2 minute read
Síndrome de frégoLi, ana maría barbosa
Por: Ana María Barbosa
Quizá he transitado poco por este camino al que denominamos vida, algunas personas lo mencionan con cierta frecuencia. Quizás, en muchas cosas carezco de experiencia, pero he sentido que las historias han encontrado un dulce hogar en mí. Y estas palabras son para honrar a esas historias difíciles que no solemos contar, pero de las que aseguramos haber sobrevivido gracias a un propósito más grande que nosotros. Ser distraída me ha traído las fortunas más grandes que he tenido, es así como descubrí el arte, la apreciación de los instantes, desde cualquier forma de expresión, y cómo logré escapar de la locura. Abril es un mes que no suele pasar desapercibido, no le colocaría ninguna palabra para describirlo, pero fue el mes en que nació una parte de mí que desconocía. No sé si es natural tener un alma que anhela vivir aventuras, en un cuerpo que es cobarde desde sus raíces más profundas, pero esto ocurre en mí, en la ciudad de las sombrillas y las caras largas, donde dicen que la metamorfosis suele ser más pesada. Por mucho tiempo tuve la sensación de que pensaba demasiado, que podía pasar ensimismada por horas, las horas más entretenidas e interesantes que ocurrían gracias a una realidad que no era la mía. Diálogos que nunca salían de mi cabeza, no era capaz de pronunciar aquellas palabras que en verdad anhelaba decir, y como respuesta a esto el universo me llenó de situaciones donde tomé las decisiones equivocadas e invertí tiempo simulando estar en lugares en los que jamás estuve. Pero refugio siempre ha sido sinónimo de una guitarra acústica que escuché en 2011, que tejió hilos hasta este instante, me sostuvo y me salvo de esa delgada línea entre la imaginación y la realidad que perciben nuestros sentidos. Nunca había tenido líos por imaginar, hasta que cada una de mis fantasías se convertía en realidad; dormía poco, pero los instantes despierta parecían un sueño. Llegué a estar en una simulación de mi mente. Era fantástico, pero ¿cómo salir de ese estado, si al cerrar los ojos seguían ahí esos personajes? ¿Cómo salir de ahí si la delgada línea se había hecho casi imperceptible? ¿Cómo encontrar el rumbo, si ignoraba por completo el momento presente? Sentía que algo me ataba, me sostenía de la solapa, no me dejaba volar por completo hacía ese mundo infame; me llenaba de razones, era gasolina, impulso y motor de un alma que había perdido las luces. Era una promesa: “Cuando salgas del hospital, iremos a conocer a Santiago Cruz, pero tienes que poner de tu parte”, me decía mi tía, quien me miraba con amor y con una esperanza absoluta. Y así pasó un mes en el que regresaba una y otra vez a esas melodías que había escuchado. No quería olvidarlas, sabía que era el camino para volver a mí. Así fue como las manifestaciones artísticas, de la mano del cantautor colombiano, acogieron mi alma tras la oscuridad y mantuvieron mi esencia intacta; sané a través de aquellas palabras que construyeron un puente al otro lado. Y ahí es donde radica la importancia del arte, ya que deja constancia de lo que ocurre en nuestra alma en épocas de cambio, y evolucionan con nosotros en estos procesos, no nos dejan desfallecer.
Advertisement