LA REALIDAD DE MIS DÍAS
Escrita por: • ANA MARÍA STANCIU • ELENA ESCRICHE GUILLAMÓN
CAPÍTULO PRIMERO Pienso en todos los niños que han tenido que huir de sus casas a la fuerza, en aquellos que nunca han visto el interior de una clase, en los que han perdido a sus familiares y en los que se fueron a sus camas con hambre, sed y frío. Me estremezco cuando me acuerdo de las visitas a la antigua ciudad de Homs, donde es casi posible escuchar el sonido de los susurros de las miles de personas que en algún momento llamaron a esa zona su "hogar".
Mi nombre es Ahlam, soy una chica de 16 años que por culpa de la guerra perdí todo, soy de Homs y esta es mi historia.
Todo empezó el 15 de Marzo del 2011 cuando escuché por la radio que todo había comenzado: el sufrimiento, las muertes a sangre fría. -En esta guerra se están enfrentando actualmente las Fuerzas Armadas de Siria del gobierno del presidente sirio, Bashar Al-Asad -dijo el hombre de la radio. Al escuchar esto apenas entendía algo, solamente tenía 11 años, no comprendía lo grave que era la situación. Mis padres, Batoul y Agma pusieron una expresión de preocupación, una expresión que yo no había visto nunca en sus caras, una expresión de preocupación y miedo, que significaba todo eso? Una guerra? En Siria? Mis padres corrieron al desván, no teníamos muchas cosas, simplemente unos pocos kilos de arroz, aceite, azúcar y tomate, más las insignificantes cosas de la cocina. A los pocos minutos de recogerlo todo para irnos escuché una explosión muy fuerte, me había estado imaginando cómo serían las explosiones mientras recogíamos las cosas, pero esta era mucho más fuerte que las que yo me había imaginado. Vi que todo se caía a pedazos, los muebles, las paredes, todo se derrumbaba encima de nosotros. Ya solo quedaban algunas paredes y por suerte el techo. Hubo un silencio aterrador, al cabo de unos segundos ya se oían gritos en las calles, sirenas de policía y ambulancias.
Mi hermano pequeño Alí, de la edad de poco menos de 7 años empezó a llorar, y mis padres lo único que podian hacer era abrazarnos para que no nos pasara nada, abrazarnos y decirnos: “Todo estará bien, todos estaremos bien en casa, no lloréis, todo saldrá bien”.
Mi padre, preocupado por nosotros, pensó que lo mejor sería irnos de ahí. Estábamos rodeados por unas paredes inestables, que amenazaban en caernos encima en cuestión de segundos. Fue corriendo a la habitación a coger una especie de maleta pequeña, no sé qué guardó en ella, pero tampoco le pregunté, no era el mejor momento para hacerlo. Mientras tanto Ali, que estaba en los brazos de nuestra madre, buscaba su peluche con la mirada, un osito blanco cuyo perdido ojo derecho había sido sustituido por un botón. Mi hermanito no dejaba de llorar, las caricias de mi madre no lo calmaban, los gritos del exterior lo empeoraba cada segundo más. Quería tranquilizarlo, así que me puse a buscar el pequeño peluche entre algunos escombros de la casa. Al cabo de unos minutos lo vi debajo de nuestro antiguo mueble, que había sido destrozado por la onda expansiva de la bomba. Miré a mi madre de reojo, buscando su aprobación. Como no tuve respuesta fui directa hacia el peluche sin pensar en las consecuencias que podría tener. Al llegar allí pude agarrar una de sus patas, me costaba sacarlo de ahí abajo, tenía miedo de romperlo, al ver que no podía me levanté e intenté mover los restos del mueble. Mi madre vió qué quería conseguir y vino a ayudarme; gracias a ella, Ali dejó de llorar. Mi padre volvió al salón con todo lo necesario para irnos, nos levantamos para irnos de esas ruinas a las que antes llamábamos ’’hogar’’. -Ahlam, ya eres mayor y tienes que entender esta situación, si nos pasa algo tú tendrás que cuidar de tu hermano -dijo mi madre antes de salir de casa. -¿Pero, mamá, qué dices? ¿Os pasará algo a ti y a papá? -¿qué decía mi madre? Yo no comprendía cómo ella podía pensar que se iba a morir. -Ahlam, tu padre y yo no estaremos toda la vida, y si en esta guerra nos pasa algo tú te tendrás que mantener sola y además deberás cuidar de tu hermano.
-Agma, prepárate, tenemos que irnos, coge a los niños, no tenemos mucho tiempo dijo mi padre. -Cariño, ¿a dónde iremos? No tenemos ningún sitio donde poder dormir- respondió mi madre. -Tranquila, en esta misma ciudad tengo una casa, a las afueras, no creo que este tan mal como esta, si salimos ahora no tardaremos más de una hora en llegar- dijo mi padre esperando la reacción de mi madre. -Nunca me habías hablado de esa casa, pero bueno, no tenemos otro sitio adonde ir, vámonos.
Nada más mi madre acabó la frase salimos de casa; nunca pude imaginar lo que vi al salir por la puerta de mi casa, el país estaba arrasado. Se podía percibir un sufrimiento que es imposible explicar y mucho menos cuantificar en datos: familias destrozadas por las pérdidas de seres queridos, personas tiradas en las calles, niños llorando por el miedo y sufrimiento que les iba a marcar toda su vida. Lo primero que vi al cerrar la puerta de casa fue a un padre que llevaba a su hijo en brazos, se dirigía a uno de los dos hospitales que seguían todavía disponibles. Su hijo había sido disparado en la cara. Miré la cara de ese padre, una cara cubierta por la desesperación y la ira. Desesperación por una guerra que le había robado la cara a su hijo. Ira contra el mundo entero.
CAPÍTULO SEGUNDO -Vamos, entrad dentro de casa e id a vuestros cuartos, yo me ocupo de los daños. Agma, coloca la comida y ponte a limpiar el polvo, si no encuentras algo avisame. dijo mi padre al dejar las cosas en el suelo al lado de la entrada y después de decirnos dónde estaban los cuartos. Mi madre hizo caso sin decir nada, se puso a buscar en los armarios, grises por el polvo de la cocina, algún trapo o algo que usar para quitar el polvo. Al encontrarlo se puso a limpiar mientras, yo y Alí fuimos a nuestro cuarto a ordenar un poco las cosas y situarnos en el ambiente. No sabía cómo explicarle lo que habíamos visto, seguramente él vio lo mismo que yo pero dudo que con su corta edad pudiera asimilarlo y entenderlo.
