Capítulo 1
Quisiera empezar hablándole señor periodista, sobre mis primeros años de vida en Alepo, Siria. Mi nombre es Seín Abdallah, soy hijo de una humilde familia con orígenes pobres. Mi padre se llamaba Alé Abdallah. Él había construido nuestra casa en la gran ciudad de Alepo. Estaba en el paro ya que no tenía estudios, y tampoco nunca se esforzaba para buscar empleo, sino que traía a casa los alimentos y ya. A veces, cuando le preguntaba de dónde había sacado la comida, él levantaba la cabeza y me miraba seriamente con esos ojos de serpiente, verdes y amarillos a la vez, que terminaban en aquel infinito oscuro y que parecía que entrabas en su interior con sólo una de sus miradas; sabía que los alimentos los había conseguido de alguna manera, pero no buena. También tenía por supuesto que si seguía su ejemplo acabaría como él, robando para la propia supervivencia y dejando deudas en lugar de huellas a cada paso.
A pesar de ello, siempre se había dedicado a la familia, estaba más o menos obligado ya que era él el único pariente que me quedaba. Mi madre Farah, murió el día del nacimiento de mi hermano mellizo, All y yo. No pienses que fue duro para ella cargar con el embarazo de dos, no. Murió por culpa de aquel hombre, el que mató a mi inocente madre sin causa alguna.
Mi padre me lo contó todo tal y como pasó, y yo se lo contaré a usted. Era lunes, un lluvioso y triste día de julio, mi madre ya se encontraba en quirófano y él estaba en la sala de espera. Un médico salió y le dijo a mi padre que seguramente había que intervenir con cesárea. Dejó la puerta de la habitación donde se encontraba mi madre abierta y él intentaba mirarla, sin pensar que aquella podía ser su última vez. Las enfermeras ya se dirigían
todas hacia la otra habitación donde estaban los instrumentos para la operación. Alé quería aprovechar ese momento para entrar en la sala y recordarle lo mucho que le quería. Cuando de repente un gran estruendo hizo llamar su atención. Un hombre encapuchado con gafas de sol y una gorra acababa de abrir la puerta con una patada y se dirigía rápidamente hacia mi padre. Lo detuvo, le cogió del hombro y le susurró con una voz ronca, seca y grave: “Créame Alé, hay cosas que son peores que la muerte.” En ese mismo instante sacó la mano del bolsillo con una pistola. Primero disparó al cirujano de su lado luego entró en la habitación de Farah y le disparó en el pecho. Alé corrió hacia ella y cuando llegó, el asesino ya había desaparecido. Farah con una voz dulce y muy suave le dijo a mi padre:
-Sácame a los niños. -¡No puedo hacer eso Farah, morirías! -¿Acaso no estoy muerta ya?... Aquellas fueron las últimas palabras de mi madre, una madre la cual fue valiente hasta en su muerte, y que nunca se rindió.
Mi padre cogió un bisturí, y sin perder más tiempo abrió a mi madre. Las primeras manos que nos tocaron a mí y a mi hermano, fueron las de mi padre, el primer abrazo que recibimos, fue el de mi padre, las primeras palabras y llantos que oímos, fueron los de mi padre, no los de mi madre, que se encontraba ya en el Reino de los Cielos, con Dios. Descanse en paz.
Siempre me hago la misma pregunta: “¿Mi madre dio su vida por mi hermano y por mí, o murió por nuestra culpa?" No sabría qué decir. Esta anécdota habría sido una buena historia que contar si no fuera porque no
llegué a conocer a mi madre, pero bueno, al fin y al cabo fue mi primera anécdota.
A medida que fuimos creciendo mi padre iba dejándonos espacio para que nos fuéramos independizando. Cuando no traía la comida, alguno de mis hermanos mayores iba a robar a alguna de las tiendas callejeras que había en el mercado del centro de la ciudad. Si mis hermanos tenían demasiada hambre para regresar a casa a compartir con nosotros, debíamos entrar en acción.
