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Abundia, Luis Marchena
Abundia
Luis Marchena
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I
Aquí estoy al pie de tu tumba pues, desde que volaste pa ’l cielo, no hago otra cosa que pensar en ti. ¿Ya te diste cuenta como es por allá verdad? He andado de un lado pa’ otro, pero no es como piensas. Tú sabes que ya estoy demasiado viejo y ya no sirvo pa’ esos trotes. Se me viene la añoranza y la siento como carga pesada, también tu recuerdo se me clava en el alma y no quiere salirse por más que intento sacarlo, es terco y se aferra como si tuviera garras de águila. No, tú no te das cuenta de cómo pasa el tiempo y cómo los años calan sobre mi cuerpo.
Traje a mijo porque te llora y te extraña mucho. Ya sabe lo que es quedarse solo sin el amor de su madre. También está triste ¿qué se le va hacer?
Tu poncho, no sabe que es ir cuesta abajo, apenas empieza a emplumar.
Los años transcurren, unos lentos y otros aprisa, se van acumulando como cuando colocas piedras pa’ construir una cerca: las acomodas una por una hasta que formas un cerro y te cansas de tantas vueltas y de contarlas. Sientes que te apachurran.
No creas, que así como estoy, estoy bien. Veo pasar gente y ni me notan, es como si no estuviera; como un fantasma. Si viviera Abundia otro gallo cantara, pero ya ves hace mucho tiempo se fue.
Ella decía: «cuando me lleven en un cajón arriba de una carreta, te vas a quedar muy solo.» Así fue como ella dijo. Y aquí me tienes cavilando, todo viejo, inservible, capeando el temporal, pensando que todos me dejaron, que me abandonaron dizque porque iban a «buscar la vida».
No, no, no, yo creo que se enfadaron de mí, ya no me quisieron mantener. Yo los crié, les di todo lo que pude darles, me sentía feliz de tenerlos conmigo. Ni modo.
Cuando crecen se sienten enjaulados, quieren ser libres como los pájaros y emprenden el vuelo, y me pregunto por qué, y no lo entiendo. Dicen que es la ley de la vida, pos’ será la ley pero yo no lo entiendo. ¿Cuándo los volveré a ver? tampoco lo sé. Así que Dios los bendiga.
Abundia ha de estar muy contenta en el lugar que se encuentra. Sabe bien que me quedé solo y así seguiré, ya pa´ que le busco.
II
Uno nace, crece, vive lo que tiene que vivir, y pues poco a poco vamos al encuentro de la vejez, esa que todo lo echa a perder. Así estoy bien, pa’ qué me muevo si lo viejo no me deja. Vivo pobre en esta casita, ha de ser por eso que todos se fueron. Bueno de plano no lo sé, pero lo imagino. Luego razono qué hago aquí en esta soledad, nadie me visita ¡pos’ quien va a visitar a este viejo! Me pongo a cavilar que hago en este abandono que cada día pesa más. Miro el amanecer, luego llega el atardecer, después la noche, y todo eso me cobija y me descobija. Luego la luna, más allá el manto de estrellas, y la soledad que no termina. Mientras llega mi turno de partir a ese mundo donde se encuentra ella, tengo que bregar con la vida. Bueno, mientras eso sucede voy a ver mis tierritas allá por los cerros aquellos, y mirar un rato el sol que parece una pelota de lumbre que hasta parece que va hacer arder la tierra. Tiene meses que no cae ni una gota de agua sobre las parcelas, de cualquier modo voy a verlas; son las que me alimentan. Tengo mucho que agradecerles con mi visita pues, pienso que algún día me cubrirán con su manto piadoso lejos del camposanto.