PUÑO Y LETRA REVISTA LITERARIA
ÍNDICE DE CONTENIDOS
NOTA DEL EDITOR
RELATO BREVE (SIN TÍTULO)
DOS
LAS PUERTAS DE LA MUERTE PESADO SILENCIO ANECDÓTICO
TRES
CUENTO EL ASIENTO TRASERO
CUATRO
GUÍA PRÁCTICA (...)
SEIS
LO QUE DIJO TU CAMA
OCHO
Y AHORA ME PASO (...)
DIEZ
ZONA SIN CAMPO
TRECE
POESÍA A LA ORILLA
DIECISÉIS
ES QUE HOY NO SOY YO
DIECISIETE
A VECES
DIECIOCHO
LA HORA INEXACTA
DIECINUEVE
MUJER KÓZMICA
VEINTIUNO
ÍNDICE DE AUTORES
EL TECNOLÓGICO DE MONTERREY Y EL EQUIPO EDITORIAL DE PUÑO Y LETRA NO SE HACE RESPONSABLE DE LAS OPINIONES EXPRESADAS POR LOS AUTORES AQUÍ PUBLICADOS.
Presentamos el último número del semestre y estamos muy orgullosos de que nuestro proyecto haya hecho eco en otros campus como Hidalgo y Chihuahua. Puño y Letra sigue creciendo y consolidándose. Agradecemos a todos los que nos han apoyado, especialmente a los que nos comparten sus trabajos. Despedimos, pues, este semestre con la satisfacción de haber arrancado con la revista, esperando que siga creciendo como lo ha hecho hasta ahora. COLABORADORES EDITOR FRANCISCO PIÑÓN CO-EDITOR KARLA GAYTÁN ILUSTRACIÓNES BRENDA CORTÉS ALEJANDRA DE LA FUENTE JOHANA BRUBECK DISEÑO EDITORIAL BRENDA CORTÉS NELDA OCHOA REVISIÓN DE TEXTOS CINDY PEÑA FERNANDO CANTÚ DAMIÁN PACHECO
r e l a t o b r e v e
(Sin Título) Rodolfo Román Se abre la escena y la imagen negra poco a poco se convierte en un barrote. Así aparece otro y algunos más. No logró ver nada, mas se identificó como el protagonista de dicho cuadro. No sentía hambre ni frío, mucho menos logró recordar su vestimenta. Estaba solo y no reconocía atmósfera alguna, no lograba percibir incluso el peso de su propio cuerpo. No se movía, pero creía sentir el dolor de aquella imagen eterna y vacía. No sabía si estaba dentro o fuera. Creía desear y al mismo tiempo, el recuerdo –inexistente- no logró alimentar el deseo. Decidió recordar y profuso fue su esfuerzo no exitoso. No podemos hablar de que aquél individuo percibió la soledad, pues no la conocía. En el momento en el que se sintió apto para dar, apareció la silueta de un hombre y luego la de una mujer. Quiso hablarles y no supo cómo. Se fueron esas y volvieron otras. Lloró y no fue escuchado. Hubiera deseado saber escribir, pero nadie podía asegurarle que aquellas siluetas gozaran de posesión de ojos. Entonces, poco a poco, la nada se convirtió en cuatro barrotes y luego en un par. Posteriormente pasó de ser uno a ser una mancha negra.
Las puertas de la muerte Bruno Ríos El olor a muerte invadía los rincones. La funeraria número seis asolaba al pueblo con su presencia. Nunca me atreví a entrar hasta que tuve que hacerlo. No sentía miedo, sino curiosidad con una pizca de negrura. Mi mente decía Eres un morboso, pero yo no lo sentía así. Me acerqué a la puerta con la esperanza de ver lo que quería. No lo vi. La funeraria se encontraba vacía en plena tarde. Yo me imaginaba las almas que rondaban sus paredes derruidas, asechando a cualquier espectador indeseable. Quizá la muerte misma pudo haber espantado a los de fuera, los que no tratan con ella a diario. La vida se acaba en esa puerta, pensé cuando vi los grandes portones de hierro que me separaban de lo desconocido. Entré, aun por curiosidad. El cuerpo de la mujer estaba abierto desde la garganta hasta el vientre y era vaciado. Sentí una mano detrás y pegué un brinco. Qué haces aquí muchacho. Estoy curioseando, contesté levemente mientras veía los ojos fríos del embalsamador. Quieres ver verdad. Sí, me gustaría. El hombre siguió con su trabajo sacando los órganos blandos y drenando la sangre. No podía parpadear. La imagen penetró hasta lo más profundo. La muerte, a mi lado, sentada con sus ojos tristes, me miraba. Eres el primero que no corre, dijo el hombre al terminar. Yo seguía atónito viendo a la muerte. Ambos tomaron mi hombro y dijeron al unísono: ¿Quieres trabajo?