Yo era el pequeño de los mellizos. Siempre fui un poco más menudo que All y más delgado. Era nuestro cebo. Me quedaba en un portal mendigando y dando lástima a las
mujeres
del mercado.
Aunque uno de nuestros
mandamientos era el de no robar, era para nuestra supervivencia y Dios lo entenderia. Cuando llamaba la atención de alguna y se agachaba para darme un trozo de pan o una fruta, All le cogía la cesta de la comida que había dejado, normalmente, en el suelo. Yo fingía ser un héroe corriendo detrás de All, cuando en verdad lo que estábamos haciendo era huir de ahí para encontrar un lugar tranquilo donde disfrutar del botín. En estas ocasiones, Alé se quedaba en casa bebiendo alcohol para evadirse de los grandes problemas que había a nuestro alrededor. Mis hermanos, Naser y Khaled, solo estaban en casa por la noche o cuando eran los suficientemente solidarios para darnos de comer. Ellos nos habían enseñado ese truco porque es el que utilizaban cuando eran más pequeños. Ahora cometían un robo limpio.
Voy a hablarle de mis hermanos, Khaled y Naser. Naser era ya un hombre para nosotros; tenía barba y bigote, pero no tanta como mi padre, que no se afeitaba. Era algo antipático y solitario, por lo que no tenía esposa, y ya tenía 20 años. Mi hermano Khaled era más abierto a la gente y simpático. Tenía una prometida que se llamaba Yebareh. Él tenía 16 años y ella 13. Mi último hermano se llamaba All y tenía la misma edad que yo, 8 años. Nos
llevábamos muy bien entre nosotros, éramos muy parecidos. Los dos delgados, con el pelo lleno de rizos y algo largo. Él se diferenciaba de mi en pocas cosas, en el peso, como ya había dicho antes, en que yo tenía los ojos más grandes que yo, y en que él era más simpático y alegre que yo. Le estaban intentando conseguir una prometida, aunque él todavía no pensaba en esas cosas. A mí no me buscaban a nadie. Decían que era más inmaduro que él y que no sabría tratar a una esposa. Pero bueno, era bastante pequeño, y no tenía ni la menor idea de lo que era el amor.
Realmente algo de idea tenía, estaba enamorado. Una joven de ojos naranjas y era la niña más hermosa que había visto nunca. Su nombre era Sarah, y tenía la misma edad que yo. Ella ya estaba prometida con un niño de 12 años rico. Vivía en una mansión por el centro de la ciudad. Sarah era muy amable, dulce y guapa. Mi padre siempre me decía cada vez que la veía, que era idéntica a mi madre de pequeña. Yo quería casarme con ella. El único problema que había es que ella era musulmana, y yo vivía en una familia cristiana. A sus padres no les gustaba que fuéramos juntos, así que siempre quedábamos después del colegio en el parque con más niños.
Capítulo 2
El 24 de diciembre celebrábamos la Navidad. Era un día en el que hacíamos culto al hijo de Dios, Jesús, por su nacimiento. En casa hacíamos un humilde belén, y mi madre hacía unos ricos dulces caseros, la receta de los cuales era un secreto. Íbamos de casa en casa, Khaled, All y yo cantando villancicos para sacarnos algún dinero.
Aquel día a las 17:00 fuimos a la Iglesia. Mientras todos estábamos rezando el Padrenuestro cogidos de las manos, los espectaculares mosaicos que había en las paredes estallaron. Después el techo se desplomó dejando a centenas de personas entre escombros. Mucha gente quedó aplastada, con ellas mi padre. Mis hermanos y yo conseguimos escapar. Las bombas continuaron hasta el dia 25 por la madrugada. Los supervivientes se quedaron todavía en la Iglesia rezando, mis hermanos y yo no, ya que nos habíamos quedado sin nada.
