Revista ocio nº3

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Noviembre 2014

NĂşmero 3

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ÍNDICE

4 ENFRENTARSE A LA REALIDAD…

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EDITORIAL

HABITACIÓN PARA LAS ALMAS

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ALEXIS PÉREZ

OTRO DÍA MÁS EN EL PARAÍSO

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EL XASTLE

AGARRANDO PUEBLO/ CARLOS MAYOLO

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Y LUIS OSPINA

LA LUZ/ SENSIBLE APÉNDICE DEL FARO…

HÉCTOR J. GONZÁLEZ SIERRA

ESTA ES LA NOCHE…

30

CARLOS ROJAS

DESESPERANZA/ SI HICIERA CON LOS

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OJOS…

LA DEUDA

E. V. C.

E. V. C.

32

20

LIVIANA LAURA

LA FIESTA DEL CHIVO

MARTÍN ANDÉN

HÉCTOR J. GONZÁLEZ SIERRA

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EL REBOZO DE LA LLORONA

POLVAREDA DE MUERTOS

FERNANDO A. SIERRA

FERNANDO A. SIERRA

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Enfrentarse a la realidad… Editorial

Menciona la filósofa alemana Hanna Arendt, en el prólogo a su obra “Los “Los orígenes del totalitarismo”,, que la comprensión de un hecho histórico, no significa negar las consecuencias cias incómodas o nocivas que pudiera ocasionarnos. Tampoco el buscar aquello que lo originó en acontecimientos que no tuvieron relación alguna, o reducir ese hecho a meras construcciones abstractas que lo expliquen, despojándolo de esa sensación de inmediatez tez con respecto al medio donde ocurrió y de la experiencia de quienes lo vivieron. Por el contrario, prosigue la autora, la comprensión significa “examinar y soportar conscientemente el fardo que los acontecimientos han colocado sobre nosotros”1, eliminando do la ingenua posibilidad de negar que ocurrieron o de aceptar pasivamente su peso como si todo lo sucedido tuviera que haber sido necesariamente de esa manera y no de otra. Así, la comprensión resulta ser un “enfrentamiento impremeditado, atento y resistente, resist con la realidad –cualquiera cualquiera que sea o pudiera haber sido ésta.” 2 Lo anterior constituye quizás una de las explicaciones más precisas del por qué ejercitar el pensamiento,, no ya solo en la específica empresa de rastrear los orígenes del totalitarismo en la Europa Moderna, Moderna que desembocaran en algo tan espantoso como el Holocausto Nazi del Siglo XXX, sino también en las diversas preguntas que ocupan a las ciencias sociales, sociale filosofía, arte y literatura. Ejercitamos la reflexión para ara comprender lo que nos rodea, esa realidad violenta que nos pega directamente o a través de las afecciones de nuestros semejantes: semejan amigos, familiares, pareja; también los conciudadanos anónimos que se cruzan en nuestro camino por or apenas unos instantes.

1 2

Arendt, H., Los orígenes del totalitarismo, totalitarismo Madrid, Alianza, 2002, p. 8 Ibíd.

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Pero lo hacemos no por un afán masoquista, o meramente acumulativo, convirtiéndolo no como meras palabras huecas en un papel para obtener un grado universitario, universitario tampoco como mero entretenimiento producto de ver un documental nocturno noct en The History Channel porque no hay otra cosa mejor en la televisión. El tercer número de Revista Ocio revisita nuevamente la intención que cree más adecuada para asignar a la comprensión: la de enfrentarse con la realidad de manera consciente una vezz que ha llegado a nuestros ojos, buscando resistirla a como dé lugar, sin haber ideado un plan con anterioridad para evitar que esta nos pegue tan fuerte, aminorando sus efectos como quien rehúye el conflicto sabiéndolo inminente. Los colaboradores que aportan portan sus ficciones, imágenes poéticas o críticas, parecen compartir esa intención, pues saben que es mejor “escribir aunque duela”, que “omitir para agradar”. No obstante, lo anterior no significa fomentar el egoísmo, pues como se mencionó en nuestro número mero anterior3, el propósito sigue siendo también el de encontrar sentido del texto (o imagen) en el lector, aunque este pudiera no llegar más que a tientas y en número reducido. Se agrega así una directriz más a este joven proyecto, señalada ya desde un principio, p pero ahora más notable: comprender comprende es enfrentarse a la realidad,, hacerle frente con valor y no meramente contemplarla, y los ociosos ciosos aceptan este compromiso al compartir aquello que los golpea con fuerza y los obliga a escribirlo, tratando un poco de ordenar eso que antes era intuición para así comprender mejor algo de sí mismos y de los demás en el trayecto. La fabulación compulsiva, la creación de bellas frases o el desmenuzamiento de una película o libro, son todos caminos para aceptar el infinito finito misterio de la vida al mismo tiempo que le damos forma con nuestros propios actos, actos, ya sea que esta nos produzca llanto o carcajada estruendosa, pero siempre buscando rehuir a la fútil indiferencia, indiferencia verdadera enemiga que amenaza con anquilosar al hombre. hom

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Otro día más en el paraíso El Xastle

Cuando veo las nubes estoy yéndome para no regresar, como las figuras formadas en las láminas por los días de lluvia, con las que de repente tomé conciencia de dónde estaba y por qué estaba allí al despertar. Mi cabeza iba a estallar, fueron las risas de los demás las que me hicieron abrir los ojos; creí que se reían de mí. Pero no, era él con sus piernas de atole. -

¡Ya Ya te vas chueco!, a la derechaderecha le grito La China.

Pasaron las ganass de vomitar, anoche saqué todo. Aventé el sarape por allí y me dirigí al baño esquivando o el serpenteo de Oto. Oto. Lamenté no haberme puesto los tenis, pues alguien rompió botellas en el piso y tuve que ir saltando de aquí a allá. -

¡A ver, Negro!! ¡Yo tenía mota mo en esta cajetilla ayer!

-

Pinche marihuano; ya ni te acuerdas que te lo fumaste.

-

¡Oye, China!! ¿Cuánto nos fumamos ayer?

-

Todo.

-

¿Todo?

-

Pregúntale tale al del baño.

-

¿Cuánto nos fumamos ayer?

-

Todo.

Me e abroché los pantalones y escapé del baño. Luis se me quedo mirando. Yo también lo miré. -

¿Ayer saqué también una bolsita de la cajetilla o no?

-

La neta quién sabe.

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Le di la espalda y volteó a seguirle gritando al Negro. -

¡Regrésame mi mota, negro culero!

-

¡China! Dile ile a tu güey que se calme.

-

¡Ya bájale Luis!, ¡ya estuvo bueno!

-

¡Puta madre! ¿¡Qué no me puedes decir a mí las cosas, Negro?! ¿Por qué se

las tienes que decir a esa vieja? -

Porque tú eres un pendejo.

-

¡Puto Negro! egro! ¡Ahora si te voy a romper toda tu madre!

Comenzaba a recostarme sobre mi colchón, situado junto a la puerta del cuarto. -

Jálate güey.

El Osama brincó de uno de los colchones. No dudé y me fui detrás de él. -

¡Tú también ya bájale güey!gü gritaba al Negro en el momento en que los

separábamos; yo lo jalaba por los brazos conteniendo la respiración porque él siempre huele a sudor. - ¿Qué güey? ¡Si no es de la negrita pa’ que armes tanto pedo! El Osama detenía a Luis. -

Tiene rato que ya no le hago a eso.

-

Negro vente conmigo a conseguir droga.