DOS
Pesado Silencio Anecdótico Luis Andrès Canedo Dedicado a Daniela Gabela y Eduardo Calla
La conversación se queda atorada en mi garganta. Yo, asfixiándome por la elocuencia que tengo atorada en mi campanilla. Ella, ojos negros frente a mi, se incomoda: no es un espectáculo agradable este silencio y yo tratando de sacar la conversación como si fuera un conejito blanco. Me sofoca la garganta. Ya con la desesperación de no poder tragarla con la saliva que se acumula como una presa en mi boca, decido sacar la conversación a la fuerza, meto el puño a mi boca y con la punta de mis uñas la tomo del cuello, y la jalo de un tirón al exterior. Ensalivada, demacrada por su percance, demasiado agotada ya para cumplir su propósito, sólo balbucea un par de preguntas tontas que no rompen el hielo y se desmaya como una esponja húmeda sobre la mesa, dejando otra vez ese pesado silencio anecdótico.
TRES
c u e n t o
El asiento trasero Mauro Gallardo Estoy sentado en el asiento trasero del auto, es una tarde normal de un día normal, veo como fondo los postes pasar en un permanente deja vú, que solo es interrumpido por el paso en el horizonte de alguna montaña. Me gustan estos autos viejos. Aunque son mas ruidosos, ciertamente son mucho más espaciosos en sus asientos traseros. Ni siquiera he prestado atención a quién es el encargado de conducir en esta ocasión, sólo sé que yo fui el último y que estaba cansado, por eso pedí cambiarme al asiento de atrás, porque quería recostarme un momento y también porque esperaba que tu también te quedaras en el asiento de atrás y pudiéramos observarnos un poco más. Desde que subiste al auto he intentado plantar mi mirada sobre ti, pero no es tan sencillo cuando uno tiene la obligación de fijarla en el camino y en los instrumentos detrás del volante. No obstante, aquí, en el asiento trasero contigo, puedo fijar, sin problemas, la mirada todo el tiempo sobre ti. Estás recargada en la puerta, con las piernas estiradas sobre el asiento. Puedo ver tus pies desnudos, a mí también me encanta estar descalzo, ¿será que mis pies se sienten presos dentro de cualquier par de zapatos? ¿O será que me gusta verlos y poder mover libremente mis dedos? No lo sé, lo que si sé es que en cuanto subí al auto he quedado descalzo, lamentablemente, mis pies se ven intimidados por la belleza de los tuyos, pero bueno, ¿qué se le va a hacer? Es obvio que los pies de mujer son mucho más bellos y delicados que mis defectuosas extremidades. No importa por qué, pero has sonreído al verme descalzo y sin decir una palabra has recogido tus pies, que ocupaban más allá de la mitad que legalmente es considerada ahora mía, como haciendo una invitación a que, al igual que tú, me recargue en la puerta y me ponga en la misma posición que tienes. Poco a poco voy acercando mis pies hacia los tuyos, llego a la frontera imaginaria que existe justo a la mitad del asiento, demarcada por las costuras sobre la tapicería de piel. Tú, atentamente observas mis movimientos y justo en el momento en el que cruzo la línea divisoria, tu cara refleja una actitud de asombro ofendido y, esbozando una sonrisa, acercas violentamente tus pies hacia los míos intentando que emprenda la retirada de tu territorio hacia la mitad que por derecho me pertenece, no lo hago, he decidido conquistar tu mitad. Puede ser que tus pies sean más bellos y que tengas un par de piernas que me distraen pero ciertamente mis pies son más fuertes que los tuyos. Tus pantalones cortos de pronto me dejan ver tu ropa interior y me quedo paralizado, siento un piquete justo un centímetro debajo del ombligo, creo que es para que ponga atención en la prenda que tu posición ha develado. En toda tu inocencia aprovechas
CUATRO
EL ASIENTO TRASERO
que me he quedado atónito y me atacas empujando mis pies al interior de mi territorio, devuelvo el ataque de igual manera, sin embargo, puedo notar cómo el apoyarte en la puerta del auto te ayuda, así que hago lo mismo. Puedo ver como la tarde normal y el constante deja vú de los postes, ahora se han transformado en un atardecer muy particular. Entre la lucha contigo y las miradas que cruzamos, me doy tiempo para observar las miles de tonalidades rosas que el cielo despliega, ¡y yo que creí que el cielo era azul! ¿O será que tú cambias el color de las cosas? Me encanta ver tu sonrisa, lo que más me gusta de todo esto es pensar que tan solo hemos cruzado un par de palabras, nuestros nombres acompañados de sonrisas y saludos. Tú sigues aventando mis pies con los tuyos y yo apoyándome en la puerta detengo tu avance y gano un poco del territorio perdido. He conseguido llegar a la costura fronteriza, de pronto un fuerte ruido en el exterior hace que todo el auto se cimbre. Al parecer, quien conduce ha metido una llanta en un bache, todo sucede en un segundo, volteo hacia a ti, veo tu sonrisa desvanecerse y siento cómo me quedo sin apoyo, la puerta en la que estaba recargado se ha abierto, tus pies ahora me empujan hacia el pavimento caliente. Ojalá que todos pudieran saber que lo último que veo es ese cielo con miles de tonos rosados, con las nubes con ese aspecto de algodón, lo último que escucho son tus gritos que ahora suceden a tus risas inocentes, que se han vuelto eternas para mí. Lo último que siento es tu mano intentando tomar mi pie. Todo pasa tan rápido que no me da mucho tiempo para pensar en mi vida ¿será que he vivido lo suficiente como para vivirlo todo? Veo por última vez esos tonos rosados y después, nada.
