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Continuidad, reducción y fragmentación en el espacio mapuche contemporáneo
c o l u m n a s
entre paisajes de sobreacumulación y subsistencia. continuidad, reducción y fragmentación en el espacio mapuche contemporáneo
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Mauro Camilo Fontana Flores
Arquitecto. Magister en Asentamientos Humanos y Medioambiente. Doctorando en Arquitectura y Estudios Urbanos.
Las transformaciones territoriales de las últimas cuatro décadas, producto del giro neoliberal del Estado, son la causa y el medio en que se gestan las condiciones, para que, a fines del siglo XX, estalle un proceso que se extiende hasta hoy, que la prensa y la discusión académica, han tendido a instalar como el “Conflicto Mapuche”. Dicho concepto establece una connotación, así como un recorte temporal, territorial y demográfico intencionado, sobre un proceso más complejo, de más larga data y con más actores que sólo las comunidades mapuche que radicalizan su movilización desde fines del siglo pasado. Habitantes de áreas rurales del sur del país, fuertemente impactadas por el nuevo paisaje productivo que impone la recolonización mono-forestal, iniciada dos décadas antes, bajo la promoción del Estado y la inversión privada. Sin embargo, tanto los pu mapuche de áreas rurales como urbanas, han sido impactados por estas transformaciones, las cuales ha sido acompañadas de permanentes cambios en las formas de reconocimiento estatal hacia el mundo indígena, a través de las cuales se perpetúa una comprensión reductiva y fragmentada de su condición de pueblo en el espacio, funcional a los nuevos paisajes de acumulación y subsistencia que produce el Estado sobre el territorio.
continuidad / reducción / fragmentación / espacio mapuche
Marcha por la resistencia Mapuche. 12 de Octubre 2015. Fuente: Fotografía Mauro Fontana.
Ala par de los arreglos estructurales que a mediados de la década de los 70´s propician la metropolización de Santiago, en las áreas rurales del sur del país, las comunidades reduccionales mapuche enfrentan otra serie de arreglos, que propician la llamada Contrareforma Agraria (Correa, Molina, & Yañez, 2005). Un proceso que marca una nueva etapa en las condiciones de desposesión sobre el pueblo mapuche (Pinchinao, 2015), bajo la imposición de una nueva estructura productiva extractivista, que insertará a parte importante de su población rural dentro de nuevos paisajes de acumulación y subsistencia que propicia el Estado.
Lejos de tratarse de dos procesos aislados, éstos se encadenan y configuran una continuidad en el espacio que permite articular nuevos flujos de capital, bajo una nueva concepción liberal totalizante del territorio (Harvey, 2007). El Estado fomenta nuevas formas de propiedad y uso de la tierra que permiten re-orientar recursos (forestales, mineros, hídricos, etc.) que vienen siendo explotados desde más largo aliento que los gobiernos de turno, en función de los nuevos procesos de acumulación y concentración de capitales.
Las primeras plantaciones mono-forestales hechas por el Estado datan de la década de los sesenta del S.XX y son muy acotadas en el territorio. Fueron emplazadas entre una compleja trama de latifundios, minifundios y reducciones mapuche, que configuró el propio Estado, para colonizar la Araucanía tras su ocupación militar en 1881 (Bengoa, 2014). Estas plantaciones forestales, en su origen, fueron concebidas como un complemento a las necesidades de subsistencia del minifundio y las reducciones indígenas (leña y madera), bajo la hegemonía productiva de un paisaje triguero latifundista, con el que se colonizó durante gran parte del S. XX, los otrora territorios mapuche.
Con la Contrareforma Agraria, se induce una liberalización absoluta del suelo rural, incluyendo las reducciones mapuche, las cuales permanecieron fuera del mercado de tierras, según los propios términos establecidos por los Títulos de Merced otorgados por el Estado entre 1881 y 1933. Áreas de confinamiento indígena, donde se redujo el reconocimiento comunitario e inalienable de las tierras que se les dejaron, según los polígonos definidos por los topógrafos del Estado. Operación con la que se fragmentó, física y legalmente, su reconocimiento político como pueblo, desarticulando toda aquella antigua estructura orgánica de comunidades o lof mapuche que habitaron en continuidad, entre lo que hoy es parte de Chile y Argentina, conformando un territorio propio llamado wallmapu. El cual sostuvo autonomía política, productiva y cultural por siglos, y que hoy, tanto los pu mapuche de áreas rurales como urbanas, vuelven a reivindicar activamente en su imaginario político y cultural (Marimán, 2014; Pairicán, 2014). Un territorio borrado del relato histórico y las cartografías del Estado, según una ecuación de ocupación territorial que planteó la reducción del espacio mapuche versus la expansión colona. Mediando el uso de la fuerza y la ley.
