Sillas

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P U Ñ O Y L E T R A R E V I S T A

L I T E R A R I A


N O . 7 L A

M A R Z O / A B R I L

L E T R A

C H I Q U I T A

2 0 1 1

N O

E X I S T E

índice

RELATO BREVE

A QUIEN CORRESPONDA

NOTA DEL EDITOR (UNO)

EL MAL DE LA PIEDRA

Muchas revistas han llevado nombres que nos recuerdan importantes divinidades antiguas. Muchas revistas quieren convertirse en altares del buen gusto, o siquiera en pequeñas capillas. Puño y Letra empezó hace un año más chiquita de lo que es ahora que la lees. Nació como esos bebés prematuros que no se aguantaron los últimos meses. Estamos muy orgullosos de nuestros autores y de nuestro equipo de trabajo. Hemos logrado muchas cosas y entrado a muchas casas. Gracias, lector, por leernos; gracias, escritor, por tus palabras.

(DOS)

CUENTO ¡MAMÁ, ME VAN A PUBLICAR! (TRES)

AMORES EN TIEMPOS DE GUERRA (CINCO)

INTERIOR DE METAL (SIETE)

MUNDO CÍCLICO (NUEVE)

FANTASMAS INCOMPRENDIDOS (ONCE)

MACTANS (DOCE)

FARWEST: MÁQUINA CÓNDOR (CATORCE) DE EXTRAÑOS I (DIECISIETE) EL PAJARERO DE SANTA BÁRBARA DIRECTOR GENERAL (VEINTIUNO) FRANCISCO PIÑÓN

DIRECTORA EDITORIAL KARLA GAYTÁN ILUSTRACIÓN Y ARTE JOHANA BRUBECK BRENDA CORTÉS CONSEJO EDITORIAL DAMIÁN PACHECO ADRIANA LOZANO DISEÑO EDITORIAL Y ARMADO BRENDA CORTÉS KARLA GAYTÁN

POESÍA POEMAS ROSAS (VEINTITRÉS) DE CUANDO SOY COCINERA O CANÍBAL (VEINTICUATRO) EXIGENCIAS (VEINTICINCO) I (VEINTISÉIS) II (VEINTISIETE) PERMANENCIA (VEINTIOCHO) GEOGRAFÍA ERÓTICA (VEINTINUEVE) ERÓTICO (TREINTA)

ÍNDICE DE AUTORES

( ) TANTO EL EQUIPO EDITORIAL DE LA REVISTA PUÑO Y LETRA COMO SUS ASESORES NO COMPARTEN LAS OPINIONES Y/O CRITERIOS EXPRESADOS EN LOS TEXTOS PUBLICADOS. EL CONTENIDO DE LOS TEXTOS ES RESPONSABILIDAD ÚNICA DE LOS AUTORES DE LOS MISMOS.


RELATO BREVE

A quien corresponda

Ojo de Nube

De todas las cosas, de entre todas las cosas, para salvar y admirar hay muy pocas. Ustedes, los ordenadores de palabras, los sabiondos de la letra, los untados de cultura, se yerguen entre la gente como un botón de flor entre la maleza. Despliegan sus alas de mariposa tierna para volar entre la rutina (qué dulce se torna su aroma al pasar los ojos por las hojas amarillas). Hermanos de la letra, fornicadores de la palabra, ustedes se revuelcan en el éxtasis del asombro y se embelesan con la miel de la rima; los arrulla la música de la prosa; los refresca el agua de las ideas y a veces se duermen entre amapola y flores malvadas. Uno que no conoce de eso, uno que no sabe leer sino vivir y que no reconoce diferencia entre b y d, no podría comprender vuestro afán por conocer los sentimientos de los demás. ¿Qué os incita tanto a buscar en el corazón ajeno aquello que no encontráis en el vuestro? ¿Cuántas memorias ajenas habéis acuñado como vuestras sin daros cuenta? Os advierto (a vosotros y a vuestro rigor) que uno no puede vivir lo que no ha vivido, que no importa la empatía: uno no entiende que el fuego quema hasta que pone la mano sobre la estufa caliente o pasa los ojos por el sol del mediodía. Hermanos lectores, incestuosos de las letras, esclavos de palabras ajenas: vivid vuestra vida, aprended de vuestros propios errores, conoced primero vuestras almas antes de querer vivir en la ajena.

Cierren los libros y abran los ojos, que la vida está frente a ustedes, esperando.

UNO


El mal de la piedra

Rodrigo Valencia Cotera

Algunos dicen que les pasó a ellos, otros que a sus amigos y los demás que al amigo de un amigo. Lo que yo les digo es que a mí me pasó, me dio el mal de la piedra. ¿Que cómo se siente? Pues es como sentir una piedra en medio del pecho, ocupando un lugar que no debería. Empuja por un lado al corazón y aplasta desde arriba el alma. Eso es sólo el principio. Si lo permites, la piedra crece, crece y empuja cada vez más al corazón aplastándolo contra las costillas y el alma se cansa cada día más del peso de la piedra. Dicen que algunos han muerto del mal de la piedra. De este mal es muy difícil curarse, pues la piedra se alimenta de tu energía y con el tiempo se hace difícil pensar. El cerebro se va quedando sin energía y se hace difícil vivir. Nos vamos apagando poco a poco, se va la chispa, se pierden las ganas. Lo peor de todo es que para curarse hay que arrancar la piedra y esto supone un gran dolor que nos lastima aún más. El hueco tarda mucho en sanar y se cree que la mejor solución es nunca dejarla entrar. A mí me pasó también, aunque no me lo crean. Ella un día se fue así como llegó. La muy sinvergüenza me dejó con la piedra. La arranqué sin dudarlo; el dolor sólo me dio fuerza para lanzársela a la cabeza… creo que la descalabré. Ya le dejé una cicatriz para que se acuerde toda la vida.

DOS


CUENTO

ameáv,an ¡Mm a publicar!

Paula Natalia de Anda

Con esta frase en la cabeza comencé a escribir. No soy estudiante de letras, pero algo de artístico he de tener: estudio artes visuales y he tomado algunos cursos de apreciación literaria. No soy un Vargas Llosa nato y la verdad es que las artes visuales tampoco se me dan muy bien. Pero uno nunca sabe. Quizá después de graduarme me consigo un trabajo que me deje un sueldo más o menos decente y sin mayores sobresaltos llego a la crisis de la edad media, cuando finalmente me convierto en el célebre escritor que nunca fui de joven. A lo Charles Bukowski. Pero no fue eso lo que me motivó a escribir hoy. Ya lo dije: fue ese maldito cartel pegado en el periódico mural de mi facultad en el que se leía “¡Mamá, me van a publicar!” con gruesas letras negras. Mi madre tampoco es literata. Administra un salón de belleza y habrá leído diez libros en su vida como máximo. Creo que preferiría las novelas de Corín Tellado de su eterna revista Vanidades a Joyce o Hemingway o Tolstoi. Pero creo también que toda madre se enorgullecería al saber que su hijo es leído, ya como periodista, ya como cuentista o como poeta. Por eso estoy escribiendo. Expuesta mi razón, pareciera como si en lo más profundo de mi ser se ocultara una necesidad de legitimarme como hombre capaz ante mi madre. ¿Complejo de Edipo? No sé. Supongo que solo busco su reconocimiento. Ya lo dijo Maslow: El respeto y la aceptación del prójimo, especialmente de los seres queridos, es una de las necesidades fundamentales del hombre. Algunas semanas antes de dejar Tampico y mudarme a Monterrey por razones más o menos estudiantiles, inició lo que defino como la desilusión de sentir la desilusión del otro. Le presenté a mi novio a mi mamá y me dijo: -M’hijito ¿Cómo vas a tener novio si eres hombre? Te confundiste y quisiste decir amigo. -Ay m’hijo tan bruto. -No, mamá, Carlos es mi novio, soy gay. ¿Apoco no sabías? Si más maricón (quiero decir, afeminado) no puedo ser. -¡Qué bárbaro, qué burradas dices! En fin, a comer, tú también Carlitos, que se les enfría el caldo tlalpeño y luego me van a decir que ni quedó tan sabroso. Y no volví a tocar el tema con mi madre, pero desde esa tarde yo sentía que me miraba distinto, como queriendo buscar en mi rostro por qué Dios se había equivocado conmigo, qué había hecho mal ella si no me daba nada más que amor ternal, el más puro y desinteresado de todos los amores humanos. TRES


