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Mermelada, Antonio Rodríguez
Mermelada
Antonio Rodríguez
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¡Déjalo en paz!, gritó a uno de los gatos que perseguía a un cachorro por la sala. Los separó y dejó al perro junto con un par de conejos y una gallina en el corral al fondo de la sala.
El pitido de la tostadora lo llevó a la cocina.
¡La mermelada!, se dijo y se dirigió al refri. Frascos de distintos colores llenaban los cajones. César los sorteó con la mirada y eligió el frasco púrpura. Espero y esta vez funcione, murmuró esperanzado, mientras desparramaba la pasta gelatinosa sobre el pan tostado.
Silbando una melodía que llevaba días en su cabeza, se dirigió a su habitación y sobre la cama destendida, un joven de hombros anchos, lentes redondos y cabello muy oscuro terminaba de amarrar los cordones de sus tenis. Llevaba el torso desnudo.
¿Te vas tan pronto?, preguntó con una nota agria en la voz. Te hice el desayuno.
Entro a trabajar a las nueve. El chico pasaba entre sus brazos la camisa que acababa de tomar del suelo.
Quédate un rato, insistió Cesar. La pasamos bien anoche, ¿no crees? El muchacho evitaba mirarlo mientras recogía el resto de sus cosas de la habitación.
Cesar, está bien de vez en cuando, pero no busco nada serio, ya te lo he dicho. Palmeó sus bolsillos y dio el último vistazo al cuarto. Me tengo que ir. Vaciló unos instantes viendo la charola con las tazas de café. Sorbió a una. Tomó una rebanada de pan y le dio una mordida. ¿Es de moras?, está rica. En sus ojos un brillo se encendió. Tomó otro pedazo de pan de la charola y lo devoró de un bocado. Por su cara comenzaron a caer unas gotas de sudor. Su piel comenzó a tornarse pálida después de unos segundos. De su garganta, un leve gruñido se asomaba, que fue creciendo hasta convertirse en una tos fuerte. Cayó al suelo y se cubrió la boca con la mano. Con trabajo se reincorporó y sin equilibrio llegó hasta el baño. César se apresuró detrás de él, dudando si había elegido el frasco correcto. Abrió la puerta del baño y no vio al to IV chico por ningún lado. Iba a hablar cuando algo pasó entre sus pies a toda velocidad. En la sala se escucharon las hojas de las macetas y un gruñido. Alcanzó a ver una mancha blanca refugiándose bajo un sillón. as V o ces del Puer L La bola blanca asomó ¿Jorge? ¡Ven! la cabeza. Dos manchas negras y D ossie r |
redondas de pelaje cubrían sus ojos. Igual que tus lentes, Jorge, le dijo mientras lo tomaba entre sus brazos. Lo regresó al cuarto, acariciándolo detrás de la oreja. ¿Por qué un gato?, contigo ya tengo tres. Murmuró cabizbajo algo sobre la pócima. De entre sus manos se escuchaba el leve maullido de su nuevo compañero. Si la poción no iba a funcionar, por lo menos me hubiera dado algo diferente.
Lo puso sobre su cama y se acostó enseguida. El animal le ronroneaba cariñosamente y buscó subirse a su pecho. Bueno, por lo menos así si me vas a querer.