Instrucciones

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OCTUBRE

2011

índice DIRECTOR GENERAL FRANCISCO PIÑON DIRECTORA EDITORIAL KARLA GAYTÁN CONSEJO EDITORIAL ANA GUERRERO GALVÁN ADRIANA LOZANO CAROLINA G. AMPARÁN DAMIÁN PACHECO MARISOL RODRÍGUEZ DISEÑO EDITORIAL Y ARMADO BRENDA CORTÉS ILUSTRACIÓN Y ARTE FERY HERNÁNDEZ DÍAZ EVENTOS Y LOGÍSTICA DESIDERIO HEREBIA MERCADOTECNIA Y MEDIOS ELECTRÓNICOS ESTEBAN NUÑEZ JOHANA BRUBECK AGUEDA VILLARREAL

ACADEMIA DE MOSQUITOS

(CUATRO)

TU NOMBRE EMPIEZA CON

(SIETE)

POR QUÉ NO ME PUEDO DORMIR ...

(OCHO)

PRIMAVERA

(NUEVE)

AUSENCIO DI FILIA

(DIEZ)

SIN TÍTULO

(ONCE)

UN TRONCO HUECO

(DOCE)

SELECCIÓN DE HAIKUS: MI PUÑO Y LETRA NECESITA DE TU AMOR

(TRECE DIECISIETE)

SUITE DEL TIEMPO

(DIECIOCHO)

AZUL

(VEINTE)

POEMA ESDRÚJULO

(VEINTIDÓS)

SUGERENCIAS

(VEINTICUATRO)

DEL SOL Y LA SOLEDAD

(VEINTISIETE)

EL PANADERO

(VEINTIOCHO)

CAUTIVO

(TREINTAIUNO)

Carlos Chávez

Zeltzin Alvarado del Toro Zeltzin Alvarado del Toro Alejandra Arévalo Rodrigo Valencia Cotera El Gato Raro

Cindy Teresa

Atenea Cruz

Amelia Gomaris José Alberto Benavides Vázquez Nancy G. Tamez Zoeledá

Mariana Hernández Carlos Chávez

TANTO EL EQUIPO EDITORIAL DE LA REVISTA PUÑO Y LETRA COMO SUS ASESORES NO NECESARIAMENTE COMPARTEN LAS OPINIONES Y/O CRITERIOS EXPRESADOS EN LOS TEXTOS PUBLICADOS. EL CONTENIDO DE LOS TEXTOS ES RESPONSABILIDAD ÚNICA DE LOS AUTORES DE LOS MISMOS.


Nota del Editor Compañeros de Puño y Letra, Durante el tiempo que llevamos viviendo dentro de estas páginas nos hemos preocupado por encaminar la revista hacia un objetivo que no se mantiene estático. Se ha transformado, y se le han sumado elementos que, como los espejismos en el asfalto en días de calor, continúan ofreciendo nuevas perspectivas de nuestros objetivos como publicación. La idea expresada en nuestro manifiesto de refrescar el concepto de revista literaria, incorporar estilos de escritura diversos y mantenernos fieles a una estética, se renueva con los textos que presentamos en esta ocasión. Semejante a un nacimiento, cada número emerge como un producto gestado por el binomio Autores-Puño y Letra. Incluimos a los ganadores de una colecta de haikus realizada en el III Encuentro de Escritores Jóvenes en Monterrey y los ganadores de la convocatoria de textos para este número. Asimismo, no perdemos oportunidad para agradecer infinitamente a quienes confían en Puño y Letra y la nutren con sus aportaciones. Estamos muy contentos por recibir de nuevo a autores que ya han publicado con nosotros y por la recepción que nuestra revista ha tenido hasta ahora. Así pues, callamos para dejar que la voz de los autores se justifique por sí sola en las páginas siguientes. F.P.



«Este cuadro es hermoso. Nació de la mano y la mente de un hombre inspirado. El tema y los colores vienen de la vida. Es una cosa buena». Ray Bradbury