Si el cartel que leí hoy hubiera dicho “¡Papá, me van a publicar!” quizá ahora mismo no estaría escribiendo. Es que a mi pobre padre ya lo di por perdido. Él, en lugar de hacerse loco y cerrar los ojos ante algo que era evidente desde hace tiempo, como mi madre, me dijo mira Andrés, tú puedes vivir como quieras porque ya estás grandecito, pero no te permito que le faltes el respeto que esta casa, tu mamá y tus hermanas se merecen. Entonces me vine a vivir a Monterrey. Ni modo: son los gajes de tener una madre estilista y un padre ministro religioso. II Por fin me publicaron. Andrés Arreola, además de ser un creativo artista visual, sobresaliente jugador de básquetbol, buen amigo y compañero, voluntario de una escuela primaria rural, vicepresidente de la Sociedad de Alumnos del Estado de Tamaulipas de su escuela, miembro activo del Grupo Estudiantil por la Diversidad Sexual y un muy agradecido hijo, inicia esta semana su carrera literaria que se vislumbra prometedora. Hoy es la revista literaria de mi facultad, mañana firmaré un contrato con una casa editorial y me convertiré en el escritor mexicano de la causa gay por excelencia. Con mis conmovedores relatos y mis complejos pero siempre encantadores personajes tocaré el corazón de mis lectores sin importar sus preferencias sexuales. Daré conferencias de prensa y firmas de autógrafos en diversas librerías y cafés por todo el mundo. Solo espero recibir el Nobel mientras mi padre y mi madre sigan vivos. Recibí un ejemplar de la revista esta mañana, antes de mis cuatro clases de los jueves.Y qué bueno, porque así pude mostrarla a mis compañeros y maestros. Obtuve muchas felicitaciones y algunos elogios carentes de fundamentos. ¿Cómo elogiar un cuento que no has leído? Mejor para mí. He de confesar que me pone un poco nervioso recibir críticas, buenas o malas, de modo que esto de los elogios sin sustento y las felicitaciones superficiales me sientan bien. Saliendo de clases y aprovechando el fin de semana me fui a Tampico. Regularmente le llevo algo a mi madre. Lo que me fascina de ella es que tenerla contenta, sacarle una sonrisa, es relativamente fácil; el cabrito, los mazapanes, los dulces de cajeta o alguna camiseta con el cerro de la silla impreso casi siempre funcionan. Yo fantaseo a veces con mostrarle mi boleta de calificaciones y con ella hacerla sonreír, pero ya he dicho que el estudio no se me da. En fin, mi cuento publicado es tan valioso como una boleta con un arrogante promedio de noventa y tantos. –Mamá, te traje un regalito de Monterrey – saco la revista de mi mochila y la abro en la página 23, donde se lee mi nombre después de la palabra autor y dos puntos. La coloco a la altura de sus ojos y tras darle un fugaz vistazo exclama: –Ay, m’hijito ¡Qué padre! – luego dirige su vista hacia mi cabello y con una mueca en la nariz, me dice: –¿Dónde te cortaste el pelo? Qué bárbaro, te lo dejaron espantoso. Ahorita que me desocupe con la señorita te lo compongo, ya verás que te queda bruto. Me equivoqué. A la chingada la literatura. De vuelta en Monterrey me inscribo a un curso de alta peluquería.

CUATRO


Amores en tiempos de

Guerra

Abrahamor

Después de afirmarle que estaba seguro que no podría volver a escribir ese pedazo de orgasmo femenino -vaya difíciles que son- se sentó en el sofá junto a la botella de ron, se sirvió un trago directo a la boca y manifestó de la manera más triste posible: - Necesito conseguir un psicólogo bueno, pero barato. - Lo mismo digo yo, corazón. Pásame la botella. - En verdad lo necesito, creo que estoy jodido. - Vamos, no te pongas emocional. Cuando intenté la terapia quedé peor. ¿Te acuerdas cuando salté del balcón y ¡oh vaya vida! caí en la basura? - No. -Bueno, eso pasó cuando iba a terapia. - Yo creo que sigues ahí, en la basura. Hasta hueles mal. - Si no me pagaras todo ahorita mismo, te dejaría para irme a follar al primero que se me pusiera enfrente. Pásame la botella. Haré como si no estuvieras acá. - Vamos pequeña, si ya haces como si no estuviera acá. Pero sí, mejor bebamos. Él se dispuso a hacer las pases y empezó por crear una atmósfera de paz: calló por largo rato. Además, cada que sorbía del bello cuello del ron, inmediatamente después lo pasaba a su primer y único gran amor. Después de más de dos horas de beber en silencio, se paró a poner música, batallando por el cansancio de los años, trastabillando por el pesar del licor. El nombre de la canción ni yo mismo la conozco. Sólo sé que era su canción. De los dos. - ¿Te acuerdas? - Oye, no tengo ganas de bailar. - ¿No te acuerdas? - Claro que sí. Con ella de fondo en el cuarto que estaba lleno de hormigas y zancudos me metiste mano por primera vez. - No seas tan románticamente promiscua. Antes de meterte mano la bailamos desaforados, extasiados, enamorados. ¿No te acuerdas? - Mmmm. Sí, me gusta el recuerdo, pero es muy lejano. - ¡Estás vieja! No tanto como yo, pero tu cabeza ya no recuerda. Demasiado licor. - Pues el licor es lo único que me ha mantenido a flote a tu lado. - Ok. Pásame el trago.

CINCO


Vaya gran lío. Eran pareja y en algún tiempo felices. Como todos alguna vez lo fuimos en un tiempo. Como en algún punto lo fueron las plantas y los animales antes de que apareciéramos a destruirles su hogar que tanto respetaban. ¿Recuerdas de pequeño cómo lloraste al enterarte de su partida? No lo hagas. No llegarás muy lejos con tales pensamientos. Esta decadente historia tiene un rápido fin porque se me han ido las ideas, como alcohol evaporándose al abrazar el suelo. Los tipos acabaron con la botella y siguieron con un poco de cerveza. Estuvieron tan borrachos que intentaron hacer el amor. Él no consiguió erección. Ella, no consiguió quitarse el vestido.Vaya hermosa relación universal. Amor verdadero en tiempos de guerra.

