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notaS a una memoria, Liceth dayana Holguín beltrán
Por: Liceth Dayana Holguín Beltrán
Existen algunas almas que se convierten en un eterno invierno; seres en los que la primavera es pequeñita y el calor del verano parece haber sido invadido por el frío de la ausencia; corazones que son frágiles, que se rompen en el recuerdo de los adioses, la nostalgia de abril y el dolor de las risas olvidadas. Es justo allí donde se producen grietas que parecen imborrables y vacíos que se acrecientan con el tiempo, que dificultan los pasos y que pintan todo con grises tonalidades. Habitando este lugar hay quienes jamás notan las pérdidas y se mueven por la vida cargando con ello sin siquiera cuestionarlo, como si ya todo estuviera dicho y no tuvieran más opción que avanzar, incluso en contra de su voluntad. En contraste, hemos sido creados algunos espíritus melancólicos, quienes, aun en medio de esa total descomposición, buscamos desesperadamente un consuelo, un poco de paz, un ápice de tranquilidad o unas cuantas líneas de comprensión. Parece que estamos aquí para sentirnos ajenos al mundo y al mismo tiempo tratar, con todas nuestras fuerzas, de encontrar una razón para quedarnos en él, para retar a la penumbra y escapar de la muerte; particularmente, he descubierto que estoy aquí para, con algo de rebeldía, darle la razón a Cortázar y decir con total convicción que yo he nacido para “no aceptar las cosas tal como me son dadas”. Sin embargo, saberte propietaria de esta alma y descubrir que dicha “debilidad” es lo único que te pertenece, no es para nada sencillo, es un camino desierto en donde las esperanzas son pocas y los trazos del ser se esfuman con particular simpleza. Pues un día descubres que, así como en la biblia no hay lugar para los gatos, tampoco parece haberlo para ti, que no hay nada más allá de ese deshabitado espacio del cual la figura de un dios ha decidido escapar llevándose todo consigo; cuesta tanto aceptarlo que cuando lo logras te aferras a la necesidad de negarte a ser olvido, de no convertirte en ausencia, incluso cuando no sabes cómo hacerlo. Suena desalentador, en ocasiones lo es, pero son todos estos deseos juntos los que te llevan a nuevas voces, nuevos ojos, a miles de letras y millones de mundos posibles… Es justo esa desesperación la que te pone en el camino del arte, la que te permite encontrar un poeta, un cantante, una pintura que te atraviesan de principio a fin; tonalidades, lienzos, esculturas y paisajes, reinterpretaciones de este mundo que surgen a partir de los sentidos, que marcan un camino y te brindan un nuevo lugar para resistir y existir sin tener que estar en la sombra a la cual parecías estar condenada. Estando allí encuentras un espacio para ser y continuar, por lo que haces de esta tu mejor y más preciada revolución. Te adentras en los libros, siempre han sido los libros; fijas tu mirada por horas en una obra que llegó a tus manos por casualidad; lees para habitar y frecuentar todo aquello que ya no existe; recorres calles cargadas de historias y enigmas; sueñas, lloras, cantas y bailas entre melodías; aprendes la magia de matizar la vida a partir de lo cotidiano; narras historias y compartes saberes, mientras ves cómo se dibujan sonrisas en los rostros de los que te escuchan; conoces pintores, cantantes, escritores, dramaturgos; te enfrentas a tu primera hoja en blanco y te atreves a crear. Luego de todo esto, de romperte mil veces el corazón y de luchar con las ideas que buscan derrumbarte, decides darle un vuelco a tu existir, resignificar el dolor y asumir que tu dios no tiene razones para ser igual al de todos los demás, no tiene que ser uno solo, perfecto e inalcanzable, no será cercano a aquel que ya no está, ni siquiera
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debe ser definible. Pero esta vez sí que está allí, presente en cada momento, te acompaña, te guía, te reconforta y cumple su papel: resguarda, salva y no abandona. Tu dios no es más que ese amor incalculable e indefinible que tienes por cada creación que te mueve el alma, por cada artista que ha logrado tocar algo de tu ser, por cada lágrima derramada en las letras de un tango, por el abrazo que le das a los sentimientos de odio y pasión que te habitan, por cada instante en el que encuentras tu permanencia y tu eternidad a través del arte. Ahora has hallado una luz y un hogar, tienes todo lo que un día habías perdido, comprendes que, entre melodías, versos y colores, este poder protector y creador se convierte en ese espíritu eterno y etéreo que te da la fuerza para recaer, romperte y descomponerte, pues sabes que ya cuentas con una raíz, con un apoyo y una herramienta que te deja reconectar con la vida, con los sentimientos, con la sensación de seguridad y alegría que te hacía falta, que hace mucho no tenías. Te haces a la idea de que tu dios es uno y son muchos al mismo tiempo, por lo que esta se convierte en tu manera de enfrentar la realidad, desde lo contemplativo y lo creativo. Para este punto amas y admiras miles de representaciones, de personas y de momentos. Trazas un camino y te aseguras de recorrerlo con firmeza y convicción, pues, aunque las piernas flaquean y las dudas te carcomen, el arte ya se ha vuelto un cimiento, un pilar para ese espíritu que antes de él solo se atrevía a hablar a media voz. Entonces esa alma acongojada, melancólica y rebelde se ve a sí misma desde una nueva perspectiva, desde la cual no se pierde, pero sí se fortalece; ahora se comprende desde un no lugar en el que el dolor encuentra su propia catarsis y la quietud ya no angustia. Te mueves entre letras, obras y un inmenso amor, haces notas a una memoria y las guardas en lo más profundo del corazón, justo al lado de esas primeras estrofas de aquel poema que, en medio de sentires abrumadores, te recuerda que todo lo que se ha creído y amado permitió que por azar o destino te hayas topado con el sufrimiento y con la luz. Has aprendido a apreciar cada trazo y cada letra como si la vida misma dependiera de ello, tal vez, porque es un poco así, porque es esta artística y colorida utopía la que te sigue permitiendo caminar, porque te reconoces en los otros, porque transmutas en sus letras y sus dolores, porque sabes que en el único lugar que te espera reside todo aquello que jamás escribirás. Concluyes que el arte sí es un dios y que lo que en principio era una resistencia se acaba convirtiendo en hogar, en un lugar en el que se tiene la certeza de que aún creciendo en medio de las sombras siempre se podrá florecer.