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Reloj de la Historia
from POLÍTICA 664
CULTURA
LA LIGA NACIONAL DE LA LIBERTAD RELIGIOSA
POR ELSA AGUILAR CASAS
Investigador del INEHRM
“El fin de la Liga es detener al enemigo y reconquistar la libertad religiosa y las demás libertades que dimanan de ella. Tiene un programa que es una síntesis de justas y debidas reivindicaciones a las que tienen derecho los mexicanos para poder vivir como católicos y que nadie en una república democrática puede poner en tela de juicio”. Esta era, en esencia, la razón de ser de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, organización católica que se fundó el 14 de marzo de 1925, en la Ciudad de México. La creación de este organismo fue tan sólo un eslabón de la cadena que compone la historia del conflicto entre la Iglesia Católica y el Estado mexicano. Para comprender qué fue lo que llevó a un importante grupo de católicos a agruparse y organizarse de tal manera, es preciso entender que los problemas entre la jerarquía católica y el gobierno de México no se limitan a los años violentos de la llamada Guerra Cristera, ocurrida entre 1926 y 1929, sino que se remonta en el tiempo hasta mediados del siglo XIX, a los años en que fueron promulgadas las Leyes de Reforma, pues la Iglesia vio afectados sus intereses por algunas de aquellas leyes, como la de Nacionalización de los Bienes del Clero, por ejemplo. Más de medio siglo después, como respuesta a la promulgación de la Constitución de 1917, el clero católico manifestó severas críticas y una abierta oposición a varios postulados de la nueva Carta Magna, en especial al contenido de los Artículos 3, 5, 24, 27 y 130, que se refiere a la separación de la Iglesia y el Estado. Pero los problemas más graves llegaron tiempo después, durante la presidencia del general Álvaro Obregón. Por diversas circunstancias, las relaciones entre los jerarcas católicos y el gobierno federal llegaron a un punto de tensión grave. Pero poco duraría esa tensa calma, pues con la llegada del presidente Plutarco Elías Calles al poder, en 1924, la situación tomó otro cauce.
24 / CULTURA / Política El general Calles tenía un proyecto muy claro para llevar a cabo la reconstrucción del país. Antes de asumir el cargo, dedicó tiempo a conocer otras formas de gobierno; visitó países europeos y entró en contacto con algunos gobernantes, como Friedrich Ebert, presidente de Alemania; Edouard Herriot, primer ministro francés, y con el presidente Coolidge, de Estados Unidos. Observó y estudió aquellas formas de gobierno, tomó ejemplos, recibió influencias. Ya en el poder, el nuevo presidente encontró gran apoyo para su gestión en sectores como el agrarista y el de los obreros, y en personajes como Luis N. Morones, líder de la CROM; pero no sucedió lo mismo en otros ámbitos, en los que las decisiones políticas del presidente no eran bien recibidas, y mucho menos aquellas medidas que tocaban directamente la vida y las costumbres de la gente, como las referentes a la religión, materia en la que el presidente Calles orientó su política de acuerdo con su propio pensamiento, lo más importante para él era el sometimiento definitivo de la Iglesia a la Constitución de 1917. El rumbo que tomaba el gobierno federal era rechazado por muchos; algunos hasta lo calificaban, con desdén, de socialista. Pronto se pusieron en práctica medidas que encendieron todas las alarmas: hubo persecución de sacerdotes y de órdenes religiosas, cierre de templos, y otros fueron tomados por el ejército. Los creyentes no daban crédito a lo que estaba sucediendo, les resultaba incomprensible el porqué de esas medidas. Evidentemente, la actitud del presidente hacia los católicos fue rechazada por muchos, y el mandatario era visto como enemigo de la fe. Para colmo, las cosas que se decían acerca de su vida abonaron en el odio que muchos le tenían y le sumaron más adversarios: que si era de origen musulmán —le llamaban “el Turco”—, y que su gobierno era “una sucursal del gobierno de Rusia”, entre otros rumores que corrían entre la gente. En fin, aquellos visos de un conflicto mayor con la Iglesia, que se venían
gestando desde años atrás, se hicieron realidad. Por si fueran pocas las agresiones, desde el punto de vista de los católicos, el 22 de febrero de 1925 ocurrió un hecho que agravaría la situación: de noche, unos cien hombres entraron al templo de la Soledad, en el barrio de San Lázaro, en la Ciudad de México, y se apoderaron de él a nombre de la Iglesia Católica Mexicana que, según dijeron, acababan de fundar, y al frente de la cual quedaba como patriarca el presbítero José Joaquín Pérez y Budar. La idea de crear una iglesia mexicana que rompiera con Roma había circulado en algunos sectores de poder desde tiempo atrás, pero nunca sino hasta este momento se había logrado concretar. Uno de los objetivos de esta iglesia, que contó con apoyo de sectores directamente vinculados con el gobierno, era romper todo vínculo con la Santa Sede, y el otro era dividir a los católicos. La creación de esa iglesia significó un cisma para la Iglesia Católica. Así, la relación entre Iglesia y Estado estaba ya al límite: los católicos organizados desacreditaban la creación de la Iglesia Nacional Mexicana. Evidentemente, el asalto al templo fue reprobado; los fieles estaban ofendidos, se sentían violentados, y fue tal la indignación, que al día siguiente de los hechos de la Soledad muchos creyentes estuvieron a punto de linchar al patriarca Pérez, por lo que éste se vio obligado a trasladar la sede de su iglesia al templo de Corpus Christi. En ese contexto, como respuesta a la serie de agravios de los cuales se sentían víctimas los católicos, y por el recrudecimiento de la política antirreligiosa del gobier