SEIS


Interior de

METAL Laura E. Cáceres

La conocí esta noche. Tiene la mirada de un ángel y las manos tan suaves como el ala de una paloma. Ha estado callada desde que llegamos a mi casa. No parecía perdida o desamparada, pero tenía el temple de los derrotados. No negó mi ayuda cuando ofrecí llevarla en mi automóvil para alejarla de la lluvia que caía sobre nosotros. La cubrí con mi chamarra de piel, le ofrecí comida, agua y un lugar tibio para pasar el resto de la noche; ella solo asintió. Trae puesto un suéter azul y pantalones blancos que contrastan con su cabello castaño. Está sentada tan dócil e inocente en mi sillón. Nos encontramos viendo la televisión que solo pasa estática y ella sigue sin decir nada. — ¿Quieres algo de comer o algo de tomar?—le pregunto con ímpetu de supervivencia. Sé que no puedo ofrecerle gran cosa. La comida escasea últimamente. Niega con la cabeza mientras tiene ocupados sus ojos en algún punto del piso. Me levanto del sillón y la observo como un niño curioso. Ella parece melancólica, quizás afligida por algo que desconozco. Le caliento una taza de té y se la llevo hasta el sillón. —Ten, te hará bien, ayudará a calentarte—insisto en ser un buen anfitrión. Ella mira la taza como si fuese algo que nunca hubiese visto, la acerca a su nariz, la huele, la deja a un lado y se comporta como una criatura temerosa. —¿No te gusta?¿No te gusta lo que te preparé?—le pregunto con el afecto de un padre. Ella sigue negándose. Sus ojos se mueven con rapidez. Le rozo la cara con la yema de mis dedos. Su piel es tan fría como la noche allá afuera. Tiene los labios entreabiertos y sus manos buscan las mías, las toca con lentitud, contemplándome. Ella me toca con sus manos heladas y dejo que sienta mi calor. Es torpe en sus movimientos. Palpa mis cejas, mi nariz y mis manos, como si fuese una ciega que no supiese la forma de mi cara. De pronto detiene su búsqueda y vuelve a la posición sumisa de antes. Me mira con sus ojos negros como tinta y pone su mano en mi boca para callarme. Baja la vista como alguien reprimido. Después, me habla con una voz que varía entre la de los demonios y las máquinas. —Te amo… te amo muchísimo. Lleva sus manos a su cara, arrancándose la piel como si fuese una máscara que tuviese... que quitarse. A su vez, arrancó parte de sus ropas, mostrando su desnudez andrógina y frágil. Contemplé sus senos unos segundos. Procedió a arrancárselos también como si fuesen algo de que avergonzarse, dejando expuesto sus entrañas de cableado y acero. SIETE


Su cara es ahora un cráneo niquelado que tienen colgajos de piel; de ellos escurre aceite negro, cual si fuese sangre. Aún quedaban los párpados de su ojo izquierdo. Al verlo me di cuenta que le salía una lágrima cristalina. —Te amo—repitió con esa voz preternatural que solo los robots tienen. Al decir esto último cayó al piso, desactivó así su mecanismo, derrotada como los demás. Admiré su cuerpo en el piso y recordé que todavía quedaban muchos de ellos, proscritos en las calles. La conocí esta noche y pude haberla amado de no saber que era como una princesa dormida, esperando despertar de su interior de metal.

OCHO


MundoCíclico Mariel Garza

“Necesitaba detalles: me emocionan los detalles, no las generalidades.” Ernesto Sábato Y la pregunta volvía a pasar por su mente: ¿Por qué la gente corre en círculos? - ¡Isaac! ponte la chamarra -era la eterna frase que su madre le decía justo antes de que saliera de la casa. - No hace frío –contestó. - ¡Que te pongas la chamarra! - Mamá, pero no hace frío -la mirada de su madre lo decía todo- Mami pero ¿por qué? - Porque quiero, puedo y no me da miedo. Su madre cada vez que escuchaba la frase ¿por qué? daba esa respuesta. Entre ellos había comunicación, aunque su relación era un vaivén que sólo ellos entendían y que así disfrutaban. Isaac, a sus ocho años seguía cuestionándolo todo. Era un ser taciturno, con los ojos habitados por esa luz tan peculiar de un niño. A las ocho de la mañana entraba a clases, salíamos dieciséis minutos antes de su casa para llegar a la escuela. Sólo había que cruzar la deportiva y el puente de lámina de veintiséis escalones para llegar al Instituto Juan Rulfo. Atravesar la deportiva era entrar a otro mundo. A esa hora casi no hace calor, casi no hace frío. Todos los días vemos pasar a una viejita de cabello gris con blanco que nos sonríe y nos indica que tan tarde vamos para la escuela. Cada mañana la señora que vende frutsis, paletas, burritos, semillitas, cacahuates y chocolates, barre y limpia su puesto, para después acomodar todo con extrema paciencia; a un lado del puesto hay una banca de madera donde se sientan tres viejitos. Dos llevan sombrero de paja y el tercero es dueño de un bastón color café, los tres usan lentes y los tres compran el mismo periódico, sólo que a veces se les olvida para qué lo compran y se envuelven en una plática, ademanes y risas tan fuertes y raras, que nos dejamos envolver por su esencia senil; del otro lado del puesto, no podía faltar el señor lánguido que realiza una rutina de estiramientos; pobre del que pasara cerca de él porque sentía que invadían su espacio. Lo más gracioso de él era su short; un short demasiado corto, aguado, de color verde fosforescente, que parecía más un calzón descocido que un short. Era constante en su vestimenta, hiciera frío o no, y con sus lentes obscuros de acabado tornasol, muy modernos, casi galácticos, se sentía más joven, incluyéndose en ese juego de personas que conforme van cumpliendo años aseguran estar en plena juventud. NUEVE


Asistía mucha gente de cuerpos voluminosos que apenas avanzaban y se volvían sudor, personas muy delgadas que nos parecía que se iban a quebrar, viejitos que corrían igual que una liebre, parejas que curiosamente iban al mismo paso que su compañero y nunca faltaba el sin fin de mascotas de los asistentes del lugar. Y la pregunta volvía a pasar por su mente: -Diego ¿por qué la gente corre en círculos? - Pues... -¿Por qué si no llegan a ningún lado? - Para ellos tal vez si... - …A lo mejor es como dice mi mama: porque quieren, pueden y no les da miedo no llegar a ningún lugar. Yo tampoco entendía muchas cosas, sólo entendía lo que quería decir Isaac. Cuando salió de la escuela volvimos a cruzar la deportiva para llegar a su casa. A esa hora ya casi no había gente, sólo adolecentes en torneos de fútbol, volibol y basquetbol, unas cuantas personas corriendo y los conserjes limpiando la basura -sólo la más visible- con unas máquinas como aspiradoras portátiles de color gris y muy ruidosas; a esa hora regaban la deportiva, el olor a tierra mojada invadía todo, refrescaba el clima y viceversa, se volvía sofocado. El agua era esparcida con unos aparatos pequeños, de color negro que se encontraban cerca de los innumerables árboles de hojas verdes y amarillas, de troncos gruesos y delgados, arbustos y zacate. Esos aparatitos regaban todo menos lo que tenían que regar, tan así que hasta los chanates, palomas, torcacitas y cuanta ave habitaba ahí, se confundían en su vuelo. Nos detuvimos en el puesto de la señora –que acomodaba todo en el mismo lugary compramos un frutsi de ponche de frutas. La mayoría de los niños que toman frutsi lo voltean al revés y con los dientes muerden la orilla de la base para tomarlo, pero a Isaac no le gustaba esa idea (no sé por qué) y lo que hace es que en la tapa le hace un pequeño orificio con el dedo meñique cerca de la orilla y una vez que lo empieza a beber, ya no lo suelta hasta acabárselo. Llegó a su casa, donde sus padres ya lo estaban esperando para comer, se lavó las manos y se sentó a la mesa. Su padre preguntó: -¿Cómo te fue? - ¡Nos encontramos una moneda de China! Al decirlo, Isaac parecía un pavorreal en cortejo extendiendo todas las plumas de múltiples colores. Se sentía orgulloso de haber encontrado una moneda de otro país, esperaba que su padre se sintiera igual que él. -¿“Nos encontramos”? ¿Quiénes? -Yo y Diego –contestó. Sus padres se miraron y el silencio abrazó la habitación. Para los padres yo soy imaginario. La verdad no sé si sea imaginario o no, hay conexiones en la vida que si lo niños no pueden entender menos los adultos. Yo estaba con él siempre que lo necesitaba, existía cuando me recordaba.