Entonces solté sus brazos. Se acomodó la camisa isa y salió junto con el Osama al patio. Regresé al cuarto de los colchones. Quizá encuentre La China (en el de la esquina) un poco de tranquilidad al pasar sus manos delicadamente delicadamente por el cabello de Oto: un pelo corto y feo; acostada junto a él, quien después de un rato se dio cuenta que no podía caminar en línea recta. Así ignoraba a Luis, al Negro, al Osama;; a mí por ser lo más cercano a sus gritos. Encontré una colilla en los zarapes, así que la prendí. Hacía ya mucho tiempo abandoné el placer placer por comer, ahora ya no me importaba,

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bebía bastante alcohol y escasamente pensaba en los alimentos. Ayer en la noche arrojé sobre el techo del cuarto una botella de refresco con mezcal, y al salir no me impresionó que hubiera manchas de sangre en la tierra ni los nubarrones de smog. Trepé al techo cuidando de pisar bien en las láminas de asbesto, pues varias piezas estaban sueltas. Aventé la botella al suelo, luego salté cayendo junto con un pedazo de lámina. Caminé por las vías en medio de las grandes grandes paredes de concreto bebiendo, pues tenía que ir a cobrarle a Eliécer que me debía lo del polvo que le lleve el jueves. A veces les tumbaba a esos güeyes

coca o cristal, o compraba para rebajarlo y

vendérselo. Ya estaban abiertas las puertas de su cochera: cochera: sentado frente a la televisión me vio entrar mientras comía, y no dijo nada sino hasta que me encontré junto a él. -

¿Ya desayunaste?

-

No.

-

Aguántame.

La puerta de la cocina está a nuestras espaldas. Recorrí con los ojos a las chicas de sus calendarios pegados por toda la pared, todas tan lejos de mí, todas eran una. Somos una multiplicación de la misma imagen en diferentes cuerpos, un modelo o formato más. Puso el plato de frijoles en la mesa de la tele y ordeno que me sentara junto a él. -

Si puedes armarme marme un gramo avísame.

-

Es cosa de ver.

Se paró de la cubeta revisando sus bolsillos, de los cuales sacaba billetes de veinte y monedas de diversa denominación para reunir los ciento sesenta pesos. Eliécer se drogaba cada vez que yo me decidía a llevarle material, ahora me pedía. -

Te traeré cristal para la otra.

-

¿Cuándo crees armarlo?

-

Mañana- mientras más droga tenga, más droga necesitaránecesitará Es cosa de ver.

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En la calle caminé sin rumbo hasta topar con una cervecería cuyo local tenía una puerta bastante pequeña donde no entraba luz, y el olor a orines se paseaba junto al enjambre de moscas. Estaba allí bebiendo, con mi sudadera mugrosa, mis pantalones empolvados, mis zapatos tenis desgastados por tanto uso. Afuera todo nublado y con un calor infernal que se colaba hasta allí adentro, un calor seco igual al que había sentido al perderme de borracho borracho por no sé cuántos días en el desierto de Ciudad Juárez. Me tenía sin cuidado la rockola sonando con la del “Jefe de Jefes”, así que me bebí la tercera cerveza casi de un trago, la cual me cayó de la misma forma que el día: mal. Regresaría al cuarto, to, vería cuánto dinero había juntado. Pero antes de entrar, El Negro me atajo, pidiéndome que lo acompañara a la Unidad de La La Candelaria. -

Allí armas de todo.

-

¿Cristal?

-

Cristal, coca, piedras, chochos, tracas.

-

¿Heroína?

-

Ahí si no sé qué pedo. Tú preguntas.

Se comenzó menzó a quejar del Osama, Osama primero ro porque no consiguieron droga, luego pasó a historias viejas. -

Cree que se la sabe de todas, todas y por eso se siente el muy vergas. vergas Por eso se

nos culeó el necte en Sinaloa. -

¿No era porque lo mataron?

-

Antes de eso. De e por sí ni él ni su chalán n nos querían vender, vender todo porque el

Osama nomás los castraba. Siguió durante todo el rato que caminamos en el callejón de las vías. En lo alto de las fábricas los obreros, eros, colgando de las chimeneas y de cuclillas en el techo, viéndonos con sus toscos rostros y sus expresiones de incomprensión: incompren un par de tipos que caminaban sobre los desgastados durmientes durmientes de madera con la única preocupación de drogarse, aunque la mía va en aumento pues me preocupa que el Negro no se calle, incluso me dan ganas de darle una patada en el hocico por ser tan pinche p

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arrastrado. -

... y el Osama se empeñó en decir que eso no era heroína sin siquiera haberla

probado, dijo que era no sé qué madre, y por más que le decía ía que le pagara todo no quiso. Pobre Negro de nada le ha servido andar tanto trecho en el desmadre, la verdad si el Osama decía que no era heroína, es porque no era era heroína o estaba muy rebajada. ¡Ah!, pero El Negro. - Si te dicen que matarratas es coca, por no llevar la contraria eres capaz cap de metértelo por la nariz, como casi te paso en Sinaloa. Finalmente conseguí que guardara silencio. El Negro y El Osama venían de familias con dinero, se creían huyendo de una vida de lujos que algún día llegaron a tener, aunque era falso, pues seguían de mantenidos, recibiendo dinero de sus padres, padres mismo que utilizaban para comprar droga e ir a donde sea a causar penas.

A La L China

su familia también la mantienen y ella

mantiene a Luis, aunque a veces salimos los los dos junto con Oto a ver qué encontramos. Al subirnos al metro etro en Talismán le regresaron las ganas de hablar al Negro. Negro -

A estos güeyes los topó el Luis. A pesar de ser bien mierda siempre halla

dónde,, y te dice como está el pedo. -

¿Ya se e le quito lo emputado contigo?

-

Nel, pinche joto. Siempre iempre me ha tenido coraje desde que yo le sé unas cosas.

Está pendejo si cree que a mí me importaría andar quemándolo. -

Tal vez cree que e no hablarás si te mete miedo.

En el metro siento a la ciudad encerrando mi vida; se trata de mezclarse con todo lo que anda en la calle, pasar desapercibido, ir y armar sin llamar la atención de nadie. Hubo un rato en que me pareció arriesgado. -

Es acá fuera de la estaciónestación me dijo El Negro al salir del vagón.

A cada rato pasan camionetas de la policía por la avenida Congreso; El Negro podría

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cagarla. Entra por una puerta angosta a edificios icios de fachada gris y gastada; el griterío de adentro me alerta, es un lugar pesado, pe los sujetos del patio así lo aparentan. -

¿A dónde güeyes?

-

A buscar al Ochas- El Negro le responde esponde rápido y sigue caminando.

Es en el último patio donde un morro de unos diecisiete años, sentado en un pedazo de tronco, parece estar esperando a que llegáramos: -

Un gramo de la blanca y una pastapasta ordena El Negro

-

Doscientos de cristal.

Más entretenido en el celular que en nosotros, recoge el dinero ero de nuestras manos, da la vuelta y va a meterse en el departamento del fondo. -

Todo menos la pastapasta al Negro le regresa parte de su dinero.

Nos escondimos las bolsitas en la ropa lo mejor que podemos. Sobre re todo yo. La luz que lograba pasarse por el estrecho espacio entre los muros que se descascaran de contener tantos gritos, llantos ntos y silencios de resignación; las casas de lámina junto a la unidad, esto me hacía desconfiar, esperaba a que saliendo o en la la estación del metro nos detendrían. Dos sujetos vestidos con ropas ropas sucias, apestando a alcohol: la gente nos mira, yo volteaba a mirarlos y bajaban los ojos. Las Las puertas del vagón se cerraron, un par de minutos después el tren se echó a andar, mientras sobre bre la avenida ave no dejaba de ver patrullas de la policía del de D.F. o de la Federal, apostadas apostada a las afueras del Congreso. Ell metro siguió avanzando. -

¿Te vas a dar tu cristal ahí en la casa?

-

Voy a rebajarlo, y venderlo en trescientos cincuenta cincuenta diciendo que es un gramo.

- Véndelo en cuatro, además ese material no tiene madre. Sii es como el de la vez pasada que armo La China, China por eso está bien quemada la tienda. Mojé con la lengua ngua la punta del dedo. Eso fue lo que probé, El E Negro no se equivocaba. Al rebajarlo tiene que quedar bien revuelto con el polvo de la medicina med y devolverlo a la bolsita. Me quedaban unas cuantas monedas en el bolsillo, lo suficiente para hacer una

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llamada a Eliécer y decirle que tenía un gramo de cristal: -

... de a cuatro varos y que me pases la sección de masajes del periódico del

jueves. -

¿Por dónde andas? ¿Voy por ti?- escuché que decía la voz la Eliécer, casi

podía grabarme un rostro con gestos de ansiedad. -

Aguanta ahí. Yo llego a tu chante. c

Sus ojos, desde que aparecí en la banqueta frente a su taller, nunca me han dirigido esa mirada, la he encontrado en otras ocasiones ocasiones dirigida a otros rostros: un brillo en las pupilas que se puede dar a alguien esperado. Se trataba de que nunca antes an vio tanta droga en su mano. De De su temblorosa mano escurrieron dos billetes de a doscientos y una hoja de periódico. -

¿Seguro que es ella?