Academia de Mosquitos Carlos Chávez

Pasar desapercibido es la clave, explicaba la maestra Mosqueda. La mayoría de las veces los mosquitos bien entrenados son capaces de aproximarse, inmiscuirse hasta un lugar seguro, ingerir la cantidad de sangre justa y retirarse sin ser detectados por la presa. Este hurto de fluido circulatorio ocurre con mucha más frecuencia de la que un ser humano sospecharía, porque estos solo se enteran de ellos cuando son perpetrados con absoluto descuido e irreverencia por mosquitos imprudentes que ignoran las enseñanzas de la maestra Mosqueda y cometen los errores más básicos en materia de sigilo, como lo es el zumbar cerca de los oídos de la presa o persistir en el intento de sorprender a un objetivo que evidentemente ha notado su presencia. En la mayoría de los casos, estos mosquitos terminan con las vísceras de fuera y en calidad de pegamento, entre sus propios destrozados cuerpecitos y la palma de una gigantesca mano. Por eso, aquel día de expedición organizado por la Academia de Mosquitos, lo primero que Mosqueda enseñó a sus alumnos, los mosquitos recién emergidos de la pupa, fue la anatomía de la mano humana, para que conocieran sus callos, sus hendiduras, sus huecos y sus movimientos y tener así la posibilidad de sobrevivir en caso de que alguna presa irritada les lanzara un mortal aplauso. Antes del estudio de la mano, habían emprendido vuelo para practicar algunas técnicas de aproximación al objetivo. Más tarde, Mosqueda también les enseñó algunas rutas seguras para navegar el gigantesco cuerpo humano y mostró cómo llegar a algunas de las locaciones más seguras, inaccesibles a la vista de la presa. En estas zonas “santuario” se tomaron un descanso, mientras la maestra les explicaba la mezcla precisa de saliva que había de inyectarse a la víctima. Como es sabido, la saliva del mosquito contiene ciertos anticoagulantes que les permite extraer la sangre sin activar inmediatamente los mecanismos de defensa del ser humano; es su misma saliva, sin embargo, la que unos minutos después puede llegar a producir una roncha en la piel de la víctima en el sitio donde se produjo el piquete.

CUATRO


Los mejores mosquitos tienen la capacidad de inyectar suficiente saliva para evitar la coagulación de la sangre, pero no tanta como para dejar una roncha que incomode significativamente a la presa. De esta manera, generaciones enteras de mosquitos podían vivir alimentándose de la misma víctima sin que esta sintiera el menor atentado contra sus vastas reservas de fluido circulatorio. En aquella ocasión, el sujeto a estudiar era el colosal señor Flores quien tomaba su habitual siesta de las cuatro de la tarde en su recámara. En ese momento, la maestra Mosqueda dejó que los mosquitos novatos practicaran un poco la inyección de saliva, a cambio de lo cual les dejaría ingerir un poco de sangre del señor Flores. Él no se enteraría de ello sino hasta la mañana siguiente, al detectar severas ronchas (no todos los mosquitos novatos lograban controlar bien la inyección de saliva en su primer intento) en los parajes menos obnoxios de su cuerpo.

“En aquella ocasión, el sujeto a estudiar era el colosal señor Flores quien tomaba su habitual siesta de las cuatro de la tarde en su recámara”. Para finalizar la expedición, la maestra Mosqueda llevó a la clase cerca de lo que ella llamaba uno de los sitios más peligrosos en el cuerpo humano, un lugar que debía ser evitado lo más posible: las fosas nasales. Explicó cómo la más casual de las inhalaciones humanas podía aspirar hasta medio litro de aire; es decir, hasta medio millar de centímetros cúbicos, un verdadero peligro si se piensa que el centímetro cúbico abarca mayor distancia en cualquiera de sus dimensiones de lo que un mosquito puede cubrir de largo. Mosqueda se adelantó un poco a la clase con la intención de mostrarles la distancia máxima a la que podían acercarse a las fosas nasales, una vez que tuvieran suficiente experiencia, si no querían correr el riesgo de un destino más terrible que la muerte a manos (literalmente hablando) del ser humano. Fue en ese momento cuando, los alumnos, sin indicación directa de la maestra, dieron por terminada la clase al presenciar cómo, casi por acción de justicia divina, se abrieron descomunalmente las fosas nasales del señor Flores y succionaron con una fuerza digna de una turbina a la maestra Mosqueda, quien ingresó, piernas por delante, a una muerte más bizarra que dolorosa, y probablemente más dolorosa que rápida.

CINCO


Inmediatamente después, los horrorizados estudiantes fueron barridos por las furiosas ráfagas de aire infernal que regresaban al exterior después de la breve visita a las profundidades de los pulmones del señor Flores. Acto seguido, se produjo un bestial ronquido colosal, casi telúrico, que sacudió las llanuras de piel, como si hubieran despertado con sus profanaciones a un monstruo elemental. Sobre ese rugido que saturó la atmósfera, eran mudos los gritos de pánico de los mosquitos quienes volaron y volaron por sus vidas, en todas direcciones, sin orden alguno, sin formación, sin sigilo. Chocaban en el aire unos con otros, esperando con terror el momento en el que dos gigantescas manos se cerraran sobre ellos, o en el que serían inhalados a los inimaginables horrores de las entrañas humanas. Contenido en su inmóvil cuerpo, el subconsciente del señor Flores detectó con sorpresa la presencia de un pequeño cuerpo sólido (la presunta maestra Mosqueda) atorado en un punto incómodo de su garganta. Su respuesta autónoma fue simplemente toser ligeramente para regresar el bultito hasta encima de la epiglotis y a continuación, tragar.

SEIS


Tu nombre empieza con Zeltzin Alvarado del Toro Dejaré de escribirte y comenzaré a dibujarte. Primero tu nariz. Ahora tus ojos de pájaro. Las arrugas alrededor de ellos. Estarás sonriente. Mejor serio. Luego tu cuello. Luego no sé como dibujar esa impresión que das de ser realmente viejo, como de otros tiempos. Luego tu cabello. Luego tu hombro derecho: me recostaré en él. Luego el izquierdo. Luego tus brazos, tus manos y tus uñas. Luego daré vuelta a la hoja y dibujaré tu espalda. Y te voy a dibujar sin boca, porque me da envidia y porque soy mala.