-Alí, ¿estás bien? -le dije. -Ahlam, ¿qué ha pasado? No lo entiendo, ¿vamos a morir todos? -me respondió. La cara de mi hermano cuando me preguntaba qué había pasado era simplemente un terror profundo hacia todo lo que le rodeaba, y así era, estaba temblando, pero era normal al ver todo lo sucedido, yo también lo estaba. -No vamos a morir, no digas tonterias, aqui estaremos a salvo, todo volverá a la normalidad dentro de muy poco tiempo, no te preocupes Ali. - Ni siquiera yo misma me creí esas palabras, si estalló una bomba donde vivíamos antes, ¿por qué no podría pasar lo mismo aquí? -Pero, ¿y si pasa? ¿Tú qué sabes Ahlam? ¡Tú no sabes nada! - me gritó Alí. -Escúchame Alí, no creas que yo no estoy preocupada, solo intento pensar en positivo, porque si pienso que vamos a morir, será más probable que pase, y sinceramente, ¡¡no quiero!! -al decirle eso, no me volvió a gritar, solo abrazó a su peluche más fuerte de lo que lo estaba haciendo antes y miró hacia el suelo como si estuviera avergonzado . -¿Qué son estos gritos? Alí, no me gusta que le grites a tu hermana y Ahlam, ¡ven a la cocina un momento! -nos dijo mi madre. -Mamá lo siento, no volveré a gritar -le dije a mi madre mientras bajaba las escaleras, antes de que pudiera reñirme. -Ahlam, no te he llamado para hablar de los gritos ni para reñirte. Pude escucharte y creo que sabes más o menos lo que está sucediendo. Escucha, intentaremos que vayas de nuevo a la escuela, quiero que vuelva a ser todo como antes, ¿entiendes? Aunque sea difícil, inténtalo, no quiero que tu hermano lo pase mal, todavía es pequeño, no le digas nada de la guerra aun. Intentaré explicárselo todo yo. Me quedé algo sorprendida pero comprendía la situación, Alí era pequeño para decirle que sus amigos habían muerto por una bomba. -Vale, mamá, no le diré nada. No sabía si podría cumplir esa promesa, pero era lo único que podía decirle en ese instante. Ya era la hora de cenar así que mi madre y yo pusimos la mesa. Mi madre llamó a Alí y a mi padre para que vinieran a cenar. Al sentarnos en la mesa, mi padre
encendió la radio. Quería saber más sobre la guerra en la que estábamos y la bomba de la que, nosotros, nos habíamos salvado. Mi padre harto de escuchar intentos de consolación, apagó la radio de un golpe. -Se acabó por hoy la radio. Terminad de cenar ¡y a la cama! -dijo mi padre con enfado. Mi madre le echó una mirada intentando decirle que se calmara, pero no dijo nada en alto, simplemente siguió comiendo, al igual que yo y mi hermano. Unos cinco minutos después acabamos de cenar, yo y mi hermano nos fuimos a nuestra habitación. Mis padres tardaron un rato en irse a dormir y pude escucharlos hablar desde mi cuarto, claramente Alí ya dormía. -Cariño, ¿qué haremos con los niños? ¿Los mandamos a la escuela ya? ¿Tú crees realmente que será lo mejor después de lo que ha pasado? -le preguntó mi madre a mi padre mientras recogían la mesa. -¿Qué quieres, que se queden en casa sin hacer nada como si estuviéramos aterrorizados? Eso no lo permitiré. Mañana voy a inscribirlos en la escuela más cercana, y no hay más que hablar! -le respondió mi padre. Después de oír eso me dormí. Solamente la idea de volver a la escuela me perturbaba, lo único bueno que le había encontrado a la guerra era que no había que ir a la escuela, pero eso se iba a acabar. Pasamos dos días dentro de casa, sin salir, a parte de mi padre que fue a inscribirnos en la escuela, y casi sin hablarnos. Al cabo de tres días, oficialmente, yo y Alí, ya asistíamos a las clases. -Viva, ¡qué ganas de volver a la escuela!- dije sarcásticamente. -Vamos mi vida, no te quejes, conocerás a mucha gente y harás nuevos amigos. Me respondió mi madre con total tranquilidad como si nada hubiera sucedido. Preferí no contestar, si iba a hacer amigos y a conocer a gente pero, ¿cuánto tiempo podría durar nuestra amistad? Al llegar a la escuela empezamos estudiando dibujo, cosa que me aburría bastante, ¿de que me iba a servir eso en la vida?, solo era una pérdida de tiempo, como todo lo demás.¡Todos actuaban como si no hubiera pasado nada, la guerra estaba a la vuelta de la esquina y era como si no les preocupara! Qué estúpidos, no pensaban dónde estábamos ni se preocupaban por lo que podría pasarnos.
La profesora hablaba y hablaba,yo no entendía nada de lo que decía, menos mal que me puse al lado de la ventana, así me distraía viendo a
niños jugando y
corriendo en el patio, gente en sus casas y mientras yo aquí, aguantando los sermones de esta mujer. Me fije en el tejado del edificio de enfrente, ¡¿pero qué?! ¡¿Un hombre con un arma?! ¡Y estaba apuntando hacia el colegio! -¡Todos al suelo!, ¡nos van a matar a todos!- grité. No lo pensé dos veces tenía que advertirles. -¿Qué dices Ahlam? Entiendo lo que has pasado, pero tranquilizate o tendré que expulsarte de clase - me dijo la profesora. -¡Que no que no!¡Es verdad, joder! ¡En el tejado del edificio! ¡Abajo todos!- les volví a gritar. Todavía no había acabado de decirlo y la profesora ya se disponía a sacarme al pasillo, pero en ese momento dispararon, no podía dejar de mirar a la profesora, había caído al suelo, la había matado con un disparo a la cabeza. En ese momento empezaron los gritos y el jaleo, unos cuantos se tiraron al suelo y los demás intentaban salir de la clase, yo, sin embargo,preferí quedarme debajo de las ventanas, al menos ahí no me podrían alcanzar los disparos. Miré el reloj y era casi la hora de irme, miré cuidadosamente por la ventana, mis padres estaban afuera, junto con los demás padres. Asustados por el disparo también se agacharon. En ese momento pensé en Alí, que estaba en la planta de abajo, no sabía si estaba bien. Rodeé la clase como pude con el fin de poder llegar a la puerta. Sinceramente, no tenía miedo a que me dispararan, tenía más miedo de perder a mi hermano pequeño. Los pocos niños a los que no habían disparado me dijeron que no me moviera, que podría morir, pero no les hice caso, solo me hacían perder tiempo. Al salir de la clase, agachada por precaución, vi a niños tirados en el suelo de las clases, Seguían saliendo niños de algunas clases, todos iban hacia las escaleras, no podía reconocer a nadie con claridad, solo me pude fijar en que todos tenían una expresión de miedo.
-¡Corre, Ahlam, huye de aquí, no es seguro! - me dijo una profesora que me encontré de camino hacia la planta de abajo. -¡No puedo! ¡Tengo que encontrar a mi hermano!- le respondí. -¡Ahlam no digas tonterías, sal de aquí, ya!- Me gritó la profesora agarrándome del brazo empujándome hacia las escaleras. La empujé y me fui corriendo, no estuvo bien lo que hice, cada metro que me alejaba de ella menos la escuchaba pero tenía más posibilidades tenía de encontrar a mi hermano. Encontré otras escaleras que bajaban al piso de abajo, fui corriendo y a medida que avanzaba encontraba a niños por el suelo, sinceramente no me importaban en absoluto, seguí corriendo hasta la puerta de la clase de Alí. La abrí de golpe y ahí estaba, debajo de su mesa llorando junto con otros niños de su misma edad, la profesora no estaba, al parecer a esa señora le importaba más su vida que la de unos niños menores a 10 años. Fui corriendo hasta su lado y pude percibir lo asustado que estaba. -Alí, soy yo Ahlam. Vamos ven aquí y abrázame, voy a sacarte de aquí- le susurré. Necesitaba a alguien que le consolara, estaba aterrado. Escuché a lo lejos sirenas de coches de policía y ambulancias, di por hecho que sacarían a los demás niños del colegio. Recordé que mis padres estaban en el patio y pensé que lo mejor sería ir con ellos. Cogí a Alí en brazos y me dirigí a la puerta del colegio que daba al patio. -¡Ahlam!¡ Ali! - gritó mi padre al vernos. Se levantó del suelo y vino corriendo hacia nosotros, miré en el tejado de la casa y seguía estando el francotirador, porque narices seguía ahí arriba!? Puso su ojo en la mira óptica, volvió a apuntar hacia el colegio, mejor dicho, hacia mi padre. Quise avisarle de que le estaban apuntando, pero no tuve tiempo. Cuando iba a abrir la boca, el francotirador, apretó el gatillo. -¡¡¡Papá!!!- gritamos mi hermano y yo al unísono. Mi madre al oír el disparo supuso que le habían dado a él, al verlo caído en el suelo fue corriendo a ayudarlo, pero en ese momento volvió a disparar, misma dirección, diferente persona.
Ella tardó unos segundos en caer al suelo, y todo eso mientras sostenía a Ali en brazos. Yo no podía hacer nada en ese instante,me quedé paralizada, simplemente me mantuve quieta dentro del colegio, para que no me nos dispararan a mí y a mi hermano. Di unos pasos atrás, puro instinto de supervivencia, no sabía si podía darnos el francotirador, pero preferí no arriesgarme. La gente que se encontraba en el exterior en ese momento, se quedó quieta. Seguramente captaron el mensaje, no moverse y bajo ningún concepto acercarse al colegio. Nadie se movía, nadie iría a ayudarlos. En ese momento recordé que hacía unos diez minutos había oído sirenas, como ahora no se oía nada pensé que había sido una ilusión, pero agucé el oído y, a lo lejos, escuché las sirenas de algunos coches de policías y ambulancias. Al cabo de pocos minutos llegaron y entraron en el colegio a rescatar a los demás supervivientes. Pensé que el francotirador ya no estaba, seguro se había ido al oír las sirenas, así que salí corriendo junto a mis padres. Me arrodillé llorando, mi madre todavía seguía con vida, pero viendo la cantidad de sangre que había en el suelo, moriría desangrada en pocos minutos. -Ahlam...cariño...no llores, todo saldrá bien...ya lo verás- me dijo mi madre acariciándome la mejilla mientras las lágrimas no dejaban de caerle. -¡Mamá no! ¡No te dejaré que mueras! Mamá, ¡te obligo a que te quedes conmigo! No me dejes, no me dejes ahora por favor.- Ya no sabía qué más hacer salvo suplicarle que se quedara conmigo. -Cuida de tu hermano…- Me susurró mi madre. -¡No mamá! ¡Quedate conmigo! - Yo estaba desesperada, me iba a quedar sola con mi hermano! -Adiós Ahlam, adiós Ali… Os quiero mucho…- nos dijo mi madre. Esas fueron las últimas palabras que dijo mi madre. Ahora yo y mi hermano solo nos teníamos el uno al otro. Nos hicieron evacuar el lugar por seguridad. No se llevaron los cuerpos, los dejaron en el suelo, como perros abandonados, perros miserables. Alí no quería marcharse, yo tampoco, pero ya estaban muertos, ya no podíamos hacer nada y no serviría de nada quedarse en el punto de mira del francotirador.