EL ASIENTO TRASERO
CINCO
Guía práctica para la infidelidad femenina Ricardo García Deterioro La noche de caricias que no me das, el único roce es el de tu espalda contra la mía. Me quedo sola en un lecho que ya no es el nuestro, sino tuyo o mío. Qué piensas de mí, quiero saber. Dime si soy sólo una acompañante o si se te antoja algo más. Te me acercas en la penumbra, me tocas, te acurrucas y espero nos arriesguemos a más, pero no se da. Tal vez las brasas están extintas y ahora nos tiznan la fachada, por eso estamos tan desgastados. Apetito Quiero engatusar las miradas, hallarme alta entre la multitud. Tanta gente nueva por tratar. Sé que fuera de ti hay más. Uso tacones, vestidos de noche. La luna destaca mis ojos claros. Ansío. No sé si lo sabes, si me escuchaste salir de tu cama o si oliste mi perfume nuevo. Engaño Contigo no estoy sola. Floreo nuevamente, femenina, suave. Mi cara limpia permite apreciar mi sonrisa. Tú, tan atento; muchos mimos contigo. Sólo quiero que me platiques (tu mano en mi pecho, sentirla bajando por mis caderas) cuáles rumbos erraste. Alguna vez me soñaste. Pero no me digas si has amado. No me quieras y te prometo que yo tampoco lo haré. Satisfacción Un torrente de agua clara brota del suelo con una viveza inesperada. Me empapa y refresca mi garganta seca. Alzo los brazos y recibo el obsequio con deleite. El líquido se precipita hacia mí, concediéndome bienestar. En un momento, el borbotear termina con la misma celeridad con la que empezó. Inquieta, aguardo que el hueco que la explosión dejó en la tierra no cause mayor percance. -¿Qué soy para ti? Si soy un estorbo, me iré para no molestarte. Di algo. -No me importa lo que pasó. Eres mi esposa. Te amo.
SEIS
GUÍA PRÁCTICA PARA LA INFIDELIDAD FEMENINA
-Ah, me amas porque soy tu esposa. Si quieres dejo de serlo. Me puedo ir de nuevo, no necesito nada. Puedo vivir sola. No necesito a nadie. -Te amo porque eres tú. Me tomas de la mano y regresa la alegría. No estaba segura si me aceptarías. No me preguntaste dónde ni con quién había estado, no me dijiste nada hasta ahora. ¡Tonta! No sé qué pensaba. Claro que me ama, es mi esposo. Aquí siempre he tenido todo lo que necesito, tengo una vida, tengo constancia. Me siento segura. Ya no estamos, ni yo ni él, para andar buscando a quién querer. La luz que se filtra por entre las cortinas provee un tono claroscuro naranja a la escena de un hombre sentado en la cama de un cuarto de hotel. Sin camisa, su cuerpo todavía retiene el calor de las sábanas producto del desfogue nocturno. Sus palmas contra su frente y sus codos en sus rodillas, cabeza baja pensativa. Prometí no volverlo a hacer, pero no lo pude evitar. Recuerdo tu fragancia nueva de la que se ha impregnado mi cuarto y me pregunto, patético, si regresarás el próximo mes. Creo estar haciendo méritos, hoy lo pensaste dos veces antes de huir. Me vuelvo bueno en esto, cada vez duele menos amanecer sin ti.
GUÍA PRÁCTICA PARA LA INFIDELIDAD FEMENINA
SIETE
Lo que Dijo Tu Cama Andrea Lang
Las sabanas se sentían frías debajo de mis manos, él temblaba. La cama giraba a veces, otras veces se quedaba quieta y me dejaba sentarme a tu lado. Volaba por rincones del mundo y se ocultaba detrás de la plica de una corchea. A veces esperaba a que despertaras, otras veces comenzaba a bailar sin ti. Yo fui testigo. Era la cama la que me invitaba a la fiesta en donde tus manos ya no sabían que decir y tu pelo se embriagaba sin medida. Me metí en la noche, me acosté en las horas que pasé de arriba a abajo sin atreverme a hacer lo que hizo ella sin pensar. Me escondí en el humo y me mezclé con las paredes que gritaban tanto que temí que te fueran a despertar, a ti y a la chica que dormía a tu lado. Lo lograron, tal vez fueron las paredes o tal vez fue mi cabeza que lloraba desesperadamente buscando el pedazo de pulmón que se me había caído en algún lugar del baño y que encontré cuando por fin bajaste las escaleras. No creo que recuerdes nada, pero ahí seguía la cama expectante, mientras tus ojos jugaban con el piso, mientras tus piernas buscaban un lugar oscuro en el cual estar a solas con la silla. Recogí dos botellas más antes de que tu risa hueca me anunciara que algo estaba mal contigo. Nunca supe qué fue, tal vez por no opacar el recuerdo de tus labios contra mi mejilla o tal vez fue porque en verdad quise creer que tu malestar no iba más allá del estar alcoholizado ¿De qué otra forma ibas a besarme? A veces, cuando recuerdo esa noche, me imagino todo lo que tu cama te hizo confesar cuando la casa se quedó vacía, después de jugar apostando tragos baratos debió haber sido fácil. Desde la sala la escuchaba temblar esperando el momento en que estuvieran a solas. “Yo nunca he...” supongo que se divirtió viéndote tomar el resto de la noche. Pensaste en ella y en las personas que amaste, las que no pudiste amar y las que no te amaron de vuelta. Te inundaste de recuerdos, te ahogabas entre lágrimas y alcohol etílico. La cama fue tu hombro, yo sólo fui testigo. Esa noche dormí en la última letra de tu nombre partiéndome la cabeza por encontrar una forma de ganarle a la mujer que vive en tus fantasías, de hacer que tus ojos brillen de la forma en la que lo hacen cuando pasa aquella mujer por tu casa. Esa noche pensé en ti. Esa noche, la noche que siguió a esa y todas las demás. Todas se rieron de mí en mi cara porque, mientras yo te deseaba a lo estúpido, pensaste en todos menos en mí. Alguna vez alguien me dijo que el amor no valía la pena. Ayer me levanté en una cama que no era la tuya, medio desnuda recogí con cuidado los restos de alcohol que quedaban en mi mente y los puse en la basura, intenté juntar mis pedazos y retocar mi dignidad. No tengo que decirte lo imposible que resultó, con tu cuerpo derramándose en un sillón de la sala no pude hacer otra cosa que divagar entre las paredes y los restos de colillas de cigarros que se acumulaban en los rincones de un piso demasiado liso.