SIETE


por qué no me puedo dormir temprano Zeltzin Alvarado del Toro

¿por qué te paras así raro, con los pies como chuecos, y luego los cruzas y luego los descruzas y luego haces como que te vas a sentar, pero no te sientas, dudas, lo analizas, decides sí sentarte pero en el suelo y te sientas con las piernas cruzadas y traes zapatos de lluvia? ¿tienes frío? si quieres te presto mi suéter ¿ y p o r q u é cuando vo ooo l t e oooo e s t á s v i e nd o p a r a o t r o l a d oc o m o d i s t a n t e o c o mo i d o? u p s s e m e ca y er on t odas l as le tras, deja las recojo.

OCHO


Primavera

Alejandra Arévalo

Es cierto: Cuando los tiempos no eran tiempos, recorría descalza senderos de piedra y me seguían perros abandonados al azar. A veces, la Luna me miraba con la lástima de una madre que ve perdido a su hijo. ¿Y sabes? No cuestionaba nada porque te lo he dicho (aunque rechaces mi pasado) - Antes, el tiempo no era tiempo, amor. Las noches no eran noches y yo, quizás, ni mi cuerpo mecía. Entonces: La Tierra se cubrió de más tierra, los alimentos escasearon y noté que tu amor me hacía crecer los cabellos. ¿Y ahora? ¿Qué hago con los talones enredados?

NUEVE


Ausencio di Filia Rodrigo Valencia Cotera Ausencio di Filia no había nacido tonto; tampoco era un genio, pero su intelecto se notaba y era bastante respetable. La vida se había encargado de darle algunas herramientas que sólo viajando y hablando se aprenden; esas herramientas que unidas a una mente ágil hacen que la persona sea capaz de maniobrar en los más difíciles esgrimas mentales y vencer en unas pocas estocadas. Aun así hubo una mente pequeña que intentó engañarle. Déjenme decirles que esa mente pequeña era bastante terca; ilusa más bien. Ausencio se deleitaba jugando consigo mismo. Le encantaba sacar deducciones de la gente y meses o años después, enterarse de que esas deducciones eran ciertas. Le divertía darse cuenta de cosas que los demás pasaban por alto e indudablemente no había nada más divertido que escuchar a las personas decir “¿Pero cómo? Si yo jamás lo sospeché”. Ausencio no sólo ya lo había sospechado, lo había deducido. Para él, deducir era como hacer un rompecabezas. Cada acción, palabra, movimiento, todo era una pieza más. A veces el rompecabezas tenía piezas de más o piezas que pertenecían a otros rompecabezas. Lo divertido era discernir entre uno y otro para, al final, tener una magnífica obra de paciencia, que después enmarcaba y colgaba en la pared de las deducciones, como lo llamaba él, pero más bien era un rincón de su cerebro donde celosamente almacenaba sus conclusiones. Así, esa mente pequeña pensaba que había engañado a Ausencio. Pobre mente pequeña, lo que había hecho en realidad fue sembrar una semilla en la mente de Ausencio. La semilla creció y se hizo planta, una planta con una flor enorme que, cuando floreció, había en su interior el más negro, sucio y putrefacto rompecabezas que uno se pudiera imaginar. Ausencio ya había sacado las conclusiones antes de que la semilla germinara, el rompecabezas sólo lo armó por diversión.

DIEZ


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- El Gato Raro

ONCE


Un tronco hueco Cindy Teresa

Poco a poco, sin dejar de sentir el aire, empecé a dejar de sentirme mujer. Comenzó por mis pies, con la tierra neutra entrando por debajo de mis uñas pintadas de rojo. La tierra se mezcló con mi sangre y se volvió lodo, llenándome toda por dentro y por fuera. Mis piernas torneadas perdieron su forma, se volvieron pesadas y ramitas como várices las cubrieron. Mi pubis se convirtió en un hoyo, seco, profundo y con olor a hojas secas. El contorno de mi torso se desfiguró y la textura tersa de mi piel se tornó rugosa, marcada por estrías hondísimas color arcilla. Mis pechos suaves se llenaron de musgo y pequeños hongos crecieron a su alrededor, alimentándose de la poca humedad que quedaba ahí. Mis brazos, cansados ya de seguir extendidos, se levantaron sobre mi cabeza, convirtiéndose en ramas vacías de savia y de frutos. Mi cuello delicado y largo se transformó en un tosco nido de insectos. Los labios gruesos y pacientes que solía tener desaparecieron, dejando en su lugar una cicatriz en la corteza de mi cara, ahora morena y áspera. Mis ojos se hundieron y dejaron de ver. Se cansaron de buscar los tuyos; tus inexistentes ojos en las dos minas extinguidas de tu cara. Esas fosas que no supieron nunca regresar una mirada. El lodo que me había llenado se solidificó y se hizo polvo, dejando mi cuerpo frío. Esperando a que me tocaras me volví un pedazo de tierra inútil, eso que siempre fui contigo.

