará altas fiebres a quién lo consuma.”
He escuchado rumores. O bueno, los he leído más bien, en esos pocos blogs que aún se pegan de la red ya escurridiza, que va por el mundo. Dicen que el mundo va retornando a la normalidad. Que los leones ya no están en peligro, que las vacas corren libres por un mundo que nos las depreda, y que un nuevo reinado de los insectos es ahora posible. Dicen muchas cosas, las doscientas o trescientas personas que se ven por ahí. La mayoría, al igual que yo, prefieren quedarse en casa, donde todo es seguro. Quedan zonas, claro, donde cada uno es dueño de lo que atrapa, y aún de lo que queda en las tiendas. Algunos, sobre todo los asiáticos, se han dedicado a la agricultura. Nosotros, veinticinco en total, en América somos más perezosos. ¡Que nos coja la muerte como sea! ¿Qué sentido tiene, pues, seguir viviendo si ya no queda nadie más? ¿Qué no es en los demás, que encontramos el sentido de las cosas? ¿La moral? ¿La ética? ¿La filosofía?
Ah, pero mi querido lector, el miedo es demasiado poderoso. Yo, Jaider, llevo tres años sin salir de mi hogar. De un sitio de 64 metros cuadrados, donde, al intentar tener acceso al primer piso, me encontré con los cadáveres de los dueños de la casa, reposando en un abrazo eterno, como si hubieran llorado hasta su muerte. En el solar les di la sepultura junto a mis padres, y luego cultivé tomillo y perejil sobre sus tumbas. Un formidable sistema de cacería de palomas, con lo que he sobrevivido de manera mayoritaria, es lo que he intentado comunicar por medio de la frecuencia 4625 Hz. Ya especularán, si es que queda quien especule.
Aquí, igual, ya no hay quien sobreviva. “La textura de la paloma será más agradable si se deja unos veinte minutos al sol vivo. Después se podrá disfrutar con jugo de limón en agua, o, si tiene la fortuna, con un buen vino seco que haya sobrevivido a la extinción masiva.”