Y la pregunta volvía a pasar por su mente...

DIEZ


Fantasmas

Incomprendidos Jaime Palacios Chapa

Si hay algo difícil en este mundo, es entender la motivación del otro. Por ejemplo, en las oficinas de la Secretaría de Hacienda que están en el centro, el señor Gilberto Cavazos llega temprano siempre y, a pesar de eso su actual jefe le pide, a veces hasta le suplica, que no lo haga. El señor Cavazos ocupa el mismo escritorio desde el año de 1952 y se niega a dejar de hacerlo porque él siente que ahora, de su funeral para acá, por fin le ponen atención. Cuando estamos vivos atribuimos una serie de explicaciones al actuar de los muertos que generalmente no tienen nada que ver con lo que realmente los impulsa a volver. Les doy otro ejemplo: don Ernesto Guerra toma el café, lee el periódico y fuma media cajetilla de cigarros en la misma cafetería todos los días desde que se jubiló. Él falleció de cáncer pulmonar hace tres años. Sin embargo, se niega a que otros ocupen su mesa; argumenta a las meseras, blandiendo el periódico, que desea comprobar los efectos del cambio climático en quienes aún respiran. Eliseo Cifuentes estuvo seis años en la cárcel porque mató a golpes a su mujer. Lo de los golpes no era novedad: el que ella no se levantara, sí lo fue. Desde sus días de encierro, él asegura que el demonio, o el espectro de su señora adoptando una forma demoníaca, se le aparece regularmente y lo mira en silencio, como si lo retara a volver a golpearla. Para intentar comprender a un fantasma, primero es necesario conocer un poco de la naturaleza del mundo en el que habitan. La mujer de Eliseo Cifuentes murió con el rostro deformado; ninguno de sus rasgos estaba en su sitio cuando encontraron su cuerpo. Si un rostro se manifiesta en ectoplasma sometido al viento regular del más allá, como sucede con los que penan, la deformación se incrementa. Ningún demonio, es ella quien vuelve ante Eliseo, pero no para asustarlo. Vuelve por lo único que se acostumbró a recibir en vida, aquello mediante lo cual era consciente de su cuerpo y existencia. Vuelve a que Eliseo la siga golpeando. Desgraciadamente para ambos, él ya no puede hacerlo, porque está aterrado, y porque sus golpes no podrían tocarla. Quizá debiera intentar disculparse, pero dudo mucho que la señora lo entienda. Lo que no aprendió en vida, no lo aprenderá en la ausencia. Como les decía, si hay algo difícil, es entender la motivación del otro mundo. Es cierto que los muertos regresan, pero no necesariamente por lo que suponemos. Yo, por ejemplo, siempre quise que leyeran mis escritos de principio a fin (gracias…). ONCE


MACTANS Alan Sink

Valeria nació en un escupitajo de cielo, la madre le abandonó al primer llanto, sintió miedo por la peligrosidad que su hija emanaba. Nació rojiza, ni su padre era de aquel tinte, era un desgraciado. Al primero de sus ocho parpadeos se encontró con la emocionada tierra que le daba los buenos días. A partir de ese momento fue para ella siempre una segunda madre, una canela nodriza. No todas las Valerias nacen con la suerte de su lado, en algunas ocasiones nacen muertas, ahogadas o devoradas. Creció con un futuro atormentado, comenzó a morder, a tejer la rabia y convertirse en una imitadora de dolor y pena, tomó clases de canto a colmillo y en sus horas extras de noche amante, aprendió que la mejor arma no es aquella punzante si no la más sedosa.Valeria seguía siendo niña y ya devoraba hombres. Escapó en sus primeros años al calor humanoide de la ciudad cercana, llegó por equivocación, por seguir la ruta de la primavera. Se emocionó en el hedor de la maleta de campo, que no le importó dormir por varios días en aquel escondrijo lleno de ropa y utensilios. Ahí comió y bebió de la humedad de las prendas. Al llegar a la nueva casa, se enteró que la puerta contenía fantasmas, seres invisibles que al caminar dejaban olor y llanto. Temió por su vida, instintivamente, pero después de acordonar las pisadas se dio cuenta que eran carnadas perfectas para una posible pesadilla. A Valeria le encantaba soñar con todo lo infrahumano, la seducción de su almohada le permitió por varios años consolidarse en sueños donde con ferocidad descuartizaba a sus presas. El tamaño de las uñas siempre era largo, cada vez más hiriente y agonizante. En el cuarto abundaban los golpes y la sangre invisible que los otros inquilinos sanaban sollozos. Nunca tuvo sed, de ahí sorbía un poco. De la piel muerta y el polvo. Fue creciendo hasta dejar en alto el apellido del padre, Veno. Era un nombre elegante,Valeria Veno. Después de una quinteta de inviernos se sintió toda una mujer y comenzó a recorrer las otras casas, pero Valeria no buscaba amor si no venganza. Se aventuraba con cualquiera y en todos los posibles escenarios, aniquiló a un Don de bastón largo y de piel rugosa; lo encontraron en el baño, tragándose la mugre convertida en saliva de espuma. Consumió a otro marido, militante, abogado, basura, a dos casas de distancia. Fue una travesía imbécil, lo mató en pleno acto, con la almohada fornicada y llena de sudor. DOCE


No saciando el deseo, siguió con el poder de las damas, atrapando en una sábana delgada a una maniquí de medio lustro y canas tapadas, a la presidenta del club de las olvidadas y a las nudistas del océano sintético. Toallas y asfixia. Pero sin espacio para duda, el mejor plan seductor y de muerte fabricado por Valeria se dio en la vejez. Fue en ese tiempo cuando la experiencia la había convertido en una diosa del gris y entierro. Se había casado con un extranjero, Alger Von Spinne, a quien engañó hasta provocarle la muerte. Lo arropó la última noche en aquella cama sucia, digna de la pobreza de la endeble casucha, lo envenenó en horas de alimento y le habló hasta que solo e impotente cerró de golpe el brillo de las canicas negras. El olor fue el descaro del aire y en cuestión de horas abandonó por las ventanas aquel silencioso aposento. Se extendió hasta llegar a la intrépida nariz de un transeúnte quien logró llegar a la camilla de sangre y fluidos, ahí encontró después de tres días el cuerpo de Spinne. Estaba lleno de burbujas brunas que albergaban unos miles de gérmenes de Valeria Von Veno.