-Vamos Alí, aquí no estamos seguros. Vamos a casa- le dije a mi hermano. -No! No me iré de aquí sin mamá y papá!- me gritó mi hermano. -Alí, entiende que están muertos! No volverán a darte las buenas noches, ni mamá te contará un cuento, ni andaremos juntos de la mano! Entiendes eso?!- le grite a Alí. De un modo u otro tendría que entenderlo. -Te odio! Si ya no están aquí es por tu culpa! Ojalá hubieras muerto tú, y no ellos!Me respondió. Al terminar de decirme eso, antes de que yo pudiera responderle, se fue corriendo, seguramente hacia casa, y mi única opción era ir con él, si le perdía a él también ese día, no podría perdonármelo jamás. Le seguí hasta un parque, lo encontré sentado en el suelo, llorando. Me puse delante de él, me miró, y saltó a mis brazos llorando y moqueando como el niño que era. Lo llevé a casa. Se durmió enseguida en el sofá y era normal, después de perder a nuestros padres, y que seguramente haya sido por mi culpa, no podría estar con fuerzas para seguir despierto por hoy. Fui a la cocina para ver qué había para poder comer. Solo encontré un trozo de pan y poco más y eso no sería suficiente para los dos. Tuve que pensar en algo para que Alí comiera, y lo único que se podría hacer era robar. Al día siguiente, antes de que Alí se despertase, salí a por comida. Estaba mal dejarlo solo, pero no tenia mas remedio si quería conseguir comida. Tuve que ir mucho más lejos que donde íbamos normalmente a comprar. Por miedo a que hubiera otro tiroteo la gente no salía de sus casas y las tiendas y comercios estaban cerrados. Cuando llegué al primer mercado que encontré empecé a buscar las pequeñas tiendas que vendieran comida para robar, y a poder ser, sin que se dieran cuenta. Pensé en coger cosas pequeñas como unas patatas, galletas, fruta o algo de carne. Mientras pensaba en que coger, recordé que mi madre me dijo una vez que en Siria la comida normalmente no era fresca, así que descarté la carne. Decidí ir a por unas manzanas y un paquete de galletas, me fijé en que tenía las galletas y la fruta algo apartadas de la tienda y aproveche para cogerlas. -Al ladrón! Al ladrón!- gritó la vendedora.
En esos mercados de calle siempre hay mucha gente. Salí corriendo hacia el final de la calle y al girarme cuando había llegado al final, entre la multitud, pude ver a un hombre correr detrás de mí pero corrí unos cien metros lo más rápido que pude y entré en un callejón muy estrecho y oscuro antes de que él me pudiera ver. De esa forma le distraje. no me gustaba robar pero tenía que darle de comer a Alí. Esperé unos cuantos minutos y me asomé para ver si alguien me veía salir de ahí. Al asegurarme de que no había nadie y que el hombre que me seguía ya se había alejado lo suficiente, salí del callejón y fui en dirección contraria a donde se había ido el hombre, ya era hora de volver a casa y estar con mi hermano. Al llegar estaba segura que Alí ya estaba despierto pero entré y no oía nada, pensé que estaría jugando al escondite y empecé a buscarlo por la casa y a llamarlo, pero nada. Busqué en todas las partes de la casa, en cada rincón y en cada esquina y nada, no estaba allí. Comencé a preocuparme, no sabía que sería de mi vida si perdía a la única persona a la que quería….y que seguía con vida. Salí corriendo de casa gritando su nombre. -¡Alí! ¡Alí! ¡¿dónde estás?! Respóndeme por favor! Alí!- grité. No había respuesta, me puse muy nerviosa y no sabía ni donde mirar, el único lugar que tenía en mente era… -El colegio!- dije en voz alta. Fui corriendo hasta llegar allí y desde lejos pude verlo, tumbado en el suelo, llorando, al lado de la sangre de nuestros padres. Al parecer, después de que nosotros nos fuéramos, quitaron los cuerpos, supongo que era mejor que dejarlos ahí tirados para que todo el mundo los viera y se alarmase. Ver la sangre extendida por el suelo del patio del colegio me recordó… como mis padres cayeron muertos al suelo, me recordaba como la sangre salía de sus cuerpos… me recordó todo lo que habíamos vivido el dia anterior… me recordó el peor de los infiernos, ver como un francotirador mata a tus padres. Me acerqué a Alí, estaba dormido pero con sus ojos estaban llenos de lágrimas al igual que los míos…pero... dios.. todo esto es mi culpa, es mi culpa que estén muertos, que seamos huérfanos y que tenga que robar para que Alí pudiera comer. -Vamos a casa Alí…- le susurre. -No…. mamá...papá…- me dijo en sueños.
Estaba soñando pero me sentí tan mal por él… tenía que sufrir todo lo que había pasado por mi culpa. Desperté a Alí y poco a poco fuimos caminando hacia casa. Cuando estábamos llegando a casa, una camioneta negra, aparcó delante de nuestra puerta, me pregunté si era coincidencia que estuviera justo ahí. Cogí a Alí en brazos e intenté entrar en casa rodeándola. Al acercarme un poco las puertas se abrieron y, de repente, dos hombres con mucha fuerza salieron de la nada. Se abalanzaron contra mí tirándome al suelo. Alí empezó a gritar como un loco y yo me uní a sus gritos. Se soltó de mis brazos y empezó a correr. Uno de los hombres fue a por él, mientras que el otro intentaba meterme en la camioneta. -¡Huye Ali! ¡No mires atrás! ¡Corre! ¡Vete de aquí!- intenté avisar a Alí. Casi no pude terminar la frase, el hombre me puso un pañuelo en la boca y estaba húmedo. Noté una sensación que nunca antes había sentido, empecé a dormirme. Lo último que vi antes de caer inconsciente fue a Alí caer al suelo mientras le cogían.
CAPÍTULO TERCERO Cuando desperté de mi sueño en una camioneta blanca, mucho más grande que la anterior y junto con varios niños, algunos un poco más pequeños que yo y otros no mucho más que yo. Pude distinguir a tres niños y a una niña, además de mi hermano y de mí. Ese lugar era asqueroso, olía a orina y a sudor, pero lo peor era que no había mucha luz y por más esfuerzos que hiciera no podía ver bien el rostro de los demás niños. Pude fijarme en que ninguno de nosotros estaba atado, lo que me hacía preguntarme, ¿por qué? No comprendía mucho la situación, ¿nos habían secuestrado? -¿Dónde vamos?¿Qué está pasando aquí?- les pregunté a los demás niños por si había pasado algo mientras yo estaba desmayada. -¡¡¡Silencio ahí atrás!!!- dijo una voz en el asiento del conductor. Todos saltamos del susto al escucharle dar unos golpes en la ventanilla que nos separaba.
