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Land-scape: ¿Protección o destrucción de nuestros paisajes?
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land-scape: ¿protección o destrucción de nuestros paisajes?
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Eva Pulido Melcón
Geógrafa. Graduada en Geografía y Ordenación del Territorio por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB)
El siglo XXI se enmarca en un paradigma de sostenibilidad que centra su atención en la protección, conservación y gestión del territorio bajo la óptica del desarrollo sustentable. Académicos, planificadores, investigadores y políticos, así como la propia ciudadanía, están más conscientes de los retos ambientales, económicos y sociales que se derivan del uso del territorio, en cuanto a su utilización e inevitable transformación se refiere. Esta columna pretende que los lectores se cuestionen qué papel tenemos cada uno de nosotros en la conservación y transformación de nuestros paisajes, tensionando la relación entre las políticas que se diseñan desde los organismos públicos y privados y las opiniones que tenemos los ciudadanos. ¿Tenemos herramientas para decidir cómo cambia nuestro entorno, nuestro territorio, nuestros paisajes?
¿Qué imagen le viene a la mente si piensa en el concepto paisaje? Muchos autores han definido el paisaje desde distintos puntos de vista. Considerándolo, por ejemplo, como un producto social, como el resultado de una transformación colectiva de la naturaleza y como la proyección cultural de una sociedad en un espacio determinado (Nogué, 2007). Otros autores, por el contrario, consideran que el paisaje no es un objeto grande, tampoco es un conjunto de objetos configurados por la naturaleza o transformados por la acción humana, ni siquiera es el medio físico que nos rodea o sobre el que nos situamos. El paisaje es un constructo, una elaboración mental que las personas realizamos a través de los fenómenos de la cultura (Maderuelo, 2005).
No hay dos personas que perciban exactamente igual una misma realidad, y es que en la reacción a un lugar, a un territorio, a un paisaje, entran en juego nuestros sentidos: la visión, el oído, el olfato, el tacto, que se interiorizan de forma distinta según cada persona. Adicionalmente, los seres humanos sentimos y muchas veces experimentamos fuertes emociones con respecto a los lugares que hemos visitado o vivido (Tuan, 2007). Por lo que no es sólo la estética lo que define el paisaje, sino también las vivencias y el vínculo que tenemos o creamos hacia este.
El hombre siempre ha concebido la naturaleza – y el territorio – como algo para ser utilizado, algo que existe para el beneficio humano (Tuan, 2007). Lo hemos ido transformando y adaptando para vivir en él y de él. En este sentido, no hay duda de que, durante las últimas décadas, hemos modificado el territorio como nunca antes habíamos sido capaces de hacerlo y, ello, no ha redundado en una mejora de la calidad del paisaje, sino más bien lo contrario (Nogué, 2010).
La continua transformación del territorio ligada al proceso de globalización, ha facilitado que el espacio y el tiempo se hayan comprimido, que las distancias se hayan relativizado y las barreras espaciales se hayan suavizado. Este hecho ha permitido que nos podamos desplazar más lejos en un tiempo y con un coste accesible para gran parte de la población. Actualmente, viajar y conocer otros territorios, otras culturas y otros paisajes es muy recurrente: cada año, muchas familias nos desplazamos a distintos lugares con esta finalidad, lugares en los que, sin duda, somos agentes activos que potenciamos dichas modificaciones. Cada vez más, nuestros viajes dejan a su paso huellas que alteran la identidad de muchos paisajes y territorios para que podamos disfrutar de ellos. ¿Somos conscientes de los cambios que produce nuestro turismo estacional a las ciudades y comunidades que habitan los principales destinos?
El siglo XXI, sin duda, parece que sí. Los conceptos
de sostenibilidad y resiliencia centran la atención de académicos, planificadores, investigadores, políticos y, también, de una ciudadanía cada vez más activa y empoderada (Flores, 2015). Estamos más conscientes de los retos ambientales, económicos y sociales que plantea este siglo. Esto se constata en diversos informes y proyectos, elaborados por organismos internacionales, en los que se repiensan e impulsan nuevas políticas para la protección, conservación y gestión de los paisajes, con el fin de preservar sus valores naturales, patrimoniales, culturales, sociales y económicos en un marco de desarrollo sostenible (Generalitat Catalunya, 2005).
