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LaS paLabraS: Sobre LaS primeraS miradaS deL cabLe a tierra, camila melo

Las palabras: sobre las primeras miradas del cable a tierra

Por: Camila Melo Parra

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Lo que dejo por escrito No está tallado en granito Yo apenas suelto en el viento Presentimientos Pido lo que necesito Tinta y tiempo, tinta y tiempo. Jorge Drexler

Ritualitos que tiene uno para vivir Para seguir cantando bajo este sol. Marta Gómez

No creas que perdió sentido todo no dificultes la llegada del amor; no hables de más, escucha al corazón ese es el cable a tierra. Fito Páez

¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar. Fernando Birri

La palabra es todo para mí. Cuando escribo, no escatimo en ser otra. No hay abismos ni ascensos. No siento que haya máscaras o disfraz. Aun cuando narre desde la ficción, en esa ficción hay un entramado de verdades. Mis verdades. Por eso quiero contarles un poco de dónde vino posiblemente esa revelación. Ese encuentro. Ese regalo no pedido y que es mi cable a tierra y que es todo lo que necesito siempre: tinta y tiempo, tiempo y tinta. Eso que me permite seguir recorriendo el camino, sin pensar si existe un punto de llegada o no. Esa capacidad de mudar de aires, de querer hacerle trampa al camino recto, así sea deteniéndome para observar y oler las flores… Hace unos meses, en pleno pico de la pandemia, un conocido me hizo un par de preguntas sobre cuál era el primer recuerdo que tenía sobre mi encuentro con una obra de arte. Sonreí y recordé ese disco maravilloso que un novio le regaló a mi hermana, por allá en el 99. A mis nueve años amaba dos cosas: cantar todo el álbum de Pies descalzos (1995) de Shakira, que nos había regalado mi papá a mi hermana y a mí, ella con quince y yo con cinco, conectando un micrófono que resonaba en toda la calle del barrio en el que vivimos nuestra infancia, y otra escuchar ese disco que hablaba del amor, ese que ni en ese entonces ni ahora mismo acabo de comprender en ninguna de sus figuraciones divinas y malditas: Marinero en tierra, volumen 1. Aquel disco era un homenaje al poeta chileno Pablo Neruda en voz de cantautores como Alejandro Sanz, Miguel Bosé, Presuntos Implicados y Fher, el cual me acercó por primera vez a los poemas del chileno.

Entre esos, la voz dulce de Sergio Britto me llevó a mi poema favorito, este que comparto en las fotografías y que escribió mi papá con su puño y letra: Farewell. El amor en su desolación, en su espera, en su frenesí. El amor que tantas veces he encarnado siendo el marinero, o el mismo puerto. El amor que se ha despedido, pero que ha guardado sus lágrimas en un cúmulo de versos.

Así es Farewell. Tan cercano a una de las versiones de amor que vivo:

Amo el amor que se reparte en besos, lecho y pan. Amor que puede ser eterno y puede ser fugaz. Amor que quiere libertarse para volver a amar. Amor divinizado que se acerca Amor divinizado que se va.

El amor es todo lo que damos. Algún día repasaremos esas viejas líneas y esos viejos cuerpos que amamos, y sentiremos la satisfacción de no habernos guardado en ese puerto a solo a esperar, sino que nos arriesgamos a abandonarlo de la mano de alguien, y eso significaba darlo todo, así solo fuera por un instante. La poesía se instaló en mi vida, pasaron muchos años tal vez para poder tener recuerdos más valiosos y tangibles de mis primeras miradas. Podría asegurar que fue en la universidad. Tal vez en la adolescencia la poesía la vivía en cánticos y frases religiosas, que de alguna manera alimentaron estas ganas de encontrar belleza por donde pasaran mis ojos. Llegaron los primeros fracasos, entender que la vida no solo era armonía, sino que en mí yacía esa herida fundamental, esa desgarradura de la que hablaba Alejandra Pizarnik. Y con ella empecé a escribir, a contar mi historia, mis dolores, mis utopías. Fue con ella que me empecé a permitir que mi voz dejara de ser como una niña de tiza rosada en un muro muy viejo súbitamente borrada por la lluvia. Fue Alejandra la que me ayudó a seguir, a buscar, a encontrar razones para quedarme y escribirlo todo. Luego a su par llegaron otras letras: Anne Sexton, Idea Vilariño, Florbela Espanca, Sylvia Plath, Alfonsina Storni, “El castor”, algunos nadaístas, Andrés Caicedo, todos destechados, como lo diría un compañero de letras, todos con la incertidumbre atravesando sus ideas y su cuerpo. A veces no entendía mis padecimientos, pero abrazaba todos los de ellos, y allí estaba mi redención. Cómo no cantar mi propia canción, si precisamente era ese su legado. Cómo guardarme el caos o la virtud para mí sola. Así nació Mariana, La Utopía de Mariana, gracias a una canción que me salvó. Gracias a un Maestro, Álvaro Lizarralde, que me dijo que había fuego en mis letras. Y esa ha sido la canción que he cantado, con mis ritmos, mis ideales, mis principios, mis derrotas, mis luchas. Años después, Fernando Araújo Vélez, a través de sus conversaciones, y mucho más por sus columnas de El Caminante, me ha permitido cultivar más que ese estado de escritura constante que él alienta, una instintiva búsqueda de querer sentirlo todo como en esa primera mirada original.

Valido la experiencia, las obras que he leído, los viajes que he vivido. Pero uno de los ejercicios elementales es no darlo todo por sentado, y menos aún creer que esa herida fundamental algún día cicatrizará. Por eso el arte, la palabra, más allá de los escaparates, más allá de los repositorios y de lo sagrado, está acá: para convocar el amor, para el deseo, para incendiar el mundo y luego hacerlo primavera. Para despedir, a veces para olvidar, pero tantas veces más para volver a nacer. En las palabras transciende mi voz, y como para Lafourcade, también es mi canto un Derecho de nacimiento. En las palabras he cimentado mis grandes anhelos, mis grandes sueños. Con ellas he construido el camino y también me he permitido desdibujarlo, tantísimas veces. Nunca me han desamparado. Siempre son mi refugio seguro. El amor de los poemas ha sido la mejor forma de seguir acá, soñando mis propios sueños y los de otros. Gracias a las palabras he conectado con personas que quizás eran parte de mis idolatrías ingenuas e infantiles, gracias a las palabras he tenido discusiones que me han quebrado, gracias a ellas ha trascendido mi existencia misma llegando a ojos que solo saben de mí lo que leen. Ellas han sido todo: el alimento, el refugio, la brújula. Qué me perdonen un día por otorgarles tanta responsabilidad, aunque espero ser leal a ese amor que tanto les profeso.

Acá estaremos todos para escuchar nuestra canción. Para entender la riqueza de nuestros ritmos, tan diversos y variantes, algunos tan afines y otros tan dispares como la vida misma. Esa canción que a veces es la caída misma o el viaje en paracaídas, como lo profetizó Huidobro:

Abre la puerta de tu alma y sal a respirar al lado afuera. Puedes abrir con un suspiro la puerta que haya cerrado el huracán. Hombre, he ahí tu paracaídas maravilloso como el vértigo. Poeta, he ahí tu paracaídas, maravilloso como el imán del abismo.

Acá están el arte, los rituales, la tinta y el tiempo, la utopía: todos son la palabra, y la siguiente línea nos llevará a otros mundos, a otros rostros, a otros ideales, a otras resistencias, a otras vidas que quizás ni percibimos y que serán el mejor borrador de nuestra mejor obra.

a mi llanura despejada, que muestra sereno

la mente e ideas libres sin muros impuestos

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