-

Si no está allí,, ven y la encontramos.

Cerré el puño y me metí todo en el bolso del saco. Eliécer era parte de los malos recuerdos que me trae el D.F., D , las dosis de droga en su mano podrían ser una venganza tardía, venganza al final después de diez años, aunque suene estúpido. Ni una mirada de alegría ni una de odio hacia mí, puede que encontrara miedo y no más, ni siquiera quiera de tristeza, ni cuando el Negro con trabajos y palabras entrecortadas me contó que Raquel había muerto. muerto Fue el día que Luis y yo los esperamos en el aeropuerto a él y al Osama; Osama esa era la razón por la cual regrese al D.F., D para encontrarlos, encontrar a Raquel, aunque no sepa si le hubiera importando que yo estuviera allí. Se trataba de una trágica aventura que qu lloraban ellos tres, mientras yo solo caminaba guiándolos al lugar que conseguí. En el metro me doy cuenta de que tengo razón, viendo de abajo hacia arriba, me sigue pareciendo miedo. Otros Otros me ignoran, a ver si pueden ignorar al vagabundo con cara pintarrajeada a de rojo, que va reflejando sus ojos en los pedazos de espejos pegados egados en el bastón que lleva. El E espectáculo me dura poco, pues debo bajar en e la misma estación en la que ha subido: La L Villa.

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Podría ser que a Eliécer con su trabajo de vulcanizador es de a los que qu mejor les fue de mis compañeros de generación. Nunca aspiró a mucho, lo poco que quiso lo ha logrado manteniéndolo. En cambio bio yo simplemente no sabía a dónde ir, pues nosotros decíamos que haríamos muchas cosas, aunque solo conseguíamos dinero con el cual desmadrarnos aquí o en otro lado. En el asiento del micro deje caer el cuerpo en la divagación, hasta llegar a Cuautepec, el barrio de donde salí, y ella, creo, no salió. Aunque nunca supe en cual, sabía que vivía en uno de los departamentos de la unidad habitacional que estaba atrás de d la secundaria a la que íbamos ella, Eliécer, y yo, debía ser la misma dirección del anuncio ncio en la unidad El Arbolillo III. III Plantándome dome ante esa puerta, con la panorámica de la ciudad allá a lo lejos, lejos desde los cerros siempre es fácil encontrar cual es el horror de ser un punto en el espacio gris; de perderme en el mar de hombres y mentes men que caen en el olvido. Toqué el timbre. -

¿Quién?

-

Vengo por lo del anuncio del perio…

-

¡Permítame un momento!

Al abrir la puerta obtengo tengo lo que espero: una mirada rala sin sobresaltos o extrañeza, solo una mirada sobre mí, la misma que obtendría de cualquier extraño. -

Pase.

Me llevó a la sala, donde me pidió que esperase un momento, pues iba a acomodar el cuarto. Dio media vuelta y yo la tomé de la mano. -

Aquíí en la sala si gusta.

-

No, no es por eso, es que… que ¿Acaso no me recuerdas?

Se encontraban nuestros ojos, yo aparecí desde el pasado en su memoria. Nos deslizamos a la recámara. mara. Ardiendo por dentro, dentro, todo toma forma. Era E la primera a la que yo quise y la primera que no no lo supo. Quería gritar al arrancarnos la ropa. Estando stando desnudos, al ver nuestros nuestro maltrechoss cuerpos frente a la cama, nos sentimos avergonzados y ridículos.

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Ella lloraba. Estiré mi mano por detrás de la espalda y ella hizo lo mismo tomando tom el cigarro. Mientras veía por la ventana v hacia la gran la ciudad también me veía a mí. Nuestras espaldas están de frente sin tocarse, tocarse, hay algo que nos separa. separa Sin saber cuánto tiempo ha pasado, vistiéndome

rápido y sin

ruido, recojo mi saco de la

alfombra. -

Creo que es el momento de irme.

-

¿Cómo fue que llegaste aquí?aquí? me dice sin voltear a verme.

-

Por la dirección ción que viene en el periódico.

-

Me refiero iero a cómo supiste que era yo.

-

Eliécer me lo dijo.

-

Tiene mucho que él no viene.

-

Me tengo que ir.

Ya en la calle tal vez deba agitar los brazos, golpear la próxima caseta telefónica o nomás irr maldiciendo en mis adentros. Al ponerme el saco cae una corbata que no es mía y no sé de donde salió, y haciéndola bola la echo en la bolsa del saco. Encerrado en las barriadas de la inmensa ciudad el coraje me consume. Es el momento de regresar a la miseria de la que salí. Primero debo regresar a La a Candelaria. -

¿Tienes pa’’ clavarse?

-

¿Ya has venido antes?

-

Hace unas seis horas, horas por ejemplo.

-

A dos cincuenta cuenta el papel, papel y te salen dos.

Le entrego el dinero, es lo único en lo que pienso. -

Aguanta.

Llegan dos sujetos de menos de veinte. -

Ahí anda, ahorita regresaregresa les contesto a la pregunta que hacen con sus jetas.

Se quedan por allí en algún lugar del patio. Otro más ha llegado, sin decir algo espera

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su turno. -

‘Ira.

El juego de manos es rápido sin importar que estuviésemos rodeados rodead por tantas paredes. Caminando por las vías veo a Oto, Oto, la piltrafa humana que juraba que no volvería a drogarse, ahora tirado a la orilla de una barda. barda No despega ega el hocico de la mona. La China podría estar junto a él revolviéndole los cabellos, cabellos pero o Luis la tiene sobre las vías sujetándola del cabello, cabello gritándole mientras ella irrumpe en llanto. Pobre P China, si supiera el por qué de la furia de Luis. Tiro una patada para abrir la puerta y otra para cerrarla. Sentado en el colchón buscando en la mochila hila encuentro la cuchara y jeringa que tenía tanto tiempo sin ver, en ellos vierto todo el papel. Me amarro la corbata en el brazo, el sol seguía sin ocultarse, parecía fuese a durar así siempre, sin moverse y dejar de echar sus rayos. El frío de la aguja, a, el calor de la droga; era un golpe duro ablandando mis carnes, el dolorr es más lento; puedo tocar las nubes a través és del agujero en las láminas. Idiota: I yo tiré ese pedazo.

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La luz/ Sensible apéndice del faro… Carlos Rojas

La luz Sensible apéndice del faro Tuve el deseo de tomarte en ella Quedé dormido bajo la niebla Mientras todos lloraban ante el gran desfile Tuve un sueño de soles parpadeantes Sobre la vía láctea en era punta Después me bajé de tus senos Como una prenda suave O un niño triste Recuerdo que quise edificar un paraíso En un terreno de 220 metros cuadrados Pero las rosas no florecieron Porque no las sembré, ni dejé espacio para el jardín Ni edifiqué la casa, ni te di hijos, ni soñé contigo ¿Qué puedo hacer? Me sentí muy solo cuando solo hubo noticiarios matinales Y no renegué de las mentiras de la prensa Ni vi tu ombligo al frente de los ejércitos del tercer mundo Hoy viernes 31 de octubre de 1996 Mi máscara fue terrible Era un hombre viejo que sonreía y no añoraba el pasado Vieja ciencia olvidada: a los niños les falta educarse: Y encontrar mujeres desnudas en el chino o el ajá Ahora mismo nos sumergimos: una oleada de inmigrantes ¡suéñense, es la única vía! Otra vez ha amanecido