OCHO
LO QUE DIJO TU CAMA
No lo vuelvo a hacer, me lo he dicho tantas veces pero esta vez pretendo que sea la última. Ese día tu cama no me advirtió nada, te fuiste con la chica delgada y me dejaste gritando tu nombre mil veces a la noche. Sólo quería que tomaras mi mano y me devolvieras algo de la vida que te di. Pero no fue así, no fue un cuento mágico, ni siquiera hubo un desarrollo, ni un comienzo ni un desenlace, fuimos tu cama y yo peleando a muerte por un papel que no nos correspondía a ninguna de las dos. Fue un chiste obsceno el pensar que alguna vez pude creer que tenía una oportunidad a tu lado, que podría cuidar los rizos de tu pelo y aliviar tu dolor de cabeza. Tu cama me odió por eso y yo la odié de vuelta, ambas lo olvidamos el día en que tus manos tomaron las de ella. A veces podía entenderte, me tomó tiempo comprender que realmente no era necesario, no dijiste nada porque todo estaba dicho o, quizás, ya no había nada que decir. Ahora tu cama y yo nos llevamos bien. Me habla de ti cuando hace frío, me cuenta de tu música, de tu cuarto y de la vida antes de conocerte. Siempre viví contigo, hoy todavía no te das cuenta. Dijiste que yo nunca sería suficiente, pero ya no quiero nada que tú no me puedas dar. La gente duele y el amor no vale la pena, ahora lo sé, sé que no es justo que tu pánico lo calmen las sabanas mientras yo estoy sentada a tu lado. Cuando estás triste es cuando me doy cuenta que la vida está torcida, que el mundo es una hora y yo soy un fantasma porque no importa cuánto te ame, ni cuánto te espere, siempre vas a decirme que te sientes solo.
LO QUE DIJO TU CAMA
NUEVE
Y ahora me paso las noches mirando al cielo... Raul Fernando Perez Lira A Sandra Corral, que inspiró este relato (y que quiero mucho) Cuando yo era una niña pequeña tenía un tío que volaba. Él no tenía un avión, ni alas, ni mucho menos una aureola, pero todas las noches, poco después de las diez, comenzaba a elevarse y surcaba los cielos, con una naturalidad y confianza que sólo obtuvo tras noches de imitar el vuelo de las aves nocturnas que fueron sus compañeras. Mi abuelo me contó que su hijo empezó a desafiar las leyes de la gravedad a los pocos meses de edad, durante una noche como cualquier otra en la que se levantó de la cuna flotando. Sus padres, mis abuelos, bíblicamente consternados, no supieron cómo actuar correctamente, pues en las pláticas educativas para padres nunca se les había hablado sobre niños voladores. Mis abuelos no pudieron acercársele ni voltear a ver a su hijo durante las noches, pues tenían miedo de que pudieran provocarle una mala reacción, como cuando despiertas a un sonámbulo. No fue sino hasta después de un par de semanas que mi abuela, valiente y fuerte como cualquier mujer criada en un pueblo pequeño, decidió aceptar a su hijo tal y como era; le perdió el miedo, y lo ató a la cuna con un pedazo de ixtle para que ya no estuviera llenando el techo de pequeñas huellas negras. Después de un par de meses, en los que mi tío tomó confianza en los aires y aprendió a volar correctamente, le dejaron de amarrar para que pudiera disfrutar de su don tan único. Fue así como aprendió primero a maniobrar por los aires que a caminar, lo que de hecho nunca se le dio tan bien. Había tenido muy poco contacto con él hasta que, por motivos de salud y seguridad, se hospedó en nuestra casa por un par de meses. Sucedió que un día, el médico familiar tocó a nuestra puerta y dijo a mis padres que mi tío necesitaba un lugar dónde quedarse, pues se había estado lastimando en los aterrizajes y alguien tenía que cuidar de él por un tiempo. Como mi tío sólo podía volar de noche, tenía que dormir durante el día, para así no quedarse dormido en el aire y accidentarse. Desafortunadamente, desde hacía tres semanas que habían estado construyendo un edificio muy cerca de su casa, y los ruidos de máquinas y herramientas de trabajo le hacían imposible continuar con su rutina. Entonces sucedía que mientras volaba, mi tío sucumbía a los brazos de Morfeo, quien nunca lo llegó a atrapar, y así se golpeaba fuertemente contra el suelo. Cuando llegó a nuestra casa, estaba vendado de la cabeza, y tenía un brazo y un pie rotos. No traía consigo muchas pertenencias, sólo una modesta maleta medio llena con su ropa, una almohada y un casco. No teníamos habitaciones libres, así que compartió habitación con mi hermano.