DOCE


SELECCIÓN DE HAIKUS: PUÑO Y LETRA NECESITA DE TU AMOR

Te lloraré, ilustre compañero toda la vida. - Fernando Cantú

TRECE


SELECCIÓN DE HAIKUS: PUÑO Y LETRA NECESITA DE TU AMOR

Una pantera, azul tornasol, en mis sueños. - Sonia Díaz Gamboa

CATORCE


SELECCIÓN DE HAIKUS: PUÑO Y LETRA NECESITA DE TU AMOR

Ésta es la filosofía del óvulo: los únicos muertos son los que no han nacido. - Anónimo

QUINCE


SELECCIÓN DE HAIKUS: PUÑO Y LETRA NECESITA DE TU AMOR

La verdad con estos calores siento que ya no me va a dar frío en la cadera. - Jesús Leos Rodarte

DIECISÉIS


SELECCIÓN DE HAIKUS: PUÑO Y LETRA NECESITA DE TU AMOR

Esperé como un sordo espera la lluvia para sentir que oye. - Ivan Trejo

DIECISIETE


Suite del tiempo Atenea Cruz I De entre todos los vestidos posibles elegí el del invierno: la sonrisa escondida de los lobos el gesto de la piedra sepultada en la nieve la rabia inmemorial de los árboles arrojados al fuego. Hice de la nostalgia mi raíz predilecta, sin más luz que el recuerdo de veranos pasados con sus discretos dedos amarillos me aniquiló la tierra. Yo sentí algo perdido, un hueco en todo el cuerpo, vasto y terrible, y una tarde, cuando miraba el cielo supe que esa carencia eran todos los pájaros del mundo. De mi boca sin plumas, desde entonces, brotan estalactitas, carámbanos de hielo poblaron la garganta, la gruta que antes fuera origen de palabras, de primaveras viejas y mejores.

DIECIOCHO


II La prueba contundente de que existe algún dios es el otoño. Dejémonos de iglesias erigidas sobre trapos sagrados y milagros que se visten de estatuas y de yeso. Es el otoño, sin lugar a dudas, la más perfecta manifestación de Dios. Acaso un par de cosas sean tan crueles como el ardor fingido que desnuda la rama sin el reposo real de la ceniza. Es propio de los dioses el humor más negro atesorar belleza y decadencia en una misma urna si fuera cierta su piedad remarcada no imperaría esta caída libre y vergonzosa del tiempo, este ir y venir del aire hacia la tierra sería gloriosa y rápida la muerte abierto aún el lirio de los labios sin cadenas de carne o de huesos. No impedirían las hojas una silente fuga no habría fruta podrida en las canastas no existiría esta muerte pausada color ocre.

DIECINUEVE


Azul Amelia Gomaris

Por las orillas de mi ventana, los reflejos de una manta azulada se cuelan en mi habitación para convertirla en un caleidoscopio de lágrimas marinas. Una de ellas alcanza mis rendidos párpados, que se abren confundidos ante la interrupción de su descanso. Poco a poco escapo de los dedos de mi subconsciente, que me recuerda cada noche lo que evito durante el día. Ahí está. Azul. Zafiros incrustados en el peine de oro blanco que se encuentra en mi mesita de noche. Las sombras de la lluvia se pelean por deslizarse entre sus dientes, deseosas de ser acariciadas… Soy egoísta y se los arrebato para exhibir los destellos que destacan mi melena zaína. El caleidoscopio se agita molesto y varios de los contornos de sus gotas atacan mi rostro. Las ignoro y sigo cepillando, orgullosa de mi victoria. Sonrío, e incluso río con satisfacción. Esas minucias azules sólo son capaces de despojarme momentáneamente de mis sueños, pero nada más. ¿Ahora qué? A lo largo de un segundo, me doy cuenta de lo absurdo de todo: adquirir un peine que vale más que la habitación que rento sólo porque me recuerda las tardes de lluvia en que la espuma del mar agitado y del río se encuentran frente a las escolleras del puerto donde crecí; tratar de imitar los tonos de todas las facetas de ese mar; cerrar la ventana a la Luna por no ser la que yo quiero, pero no utilizar cortinas por si se le ocurre cambiar; pelear con la lluvia y esas malditas gotas que disfrutan con arrancarme de los únicos minutos en que el desasosiego no forma parte consciente de mí… complacerme con un cabello largo, negro azulado, o quizá… azul oscuro. Decidida, abandono el lecho y me dirijo al lavabo. El reflejo me mira y me reta… atrévete… susurra. Abro el cajón de la repisa y sin dudar, escojo la herramienta adecuada, y empiezo a cortar. Río gozosa por el poder que tengo de desilusionar a esos pequeños aros sombríos…

VEINTE


Gotas, gotas, gotas envidiosas del arcoíris añil que se forma en mis ondas; gotas que se estrellan contra mi ventana y no encuentran otra manera de entrar mas que siendo quimeras; gotas que dibujan un camino desde la nada hasta mis mejillas… gotas que caen con el mismo ritmo del peine que arrullaba mi cabello hace unos momentos… Pero ahora es una navaja la que me libera rizo tras rizo… si ya no tengo cabello ¿a quién van a molestar? Me detengo. Unas lágrimas empiezan un festejo fúnebre en mis ojos. Lloro. No sé si es por el cabello perdido o por saber que volverá a crecer.