TRECE


FARWEST: MÁQUINA CÓNDOR Marcos Arcaya Pizarro

(En diciembre de 2010 aparece publicada como parte una selección de sus escritos realizadas por el mismo autor bajo el título Máquina Cóndor. Edición a cargo de Daniel Vásquez Barros, Granada, España, como parte del ciclo de lecturas Poesía para Peatones) LA VOZ DE ELIZABETH MILLAPÁN PROYECTADA DESDE UNA CABEZA:

Una finísima interrupción se vino por lo bajo, una finísima interrupción. Los acantilados de un mar inexistente, de un frío inexistente, de una lluvia. [Comienzo de la digresión] 1.Cargado de odres con agua, hace ya mucho caminé altivo por estos mismos parajes, portaba un revólver al cinto, una colt de aquéllas, quizá un par. Mi raído poncho me guardaba del sol por estas dunas, porque sepa usted que acá era todo dunas, ahora hay embarcaciones ruinosas que uno no sabe bien cómo vinieron a varar, y yo camino lento, desarmado, semidesnudo, ya viejo, exhausto. Leo lo que escribí en un trozo de tela entre algunas de mis muertes: aquí los días de mañana se disfrazan con atuendos de farwest, como estrella de sheriff, un susurro metálico que esconde al interior las osamentas de mi circo vacío. 2.Me prometí por aquel entonces nunca más hacer la travesía, pero el dolor es uno y la mar me llama. A veces pienso que yo soy un vencido, que se camina y que se habla fuerte para estar así a punto de llorar, a punto de abandonarse. El camino no ofrece lugar para el descanso, no hay sombra ni agua, no hay animal vivo ni sueño quieto. De animales muertos, de imposibles animales muertos se tejen los sueños de por estas dunas, pienso en voz alta o susurro apenas o ni muevo los labios ni camino, porque estoy tirado a pleno sol en un punto… Ya no sé. 3.Como esperando una luz del río de las aguas muertas como perros, secas como cueros de vaca, como labor de abajo y de zanjón, escucho el río que no existe y es una larga lengua de fuego que me extingue, que me seca y soy cuero de vaca, que pronuncia ese nombre que ni siquiera yo recuerdo.

CATORCE


Al fondo de una depresión circular en forma de plato, imagino una catedral, un cóndor de piedra, imagino un telón de terciopelo dentro del recinto, además la utilería excedente de un western futurista, un montaje santo y cowboy. La gárgola es un cóndor de eso que nombraron el Calabozo CHILE, sus plumas son lenguas de niños. 4.Voy creciendo de sus caras-hambre en estos sueños, de sus caras-noche, de sus nombres por el río van gimiendo y voy gimiendo y por el puente, bajo el puente, de sus rostros suyos, que se hacen míos como un cuerpo uno en estas noches que no es ninguna noche, que es el día más el sol enorme, terrible… Pero toquen mi cuerpo, toquen mi cuerpo. Anochecidos ya sabrán ensangrentarse. 5.Al despertar vi un niño con cabeza de cóndor que me miraba. Lo llamé Almirante Nelson. Nunca más dejaría de seguirme. - Soy un viejo que agoniza, indefenso- le dije o pensé que le decía. -El ciclista me apodaban aquellos junto a quienes crecí. De ellos ya no queda nadie. - Soy yo la parca-niño de estos pagos infectos, solazada en el dolor ajeno, que es mi agua y mi sed-me dijo o pensé que me decía. - ¿Qué eres exactamente? - No sé lo que era, pero ahora soy tu hijo. Nunca más estarás solo y yo nunca más estaré solo. Te seguiré a una prudente distancia en este derrotero, aunque vuelvas a morir y te levantes, pese a todo, cada vez. Entonces me levanté. Me pensé El crucificado, porque esas historias de La sacerdotisa hacían eco en mi mollera. No soy sino el errante de Artificio, un viejo de mirada extraviada seguido de un niño con cabeza de cóndor. Ahora soy el alma en pena del sheriff baleado en una procesión, el ciclista antiguo, que extraña su poncho, su sombrero y las colt cruzadas que era todo lo mío. Soy el sheriff con lentes oscuros con su estrella de cobre, seguido de un ángel deforme cansado de brillar. - Todo ha cambiado, excepto las nubes allá arriba, ¿sabes?- le dije o pensé que le decía, aunque no lo vi. - Por los atardeceres rojos como de sangre, las formas de las nubes son mis parientes muertos y los tuyos, que conversan, se odian y bailan cumbia como dentro de un acuario- me dijo o pensé que me decía-. Nada de eso cambiará, ni nosotros los errantes. - ¿Ya no hay bosques, Nelson? - Ya no hay bosques, padre. - Pienso en dos colt cruzadas bajo un cóndor de piedra, ¿sabes? - Estás en tu derecho, los moradores de los confines son acá quienes hablan y dictan la muerte, aunque no lo sepan.

QUINCE


Miré hacia arriba y vi una lluvia de cartas del tarot, miré hacia arriba y no vi absolutamente nada. Con una vara tracé en la tierra mi firma:

LA VOZ DE ELIZABETH MILLAPAN PROYECTADA DESDE UNA CABEZA:

Por experiencia conozco ya los jades, me sentaré a contemplar nada más que la nieve, lo viejo es mío de la tierra, bosques enteros se van entrecerrando, graves soldados que marchan se avecinan y no se viene a bien aquello que dibujo, como un camino de ángeles sin ojos, no-sol de abajo cautivo de mi pecho, como los pliegues que lo enfermo que lo ensucio, así lo ausculto se van entrecerrando, digo experiencia conozco ya los jades. * [Fin de la digresión]

DIECISÉIS


De Extraños I Carlos Chávez

Aun cuando había sido un día relativamente holgado de presiones académicas, los trabajos de la noche anterior me habían obligado a empujar mi hora de dormir hacia ya bien entrada la madrugada, reduciendo mi tiempo efectivo de sueño al ser aplastado contra la inamovible e inflexible muralla temporal que representaba la clase de 7:30 am. Puede entender, lector, que, ya a medio día, ansiaba volver a casa a reanudar mis atropelladas horas de descanso. Recogiendo mi material de la mesa de trabajo, mi fisionomía tuvo a bien reclamarme el caso omiso que le había hecho las últimas horas recordándome el suculento desayuno que devoré antes de las clases y por el cual mi aparato digestivo no había aún cumplido su natural deber de devolver algo de material al exterior. La urgencia no era severa, sin embargo, a esas horas, el tráfico solía apretar las arterias viales y pudiendo pasar un lento pero agradable trayecto a casa, pasaría por una eterna y desesperante agonía abdominal. Decidí relegar a segunda prioridad mis ganas de dormir y permitirme unos minutos para atender estos asuntos de la tripa. En otras palabras: la cama podía esperar, el inodoro también pero, indiscutiblemente, no tanto como la cama. Entré al baño que indicaba estar perfectamente vacío a excepción de un pequeño detallito que alcancé a percibir sin querer por el espejo de los lavabos y esto era que de los tres cubículos de inodoros uno, el del centro, estaba cerrado. Me asomé por debajo de la puerta discretamente con la esperanza de no encontrar lo que sí encontré: un par de tenis ocultos debajo de un pantalón escurrido hasta el suelo a la sombra de una figura sentada. Maldije dentro de mi cabeza. Si algo debo admitirle, lector, es que soy un ser pudoroso en cuanto a mis relaciones con el inodoro. Por algún motivo, hasta la fecha desconocido para mí, tengo serios problemas con la idea de compartir la musicalidad escatológica de mi cuerpo con el resto del auditorio. Aun cuando también el caballero lo hace, el sacerdote, el deportista, la bella modelo, la madre de familia, la mascota en mi casa, leyendo el periódico, la revista porno, hablando por teléfono, sufriendo en silencio, sufriendo en fuerte, la aristocracia en sus retretes de oro y el vulgo en los hoyos de los estadios de futbol cerca del cadáver de alguna cucaracha, las vacas holandesas en sus verdes pastizales, el bebé en sus pañales, el pinche pájaro sobre el parabrisas de mi carro o sobre el hombro de mi chaqueta; aún cuando todo el mundo, TODOS, se cagan y se tiran pedos, a mí me da vergüenza que me escuchen mientras lo hago. En fin, la tripa me volvió a crujir y pensé que era hora de ponerme razonable: en realidad todo aquello era una tontería, cualquier persona normal hubiera entrado, soltado y salido sin detenerse siquiera a pensar si había alguien a su alrededor. Así pues, tras vacilar un segundo, decidí entrar. Justo cuando puse el seguro a la puerta del cubículo, la entrada al baño se abrió dando paso al ruido del área pública que rompía el íntimo santuario y casi sagrado