Nuestro padre lo era casi todo para nosotros. Al ver cómo un gran ladrillo golpeaba la cabeza de mi padre, tirándole al suelo y dejándolo inconsciente, ver cómo el techo caía a gran velocidad sobre él,
como una gran nube de
humo hacía que cada vez pudiera ver el cuerpo de mi padre menos, y cómo un montón de escombros lo hundían en el suelo junto a los demás, me pareció en aquel momento estar pasando por un gran tsunami en el que yo podía ver a todos muriendo e intentando escapar, ver a decenas de niños gritando y
pidiéndome auxilio, y yo sin poder hacer nada. Estaba aterrado. Cada vez la nube de humo se expanda más rápido y cada vez veía menos.
Después de aquello, no recuerdo lo que pasó, solo que desperté junto a mis hermanos Khaled, Naser y All. Estábamos en la puerta de la Iglesia, que se había convertido en maderas rotas. Khaled estaba muy asustado, no paraba de gritar y de llamar a mi padre. Naser, al ver que había despertado, entro de nuevo a la Iglesia en busca de personas que necesitarán su ayuda. Él no lloraba.
Cuando nos quedamos solos All, Khaled y yo, estuvimos hablando de lo ocurrido:
- ¿Creéis que Naser habrá encontrado a papá ya? -preguntó All desesperado y con el habla entrecortado.
-Seguramente -contestó Khaled serio con las lágrimas aún en sus ojos y con su mirada perdida en el horizonte- .Y si no es así, ya sabéis lo que dice papá siempre: “Cuando nacemos, Dios nos asigna una misión. A mamá le dio la de ser madre, cuando la cumplió, Dios vio que lo había conseguido y la llevó con ella.” Papá también tenía una misión, y probablemente ya la ha cumplido.
All comenzó a llorar cuando vio que su hermano Khaled intentaba hacerle comprender que papá había muerto. Yo ya lo sabía, pero no quería decirlo, en realidad no sabía cómo decirlo. En aquel momento se siente un sentimiento que no se puede explicar, además de que no me salían las palabras. Khaled no puso a su lado y nos abrazó. Pasamos varias horas en aquel sitio, hasta que
llegó Naser, que nos llevó de nuevo a casa. Mientras tanto otros fieles supervivientes se quedaron en la Iglesia y continuaron haciendo la misa.
Tras este atentado comprendí que la guerra había llegado, y que se había llegado a mi padre, y con él, una gran cantidad de sueños rotos.
No salimos de casa en días. La ausencia de nuestro padre nos dejó destrozados, pero todo podía empeorar. Un día Naser salió de casa temprano sin decir nada. Volvió tres horas después con un par de bolsas llenas de provisiones.
-Venid, nos vamos a España- dijo Naser tirando una de las bolsas al suelo esperando a que nuestro hermano Khaled la cogiera.
Todos obedecimos sin preguntar. Cuando salimos por la puerta, mis hermanos se pusieron a correr porque Naser ya se encontraba al final de la calle. Yo salí más despacio. Comprendí que aquella iba a ser la última vez que vería mi casa. Iba a echar de menos todos esos recuerdos que se quedaron en ella. Pensé que no volvería a ver a Sarah, creí que se había calcinado con mi padre en la iglesia.
Corrí hasta la plaza del pueblo, donde me reencontré con mis hermanos y algunas personas más que también tenían pensado huir de la guerra hacia Europa.
Capítulo 3
Nuestro primer destino era Turquía. Teníamos pensado ir todos juntos en tren. Tardamos unas dos horas en llegar a la frontera y nos ayudó a hacer amigos. Un de ellos fue Youd. Tenía una beca universitaria para la Universidad de Castellón en España, por lo que pasaría la frontera sin dificultad. Cuando llegamos habían cerrado la frontera, para nuestra sorpresa. A algunos afortunados cómo Youd los dejaron pasar sin esperar, cómo esperábamos.Nos despedimos con la esperanza de volvernos a encontrar en España. A otros los desviaron hacia Grecia y a nosotros, los sin papeles, nos llevaron a comisaría para inspeccionar los motivos de emigración. Pasamos una noche en el calabozo como malhechores.
