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N Conversations with David Foster Wallace (University Press of Mississippi, 2012), el escritor neoyorquino fallecido en 2008 señala a Cortázar y Puig entre sus mayores influencias literarias. Foster Wallace los leyó a mediados de los años 80, tras la recomendación de un profesor, cuando estudiaba literatura en Massachusetts. El dato ilustra cómo hacia el final de la Guerra Fría los escritores del boom circulaban abiertamente por las universidades de Estados Unidos. Esa presencia en modo alguno fue casual. Se enmarca en un proceso que se remonta hasta 1959, cuando la Revolución cubana instaló la Guerra Fría a pocos kilómetros de Florida. Esto último lo sostiene Deborah Cohn en The Latin American Literary Boom and U.S. Nationalism During the Cold War (El boom literario latinoamericano y el nacionalismo estadounidense durante la Guerra Fría), que retrata las circunstancias que rodearon la entrada y consolidación de la literatura latinoamericana en los Estados Unidos durante los años 60 y 70. La autora señala que los proyectos literarios y las aspiraciones políticas de los escritores del boom chocaron con (y alimentaron) el nacionalismo estadounidense, en momentos en que las ansiedades generadas por la Guerra Fría se disparaban producto de la revolución de los hermanos Castro y el fervor que produjo en Latinoamérica. El proceso cultural estuvo condicionado por las relaciones políticas que mantuvo Estados Unidos con la isla y el resto del continente. Durante los años 30 y después de la Segunda Guerra Mundial, la literatura latinoamericana sólo provocó pérdidas a los editores estadounidenses que se dieron el lujo de publicarla; eso explica, por ejemplo, que a comienzos de los 50 Alfred Knopf declinara editar a Borges (hacia 1961 se convertiría en precursor del boom). Pero la Revolución cubana lo cambió todo. No sólo motivó a escribir y dio coherencia e identidad -a través de instituciones como Casa de las Américas- a un puñado de escritores de la región (García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar, Cabrera Infante y Neruda, entre otros) que se identificaron con la épica castrista; también generó una audiencia norteamericana ávida por consumir las modernas novelas y poesías del sur. Al mismo tiempo, las universidades comenzaron a crear programas de estudios latinoamericanos (ocurriría también en Francia e Inglaterra) y las editoriales más valientes se lanzaron a traducir y colocar en el
LATERCERA Sábado 5 de enero de 2013
IDEAS&LIBROS
Los escritores del boom durante la Guerra Fría POR: Pablo Riquelme Richeda
ton, que buscaba contener al comunismo en todas sus expresiones. La autora analiza con especial interés las tensiones hemisféricas en las que se vieron envueltos los escritores latinoamericanos. Cohn pasa revista a la Ley de Inmigración y Nacionalidad de 1952, más conocida como McCarren-Walter Act (“la primera línea de defensa contra el comunismo”), que permitía a los funcionarios gubernamentales denegar la entrada al país a extranjeros y estadounidenses por razones ideológicas (la ley fue hija del macartismo). Luego de la Revolución cubana, afectó a la gran mayoría de los autores latinoamericanos de la época, obligándoles durante años a cruzar laberintos legales para ingresar al país. La ley marcaría profundamente las actitudes hostiles de los escritores del boom hacia los Estados Unidos y generó una paradoja: mientras las becas estatales invitaban a escritores de izquierda a gozar de las ventajas del “mundo libre”, los funcionarios estatales les negaban las visas por sus filiaciones comunistas. La autora también refiere la historia del Congreso Internacional del PEN Club de 1966, celebrado en Nueva York, que sirvió a varios escritores para impulsar definitivamente la internacionalización de su carrera. A pesar de que los organizadores se las arreglaron para invitar a escritores de todas las ideologías (Alejo Carpentier y Juan Bosch, entre varios), no pudieron evitar que otros organismos estatales funcionaran paralelamente a su alrededor. Neruda, uno de los invitados estelares, fue constantemente vigilado por el FBI (a pedido expreso del director de la agencia, Edgar J. Hoover). Mientras los escritores cubanos se negaron a asistir al encuentro, el congreso sacó a la superficie el incipiente cisma de la izquierda intelectual latinoamericana, que se desataría con todas sus fuerzas en 1971, con el “caso Padilla”. Cohn también explora en detalle el ascendente protagonismo de los autores latinoamericanos en las universidades estadounidenses en los años 70 y 80. Una serie de programas e iniciativas (patrocinadas por las redes privado-estatales) ofrecieron a los escritores la oportunidad de llevar una vida académica bien remunerada y tener tiempo para producir, además de financiar la traducción y publicación de sus obras (Parra y Donoso, entre muchos otros, participaron de estas empresas). De aquí saldrían novelas como El obsceno pájaro de la noche o las traducciones de Rayuela y Cien años de soledad, que marcaron la consolidación definitiva del canon latinoamericano entre
Más que ser peones de Washington o La Habana, los escritores del boom se las arreglaron para surfear la marea ideológica.
Según la autora, en el Congreso del PEN Club en 1966, Neruda fue vigilado por el FBI a pedido expreso de su director, Edgar J. Hoover.
mercado a estos escritores que -en palabras de un crítico- convirtieron la literatura regional “en una exportación más importante que el café y los plátanos”. El boom en Estados Unidos representó un correlativo cultural de la Revolución cubana y su recepción, paradójicamente, se beneficiaría de fuerzas hegemónicas y antihegemónicas. Por un lado, recibió el apoyo de autores como Arthur Miller, Kurt Vonnegut, Lawrence Ferlinghetti y Allen Ginsberg, entre otros, que fueron enormemente influenciados por sus pares del sur y aprovecharon el impulso que estos traían para manifestar su propio descontento con la política estadounidense. Por otro lado, el boom también recibió subsidios y becas otorgados por el Departamento de Estado, diversas agencias estatales (como el Center for Inter-American Relations y el Congress for Cultural Freedom, financiado por la CIA) e instituciones privadas (como las fundaciones Rockefeller, Ford y Carnegie); estos actores buscaban promover entre los escritores imágenes positivas de EE.UU., el capitalismo y la democracia liberal, en contraposición al marxismo soviético-cubano. En la práctica, estas “redes privado-estatales” funcionaron en tándem con la política exterior de Washing-
los lectores estadounidenses. Según Cohn, a pesar de encontrarse en la línea de fuego de la Guerra Fría hemisférica, los escritores latinoamericanos tenían sus propias agendas políticas y fueron conscientes del valor de su autonomía. En definitiva, más que ser peones de un gran tablero de ajedrez controlado por Washington o La Habana, los escritores del boom se las arreglaron para surfear la marea ideológica y ser más “agentes de su propia causa” que vehículos de transmisión de las políticas oficiales. La historia de la amistad entre los escritores beat y los chilenos narrada a finales del libro demuestra que la historia se hace, en buena medida, también con el contacto cuerpo a cuerpo. La historia, al final, también transcurre al margen del Estado y de las instituciones.R
Una académica norteamericana analiza el pedregoso trayecto que en los 60 y 70 realizó la literatura latinoamericana para ser publicada y difundida en Estados Unidos. Los autores y sus obras se vieron nadando enwtre las marejadas que provocaba la Revolución cubana y el deseo de los lectores y artistas norteamericanos por leerlos, seguirlos y conocerlos. Pablo Riquelme es historiador, magíster en Estudios Latinoamericanos, Universidad de Leiden, Holanda.
FICHA The Latin American Literary Boom and U.S. Nationalism During the Cold War Deborah Cohn Vanderbilt University Press 2012, 265 páginas.