Varios países, como es el caso de Chile, han considerado la importancia de la gestión y conservación del paisaje. El Instituto Chileno de Arquitectos Paisajistas (ICHAP), por ejemplo, se adhiere a la iniciativa de la Convención Global del Paisaje firmando la carta Chilena del Paisaje en 2011, cuyo objetivo es gestionar paisajísticamente todo el territorio nacional, para que los valores culturales, la biodiversidad y la calidad de vida sean preservados (ICHAP, 2011). A pesar de firmar su compromiso mediante la carta, y a pesar de contar con organizaciones no gubernamentales que se interesan en los temas de paisaje, no logra diseñar e implementar verdaderas políticas de gestión y conservación para la protección de su paisaje.
Estas políticas, además, deberían estar sustentadas por la participación de la comunidad y de las entidades públicas, ya que su implicación es fundamental para la recuperación, rehabilitación y conservación de dichos paisajes. Incluyendo esta participación, no se tienen en cuenta sólo los valores objetivos y tangibles del territorio, sino también las vivencias e identidades de la comunidad. La participación ciudadana es fundamental para la puesta en valor de los recursos naturales, históricos, culturales y patrimoniales y, a su vez, para potenciar un desarrollo local sostenible, el sentimiento de pertinencia y el compromiso con el lugar o con el paisaje.
En suma, el paisaje desempeña un papel fundamental, no sólo en el proceso de creación de identidades territoriales, a todas las escalas, sino también en su mantenimiento y consolidación (Nogué, 2010). Es por ello que el paisaje no cabe entenderlo sólo como fenómeno, sino como proceso dinámico en la construcción social de la realidad y como un modo de vínculo, de punto de contacto e interacción entre los fenómenos mundiales y la experiencia individual (Nogué, 2010).
En la actualidad se nos presenta una paradoja: estamos tomando conciencia del paisaje y de sus valores desde varias disciplinas, formando una sensibilidad que se va extendiendo a amplias capas de la sociedad, y, a la vez, estamos asistiendo a un deterioro irreversible del territorio que está siendo sometido a actuaciones como las urbanizaciones de la costa, el desordenado crecimiento de los suburbios de las ciudades, el abandono de la agricultura, la ocupación residencial del campo y la aparición de enormes infraestructuras que no sólo provocan fuertes impactos visuales, sino que producen auténticas heridas en el territorio de las que cada vez nos encontramos con más dificultades para suturar (Maderuelo, 2008). ¶
bibliografía
Flores, O. M. (2015). Paisajes en emergencia: Transformación, adaptación, resiliencia. Revista INVI, 30(83), 9–17. https://doi.org/10.4067/invi.v30i83.978 Generalitat de Catalunya. (2005). Consultado en http://web. gencat.cat/ca/temes/urbanisme/ ICHAP. (2011). Carta Chilena del Paisaje. Consultado en https://laliniciativablog.files.wordpress.com/2013/04/ chile-carta-del-paisaje-2011.pdf Maderuelo, J. (2005). El paisaje. Génesis de un concepto.
Madrid: Abada Editorial. Maderuelo, J. (2008). Paisaje y territorio. Madrid: Abada
Editorial. Nogué, J. (2007). La construcción social del paisaje. Editorial
Biblioteca Nueva. Nogué, J. (2010). El retorno al paisaje. Enrahonar, 45, 123–136. https://doi.org/eISSN 123-136 Tuan, Y.-F. (2007). Topofilia. Un estudio de las percepciones, actitudes y valores sobre el entorno. España:
Editorial Melusina. Consultado en https://es.scribd.com/ doc/102293451/Fu-Tuan-Yi-Topofilia en fecha 10/08/2018
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alameda de santiago de chile: un territorio en tensión permanente
Carolina Quilodrán Rubio
Geógrafo (U. Chile), Doctoranda en Arquitectura y Estudios Urbanos (PUC), Magister en Geomática (U. de Santiago de Chile), Profesora Asistente Instituto de Historia y Patrimonio (Facultad de Arquitectura y Urbanismo, U. de Chile).
Los fenómenos de la ciudad y la configuración de Santiago de Chile han sido un tema importante en la discusión de la transformación y las nuevas formas de organización espacial. La Alameda, como parte de la estructura primigenia, ha tenido un proceso histórico y un desarrollo que definió la forma en que el territorio y su entorno se fue transformando. Sus cambios urbanísticos desde una calle-camino de borde de la ciudad consolidada a una gran vía especializada han sido parte del registro de encadenamiento de operaciones urbanas en distintas etapas de su historia. A modo de capas estratigráficas, se fueron superponiendo, en un mismo espacio, diversos procesos urbanos, desde la escala geográfica y territorial, en un claro emplazamiento de levante-poniente en el Valle del Mapocho, hasta el proyecto urbano en el arranque del periodo de modernización de la ciudad cuando se introducen nuevos programas, usos y tipos arquitectónicos. Por lo tanto, la Alameda, como pieza urbana, ha evolucionado adquiriendo un carácter complejo, funcional y de identidad en la ciudad de Santiago, que parece indispensable revisitar en la celebración de su bicentenario.
