El Padrino boliviano

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N LA PELICULA Scarface (1983), el cubano Tony Montana (Al Pacino) tiene un proveedor de cocaína boliviano. Es Alejandro Sosa, rico terrateniente educado en Inglaterra que viste de lino blanco y usa los tres primeros botones de la camisa desabrochados. Entre el puñado de amigos y socios que le presenta a Montana en Cochabamba, hay empresarios, ministros y militares bolivianos, además de un misterioso emisario “de Washington”. La existencia de Sosa en el guión de Oliver Stone refleja que en aquellos años el arquetipo del narco latinoamericano ya era parte de la cultura estadounidense. A desentrañar al hombre de carne y hueso que inspiró el personaje de Sosa se dedica El Rey de la Cocaína, de Ayda Levy. Se trata del empresario boliviano Roberto Suárez Gómez, mujeriego empedernido, capaz de salvar vidas y evitar guerras, que a comienzos de la década del 80, cuando en Estados Unidos comenzaba el boom de la cocaína, se convirtió en el principal productor de coca del mundo, creando un imperio económico que sostenía al mismísimo Estado altiplánico. La autora del libro no es más ni menos que la ex esposa y madre de los hijos de Suárez. Tal como indica el subtítulo –Mi vida con Roberto Suárez Gómez y el nacimiento del primer narcoestado–, el texto es una confesión y explicación sobre las decisiones del hombre con el que compartió secretos durante veintitrés años, y del cual se separó en 1981, en plena gestación de su imperio. Estas memorias contienen la dolorosa y trágica historia familiar, pero también la fracturada historia política de Bolivia y del continente americano durante la tensa década final de la Guerra Fría. El reinado de Suárez Gómez comenzó hacia mediados de 1980, cuando conoció a Pablo Escobar Gaviria, futuro líder del cartel de Medellín. En aquel entonces, Escobar viajaba a Bolivia y compraba “a precio de gallina muerta” sulfato base de coca al mejor postor para pasarla hacia Estados Unidos. Escobar conoció a Suárez justo en el momento en que la demanda por la cocaína aumentaba en Norteamérica y Europa y Suárez comenzaba a monopolizar la producción y comercialización del sulfato base en Bolivia. A pesar de que para Escobar el precio del kilo aumentó en 350%, se convirtieron en socios y luego en amigos. Lo anterior no fue ninguna casualidad. En

LATERCERA Sábado 22 de diciembre de 2012

LIBROS&IDEAS

El Padrino boliviano POR: Pablo Riquelme Richeda

tors del narcotráfico”), aparato paragubernamental que desde entonces se encargaría de repartir las jugosas ganancias de la droga entre los bolivianos. La seguridad estaba a cargo del jerarca nazi Klaus Altmann-Barbie, prófugo de la justicia francesa, que también hacía de enlace con la cúpula militar gobernante. Levy afirma que “en el país no se movía un solo gramo de cocaína sin el consentimiento” de Suárez, que la DEA estaba pagada y que las remesas diarias llegadas de Colombia eran tales que los empleados contaban durante horas sumas de hasta 60 millones de dólares en billetes. A partir de entonces, Suárez se codeó con lo más granado del hampa internacional. Por ejemplo, Levy ubica a su marido en la Toscana italiana el 2 de enero de 1982, en una reunión en la que Roberto Calvi, presidente del Banco Ambrosiano (el “banquero de Dios”), le pidió ayuda para renegociar sus deudas con Pablo Escobar. Tres días más tarde, Suárez llega a Panamá, donde se reúne con Escobar y el general Manuel Noriega, para financiar la campaña del futuro presidente de Costa Rica, Luis Alberto Monge, a cambio del acceso libre a las rutas del tráfico de esos países. La detención en Suiza y posterior extradición a Miami de Roby Suárez, su primogénito y heredero natural, lo llevaron a ofrecerle al Presidente Reagan su entrega inmediata a cambio de la inocencia de su hijo y de la condonación de la deuda externa boliviana, que ascendía a tres mil millones de dólares. En 1982, tras el retorno de Bolivia al sistema democrático, Suárez negoció con el Presidente Hernán Siles Suazo un pago mínimo de 10 millones de dólares mensuales a las arcas del Estado a cambio de protección. Las ganancias del tráfico de cocaína cuadruplicaban las ganancias de las exportaciones legales bolivianas. Pero lo más osado de Suárez fue negociar con ambos bandos de la Guerra Fría interamericana al mismo tiempo. En 1983, cuando las rutas de tráfico mexicanas comenzaban a ser copadas por los propios mexicanos, Suárez y Escobar pactaron con Fidel Castro el pago de 1 millón de dólares diarios por el usufructo de sus aguas y espacio aéreo. “Ustedes serán el misil con el que agujerearé el bloqueo”, habría dicho Fidel, que trató de incluir en el trato la entrega del cadáver del Che. Al mismo tiempo, pactaron con la CIA, a través del teniente coronel Oliver North, la entrega de 500 toneladas de cocaína que la agencia comercializó en Estados Unidos y con las que financió a la Contra ni-