VEINTIUNO


Poema esdrújulo José Alberto Benavides Vázquez

VEINTIDÓS


La sátira más terrorífica: viéndole la única milésima, en miríadas de grisáceos esfúmase. Sílfide del México áspero: Tus ígneos ósculos son música desértica, áureos árboles tu heliocéntrico habitáculo, cual pájaro apolíneo cálido es tu pálpito. Búscola enérgico. Náyade que a los nenúfares en número múltiplo no das límite, en el metafórico círculo árido: inválida. Ya de tu místico líquido ni un tímido hálito. Do la cúspide oceánica fue álgida, lánguida transmútase: los paralelepípedos versículos de las sátiras térreas drénanle el tránsito a tus húmedas lágrimas. Trémulo soy, mortífero espectáculo: ya los necrófagos cómense mis vísceras, ¡famélicos! Última súplica: Calíope con la antepenúltima sílaba tónica coróname, concédele al índigo de mi ánima el título de tu esdrújulo pseudónimo: –Verónica –díjome.

VEINTITRÉS


Sugerencias Nancy G. Tamez

“Sugerencias”. Era el pasillo al que planeaba, desde haber salido de casa en el coche sucio, llegar con gran apuro. Hace tiempo que no tomaba un rastrillo ni me miraba en un espejo; estos habían paulatinamente perdido valor, y mi interés en ver mi rostro como en verdad era actualmente me había abandonado desde hace suficiente. Había dejado que mi rostro se tornara natural y salvaje, o al menos así creí que se vería después de tanto tiempo de haberlo olvidado; lo dejaba pretencioso y con aire de misterio, de descuido y una personalidad no manejable. Sentía una gran melena cosquilleando bajo mi nariz. Mi vanidad y la sorpresa son aquellos elementos que nadie ve venir, que solo salen a flote cuando veo que me he quedado solo y un solo ruido no se escucha desde hace varios minutos ya. En estos momentos, mi rostro trata de tomar forma en algún lugar de los vagos rincones de mi cerebro, pero la belleza es algo seguro. El que la posea me atormenta y se me antoja indeseable. Pero si aquí todos son bellos y unos rufianes. Usualmente lo último no me pasa. Mis zapatos se deslizan suavemente sobre el mármol recién pulido que la superficie que piso posee, generando un leve chirrido, y haciendo que mis pies se encuentren cerca de volar. Avanzo a buen paso hacia el siguiente pasillo, para encontrarme con una imagen, desconcertante en todo el sentido de la palabra, que irreconocible no era. Un hombre de tez blanca y mirada perdida, con boca ligeramente abierta emitiendo sonidos guturales, yacía sentado sobre una silla de bejuco situada justamente a la mitad de aquel primer pasillo, que evidentemente, no era el que yo buscaba y tenía en mente desde haber salido de casa con el coche sucio. El hombre sentado, y quince adolescentes idénticas meneándose sobre él. Dejando caer sus cuerpos sobre las piernas de aquel bloque de acero. Dejando caer sus muslos, sus entrepiernas, sus uñas, sus dientes, sus lenguas.

VEINTICUATRO


Dejando caer la inocencia en lo ridículo, y desafiando las leyes naturales de la evolución. Trastornando una mente, y al tiempo de tratar de obsesionarla, obsesionadas terminan ellas mismas, sumidas en acero líquido. Todas quedaron allí atrapadas con un sueño en boca el cual contar, cuando el hombre sentado, había desviado la mirada para no posarla en ninguna de ellas jamás. Aprieto un poco más el paso. No puedo dejar pasar más minutos ya. Aquel peculiar lugar de sugerencias… el cual no sabía nada de nadie, y del cual nadie sabía nada. Tenía los minutos contados, porque si tomase en cuenta que el horario no me había sido definido, la hora a la que sería más conveniente llegar o irme, no me era familiar. A qué hora cerrar o a qué hora abrir tenía que, era totalmente desconocido para mí; aunque tomando en cuenta las circunstancias, llego a pensar que dicho departamento no efectuaba ninguna de estas dos acciones. Ni el cerrar, ni el abrir. Ni los medios tiempos para tomar un café o darle un mordisco a un bizcocho. Nada. Jamás. Así llegue al segundo pasillo. Nada fuera de lo normal. Bastante silencioso, pero aun, un tanto tenso. Aquel tipo de tensión que se da cuando uno tiene un día de 730 horas, y cualquier pequeño descanso parece la mano tendida de Jesucristo mismo. Veo a una chica con gafas, vestida de la manera en que la ramera del jefe lo haría. Sutil pero obvia. Sin cohibición ni pudor, pero aun así, lo bastante elegante y refinada. Jamás voltea a verme a pesar de las numerosas veces que pregunto por el departamento que busco desde que salí de casa, en aquel coche sucio que tanto odiaba. ¿Acaso sería sorda, o ciega? ¿O ambas?