A la mañana siguiente, nos despertaron unos llantos de mujeres con niños pequeños que lloraban porque pensaban que los iban a volver a llevar a Alepo en plena guerra. En realidad,aunque lloraban para que nos les llevaran de vuelta a su país, por dentro suplicábamos que todo acabara y pudiéramos volver a casa.
Un hombre alto y corpulento, con una voz ronca y grotesca vino hacia nosotros y gritó:
-¡Atención! Todas las mujeres y jóvenes menores de 16 años que me acompañen. El resto que se quede.
Rápidamente, nos despedimos de mi hermano mayor Naser, que tenía 22 años, y nos fuimos con Khaled que tenía 15. Nos llevaron a un gigantesco barco con destino a Atenas. Era eso o la muerte. La verdad, nunca supe qué fue de mi hermano Naser. Supongo que murió ya que horas después de embarcar nos informaron de que una bomba había destruido la estación de trenes a donde mi hermano se dirigía de vuelta hacia Alepo. Nos salvamos de milagro.
Estuvimos un día entero sin comer y sin beber en ese barco. Atravesamos más de 2.000 kilómetros por el Mediterráneo que nunca habíamos visto antes hasta llegar al puerto de Atenas. Allí cogimos una avioneta que pertenecía a un hombre que estaba dispuesto a ayudarnos. El único inconveniente es que el vehículo sólo tenía tres plazas. El hombre dijo que este viaje subiríamos mi hermano All y yo y en el siguiente Khalled.
Tardamos ocho horas en llegar a Malta. Allí nos acogió una hostalera y al fin nuestras papilas gustativas volvieron a tastar comida de verdad. Esa noche nos íbamos a quedar en su hostal a dormir, mientras esperábamos la llegada de nuestro hermano, que nunca regresó. Mientras cenamos vimos la televisión y descubrimos que no éramos los únicos que estábamos sufriendo la guerra. Los yihadistas estaban matando a personas de nuestro querido país y más de un millón de refugiados huían hacia Europa porque no tuvieron la misma suerte que nosotros. Mi hermano y yo hicimos un minuto de silencio por todas las personas que estaban muriendo. Un hombre llegó y nos susurrándonos al oído:
abrazó
- Lo siento mucho. Su hermano ha sufrido un accidente aéreo durante el trayecto hacia su supuesta salvación.
Aquella pérdida me causó un gran vació en el corazón que nadie consiguió rellenar.
Lloraba todas las noches y me arrepentia de no haberle dejado a él viajar primero, pero nada podía hacer, estaba muerto. Su cadáver se encontraba perdido en el fondo del Mar Mediterráneo. Aunque en el hostal de Malta nos cuidaban muy bien, yo seguía sintiéndome mal. Quería irme de ahi, pero no tenía dinero. Pasado un año, el 1 de julio, el dueño de una pequeña embarcación, nos ofreció viajar a Túnez.
Los días en la barca eran muy duros. Los minutos parecían horas, comíamos una vez al día, y solo podíamos beber un máximo de 2 vasos de agua diarios. Por lo menos no fue durante mucho tiempo. Nuestro trayecto acabó el 12 de julio con la llegada a la costa del país. Nos acogieron junto a más refugiados en una gran Iglesia. No me gustaban mucho por mi última anécdota, aunque era lo mejor que había por ahora.
Mis días eran más divertidos al estar con mi hermano All. Aunque comíamos también muy poco bebíamos bastante. Había fuentes por todas partes. HAsta que un día nos avisaron de que no volviéramos a beber de ellas, ya que los terroristas habían contaminado el agua de las fuentes. Entonces teníamos que robarla a los ricos.
El 16 de julio estábamos planificando nuestro hermano
yo el robo de
una gran bombona de agua de 5 litros a un hombre. Nos encontrábamos en la
fuente de la plaza sentados. Una gran bomba explotĂł en el ayuntamiento que se encontraba a nuestro lado.
