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Terapia familiar

BELÉN NEIRA REBOREDO. PSICÓLOGA. REAPS PICÓN DE JARAMA La terapia familiar es un tipo de psicoterapia que pone el foco en la familia. Esta terapia se basa en el modelo sistémico, entendiendo que la familia es un sistema y sus miembros se relacionan entre sí. Cuando un miembro de una familia presenta un síntoma (problema psicológico o psiquiátrico) se entiende que su familia puede ser parte del problema y asimismo parte de la solución. De hecho, pueden existir otros conflictos encubiertos, que aparecen por medio del paciente que presenta los problemas.

La familia

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Para hacer la terapia de familia primero hay que ver ¿qué es exactamente una familia? Las familias a lo largo de los años han cambiado mucho, alejándose del modelo tradicional y existe mucha diversidad.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), podemos definir a la familia como el “conjunto de personas que conviven bajo el mismo techo (o no), organizadas en roles fijos (padre, madre, hermanos, etc.) con vínculos consanguíneos o no, con un modo de existencia económico y social comunes, con sentimientos afectivos que los unen y aglutinan”. Por tanto, las familias cambian y evolucionan. Desde que se crea la pareja (si la hay) va experimentando cambios en el ciclo vital (nacimientos, crecimiento, adolescencia, nuevos miembros de la familia, nido vacío, separaciones, perdidas…) que pueden generar crisis emocionales. Asimismo, no hay dos familias iguales, y los cambios generacionales también crean nuevos problemas emocionales, relacionales, culturales y transculturales.

Adolescencia y terapia familiar En las familias, los niños y adolescentes van conformando su personalidad acompañados por sus padres o personas adultas de referencia, los cuales, representan las primeras relaciones

significativas de su vida. Estas relaciones significativas, en la infancia y adolescencia, adquieren una gran importancia, ya que influirán directamente sobre el desarrollo psicológico y emocional del niño.

Los padres y madres son modelos de actuación de sus hijos. Los niños y adolescentes adquieren a través de la imitación los valores, creencias y principios que les van a acompañar a lo largo de su vida.

La adolescencia es una etapa que implica cambios físicos y emocionales para los propios adolescentes y también cambios en la organización y relaciones familiares. Estos cambios continuos, en ocasiones, no son fáciles de sobrellevar, y acaban afectando el funcionamiento familiar.

Si a esto le añadimos los acontecimientos estresantes y traumáticos de la vida, tales como la separación y divorcio de los padres, la enfermedad o muerte de un ser querido, los problemas escolares o situaciones de bullying, problemas laborales o económicos, entre otros; es comprensible que las familias se tensen, se desequilibre el sistema, y los niños o adolescentes acaben somatizando o expresando este malestar.

Cuando el adolescente transgrede una norma es considerado por lo general, como problemático. Cuanto más se centren los integrantes de la familia en la conducta “desviada” del adolescente, más tenderán a considerar a este último como el problema, llevando al joven a sentirse incomprendido y aislado del resto de la familia.

La adolescencia es una etapa que implica cambios físicos y emocionales para los propios adolescentes y también cambios en la organización y relaciones familiares

¿En qué ayuda la terapia familiar?

Comunicación. Frases como: “No me entiende”, “No se le puede decir nada”, “Le entra por un oído y le sale por otro”, “Le molesta todo” ... Se escuchan una y otra vez en la relación entre padres e hijos. La primera falla entre ellos es la comunicación. Se ha generado un muero entre ambas partes donde hay que reestablecer la comunicación. El terapeuta, en muchos momentos, mediara y traducirá lo que cada uno siente para que puedan escucharse y entenderse.

Aprender a comunicarse bien puede ser uno de los grandes cambios familiares por parte de todos los miembros.

Normas y límites con amor. Los adolescentes necesitan que sus padres le den la suficiente libertad para favorecer su independencia y que experimenten las consecuencias de sus decisiones, pero también que les impongan límites negociables y acordes a su etapa, que le van a permitir enfrentarse al mundo adulto.

Cuando esto se trabaja con la familia y se hace desde el amor, todos lo aceptan y lo entienden como sano.

Conflictos encubiertos. Muchas veces los adolescentes son portadores de conflictos o dificultades de otros miembros. Por ejemplo, puede haber un conflicto de pareja o conflictos entre otros miembros, que están latentes pero que al inicio no son el foco del problema. El adolescente con su conducta problemática, consigue que salgan a la luz y se puedan abordar.

Diferenciación. El adolescente necesita hacer un proceso de diferenciación de sus padres, donde va “rompiendo” con lo anteriormente establecido en su infancia. Una de las necesidades que le surgen es cuestionar a sus padres, ya no son “la mamá o el papá idealizado de la infancia”, sino que empiezan a ver los defectos de estos y a sentir emociones muy encontradas hacia ellos. Esto le lleva a actuar mostrándose cuestionador u oposicionista. Para tras un largo periodo de maduración, ya va pudiendo aceptar esto que ha ido viendo en sus padres. Este proceso de diferenciación (según la intensidad) puede ser muy doloroso para los padres y madres, ya que sienten que sus hijas e hijos ya no les quieren, les cuestionan y eligen a sus amigos antes que a ellos. Ante esto, los padres pueden reforzar conductas inadecuadas en los adolescentes (estilos educativos negativos).

Vinculo seguro. Por otro lado, se potencia el sentimiento de pertenencia, pero se favorece la individualización de los miembros de la familia. Se fomenta la interacción saludable entre los miembros, para de esta manera generar vínculos seguros que promuevan el desarrollo y acompañen el cambio del adolescente y todos sus integrantes. Las familias atrapadas en un ciclo sintomático, recurren una y otra vez a determinadas facetas de sí mismos, excluyendo a otras y obstaculizando el desarrollo de todos sus integrantes.

Fomentar un vínculo seguro con los padres, ayuda a reducir las influencias negativas de la sociedad, aumentando la probabilidad de que el adolescente se adapte a los límites parentales que le permitirán manejarse en el mundo adulto. A su vez, ese vínculo seguro da mayor tranquilidad a los padres frente a situaciones habituales de los adolescentes, generando que sus reacciones sean acordes. Cuando existe un buen vínculo entre padres e hijos, hay mayor confianza de que en situaciones de riesgo o en la que no sepan cómo manejarse, acudirán a ellos.

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