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Marcelo,
el de Revilla
Plan de intervenciรณn
romรกnico norte Merindad de Aguilar de Campoo
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Primera edición: agosto 2008
CUENTA: José María Díez Montes y Roberto Heras TRADUCE: Jennifer Jhonson ILUSTRA: Piedad Andrés González MAQUETA: Jesús Allende Valcuende EDITA: Fundación Santa María la Real www.santamarialareal.org
IMPRIME: Gráficas Campher
I.S.B.N.: 978-84-89483-54-5 DEPÓSITO LEGAL: P-293-2008
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Marcelo,
el de Revilla
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Hace mil años, en un pueblecito de la Montaña Palentina llamado Revilla de Santullán, vivía un niño llamado Marcelo. Tenía 5 años y era muy listo. Sus padres trabajaban muy duro para darle de comer todos los días.
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Un día Marcelo le dijo a Paulina, su madre, que quería ir con los otros niños a aprender a leer y escribir. Paulina habló con Juan, su marido, y les pareció buena idea.
Al acabar el verano, como entonces no había escuelas, Marcelo fue a casa de una vecina que enseñaba a todo el pueblo a leer y escribir.
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Ese mismo año, habían empezado a construir una iglesia románica en el pueblo. Al salir de casa de la maestra, a Marcelo le gustaba mucho ver trabajar a los albañiles, los carpinteros, los que trabajaban la piedra, los herreros… y a todos los que construían la iglesia.
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A Marcelo se le ocurrió una idea genial: quería trabajar en la iglesia para ayudar a sus padres. Habló con Micael, el jefe de la obra, y le pidió trabajo. Como era tan pequeño, Micael se rió de él. Pero tantas veces se lo pidió y tan simpático le pareció, que al final le nombró aprendiz de construcción de iglesias románicas. Cada semana le daría una propina.
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Todos los días, al salir de casa de su vecina de aprender a leer y escribir, iba a la obra de la iglesia para hacer todo lo que le pedían: –¡Marcelo!, trae agua para el mortero –le decía el albañil. –¡Marcelo!, vete a por unas puntas para clavar la madera – gritaba el carpintero.
–¡Marcelo!, dile al herrero que me hace falta un martillo –le pedía el hombre del tejado.
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A medida que los muros de la iglesia iban creciendo, Marcelo aprendía mas cosas. Sabía cómo se clavaban las puntas en la madera, cómo se colocaban las tejas en el tejado, cómo se tallaban las piedras con un martillo y un cincel, cómo se hacían arcos de medio punto y mucho más.
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Como aprendía tan deprisa, los viernes, en lugar de trabajar, Micael le dejaba ir a jugar con los demás niños. Y jugaban al corro, a la comba, a buscar ranas en el río, hacían casetas entre los árboles, a la peonza, al alquerque…
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Una tarde, cuando Marcelo volvía a casa, encontró a Juan mirando al tejado con mucha preocupación. –¡Hola hijo! El tejado se está hundiendo y tiene un agujero muy grande. Queda poco para que lleguen las nevadas del invierno y no sé cómo arreglarlo. Tampoco tengo material, –añadió su padre, mirando al tejado con mucha tristeza. A Marcelo se le ocurrió la solución: había aprendido mucho en la iglesia, ¡él sabía cómo arreglar el tejado! Micael le dejaría las tablas, las puntas...
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Así que habló con Micael y le contó lo del agujero del tejado. También le pidió el material y las herramientas.
Micael le dejó que cogiera todo lo que necesitaba, con la condición de que no se subiese al tejado porque era muy pequeño. Le diría a su padre, desde abajo, cómo arreglarlo, pero sin subir, para evitar caerse.
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Marcelo volvió a casa. Su padre se puso muy contento al ver las tablas, las puntas, el martillo y la sierra. Juan subió al tejado y fue haciendo todo lo que Marcelo de decía:
–Primero quita las tablas rotas con esta sierra y el martillo. –Muy bien –dijo Marcelo–, ahora hay que cortar las tablas nuevas que hagan falta para tapar el agujero. –Ahora vete clavando las tablas que has cortado con el martillo y las puntas…
–Estupendo papá. Sólo falta colocar la paja de centeno sobre las tablas y estará listo para que aguante las nevadas del invierno.
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Cuando Juan terminó de colocar todo, bajó del tejado, abrazó a Marcelo y le dio un beso. Se sentía muy orgulloso de él.
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En pocos años terminaron de construir la iglesia, y Marcelo el de Revilla, dejó de ser aprendiz de construcción de iglesias románicas, para convertirse en jefe de obra.
Cuando creció, tuvo tanta fama, que le llamaban de todos los pueblos para que les construyera iglesias maravillosas. Por eso en la comarca de Aguilar de Campoo, hay tantas iglesias románicas tan bonitas y tan bien hechas, que aún hoy, después de mil años siguen en pie.
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y colorín colorado este cuento todavía no se ha acabado...
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