silencio del baño. Debió haber terminado una clase importante o algo porque entró una manada de gente que no sé ni cómo le hizo para repartirse los cinco escasos mingitorios con que contaba el baño. Hablaban entre ellos, sin problemas, riéndose. Aquellos inconscientes. Cada que yo paso a un mingitorio y descubro los piecitos de algún pobre diablo atrapado en el cubículo, apretando duro para que ni el aura se escape y pasar lo más desapercibido posible, me llena la boca una cucharada de empatía y decido que obraré de la manera más rápida y silenciosa posible para, en gesto de fraternidad con mi compañero, interrumpir lo mínimo indispensable su estancia en el inodoro. En ese momento yo era el pobre diablo apretando duro y el resto del mundo se estaba tomando un picnic en los lavamanos. El único que me pudo haber comprendido en ese momento era el igual de pobre compañero en el cubículo de al lado. Poco a poco se fue despejando el lugar, uno a uno fueron saliendo. El silencio fue regresando al recinto hasta que, por fin, el último de los invasores se retiró. Volvió el silencio y la atmósfera se relajó mucho, sin embargo, la presencia del amigo del inodoro de al lado seguía ejerciendo mucha tensión sobre mí. Decidí dar unos segundos más para ver si el hombre daba indicios de acabar. El silencio imperó por esos segundos que se volvieron muchos, hasta alcanzar el minuto que no tardó en volverse dos. Una mosca deambulaba entre el lavamanos y los mingitorios y esto lo sé porque el sonido era clarísimo sobre la nada de ese silencio. Llegué a sospechar que en realidad, en medio del caos, el hombre se había ido y no me di cuenta y que ahora sólo estaba imaginándolo pero me tomó nada más que agacharme un poco para reparar en la sombra que su presencia proyectaba hacia el piso. Por un segundo me asusté cuando una voz ronca rompió el ruido de la mosca; sólo dijo una palabra: - Bato. Batallé un poco en reaccionar que era el único “bato” en el cuarto. El espacio ya estaba turbado. No había marcha atrás: se había quemado el silencio. Evidentemente, el amigo esperaba una respuesta. No tenía yo escapatoria. TENÍA que contestar. - ¿Qué onda?- dije intentando parecer lo más relajado posible para disimular lo incómoda que me estaba pareciendo la situación. No podía imaginar situación alguna (NINGUNA) que justificara la comunicación intercubicular en un baño, y no porque fuese un grave pecado, simplemente porque era algo que no ocurría. Era ese tipo de situaciones en que dos actividades completamente normales en sus respectivos contextos, actividades que uno no se toma ni siquiera la molestia de registrar, se cruzan en un solo instante para producir las sensaciones más incómodas que pueda experimentar un individuo. Por ejemplo, el orinar, para un hombre adulto (incluso para la mayoría de los niños) es de lo más normal del mundo; se hace varias veces al día y no toma mucho tiempo. La sensación de portar pantalones, por otro lado, está casi tan ligada a nuestra experiencia de vida como el mismo respirar y, en realidad, mucha gente no lo consideraría una actividad sino más bien un estado en el que se vive: con pantalones.

DIECIOCHO


Sin embargo, si un mal día usted tuviera la terrible desgracia de orinar mientras tiene los pantalones puestos, incluso si nadie está para verlo, incluso si lo hace a lado de su regadera con diez pantalones extra que sustituyan al mojado, usted será víctima de una experiencia bizarra hasta la extrema incomodidad. Uno nunca estará suficientemente preparado para descubrir lo que se siente que ambas experiencias sean contemporáneas. Igual ocurre, por ejemplo, al hablar con los papás de uno sobre la vida sexual de éstos o cuando un completo extraño le dirige la palabra a uno desde el cubículo de inodoros adyacente. Su respuesta me llegó en lo que habían parecido horas: - Oye bato, mira, la mera neta es que me da muchísima pena hacer aquí contigo al lado. Pero la neta es que comí un mole bien canijo y me estoy haciendo. La urgencia y la angustia se le escuchaban en la voz y de pronto, ahí, dentro de ese cubículo, con nada que mirar a más de medio metro de distancia, con los pantalones de mezclilla hasta las rodillas, pude ver con claridad cristalina la realidad de las cosas. Por eso el silencio; el hombre aquel se había estado apretando los intestinos no menos que yo para no dejar escapar ni el menos oloroso o sonoro de los vientos de libertad. Esa era la justificación. Aquel acorde suspendido encontró su solución y aquel carro de pronto volvió a agarrar suelo. Al haber roto aquel horizonte que ni siquiera había sido yo consciente de que existía, aquel amigo había abierto la puerta a la resolución de un conflicto que nos habría dejado atrapados en aquellos cubículos por días y semanas y meses. Y cientos de personas habrían pasado por el baño y ninguno de los dos se hubiera movido con el paso del tiempo, estoicos, pétreos, esperando con desesperación el momento final de aquella intriga, esperando el chapoteo repentino que indicaría al ganador de la contienda que la muerte (tal vez de hambre) había logrado aflojar los esfínteres de su rival anónimo, sin rostro. Y entonces la redención. Pero no: así no sería. El hombre había hablado, la mesa de negociaciones había sido puesta. De cierta manera era mi enemigo, pero también era mi compañero en esta terrible trama en que nos encontrábamos atrapados.Tenía que resolver el problema, así que me abrí y fui muy sincero. - La verdad es que a mí también me causa mucho problema que escuches el espectáculo que estoy a punto de soltar, por eso llevo tanto tiempo aquí, estaba esperando a que tú acabaras - le contesté. Soltó una risilla leve, de alivio, evidentemente cortada por su abdomen contraído hasta la última hebra de proteína. - Okey- me contestó - mira, que te parece si hacemos un pacto: a la cuenta de tres, que cada quien suelte lo suyo, como venga, así de simple.Yo no te conozco y tú no me conoces. Sólo lo hacemos y ya. Nadie sabe nada. ¿Sacas? DIECINUEVE


En realidad la opción no era mala. Simplemente soltarse. Él haría igual o mayor alboroto que yo, y qué más daba, los dos estábamos en una situación precaria y el gran problema de todo era nuestro estúpido pudor. - Muy bien - le dije - cuando tú digas. - Okey… Una… Dos…

Tres.