-Shhh. Tú, chica nueva, callate, a nos ser que quieras morir- me dijo uno de los niños. -¿A dónde nos lleva esta camioneta?- le susurré para que el conductor no me oyera. -Serás una esclava más, como todos nosotros, con eso te lo digo todo- me respondió. -¡¿Qué?!¡¿Una esclava?! - grité sin acordarme del conductor. -¡Joder!¡He dicho que os calléis!- gritó el conductor acompañando al grito con un golpe seco en el cristal. -Perdón..- dije en voz baja. No creo que me escuchara pero yo lo dije igualmente. -Sí, esclava, como tu hermano- me afirmó el niño. No podía creérmelo, hacía tres días mi vida era normal, como la de cualquier niña, y ahora iba a convertirme en una esclava… -Disculpa, no me he presentado, qué maleducado por mi parte- dijo susurrando aquel niño. Se acercó más a mí, y pude ver sus ojos, unos ojos verdes esmeralda con un toque de azul, unos ojos profundos que escondían una gran historia. Tenía el pelo oscuro y la forma de su cara lo hacía bastante atractivo. Me fijé en su cabeza, estaba sangrando un poco por el lado derecho. No parecía una herida grave así que lo dejé pasar. Me miró y con una sonrisa me dijo: -Soy Amir, tengo 12 años. Vengo de Zaidal, encantado- se presentó aquel niño. -Yo Ahlam. Soy de Homs y tengo 11 años. Igualmente- le respondí. Se sentó a mi lado con mucho cuidado y sin hacer ruido para que no nos volvieran a gritar. A los pocos segundos señaló a Alí. -Alí es mi hermano. Tiene poco más de siete años -le expliqué. -Bien, ahora que nos conocemos mejor te voy a explicar más o menos lo que sucede. Has sido secuestrada, y nos llevan a un campo de esclavitud. Según he escuchado nos llevarán a un sitio cerca de Raqqa -me dijo Amir. -¿Y tú cómo sabes eso?¿porque debería confiar en lo que dices?- le respondí. -Como ya te he dicho antes, lo he escuchado. Y bueno, creo que deberías confiar en mí porque, que yo sepa, no tienes una mejor opción. Los dos estamos en la
misma situación, Ahlam, y creo que te caigo bien. Pero quiero saber una cosa, ¿cómo acabaste aquí?- me dijo Amir. Y tenía razón, era mi mejor opción. -Bueno, es muy largo, pero te lo resumiré. Éramos una familia feliz, yo, mi hermano y mis padres. La bomba que tiraron en Homs cayó cerca de donde vivíamos y nos destrozó la casa, así que tuvimos que huir a otra casa que tenía mi padre. El día que asistí de nuevo a las clases, un francotirador causó una tortura en el colegio y mató a mis padres delante de mis ojos y los de mi hermano al intentar venir a la entrada del colegio donde yo había llevado a Alí. Nos quedamos huérfanos y, dos días después, al venir de vuelta del colegio, al acercarnos a casa, vimos una camioneta negra delante de casa y de allí salieron unos hombres y nos atraparon. Al terminar de contar mi historia, Amir, se quedó unos segundos callado. Me fijé en que los demás niños me miraban, incluido mi hermano, pero no dijeron nada. Al mirarlos, Amir, dijo: -No te preocupes, son tímidos, ya los irás conociendo- después de decir eso se acercó a mi oído- A no ser que mueran antes de eso- eso me dejó desconcertada pero preferí no continuar el tema. -¿Y tú qué? ¿Cómo acabaste en esta camioneta?- le pregunté. -Bueno, yo no soy un modelo de conducta a seguir. Una noche de fiesta iba solo por la calle. A mí también me cogieron dos hombres que iban en una camioneta negra, pero intenté resistirme y me dieron con un bate en la cabeza- me dijo Amir. -Eso explica la sangre de la cabeza…- susurré. -¿Qué?- dijo. Me había escuchado. -Nada nada, no te preocupes- le dije. -Oh vamos Ahlam, en este momento eres la que mejor me cae de los que hay aquí. No tienes por qué esconderme nada- dijo con una pequeña sonrisa de pícaro. -Una pregunta, si sabes que vamos a ser esclavos, ¿por qué sonríes o por qué te noto algo feliz?- le dije con algo de miedo. -No estoy feliz de ser un esclavo, en absoluto.. Pero no sé, siempre soy así, y mira la parte positiva, te he conocido a tí- me dijo con una voz dulce. El hecho de que Amir hubiera dicho eso me hizo sonreír levemente, pero no eran momentos para eso, lo principal era salir de esa camioneta. -¿Hay alguna manera de salir de aquí?- quise preguntar.
-¿Tú crees que si no la hubiera no habría salido ya de aquí?- me respondió. -Y,¿entonces qué haremos? ¿Quedarnos aquí sin intentar nada e ir a un campamento de esclavitud?- me puse nerviosa con la idea de estar esclava para siempre. -Ahlam, ese hombre es peligroso, te podría hacer daño. No intentes nada, hazme caso- me advirtió Amir. -No voy a quedarme aquí quieta sin hacer nada, lo intentaré, voy a salir de aquí, con o sin tu ayuda- le dije. -Está bien, te ayudaré- me respondió Amir. Estuvimos unos minutos hablando sobre el supuesto plan. Queríamos sacar también a los demás niños pero tenían miedo de intentarlo, miedo a morir. -Vale,¿entendéis el plan? Vamos a repasarlo una vez más- le dije a Amir. -Vale, a la hora de traernos la comida, antes de que abra la puerta, nos colocamos justo enfrente de ella y cuando abra la puerta saltamos sobre él. Yo seré quien le tire la arena, que cogeré del suelo, a los ojos. Estad atentos e iros corriendo a algún sitio a esconderos- volvió a explicar Amir. -¿Y si no hay donde esconderse?¿ Y si nos atrapa y nos mata por haber intentado escapar?- dijo un niño que hasta el momento había estado callado. -No pensemos eso, tenemos que intentarlo al menos- le dije a aquel niño intentando animarle. -¿Por qué no te molestas en estar quieta?¿Por qué te arriesgas a que te maten? No tiene ningún sentido- me respondió. -Bueno, si quieres, tú puedes quedarte aquí para ser un esclavo más, yo no. Yo por lo menos intentaré no ser solo una esclava más. Vamos Alí, vamos Amir, ya ha frenado la camioneta.- me decidí a decir. -Está bien, iré con vosotros, no quiero ser un esclavo. Vamos. Por cierto, me llamo Saud- dijo al fin. Nos preparamos detrás de la puerta para abalanzarnos sobre él. Tuvimos que estar callados unos cinco minutos, seguramente estaría preparando la comida. Estábamos muy nerviosos, al menos yo lo estaba. Al oír que se abría el candado, aguzamos el oído y nos preparamos para atacarle.
La puerta se abrió. Lo primero que vi fue a un hombre alto de cabellos canosos y piel morena, cuyas profundas líneas de expresión le otorgaban un aspecto rudo y agresivo. Yo fui la primera en saltarle encima pero me fijé en que tenía un arma en la mano. Después de mí saltó Alí, después Saud y por último Amir. Los demás no se atrevieron. Mi hermano Alí salió corriendo para esconderse, como habíamos planeado. Y Amir le tiró un poco de arena en los ojos y casi al mismo tiempo Saud le quitó el arma de las manos. Empezamos a correr hacia unos arbustos, donde estaba esperándonos mi hermano. Aquel hombre se levantó y sacó una pequeña pistola del cinturón. No contábamos con eso. Amir y yo llegamos a los arbustos pero nos dimos cuenta de que Saud se había caído. De detrás de los arbustos lo vimos todo. Cuando se levantó iba a ir hacia donde estábamos nosotros pero el conductor le disparó creyendo que iba a abrir fuego contra él. Los demás niños también lo vieron desde la puerta del camión. Saud cayó al suelo de espaldas y en ese momento en el que su espalda tocó el suelo a mí se me escapó una lágrima. Había muerto por mi culpa, por hacerme caso en el plan, por intentar salvarnos a nosotros cogiendo el arma del conductor. Estábamos tan impactados por la espantosa muerte de Saud que no nos dimos cuenta de que ese hombre del camión venía a por nosotros. Había vuelto a coger el arma que Saud le había quitado y nos apuntó con ella. Nos obligó a volver al camión, nos metió dentro de una manera muy brusca y cerró la puerta. -Alam, ¿que va ha hacer con nosotros?- me preguntó mi hermano entre sollozos. -No lo sé, pero estoy segura de que no nos va a matar sino ya lo habría hecho- le dije- ¿tú qué crees Amir?- le pregunté buscando un poco de consuelo. -Esperemos que tengas razón…- dijo Amir, también entre sollozos. A los pocos minutos el hombre volvió con muchas cuerdas. Entró en el camión y empezó a atarnos las manos a la espalda uno a uno. Cuando terminó salió del camión y volvió a cerrar la puerta con el candado.
