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n Cómo escribir acerca de Africa (Granta 92, 2005), el keniata Binyavanga Wainaina lanzó una mordaz diatriba contra los escritores occidentales que visitan el continente con chaqueta exploradora y luego publican textos heroicos sobre la experiencia. “Trate a Africa como si fuera un único país, no se enrede con descripciones precisas. Es un continente enorme: 54 países y 900 millones de personas demasiado ocupadas muriéndose de hambre, luchando contra otras tribus o emigrando hacia alguna parte como para leer su libro”, advierte él en Algún día escribiré sobre Africa (Sexto Piso, 2013). La idea sintoniza con la conclusión que sacó Kapuściński tras escribir Ebano: “Sólo por una convención reduccionista decimos Africa. En la realidad, salvo por el nombre geográfico, Africa no existe”. En la línea del reportero polaco y de otros “sobrevivientes” de las trincheras africanas (Greene, Waugh, Malaparte) se inscribe La herencia colonial y otras maldiciones, del estadounidense Jon Lee Anderson (autor de La caída de Bagdad y de una biografía del Che Guevara). Publicados entre 1998 y 2012, los diez artículos que componen el libro combinan la crónica de viaje y el reportaje político, y en conjunto cubren los temas más calientes del Africa globalizada. Un continente en llamas. Entrevistándose con un gran coro de actores que pululan alrededor del poder funcionarios, dictadores, guerrilleros, diplomáticos europeos y estadounidenses, inversionistas extranjeros, trabajadores humanitarios, etcétera-, Anderson perfila a los principales líderes africanos -como Ellen Johnson Sirleaf, la primera mujer del continente en ser elegida presidenta- y se mueve con soltura por las costas mediterráneas de Libia, las cataratas de Zimbabue, el golfo de Guinea, en la orilla atlántica, y el Cuerno de Africa, donde se junta el océano Indico con el mar Rojo. Capturando los detalles precisos, el periodista se hace cargo de las diferencias religiosas, raciales y tribales entre los países de la región. Y deja entrever que estas naciones tienen un largo camino antes de lograr instituciones políticas estables, donde el poder civil se distinga del poder militar. Según el autor, lo que une a naciones como Angola y Santo Tomé con Somalia y
LATERCERA Sábado 11 de mayo de 2013
LIBROS & IDEAS
Los puntos calientes de Africa POR: Pablo Riquelme Richeda
plo- se deben, en parte, al vacío de poder dejado por el final de la Guerra Fría: muchas de las nuevas repúblicas que habían cambiado las metrópolis coloniales por el tutelaje de Moscú o Beijing se vieron a principios de los años 90 saltando a los abismos de la libre competencia neoliberal y de la globalización sin tener bases institucionales sólidas. Los violentos e inacabados procesos revolucionarios arrojaron estados nacionales débiles y soberanías extremadamente difusas: el caso de Somalia, donde el gobierno central en Mogadiscio no ejerce un control real de su territorio, disputado por las milicias islámicas de Al-Shabaab, y el de Sudán del Sur, independizado de Sudán en julio de 2011, son muestras de que el mapa de Africa, probablemente, seguirá experimentando variaciones en el futuro. Un dato que alimenta las sospechas en esta dirección es la creciente importancia geopolítica de algunas zonas, que ya ha desatado una feroz disputa de las potencias y las transnacionales por el consumo de sus materias primas. El 8% del petróleo importado por Estados Unidos, por ejemplo, procede de Angola (lo cual es más del que le vende Kuwait). Después del 11 de septiembre de 2001, diversos grupos en Washington trabajaron para que la Casa Blanca declarara al golfo de Guinea (actualmente, la zona petrolífera más importante del mundo, ubicada bajo la isla de Santo Tomé) zona de “interés vital”, pues se calcula que allí hay petróleo para unos 200 años. A su vez, China y sus consorcios han logrado suculentos acuerdos comerciales con Zimbabue, por la explotación de níquel, y con Guinea (“un país-ejército que nunca ha sido gobernado por civiles”), por la explotación de diversas materias primas a cambio de 7 mil millones de dólares, una central eléctrica y carreteras nuevas. En sentido inverso, buena parte del material bélico adquirido por las naciones africanas proviene del gigante asiático. Según Anderson, para Africa, China es el nuevo “Gran Hermano”. Probablemente los dos mejores reportajes del libro sean los dedicados a la caída de Muammar Gaddafi en Libia. Anderson viajó después del 17 de febrero de 2011 (el “día de la rabia”), cuando las muchedumbres, emulando las rebeliones de Túnez y Egipto, se volcaron a las calles de Bengasi a exigir la renuncia del “Hermano Líder”. El primer texto está enfocado en la rebelión misma. Durante un mes, Anderson se
Anderson describe “un Africa donde los revolucionarios armados de ayer son los líderes canosos de hoy”.
Probablemente los mejores reportajes del libro sean los dedicados a la dramática caída de Gaddafi en Libia.
Sudán, radicalmente opuestas entre sí, es la herencia colonial a la que alude el título. Pues con las excepciones de Etiopía (brevemente ocupada por la Italia de Mussolini) y Liberia (que desde 1847 fue de hecho una colonia informal de Estados Unidos), todos estos países comparten el hecho de haber sido colonias europeas y haber “tenido que combatir para forjarse una identidad nacional en la época poscolonial”. Pero, a diferencia de Kapuściński, que narró la estampida de las potencias coloniales europeas y la emergencia de las repúblicas independientes durante la Guerra Fría, Anderson cubre una época posterior, “un África en la que los revolucionarios armados de ayer son los líderes canosos de hoy”, y donde la “retórica de la liberación nacional ha sido reemplazada o bien por reivindicaciones religiosas o por una descarnada carrera por la prosperidad material”. El caso de Robert Mugabe, héroe nacional de la independencia y único presidente en la historia de Zimbabue, resulta paradigmático: acercándose a los 90 años, no tiene pensado dejar el poder. Algunos de los conflictos reporteados por el autor -las guerras civiles crónicas de Angola, Liberia y Somalia, por ejem-
mueve con las milicias improvisadas por los rebeldes -ciudadanos comunes y corrientes, sin preparación militar- siguiendo la historia de Osama ben Sadik, un libio-estadounidense que había volado desde Virginia, Estados Unidos, para encontrar el cadáver de su hijo, muerto en los combates contra los mercenarios gaddafistas. En el segundo reportaje, publicado seis meses después, Anderson recorre los restos de Trípoli, investigando cómo fueron los últimos momentos de los 42 años que Gaddafi estuvo en el poder (lo había tomado en 1969, con apenas 27 años). El texto es una gran reflexión sobre la vacuidad del poder y un excelente perfil del beduino humilde que gobernó el país “como un próspero negocio” personal, y que en sus minutos finales, cuando ya todo estaba acabado, seguía creyendo que era el presidente de Libia. R
Este libro reúne diez reportajes sobre Africa que el periodista Jon Lee Anderson publicó en The New Yorker entre 1998 y 2012. Lo que entrega es el retrato de un puñado de países con menos de 50 años que, sin instituciones políticas sólidas, ha quedado sin rumbo cierto tras el fin de la Guerra Fría. Pablo Riquelme es historiador, magíster en Estudios Latinoamericanos, Universidad de Leiden, Holanda.
FICHA La herencia colonial y otras maldiciones. Crónicas de Africa. Jon Lee Anderson Sexto Piso, 2012. 295 páginas. $ 17.000 en librerías.