Ese “tres” salió de su boca casi que para caer directo al piso, como un enfermo que exhala al morir, e inmediatamente fue ensordecido por una orquesta aerofónica y licuopercutiva sin precedentes en mi vida. El flujo fue ininterrumpido y constante. Alivio. Mi pecho se llenó casi inmediatamente con una increíble satisfacción, un aire claro y ligero que me inundaba y llenaba los vacíos en donde antes había sido almacenado el gran peso que ahora expulsaba. De pronto sentí que flotaba pero sabía que no iría a ningún lado porque seguía bien pescado del inodoro. El espectáculo no duró mucho, pero fue muchísimo más poderoso de lo que habría imaginado. Poco a poco se fue extinguiendo hasta que terminé con una última nota aguda. Hubo un momento de silencio tras el cual me preguntó si había ya terminado. Asentí, naturalmente y ambos procedimos a los hábitos que se acostumbra seguir para preparar la salida del inodoro. Acabando me pidió que yo saliera primero. Por fin abrí la puerta del inodoro y una brisa me alcanzó, acentuando su frescura en las ligeras gotitas de sudor que se habían formado en mi cara. Pasé al lavamanos que había quedado absolutamente empapado después de que tanta gente los había usado hace ya varios minutos. Me limpié con agua y con jabón, sin tardarme pero tomándome mi tiempo. Me sequé las manos y antes de salir vacilé un segundo. Vi la sombra de aquella persona, ahora parada, pegado a la puerta del cubículo, ansiando escapar como prisionero en la cárcel. Por un segundo me vi tentado a agacharme a ver sus zapatos ahora que sus pantalones debían de estar propiamente recogidos. Pero no lo hice. Aquel amigo anónimo (porque ahora, después de esta experiencia, debía ser mi amigo) merecía seguir conservando la dignidad que tan hábilmente había logrado mantener. No hubiera sido apropiado registrar sus zapatos para algún día tener la posibilidad de reconocerlos caminando por los talleres o debajo de un escritorio en algún salón de clase. Aquel amigo debía ser secreto para siempre; no sería nadie, pero al mismo tiempo sería todos los desconocidos; uno entre ellos que los redime en su anonimato. - Nos vemos, amigo - dije sabiendo que nunca lo vi y que nunca lo volvería a ver porque, paradójicamente, él era la ausencia de él. Si algún día lo llegara a reconocer ya no sería la misma persona sin rostro que se convirtió en mi amigo en un baño. - Ándele bato, cuídate - me contestó. Así pues abrí la puerta y salí con paso firme, sin volver nunca la mirada hacia atrás, derecho a mi coche, derecho a mi casa y a dormir. VEINTE


Fernando Mendoza

EL PAJARERO DE

SANTA BÁRBARA A las doce cincuenta y cinco llegó la muerte por el Señor Borboni, el pajarero que vivía en la esquina de la calle Santa Bárbara. Una hilera de gente, vestida de colores obscuros, caminó cabizbaja por la calle principal, durante la ceremonia funesta. No sólo porque echaban de menos al pajarero, sino porque extrañarían los pájaros tan deliciosos que él atrapaba, ya que, por su dulce y tierno sabor, se habían convertido en un platillo típico en Alcides. Se decía que en ese lugar había ciento cinco formas para prepararlos; había recetas para cocinarlos como platillos principales, como guarnición e incluso, y para disgusto de la hija del pajarero, como postre. Lucinda detestaba esa tradición barbárica. En muestra de desapruebo, dejó de comer los pájaros que su padre atrapaba, desde el día que vio a su madre cocer a uno vivo (porque así lo decía la receta). La situación fue demasiado traumatizante para la pobre niña de siete años, pues pasaba sus tardes haciéndose amiga de los pajarillos que su padre enjaulaba, sin saber su triste destino. La despedida del pajarero fue muy callada y pacífica, nadie vio nada extraño en la casa. No fue hasta que regresaron su esposa e hija de un viaje, cuando finalmente lo encontraron y se divulgó la triste noticia. Al entrar a la casa se les pegó en las fosas nasales el olor putrefacto a jamón mosqueado. Lucinda corrió por la casa, andando por los pasillos abriendo las ventanas, mientras que su madre Martina fue, atraída por el olor, directo al cuarto principal, en donde estaba su marido inmóvil como una rama, recostado en la cama. Lucinda, entristecida por la noticia, se dirigió directamente al patio, pasando por todas las habitaciones. Sonámbula todavía e incrédula por lo que su madre le había contado, corrió hasta llegar a las jaulas, que contenían miles de pájaros aplatanados y tristes. Privados de espacio, esperando la sentencia impuesta de cadena perpetúa. Y fue rompiendo cada uno de los candaditos de metal con una piedra, liberando a cada uno de su jaula. Fue una escena sorprendente, miles de alas revoloteando, plumas por doquier y una música de libertad, pues estaban cantando en agradecimiento. Nunca nadie supo que uno de los pájaros que volaba por los cielos, fue una vez Mario Amberes, un niño que vivió con su familia en una pequeña granja, en donde lo único que había, a donde voltearas, era trabajo de campo. La pequeña granja estaba aislada del bullicioso mundo, era un oasis de paz, en donde, sin embargo, Mario se sentía encerrado y de donde quería salir.


Los grandes plantíos lo ahogaban, él quería estar donde la gente, donde estaba la música, y donde estaba la vida. Pero sus padres, unos puritanos de sangre apretada y estrictos, no le permitían ser libre. Vivía atrapado por las reglas tan estrictas que su familia le imponía, así que decidió escaparse para poder ser libre para siempre. Le imploró a los astros y les pidió alas, con las que pudiese volar y escapar. Pero éstas, al parecer, no llegaban. Mario no desistió y siguió rogando por varios meses, hasta que un día soplaron vientos extraños trayendo una nube misteriosa que cubrió todos los plantíos. La mañana siguiente, cuando Mario abrió los ojos, sintió cómo su cerebro se redujo al tamaño de una nuez y, en vez de brazos, tenía unas alas cubiertas con un plumaje elegante. Mario respiró y voló por los campos, en los que una vez fue prisionero. Siguió avanzando por el cielo, asombrado por la facilidad y ligereza de sus alas azules que se confundían con el cielo. Sentía que no tenia límites y que nada lo podía detener. Sobrevoló su pueblo y se alejó aun más.Vio que había ciudades llenas de edificios enormes, de formas que nunca antes pensó; vio personas, cada una encerrada en su propio cuento. La ciudad estaba llena de árboles y de fuentes, la urbanización aún no había acabado con todo. Cuando se paró a tomar agua en una fuente, fue capturado por un viejo pajarero y, sin darse cuenta, ya estaba de nuevo en una jaula. Por más que gritó y lloró, el pajarero no lo liberó, sino que se lo llevó a su casa y lo colgó junto a miles de otras jaulas llenas de pájaros. Ahí despertó don Borboni, el pajarero de la calle Santa Bárbara, quien se había quedado dormido en su silla de bejuco en la terraza de su casa. Había estado esperando que regresaran su hija y su esposa, las cuales ya habían llegado y lo esperaban en el comedor para cenar pájaro al mojo de ajo.Todavía medio dormido, caminó hacia las jaulas. De la nada y sin razón, decidió liberar al pájaro azul que tenía ojos mojados. Se dirigió hacia su pequeña jaula y abrió el candadito. El pájaro azul, quien le agradeció con una suave melodía, voló libremente, revoloteando sus alas de felicidad, hasta que se perdió, confundiéndose con el cielo. Ahí, tranquilamente, despertó Mario, mientras el sol que entraba por la ventana tocaba su piel. Salió se de su cama feliz, por haber soñado que era un pájaro y haber sentido que había volado por los cielos, nada se comparaba con eso. Satisfecha ya su curiosidad con el escape que tuvo, pudo vivir tranquilo y dejó de suplicar ser un pájaro. Se aceptó, tal y como había nacido, como humano. … Ahí despertó Lucinda y comprendió que tal vez había sido un poco dura y sobre protectora con su hijo. … Ahí despertó Martina con dolor de estómago, pensando que había comido demasiado pajarillo en salsa Bechamel. Arrugó su nariz, acomodó su almohada y volvió a dormir. … Ahí despertó Fernando, y ya no había nadie a su lado.