Que bien, fracasamos al intentar escapar, y por eso estábamos todos atados. Y además Saud había muerto por mi culpa, por querer escapar. Ya había tres personas que murieron por mi culpa. CAPÍTULO CUARTO Tres horas después de que mataran a Saud y de que nos amordazaran llegamos a la plantación, una plantación de algodón. No era tan pequeño como había pensado que sería y había niños más mayores que yo, al menos eso me hacían pensar. -¡Abajo todos! -gritó el conductor abriendo de par en par la puertas del vehículo. -Vamos Alí, ya hemos llegado -susurré a mi hermano tomándolo de la mano en un intento de tranquilizarlo. El hombre me agarró por el brazo, con mucha fuerza. Pude sentir sus uñas clavándose en mi carne, a través de la fina camiseta de terciopelo rojo que mamá me había comprado las Navidades pasadas, después de ahorrar meses para poder comprármela. Salimos del camión desorganizados, chocando unos con otros. Nos condujeron hasta lo que parecía una cárcel de gran tamaño, había grandes naves, donde probablemente dormían los chicos. No pude ver a las mujeres, no había ninguna trabajando en recoger el algodón, fuera de la nave. Me sorprendí al notar la presencia de dos hombres jóvenes. Estaban de pie, quietos, con las manos en sus espaldas y la mirada al frente justo en la entrada del edificio. Llevaban una vestimenta parecida al traje que papá guardaba en el desván de la antigua casa, dentro de un baúl y el cual mamá decía que era de sus tiempos mozos, cuando formaba parte del ejército. -Llevad a los chicos a la nave. Dentro de un rato iré yo y les explicaré su nuevo trabajo- ordenó el conductor de la camioneta cogiendo el brazo de Amir. A continuación me dirigió una mirada aterradora- Mientras, tu y la otra os venís conmigo, teneis otro trabajo. El hombre arrastró a Amir hasta otra entrada, yo me aferraba a su mano a la vez que observaba su expresión de dolor provocada por el agarre. Pensé en huir en un primer momento y pocos segundos después lo consideré inútil, no sólo por el hecho de que no tuviera escapatoria entre tantos hombres, porque no sabía donde me
encontraba o porque no me quedaban fuerzas para intentarlo, sino por Alí. Era lo único que me quedaba y yo era lo único que le quedaba a él. No podía dejarlo ahí, ni tampoco arriesgarme a una huida que pudiese costarme la vida, por lo menos en ese momento. Aceleré mis pasos para poder estar al lado de Amir, en ese instante era mi apoyo y su presencia extrañamente me hacía sentir tranquila, no de aquella manera que sientes como cuando en una noche de tormenta tu madre duerme junto a ti para protegerte de los truenos, sino de esa forma egoísta en que deliberas las posibilidades que tienes de sobrevivir, o al menos de no ser el primero en morir: “Él o yo.” Te dices a ti mismo aún siendo consciente de la inhumanidad de la frase. Lo miré. Cuestioné sin palabras el dónde nos lleva o que significa aquello de “trabajo”, tontamente, pues tampoco él conocía la respuesta. Contestó con una mueca, “No digas nada”, parecía que me lo ordenara pero no le hice caso. -¿Trabajo?¿Qué tipo de trabajo?- le preguntaba mientras me llevaba hacia una casa muy grande que había a las afueras de la plantación. -Cállate, no te he dicho que abras la boca, estúpida- me respondió con asco y escupiéndome en la ropa. ¿Qué pasaría con Alí? No podía trabajar allí, era muy pequeño, eso no estaba bien. Tenía que hacer algo. Entramos en la casa y nos condujo por unos pasillos muy largos, con habitaciones en cada lado y criadas entrando y saliendo de ellas. Yo ya no sabía qué pensar. Subimos dos pisos por unas escaleras muy altas. La otra chica, a mitad de camino, intentó escapar golpeando al hombre, pero este se la cogio del pelo antes de que pudiera saliera corriendo y consiguió que cayera al suelo de una manera muy brusca. Llamó a un hombre vestido igual que los dos de la entrada que acudió enseguida. La recogió del suelo y se la llevó. Entonces el conductor del camión me miró y me dijo: -Si no quieres que te pase lo mismo que a ella, por tu bien, no hagas cosas estúpidas. Al ver como eran allí, preferí hacerle caso y sobrevivir de momento.
CAPÍTULO QUINTO
Me instalé en un cuarto pequeño, con poca luz, junto con otras tres chicas. El hombre me explicó en qué consistía el trabajo. -Te vas a levantar todos los días a las siete de la mañana y vas a ayudar ha hacer el desayuno para todos nosotros. Después empezaréis haciendo las camas y recogiendo nuestras habitaciones. Luego tenéis que limpiar la casa y hacer la comida. Fregáis los platos, hacéis lo que nosotros os digamos y a seguir limpiando. Luego haces un rato lo que te venga en gana pero sin molestar a los chicos. Ayudas a hacer la cena y lo mismo. luego a dormir- esas fueron sus palabras exactas. Hablaba muy fríamente. Me recorrió un escalofrío por la espalda que hizo que me estremeciera. El hombre se fue y me quedé en la habitación con las otras chicas. Les pregunté cuánto llevaban allí y como se llamaban pero no me respondieron. Creo que no hablaban mi idioma ya que no conseguí hablar con ellas en el tiempo que estuve allí. Todos los días me levantaba a las siete y me pasaba el día cocinando y limpiando, hablando solamente con los hombres a los que les servía la comida. Cuando llevábamos en la plantación medio año, me decidí a preguntarle a uno de los hombres algo que llevaba pensando desde el día que llegamos: -¿En algún momento me dejaréis ver a mi hermano y a mi amigo?- no podía más tenía que ver a Alí, saber cómo estaba y por una extraña razón también a Amir, le echaba mucho de menos desde la última vez que nos vimos. -Tengo que preguntarlo, esta noche en la cena te lo diré- ese hombre me dió esperanza, no parecía tan malo como los demás, era como si estuviera allí por obligación. Estuve todo el día pensando en qué le habrían dicho a ese hombre, si me dejarían ver a mi hermano y a Amir. En la hora de la cena, al servir los platos preferí servirle yo. Normalmente yo no servía, solo cocinaba, no me gustaba que aquellos hombres me miraran y me riñeran cada vez que salía hiciera lo que hiciera. Pero esa noche era importante, ya me daban igual los gritos de los demás diciendo que había hecho algo mal. Serví a otros hombres antes que a él, para disimular un poco.
Llevaba el plato en la mano y iba hacia él. Las manos me temblaban y el corazón parecía que se me iba a salir del pecho. -Aquí tienes tu comida- le dije de entrada- ¿puedo verles?- no quería ir con más rodeos. Quería que me dijera sí o no. -Han decidido que mañana a la hora en que ellos descansan que puedas ir a verlosme susurró al oído. En ese momento quise chillar y gritar de la emoción. Iba a volver a ver a mi hermano y a Amir, no me podían haber dado una noticia mejor. Me fui a la cocina para que no me vieran tan contenta y luego acabé de servir los platos a los demás. Me fui a la cama e intenté imaginar cómo sería verlos otra vez. Me imaginaba a mi hermano mucho más mayor y más guapo que cuando lo ví por última vez hacía unos seis meses. En mi imaginación, Amir, estaba corpulento y moreno de haber trabajado al sol todos los días, estaba más guapo. No sabía cómo iban a estar, me los imaginé así y de mil maneras más. No veía la hora de volver a verlos. Entre recuerdos y pensamientos me dormí y fue la noche más gratificante de todas. Sabía que al día siguiente iba a ver a las dos personas que más quería. Al día siguiente, a la hora de la comida, aquel hombre me llevó casi hasta la plantación de algodón. Esperamos allí, bajo el sol, una media hora muy larga o al menos lo fue para mí. Ví llegar tres siluetas, un guardia, Amir y Alí. Cuando se acercaron me abalancé a abrazarles pero Amir se apartó. Yo y mi hermano nos dimos un largo abrazo. Alí había crecido mucho y parecía que tuviera los mismos años que yo. Ya casi era de mi altura y se había hecho muy fuerte desde que trabajaba allí. Estaba muy moreno, nada comparado conmigo que era la primera vez en seis meses que me daba el sol en la cara. Los dos hombres nos dijeron que teníamos media hora para hablar. Hasta contaban el tiempo que podíamos hablar, eso parecía una cárcel. Nos dejaron solos y se fueron unos cien metros más lejos. -¿Cómo estáis?- les pregunté. -Cansados de trabajar- me dijo Alí. -¿Cómo has conseguido que nos dejen vernos?- me preguntó Amir.