DIEZ
Y AHORA ME PASO LAS NOCHES MIRANDO AL CIELO...
Todas las mañanas, que mi hermano y yo nos despertábamos para ir a la escuela, mi tío apenas había aterrizado. Convivíamos todos en el desayuno y cuando terminábamos, él se iba a dormir. Cuando llegábamos de la escuela, la familia entera volvía a sentarse junta durante la cena, y nos quedábamos al menos una hora de sobremesa a hablar sobre los eventos y ocurrencias del día. Después mi tío redactaba la columna que escribía para el periódico local, la cual llevaba el nombre de “El hombre polilla”. En ella solía relatar experiencias y sucesos que ocurrían mientras se encontraba en su misterio volador, pero en el momento sólo escribía reflexiones sobre sus viajes pasados. Cerca del cuarto para las diez de la noche, nuestros padres nos mandaban a mi hermano y a mí a dormir a nuestros cuartos, justo antes de que mi tío se despidiera de la gravedad. Luego cerraban puertas y ventanas, para que no saliera volando de la casa, pues aunque estaba en muy malas condiciones para volar al aire libre, terco, siempre intentaba salir. Viéndolo en retrospectiva, esto fue como quemarle los pies a un corredor, cortarle las alas a un ave o quitarle el arco a un violinista. Poco a poco mi tío fue decayendo, física y emocionalmente. Ya no comía lo que antes, y su rostro, que solía ser un estandarte de felicidad y libertad incondicional, ahora denotaba una creciente depresión y desesperanza que incomodaba a la hora de estar juntos en la mesa. Mis padres me tenían prohibido ver volar a mi tío, pero de vez en cuando abría un poco la puerta de mi cuarto y me asomaba a la sala, donde estaba él probando todos sus estilos de vuelo. Daba vueltas en el aire: hacia adelante y hacia atrás, hacia la izquierda y hacia la derecha. Movía los brazos para equilibrarse e impulsarse, así como para tomar comida de la cocina mientras hacía piruetas. Yo le tenía envidia, así como muchos otros que queríamos sentir esa libertad, esa levedad, esa ausencia de ataduras. Yo también quería volar y aprender a dar maromas en el aire, cruzar ríos y montañas, rozar las copas de los árboles, decir hola a las aves en vuelo frente a frente y atravesar de las suaves nubes dando giros felizmente. Yo no podía hacer nada de eso. Entonces, ¿por qué tenía mi tío que privarse de todos esos caprichosos lujos sobrehumanos, si era tan capaz de llevarlos a cabo? ¿Por qué tenía mi tío que quedarse encerrado en mi pequeño hogar pudiendo cruzar las desconsideradas fronteras y conocer los paisajes más vírgenes y envidiados? Muchas veces estuve tentada a liberarlo. Muchas veces quise robarme la llave de su privada libertad. Muchas veces quise quebrar las frágiles ventanas que dejaban ver las tentaciones prohibidas a mi tío. Tan cerca estuve, tan tentada estuve. Mas nunca lo hice. Después de unos meses de hospedar –encerrar– a mi tío, no lo vi cuando fui a desayunar para ir a la escuela. Mis padres no dijeron ni una sola palabra al estar masticando pan tostado y tomando café local. Ambos estaban muy distraídos y, sentados, veían un solo punto fijo en la mesa. Sólo murmuraron un “que les vaya bonito” cuando mi hermano y yo nos levantamos de nuestros asientos y salimos para la escuela sin haber tocado el desayuno. Después de haber caminado unos cuantos metros, volví la vista hacia la casa, desde donde mi madre nos miraba como si no fuéramos a volvernos a ver nunca.
Y AHORA ME LA PASO LAS NOCHES MIRANDO AL CIELO...
ONCE
El día escolar corrió normal. Los mismos compañeros haciendo las mismas monerías de siempre. La misma maestra recitando de memoria su clase de todos los años. La misma campana que suena puntualmente a la misma hora de todos los días. Pasé todo el día mirando al cielo, anhelando poder ser como mi tío y recorrer esos inspiradores caminos no trazados. Al llegar a mi casa, mis padres estaban sentados en la sala, con el mismo rostro inanimado con el que habían amanecido, y las mismas ganas de levantar la mirada que habían hecho falta durante el desayuno. Mi hermano se fue directo a su cuarto, pero yo quise sentarme con mis padres a resolver la duda que había martillado mi consciencia durante el día. – ¿Qué pasó con mi tío? – le pregunté a mis padres. Y así fue como, de los labios de mi madre, obtuve la respuesta más confusa, ambigua, encontrada, irreconciliable, tajante e insuficiente que he recibido: Tu tío se fue al cielo, mi vida.