Suárez visualizó la cocaína como un commodity exclusivo que había que aprovechar.

“Ustedes serán el misil con el que agujerearé el bloqueo”, habría dicho Fidel a Suárez y a Pablo Escobar.

los meses previos, Suárez había pactado con el general Luis García Meza financiar el golpe de Estado que éste ejecutaría en julio de 1980 (costó cinco millones de dólares) a cambio del monopolio de la coca. Suárez, líder entre los empresarios de Bolivia, visualizó la cocaína como un commodity exclusivo que había que aprovechar y elevó el precio del kilo de dos mil a nueve mil dólares. El trato con el general decía que el nuevo gobierno militar debería distribuir las ganancias entre todos los bolivianos y destinarlos a servicios básicos. El plan de Suárez era, según Levy, pagar en tres años la deuda externa del país. Pero el régimen instaurado por García Meza desató el terror: ya en la toma de posesión, el coronel Arce Gómez, ministro del Interior, había advertido que los opositores al gobierno y los comunistas debían “andar con el testamento bajo el brazo”. La muerte y desaparición de 500 bolivianos y la tortura de cuatro mil presos políticos llevaron a Suárez a romper con García Meza en enero de 1981, seis meses después del golpe. Suárez y su familia comenzaban a ser perseguidos por la DEA estadounidense. El hecho coincidió con la separación de Suárez y la autora del libro. Tras romper con el general García, Suárez creó La Corporación (la “General Mo-

caragüense. Considerando que parte de las platas de Castro patrocinaron la insurgencia maoísta en Colombia y Perú, se dio la extraña situación de que Suárez dio de comer a los dos bandos. Con los años vendría el declive. Tras romper con Cuba, Estados Unidos y el cartel de Medellín, Suárez se retiró del negocio y se entregó a las autoridades bolivianas. Cumplió tres años y medio de condena. Tras el asesinato de su heredero Roby por parte de la policía local, sufrió varios infartos. El último lo pilló encerrado en su pieza, en una de sus mansiones, en julio de 2000. Cuando los empleados y su médico de cabecera echaron abajo la puerta, Suárez yacía en la cama con una pistola calibre 45 apuntándoles. “Salgan inmediatamente de aquí. Si dan un paso más les disparo”, dijo.R

En esta crónica Ayda Levy rememora su vida junto a Roberto Suárez Gómez, el hombre que convirtió a la cocaína en la principal fuente de riqueza de Bolivia durante la década del 80 y creó un imperio económico sin precedentes. Suárez fue un hombre que supo navegar las turbulentas aguas de la Guerra Fría, haciendo tratos con Fidel Castro y la CIA. Su gran obra fue La Corporación, la “General Motors del narcotráfico”. Pablo Riquelme es historiador. Magíster en Estudios Latinoamericanos, Universidad de Leiden, Holanda.

FICHA El Rey de la Cocaína Mi vida con Roberto Suárez Gómez y el nacimiento del primer narcoestado. Ayda Levy Editorial Debate, 230 páginas. $ 9.500 en librerías.


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