La Alameda, a través del tiempo, ha sido parte de distintos procesos, cada uno de ellos de trascendencia urbanística y geográfica. Entonces cualquier renovación debiera entender cuáles son las lógicas de proyecto que derivan de su condición. Pero, ¿qué hay detrás de la configuración espacial, morfológica y funcional de la Alameda? Parece una paradoja, pero la principal avenida de la ciudad de Santiago de Chile está en constante tensión y, por qué no decirlo, en un proceso de consolidación permanente. Todas sus etapas de desarrollo han influido en su forma, función y relación con el territorio en el cual está inserta.
En este contexto, sobre ella se ha posicionado una secuencia de estratificaciones culturales, sociales y económicas, materializadas espacialmente en el sistema natural y los procesos de urbanización: proyectos paisajísticos, de vialidad y de arquitectura han estado constantemente en disputa en su espacio físico. Se entrelazan, además, en este lugar, inmuebles patrimoniales, formas de vida y memoria histórica de Santiago. De este modo, en la configuración de su trama se distinguen, de entre varias edificaciones en primera línea, tres operaciones urbanas importantes: la Iglesia y Convento San Francisco, el cerro Santa Lucía y La Casa de Moneda. No sólo son operaciones de arquitectura, sino que son intervenciones que influyen tanto en el ancho como en la extensión de la Alameda. Igualmen-
Elevación fotográfica de la fachada sur de la Alameda, con la presencia de elementos naturales y culturales. Fuente: Fotografía de la autora.
te, es necesario considerar ciertos edificios que también fueron clave en su posicionamiento espacial y su uso: la Quinta Meiggs, la Estación Central y las edificaciones religiosas.
En este sentido, el emplazamiento de Santiago en el Valle del Mapocho, desde su periodo prehispánico, estuvo condicionado por el territorio geográfico: al norte, por el torrente del Mapocho y la movilidad de sus aguas; al oriente, el cerro Huelén, como promontorio que había que circunvalar para ir conformando el espacio urbano construido; al poniente, la chacra de Diego García de Cáceres, por la cual bajaban las aguas y al sur, La Cañada. Tal como planteó De Ramón (1978), la Alameda era un límite urbano y de segregación espacial de los estratos socioeconómicos más allá del radio de la ciudad central. Haciendo alusión a lo que pone de relieve Corboz (2015), el territorio no es aquí un dato, sino que es el resultado de diversos procesos. Y es, precisamente, en estos procesos donde la antigua Cañada, más tarde denominada Alameda, cambiaría su forma urbana. Es entonces cuando, además, la Alameda pasó de ser un borde al sur de la cuadrícula, en un territorio emplazado en sentido levante-poniente, a una calle-camino que sustentaba una actividad como un paseo público de las Delicias, apoyado en la conformación de alamedas. Para hacerlo más explícito, Miralbes e Higueras (1993) señalan que el espacio geográfico, al estar organizado, presupone la existencia de un orden lógico en el que concurren una infinidad de elementos de diversa naturaleza y magnitud, tanto físicos como humanos.
Por lo tanto, ¿cuáles son las cualidades físicogeográficas de la Alameda? Para esta discusión es necesario volver a su matriz genética desde ser una hondonada, un paseo, una vía emplazadora y una vía desplazadora y segregadora. Entonces, el comprender el ensamblaje y forma de la Alameda tiene varias particularidades en su concepto espacial y sus procesos. Siguiendo a Sassen (2010), es posible preguntarse sobre la Alameda: ¿en qué marco espacial, económico y social se entiende como fenómeno urbano? Una repuesta sería que “al analizar las transiciones históricas, el conocimiento sobre las dinámicas que les dan forma puede contribuir a elevar el nivel de complejidad para estudiar y comprender las transformaciones actuales” (p. 27).
Efectivamente, se podría decir que la Alameda tiene un origen diverso y una transformación compleja. No han sido pocos los proyectos urbanos que se han suscitado en su espacio físico. Claro ejemplo de ello es el Metro de Santiago, cuya construcción se inició en el año 1969 y se trabajó intensamente hasta 1980. Un trazado en el eje oriente-poniente en la avenida más significativa de la ciudad. Una intervención cardinal
«[...] el cambio de condición de la
Alameda de un borde a una vía emplazadora oriente-poniente, tiene lugar ante un telón de fondo cultural y político. La aparición de nuevas disciplinas con la participación de arquitectos y urbanistas franceses; la renta inmobiliaria y el aprovechamiento del suelo y la urbanización y nuevas formas de vida (barrio París-Londres y San
Francisco), son algunos ejemplos.