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Detrás de tus ojos no llega aun la luz tenue y auténtica Quise pasar la noche bajo enredaderas o tus ojos O revistas o tu pubis Pero no en un descampado como ahora Sudando frío o sintiendo sudar a la niebla Quise besar tu frente Como un sacerdote que cumple la orden de adoctrinar la mayor cantidad de feligreses posibles, pero con amor Y sin dios ni hostia ni sacramentos Escuchando chicha Pienso en sorber el almizcle de tu cuello o tu sudor Y sin embargo hállome solo en medio de la calidez Mientras la gente viaja fuera del país Huyendo de la soledad porque pueden Yo que no puedo Te estaba pensando Como el que se quedó fuera de casa con las llaves dentro Así de torpe, simple y desolado Con las rodillas flexionadas y los sueños plenos de un futuro atroz donde las relaciones son susceptibles de ser medidas medidas por la ecuación que da cuenta de la gravedad de los cuerpos mas el capricho del sufrimiento y el costo de las habitaciones en los hostales de dos estrellas Habíamos rechazado la televisión Tú por aburrimiento Y yo porque tenías mucha luz en la superficie de tu mirada Pero tú no te dabas cuenta porque esas cosas difícilmente Penetran cristales tan puros ¿Por qué me has dejado solo? No me invitaste a quemar naves bajo las estrellas o continentes o estatuas o el parlamento o kindergardens o lupanares lupanares o el by pass de la avenida venezuela o tus piernas que es lo mismo Búscame una escala dulce Todo lo que deseo es un vaso de agua Y una vida plena Y cuídate mucho que descanses pronto

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Esta es la noche… Carlos Rojas

Esta es la noche repito: esta es la noche (quise escuchar a las sirenas cantar porque me venía un olor salobre pensé en el mar y en que quería volverme loco con algo realmente hermoso) esta es la noche (un genio de la música un pianista o algo oscuro como un oboe o un chello) esta es la noche ("as an old memoria, yeah") esta es la noche: no se cierra no nunca

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La deuda E. V. C.

Perseguido constantemente por él y por su propia conciencia, muy a menudo trataba de imaginar de qué modo sería librado de esa maldita carga que pesaba sobre sí mismo. A pesar de que su cobrador se encontraba lejos y que no le requería el pago desde hacía un buen tiempo, en su mente continuaba latente ese faltante que no lo dejaba estar en paz. Tal vez nunca tendría que cubrirlo; es más, incluso ya no era necesario realizarlo debido a la naturaleza del mismo. Todas las cosas tienen un tiempo, tiem es cierto, pero en algunas este ste adquiere un mayor protagonismo. Lo que lo frustraba más no era tanto la deuda en sí, sí como co el hecho de no poder pagarla, esa incapacidad de no poder generar el elemento to con el cual debía solventarla. Al borde de la desesperación, tomó algunos papeles con tinta que para muchos m estúpidos tienen tanta valía, inútiles trozos que a través de la historia los hombres han atesorado y por los cuales se habían ocasionado tantas guerras. guerras. Los apiló y los metió en un sobre. Corrió a la entrega con la cual intentaba liberarse, aunque de forma inútil, pues nadie mejor que él sabía que lo contenido en el sobre, esas pequeñas hojas de papel entintadas por una torpe mano formando palabras, lo atarían durante el resto de su vida.

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La Fiesta del Chivo, de Mario Vargas Llo sa os Héctor Javier González Sierra

La forma en que Mario Vargas Llosa nos detalla la historia de la República Dominicana durante la dictadura dict de Rafael Leónidas Trujillo (1930-1961) 1961) en su novela La Fiesta del Chivo (Ed. Alfaguara, 2003), 2003) no es de ninguna manera cercana a una monografía histórica. El vehículo del cual se vale el escritor peruano para abordar uno de los regímenes más cruentos que ha conocido Latinoamérica, es la perspectiva personal, a ras de suelo, de varios personajes que q vivieron en carne propia los episodios más violentos de una represión militar que aún hoy sigue teniendo consecuencias en aquel país. Es a través de sus propias impresiones y recuerdos, que se entreteje la historia de una sociedad como la dominicana, con con una fluidez que emparenta el estilo de la narración al del thriller o género de suspenso cinematográfico, cinematográfico, pues los acontecimientos en los que participan cada uno de los personajes anuncian, cada uno por sendas diferentes, un hecho final cuyo gradual acercamiento acercamiento despierta una tensión irremediable en el lector, quien descubre en la conjura criminal el hecho siniestro cuyo cumplimiento puede llevar a los involucrados igualmente a su perdición total o a su salvación. Son tres los arcos argumentales que recorren recorren la novela a su propio ritmo, aquel que imponen las circunstancias de determinado personaje o grupo de personajes, según sea el caso, para abordar una conspiración que terminará con la caída de la dictadura trujillista. El primero de ellos es una digresión digresión a partir de los testimonios de Urania Cabral, por entonces la hija pequeña de uno de los más cercanos colaboradores del dictador, quien regresa al país después de una larga ausencia para visitar a su padre moribundo y caído en desgracia. Son treinta y cinco los años que ha permanecido fuera del país, viviendo en el exilio en los Estados Unidos, primero de manera obligada

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tan solo unos días antes del fin del régimen de Trujillo y luego, conforme la mujer crece, como algo de lo cual se empeña en convencerse convencerse es totalmente voluntario. Es mediante el reencuentro con la tierra de su niñez que afloran las imágenes confusas de un pasado fragmentado, cuyo progresivo desvelamiento en forma de un secreto largamente guardado, constituye a su vez la aportación cruda y dolorosa de la Está también la trama que sigue a los perpetradores del atentado que acabó con la vida de Rafael Trujillo aquel 31 de mayo de 1961, día caro a la memoria dominicana, desde aquellas decisiones que determinaron a cada uno de los siete responsables a tomar parte en la conspiración, la planeación así como la ejecución de un acto que cambiaría el rumbo de sus vidas para siempre. Como tercer arco, se narra el último día en la vida del dictador Trujillo, la historia de sus colaboradores, el tipo de relaciones que tenía con cada uno de ellos y su forma de controlarlos fieles a su persona para así lograrse mantener en el poder. Aunque cada una de estas tres partes, contadas de manera alternada parece romper con el ritmo de la novela al abordar personajes y sucesos diferentes entre sí, en realidad permanecen entrelazadas elazadas unas de otras, por lo cual nunca pierden su viveza y ofrecen una complementariedad que hace que el lector prosiga en su lectura con la sensación de querer asimilar cada detalle con completa atención. Resulta curiosa la figura de Trujillo, que se nos muestra como un ser astuto, inteligente, con cualidades casi sobrenaturales, capaz de dominar la vida de los demás personajes en la novela incluso después de muerto, como es el caso de d la propia Urania Cabral.. Así también, la visión que nos ofrece el autor del poder del gobernante, es tremendamente realista, diseccionando los horrores del asesinato y la tortura moral y psicológica que ha logrado establecer casi como una institución más, más cuya maquinaria se mueve con gran precisión. En La Fiesta del Chivo,, el poder va más allá de la siniestra persona del megalómano y sociópata Rafael Trujillo, pues logra asentarse en una dimensión más amplia, casi se diría que omnipotente dentro del vasto territorio que gobierna. Hay una denuncia de la

