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El umbral del guardabosque, Nino Gallegos

El Umbral del Guardabosque

Nino Gallegos

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En el renovado otoño la hojarasca y la barbasca se han dispersado y acumulado livianas y húmedas por lo bajo de los pinos y los encinos, siendo más el ocre enforestado que el verde forestal por las heladas, cuajando las lágrimas del rocío hasta que revientan bañando los rostros agurados en el gran lienzo del bosque joven y viejo, con sus aires fríos a media mañana, cuando los rayos solares van entrando por los techos volados de los árboles, escuchándose el crujir silente de la barbasca y la hojarasca, mientras los huesos cardios del corazón y de la memoria emergen de entre los pinos y los encinos.

Después que fueron asesinados algunos hombres que cuidaban el bosque, me levanté sacudiéndome los pellejos, los nervios y los huesos de la famélica condición humana a la que pertenezco: los que andamos por entre las ramas y de las hojas de los helechos.

Con o sin hachas, las manos, la tierra y las raíces: la arbórea sombra trasminando los rayos solares hasta el fondo del bosque con la lluvia del agua, corriendo la savia y la sangre.

Los que compartimos el suelo y la sangre, nos vivimos para el bosque, y no le pedimos peras al olmo, más que pinos y encinos, tal como están dispuestos, mas no para la tala ilegal.

Allá, por los puertos de las costas, el desembarque de la madera de otros lejanos países; acá, en la sierra, los socavadores taladores de los bosques.

No es un alegato mío, ni siquiera un testimonio cuando los pellejos en los huesos cardios del corazón y de la memoria que me sostienen en vilo y en vela, porque así como matan a los árboles, asesinan a los hombres.

Otra vez, ni siquiera un reclamo: piénsese lo que quiera, porque uno no está más que para los árboles, no por la necedad nuestra, sino por la necesidad de la tierra:

En algún tiempo la ciudad desea(rá) regresar al campo cuando sea demasiado tarde, inclusive, de noche, escuchándose los latidos del corazón en los oídos en una cadena de sonidos y de ruidos que se arrastra(n) bajo los pies

y entre las piernas de los que no saben en dónde andan, huyendo de sus voces que son sus pasos y sus ecos.

Porque hay gente que no nos ve, ni nos escucha, siéndose y haciéndose uno porado y desconado con la gente que nos gobierna con esos gobernadores, unos tras otros, que no atienden y menos resuelven los asuntos que a nosotros nos salen al paso cuando nos adentramos al bosque con esa otra gente que pareciera que le trabajan al gobierno con dejarlos pasar y hacer destrozos en el bosque con la tala ilegal para benecio de los negocios con empresarios que no sabemos a dónde van a parar los árboles talados y desramados para los aserraderos, quién sabe, también, en dónde, nomás dándole uno vueltas y vueltas al centro y al entorno del bosque.

Esa otra gente no nada más viene con las sierras porque traen pistolas, ries y escopetas: uno, ni para qué arrimarse con un machete y una resortera.

Como para todos es sabido y conocido, esa otra gente es capaz de todo.

Entonces, el gobernador, el empresario y esa otra gente hacen el trabajo para el negocio de nuestro bosque que cuidamos, no entendiendo, bien o mal, para qué sembrar árboles frutales donde siempre hay inundaciones y árboles maderables donde hay leñadores ilegales, terminando uno en un cajón con los clavos.

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