Es, por tanto, un hecho de trascendencia urbanística de la ciudad de Santiago, un episodio notable, que en su origen y configuración ha sido parte del territorio geográfico y topográfico, que surge de las relaciones entre variables naturales y culturales, su forma urbana, combinación de relieve y ciudad artificial.»
que, sin lugar a dudas, se une a lo realizado por Karl Brunner en el inicio del proceso de modernización de la ciudad de Santiago a partir de la década de 1930. En esta nueva organización espacial planteada por Brunner existiría una tensión entre la gran avenida de la ciudad capital y la gran vialidad especializada de la metrópolis. Más recientemente, el proyecto AlamedaProvidencia nos advierte de un nuevo cambio en su territorio: la propuesta de rediseño de 12 kilómetros de su espacio público, de la infraestructura de transporte y el mejoramiento del espacio de circulación de los peatones.
Por lo tanto, el cambio de condición de la Alameda de un borde a una vía emplazadora oriente-poniente, tiene lugar ante un telón de fondo cultural y político. La aparición de nuevas disciplinas con la participación de arquitectos y urbanistas franceses; la renta inmobiliaria y el aprovechamiento del suelo y la urbanización y nuevas formas de vida (barrio París-Londres y San Francisco), son algunos ejemplos. Es, por tanto, un hecho de trascendencia urbanística de la ciudad de Santiago, un episodio notable, que en su origen y configuración ha sido parte del territorio geográfico y topográfico, que surge de las relaciones entre variables naturales y culturales, su forma urbana, combinación de relieve y ciudad artificial.
Pero, cabe preguntarse: ¿está la Alameda en declinación? ¿Dónde está la delicia de caminar por ella? El espacio público, el lugar de encuentro y el paseo de las distintas clases sociales es una situación que resulta anodina en la Alameda de hoy. Es prácticamente imposible que se pueda romper con el ritmo, pausar y hacer sensible la presencia del mundo. La composición de la Alameda ha cambiado: la arborización de álamos ha dado paso a un bandejón central; no existe la acequia que cruzaba por el paseo de las Delicias, la avifauna y sus ruidos ya no son perceptibles, producto de la migración de las especies y por su disminución derivada de la contaminación de la ciudad de Santiago; el antiguo paseo de las Delicias se convirtió en una vía de movilidad y, hacia el oriente, la vista magnificente del siglo XIX de la Cordillera de los Andes ha sido interrumpida por la aparición de las edificaciones en altura en el tejido urbano.
Pero en cada transformación del territorio de la Alameda cada pieza constituyente es parte de la articulación total. Considerando las palabras de Massey (citado por Steane, 2015), es posible considerar a la Alameda como un lugar extrovertido, no estático, que no tiene una identidad singular; es algo reconstruido día a día a través de una referencia con muchos otros lugares. Son, como señala Yi FU Tuan (citado por Steane, 2015), pequeños mundos. ¶
bibliografía
Flores, O. M. (2015). Paisajes en emergencia: Transformación, adaptación, resiliencia. Revista INVI, 30(83), 9–17. https://doi.org/10.4067/invi.v30i83.978 Generalitat de Catalunya. (2005). Consultado en http://web. gencat.cat/ca/temes/urbanisme/ ICHAP. (2011). Carta Chilena del Paisaje. Consultado en https://laliniciativablog.files.wordpress.com/2013/04/ chile-carta-del-paisaje-2011.pdf Maderuelo, J. (2005). El paisaje. Génesis de un concepto.
Madrid: Abada Editorial. Maderuelo, J. (2008). Paisaje y territorio. Madrid: Abada
Editorial. Nogué, J. (2007). La construcción social del paisaje. Editorial
Biblioteca Nueva. Nogué, J. (2010). El retorno al paisaje. Enrahonar, 45, 123–136. https://doi.org/eISSN 123-136 Tuan, Y.-F. (2007). Topofilia. Un estudio de las percepciones, actitudes y valores sobre el entorno. España: Editorial Melusina. Consultado en https://es.scribd.com/ doc/102293451/Fu-Tuan-Yi-Topofilia en fecha 10/08/2018
Estructuras de sustentación de las pistas del BRT que conectan el centro de Río de Janeiro con el aeropuerto Internacional Tom Jobim. Croquis realizado desde una de las áreas de embarque del terminal 2. Fuente: Autor.