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violencia que cometen todos por igual, tanto el aparato del Estado como los militares de a pie, los colaboracionistas y el mismo pueblo dominicano que por omisión aniquila por montones a sus propios conciudadanos. conciuda Vargas Llosa parece decirnos que no hay cura para ese poder que todo lo corrompe, pues incluso los espíritus de los conspiradores y de Urania Cabral ya se encuentran marcados de por vida, pues aunque vuelvan a respirar el aire tropical de un país liberado iberado de la dictadura (más precisamente en el caso de esta última), habrá otro aspecto que siempre cargaran consigo y que ni mil atentados ni exilios podrán cambiar. El título de la novela resulta en primera instancia alegórico, pues quien gobernara la República epública Dominicana durante más de treinta años, es apodado por el pueblo como “El Chivo”, una de cuyas obvias alusiones es a la figura del Satanás de los aquelarres, el macho cabrío que muestra su regocijo en una báquica ceremonia con brujas y hechiceros durante la noche. “La Fiesta del Chivo” es la fiesta que Trujillo oficia en la casi perpetua noche dominicana, y que tal y como lo muestra la vida de Urania Cabral persiste más allá de una época. Otra noción clave de la novela es la de memoria histórica, históric como actualización constante, reexaminación y crítica. La intención del autor es desaparecer en los numerosos relatos que aborda, buscando proveer de un ritmo crudo, desnudo de lujos innecesarios que desvíen al espectador de los sucesos que viven y/o reviven revi sus personajes. No obstante lo anterior, Vargas Llosa aparece continuamente en tanto nos ofrece escenas noveladas y manda de paseo a la exactitud histórica, realzando la figura, la fuerza emocional de los seres desechos que cuentan su desgracia. Sería tramposo crear una pugna entre el Vargas Llosa cronista y el Vargas Llosa novelista, pues en todo caso este último aspecto completa los numerosos huecos de la historia real que aquel ha dejado por considerar intrascendentes, poco efectivos a su relato o simplemente mplemente por su obvio desconocimiento. Hay momentos bastante logrados en la novela, que a continuación mencionaré y no deben ser tomados como spoilers: la forma en que el personaje de Urania Cabral rememora su pasado desde el inicio de la obra; el ejercicio io narrativo que da cuenta con frialdad de documentalista del atentado que terminó con la vida de Trujillo, así como el entretejimiento de los cabos sueltos al final de la novela, parte que libera la

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emotividad acumulada durante dur toda la obra y que de alguna na manera el lector más perspicaz habrá intuido desde un principio. La Fiesta del Chivo pretende ser la unión entre los temas predilectos de Vargas Llosa: las relaciones que el poder entreteje entre aspectos de la subjetividad humana como la sexualidad y la a violencia, por un lado; y por el otro, un fragmento integrante más de una macro-crónica de la Latinoamérica del siglo XX,, contada a través de los horrores y las esperanzas de sus habitantes. habitantes

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Polvareda de muertos Fernando A. Sierra

El señorito Mictlantecuhtli reclama su tributo, y se asienta a cagar arriba de todo México El tiempo se desgrana desgra en estas tierras yermas sin paz ni esperanza (llueve ceniza sobre todos nosotros) Y cada grano que cae es cada muerto sin historia ni nombre sin dirección ni registro. México es un extenso sembradío de muertos regados con sangre y abonados con mentiras…, desde nuestro nacimiento: somos todos robados y crucificados en la cruz de hierro que de lejanos tiempos trajeron Para plantarnos en el cementerio. ---todo todo inocente caído es una amputación a nuestro espíritu--espíritu De la semilla del dolor brotan gruesos espinos que en racimos ofrecen su fruto sangriento: el silencio flor de la muerte que de boca en boca florece hasta estallar en las lágrimas imas de un bostezo.

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No son las balas lo que realmente nos mata sea cada vez que hombres y mujeres, sumisos e indiferentes frente a la desgracia que nos hermana no renuncian por nada: dejar de ser televidentes. Las imágenes se multiplican a la vista de todos los desaparecidos, las víctimas… cadáveres ensangrentados mutilados, reducidos por toda la República PUDRIÉNDOSE embarrados en papeles de periódicos para convertirse al viento en una marejada de ceniza y polvo que ciega los ojos.

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Habitación para las almas Alexis Pérez

Suceso pasado y presente, se sumergieron en el mar del verdadero amar, no eran ella y él en cuerpo presente, eran carne pero no esa carne que puede tocarse con las manos, eran vida entre la vida, eran el todo de su nada, eran la vida que les faltaba. Aprendieron a amarse de una manera inédita, nadie nunca había amado como ellos se estaban amando, inventaron la mejor manera de tocarse hasta dentro de sus corazones sin necesidad de utilizar el tacto. tac En vez de amarse a palabras y a rosas se transformaron en dos almas: un alma con cabello corto, libre y reprimida a la vez; al lado de ella se encontraba un alma con mirada triste, ste, con heridas que nunca cerró el tiempo pero que el dolor las cicatrizo. Un par de almas sin saber quiénes eran, que solo reconocían su ser estando juntos, y sabían que el alma también era carne y buscaban encontrarse. Había un millón de maneras de morir y ellas decidieron morir enamorándose, cada beso que se daban era apaciguado apacigu y a la misma vez enfurecido; se hicieron almas adictas a estar juntas de día y de noche, y cada noche entraban a una habitación, a su habitación en la cual no habían cuatro paredes, no había un colchón y ni tan siquiera había un televisor elevisor arriba del guardarropa, guardar sino que se encontraba al aire libre con un clima a cálido, un aire tranquilo, el reflejo del mar a un costado. Solo olo había unas colchas blancas de algodón en el piso, y ahí se encontraban reposando, iluminadas las almas por la luz de una luna llena o el de un amanecer, amanecer y aprendieron a hacerse el amor con todo y sus letras, olvidándose de los perjuicios causados por un sexo carente de deseo y sentimientos, aquel sexo que solo s conduce a un placer efímero. Buscaban uscaban amarse bestialmente bestialme a miradas, si se desvestían se quitaban de odios, de rencores, del pasado, y después se desasían de sus prendas. p Ella lla se desvestía sigilosamente, no como una puta, y la otra alma nunca la miro con la mirada depravada masculina, sino que la miraba como si estuviese a las puertas del paraíso.

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Eran bestiass domadas primero por el “Punto “P G” de su ser y después por el de su entrepierna. Se deseaban, eseaban, se amaban, se buscaban; sabían que el amor era cuestión de un momento, el cual no les habría de durar para siempre, pues saldrían heridas en alguna u otra ocasión, aunque eso nunca les importó, pues no se amaban a morir si no a matar: querían matarse a puñaladas de sentimientos que les nacían, nacían, sentimientos de un amor puro. Sí les atemorizaban cosas, cosas pero nunca le temieron al amor, sino que el amor tenía miedo de ellas. Se S enamoraron de la manera más vil: matando a cada uno de sus tantos miedos. Se amaron mas allá de aquel lugar, de algún momento, más allá de los tantos engaños que ofrece un buen sexo, sexo pero disfrutaban estar ar en esa habitación porque justo ahí estaban tan cerca de estar completamente completamente lejos de este mundo hostil repleto de mentiras, traiciones y de esos eso “te amo” repetidos cada año a diferentes diferente personas. Eran almas primerizas, almas lmas enamoradas por primera vez; su amor era poesía pero también suicidio. Se encontraban ncontraban en la habitación hab como dos almas libres, res, ligeras, dos almas amantes; dos almas grandes que se llenaban con poco, solo para amarse sinceramente; dos almas en una habitación donde lo único que les preocupaba era encontrarse.

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Agarrando Pueblo/ Carlos Mayolo y Luis Ospina Fernando Waroto Landeo

1978, 28 min., Colombia Dir. Carlos Mayolo y Luis Ospina

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Es extraño permanecer o ser dueño de un síntoma obsesivo, como la necesidad de escribir inmediatamente líneas torrenciales. Es curioso, porque aún no veo la película y, sin embargo, quiero iniciar hablando de ella o escribir sobre ella. Agarrando Pueblo, porno orno miseria, Cali, realismo mágico, McOndo, Ciudad Solar, el Cine Club de Cali y Caliwood, son los puntos desordenados que transitan por mi cabeza. A Marcela, la conocí gracias a un poco de ginebra y Andrés Caicedo. El último sábado charlamos pasada las dos de la madrugada, la marihuana ayudó. Le gusta bailar, a mí también, aunque no lo sepa. Marcela, lleva las piernas de María Carmen Huerta y sé que aún la infancia habita en sus ojos, se abstiene de crecer. Marcela, huele a Bob a Dylan, a armónica y cigarrillos cigarrillos Winston, ella fue la que me habló de él, antes no le presté la atención necesaria a Luis Ospina y todo Caliwood, o