Salimos corriendo sin mirar atrĂĄs hasta la costa, allĂ encontramos un bote y huimos por el mar.
Capítulo 4
All y yo estuvimos en aquel bote algunos días, la verdad no se cuantos ya que perdí la cuenta en el segundo, cuando empecé a sentir una sed terrible. Mi hermano estaba algo peor que yo, siempre me decía que iba a morir de hambre y de sed. Yo, aunque lo pensaba también intentaba ser positivo y pensar que algún día alguien nos encontraría y nos llevaría junto a él resto de supervivientes a algún sitio seguro.
Mi hermano pasaba los días tumbado en el suelo del bote mirando al cielo e intentando guardar fuerzas y no gastar energía para poder aguantar más tiempo vivo. Un día, pescamos un pequeño pez que estaba medio muerto y se acercó a nuestro bote a curiosear un poco. Lo cogí con las manos con facilidad. Nos lo comimos bastante rápido. Cuando sólo quedaban las espinas, yo cogí una grande y me la guardé. Pasaba los días haciendo dibujos en la madera del bote con la espina para entretenerme. Aún así, los días eran eternos.
Cuando pensé que ya iba a morir, en aquel sucio y viejo bote, la suerte por una vez me sorprendió. Un gran barco lleno de turistas pasaba por nuestro lado y pensamos que podría ser nuestra única oportunidad para salvarnos. Así avisé mi hermano para que me ayudara a llamar la atención del crucero. Tras un rato haciendo señales, el barco cambió el rumbo y vino en nuestra dirección.
La gente nos indicaba las escaleras por las que subimos. Luego nos presentaron al capitán, el cual nos dio agua y una deliciosa cena. Esa noche fue la mejor de esos días, porque dormíamos en camas.
Al día siguiente el capitán nos explicó que el barco donde nos encontrábamos era un crucero que estaba repleto de turistas. También nos explicó que normalmente sus viajes duran 30 días, pero que iba a hacer una excepción y volver ya a la costa para ponernos a salvo. Nos iban a llevar a Castellón de la Plana, que era donde se fue a estudiar nuestro antiguo amigo Youd. Nos dijo que mucha gente estaba dejando sus casas a algunos refugiados para ayudarnos, y que posiblemente alguien nos dejaría la suya.
Al llegar a la costa, unos policías nos dijeron que fuéramos con ellos. Nos llevaron al ayuntamiento y ahí estaba él. Habían avisado a Youd de que nos iban a llevar a la misma ciudad donde él residía en ese momento así que vino para recibirnos y avisarnos de que no estábamos solos, de que muchos
as
sirios habían llegado y que posiblemente conociéramos a algunos.
Youd nos llevó a su casa de universitario, y allí estaba Sarah. Nunca pensé que la volvería a ver, pero me equivocaba. Vino rápidamente hacia mi y me dio el mejor abrazo de mi vida. Fue precioso. Youd, luego nos presentó a un matrimonio que estaba dispuesto a dejarnos una habitación de su casa y su comida para mi hermano y para mi. Me daba pena que Sarah no pudiera venir. A ella le había acogido una familia diferente que vivía un poco lejos, pero o era ningún problema porque nos veíamos en el colegio.
Actualmente estoy casada con Sarah, y soy padre de unos encantadores hijos. Vivo todavía en Castellón de la Plana, mi hermanos tiene una prometida y se
casarán en noviembre, tengo trabajo, y lo más importante de todo, que a pesar de mi horrible pasado, soy feliz.
Y pienso, señor periodista, que aquí no termina mi historia. Que mi descendencia la seguirá contando así cómo todos los que lean esta novela. Y así, junto a mi hermano All, se que ésta ha sido una experiencia que nos ha unido, y a la vez nos ha hecho hombres, si ha pasado ha sido para que aprendamos.
Castellón, 12 de mayo de 2016 3ESO B-I.E.S. Bovalar