9 Cambian las tornas
En el momento en que el equipo de Los Ángeles empezaba a
desmoronarse y la crisis amenazaba con imponerse al talento, Jerry West y Mitch Kupchak estaban trabajando desesperadamente en los despachos para encontrar la manera de deshacerse de la peor adquisición de los Lakers de los últimos años. En lo que a estadísticas se refiere, ciertamente, Glen Rice era un Laker como cualquier otro. Llevaba una media nada reprochable de 16,7 puntos por partido. Aun así, todo el mundo, desde West o Kupchak hasta Jackson o Winter, se daban cuenta de que era el jugador equivocado para el equipo y el sistema equivocados. En Charlotte, Eddie Jones promediaba 20,1 puntos por partido y era el líder de su equipo. «Creo que nadie sabía lo verdaderamente valiosoe que era Eddie Jones —recuerda Rick Bonnell, el periodista del Charlotte Observer—. Glen no le llegaba ni a la suela de los zapatos.» En cambio, el jugador por el que lo habían traspasado era lento, previsible, intratable y poco efectivo. Había sido una superestrella con los Heat. Había sido una superestrella con los Hornets. Y se creía una superestrella en Los Ángeles. «Tenía un ego enorme. Se consideraba un jugador de primera fila —asegura Kevin Ding, el periodista del Orange County Register—. Pero su juego decía todo lo contrario.» Rice había sido la tercera opción de los Lakers. Una opción poco acertada en todos los sentidos: no sabía lanzar sin botar primero, su defensa era mediocre, tenía una mano izquierda sorprendentemente mala y había envejecido de la noche a la mañana. 223