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LATERCERA Sábado 2 de febrero de 2013
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L 29 de noviembre de 2010, una tensa Hillary Clinton, secretaria de Estado de la administración Obama, se paró frente a las cámaras del mundo y dijo: “Quiero dejar claro que nuestra política exterior oficial no está contenida en esos mensajes”. El día anterior, WikiLeaks había publicado 251.287 cables confidenciales que el Departamento de Estado recibió de sus embajadas durante los años previos. Era la mayor filtración de información clasificada de la historia. Clinton subrayaba algo capital: existe una brecha, a veces abismal, entre lo que opinan e informan los diplomáticos, por un lado, y las políticas que finalmente adopta la Casa Blanca, por otro. Entre esos dos extremos se mueve The dissent papers (“Los papeles de la disidencia”), de la académica Hannah Gurman. Analizando el período que va desde finales de la Segunda Guerra Mundial hasta la ocupación de Irak, el libro pone el foco en aquellos diplomáticos que, en momentos cruciales, se opusieron a la política exterior estadounidense y la terminaron influenciando. Para eso, los funcionarios debieron abrirse paso en la insondable burocracia del Departamento de Estado, en ocasiones desde lugares tan distantes como la URSS o China, para ser escuchados en el Salón Oval. ¿Cómo? Aprovechando su único medio disponible: la escritura diplomática. La autora analiza tres casos particulares. El primero es el de George Kennan, “autor” de la estrategia de contención de la Guerra Fría, que buscaba frenar el poder soviético con medidas más políticas que militares. Especialista en historia rusa y dueño de una vasta cultura, en los años 30, Kennan formó parte de la primera misión diplomática estadounidense en el Moscú de Stalin, adonde volvió como segundo secretario hacia finales de la Segunda Guerra Mundial. Kennan se haría famoso en 1946 con el llamado “Telegrama largo”, un aná-
LIBROS & IDEAS
Los hombres que desafiaron a la Casa Blanca POR: Pablo Riquelme Richeda
Service y Davies formaban parte del servicio exterior estadounidense en el país asiático -conocido como las “manos chinas”-, encargados de gestionar las relaciones comerciales con los puertos norteamericanos y obviar los asuntos locales, particularmente, la guerra civil librada entre nacionalistas y comunistas desde 1927. Pero Service (dueño de un “instinto asombroso”) y Davies (“solitario y escéptico”) tenían razones para cambiar la pasividad estadounidense y entre 1942 y 1945, en plena guerra contra el Eje, en una serie de reportajes analíticos (Service viajó a las montañas a entrevistarse con Mao), los dos amigos desafiaron el apoyo incondicional que la Casa Blanca brindaba al “corrupto gobierno nacionalista” del Kuomintang. Advirtiendo que la URSS podría entusiasmarse y entrar al conflicto, y recordando que los comunistas estaban ayudando a pelear contra Japón, ambos recomendaron apoyar a las huestes de Mao, ganándose el antagonismo de Washington. Cuando en 1949 el gobierno nacionalista chino colapsó, el Congreso estadounidense, a instancias del senador McCarthy y otros inquisidores, cuestionó la lealtad del Departamento de Estado. Service y Davies fueron acusados de espionaje, de usar la escritura diplomática para apoyar al comunismo y, en definitiva, de “haber ‘perdido’ China”. Y aun cuando el Departamento de Estado los defendió (Kennan el que más), ambos fueron despedidos. Pasarían dos décadas para que fueran exonerados por la Corte Suprema, poco antes de que Nixon y Kissinger se abrieran diplomáticamente a la China de Mao. El tercer caso es el de George Ball, subsecretario de Estado durante los gobiernos de Kennedy y de Lyndon Johnson; el oficial de más alto rango en oponerse a la escalada de la guerra en Vietnam. Aunque públicamente la apoyó, entre 1964 y 1966 redactó ocho memos al presidente (corregía y pulía sus escritos hasta la obsesión), cuestionando la lógica interna de la estrategia en Vietnam, tratando de lograr un descenso en los
Como dijo Hillary Clinton, una cosa es la opinión de los diplomáticos y otra, la política exterior de los Estados Unidos.
Vietnam disparó en la Secretaría de Estado el nivel de disidencia y obligó a abrir un canal de contención.
lisis de 18 páginas -más que cualquier memorándum corriente- sobre la cultura rusa y la política exterior soviética, donde recomendaba no el choque bélico, como muchos respaldaban, sino una política a largo plazo que desgastara a Moscú y donde la fuerza militar sirviera como herramienta de negociación. En sustancia y tono, el telegrama era la narrativa que la volátil administración Truman buscaba y produjo un consenso entre la Casa Blanca y el Departamento de Estado que no había existido (ni existiría) en décadas. El “Telegrama largo” y otros textos llevarían a Kennan en 1947 a diseñar parte de la política exterior americana, cuando el secretario de Defensa George Marshall lo reclutó, para fundar y dirigir el Policy Planing Staff, unidad dedicada a formular estrategias de largo plazo en función de las tendencias políticas, económicas y militares del momento; de allí saldría, por ejemplo, el Plan Marshall para la estabilización económica de la Europa de posguerra, con el que se buscó evitar la propagación comunista en el Viejo Mundo. Pero Kennan no duró mucho en su cargo: en 1948, el golpe comunista en Checoslovaquia y el bloqueo soviético de Berlín fermentaron el militarismo en la Casa Blanca, que cristalizó en la creación de la OTAN y en la guerra en Corea, temas a los que Kennan se opuso. Como señala la autora, el secretario de Estado terminó convertido en disidente de las políticas que, en parte, él mismo había contribuido a crear. El segundo caso es el de John Service y John Davies, funcionarios nacidos en China a comienzos del siglo XX, hijos de misioneros que trabajaban para la YMCA;
bombardeos y una salida diplomática negociada. No lo logró: cuando asumió su cargo, en 1961, había 11 mil soldados en la selva vietnamita; cuando lo dejó, cinco años después, había 383 mil. Según la autora del libro, aun cuando compartía muchos de los argumentos de Ball, Johnson se vio preso de la “guerra retórica”, la imagen fuerte que Estados Unidos necesitaba mostrar ante sus aliados, ante la ciudadanía estadounidense (“No me acusarán de ‘perder’ Vietnam”, le dijo Johnson) y ante los comunistas, para frenar un posible efecto dominó en Asia y otras regiones. Retirarse era perder. Según el libro, el descontento generalizado que suscitó Vietnam en la escena pública disparó la disidencia en la Secretaría de Estado. Por eso, en 1971 fue creado el Canal de la Disidencia, instancia formal para expresar los desacuerdos y diferentes visiones sobre la política exterior. ¿Fue una manera de mantener la casa en orden? “Sin necesidad de aclararlo”, dice Gurman, “en 40 años de existencia el Canal ha tenido escaso impacto en la política exterior estadounidense”. La prueba de fuego fue la invasión a Irak. La disidencia interna probó el conducto regular, el Canal. Luego fueron a la prensa.R
Una académica estadounidense estudia diversos casos de acreditados diplomáticos que se apartaron del libreto oficial de la política exterior de la Casa Blanca. Dejaron testimonio de su divergencia, tanto en escritos como en conversaciones y conductas. Algunos fueron expulsados de la carrera. Otros terminaron escribiendo el guión de la Guerra Fría. Pablo Riquelme es historiador, magíster en Estudios Latinoamericanos, Universidad de Leiden, Holanda.
FICHA The Dissent Papers The Voices of Diplomats in the Cold War and Beyond. Hannah Gurman Columbia University Press, 2012. 280 páginas.