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tal vez su forma de fabular fue la que me trajo aquí, a encender el computador y abrir más de ocho pestañas como resultado de la búsqueda búsqueda de Luis Ospina. Ahora que la cinta ya terminó, siento que es agobiante enfrentarse a cosas en donde uno transita por vez primera. Pero este falso documental un tanto corto, pero certero, demuestra la poca decencia y la dramatización de lo marginal como como crítica a los contemporáneos de su época. La banalización del registro absurdo de un Calí subterráneo, demacrado por la resaca de los poderes sociales. Mendigos, taxistas, locos, camines camin o chicos de la calle y claro, brillando por su ausencia, las prostitutas stitutas que los directores buscaban tan ansiosamente. La miseria siempre acompañada de un poco de cocaína, hace de la decadencia humana un símbolo que gira en toda la película. La cultura de la miseria, como paradójicamente cita uno de los directores, tratando tratando de encontrar el ángulo preciso donde pueda enfocar más toda esa marginalidad, marginalidad, que en realidad es el símbolo de toda la pseudo película que quieren obtener. Como corolario, ellos son la esperanza, ellos llevarán el mensaje, ellos los salvarán de la miseria, pero siempre la locura se presenta de forma indecente. Ella te hace muecas y gestos, te grita frente la cámara, te desestabiliza, te pone en aprietos, se limpia el culo con tu dinero, no le importan tus intenciones de cinemaltruismo. La locura que qu no le importa el cine, solo abre los ojos y los brazos, y te dice bienvenido a mi vida, bienvenido mi miseria.

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Desesperanza E. V. C.

La palabra vedada La lengua pesada El alma destrozada La existencia amargada En la cara marcada Con una mano atada La señal desterrada Y la otra adormilada De una fe clausurada Mi sonrisa quebrada Una esperanza errada Y una ilusión helada La imaginación cerrada Nuestra vida truncada Ya es la imagen borrada Va de llanto plagada De una triste llamada La justicia enclaustrada Que vino de la nada… Solo hay una mirada

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Si hiciera con los ojos… E. V. C.

Sii hiciera con los ojos de todas las mujeres un verso aunque pequeño, lacónico o frugal podría calmar los llanos, los barrancos y abismos que hay en n los corazones de los hombres sin paz con on toda su belleza iluminaría el mundo y entre la luz no hay donde se esconda la maldad

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Liviana Laura Martín Andén

Parece que estoy mirando nuevamente a Laura agitar sus delgadas piernas en el aire, cual si el mundo se hubiese puesto de cabeza y ella flotara sobre él. No son las piernas cubiertas por pantalones de mezclilla que tantas otras veces contemplé cuando salíamos, pues aquel preciso día de verano ella vestía unas bermudas que permitían a mis ojos inquietos deleitarse en aquella superficie blanca y amplia de sus muslos, en los cuales buscara solicitar audiencia sin atreverme nunca, cual si fuera la primera mujer que caminara junto a mí y se complaciera complaciera en mostrar en todo momento la desnudez de sus luengas piernas para aturdirme. El cielo era de una limpidez escandalosa, y en verdad sentía que el alma se me escaparía en cualquier momento si no me aseguraba de llenar las tripas, los músculos del cuerpo y en general toda aquella sustancia blanda de otra cosa que no fuera sino lo que en aquel momento: momento un flujo de sangre trepidante, en dolorosa y continua cont excitación. -

Dos, tres. Cuatro.

-

Cinco. Seis. Siete.

-

Ocho… ¡Espérate! ¡Oye!

Era un juego estúpido, pero muy efectivo. Se trataba de tirarnos de espaldas en el pasto para contar las nubes que chocaban allá arriba unas con otras, y que en días de viento como omo aquel escaseaban. A Laura se le ocurrió, aprovechando su vestimenta extraordinaria de aquella tarde, señalar las nubes con sus piernas desnudas, pronto desprovistas también de sus zapatos deportivos y sus calcetines, lanzadas como cañas de pescar en cuyo uyo extremo se agitaba el delicioso anzuelo de su pie griego, saltando aquí y allá sin descanso, verdaderamente feliz de encontrarse vivo en esa calurosa tarde donde los sentidos podían extasiarse con entera libertad. Pero en algún momento yo olvidé que jugábamos, jugábamos, y entre la ausencia de paseantes por el deportivo, tomé aquellos muslos con mis manos y los atraje nuevamente en

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dirección a la tierra, donde ya era más que patente mi hambre por degustar aunque fuera un bocadillo de esa tersa piel en movimiento. -

¿Sabes? Tienes una gran debilidaddebilidad me dijo minutos después, ya liberada de

mi voracidad fetichista. -

Lo sé. Pero más te vale no decírselo a nadienadie le respondí con tono de fingida

seriedad. -

¿Ah sí? Y si no, ¿qué?

Pero apenas lanzara el desafío, su voz volvía a ahogarse entre mis labios, para ser de nuevo un aliento dulce, con recuerdos de menta y paletas de cereza, que yo amoldaba con destreza de orfebre en relación a simples deseos, pues yo no era de complicadas fantasías. No señor: a mí me bastaba con el disfrute casi etéreo de sus tonterías, pues ya después iría a casarme con la mentira mentira de su desarrollada sensualidad, misma que se afanaba en sugerir cuando sentía que yo me aburría de lo lindo, como para asegurarse de no perderme. Y entonces sus ojos vibraban como empujados por una energía casi eléctrica, emanada de unas uñas que repentinamente se clavaban en mi espalda, o de unos incisivos que bajaban a morderme en el cuello. -

Espérate Laura, -le le decíadecía ahí viene alguien.

Y yo retornaba a mi absurda conciencia conciencia de hermano mayor hasta ese momento ausente, lo que justamente producía los efectos contrarios por mí deseados, desead pues azuzaba todavía más los juguetones atrevimientos de Laura. -

A veces pienso que no te gustogusto volvía a decirme minutos después, cuando cua se

detenía al darse cuenta que yo no la seguía con la misma intensidad. -

¿Cómo crees? Que tonterías dices.

-

Lo digo en serio. Al menos hace un rato así me pareció.

Y aunque continuaba junto a su cuerpo, con mis manos rodeando su blusa por encima de la cintura, ntura, algo de eso que yo quería prolongar indefinidamente cuando la veía, se había vuelto a escapar una vez más sin que me diera cuenta. -

Ya te dije que mañana, después de que pase por ti a la escuela.

-

Mejor dime que ya te aburriste de mí.

-

¿Yo aburrirme de e ti? ¿A qué viene todo esto?

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Apoyado sobre mi brazo derecho, recuperé la visión de su rostro, que conducido por sus grandes ojos cafés oscuros me escrutaba con aire de extrañeza. Volvía a ser entonces esa presencia insondable que qu me escribía cursis cartass de amor y me grababa sus baladas favoritas en discos compactos envueltos en estuches hechos de cartulinas de colores, decorados con pegamento blanco y brillantina en forma de corazones. -

Casi nunca salimos, salimos, y cuando lo hacemos me pides que me detenga.

-

Laura, ya hemos hablado de eso, lo que pasa es que…

-

Olvídalo- y tratando ndo de retornar a la normalidad, cambiaba bruscamente de

tema.- ¿Sabes qué? Ayer mientras veía la televisión, se me ocurrió que necesito comprarle otro tortuguero a Quelita, porque el que tiene ya está muy viejo y sucio. -

¿Otro?- le respondí con fingido interés, aunque aliviado- Pero si le acabas de

comprar uno hace tan solo tres meses. -

¿Qué no te acuerdas?acuerdas? y otra vez con la misma expresión de sorpresa, aunque

ahora aderezada por una repentina llama de disgusto: - Te dije que ese lo rompió mi hermano Luis la semana pasada, y por eso volví a usar el primero que le compré cuando me la regalaron, hace un año. ¿Ya ves como tampoco no me pones atención? Y aunque traté de atraerla nuevamente nuevamente hacia mí, ella cerró su mirada hasta fingir hundirse en un sueño profundo, dándome la espalda por completo, ignorando el roce que mis dedos iniciaron con miras a la reconciliación a lo largo de sus brazos también desnudos, varillas que el sol bronceaba bronceaba continuamente, surcados por pequeños y delgados vellos que apenas contrastaban en su color. A pesar de encontrarse vuelta por completo, ignorante de mi presencia, parecía invitarme a dialogar con sus hombros, los delicados promontorios de sus omoplatos, y las diminutas vertebras que se marcaban bajo su blusa lila. En ese rostro de figuras pronunciadas, del que no participaba su nuca por estar cubierta por sus cabellos sueltos, existía una energía carente de descanso, ocupada siempre en mantenerse en movimiento movimiento discontinuo, insatisfecho. Por más oculta que permaneciera su presencia, no dejaba de anunciarse en un pliegue, en la agitación de sus pulmones al inhalar y exhalar, en un escalofrío al sentir una corriente de aire frío recorrer su piel.