-Quería veros y se lo pedí a uno de esos dos ayer. Por la noche que había hablado con los demás y que hoy podríamos vernos- les expliqué. -No entiendo cómo lo has conseguido. Nosotros llevamos semanas pidiendolo y siempre nos han dicho que no- me explicaron los dos. -Bueno lo importante es que tenemos media hora para estar juntos- solo quería estar con ellos un rato. Amir se acercó a mí y me abrazó. Alí se unió al abrazo y estuvimos abrazados sin decir nada unos cinco minutos. Estuvimos hablando de lo que nos hacían hacer día a día y de cómo nos llevamos con los demás esclavos. Les conté que con las chicas que yo estaba no se podía hablar, que no hablaban. Ellos me hablaron de unos cuantos niños que parecían simpáticos y de que aunque el trabajo era duro estaban los dos juntos y se daban fuerzas el uno al otro. Volvieron los dos hombres y nos dijeron que nos despidiéramos. Mi hermano y yo nos dimos un gran abrazo, no veía la hora de volver a verle y todavía no nos habíamos despedido. Luego, Amir y yo nos miramos fijamente a los ojos y nos abrazamos, nos cogimos las manos y nos volvimos a abrazar. Nos dimos un pequeño beso en los labios. Creo que los dos lo estábamos deseando y que los dos necesitábamos el apoyo del otro. Volví a casa con aquel hombre que parecía más buena persona que los demás. -¿Puedo preguntarte cómo te llamas?- le dije. Me había cansado de llamarle señor. -Me llamo Kenan, pero no me llames así delante de los demás. Yo también llegué aquí cómo habéis llegado vosotros- me explicó. Ahora lo entendía todo, él había sido como nosotros y seguro que también sufrió al no poder ver a alguien a quién quería. Por eso nos había ayudado. Los siguientes tres meses los pasé como los otros seis anteriores, pero hablaba con Kenan casi todas las semanas. Nos habíamos hecho amigos y me había contado que lo capturaron porque se quedó huérfano, a él y a su hermana pequeña. Ella murió unos dos años antes de que nosotros llegáramos a la plantación. Yo ya tenía ganas de volver a ver a Alí y a Amir. Se lo dije y me dijo que todavía era pronto, que no me iban a dejar verles todavía.
Pasé otros cuatro meses de la misma forma y pensando todas las noches en cómo estaría mi hermano y en Amir. También pensaba en cómo podríamos escapar de aquella tortura de plantación y cuando. Un día, después de la comida, las otras esclavas y yo estábamos limpiando los cristales del salón y vi a mi hermano que llevaba un cesto lleno de algodón. Seguramente iba a dejarlo en el almacén, pero yo todavía no lo había visto nunca, seguramente era una nueva tarea que le habían otorgado. Entró en el almacén y no me vio. Pensé que sería mejor que no me viera para que no hiciera ninguna tontería. Pero al salir si me vio. Intenté decirle con señas que siguiera trabajando, que no se acercase, que era peligroso, pero él no me hizo caso, cada vez corría más y más hacia la casa, hacia la valla. Un guardia de los que había en la puerta se dio cuenta. Iba a pararse delante de las ventanas cuando aquel hombre no dudó en disparar contra él pensando que iba a saltar la valla. Su sangre y la bala que había lanzado aquel guarda habían chocado con el cristal. No me lo podía creer, mi hermano también no. Había muerto delante de mí y otra vez por mi culpa. Salí corriendo a ver a mi hermano, fue lo único que mi cuerpo quería hacer. El guardia me apuntó para dispararme también pero en ese momento salió Kenan de la casa atraído por el ruido del disparo hacia mi hermano. -¡No dispares! Ya ha habido suficientes muertes por hoy- le gritó al guardia. Vino hacia a mí y me obligó a dejar a mi hermano en el suelo. Las otras limpiadoras estaban en las ventanas y Kenan les dijo que limpiaran la sangre y se llevaran a Alí para enterrarlo. Yo estaba llorando desconsolada, ya no tenía ganas de seguir allí, no quería volver a ver a aquel guardia, ni a las limpiadoras, ni a nadie. Mientra Kenan y yo entrábamos en la casa, giré la cabeza y miré fijamente al guardia, con una mirada casi desafiante. Él me devolvió la mirada, una mirada aterradora, pero no hice caso seguí andando al lado de Kenan. Me acompañó hasta mi habitación y me dijo que haría todo lo que pudiera para que yo pudiera ver a Amir más rato que la última vez. Le dí las gracias y me quedé llorando sola. Pasado un cuarto de hora oí que la puerta se abría. Pensé que sería Kenan que venía a ver como estaba, pero me equivoqué. Para mi sorpresa entró el guardia que
había disparado a mi hermano. Cerró la puerta de la habitación con pestillo y se sentó en la cama conmigo. Seguramente notó mi inseguridad y mi miedo, yo seguía llorando y estaba temblando. Se acercó mucho a mí y yo me alejé un poco. Se volvió a acercar y con un movimiento casi invisible me tapó la boca y se abalanzó sobre mí. En un segundo me vi tumbada en una cama con un hombre encima y con la falda de limpiadora casi del todo subida. Intenté soltarme de sus manos e intenté gritar, pero era imposible teniendo su mano en la boca. Le dí tal mordisco en la mano, para que me dejara gritar, que le caía la sangre de los pequeños agujeros que yo le había hecho con los dientes. Comencé a llamar a Kenan a gritos. Pero solo pude llamarle dos veces. Me volvió a tapar la boca con la mano ensangrentada y se bajó los pantalones con la otra. Me tenía inmovilizada con sus piernas. Me bajó las medias y acabó de subirme la falda. Yo sabía perfectamente qué me estaba haciendo y qué estaba pasando. Mi madre me lo había explicado una vez cuando nada de todo esto había empezado. Estaban abusando de mí y la verdad no era agradable. Noté una sensación extraña en mí. Era como si me hubieran clavado una cosa redonda, blanda y muy larga por mis partes bajas. No era para nada agradable esa sensación, pero se veía que él disfrutaba aunque yo cada rato lloraba más, me estaba cansando de que moviera tanto mi cuerpo y de que una un trozo de carne entrara y saliera de mí sin parar. Llevaba así unos diez minutos cuando paró y volvió a vestirse. Comencé a llorar y gritar lo más alto que pude y a llamarle de todo y maldecirle por lo que había hecho. Él se reía y se volvía a reír de mí. Abrió la puerta y antes de volver a cerrarla me dijo: -Otro día, más, sé que te ha gustado- me dijo entre carcajadas. Cerró la puerta de golpe y oí sus pasos cuando se iba. Me quedé llorando en mi cuarto unos cinco minutos y pasados esos cinco minutos comencé a llamar a Kenan. Me deshice la garganta de tanto gritar su nombre. Poco después, Kenan, ya estaba en la puerta del cuarto. me preguntó qué había pasado y se lo conté entre sollozos. Él tuvo el impulso de ir a por él pero le dije que lo dejara pasar y que me ayudara a hablar con Amir de que me ayudara a escapar. -No puedo ayudarte a escapar. Me matarían si se enteran- me dijo Kenan
-Esta bien. Pues ayúdame a hablar con Amir para que podamos escapar él y yonecesitaba salir de allí con o sin su ayuda. Al final accedió a ayudarnos a salir de allí. Me dejó sola y dijo que iba a ir a hablar con alguien para que me dejaran ver a Amir. Me dormí nada más Kenan se fue de la habitación. No me desperté hasta las siete del día siguiente. Salí a preparar el desayuno para los hombres. Al servir el desayuno a los hombres quise servirlos yo misma. Salí con los primeros platos y se los serví a Kenan y al guardia que había matado a mi hermano el día antes. Nos dirigimos una mirada amenazadora y Kenan lo vió. Me envió a la cocina y me dijo que no volviera a salir. Le hice caso, era lo más seguro. Cuando acabaron de desayunar, Kenan entró en la cocina y me dijo que le acompañara afuera. Me condujo hasta dónde me había encontrado con Amir y Alí la otra vez. Me entró la nostalgia al pensar en Alí y empecé a llorar, cuando Amir llegó, me abrazó y me besó. Esta vez Kenan no se fue. Comenzamos ha hablar de cómo podíamos escapar y encontramos la solución. Al día siguiente al despertar nos encontramos delante del edificio. Kenan cogió a Amir y a los dos o tres niños de los que me habían hablado la última vez. Fingimos estar casi muertos y él dijo que nos llevaba fuera de la plantación para que no se contagiaran los demás. Nos subimos a un camión y Kenan se puso en el asiento del conductor. Un niño que ya tenía la edad para conducir, y claramente, sabía conducir, se puso a los pies de Kenan. Las posibilidades de que mataran a Kenan por habernos ayudado a escapar eran altas, ya que no era muy creíble. Claramente, no se lo creyeron, y mataron a Kenan, frente a mis ojos, no fue tan doloroso como ver a mis padres y a mi hermano morir, pero sinceramente, le había cogido cariño por todo lo que hizo por mí. Rápidamente el chico que estaba a los pies de Kenan se puso al volante y apretando el acelerador salió rápidamente de la plantación y sin ningún problema. Seguimos con el camión unos cinco kilómetros hasta que se quedó sin gasolina. Había poca, evidentemente, pero Kenan había puesto más de repuesto en el maletero.
