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doS minutoS duran para Siempre, andrés castañeda

Dos minutos duran para siempre

Por: Andrés Castañeda Muñoz

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Supongo que existe un orden inexplicable en el Universo. Supongo que ese orden, este algo se parece demasiado a la magia y por eso va más allá de la razón. Quizás ese orden esté lleno de pequeños pasos, de pequeñas casualidades, si es que las casualidades existen y a lo mejor somos nosotros, conscientes de nuestra propia pequeñez, quienes buscamos darle significado a una secuencia aleatoria de acontecimientos cotidianos para convertir en símbolos lo que encontramos por casualidad. Pero debe haber magia en ese descubrir. En esa primera mirada. Puede ser un libro, un poema, una frase escrita en una pared, porque, dicen, las paredes son la imprenta de los pueblos, una pintura… siempre una obra, cualquier obra. Mi primera mirada fue una canción. Una con la que me encontré por coincidencia. Fue hace 16 o 17 años. Una tarde cualquiera encendí el televisor en un canal musical y justo en ese momento, en la pantalla, aparecieron cuatro tipos desaliñados con chamarras negras y jeans ajustados. “Take it, Dee Dee”, dijo el cantante, que llevaba unas gafas oscuras y era delgado y muy alto… Entonces la banda comenzó a tocar una canción de tres acordes que se repetían una y otra vez hasta que las voces entraron en un estallido colectivo: “Hey, ho! Let’s go!, Hey, ho! Let’s go!”. El vocalista se movía aferrado al micrófono cómo si de ello dependiera su vida, el guitarrista tocaba tan rápido que su mano apenas se podía notar rasgando las cuerdas, el bajista saltaba sacudiendo el bajo y el baterista miraba a la nada, como si llevara el ritmo por dentro del cuerpo. Dos minutos después, la canción había terminado. Ese día conocí a The Ramones y me transformaron para siempre. Me sacudieron, me inquietaron y busqué todo lo que pude encontrar de ellos. Por medio suyo llegué al punk y el punk se volvió un camino que me llevó a descubrir, a encontrar, a preguntar y a crear. Una primera mirada que se volvió muchas miradas. Simón Bolívar decía que el lugar de nacimiento era un rayo de luz que nos golpeaba en la frente al nacer. No sé si los acontecimientos que queremos convertir en símbolos puedan ser un renacimiento, no sé si vivamos muchas vidas en una vida. Para mí, el punk no fue un rayo de luz en la frente, fue un golpe en la cara, uno que me sacudió y me hizo buscar y seguir buscando. A veces lo siento como en la escena de un libro, en la que una niña ve un disco de The Beatles en la vitrina de una tienda de música y solo esa imagen le cambia el rumbo de la vida para siempre. The Beatles se volvieron camino y lucha. The Ramones fueron eso para mí. Camino, lucha y algo en lo que creer. Por ellos indagué, pregunté, escribí canciones y cuando ya no pude escribirlas escribí poemas y luego historias y sigo aspirando a escribirlas. Sin The Ramones tal vez no escribiría ni creería que lo hago para luchar, para lanzarle piedras a lo establecido. Lo que escribo comencé a escribirlo esa tarde, una tarde cualquiera después de los dos minutos que me cambiaron la vida.

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