DOCE
Y AHORA ME PASO LAS NOCHES MIRANDO AL CIELO...
Zona sin campo Antonio Sanferd La ventaja de las emociones es que nos llevan por mal camino, y la ventaja de la ciencia es que no es emocional. - Oscar Wilde La agobiante ventisca sacudía todo lo alcanzable, como cuento de hadas, como lastre flotante formando profundidades pálidas. Hoyos en el bosque cubiertos de ceniza blanca. Árboles diciéndolo todo, sin hojas, sin elocuencia ni imagen; tronidos del vendaval sin color, sólo visiones que la nieve cubre borrando los tonos del paisaje, troncos y ramas vestían de somnolencia blanca. Blanco sobre blanco, sin luz, sin sabor. Cuán deleznable es la existencia, si es que algo existe. A lo lejos, las figuras se desvanecían, mordían el polvo convertido en nieve. El corcel blanco de la melancolía hacía perezoso el paso del tren a través del dolorido bosque, sin fruto de lo que fue; almas sin fuerza doblegadas por la tempestad hurgando en las profundidades, tragando todo a su paso. El tren vestía con atuendo incoloro y áspero, cada puerta y toldo, cada bisagra, cada tornillo. Aun el silencio era de blanco recalcitrante. Los ayes, el sufrimiento: todo vestía con palabras mudas en hojas de papel níveas disfrazadas con tinta desabrida. Cada fisura en cada pensamiento, también, de incoherente fulgor vestía. La alineación de los vagones del tren seguía una métrica absoluta, una horizontal haciendo huecos en la tormenta como para guardar el tinte de su hábito, paralelismo cimentado en la bóveda celeste. La batalla del cimiento nevado continuó, inmisericorde, aplastando las palabras y los pensamientos en las suertes de los yertos y parcos jinetes de la tristeza. Parcos ayeres de los desenfrenados; los embudos tragaban todo y escupían lo que no les apetecía, lo que no les corresponde desde el inicio de los vientos impetuosos. En una caverna que semejaba un laboratorio científico, pintado de la tonalidad desequilibrante, un profesor cumplía con su parte. Enseñaba a mentes vestidas del placer de blancura trillada cómo se forjaban cristales parecidos a agujas finas; compuestos sintetizados formando estructuras cristalinas condensadas en paredes vidriadas que sólo en esos lugares se pueden sembrar y concebir. Interior y exterior, científicos y glorias de soberana blancura. Las glorias encerradas en marcos sin sombras, imagen sin luz, blanco con refracción anulada. Interior y exterior cimentando caudales sin campo físico; toda conectividad científica anulada por cascadas de sacudidas nevadas en donde, incluso, el viento gritaba sin tonos.
ZONA SIN CAMPO
TRECE
Los torbellinos sepultándolo todo, bosque y soberanía deleznables transformados en luces e incrustaciones de tal bravura blanca que todo hacía sucumbir. Lo negro era tragado por los hoyos blancos haciendo las paces con la alineación del tren; cada vagón era consecuencia de otro, uno a uno de los sueños compartidos en la tierra del olvido en una sucesión de eventos de fondo matando a los siete colgados del arco porque no había prismas ni placeres encontrados; arco iris matricial minado en la nada. Los campos sin imagen soñando en ser reversibles; imágenes sin campo soñando en zona muerta. Ángulos y metricidades sucumbían en la hueste de copos pelusientos que la tormenta desdibujaba a placer. Planeando similitudes y desdibujando los supuestos del ayer que vendrá. Cielo y consorte terrestre firmaban contratos con tinta blanca en la planicie festonada a galope con famélica empuñadura. Bieldas empotradas a las nubes rasgando los tapetes vestidos de novia. Los vientos hacían plañir la monotonía de las visiones cuyos gritos eran mortajas de sustancia degradada disuelta en su propio sinsabor. Una puerta desdibujada por la tormenta se abrió hacia la conectividad de los triates, únicos vivientes de vestimentas fraternales, palabras vibratorias con puntos coloridos. La habitación en donde convergían era hogareña: cada cuadro tejía la paz interna y externa. Cada interior vivía en el exterior; cada exterior florecía desde el interior de los vivientes en la habitación. El lado de la puerta que la cubría era de un color café exquisito y una franja de cristal en la parte superior hacía ver el ilusorio florilegio abatiendo el electromagnetismo de las geometrías sin teñir ocupando un espacio; el lado que soportaba la tormenta exterior casi sucumbía. La lucidez del ambiente en la habitación hizo tejer cada listón de lo inexpresivo, prístino, admirable, diáfano placer; la inercia sucumbió. Lo majestuoso, lo más alto de la casa inefable. Aquí los sonidos cantaban a la luz sin límite de la existencia. Afuera, volaban los cánticos disueltos: luz de la dejadez sin presencia, límite de las sombras de las pasiones sepultadas en los sueños sin morir, sólo imagen de la propia ilusión. Deja ya de adorarla, que no es lo relevante de la conciencia, parecía decir el silbato de la tormenta. Escalera sin objetivos de los sonidos del cascabel que el placer necesita; deja de acariciar lo muerto, la yesca; afán sin aliento de lo que no existe. Paredes sin fondo, piso en agonía. Luz de los dominios, déjala, ya que no es cortesana ni distancia, parloteaban los gritos de la perturbación sin eco porque hasta a él la nieve lo cubría. La barca en el mar de la espuma sin matiz transportaba todo hacia el enclaustramiento, hacia el torbellino de la pulcritud falaz en niveles clepsidrales. Y la habitación seguía alumbrando a los nacidos que hurgan en los lugares de los conocimientos paralelos tejidos en escalera. Los cantos estelares hicieron resonar la estela única de las medidas, de los resplandores: Simpatizar con compañeros de clase y acudir a las salas del juego en los campos del ambiente con olor a ocaso. Atardecer de las fuentes de los colores que dan tonos de jardines. En los juegos de pelota se eligen a los más acordes a sus ideales, cada quien su costumbre e historia natal. Elegir siempre veredas afines en las puertas de los túneles de la costumbre.