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Y así fue, porque a los pocos minutos minutos ella ya estaba buscando con sus manos extendidas hacia atrás, desprovista de los demás sentidos, tanteando la separación entre los dos y atrayéndome hacia sí misma, dejando el espacio suficiente para maniobrar y desabrochar el cierre cierre de mi pantalón y retirarme previsoramente la hebilla que solía lastimarle en la espalda baja. - Todos los problemas se acaban aquíaquí escuché que me decía, convirtiendo su enojo nuevamente, dando por enésima ocasión un giro a su comportamiento para conmigo, nmigo, confirmando la volubilidad que era rasgo esencial de su carácter. carácter En suma: desconcertándome agradablemente. Sin poder levantarme, pues me dejaba hacer por los esfuerzos acrobáticos de Laura, traté como pude de mirar a los alrededores, en busca de alguna alguna presencia corpórea que presenciara aquel espectáculo de dos jóvenes en plena voluptuosidad descarada. Siempre pensé que Laura tenía buena estrella, algo que confirme aquella tarde al notar que la hondonada en forma de rombo donde yacíamos acostados, surcada s por un par de árboles enanos, y delimitada por una hilera de frondosos pirules en los extremos, se encontraba desierta. Acaso el único peligro de ser sorprendidos sería de parte de otra pareja, atraída por la imperecedera fama de subterfugio clandestino clandestino de la que el mencionado claro gozaba entre el alumnado de la escuela preparatoria cercana (a la que yo pertenecía), de lo cual podrían testimoniar (según se rumora) varios videos que circulan hoy en día por internet, donde se puede apreciar el paradisiaco paradisiaco escenario donde tantas historias felices se han llevado a cabo hasta hoy, y a juzgar por la nula vigilancia por parte de las autoridades del deportivo, seguirán llevándose a cabo durante más tiempo todavía. En poco tiempo, sin necesidad de despojarnos despojarnos de ninguna de nuestras prendas, sentíamos las hojas del pasto crecido picándonos la piel, el frío de la tarde suplido por un calor en continuo sostenimiento surcándonos las mejillas, y yo no dejaba de pensar en el porqué había pospuesto aquella situación situación tan cercana a realizarse, mientras me ocupaba por llevarla a cabo con todas mis fuerzas, encontrando finalmente en Laura la más acertada de las elecciones que había tomado recientemente, comenzada en una aburrida fiesta donde por casualidad había convencido convencido a su hermano, compañero de mi clase de Temas Selectos de Ciencias Sociales, de llevarla para pasar toda la tarde noche acaparando el rincón de uno de los sillones en la casa libre del anfitrión.

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Y así seguimos girando en aquel pedazo peda de tierra yerma, sin por ello saber donde quedaba el cielo ni el tiempo que nos llevaría llegar a algo cercano a su techo, sintiendo la respiración agitada de Laura perdida en mi cuello pero llenando mi cuerpo junto con las agudas ondulaciones de su voz, creyendo que por fin había valido la pena habernos aguantado las notorias diferencias que existían entre nuestros tres años de distancia, empezando por su marcada ignorancia en temas amatorios que se empeñaba en poner en duda, a juzgar por su innata habilidad de contorsionista. contorsion -

Ya, no aguanto más. Hazlo.

No supe si estas palabras las había pronunciado junto a mi oído, como un susurro, o si por el contrario yo estaba aprovechando su confusión para soltar aquel peso que llevaba encima desde ese funesto fin de semestre donde Mónica Mónica Ordaz y yo termináramos adueñándonos del único baño disponible en el pequeño departamento (de cuyo propietario no quiero acordarme), para mejor adivinar en las sombras, entre el diminuto lavabo de pedestal y el retrete, rodeados por el olor lavanda irradiando i de un colgante de irreal apariencia sobre el espejo, un éxtasis que había requerido tan solo dos hectolitros del menjurje especial de la casa (cuyos componentes etílicos constituyen un secreto que quienes conocemos hemos jurado llevarnos a la tumba) tum para realizarse, y fatalmente perdido para siempre en la siniestra expresión de la propia Mónica cuando le dije que, que… -

¿Qué pasó? ¿Por qué te detuviste?

Encorvado a unos centímetros de donde Laura revivía su rostro de chiquilla confundida, repentinamente mente incorporado y tratando de abrocharme los pantalones lo más rápido que pudiera, los sonidos a mí alrededor volvieron a desvanecerse como en aquella ocasión, mientras mi cuerpo liberaba la tensión largamente contenida, sintiendo la estela de relajante placer que sobreviene a toda descarga. Pero mi mente, retraída nuevamente en la habitación que encontré más cerca, impelido por mi vergonzoso accidente, misma donde me atrincheré hasta que hubo amanecido y todos los invitados de la fiesta se hubieron ido, reflejaba ahora como un eco el sonido chirriante de una urraca a mis espaldas, seguramente posada en la rama más firme y vigorosa, esa que no se rompería con ningún peso, que se levantaría durante la siguiente y todas las noches que fueran necesarias por el el solo hecho de tener valor, echándome en cara mi fracaso.

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Durante todo el camino de regreso a la casa de Laura, ambos permanecimos en silencio. No tuve el valor de contarle verdaderamente qué había sucedido, pero a juzgar por el beso compasivo y tibio que que se encontró con mi mejilla esa tarde y la siguiente, creo que no había nada más que decir. Eché a andar hacia mi casa, pensando en la liviana Laura y su atardecer de pálidas mejillas, estremecida más por sus propios pensamientos que por el aire frío de la la noche que se avecinaba entre nosotros.

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El reboso de La Llorona Fernando A. Sierra

(De “Los Cuentos del Capitán Mentiras”) Mentiras”

El día de paga, Melquiades salía del trabajo con un dilema. Era el santo de su mujer, y no sabía que obsequiarle. Genoveva era tan caprichosa que nada le complacía. Mas él prefería comprarle un regalo costoso a enfrentar su furia implacable. Caminaba hurgando ndo los escaparates de las tiendas cuando de un negro nubarrón comenzaron a desprenderse unas gotas bien gordas, seguidas por el granizo, así del tamaño de un tejocote que descalabraron a más de tres cristianos. Por fortuna para Melquiades, al encuentro le salió una cantina que mantenía sus puertas abiertas como los brazos de una madre protectora. Un Un par de copitas para que la frialdad aldad de la lluvia no quebrante la salud, se dijo; ya después con co toda calma y tiempo de sobra compraría el regalo más adecuado para su mujer. Las calles de México olían a pólvora. pó Acababan de asesinar al General eneral Obregón y la Nación bullía en los hervores de una nueva revuelta. La población dividía en simpatías sus rencores. Y para muestra bastaba la cantina donde se hallaban reunidos reun callistas, obregonistas, simpatizantes del clero y puñados de comunistas que detestaban todo aquello que oliera a sotanas y a gobierno. Melquiades guardaba su periódico y vaciaba ya el tarro de cerveza para disponerse a pagar la cuenta para acudir cudir a la santidad de su hogar, cuando aparecieron un par de amigos que le invitaron una copa a la salud del encuentro, y luego, otra más por el sensible fallecimiento del prócer de la patria, y otra por el fusilamiento de León Toral. En n poco tiempo se llenó la mesa y fue necesario anexar otras sillas, pues los camaradas continuaban llegando.