“Así llegue al segundo pasillo. Nada fuera de lo normal. Bastante silencioso, pero aun, un tanto tenso. Aquel tipo de tensión que se da cuando uno tiene un día de 730 horas, y cualquier pequeño descanso parece la mano tendida de Jesucristo mismo”. VEINTICINCO


El sonido del teléfono me eriza cada uno de los vellos del culo, y ahí me doy cuenta de que con quien trato no es ninguna sorda, o muda, o ciega, o víctima de sífilis o alguna otra enfermedad venérea que a veces me gusta comentar en público. Sólo es una mujer imbécil sin deseo de ayudar. Eso lo dejó claro cuando levantó el teléfono, dilató su pupila y colgó la llamada en menos de un segundo. Ella jamás me ve. Al salir escucho repetirse innumerables veces esta hazaña que la mujer probablemente llevaba a cabo día tras día, noche tras noche, hora tras hora, año tras año, un año, dos años, estos dos años. Es seguro ahora. El mármol flota bajo mis pies. Siento de alguna manera, más cerca aquel departamento, al cual deseo llegar desde que salí de casa con el coche sucio que odio tanto. Aquél que con tanto empeño se esconde de mí sin razón alguna, o al menos conocida. Mi esófago arde como el demonio. Hay cuadros por doquier en el pasillo al que fui a parar después de mi viaje aéreo. Caras. Labios, narices, barbillas, cejas, ojos. Ojos y cejas, y un bigote. ¿Quién había hecho todos los cuadros? ¿Y quién había manchado de pintura mi manga? Al fin sugerencias se lee frente a mis ojos, y éstos brillan de júbilo. No más recorrido desconocido, aunque desagradable no había sido en lo absoluto. Pregunto por devoluciones y obtengo por respuesta: “Regrésame mi amor y no tendrás que esperar en esa silla áspera”.

VEINTISÉIS


Del sol y la soledad Zoeledá La amplitud del horizonte se desnuda siempre sin ninguna razón aparente. Allí el Sol toma partido en el lado de los melancólicos y escribe sollozos que se escuchan retumbar en todo el cielo, ese cielo que sin escrúpulos abandona a su oscuridad. Se pone a escoger su tristeza entre silbidos de trenes lejanos, televisores encendidos para nadie, hojas doradas que caen en otoño, un poeta que va llorando en algún autobús o los mares que han visto mis ojos. Se pone a escoger, pero no se decide porque él sí vio al náufrago que suplicaba en medio del océano. Y ahora aquí está conmigo, se desviste en la mañana y anda sin vergüenza por el pasillo. Que te dieran boca para contarme todas las pieles que has quemado, que te la dieran y que te la den, que es lo único que te falta para ser mi amigo.

VEINTISIETE


El Panadero Mariana Hernández

De mis manos escapa magia, como ramas que se funden a un frondoso tronco. Le dije a mi madre, cuando las palabras no eran para mí más que un método de comunicación, que había matado al ratón que mordisqueaba el pan de la cocina con sólo pensarlo. Recuerdo, como si hubiese sido ayer y no hace ciento dos años, cómo me había sujetado de la mano, cómo había acariciado mi cabello mientras sonreía. La voz de mi madre había sonado conmovida, al borde del llanto. Evoco su abrazo y las palabras exactas, aunque esto no debería sorprenderme. Muchos han escuchado la leyenda de ese anciano de las montañas, que recuerda el amanecer que lo recibió al llegar al mundo y las noticias del doctor de su madre, hablando sobre las pocas probabilidades que tenía su hijo de sobrevivir. Mi madre me agradeció la empatía con el incidente del ratón. Vi incredulidad en su rostro pero simpatía en su espíritu. Sabía que a los tres años poco se podría saber sobre el arte de cazar roedores, pero que a pesar de ello, su hijo intentaba rescatar el negocio familiar, que nos sostenía económicamente, construyendo mentiras con madera de esperanza. Desconozco porqué estoy rememorando ese acontecimiento en estos momentos. Ayer examiné las estructuras óseas de los que me llamaron bastardo hasta el anochecer, a pesar del siglo que separa a este evento del hoy. Finalmente, todos terminaron con el cabello más claro que yo. Las canas mojaron las melenas de los injustos que acusaron a mi madre de impura tan pronto como la naturaleza lo exigió. El pueblo demandaba una justicia que no necesitaba implorarse. Mi padre había muerto en batalla. Lo sabía a pesar de que mi madre había intentado ocultármelo con evasivas más delicadas que la seda. Lo sabía como supe el contenido de Fausto desde mi nacimiento. Lo sabía como entendía de química, botánica, filosofía, historia y todas las disciplinas existentes. No requerí de libros, pero los devoré para corroborar las pequeñas discrepancias entre mis conocimientos natos y las frases de los Grandes. Había errado a Mateo 1,12-15. Mi mente recordaba, en cambio, Mateo 1, 12-16. Pero fue ése el único detalle incorrecto que absorbí de la Sagrada Escritura, cómo la llamaba mi madre y el Obispo del pueblo.