El presidente
Plutarco Elías Calles endureció las acciones
contra los católicos. no callista, en marzo se creó la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa (LNDLR). La principal intención, advirtieron, era contrarrestar las actitudes del gobierno hacia determinadas actividades del catolicismo organizado. Pero esta organización no surgió de la noche a la mañana, sino que se trataba de una idea que venía planeándose desde 1917, cuando Miguel Palomar y Vizcarra y Rafael Ceniceros y Villarreal —el primero un reconocido luchador de la causa católica, y el segundo ex gobernador de Zacatecas por el Partido Católico—, planearon organizar una Liga Cívica cuyo principal objetivo fuera: educar al pueblo en cuanto a sus derechos y deberes cívicos, así como inculcar en la gente el amor a sus libertades esenciales y prepararlo para defenderlas; sin embargo, esa primera intención no se concretó. Pero en marzo de 1925 la situación era muy distinta. En ese momento ya se habían sumado muchos elementos que los católicos consideraban intolerables. Apenas fundada la Liga se celebró la primera convención de la LNDLR y se eligió el primer comité directivo, que quedó integrado por Ceniceros y Villarreal, Capistrán Garza y Bustos. Como resultado de esa primera sesión, se elaboró un programa que decía: “La liga es una asociación legal, de carácter cívico, que tiene por fin conquistar la libertad religiosa y todas las libertades que se derivan de ella en el orden social o económico, por los medios adecuados que las circunstancias irán imponiendo”. Pero el gobierno vio las cosas de otra manera, y consideró a la organización que recién nacía como fuera de la ley y sediciosa y, más aún, se le consideró una agrupación que tenía claros fines políticos, que buscaba, como
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una de sus prioridades, que se reformara la Constitución. Pronto se dio a conocer la posición oficial acerca de la Liga; el gobierno federal argumentó que su existencia constituía una violación del Artículo 130 constitucional, y llamó a otras autoridades, como a los gobernadores de los estados, a garantizar el respeto de la ley y a mantener el orden. Pero los miembros de la Liga no se quedaron de brazos cruzados y organizaron mítines, hicieron propaganda, difundieron sus ideas. Pronto se organizaron centros afiliados a la Liga en diversas regiones del país, y a fines de 1925, ya se habían creado once zonas en todo el territorio nacional, que se componían por 29 centros regionales y 127 locales. Los centros más importantes fueron los que se establecieron en el centro y en el sureste del país. En cuanto a las acciones emprendidas por los miembros de la LNDLR, cinco fueron las más importantes: la labor de propaganda por medio de volantes y otros impresos; el boicot económico contra el gobierno; una reunión de jefes regionales de la Liga en la Ciudad de México en la que se trataron temas como el boicot y la creación de una Sociedad Mutualista para los Cesados a Causa de la Religión; la petición a las Cámaras de Diputados y Senadores para reformar los artículos 3, 5, 24, 27 y 130 constitucionales, y un proyecto en busca de conseguir recursos económicos para sufragar los gasto de la campaña. En concreto, los miembros de la Liga no buscaban derrocar al gobierno ni tomar las riendas del país, sólo pretendían forzar a que se reformaran los artículos que limitaban la acción de la Iglesia. Y la única forma que
encontraban de conseguir eso era presionar directamente al gobierno, de manera que la medida más efectiva y más contundente de esta lucha, antes de llegar al movimiento armado fue, como ya se dijo, la del boicot general de los católicos del país, que se decretó el 31 de octubre de 1926. Básicamente se trataba de abstenerse de pagar impuestos y de reducir el consumo, con la intención de provocar un desgaste económico en el gobierno. Tanto se había estirado el hilo, que estaba a punto de romperse. Por supuesto el gobierno respondió con mano dura al boicot y a las acciones de la Liga en general: vinieron órdenes de aprehensión contra los que hacían propaganda y también contra los miembros del comité directivo de la organización. Ante la persecución, se vieron obligados a pasar a la clandestinidad y comenzaron una nueva etapa en la que se ocuparon de crear el Comité de Guerra, pues ya no veían ninguna solución posible a sus demandas. El gobierno, como es de entenderse, no estaba dispuesto a dar un paso atrás en la defensa y respeto a la aplicación de todas las leyes vigentes. En síntesis, no se modificaría la Constitución. Estas circunstancias enfilaron a ambas fuerzas a un enfrentamiento que estaba por estallar, y en el cual ya no habría posibilidad de diálogo: la Guerra Cristera. Durante más de un año de acción, la Liga había conseguido establecer centros en varios estados de la República, los más firmes y preparados se establecieron en el centro y en el occidente del país. En esas regiones fue donde se desarrolló con más furia esa guerra que no vio su fin sino hasta el año de 1929.
El templo de la Soledad fue tomado por un grupo anticlerical que pretendía fundar su propia Iglesia Católica Mexicana, desvinculada del Vaticano.
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