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A pesar de los negros nubarrones en el horizonte mexicano, los parroquianos atacaban la tristeza con muy muy buenos chistes políticos, recién diseñados. Los trovadores soplaban el polvo a la terca memoria. Mientras unas damas alegres bailaban muy apretaditas por unas copas y dos centavos la pieza. La buena suerte se había sentado en la mesa de los cuates de Melquiades. Melquiades. En dos ocasiones ganaron la rifa de un guajolote y una fina botella de mezcal importado. El tiempo transcurrió empujando las manecillas de todos todos los relojes hasta la medianoche. noche. Melquiades decidió marcharse. Sus amigos convinieron en echarse la última para la despedida y otra más para el camino. Brindaron a voz en cuello por la muerte del supremo gobierno y entonces se armó la trifulca. Los bandos politizados se dieron con todo, hasta casi destrozar el mobiliario del respetable lugar.. Melquiades no soportó que un Mayor ayor le hundiera la bota en la barriga y corrió al retrete para aliviar los estragos de la bebida. Ya casi vaciaba las tripas cuando una botella de rompope le atinó en la nuca. Besaba apasionadamente a la prima de Genoveva, cuando un mozo lo despertó salvajemente en el escusado. Faltaba saldar la cuenta y sus buenos amigos ya se habían bían marchado. Vaciaron sus bolsillos bolsillos y luego lo lanzaron por la puerta para que llegara de volada hasta su hogar. Pero un poste estorboso se lo impidió. Lanzaba zaba miradas a diestra y siniestra, tratando de ubicarse. Mientras limpiaba su boca de sangre y vomito. Recordó sus rumbos y echó a andar. Pensaba en la reacción de Genoveva cuando lo viera llegar tambaleándose de borracho. Y lo peor de todo: sin dinero. Su salario se había esfumado siendo generoso con los cuates que le sonsacaron las bebidas y con esas chamaconas que lo trataron a cuerpo de rey. Sus pasos, igual de erráticos que sus pensamientos, lo condujeron hasta el borde del Río Consulado. A lo lejos los perros ladraban a una luna amarillenta que se asomaba entre nubarrones. El viento ululaba siniestro entre aquellos arboles, donde antaño ahorcaran a tantísimos bandidos. Su corazón tuvo un sobresalto al recordar el rumor de aquel paraje solitario: la terrible aparición de la Llorona.

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“¡Ja, qué tontería!”, ”, pensó. Él ya no era un chiquillo miedoso que se asustara con cuentos de viejas chismosas. Sin embargo, ¿ya cuántos no le habrían platicado su terrible experiencia con el espectro? Sumaban decenas los los testigos que sobrevivieron para contarlo. Poniendo cara de gravedad al asunto, nto, aseguraban besando la cruz: “Mira manito, te lo juro por esta que te estoy diciendo la puritita verdá. Aunque nadie me crea, yo vi ese fantasma”. Su padre también contaba lo mismo, como lo hiciera muchas veces su difunto abuelo, que en paz descanse. Y para colmo, co su mismísimo compadre, el Lic. ic. Tamayito, decía que por contemplar tan horrorosa visión hasta de rodillas se fue a jurarle a Lupita dejar la beberecua de por vida. Sin n embargo, Melquiades no era de ánimo blandengue como ellos. Él si era un verdadero macho bien calado, no le tenía miedo a nada; ni al coco, ni a las brujas, ni mucho menos a una vieja chillona que andaba por las calles de México desvelando miedosos. A Melquiades quiades le venían guangos los cuentos chocarreros para espantar babosos. Envalentonado en estas cavilaciones, que a decir de paso eran para distraer la mente de su terror verdadero: la broncota que le esperaba con la Genoveva. Eso si era miedo de a devis, no de mentis. Lo demás: qué la excomunión papal, que la carestía, qué perder la vida frente a una copa de vino, o hasta la maldita guerra de nunca acabar de mochos contra federales, lo tenían sin cuidado. ¡Ah!,, pero el asunto con la Genoveva. Eso sí que estaba estaba bien canijo. ¿Cómo presentarse así de briago, sin dinero y sin regalo de cumpleaños? Ojalá se lo tragara la tierra, le cayera un rayo, se lo comieran los perros, fuera cosido a puñaladas por una gavilla de rateros, o ¡carajo!, de perdis perdis qué este cochino coc río se lo llevara bien lejos y que nunca nadie supiera más de él. Se sentó en una piedra lamentándose de sus males. Debía encontrar una solución a su problema. Podría buscar la ayuda de algún amigo. Con suerte le prestarían algún dinerito o lo esconderían algunos días en lo que se le pasaba el berrinche a su mujer. Y como siempre que algo le impacientaba, le dio por el soliloquio.

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“Pero qué va, no hay ningún amigo am cuando realmente se necesita. esita. Nomás sirven para engatusarlo rlo a uno y exprimirnos los bolsillos. illos. Pinches malos amigos. ¡Qué el diablo se los lleve a todos! “Y Y ¿si le digo a mi vieja que me asaltaron? Con los guamazos que traigo en la jeta j me va a creer. ¡Ah!, ¿pero cómo mo resuelvo lo de la parranda? ¡Si ando hasta las chanclas! Y luego, ¿cómo demonios hago sin un regalo? ¡Ah, ya sé! Haré ré como en mis días de juventud: paso por algún tendedero lleno de ropa y me vuelo algunos trapos para ella. Sí, eso haré. Pero, ¿qué tal si cree que son de otra vieja que deje encuerada por ahí? No pos’ me irá re’ pior; mejor descartamos eso. “¡Ojalá se me aparezca La a Llorona!… Le haría la plática, usando mis infalibles mañas de conquistador. Al fin y al cabo es mujer, y a ellas les encantan esas cosas de hablarles bonito y calentarles la tatema con cuentos cursilones. Ya lueguito hasta le doy un beso, la hago mi novia y de pilón le sonsaco algún tesoro enterrado por ahí. Total con tantos años de vagancia ya sabrá donde están escondidas las ollas repletas de oro de difuntos avaros. Ya de perdis, si es tan mensa mensa le pediré me regale su reboso que habrá de ser una pieza genuina del antiguo arte de la confección. Eso es, que me regale su reboso. No creo que la gorda le haga fuchi. De algo a nada… Además, sabría como cuenteármela con la historia de los rateros que me trincaron su chivo. chiv Pero acá su mero canchanchán puso la vida en riesgo para salvar su regalo de cumpleaños.” La luna se asomó tímidamente entre las nubes. En la brisa refrescante y suave, se extendió un raro silencio, como una gran manaza que que cercaba a Melquiades. Miró en derredor y fue entonces que contempló la imagen fantasmal de una mujer flotando sobre el río. Su vestido ceñido de un blanco luminoso mostraba un cuerpo escultural, su cabellera bañada con los rayos de la luna se mecía al viento viento lentamente. Y lentamente se acercaba contoneando su cuerpo sensual. Mientras él contemplaba extasiado aquella figura compuesta con curvas que emanaban un hechizo hipnotizante. El silbido brutal del viento sacudió los árboles. Los aullidos de los perros perros rasgaron el aire lastimosamente. La Llorona súbitamente reveló su rostro descarnado y horrible. Al instante lanzó su horrido lamento que a Melquiades le erizó los pelos y le enfrío el espinazo.

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Casi paralizado de espanto, saltó s de la piedra donde era ra testigo de su horrible aventura. Emprendió una desesperada carrera, que no detuvo, sino hasta llegar a su casa. Se metió en la cama. Se tapó la cabeza con las cobijas, temblando de pies a cabeza con una fría sudoración. A su lado Genoveva veva roncaba a pierna pie suelta.

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“Canek dijo: -

Unos prefieren el ideal: otros la realidad. De esto

resulta una discordia que encona los espíritus. Nunca los hombres concilian sus opiniones. A lo más que llegan es a soñar la realidad o a vivir el ideal. Y la diferencia del apetito subsiste. Pero el hombre de estas tierras debe ser más exigente y más humano; debe querer la mejor realidad: la posible, la que madura y crece en sus manos. Esto será como vivir el ideal de la realidad.”

43 Ermilo Abreu Gómez, Canek.

Agradecemos a Fernando A. Sierra por habernos proporcionado la fotografía que ilustra la portada de la presente edición.


Revista OCIO

Noviembre 2014

44


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