VEINTIOCHO


Pude haber sido un caso excepcional para el ritmo monótono del pueblo de no haber sido por mi extrema timidez y por la discriminación de la que fui víctima. Era cierto, mi piel era más nívea que la harina a la que mi madre daba forma todas las mañanas. No se parecía al tono de mi padre, cuya piel de almendra fui incapaz de imitar con mi nacimiento. Mi madre guardaba silencio, pero lloraba hasta la madrugada. Nunca la escuché quejarse. En realidad, nunca la vi efectuar otra actividad distinta al tejer palabras amorosas y al preparar pan. Mi forma de vida no es más excitante que la de un trotamundos o un artista parisino. Me levanto al alba cada mañana, cuando los quetzales ascienden a mi morada para gritarme con su lenguaje musical que los camaleones esperan ser estudiados. Junto mis manos para extraer dos Ipnopidaes distraídos, que cocino con las brasas que producen mis manos al frotarlas. No puedo evitar pensar en el pan dulce que desayunaba cada mañana, aunque el sabor de los pescados de las profundidades es excelente. Basta con imaginarlos, a pesar de la escandalosa distancia, para que aparezcan. Reproduzco seis especímenes por cada uno que extraigo y bajo al corazón de la selva, donde escucho las conversaciones de los reptiles. En la tarde me traslado al Popocatépetl, en Puebla, donde percibo la esencia aún presente de Diego de Ordaz y donde conservo mi centro de estudios. Me gusta el volcán poblano porque en mí habita la esperanza de encontrarme con Ixtaccihuatl. Regreso a la línea arbolada antes del crepúsculo y recito fragmentos shakesperianos a los indígenas chiapanecos confundiéndome con el viento desde el montano. Cuando despierto inspirado, me traslado al Louvre. Un jueves, el entonces velador en 1962, notó un peculiar olor que provenía de mi fisonomía. Caminó con una linterna, dirigiéndose a mí, pero dio vuelta al instante. Era ridículo, pensó, que alguien hubiera sido capaz de burlar el sistema de seguridad. Me acomodé frente a los Rubens, los Rembdrants y los Monets y comencé a trazar los contornos. Después, cuando me volví más atrevido, comencé a cargar lienzos y óleos conmigo. Concluí La Liberté guidant le people y, traviesamente, sustituí los 260 cm × 325 cm de Delacroix con mi intento. Dejé pasar un mes, vigilando las expresiones inalterables de los turistas, los eruditos y los niños de escuela: nadie notó el cambio. No obstante, erré una vez. Olvidé añadir el arete en el retrato de Bethsabée au bain tenant la lettre de David. Avergonzado volví al día siguiente con otro lienzo, en esta ocasión con el desliz corregido. Pero la repercusión de este siniestro error subsistirá en las mentes jóvenes que fueron guiadas alrededor del museo por aquel profesor pelirrojo de la Académie des Beaux-Arts,

VEINTINUEVE


quien en un intento inocente por acercar a sus aprendices a la vida de Rembrandt, explicó el infundado repudio que Hendrickje Stoffels, pareja del artista, sentía hacia estos accesorios. Explicó la ausencia de aretes desde una perspectiva sociopolítica. Habló de su simbolismo y aplaudió la cualidad feminista de Stoffels. No sabiendo cómo reaccionar ante la actitud de los eruditos del arte, no pisé el Louvre –o algún otro museo europeo- durante un par de décadas. Rompí la medida y sólo volví al Kunsthistorisches Museum cuando necesité el brillo de los ojos de la Infanta Margarita Teresa, de Velázquez, otra vez en mi memoria.

“Cuando despierto inspirado, me traslado al Louvre. Un jueves, el entonces velador en 1962, notó un peculiar olor que provenía de mi fisonomía. Caminó con una linterna, dirigiéndose a mí, pero dio vuelta al instante. Era ridículo, pensó, que alguien hubiera sido capaz de burlar el sistema de seguridad”. Me gusta mi hogar. Sólo viajo a Malasia cuando se acercan otros humanos a mi paradero. Solía aparecer en Israel, pero mi aspecto confunde a los policías con frecuencia. Cuando me encerraron en las cárceles locales y al día siguiente notaron mi ausencia, no pude dejar de reprocharme la tortura que sufrieron esos dos palestinos que tomaron mi lugar. Sentí el ardor de los metales que golpeaban sus espaldas en las mías y lloré por ellos hasta noviembre del dos mil dos. Sé de las arrugas que vestirán las manos de los arqueólogos el siete de junio del año dos mil veintitrés, la fecha en la que encontrarán este escrito y mis estudios de biología, mis descubrimientos de física, mis bocetos, mis lienzos y mis análisis bíblicos y literarios. Sé que las gotas de sangre que se escaparán de mis muñecas formarán seis ríos minúsculos. Pero, sobre todas las cosas, estoy al tanto de que tendré ciento cuarenta y dos pestañas para mi último parpadeo.