CATORCE
ZONA SIN CAMPO
Las esferas acordaron ver lo vivido y desprenderse de las veredas fastidiosas. Rechazo cruel de caminos no vistos que hacen cerrar la puerta hacia otro color de la luz. Cada angostura formó una carretera, camino tras camino; historias cicladas cerraron los conos a los paisajes de otras luces en paralelo porque no eran vistas por su falta de color que el común ve. Otro paso a nuevos tonos y nitidez no cimentada se cerró. Tres y uno sentados bajo un árbol soñaron el color rechazado; vieron los arácnidos de múltiples tonalidades de color y telas cristalinas que la debilidad del sol y la humedad del ambiente hacían nacer… La cotidianeidad cerró otras fuentes, puertas que asomaban hacia las veredas ligadas a la imaginación, quizá resonancias de otras realidades.
ZONA SIN CAMPO
QUINCE
p o e s í a
A La Orilla S.G. Serrano
Y en verdad, ¿qué tan grande puede ser el secreto de que el mar hace las veces de mi guardarropa? Se abre, se cierra, se abre, entre cada espumeante hoja a veces esmeralda, a veces amatista. Dentro, trajes de lino y satín, sotana ardiente. Dentro, pliegue del oleaje, colapso, ergo, intempestuoso vómito. Fuera, no creo que lo haya. Revestimientos nuevos para decir el mismo mantra. Me convierto en pez de aire salado, floto un poco... Olvido que deriva en arrastre, pies fríos. Ese revuelque y revuelque que se resuelve en una aporía, en una orilla desvanecida e ignota el escape de la arena fina hacia la lágrima más profunda que conozco. ¿Acaso todo eso o todo aquello ayudaría a resolver la cristalización de una aún incomprendida orilla, de la cual resulta - después de tanto ajetreo una concha misteriosa e inmortal?
DIECISEIS
Esque hoy no soy yo Raul Fernando Perez Lira
Le tengo temor al amor, a tu tersa piel blanca que envuelve la embriaguez del tacto ajeno, a tus dedos que acarician a sus tercos semejantes extranjeros, a tus desmesurados deseos de clavarte sobre los hombros de un intruso inigualable. Me cayó pesada tu sal de mar, me la ofreciste justo en el momento más vulnerable de mi tesis, me apaciguaste el brote de una evidente y pérfida obsesión inasequible, sin que me importaran los efectos indisimulados de un tan obvio y traicionero remedio. Hoy no puedo ser yo, hoy quisiera ser otro que estuviera bajo el manto de tu endeble calidez, que te pudiera proteger de la violencia etílica sin perder la sensatez, que te acompañara en el deber de la mujer que florece entre calamidades y asperezas. Le tengo temor al amor, porque me ataca a la espalda, porque me rompe los dedos, porque mi vida se empalma.
DIECISIETE
A veces Angélica Rico
A veces quisiera volar, sentir la lluvia sobre mi piel, percibir el aroma del pasto recién cortado, y saber qué se siente ser humano. A veces quisiera creer en algo, pero no puedo. A veces siento que todo importa, y a veces, que nada cambia. A veces la vida es todo, y a veces, la vida es nada. A veces, la vida es hermosa, a veces, es un oscuro laberinto. A veces quisiera perderme en el abismo y a veces, quisiera tener hijos. A veces quisiera amar, y otras, quisiera odiar. A veces, la tristeza es pasajera, y a veces, la muerte es la mejor solución. A veces me da por llorar, a veces me da por reír, a veces quisiera correr, y a veces, quisiera bailar. A veces sueño, a veces lloro, a veces vivo, a veces siento, a veces tiemblo, y a veces, ni yo me entiendo.
DIECIOCHO
La hora inexacta Eduardo Parrilla
Los relojes que custodian la casa prefiguran un rictus sardónico. La inminente hazaña que trazan sus manecillas ora anda apresurada, ora cabalga desbalagada como el regodeo de las chinelas cuando mi sola brújula es el ocio. Si me apresto a escuchar el crónico tictac con el que sedan la intimidad del silencio, creo adivinar en el dictado imperturbable las luces parpadeantes del vilo planetario, las luchas inaprensibles de la humanidad, los cadáveres destrozados por las bombas. En el lapso de un minuto van revolviendo cuanto de indecible e inexorable se cierne: fiestas, hambrunas, epidemias, heroísmos, caricias, revoluciones, sobornos, aplausos. Y nada ni nadie detiene su férrea errancia, su incandescente teatro de luces y sombras.