El boom forestal privado, que se desata desde la década de los ochenta del S.XX, reitera esta lógica. La expansión de los monocultivos forestales se hará sobre la concentración y continuidad espacial de latifundios, minifundios y ahora ex -propiedades comunitarias mapuche, que son adquiridas y acumuladas por unas pocas empresas, favorecidas por el Estado con la exención del pago de impuesto territorial. Así como también con el subsidio del 75% de las plantaciones, a través del DL 701 de 1978, vigente hasta hoy. En dos décadas estas empresas llegarán a concentrar alrededor de 2 millones de hectáreas mono-productivas a nivel país, 366.000 aprox. en la región de la Araucanía.
Mientras que las comunidades reduccionales mapuche serán nuevamente fragmentadas por el Estado, mediante la individualización de sus tierras comunitarias, según lo dispuesto por el DL 2568. Entre 1978 y 1988 se desarticulará el total de las 2918 Mercedes de Tierras mapuche, que comprendían alrededor de 519.257 Há (Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato de los Pueblos Indígenas, 2003).
La dramática precarización de las condiciones de subsistencia comunitaria, producto de la acción conjunta de estos decretos, somete a las ya reducidas comunidades mapuche, a los profundos impactos ambientales, productivos y culturales de esta mega-actividad. El reemplazo del bosque nativo que proveía de alimentos y medicinas; la desecación de las napas superficiales y subterráneas que proveían de agua; la escasa mano de obra requerida, por temporadas y bajo las peores con-
diciones de flexibilización laboral; la ruptura de relaciones comunitarias e intercomunitarias, producto de individualización de la tierra y las barreras físicas que configuran los extensos monocultivos custodiados por guardias armadas; entre otros, componen un conjunto de condiciones que gatillan la nueva etapa de movilización social y política de este pueblo frente al Estado a fines del milenio (Fontana, 2008), un período de agencia que el historiador Fernando Pairicán (2014) llamará el tiempo del Malón, cuyos alcances se han extendido a más ámbitos con los años.
Pero estas condiciones de subsistencia también agudizan un silencioso y masivo desplazamiento económico hacia áreas urbanas del país, no cuantificado, y que los pu mapuche vienen desarrollando a través de todo el S.XX, con el fin de enfrentar las condiciones históricas de desposesión instaladas por el Estado en sus territorios originarios, constituyendo a Santiago como el principal destino final de esta diáspora (Marimán, 1997; Antileo & Alvarado, 2018). Con la salvedad, que esta vez, quienes migran quedan legalmente desterrados, según lo dispuesto por el DL 2568, que dejaba sin propiedad titular a quienes no tuviesen presencia efectiva sobre la tierra.
La paradoja es que con este impulso, en poco más de una década, la actividad forestal pasará a convertirse en la segunda actividad exportadora del país, contribuyendo con sus tributaciones y ganancias a alimentar parte de la acumulación y concentración de capitales que permitirán el despegue fiduciario de la emergente metrópoli. Por otro lado, durante ese período, muchas y muchos pu mapuche desplazados por este proceso, llegaran a emplearse en esta misma ciudad, tal como generaciones anteriores lo hicieron, ocupándose principalmente como empleadas, panaderos y obreros, como recoge gran parte de la antropología urbana del cambio de siglo (Montencino, 1990; Aravena, 2003; Antileo, 2015). Una mayoría de ellas y ellos, trabajando invisiblemente en ese cono de alta renta, donde sedimentarán las ganancias de la comoditización forestal, pero habitando en los sectores más pobres y segregados de la metrópoli, bajo la impronta de nuevas políticas de vivienda social que los reciben y dispersan en la periferia. Así lo revelan las investigaciones (Rasse & Sabatini, 2013) y ratifican los propios censos realizados por el Estado a partir de la década de los noventa del S.XX en adelante.
Un momento en que se decide reestablecer el reconocimiento estatal sobre la población indígena, bajo un nuevo prisma multicultural basado en el individuo, la segmentación urbano-rural y con énfasis en lo cultural y el emprendimiento, como focos prioritarios de su intervención. Todo acompañado, de manera sutil, por los discursos de los gobiernos de turno que instalan la idea del reconocimiento de minorías étnicas y no de pueblos.
Bajo este nuevo enfoque, la vida cotidiana de las y los pu mapuche rurales y urbanos, durante las últimas dos décadas, transitará a través de nuevas políticas de reconocimiento, que volverán a visibilizar de manera reducida y fragmentada su condición de pueblo, ahora, en función de sujetos urbanos y rurales, objetos de subsidio. Políticas que facilitan su acceso a bienes y servicios, pero que no revierten las dinámicas de acumulación mediante las cuales se continúan reduciendo y fragmentando sus posibilidades de dominio colectivo sobre el espacio, bajo un Estado que perpetúa la colonización productiva de sus territorios de origen. Motor que sigue también alimentando su agencia histórica como pueblo, hoy desplegada tanto en áreas rurales como urbanas. ¶
bibliografía
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Valle de Santiago desde el norte, 2014, foto Guy Wenborne. Fuente: http://www.santiagocerrosisla.cl