POESÍA

poemas rosas Alfred II Jean Rosa

Una rosa tan bella desearía no haberla visto. Su brillo se alimentaba de olvido. Mis ojos terminaron su vida. Al llegar mi muerte me arrojarán desnudo a la tierra. Cuando encuentres tierra desnuda podrás palpar mi alma. En una rosa inexplicable verás mi sonrisa. El hombre de no ser por la mujer, sería una rosa.

VEINTITRÉS


de cuando soy cocinera o caníbal Johana Brubeck

te hice sopita, mi amor. tú estabas enfermo y te hice sopita. herví el consomé en una olla, desmenucé pollo cocido y lo eché. te la tomaste caliente y te la tomaste paciente, pero al parecer no te sirvió de nada. te hice sopita por muchos días y seguiste enfermo. te hice sopita, mi amor. yo estaba enferma y te hice sopita. herví mis lágrimas en una olla, desmenucé tu corazón y lo eché. me la tomo caliente y me la tomo paciente, pero nunca se acaba: van litros y litros y litros y a veces te me atoras en la garganta.

VEINTICUATRO


exigencias Johana Brubeck

El día era soleado, la ventana de la sala no tenía persianas y ahí estabas barriendo, y ahí estabas parado: con tu pantalón negro y tus zapatos de hombre, con tu camisa blanca de botones, con las mangas arrugadas hasta el codo Caminé hacia ti, te miré los ojos, miré el recipiente cuadrado. Cuarenta y dos esquirlas del vidrio del recipiente, y ese perfume que tanto te gusta: todo regado. Yo había tirado aquel caro perfume, y tú con la escoba y el recogedor en la mano. Caminaste hacia mí, me miraste los ojos, me apretaste la mano. Perdóname, querido, pero ese no era tu olor de verdad.

VEINTICINCO


Luis Ă vila Candelaria

I

(A un amor lejano) que importante es saber que me guardas algo de sal tus labios que importante es saber saber tus tesoros tus joyas

VEINTISEĂ?S


Luis Ávila Candelaria

II

Acaparas la anatomía la belleza tu cuerpo es la punta del iceberg perfecta secuestras identidades idénticas eres reflejo al mundo la flor estética fusión movimiento eres mar eres aliento poesía te crees tus ropas no existen tu piel envuelta en diamante oro y plata tus ojos fugaces astros caminas y trazas al pueblo las calles colección extraña y elegante tu cuerpo te agrietas y tiemblas eres brava mujer naturaleza VEINTISIETE


permanencia Alejandra Miranda

La pluma sobraba al igual que el sombrero y la falda coqueta podría hasta decir que sobraban

(no del todo) tus piernas, tus manos y tus labios tu mirada, que sedienta cedió, sigue mirándome sin estar haciéndolo

(tal vez) no es más que un pensamiento mirada que se enganchó en la mía una sensación que siendo efímera es permanente y empieza y termina y vuelve a empezar hay ciclos que son infinitos hay ciclos que no logran tener inicio

(nostalgia) hay ciclos que envician

(placer) hay miradas que provocan

(nostalgia y placer) y sin mirarme me observa y en mi mente efímera

permanentemente está.

VEINTIOCHO


Geografía Geografía Erótica Erótica II Manuel García Jurado

Quiero pronunciar el precipicio y despeñarme desde tus bordes (cada uno de tus bordes) para ser cartógrafo suicida, tenaz y preciso.

VEINTNUEVE


erótico Denisse Chapas

Yo túnel, tú caminante que penetras en mi devenir y deslumbras tu dulce semblante adentro del túnel, muy dentro de mí.

TREINTA


SE

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ABRAHAMOR- En el fondo no sabe quién es y piensa que nunca lo sabrá. Cree que todos somos seres con múltiples personalidades, así como las estaciones del año. Hoy piensa que es invierno. Le gustaría ser siempre primavera. No cree en la estirpe humana y osa en afirmar que nació de la mitosis de un huevo. Suele afirmar “Vamos mal, digo, vamos mal”. ALAN SINK- Apasionado por las letras, estudiante de ingeniería, músico, de aspecto relajado. Amante de la naturaleza, despeinado, instintivo. De colores purpura, negros y grises. Compositor. Turista de la sociedad actual, amigo de los recuerdos y las historias ajenas (y ni tan ajenas). Me encanta la lluvia y los días nublados. El mar y una larga sonrisa. ALEJANDRA MIRANDA- Estudiante tapatía de la carrera de Administración de Empresas, actualmente cursa su séptimo semestre. Cree firmemente que los mejores pensamientos surgen cuando uno está en movimiento. Constantemente lamenta el no tener a la mano lápiz y papel para poder escribir las ideas que, mientras se mueve, su mente origina. Amante del sol, del verde, del café y de su mala memoria también. CARLOS CHÁVEZ- Carlos Chávez no es un compositor mexicano de principios de siglo. DENISSE CHAPAS - [http://elizchapa. blogspot.com] FERNANDO MENDOZA-Nació en Saltillo, Coahuila en el año 1989. Actualmente estudia el quinto semestre de Arquitectura en el Tecnológico de Monterrey. En sus tiempos libres escucha música, dibuja, pinta y escribe. Su pasión más grande es viajar y coleccionar todo tipo de historias, palabras, y memorias. JAIME PALACIOS CHAPA- Jaime Palacios Chapa es regiomontano. Escribe cuentode todos tamaños- desde que tenía 11 años. Tiene estudios en Comunicación y Psicología; una maestría en Letras y otra en Humanidades. Es editor de Nave y de eLe. Se desempeña como escritor publicitario, editor, creativo y guionista.

JOHANA BRUBECK- Preparatoriana obsesiva compulsiva con delirios de cucaracha. LAURA E. CÁCERES- Nació en Reynosa, ha tomado el diplomado en creación literaria en la S.O.G.E.M., ha participado en concursos de cuentos y en lecturas organizadas por la Facultad de Filosofía y letras en la U.A.N.L. Está proxima a sacar la antología de cuentos “Con los añejos a aquellos restos” y continúa con otros proyectos. LUIS ÁVILA CANDELARIA- (Venado, SLP. 4 de julio 1987) Poeta. Estudiante de Literatura Hispanoamericana por la UASLP. MANUEL GARCÍA JURADO- Ha publicado relatos breves, poesía, artículos académicos y columnas de divulgación científica. Traduce literatura hispanoamericana al esperanto. MARCOS ARCAYA PIZARRO- Nace en La Ligua, región de Valparaíso, Chile, en 1979. MARIEL GARZA- Mi nombre es Mariel Garza, vivo en Chihuahua. Actualmente estudio Ingeniería Industrial y, al terminar, deseo retomar la carrera de Letras Españolas. Me gusta el olor a tierra mojada y caminar por las calles descubriendo librerías y cafés. OJO DE NUBE-Amante del cine porno, la literatura borgiana y los gatos. Se pasa los días acostado en una cama sin mucho más que hacer además de pensar. Una bala de pintura le apagó el ojo izquierdo, pero como él mismo comenta, “en tierra de ciegos el tuerto es rey”. PAULA NATALIA DE ANDA- Estudiante de periodismo a quien le gusta la música (¿a quién no?), bailar, leer y las burbujas de jabón. Originaria de La Paz, BCS, por ahora prefiere las ciudades grandes aunque echa de menos la playa. Entre otras cosas disfruta de los gatos, el pan, la cerveza y el aguacate, y es enemiga íntima de las cucarachas y el tomate. RODRIGO VALENCIA COTERA- Es un tipillo de rastas que vaga por los pasillos del Tec. Estudia IME en octavo semestre. Le gusta mucho leer y cuando se inspira escribe.

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