TREINTA


Cautivo Carlos Chรกvez

He sido cautivado por una hermosa foto de carne y hueso.

TREINTAIUNO


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CARLOS CHÁVEZ- Carlos Chávez no es un compositor mexicano de principios de siglo. ZELTZIN ALVARADO - Niña monstruo, traductora y teacher. Fan de Lost. Estudió Ciencias del Lenguaje con acentuación en Traducción e Interpretación en la Facultad de Filosofía y Letras de la UANL y antes de eso, la prepa. Le gusta Shakespeare. Abusa de los diminutivos y es tímida. ALEJANDRA ARÉVALO - Nació en Monterrey. De chiquita aprendió a volar y desde entonces lo hace cada cuando, sin seguir las reglas de restricción en turno (al contrario de lo que cuenta el poeta). Todo el tiempo ha pensado que si no fuera por la terrible tarea de estudiar, trabajar, ser responsable, cargar con credencial de elector, etc. la gente diría que es una simple y aburrida niña que juega a ser adulto. Erróneamente trata de corregirse todo el tiempo (como si eso fuera a salvarla) y también corrige a sus alumnos. Profesora, como se habrán dado cuenta, piensa que la educación es la salvación y es el camino, también la Literatura, la música, la cocina, la fotografía, los viajes y una que otra película de Woody Allen. También es correctora de estilo, pero siempre ha tenido un pésimo gusto para la moda. RODRIGO VALENCIA COTERA -Es un tipillo de rastas que vaga por los pasillos del Tec. Estudia IME en noveno semestre. Le gusta mucho leer y cuando se inspira escribe. EL GATO RARO. CINDY TERESA - Escribe (ocasionalmente) poemas y cuentos y se rehúsa (hasta ahora) a hacer un blog. Si alguna vez hace uno (o no), Puño y Letra será la primera en enterarse. FERNANDO CANTÚ - Estudia Licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas. Hombre eminentemente ocioso, de pensamientos pragmáticos y gustos sencillos, dedica sus esfuerzos diarios al amor, la amistad, el autoconocimiento y el bien. SONIA DÍAZ GAMBOA- Estudiante de Lengua y Literatura Hispánicas. Gusta de la compañía de los gatos, en especial del gato Galleta.

JESÚS LEOS RODARTE - Su obra se concentra en diferentes medios en los que destacan la danza, la narrativa, el dibujo, el video, y la fotografía. Es estudiante de Licenciatura en Lenguajes Audiovisuales por la UANL, miembro fundador y coreógrafo de Colectivo La Aurora. IVAN TREJO. ATENEA CRUZ - 1984, Durango, Dgo., Poeta diletante y narradora ocasional. Ha asistido a un sinfín de seminarios y talleres literarios de los cuales podría desprenderse la publicación de dos libros de cuentos (Crónicas de la desolación, 2002; La Soledad es una puta, 2005) y tres poemarios (Del amor y otras enfermedades venéreas, 2002; Metodología del olvido, 2004; Diario de una mujer de ojos grises, 2009), o una marcada tendencia a las várices en las piernas, gracias al exceso de horas-nalga. Ha tratado de vivir de la escritura siendo becaria en tres ocasiones del fondo para la artes de Durango, pero no le funcionó. También ha ganado algunos certámenes literarios con premios en efectivo de poca monta. Promotora férrea de la lectura por placer y licenciada en Letras por la Universidad Autónoma de Zacatecas, espera que algún día el verano deje de parecerle lo más deprimente del mundo. AMELIA GOMARIS - La verdadera identidad de Amelia Gomaris es desconocida. Lo único que se ha comprobado sobre su paradero es su residencia en el Centro de Psiquiatría del Puerto, al que llegó el 12 de noviembre de 2010. JOSÉ ALBERTO BENAVIDES VÁZQUEZ Nació el 9 de agosto de 1987 en Monterrey, Nuevo León, actualmente estudia Filosofía y Humanidades en la Facultad de Filosofía y Letras de la UANL. (http://literalgo.blogspot. com, http://filosofalgo.blogspot.com) NANCY G. TAMEZ- Laura Nancy Guerra Tamez tiene 17 años y cursa bachilleres. Sus influencias son F. Dostoievsky, A. Chekhov y C. Fuentes. Lleva una vida tranquila y una mente necia. ZOELEDÁ- “Que no sé del dolor, que triunfé en el amor y que nunca he llorado... “ MARIANA HERNÁNDEZ.

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