DIECINUEVE
No tomo en serio esa falsificada luna llena esa loca bit谩cora de desastres y carcajadas, de arritmias en el estallido del hip贸dromo, y anemias acordonadas de cruces y ascuas. Por un instante es imperioso hacer un alto y abandonarnos al presente indeterminado. Es preciso hacer trizas todo lo enajenante: la costumbre de apechugar en lo mediocre, la iniquidad de amasar fortuna masacrando, la c贸mplice hipocres铆a de las simulaciones, la insaciable voracidad de la intemperancia, la impertinencia de apostarle a la eternidad.
VEINTE
Mujer Kózmica Carlos M. Talavera (I) Solamente hasta levantar la voz
como el pensamiento que se desgarra
aceptar la hipnosis del mar
acariciando cada hebra en el carrete
de los árboles en otoño danzantes
escuchando mi mano palpitar
de los conejos en la ola
intentando tocar su fragancia
ninguna como la flor árabe
olor a miles de constelaciones
como la rosa exótica
en infinita armonía
que mira hacia el agua
sólo mi mujer cósmica.
que con el fuego se va de silencio gris llega vestida de morado festín, según el cielo a otros mundos aspirando en cátaros de barro en el firmamento todos los días y cada segundo de su mano en una danza nuestros brazos llamas cenizas a nuestros pies sin nada más que ver sin nada más que ser cenizas a nuestros pies sin nada más que ver sin nada más que ser sólo hasta haber aceptado la visión quien caminó no era alucinación ilusión celeste entre la nada el aplauso del coloso en papel
VEINTIUNO
ÍNDICE DE AUTORES
LUIS ANDRÉS CANEDO. MAURO GALLARDO Humano de Yoko, su perra. Más lector que escritor, admirador de Dylan, Picasso y Bukowski. Autodidacta, dueño de varios cuentos cortos privados, trabaja en su primera novela. Tiene el oficio de esperar desde hace casi dos años. RiCARDO GARCÍA Estudiante de mecatrónica y escritor aficionado. Es amante de los micro relatos, la literatura de las grandes urbes, los robots futuristas y así. ANDREA LANG Ferviente admiradora de Carl Sagan, dejó sus estudios en la Universidad de Wildgeese para dedicarse a su verdadero talento: el espionaje. Trabajó durante tres años en numerosas agencias internacionales, terreno en el que llegó a conocerse bajo el nombre de Carmen San Diego, sus habilidades fueron altamente reconocidas en el anonimato, nadie nunca supo dónde estaba. Después de un tiempo se aburrió como acostumbra a aburrirse de todo y ahora estudia Literatura bajo la nueva identidad que le ha sido otorgada por el Departamento de protección a testigos: una niña adolescente. RAÚL FERNANDO PÉREZ LIRA Es un estudiante de primer año de Comunicación que tiene un amor por las letras y la música. Es escritor, músico y fotógrafo aficionado, y tiene una adicción al café y el internet. ANGÉLICA RICO Estudiante de segundo semestre de la carrera de Lengua y Literatura Hispánicas en el ITESM Campus Monterrey, le gusta leer literatura antigua y moderna, escribir cuentos y poemas con reflexiones sobre la vida. Angélica también es autora de la novela “Nubes rosas”, la cual escribió para la clase de creación literaria del Dr. Felipe Montes. Su plan próximo es escribir otra novela y que ésta se publique en alguna editorial, y uno de sueños es que una de sus historias sea llevada a la pantalla grande.
BRUNO RÍOS MARTÍNEZ DE CASTRO (1988, Hermosillo), Estudiante de LLE en el ITESM Campus Monterrey. Ha ganado diversos concursos nacionales como el Premio Nacional de Literatura para Jóvenes de CONACULTA y el XIV Certamen Internacional de Poesía y Narrativa Breve. Ha publicado en diversos medios como en prensa, en antologías y en publicaciones colectivas como la Río Grande Review de la UTEP, en EU. El presente texto está publicado en la antología Laberintos Encerados de Escritores de Sonora A.C. RODOLFO ROMÁN Originario de Uriangato, Guanajuato, cursa el segundo semestre de Medicina, pero no pierde el apego por la libertad que más ha llenado su vida: la palabra. - “Lo que yo pudiera expresar en palabras, se lo debo, antes que nada, a la voluntad de los grandes artistas que mantienen de pie a nuestro mundo, y a mi hermano, por haberme enseñado lo que conozco de la vida”-. ANTONIO SANFERD Está en el departamento de Química adscrito como profesor de cátedra; tiene doctorado en química y sus trabajos de investigación tienen que ver con la síntesis de polímeros con actividad óptica no lineal de segundo orden, así como la síntesis orgánica y su caracterización espectroscópica. CARLOS M. TALAVERA Mira al cielo por si puede ver esa estrella que hipnotiza, que mueve toda la bóveda con sólo parpadear. No logra dormir, no lo desea más… en todas las sombras, busca esa luz. Ya la conoce y también su nombre, por y gracias a ella brindará… así sueña.
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