Gracias a los papeles que llevaba Kenan en el coche y su ropa nos dejaron pasar la frontera de Turquía pero hicieron que dejáramos el camión allí. Cogimos las provisiones y todo lo que necesitábamos para sobrevivir. Dos días después de llegar a Turquía
la gente empezaba a debilitarse, los
recursos que cogimos no eran suficientes para todos y estaba segura de que no nos salvaríamos todos. Mientras caminábamos un chico de los de detrás vino hacia mí. -Ahlam, dime la verdad, algunos de nosotros, gente inocente morirá, ¿no es cierto?me preguntó. -¿Por qué dices eso Kahal? No deberías ser tan negativo- le respondí. -¿Negativo?, solo soy realista, las bolsas de comida y agua cada vez están más vacías, al igual que nuestras fuerzas cada vez son menores. ¿Crees que no me he dado cuenta?- me dijo. Al oírle decir eso supe que tenía razón, ¿pero qué otra cosa podía hacer sino intentar que no bajaran su autoestima y su moral? -Vamos, no te lo tienes que callar, puedes decirme perfectamente lo que piensas, ¿sabes? No sé si te has dado cuenta pero Amir tampoco está bien, creo que está enfermo o algo, y lo malo es que no tenemos medicinas- esas palabras me destrozaron. ¿Amir enfermo? No podía ser. -¿Enfermo? ¿Cómo que enfermo? ¡¿Y porque no me ha dicho nada?!- le grité. -Wow princesa, no me grites, tan solo digo que deberías fijarte más en qué le pasa a tu novio- me dijo con toda la tranquilidad del mundo. -¡No me llames princesa!- le grité. Fui rápidamente a ver a Amir y era cierto, estaba enfermo, y ni siquiera me había dado cuenta. -Amir, ¿por qué me tengo que enterar por medio de los demás de que estás enfermo? ¿Por qué no me lo habías dicho tu mismo? - le pregunté. -Por esto mismo, no quería que te preocuparas por mí. Además, de qué serviría decírtelo sabiendo que no tenemos medicinas- me respondió. -¡¿De qué serviría?! De mucho Amir, te quiero y eres lo único que me queda- le respondí mientras las lágrimas me caían por las mejillas.
-Sabes bien que yo también te quiero, y por eso no te lo dije, no quería que te sintieras mal, simplemente acéptalo, todos tenemos que morir, si no es hoy, es mañana- tenía razón pero yo no quería que pasara. -¿Qué tonterías dices? Aquí nadie va a morir. Nos salvaremos todos- le dije. -Ahlam, vi que hablabas con Kahal, te lo ha dicho él, ¿verdad?- me preguntó. -Eso no es lo importante ahora. Lo que tenemos que hacer es parar de caminar y descansar, ya se está haciendo tarde y tu te tienes que mejorar- le dije a Amir.
Paramos en una especie de remolque abandonado, lo encontramos al cabo de veinte minutos más adelante. Repartí un poco de comida a todos y nos fuimos a dormir, pero Amir, yo y unos pocos más no nos podíamos dormir, Amir por estar enfermo, yo por querer cuidarlo y los demás seguramente para vigilar que no hubiera nadie desconocido. -Vamos Amir, tómate este té de hierbas, te sentirás mejor- le dije. -Eso solo es agua caliente con un puñado de hojas, sinceramente no creo que haga nada contra lo que tengo- me dijo. -Venga...intentalo, hazlo por mí, Amir- le respondí. -Está bien, pero con una condición- me dijo con una sonrisa. -Amir….- dije con voz de pilla. -Bésame- me dijo. Sus ojos se clavaron en mí, todo se paró, solo estábamos él y yo, mi corazón se aceleraba más con cada centímetro que me acercaba a él. El hecho de estar cerca suyo me paralizaba, lo quería, sus ojos, sus labios, todo. Me hacía sentir cosas que nadie había conseguido. Solo lo quise a él en mucho tiempo y a los que quise no los quise tanto como a él. Dicen que te das cuenta cuanto quieres a alguien cuando lo pierdes. Yo aun no lo había perdido, pero no iba a permitir que eso pasase. Porque yo ya sabía que lo quería, con toda mi alma. -Te quiero….- me dijo repitiendo cada vez que me besaba y me tocaba. Ahora solo puedo detenerme a pensar en la ansiedad que durante ese tercer beso se acumuló en mi vientre, en esa sensación de cosquilleo que se fue derramando por mi cuerpo, en como mi mente se subió a una nebulosa donde lo único que sería capaz de percibir es el calor de su cuerpo contra el mío, de cómo la calidez de su
respiración quemaba mi boca y de cómo mi alma sonríe nerviosa ahora cuando pienso en cada beso que me dio. Un beso que fue seguido de otro más explorador y provocativo, uno que se apropió de sus labios como si fueran míos, los saboreé, los acaricié, hasta que en pequeños mordisquitos mi boca hizo estremecer la suya. Donde mi lengua recorrerá sus labios de lado a lado como quien prueba un helado. En un instante me alejé un poco para mirarle a los ojos y sonreírle pícaramente para así seguir con nuestro beso, para que nuestras lenguas jugaran entre sí, se acariciasen mutuamente mientras mis manos se perdían sobre su nuca y su cabello, donde sus manos deshacían mi espalda y mi cintura a cada roce. Acaricio esa sensación, me embriago en ella, la contemplo, la añoro, la deseo y la degusto un momento en mi imaginación. Un instante sin conciencia, una imagen, un tú, un yo. Un nosotros y el beso. Al despertar, Amir no se encontraba a mi lado, me levanté del suelo a preguntar a las personas que ya estaban despiertas. Unos me decían que no lo habían visto, otros que comenzó a preguntar a la gente si tenían algo para escribir una nota y otros que lo vieron irse a una roca grande a pocos metros de donde nos encontrábamos. Fui corriendo hacia la roca y ahí estaba, detrás de la misma roca que me habían mencionado. Vi a un ángel durmiendo plácidamente, sosteniendo un tipo de hoja, malgastada por el tiempo, donde se veía algo escrito y un tipo de lápiz extraño en la otra mano. -Amir, despierta, ¿qué haces aquí solo?- le pregunté. Al ver que no se movía ni se despertaba me agaché y le dije: -Vamos despierta...esto no hace gracia- le susurré. Le acaricié la mejilla y las lágrimas volvían a brotar de mí. No podía ser real esto, no podía haber perdido a la única persona que me quedaba. ¡Era injusto! -¿¡Dios por qué me haces esto?!- grité llorando- ¿¡No pudiste llevarte a otro?! No podía dejar de llorar, mi vida había acabado, no tenía motivos para seguir viviendo. Perdí a mi hermano, me violaron sin que yo pudiera evitarlo y ahora había perdido a la persona de la que me enamoré. Agarré la hoja que él sostenía y efectivamente, era para mí.
Querida Ahlam: Siento no haber despertado a tu lado, esto era inevitable, sabía desde poco después de escapar del campamento que algo me pasaba. Ese té tuyo no hubiera hecho mucho, pero debí probarlo, pido perdón, me arrepiento. Pero de lo que no me arrepiento es de haberte conocido, de haberte besado. Tú me hiciste ver qué era el amor, tú me hiciste volar, me demostraste que podía volver a confiar en alguien. No te dije muchas veces “te quiero”, pero nunca lo olvides, los mejores momentos de mi corta vida fueron junto a ti. Te ama y te amará por siempre, Amir.
Podría escribir un libro entero sobre todo lo que Amir me hizo sentir, rodeándome de sus palabras, comas, puntos seguidos y apartes… Me dormiría con todos y con cada uno de sus títulos, despertándome de nuevo entre ellos, recordando con tierna alegría todo cuanto recibí de él, día tras día. Había muerto y ese día no me quedaba nada más que mirar hacia adelante, pero observando que ya nada era tan verde ni bello como lo era antes de que él se marchara a una mejor vida.
CAPÍTULO SEXTO Desde que Amir se fue habían cambiado los colores, el paisaje se había llenado de tonos marrones, y el hueco dejado por su ausencia se volvió más grande con cada día que pasaba. Pero no podía dejar que eso me afectase demasiado, por mis padres, por Alí, por Amir, debía encontrar un nuevo hogar. No podía irme de ese lugar sin enterrar antes a Amir cómo debía ser, recogí todas las flores mas hermosas de esa zona y las coloqué encima de su tumba. En ese momento me era imposible volver a Homs, seguramente no quedaba nada de mi antiguo hogar, además, me entrarían muchos recuerdos y eso me hundiría más aún de lo que ya estaba. Escuché a un grupo de gente hablar de que querían ir a la costa, subirse a algún barco de carga e ir a Europa, decían que era un mejor mundo, donde no había bombas ni esclavos, donde podías vivir sin miedo.
Me levanté y me dirigí hacia ellos. -Si lo que decis es cierto, es hora de irnos ya. Y si os equivocáis, nos habréis matado a todos -les dije. Recogimos las cosas y nos fuimos, no sin antes despedirme de Amir. Caminamos durante días apañándonos con lo que teníamos para sobrevivir Cuando llegábamos a algún poblado nos quedábamos en casas abandonadas, y la mayoría de nosotros robábamos. Por más de una vez podrían haberme pillado o matado, pero con el tiempo aprendí a marearlos y a escapar consiguiendo así lo que quería. Seguímos así durante poco menos de un mes hasta llegar a Mersin (Turquía), al puerto donde encontramos, efectivamente, un barco de carga destinado a Europa. Lo único que nos faltaba era subirse a él sin que nos vieran, pero ¿como? Uno de los chicos, el amigo de Amir, tuvo una idea, distraería a los guardias del puerto para que los demás pudiéramos entrar en las cajas grandes de metal. Yo pensé que sería una buena idea, pero no quería perder a alguien más, en cambio él no dejaba de insistir en que quería hacerlo. -Ahlam, déjame hacerlo, es un buen plan, os salvaréis todos -me dijo. -No. Tu no te salvarás, y será por mi culpa porque no podré hacer nada para impedirlo. Ven con nosotros, pensaremos un nuevo plan y tú tendrás una mejor vida- le respondí. -He tenido una buena vida desde que salí de ese campamento del infierno- sabía argumentar y utilizó su don. -Oh, vamos, no puedes hacernos esto a todos- le dije. -Lo que tu no puedes hacer Ahlam, es proteger a todos, no pasa nada si muere uno para salvar a todos los que hay aquí, comprende que lo haré, no me lo vas a impedir- me insistió. Era inútil todo lo que le decía, no me haría caso, se iba a sacrificar por nosotros. -Esperad, dos es mejor que uno, yo tambien le ayudaré, será más fácil para vosotros- dijo otro chico algo más mayor que yo. -Está hecho, estar preparados para subir, no tardaremos mucho en ir- me dijo el amigo de Amir.
Cuidadosamente nos pusimos detrás de las cajas de metal. Dos niños se pusieron detrás de la primera fila de cajas yo les dije que se pusieran en la segunda fila, como hice yo, por precaución pero no me hicieron caso. A los pocos minutos comenzó un gran barullo a la otra punta del puerto, hacia donde se habían ido los otros dos chicos que iban a salvar nuestras vidas. Entré lo más rápido que pude en la caja y la cerré tal como estaban las demás pero le hice un agujero para poder respirar. Vi por el agujero que los otros niños no habían entrado. Según lo que pude oír los dos chicos habían provocado una gran pelea entre ellos dos, cosa que nadie sabía. Se estaban destrozando solo para salvarnos a nosotros y eso era de admirar. Todos los vigilantes del barco habían ido a ver la pelea, menos dos, que estaban dentro del barco cuando empezó la pelea. Salieron por el barullo y como los otros niños todavía no habían entrado en las cajas los cogieron. Dijeron que no creían que fueran polizones y que no seguramente no tenían malas intenciones pero decidieron tenerlos vigilados hasta que el barco zarpara. Me dí cuenta en ese instante que yo volvía a estar sola, que ya no tenía a nadie, ni a la gente que quería y tampoco a los otros niños que iban conmigo. Noté un gran balanceo y vi el suelo que se alejaba de mí. Seguramente estaban montando la caja al barco. Cuando la caja dejó de moverse pensé en que el viaje sería largo. Llevaba varios días sin descansar y creí que era un buen momento para hacerlo. Descansé bastante esa noche, estaba sola, sí, pero me dirigía a una vida mejor, a una vida en Europa. Me desperté acurrucada, seguramente cabrían tres niños más en el sitio que yo no ocupaba, tenía las manos entrelazadas y tenía lágrimas secas en la cara. Se notaba que había estado llorando, llorando en sueños. Era de noche, habíamos estado mucho en el mar y yo había dormido mucho. A los pocos minutos de haberme despertado la caja se movió de la misma forma que se movió cuando embarqué. Toque tierra y los vigilantes empezaron a dar vueltas por el muelle.
Tenía que encontrar una forma de salir de la caja antes de que me descubrieran. Como era de noche no sería difícil pero tenía que hacerlo con mucho cuidado. Abrí un poco la tapa de la caja para ver en qué posición estaban los vigilantes. Cuando estaban lejos tiré lo más fuerte que pude uno de los cuencos de cerámica que transportaba la caja. Los vigilantes corrieron a donde había caído y se había roto el cuenco. Yo rápidamente salí de la caja e hice un ruido tremendo al cerrarla de nuevo. Me fuí corriendo y vi a los vigilantes registrar todas las cajas, una a una. Seguí corriendo sin parar por las calles. No entendía nada de lo que ponía en las placas de las calles, no sabía dónde estaba, pero estaba en Europa. Me paré delante de un edificio muy grande. Me impactó el tamaño y el color. Era rojo y con los bordes de las ventanas blancos. Comencé a caminar pero a los pocos pasos que hice me resbalé y caí al suelo. Debí de quedarme inconsciente por el golpe porque me desperté en una cama. Tenía una herida en la cabeza pero ya estaba curada. Había algunas cuantas personas a mi alrededor esperando a que despertara. Un hombre que hablaba mi mismo idioma me dijo que los acompañara. Me explicó que eran de una ONG que ayudaba a los niños Sirios refugiados de la guerra. Me dijeron que un hombre me había encontrado en la calle y al ver que no llevaba nada que me identificase y estaba tan mal cuidada mi ropa que me llevó a un sitio donde acogían a niños huérfanos. Los de la casa de acogida habían llamado a la ONG porque no parecía del país. Ahora estaba en las oficinas de la ONG y las personas que estaban allí me dijeron, bueno lo dijo el que hablaba mi idioma, que les contase mi historia. Se pusieron un tipo de aparato en la oreja y me pusieron uno a mí. Yo no entendía para qué servía. El hombre que hablaba mi idioma me dijo que servían para que pudiéramos entendernos. Se la conté con todo detalle y sin ningún rodeo. -Y todo eso fue lo que me pasó, espero que os haya sido de utilidad- les dije. Al terminar de contarles mi vida, la chica de la ONG se quedó con la boca abierta, fue como si el tiempo se hubiera detenido, solo se escuchaban los pasos de la gente de afuera de esa oficina. Al cabo de unos segundos volvió a la realidad.
-Gracias, Ahlam, has sido de gran ayuda, pero me gustaría hacerte una pregunta acerca de tu vida -me dijo la chica de la ONG. -Claro, lo que sea, adelante…- le respondí. -¿Cómo se puede vivir en una situación así?- me dijeron. -No se vive. Desde la guerra en Siria, la vida ya no es vida- les respondí al cabo de unos segundos. Veía como la chica apuntaba cosas en una pequeña libreta negra. Me movía de la silla disimuladamente para poder ver qué es lo que escribía de tanta importancia cada vez que hablaba. Estaba claro que era sobre mi historia, pero ya tenia una cámara frente a mis ojos grabando absolutamente todos mis movimientos, ¿de que le servía apuntar algo? -¿Me podría decir que es lo que apunta?- le pregunté. -Claro, voy a publicar tu historia Ahlam, voy a hacer que el mundo entero te conozca- me respondió. -No sé si darle las gracias o...no se. Todo esto es nuevo para mí, mi vida fue un infierno desde la primera sirena de ambulancia que oí. Si usted dice que ayudará en algo, puede publicarla- le di permiso para hacerlo. No veía nada malo en ello. -Tranquila, ya hemos terminado, ya puedes respirar- dijo la chica con una pequeña carcajada y levantándose de la silla mientras salía de la estancia. Me dejó a solas con la cámara, no sabía que hacer es ese momento, así que me levanté de mi silla y me dirigí hacia ella. Me arrodillé delante y dije: -La guerra, la guerra no cambiará nunca. Esta es la realidad de mis días.
Ana Stanciu Elena Escriche Castelló, mayo de 2016